Clase, Partido y Dirección

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Reproducimos algunas partes del escrito clásico de Trotsky: “Clase, Partido y Dirección”, un texto inacabado donde el gran revolucionario ruso responde a un sectario (Casanova) que defendía la tesis de que la madurez política de la clase obrera era un reflejo directo y mecánico de sus condiciones de vida y de trabajo, como defienden en nuestro país los ultraizquierdistas y sectores dentro del Movimiento Intersindical Clasista-MIC; reduciendo a la nada el papel principal que le corresponde en esto a lo a los dirigentes y a la intervención práctica de la vanguardia en la lucha de clases.
Reproducimos algunas partes del escrito clásico de Trotsky: “Clase, Partido y Dirección”, un texto inacabado donde el gran revolucionario ruso responde a un sectario (Casanova) que defendía la tesis de que la madurez política de la clase obrera era un reflejo directo y mecánico de sus condiciones de vida y de trabajo, como defienden en nuestro país los ultraizquierdistas y sectores dentro del Movimiento Intersindical Clasista-MIC; reduciendo a la nada el papel principal que le corresponde en esto a los dirigentes y a la intervención práctica de la vanguardia en la lucha de clases.

La manera dialéctica de abordar este problema

Hay un viejo aforismo liberal-evolucionista que dice: cada pueblo tiene el gobierno que se merece. La historia nos demuestra, no obstante, que un mismo pueblo puede tener durante un período relativamente breve, gobiernos muy diferentes (Rusia, Italia, Alemania, España, etc.) y además que el orden en que éstos se suceden no tiene siempre el mismo sentido, del despotismo hacia la libertad, como creen los liberales evolucionistas.

El secreto está en que un pueblo está compuesto de clases hostiles y que estas mismas clases están formadas por capas diferentes, parcialmente opuestas unas a otras y que tienen diferentes orientaciones. Y además, cada pueblo sufre la influencia de otros pueblos, compuestos a su vez de clases. Los gobiernos no son la expresión de la "madurez" siempre creciente de un "pueblo", sino el producto de la lucha entre las diferentes clases y las diferentes capas en el interior de una misma clase y, por último, de la acción de fuerzas exteriores -alianzas, conflictos, guerras, etc.

Hay que añadir que un gobierno, desde el momento en que se establece, puede durar mucho más tiempo que la relación de fuerzas del cual ha sido producto. Es a partir de estas contradicciones históricas que se producen las revoluciones, los golpes de estado, las contrarrevoluciones, etc.

El mismo método dialéctico debe emplearse para tratar la cuestión de la dirección de una clase. Imitando a los liberales, nuestros sabios admiten tácitamente el axioma según el cual cada clase tiene la dirección que se merece. En realidad, la dirección no es, en absoluto, el "simple reflejo" de una clase o el producto de su propia potencia creadora.

Una dirección se constituye en el curso de los choques entre las diferentes clases o de las fricciones entre las diversas capas en el seno de una clase determinada. Pero tan pronto como aparece, la dirección se eleva inevitablemente por encima de la clase y por este hecho se arriesga a sufrir la presión y la influencia de las demás clases.

El proletariado puede "tolerar" durante bastante tiempo una dirección que ha sufrido una total degeneración interna, pero que no ha tenido la ocasión de manifestarlo en el curso de grandes acontecimientos. Es necesario un gran choque histórico para revelar de forma aguda, la contradicción que existe entre la dirección y la clase. Los choques históricos más potentes son las guerras y las revoluciones. Por esta razón a menudo la clase obrera es tomada desprevenida por la guerra y la revolución.

Pero incluso cuando la antigua dirección ha revelado su propia corrupción interna, la clase no puede improvisar inmediatamente una nueva dirección, sobre todo si no ha heredado del período precedente cuadros revolucionarios sólidos, capaces de aprovechar el colapso del viejo partido dirigente. La interpretación marxista -es decir dialéctica y no escolástica- de las relaciones entre una clase y su dirección no deja piedra sobre piedra de los sofismas legalistas de nuestro autor.

Cómo maduraron los obreros rusos

Casanova concibe la madurez del proletariado como un fenómeno puramente estático. Sin embargo, en el curso de una revolución la conciencia de clase es el proceso más dinámico que determina directamente el curso de la revolución.

¿Era posible decir en enero de 1917 o incluso en marzo, después del derrocamiento del zarismo, si el proletariado ruso había "madurado" lo suficientemente como para conquistar el poder en el plazo de ocho o nueve meses? La clase obrera era, en ese momento, totalmente heterogénea social y políticamente. Durante los años de guerra, se había renovado en un 30% ó 40% a partir de las filas de la pequeña burguesía, a menudo reaccionaria, a expensas de los campesinos atrasados, a expensas de las mujeres y los jóvenes. En marzo de 1917, sólo una insignificante minoría de la clase obrera seguía al Partido bolchevique y además, en su seno reinaba la discordia. Una aplastante mayoría de los obreros apoyaba a los mencheviques y a los "socialistas revolucionarios" es decir a los socialpatriotas conservadores. La situación del ejército y del campesinado era todavía más desfavorable. Hay que añadir además, el bajo nivel cultural del país, la falta de experiencia política de las capas más amplias del proletariado, particularmente en provincias, por no hablar de los campesinos y de los soldados.

¿Cuál era el “activo” del bolchevismo? Al comienzo de la revolución sólo Lenin tenía una concepción revolucionaria clara, elaborada hasta en los más mínimos detalles. Los cuadros rusos del Partido estaban desperdigados y bastante desorientados. Pero el Partido gozaba de autoridad sobre los obreros avanzados, y Lenin tenía una gran autoridad sobre los cuadros del Partido. Su concepción política correspondía al desarrollo real de la revolución y la ajustaba con cada nuevo acontecimiento. Estos elementos del "activo" hicieron maravillas en una situación revolucionaria, es decir en condiciones de una encarnizada lucha de clases. El Partido alineó rápidamente su política hasta hacerla corresponder con la concepción de Lenin, es decir, al auténtico curso de la revolución. Gracias a esto encontró un firme apoyo en decenas de miles de trabajadores avanzados.

En pocos meses, basándose en el desarrollo de la revolución, el Partido fue capaz de convencer a la mayoría de los trabajadores de la justeza de sus planteos. Esta mayoría, organizada en los soviets fue a su vez capaz de atraerse a los obreros y a los campesinos ¿Cómo podría este desarrollo dinámico, dialéctico, ser encerrado y agotado en una fórmula sobre la "madurez" o "inmadurez" del proletariado?

Un factor colosal de la madurez del proletariado ruso, en febrero y marzo de 1917, fue Lenin. Y Lenin no cayó del cielo. Encarnaba la tradición revolucionaria de la clase obrera. Para que los postulados de Lenin encontrasen el camino de las masas, tenían que existir cuadros, por muy débiles que éstos fueran en principio; era necesario que estos cuadros tuviesen confianza en su dirección, una confianza fundada en la experiencia del pasado. Rechazar estos elementos de los cálculos, es simplemente ignorar la revolución viva, sustituirla por una abstracción: "la relación de fuerzas".

Porque el desarrollo de la revolución consiste precisamente en que las relaciones de fuerzas experimentan rápidos e incesantes cambios bajo el choque de las transformaciones en la conciencia del proletariado, con la atracción de las capas atrasadas hacia las avanzadas, y la confianza creciente de la clase en su propia fuerza. El resorte vital de este proceso es el Partido, así como el resorte vital del Partido es su dirección. El papel y la responsabilidad de la dirección en una época revolucionaria son enormes.

La relatividad de la "madurez"

La victoria de Octubre constituye un valioso testimonio de la "madurez" del proletariado. Pero esta madurez es relativa. Algunos años más tarde, ese mismo proletariado permitió que la revolución fuera estrangulada por una burocracia surgida de sus propias filas. La victoria no es el fruto supremo de la "madurez" del proletariado. La victoria es una tarea estratégica. Es necesario utilizar las condiciones favorables de una crisis revolucionaria a fin de movilizar a las masas; tomando como punto de partida el nivel determinado de su "madurez", es necesario impulsarlas hacia adelante, hacerles comprender que el enemigo no es omnipotente, que está desgarrado por sus contradicciones, que reina el pánico detrás de su imponente fachada.

Si el Partido bolchevique no hubiese conseguido llevar a buen término ese trabajo, no se hubiera podido siquiera hablar del triunfo de la revolución proletaria. Los Soviets hubieran sido aplastados por la contrarrevolución y los pequeños sabios de todos los países habrían escrito artículos o libros planteando que sólo visionarios sin fundamento podrían soñar en Rusia con la dictadura de un proletariado tan débil numéricamente y tan inmaduro.

El papel del individuo

Nuestro autor sustituye el condicionamiento dialéctico del proceso histórico por el determinismo mecánico.

La historia es un proceso de lucha de clases. Pero las clases no hacen sentir todo su peso automática y simultáneamente. En el proceso de la lucha, las clases crean diferentes órganos que juegan un papel importante e independiente, y están sujetos a deformaciones. Es esto lo que nos permite, igualmente, comprender el papel del individuo en la historia.

Por supuesto, existen grandes causas objetivas que engendraron el régimen autocrático de Hitler, pero sólo pedantes estúpidos del "determinismo" podrían negar hoy el papel histórico desempeñado por el propio Hitler. La llegada de Lenin a Petrogrado, el 3 de abril de 1917, hizo girar a tiempo al Partido bolchevique y lo capacitó para llevar la revolución a la victoria. Nuestros sabios podrían decir que si Lenin hubiera muerto en el extranjero a principios de 1917, la revolución de Octubre habría tenido lugar "de cualquier manera". Pero no es cierto. Lenin constituía uno de los elementos vivos del proceso histórico. Encarnaba la experiencia y la perspicacia de la parte más activa del proletariado. Su aparición en el momento preciso en el terreno de la revolución era necesaria a fin de movilizar a la vanguardia y de ofrecerle la posibilidad de conquistar a la clase obrera y a las masas campesinas. En los momentos cruciales de los giros históricos, la dirección política puede convertirse en un factor tan decisivo como el de un comandante en jefe en los momentos críticos de una guerra. La historia no es un proceso automático. Si no ¿para qué los dirigentes? ¿para qué los Partidos? ¿para qué los programas? ¿para qué las luchas teóricas?

Cuando se trata de una nueva dirección, la elección es muy limitada. Sólo gradualmente y sobre la base de su propia experiencia a través de diversas etapas, pueden las capas más amplias de las masas convencerse de que la nueva dirección es más firme, más segura, más leal que la antigua.

Es cierto que en el curso de una revolución, es decir, cuando los acontecimientos se suceden a un ritmo acelerado, un partido débil puede convertirse en un partido poderoso, con la única condición de que comprenda con lucidez el curso de la revolución y de que posea cuadros probados que no se dejen marear con las palabras o aterrorizar por la represión. Pero es necesario que un partido exista antes de la revolución, ya que el proceso de selección de los cuadros exige un tiempo considerable del que no se dispone durante la revolución.

(Escrito en 1940)