Obama y el fracaso imperialista en Iraq, Afganistán y Pakistán

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CMI

Vivimos en una época de decadencia de la potencia imperialista más poderosa de la historia. A la vez que sigue siendo la principal potencia económica, y el que posee más recursos militares, con mucha diferencia, Estados Unidos está sumido en un declive como potencia dominante sin que, al contrario de lo habitual, surja ninguna potencia alternativa al mismo nivel.

La poderosa fuerza que llevó a Obama a la Casa Blanca fue la enorme sed de cambio en las condiciones de vida de las masas oprimidas de Estados Unidos. Y fue, también, el ansia de acabar con guerras percibidas como injustas, motivadas por los intereses de las grandes corporaciones, y causantes de miles de víctimas (también estadounidenses) y de recortes en los gastos sociales. Frente al belicista e iluminado Bush, Barack parecía un hombre de talante, preocupado por los problemas reales de la población trabajadora, y dispuesto a poner coto a la guerra, la opresión y la rapiña imperialistas que tan impopular han hecho a Estados Unidos en el mundo. Sin embargo, ¿así es Obama, o más bien era así como querían verlo las masas? ¿Qué cambios se están dando en el imperialismo USA, y hacia dónde va, en este contexto de crisis internacional?

Vivimos en una época de decadencia de la potencia imperialista más poderosa de la historia. A la vez que sigue siendo la principal potencia económica, y el que posee más recursos militares, con mucha diferencia, Estados Unidos está sumido en un declive como potencia dominante sin que, al contrario de lo habitual, surja ninguna potencia alternativa al mismo nivel. Este ocaso, en última instancia, es el del sistema capitalista, incapaz de garantizar una vida mínimamente digna ni siquiera para las masas de los países más desarrollados.

Los intereses exteriores de Estados Unidos, desde que emergió como superpotencia tras la II Guerra Mundial, responden siempre (y lo harán mientras su burguesía no sea expropiada) a los intereses imperialistas, es decir, a los de los capitalistas estadounidenses, que necesitan extraer recursos de todo el mundo y mantener zonas estratégicas bajo su control. A lo largo de su historia, el imperialismo americano ha conocido diferentes tácticas y estrategias, ha cambiado de formas, ha cometido errores, pero siempre ha seguido la férrea senda que le marcan los intereses capitalistas.
El gobierno de Bush ha sido nefasto para la población USA, cuyos sentimientos hacia él son comparables a los que perviven en el Estado español hacia Aznar. George W. fue criticado con saña por un sector importante de la burguesía, ya que la forma de defender sus intereses, muy lejos de ser el resultado de una estrategia inteligentemente preparada, fue una continua toma de decisiones apresuradas que no respondían, al menos, a ningún plan serio. Sin embargo, las críticas de aquellos analistas del capital que defendieron la candidatura de Obama se han cuidado muy mucho de limitarse a las formas de la Administración Bush, sin poner en cuestión en ningún momento la motivación de  la Guerra de Iraq, del apoyo a Israel, o cualquier otra línea estratégica del imperialismo.

América Latina, el patio trasero de EEUU, férreamente dominada en el pasado, hoy está inmersa en una poderosa revolución que amenaza la existencia misma del capitalismo latinoamericano, y con él del propio imperialismo. La correlación de fuerzas es tan desfavorable para éste que es impensable a corto o medio plazo una intervención militar masiva incluso vía interpuesta (a través de sus mercenarios colombianos), aunque si no hubiera más alternativa retomarán ese camino. Hoy por hoy los imperialistas juegan a varias cartas, una son planes de magnicidio, sabotaje, secesión (desde Paraguay hasta Nicaragua, de momento han fracasado todos esos planes), la otra es ganar tiempo y que la política reformista (que en esta situación es ni más ni menos que saboteadora de la revolución) de muchos de los dirigentes de izquierda que han llegado al gobierno desmoralice a las masas.

El otro ejemplo evidente de debilidad imperialista es la zona que va desde Egipto hasta India. Una zona clave por razones económicas y geoestratégicas. Bush pretendió utilizar el impacto del 11-S para establecer un nuevo orden, recuperando el control imperialista sobre toda la zona. Cuando abandonó la Casa Blanca, el panorama era mil veces más preocupante que cuando llegó a él: la potencia regional a la que se deseaba debilitar (incluso se valoró el derrocamiento de su régimen), Irán, está fortalecida, jugando un papel central en Iraq; el debilitamiento de Siria -aliada de Irán- a través de Líbano también fracasó (sólo el sostén inestable de Hezbolá permitió que no cayera el gobierno libanés de mayoría proimperialista); las débiles estructuras estatales creadas en Afganistán o Iraq penden de un hilo; y, por último, el pozo sin fondo de recursos militares en esos dos países no han podido acabar con la insurgencia iraquí ni con las bandas talibanes. No sólo eso, el fracaso del imperialismo en toda la zona y la crisis mundial amenazan con desestabilizar Pakistán, país clave, entre otras muchas cosas, por ser una potencia nuclear y tradicional enemigo de la India. Y, lo peor de todo: la puerta está abierta para poderosos movimientos de masas, para insurrecciones y revoluciones, la peor de las pesadillas para los imperialistas.

Iraq: la guerra perdida

El 27 de febrero Obama hizo un discurso patriótico ante los soldados en Iraq. Muy lejos del común de los estadounidenses (y de los soldados), que consideran un fracaso esa intervención militar y desean la salida rápida de las tropas, nuestro amigo Barack Hussein dijo: “Quiero ser muy claro. Enviamos nuestras tropas a Iraq a acabar con el régimen de Sadam Hussein, y habéis hecho el trabajo (…). Habéis luchado contra la tiranía y el desorden (…), habéis servido con honor y éxito”. Mientras esto decía, el 16% de los iraquíes están refugiados en Siria, Jordania o su propio país; medio millón de niños huérfanos vagan por las calles y 800 están internados en las prisiones militares USA; las infraestructuras sanitarias y educativas siguen destruidas en su mayor parte; y entre 100.000 y un millón de iraquíes yacen víctimas de la ocupación.

La retirada de Iraq, una de las promesas estrella del nuevo presidente, no tiene fecha, ni siquiera lejana; será tomada en su momento “escuchando a los militares sobre el terreno” y en base a “la necesidad de mantener la estabilidad” en el país. El pequeño problema del imperialismo es que sólo con un gran despliegue de fuerzas es capaz de mantener una cierta estabilidad, y un repliegue sensible de ellas haría caer rápidamente al gobierno, o precisamente para evitar eso lo decantaría hacia la influencia iraní. Por eso Estados Unidos necesita llegar a acuerdos con Siria y, especialmente, Irán, para garantizar que no se desintegre el país y que, al día siguiente de la retirada, no haya un Gobierno más antiamericano que el de Sadam… En otras palabras, salir lo más pacífica y dignamente posible de Iraq le va a costar al imperialismo compartir su dominio del país con Irán y Siria, además de otras concesiones (relativas al programa nuclear iraní, a Líbano y los Altos del Golán -territorios sirios ocupados por Israel-, a la propia Palestina…). Claro que no son concesiones tan fáciles, sobre todo cuando afectan a terceros -Israel- que no están por la labor… Los guiños públicos de Obama a Irán, y las reuniones más o menos secretas de Irán con Estados Unidos, a cuenta de Iraq, van en esta dirección.

Sin embargo, un acuerdo Irán-USA es extremadamente difícil. La grave situación interna de la República Islámica obliga, al menos, al sector más conservador del clero, comandado por Ahmadineyah, a buscar una base social en el campo, redoblando llamamientos a luchar contra “el Gran Satán” y aguijoneando el orgullo nacional a cuenta del programa nuclear. Posiblemente lleguen a acuerdos parciales y secretos, pero inestables, y no solucionarán nada.

El supuesto éxito en la disminución de ataques de insurgentes y terroristas en Iraq necesita ser analizado. Las masacres de Al Qaeda han aislado socialmente a los yihadistas y permitido al imperialismo formar bandas bajo su tutela, de entre las filas de la minoría suní (las llamadas milicias del Despertar), que a corto plazo han tenido éxito en poner coto a yihadistas. Otro factor en esa dirección ha sido el aparente desarme de la milicia del clérigo chií Al Sáder. Sin embargo, los problemas de fondo persisten para los imperialistas. La oposición a la ocupación se mantiene o crece, como demuestran las masivas manifestaciones del 18 de octubre (contra la ley que permitiría el mantenimiento indefinido de bases USA) y 8 de abril (en el sexto aniversario de la caída de la dictadura de Sadam), y las encuestas, que indican un 80% de iraquíes en contra de la ocupación. El régimen títere proimperialista combate su propia debilidad con represión (por ejemplo, los sindicatos están prohibidos en el sector público) e intentando desviar la atención hacia enfrentamientos sectarios, estimulados por los intereses de cada uno de los grupos sustentadores del poder, y de sus bandas armadas (muy significativo en ese sentido los combates callejeros, en pleno centro de Bagdad, entre las milicias suníes Despertar y la policía iraquí controlada directamente por el gobierno de mayoría chií). Otros factores de peligro para el régimen impuesto son la influencia iraní e incluso saudí, y la popularidad de Al Sáder entre las masas desheredadas chiíes, y por supuesto cualquier huelga o movilización obrera que una a los iraquíes por encima de sus diferencias culturales.

Afganistán: la guerra que se está perdiendo

Imposible para Obama, como buen representante imperialista, desentenderse de Iraq. Lo que pretende es desviar la atención hacia Afganistán (y Pakistán), donde el fracaso puede ser aún mayor. El presidente ha pedido al Congreso 200.000 millones de dólares para Iraq y Afganistán. El asunto es serio; se trata de la dominación imperialista sobre toda la zona, más difícil hoy que hace seis años (cuando Bush se precipitó a declarar la victoria en la guerra de Iraq). No son dos guerras, es la misma guerra, distintos escenarios. Lo refleja Obama, en el discurso mencionado, eso sí, con palabras más bonitas: “ésta es la razón por la que combatimos a Al Qaeda en Afganistán y Pakistán, por la que empleamos todos los medios del poder americano para prevenir el desarrollo del armamento nuclear en Irán, y por la que buscamos activamente la paz definitiva (sic) entre Israel y el mundo árabe”.

Con sus amables ademanes y palabras, Obama está aumentando la escalada de implicación en Afganistán y Pakistán, sometiendo la zona a tensiones insoportables. Su magnética sonrisa, al parecer, obró el milagro de un radical cambio de parecer de sus colegas Sarkozy y Angela Merckel, al respecto de Afganistán, en la cumbre de la OTAN de principios de abril. Antes de la reunión insistían (demagógicamente) en que la clave de la estabilidad del régimen afgano era el aumento del nivel de vida de las masas, después todo fue apoyo a los planes obamistas de envío de más tropas (21.000 estadounidenses, 900 británicos, 600 franceses, entre 450 y 600 españoles…), hasta llegar a los 75.000 ocupantes de momento (y eso sin contar la mal llamada fuerza de reconstrucción). Aunque quizás más que la sonrisa pesó el argumento que dio Sarkozy… “No podemos permitirnos perder [la guerra] porque una parte de la libertad del mundo [la libertad de explotación capitalista, claro] está en juego allí” (El País, 5/4/09).
La alternativa Obama para Afganistán (inundar de soldados el país, y acabar con los talibanes en su retaguardia, Pakistán, más un poco de retórica sobre dinero para las infraestructuras afganas y paquistaníes, dólares que acabarán en las manos de los propios imperialistas y de sus servidores) es la salida falsa a un problema grave para ellos: “no podemos derrotar a los talibanes”, dijo el comandante saliente de las fuerzas británicas en Afganistán, a The Times (6/10/08), “lo que necesitamos son tropas suficientes para contener la insurgencia a un nivel donde no sea una amenaza estratégica para la longevidad del gobierno elegido”. La apuesta del nuevo presidente USA es arriesgada, porque el odio hacia el ocupante, causante de miles de muertos en bombardeos, es cada vez más peligroso para el régimen títere de Karzai, y la insurgencia (no sólo talibán) se ha enquistado en extensas zonas del país, amenazando incluso los alrededores de Kabul.

Antes que esta escalada en la intervención, los imperialistas han probado otras salidas, como llegar a acuerdos con sectores de los talibanes, incorporándolos a la estructura del Estado (es decir, preservando su poder armado y preparando así conflictos futuros); sin embargo, no han tenido éxito. Por eso Obama se negó a detener los bombardeos aéreos, justo después de la aniquilación de dos aldeas afganas y la muerte de 140 civiles (95 menores). Esta última masacre, a principios de mayo, ha provocado manifestaciones de protesta en el oeste afgano. Coincidiendo en el tiempo, una niña murió y su familia fue herida por soldados italianos al acribillar su coche. Pero el nuevo amo imperialista está decidido: sustituyó al antiguo comandante de las fuerzas en Afganistán por el general Stanley McCrystall, un siniestro personaje, especialista en contrainsurgencia. Este militar fue director del Comando de Operaciones Especiales, que torturó y asesinó a supuestos sospechosos de terrorismo en una docena de países. Más represión, más poder e impunidad para las bandas armadas (uniformadas o no), más barbarie para las masas afganas… Y pese a todo están perdiendo la guerra, o mejor dicho la han perdido ya. Euronews, 4/05/09; “La OTAN se prepara para un verano sangriento en Afganistán. Los ataques de la insurgencia en el primer trimestre de 2009 han aumentado un 73% con respecto al mismo periodo de 2008, según la OTAN. Lo nunca visto desde la caída de los talibanes (…). A finales de este año, la OTAN quiere tener 130.000 soldados en suelo afgano. Pero según algunos analistas (…) podría no ser suficiente”.

Pakistán: la guerra imprevisible e imposible

Si el pedigrí imperialista se mide en hechos y no en palabras, el de Obama no le va a la zaga al de Bush. En lo poco que lleva en la Casa Blanca, a los muertos en Afganistán e Iraq, hay que sumar los dos millones de desplazados del valle paquistaní de Suat, y a los miles de muertos entre la población civil (muchos presentados como terroristas por parte de los militares para hacer méritos ante el imperialismo). Sin embargo, tanta destrucción y tanta muerte no servirá de nada.

Obama está ejerciendo una presión insoportable sobre el PPP, que, lejos de cubrir las profundas aspiraciones de cambio de los millones de trabajadores y campesinos que le llevaron al gobierno, intenta demostrar que es más fiel a los intereses imperialistas que el sustituido general Musharraf. Unos y otros creen la utopía de poder acabar con los talibanes en las zonas donde nacieron y donde han acumulado más poder. Pero no quieren darse cuenta de que el Estado burgués paquistaní tiene los cimientos carcomidos. Como reconoció Hillary Clinton el 24 de abril en una comisión parlamentaria, los talibanes fueron creados por el gobierno USA, por intermediación del ISI (el servicio secreto paquistaní), para luchar contra el gobierno de izquierdas afgano. Fueron utilizados para el trabajo sucio, y cuando quisieron controlarlos ya era demasiado tarde. Hoy los fundamentalistas son bandas de delincuentes armados y financiados por las cloacas del Estado, totalmente infiltrados en las estructuras estatales (empezando por el ejército).

La operación militar en el valle de Suat es una operación de exterminio de la población local, con la excusa de la lucha contra el terrorismo. Los campesinos y trabajadores de la zona odian a los fundamentalistas, de hecho en las últimas elecciones el voto mayoritario fue para el PPP y otro partido laico; en la localidad de Buner, cuando los talibanes atacaron, fueron los habitantes quienes formaron una milicia que los echó, y sólo pudieron volver cuando los militares ocuparon Buner, desarmaron violentamente esa milicia, impusieron el toque de queda y permitieron la vuelta de esos elementos. En definitiva, el ejército paquistaní (infiltrado de arriba abajo por la reacción negra), el Estado y el imperialismo tienen más miedo a la organización e insurrección popular que a los terroristas, que fueron sus aliados ayer y lo serán mañana… De hecho, tras la primera ofensiva militar en el valle de Suat, en el otoño pasado, el gobierno llegó a un vergonzoso acuerdo de paz que les permitió mantener su poder en la zona. El degenerado Estado paquistaní es incapaz de enfrentarse hasta el final con los talibanes sin riesgo de romperse, sólo puede realizar escaramuzas para reequilibrar el reparto de poder, y amedrentar a la población civil, temiendo la inevitable revolución que se avecina en Pakistán.

Para las masas paquistaníes, reacción blanca (imperialismo y sus títeres) o negra (talibanes), da igual. Son igual de corruptos, asesinos y saqueadores. En un país donde 20 familias poseen una riqueza superior al PIB, sólo el 14% de la población cree que el principal problema es el terrorismo. El 62% considera que los más graves son la pobreza y la inflación. Y el 72% rechaza cualquier tipo de implicación imperialista en el país. En toda la zona de Malakand, donde se realizan los combates, ha habido manifestaciones de decenas de miles, en las principales localidades, tanto contra los ataques del Ejército como de los talibanes. Si continúan con las masacres, podrían desenterrar tensiones poderosas, incluyendo, cómo no, la rabia de campesinos y trabajadores, por encima de las diferencias nacionales, contra un Estado y un sistema que les conduce inexorablemente hacia la barbarie. Frente a esta perspectiva, cualquier otra sólo puede ser sombría, y especialmente la desintegración del país, que conduciría a un baño de sangre. En estos momentos, además de la guerra en el valle de Suat, la zona de Baluchistán es escenario bélico del Ejército de Liberación y las tropas del gobierno.

Israel-Palestina: la paz imposible

Hillary Clinton y Obama han marcado distancias respecto a Bush en cuanto a Israel. Han condenado la política de colonización legal o ilegal de Cisjordania, a través de los asentamientos judíos, y han abogado por la solución de “dos Estados”. El imperialismo preferiría un Oriente Próximo estable y en paz, eso sí, bajo su dominio indiscutido, donde el papel de Israel sería el de garante de la dominación imperialista, junto a las clases dirigentes egipcias, saudíes y turcas. Por supuesto, el apoyo a un Estado palestino significa permitir una ficción de Estado, militar y económicamente controlado por Israel, a cambio de la absoluta liquidación de cualquier elemento de resistencia palestina. Lo que nunca entenderán los imperialistas es que opresión imperialista y paz o estabilidad están reñidos, inevitablemente aquélla provoca guerra, caos, miseria y rebelión.

Pero la clase dominante israelí tiene sus propios planes. Ella basa su poder político en la manipulación de los colonos fanáticos, los ultraortodoxos y los sectores más atrasados de los trabajadores judíos. Inmersa en una colosal crisis económica y política, a la burguesía sionista le viene muy bien amedrentar a la población con el enemigo palestino y mantener la sociedad militarizada; si no lo hiciera se enfrentaría a un peligro mucho mayor, la rebelión interna. La contradicción es que las palabras de Hillary y Barack, cuyo país es el principal sostenedor económico, militar y político de Israel, tienen poco eco allí. Las últimas elecciones han significado una debacle para el partido históricamente más vinculado a Estados Unidos (el Partido Laborista), y la victoria del Likud, de la extrema derecha religiosa y de Israel Beitenu, cuyo líder, Avigdor Liebermann, es un demagogo cuya popularidad se basa en bravatas como la expulsión del millón de árabes israelíes. El gobierno de coalición Likud – Israel Beitenu – laboristas – ultraortodoxos parece el menos sensible a las presiones de Estados Unidos en bastante tiempo. Y en última instancia, el imperialismo USA no puede romper con su aliado sionista, una vez más tendrá que aceptar la política de hechos consumados. Es justo lo que ha ocurrido con la masacre de Gaza, uno de cuyos objetivos era dar un aviso a Obama; el presidente electo se negó repetidas veces a criticar a su aliado. No serán capaces de tomar ninguna medida seria y enfrentarse a la clase dominante israelí.

Las próximas guerras

La tierra, bajo la dominación imperialista, es un planeta inestable, inseguro y violento. Las tensiones entre la gran potencia en declive y las diferentes potencias regionales que necesitan jugar su papel, y sobre todo las tensiones entre los opresores y los oprimidos, que de forma directa o distorsionada se expresan una y mil veces, pueden explotar en cualquier sitio, en cualquier momento. En el pasado reciente el imperialismo, y especialmente Francia, puso sus ojos sobre los ricos recursos de la región sudanesa de Darfur, aprovechando para sus propios intereses el conflicto interno; cada país de la zona y cada señor de la guerra local fueron utilizados como peones por los diferentes actores, si bien los señores imperialistas andan con mucho tiento ante las enormes dificultades de la empresa… Más al este, Etiopía intenta jugar el papel de potencia regional con la aquiescencia de Estados Unidos, pero se enloda una y otra vez, primero en Eritrea, después en Somalia. Y un poquito más al este, el fenómeno de la piratería marítima (un efecto de la devastación de recursos pesqueros en la zona y de la lumpenización a la que obliga la opresión capitalista) es toda una metáfora de cómo hace aguas el nuevo orden imperialista proclamado tras la caída del Muro. Por no hablar de la derrota de Georgia, pieza clave de Estados Unidos en la zona estratégica del Cáucaso, a manos de Rusia.

Estos últimos días se ha elevado la tensión en la península coreana. Aunque éste no es el sitio para analizarlo, es una muestra más de esta debilidad.
La lucha contra el imperialismo es la lucha contra el sistema capitalista; es la lucha contra la barbarie, las guerras, la reacción en todas sus formas, el oscurantismo. Sólo un mundo socialista puede repartir las riquezas que genera el trabajo entre todos los humanos, acabando con toda forma de explotación y sus lacras.