La Revolución Traicionada, de León Trotsky

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La revolución traicionada es uno de los textos marxistas más importantes de todos los tiempos. Es el único análisis serio de lo que ocurrió en la Revolución Rusa después de la muerte de Lenin. Sin el estudio riguroso de esta obra es imposible comprender las razones que llevaron al colapso de la Unión Soviética y los acontecimientos de los últimos diez años en Rusia y en el resto del mundo La revolución traicionada es uno de los textos marxistas más importantes de todos los tiempos. Es el único análisis serio de lo que ocurrió en la Revolución Rusa después de la muerte de Lenin. Sin el estudio riguroso de esta obra es imposible comprender las razones que llevaron al colapso de la Unión Soviética y los acontecimientos de los últimos diez años en Rusia y en el resto del mundo.

Para los marxistas, la Revolución de Octubre de 1917 fue el acontecimiento más importante de la historia humana. Si dejamos a un lado el breve pero glorioso episodio de la Comuna de París, por primera vez la clase obrera consiguió derrocar a sus opresores y comenzó la tarea de la transformación socialista de la sociedad.

La historia ha justificado completamente la Revolución de Octubre. Como señala Trotsky en La revolución traicionada, por primera vez quedó demostrada la viabilidad del socialismo, no en el lenguaje de la dialéctica, sino en el lenguaje del acero, el carbón, la electricidad y el cemento. La economía nacionalizada y planificada establecida por la Revolución de Octubre consiguió, en un periodo de tiempo notablemente corto, transformar una economía tan atrasada como la paquistaní y convertirla en la segunda potencia mundial del planeta.

La revolución no triunfó en un país capitalista desarrollado como había esperado Marx, triunfó en medio del más espantoso de los atrasos. Para dar una idea aproximada de las condiciones a las que se enfrentaron los bolcheviques, en sólo un año —1920—, murieron de hambre seis millones de personas en la Rusia soviética.

Marx y Engels explicaron que el socialismo —una sociedad sin clases—, para poder existir, requiere determinadas condiciones materiales. El punto de partida del socialismo es un nivel de desarrollo de las fuerzas productivas mayor que la sociedad capitalista más avanzada (por ejemplo EEUU). Sólo sobre la base de un elevado desarrollo de la industria, agricultura, ciencia y tecnología, será posible garantizar las condiciones necesarias para el libre desarrollo de los seres humanos, empezando por la reducción drástica de la jornada laboral: la condición previa para la participación de la clase obrera en el control democrático y la administración de la sociedad.

Engels explicó que en cualquier sociedad en la que el arte, la ciencia y el gobierno son monopolio de una minoría, esa minoría utilizará y abusará de su posición privilegiada en su propio interés. En medio de unas condiciones de atraso general, Lenin percibió rápidamente el peligro de la degeneración burocrática de la revolución. En El Estado y la revolución, escrito en 1917, esbozó las condiciones básicas —no para el socialismo o el comunismo— sino para el periodo que sigue inmediatamente a la revolución, el periodo transicional entre el capitalismo y el socialismo. Éstas eran las condiciones:

1) Elecciones libres y democráticas y revocabilidad de todos los funcionarios.

2) Ningún funcionario puede recibir un salario más alto que un obrero cualificado.

3) Ningún ejército permanente, sino el pueblo en armas.

4) Gradualmente, todas las tareas de dirección del Estado se harán por todos los trabajadores de forma rotativa: cuando todo el mundo es un "burócrata" por turnos, nadie es burócrata.

Éste es el programa acabado para la democracia obrera, dirigido directamente contra el peligro de la burocracia. El programa del partido en 1919 se basaba en estas ideas. En otras palabras, todo lo contrario a las calumnias vertidas por los enemigos del socialismo: la Rusia soviética en tiempos de Lenin y Trotsky fue el régimen más democrático de la historia.

Sin embargo, el régimen soviético de democracia obrera no consiguió sobrevivir. A principios de la década de los años treinta, todos los puntos arriba mencionados se abolieron. Con Stalin, el Estado obrero sufrió un proceso de degeneración burocrática que culminó en la creación de un régimen totalitario monstruoso y la aniquilación física del partido leninista. El factor decisivo en la contrarrevolución política estalinista en Rusia fue el aislamiento de la revolución en un país atrasado. Trotsky en La revolución traicionada explica cómo pudo ocurrir la contrarrevolución política.

Trotsky vaticinó el colapso de la URSS

En 1936 el estalinismo era un fenómeno completamente nuevo e inexplicable. En los textos clásicos de Marx y Engels no se puede encontrar nada sobre este fenómeno. En sus últimos escritos, Lenin expresó su preocupación ante el ascenso de la burocracia en el Estado soviético y advirtió que destruiría el régimen de Octubre. Lenin pensaba que el largo aislamiento del Estado obrero ruso conduciría, inevitablemente, a la restauración capitalista, hecho que finalmente ocurrió, aunque siete décadas después. Bajo el estalinismo los trabajadores soviéticos perdieron el poder político y el régimen democrático establecido por los bolcheviques en 1917 se transformó en una caricatura monstruosa y totalitaria. De la revolución sólo sobrevivieron la propiedad nacionalizada y la economía planificada.

En La revolución traicionada, Trotsky nos brinda, desde un punto de vista marxista, un análisis profundo y brillante del estalinismo. Este análisis no ha podido ser mejorado ni reemplazado. Con un retraso de sesenta años, la historia ha verificado este análisis. Trotsky advirtió que la burocracia estaba poniendo en peligro la economía planificada y la Unión Soviética. La respuesta fue una campaña sin paralelo de difamación por parte de los "amigos de la Unión Soviética". Hoy bajan la cabeza todos aquellos llamados comunistas y sus compañeros de viaje que lanzaban loas a Stalin y ridiculizaban a Trotsky. La mayoría han desertado del socialismo o el comunismo. Los pocos que quedan no tienen nada que decir sobre lo ocurrido en la Unión Soviética. Ninguno de ellos ha sido capaz de realizar un análisis marxista del colapso de la URSS. Y es precisamente este análisis el que demanda insistentemente la nueva generación (y también los mejores elementos de la vieja generación). Todos ellos no van a encontrar en sus dirigentes las respuestas a sus preguntas. En las páginas de La revolución traicionada sí van a encontrar, no sólo lo que Trotsky vaticinó sesenta años antes, sino también el análisis y la explicación de lo ocurrido desde un punto de vista marxista.

La burocracia socavó la economía soviética

Hoy en día, los enemigos del socialismo intentan defender que el colapso de la URSS fue el resultado del fracaso de la economía nacionalizada, y que esta última va inseparablemente unida al régimen burocrático. Trotsky ya respondió a estas ideas en La revolución traicionada, cuando explicó que la economía nacionalizada y planificada necesita la democracia como el cuerpo humano necesita el oxígeno.

En La revolución traicionada, con la ayuda de los hechos, las cifras y las estadísticas, Trotsky demuestra cómo el estalinismo, gracias a la economía nacionalizada y planificada, creó un potencial productivo colosal, pero fue incapaz de utilizarlo debido a sus contradicciones inherentes. Las necesidades de la economía nacionalizada entraban en total contradicción con el régimen burocrático. Y siempre fue así. Incluso en el periodo de los primeros planes quinquenales, cuando todavía la burocracia jugaba un papel relativamente progresista en el desarrollo de los medios de producción, la burocracia era responsable de un despilfarro descomunal. Trotsky dijo que la burocracia desarrollaba los medios de producción, pero a un coste tres veces superior al del capitalismo. La contradicción no desapareció con el desarrollo de la economía, todo lo contrario, creció y cada vez fue más insoportable hasta que, por último, el sistema se desmoronó completamente.

El sistema burocrático representaba un límite artificial para las fuerzas productivas rusas. La economía nacionalizada permitió un desarrollo enorme de las fuerzas productivas, pero la burocracia las saboteaba. La única forma de resolver el problema, como pensaba Lenin, era a través de la administración y el control democrático de la clase obrera. Y se podía haber conseguido con el desarrollo económico existente a finales de los años ochenta. Pero la burocracia no tenía ninguna intención de apartarse del camino. El movimiento hacia el capitalismo no surge de una necesidad económica, sino del temor a la clase obrera y para salvaguardar el poder y los privilegios de la casta dominante.

El papel del ‘Partido Comunista’

Es increíble la forma tan brillante en la que Trotsky anticipó las principales líneas de lo que hoy está ocurriendo en Rusia. Sin embargo, en determinados aspectos, los acontecimientos se han desarrollado de una forma diferente a la esperada. En los años treinta Trotsky estaba convencido de que la contrarrevolución capitalista sólo podría ser el resultado de una guerra civil: "Como fuerza política consciente, la burocracia ha traicionado a la revolución. Pero, por fortuna, la revolución victoriosa no es solamente una bandera, un programa, un conjunto de instituciones políticas; es también un sistema de relaciones sociales. No basta traicionarla, es necesario, además, derrumbarla. Sus dirigentes han traicionado a la Revolución de Octubre pero no la han derrumbado, y la revolución tiene una gran capacidad de resistencia que coincide con las nuevas relaciones de propiedad, con la fuerza viva del proletariado, con la conciencia de sus mejores elementos, con la situación sin salida del capitalismo mundial, con la inevitabilidad de la revolución mundial".

(…)

"Si, por el contrario, un partido burgués derribara a la casta soviética dirigente, encontraría no pocos servidores entre los burócratas actuales, los técnicos, los directores, los secretarios del partido y los dirigentes en general. Una depuración de los servicios del Estado también se impondría en este caso; pero la restauración burguesa tendría que deshacerse de menos gente que un partido revolucionario. El objetivo principal del nuevo poder sería restablecer la propiedad privada de los medios de producción. Ante todo, debería dar la posibilidad de formar granjeros fuertes a partir de granjas colectivas débiles, y transformar a los koljoses fuertes en cooperativas de producción de tipo burgués o en sociedades anónimas agrícolas. En la industria, la desnacionalización comenzaría por las empresas de la industria ligera y las de alimentación. En los primeros momentos, el plan se reduciría a compromisos entre el poder y las ‘cooperaciones’, es decir, los capitanes de la industria soviética, sus propietarios potenciales, los antiguos propietarios emigrados y los capitalistas extranjeros. Aunque la burocracia soviética haya hecho mucho por la restauración burguesa, el nuevo régimen se vería obligado a llevar a cabo, en el régimen de la propiedad y el modo de gestión, una verdadera revolución y no una simple reforma" (Trotsky, La revolución traicionada. Fundación Federico Engels, Madrid, 1991, págs. 221-222).

No es la primera vez en la historia que una transformación social profunda ocurre sin la necesidad de una guerra civil. En algunas ocasiones un régimen ha quedado tan exhausto que ha caído sin luchar, igual que una manzana podrida cae del árbol. Un ejemplo es lo que ocurrió en Hungría en 1919 cuando el gobierno burgués del conde Karolyi colapsó y entregó el poder al Partido Comunista. Algo similar también aconteció en Europa del Este en 1989. Los regímenes estalinistas estaban tan desmoralizados que se rindieron sin luchar. En Polonia, Jaruzelski entregó el poder a la oposición. Pero no ocurrió sin la intervención de las masas, que, a propósito, no querían la restauración capitalista. Pero ante la ausencia del factor subjetivo, los elementos procapitalistas llenaron el vacío existente y encaminaron el movimiento hacia el capitalismo. En Polonia y Hungría este proceso fue posible gracias a la ayuda de los dirigentes "comunistas".

El factor decisivo en todo el camino hacia la restauración capitalista ha sido la conducta de los llamados Partidos Comunistas. Realmente, el PCUS no era un partido comunista, era un club burocrático, a pesar de que constase con una militancia de millones de personas. Era una extensión del Estado, formado principalmente por arribistas y chivatos, cuyo objetivo era controlar a la clase obrera y subordinarla a la casta dominante. La posesión del carné del partido no era, como en los tiempos de Lenin, un voto de dedicación a una vida de sacrificio y lucha por la causa de la clase obrera, era el pasaporte para una carrera o un cargo. Por cada trabajador honrado que entraba en el partido, había cien arribistas, pelotas, informadores y esquiroles. El papel de un militante del partido no era defender a la clase obrera. En el momento de la verdad, estos dirigentes pasaron, como lo harían en un tren, de un compartimiento de segunda clase a uno de primera. De la noche a la mañana, el partido "comunista" colapsó igual que un castillo de naipes. Cuando quedó claro que los días de la Unión Soviética estaban ya contados, los primeros que saltaron de la nave hundida y abrazaron el capitalismo fueron los dirigentes del "Partido Comunista", que rápidamente se transformaron en hombres de negocios y millonarios. Comparada con esta traición, la de los dirigentes socialdemócratas en 1914 fue un juego de niños.

Pero esta traición no se puede comprender si se acepta la idea de que en la Unión Soviética y Europa del Este existía el "socialismo real", como durante décadas sostuvieron los dirigentes comunistas. El colapso de la Unión Soviética fue el resultado de décadas de degeneración burocrática. Cuando la burocracia moscovita alardeaba de la "construcción del socialismo" en la URSS, la realidad es que se alejaban del socialismo. Como pronosticó Trotsky en 1936, la casta dominante de funcionarios no estaba satisfecha con sus privilegios y elevados salarios, para asegurar su posición y la de sus hijos transformaron la propiedad estatal en propiedad privada. Si la clase obrera no derrocaba a la burocracia y regresaba a la política leninista de la democracia obrera y el internacionalismo, este proceso era algo inevitable. Y al final fue exactamente lo que ocurrió.

De la noche a la mañana el viejo PCUS colapsó. De los veinte millones de militantes que tenía sólo quedaron 500.000, que formaron el Partido Comunista de la Federación Rusa (PCFR). Pero este partido tampoco tiene nada en común con el comunismo, excepto el nombre. Después de separarse del Estado, los dirigentes del PCFR se presentaron como la semi-oposición a Yeltsin y al sector abiertamente burgués. Pero en la práctica, aceptaron el capitalismo y el mercado y su oposición sólo tuvo carácter simbólico. Lo mismo se puede decir de los dirigentes de los sindicatos oficiales, la Federación de Sindicatos Independientes de Rusia (FNPR). La cólera, la amargura y la frustración de las masas no encontraron una expresión organizada. Al carecer del vehículo necesario para expresarse, el descontento de las masas se disipó igual que se disipa el vapor sin una caja de pistones.

Una prueba contundente de la degeneración de la casta dominante soviética fue que ochenta años después de Octubre, prefiriera devolver la Unión Soviética a la barbarie capitalista, que entregar el poder a la clase obrera. El autor del presente libro descartó esta posibilidad y, realmente, durante todo un periodo de tiempo esta posibilidad estuvo descartada. Mientras las fuerzas productivas en la URSS crecían la tendencia procapitalista era insignificante. Pero el callejón sin salida del estalinismo transformó completamente la situación.

El colapso de la Unión Soviética y del "Partido Comunista" provocó una tremenda confusión y desorientación. Después de seguir durante décadas una dieta a base de mentiras y falsificaciones, fabricadas por la gigantesca maquinaria propagandística estalinista —destinada a hacer creer a la población que el socialismo y el comunismo habían encontrado su más elevada expresión en un régimen totalitario, dominado por una casta corrupta y degenerada de burócratas—, provocó un retroceso en la conciencia de las masas.

Trotsky dijo que, mientras la revolución es la locomotora de la historia, los regímenes reaccionarios —especialmente regímenes totalitarios como el estalinista— actúan como un gran freno para la conciencia humana. Stalin consiguió destruir completamente las viejas tradiciones de Octubre. El exterminio físico de la vieja guardia leninista y la Oposición de Izquierdas dejó sin dirección al proletariado. Décadas de falsificación y la prohibición de los escritos de Trotsky en la URSS, acabaron con los últimos vestigios de las tradiciones democráticas e internacionalistas del bolchevismo. Uno por uno, aquellos trabajadores que sobrevivieron a la pesadilla del estalinismo desaparecieron, dejaron un tremendo vacío y nada lo ocupó. En el momento de la verdad el proletariado se quedó sin dirección y se enfrentó al ataque capitalista.

Es necesario insistir una vez más: en Rusia no fracasó el socialismo. El régimen surgido después de la contrarrevolución política estalinista tras la muerte de Lenin, no era socialismo, ni siquiera era un Estado obrero en el sentido en que Marx y Lenin lo entendían. Era una caricatura monstruosa del Estado obrero —por utilizar la terminología científica de Trotsky, un régimen de bonapartismo proletario—. Después de generaciones de dominio totalitario, la élite privilegiada se corrompió con una facilidad asombrosa. Pero ¿qué está pasando ahora?

El fracaso del ‘mercado’

Trotsky escribía en La revolución traicionada: "La caída del régimen soviético provocaría infaliblemente la de la economía planificada y, por tanto, la liquidación de la propiedad estatalizada. El lazo obligado entre los trusts y las fábricas en el seno de los primeros, se rompería. Las empresas más favorecidas serían abandonadas a sí mismas. Podrían transformarse en sociedades por acciones o adoptar cualquier otra forma transitoria de propiedad, tal como la participación de los obreros en los beneficios. Los koljoses se disgregarían al mismo tiempo, y con mayor facilidad. La caída de la dictadura burocrática actual, sin que fuera reemplazada por un nuevo poder socialista, anunciaría, también, el regreso al sistema capitalista con una baja catastrófica de la economía y de la cultura" (Ibíd., pág. 220).

Desde el punto de vista de la teoría marxista, una nueva clase dominante —en cualquier sistema socioeconómico— sólo puede emerger y mantenerse a condición de que desarrolle los medios de producción. Ya hemos explicado en otros materiales que la causa del colapso del estalinismo fue su incapacidad de conseguir unas tasas de crecimiento tan elevadas como en las economías capitalistas desarrolladas (vease Rusia: de la revolución a la contrarrevolución de Ted Grant). Al final —en el periodo de estancamiento económico bajo Breznev— la burocracia ya no desarrollaba en absoluto los medios de producción. La burocracia estaba por lo tanto condenada al fracaso. Históricamente, como explica Marx, la burguesía juega un papel progresista porque es capaz de desarrollar la economía y de esta forma, crea las bases materiales para una nueva etapa más elevada de la sociedad humana —el socialismo—. Esa es la única justificación de su existencia.

Y por las mismas razones, el régimen capitalista sólo puede consolidarse y mantenerse si es capaz de desarrollar la economía. En palabras de Engels: "Las condiciones económicas son las que al final condicionan el desarrollo histórico". Al final todo se reduce a la cuestión de la productividad del trabajo. Normalmente, en la historia del capitalismo, el aumento de la productividad laboral se consigue a través de la inversión. Éste es el secreto del desarrollo capitalista. A diferencia de los otros sistemas socioeconómicos del pasado, el capitalismo sólo puede existir revolucionando constantemente los medios de producción.

Trotsky explicó las colosales conquistas de la economía planificada y nacionalizada durante décadas, a pesar de la burocracia. En 1980 existía un tremendo potencial productivo, pero la burocracia era incapaz de desarrollarlo. Éste es nuestro punto de partida. Ahora la pregunta es la siguiente: ¿es la actual burguesía rusa capaz de hacer realidad todo ese potencial? Si la respuesta es afirmativa, entonces la perspectiva más probable sería una Rusia capitalista que rápidamente desafiaría a EEUU como potencia económica. El capitalismo ruso entonces no sería un régimen en declive, como vaticinó Trotsky, sino una superpotencia poderosa y próspera; la Revolución de Octubre y la economía planificada habrían sido simples anécdotas y el verdadero significado de estos acontecimientos habría sido preparar el camino para el triunfo del mercado. Pero esta suposición todavía está por demostrar. Se ha calculado que si la industria automovilística soviética hubiera fabricado los coches suficientes, el nivel de coches en propiedad, a principios de los años ochenta, habría sido más elevado en Rusia que en Gran Bretaña. No se fabricaban coches porque la burocracia tenía otras prioridades, aunque el poder adquisitivo existía. ¿Qué ocurre en la actualidad? Todavía no se fabrica el suficiente número de coches. Se importan automóviles del extranjero —sobre todo Mercedes para los capitalistas mafiosos que pagan en dólares—. Los rusos normales, debido a la inflación, han visto esfumarse sus ahorros en rublos. Esto no es un paso adelante, es una regresión monstruosa. Dejando a un lado las desastrosas consecuencias humanas, no sólo no se desarrolla la economía, además, la completa destrucción del mercado interno, debido al hundimiento del poder adquisitivo de las masas, está liquidando una fuente potencial de capital para la inversión.

Una regresión monstruosa

El capitalismo ruso sólo conseguirá mantenerse si es capaz de desarrollar la economía y, sobre todo, si es capaz de incrementar la productividad del trabajo. ¿Cómo podría conseguirse? Tradicionalmente, la forma principal de "economizar tiempo de trabajo" ha sido a través de la inversión en aquellos métodos que ahorran tiempo de trabajo (maquinaria). Los capitalistas no hacen esto por motivos idealistas, forma parte de la búsqueda del beneficio y también para conseguir ventajas sobre sus competidores. La contradicción aparece porque al incrementar la cantidad de capital constante con relación al capital variable, el capitalista, tarde o temprano, se enfrenta con la tendencia a la caída de la tasa de beneficios. Pero ésta es otra cuestión. Basta con decir que la función progresista del capitalismo consiste precisamente en esto: que gracias a la introducción de maquinaria y técnicas nuevas consigue ahorrar cada vez más tiempo de trabajo.

Ahora llegamos a la pregunta fundamental: ¿En los últimos diez años la burguesía rusa ha desarrollado las fuerzas productivas? La respuesta es no. La burguesía rusa no juega ningún papel progresista. Marx consideraba a los capitalistas simplemente como los reponedores de las fuerzas productivas. Su papel era utilizar la plusvalía extraída de los trabajadores para invertir en nueva producción. El hecho de que estén sedientos de codicia, que exploten brutalmente a niños y cometan otros crímenes por el estilo, es una cuestión secundaria. Mientras desarrollen las fuerzas productivas entonces harán avanzar a la sociedad. Pero ¿cuál es la situación en Rusia? En el periodo de la restauración del mercado, Rusia ha experimentado el mayor colapso de la historia económica mundial. Sólo en los primeros cinco años, la economía se contrajo un 60%. Esta caída no tiene precedentes en la historia económica. Es similar al declive económico que provoca una guerra.

La situación real ahora es peor que cuando se publicaron estas cifras. Según un estudio de una universidad canadiense, en Rusia se produce cada mes una fuga de capitales de 2.000 millones de dólares. Según estas cifras, en seis años —no en siete años como se creía— se han perdido por lo menos 140.000 millones de dólares. Incluso puede que esta cifra sea conservadora. Este dinero jamás regresará a Rusia. La burguesía rusa no sólo no desarrolla las fuerzas productivas, también las saquea y las destruye.

Se podría decir que es sólo una situación temporal y que a la larga todo se solucionará. Pero, como dijo Keynes, con el tiempo ¡todos estaremos muertos! Evidentemente, la situación no puede continuar de manera indefinida. Ninguna economía puede estar hundiéndose permanentemente. Desde el colapso de 1998 la economía rusa ha experimentado una cierta recuperación, en el año 2000 consiguió un crecimiento económico del 7,7%. Pero se supone que el crecimiento debería compensar el horrible colapso de los últimos diez años. Como señala sarcásticamente The Economist, cualquier cosa que se lance por un acantilado tiene tendencia a rebotar.

Los defensores del capitalismo dicen que la reciente recuperación de la economía rusa no es el resultado de una mejora orgánica, sino consecuencia de acontecimientos episódicos: la devaluación del rublo que siguió a la crisis de 1998 y la subida de los precios del petróleo. Los efectos de la devaluación ya han desaparecido y parece que los precios del petróleo han dejado de subir. Si como parece, la actual desaceleración en EEUU es el preludio de una recesión mundial, entonces, el precio del petróleo volverá a caer y pondría fin a la recuperación parcial de Rusia. La conclusión es evidente. El experimento de la economía de mercado ha terminado en un desastre. Todos los indicadores económicos rusos apuntan hacia un nuevo colapso en los próximos meses y años.

El problema de la inversión

La cuestión más decisiva a largo plazo es la economía mundial. Rusia depende ahora más de los mercados mundiales que antes. Es incluso más dependiente de lo que era el antiguo régimen zarista. A primera vista Rusia es un país ideal para los inversores extranjeros. Potencialmente es un gran mercado, con una fuerza laboral altamente cualificada que cobra salarios ridículos y un país con recursos naturales casi ilimitados. Pero aquí nos encontramos ante una paradoja. Actualmente la inversión extranjera privada directa en Rusia es muy baja. La afluencia de inversión (inversión empresarial) procedente de Occidente todavía es muy débil. Por situar esta cuestión en su contexto, la inversión extranjera en China en la última década ha sido veinte veces superior a la inversión extranjera en Rusia. ¿Por qué es tan baja la inversión en Rusia? La respuesta la dio el director general de la sucursal moscovita del Deutsche Morgan Grenville, un banco de inversión de propiedad alemana:

"No creo que haya cambiado nada radicalmente en Rusia en las últimas semanas. Es simplemente una cuestión de que con la llegada del nuevo año, los directores de fondos han conseguido nuevos lugares donde recolocar sus activos. No creemos que la reforma económica en Rusia sea irreversible y por eso es muy necesario que el presidente permanezca al timón" (Financial Times, 10/1/97. El subrayado es nuestro).

Desde que se escribieron estas líneas la situación no ha mejorado, todo lo contrario, ha empeorado. Un año más tarde llegó el colapso económico que provocaría la huida masiva de inversión extranjera de Rusia, tendencia que sólo se ha invertido parcialmente. Los estrategas del capital son realistas y son conscientes de la situación, por eso no invierten y también por que intentan presionar al gobierno ruso para que no cometa un suicidio político.

La inversión extranjera siempre fue bastante débil y se esfumó después de la crisis del verano de 1998. Antes de la crisis los inversores ya estaban muy desencantados con Rusia. Rápidamente se evaporó el sueño de un gran mercado. En un contexto de crisis capitalista mundial es muy difícil que aumente la participación de Rusia en los mercados internacionales. Mientras la economía mundial estaba en auge existía la perspectiva de un relanzamiento económico basado en el aumento de los precios del petróleo. Pero si la economía mundial tiene problemas y cae la demanda, el petróleo ruso ya no resultará atractivo, porque la mayoría se encuentra localizado en lugares de difícil acceso y que requieren mucha inversión.

Y de aquí se desprenden otras cosas. En la actualidad, la tendencia dominante en Rusia es la que va en dirección al capitalismo. Pero todavía no se ha completado y puede dar marcha atrás. Es verdad que el viejo orden se ha hundido pero, a pesar de los arduos esfuerzos para emprender el camino capitalista, en su lugar no hay nada estable. Esto hace que la situación sea todavía incierta. Las esperanzas rusas de conseguir dinero de Occidente se desvanecieron a partir de 1998. Rusia debe a los países imperialistas 150.000 millones de dólares. Occidente está alarmado por los acontecimientos rusos y ha otorgado la "ayuda", condicionada a que Rusia aplique una política monetaria que sirva a los intereses del imperialismo, es decir, la continuación del programa de "reformas" responsable del actual desastre. Esto sólo servirá para provocar una explosión social.

Colapso social

Los años de declive económico han provocado la desintegración social y el surgimiento de elementos de barbarie. La pobreza, mendicidad, alcoholismo, drogadicción, prostitución, crimen, epidemias…, se han extendido y alcanzado un nivel sin paralelo. Sectores de la juventud son víctimas de la lumpenización. Al antiguo azote del alcoholismo, se han sumado nuevos problemas como la drogadicción. Cada mes aparecen nuevos casos de seropositivos en Rusia, que en un 90 por ciento contrajeron la enfermedad por la escasez de higiene. Las cifras oficiales subestiman seriamente la verdadera situación. Hay aproximadamente 2,5 millones de enfermos y no hay ninguna señal de descenso. Setenta y tres de cada 100.000 rusos padecen tuberculosis —enfermedad relacionada con la pobreza y la deficiencia higiénica y alimenticia—. Según la Organización Mundial de la Salud todo lo que supere 50 casos de cada 100.000 ya se considera una epidemia.

Muchos ancianos se enfrentan a unas condiciones calamitosas, incluso al hambre, como demuestra el gran número de pensionistas que se han visto abocados a la mendicidad, incluso en Moscú y San Petersburgo. El problema es aún peor en las provincias. Algunos pensionistas viven con 400 miserables rublos al mes (poco más de 4.000 pesetas). Estas personas después de vivir toda una vida de lucha y sacrificio tenían derecho a esperar un retiro digno y, en cambio, han visto hundirse su nivel de vida.

En la era soviética muchos trabajadores ante la perspectiva de salarios altos se desplazaron al norte y al este, hacia las regiones inhóspitas donde se construían nuevas ciudades alrededor de las explotaciones de recursos naturales: petróleo, carbón, gas y minerales. Dentro de un plan centralizado, estas regiones remotas siempre estaban abastecidas. Pero ahora no es así. El régimen de "empresa privada" —que se suponía era más eficiente que la planificación central— ha dejado a estas personas a su suerte. Los abastecimientos son erráticos o no existen. Hay una amenaza seria de colapso debido a la desintegración de las infraestructuras.

Hace dos años los cortes energéticos provocaron el caos en lugares como Vladivostok y Kamchatka en el Lejano Oriente y Chukota, en el Círculo Polar Ártico. En estos lugares se alcanzan temperaturas de 38 y 55 grados bajo cero en invierno. Dentro de las viviendas las temperaturas llegaron a los cinco y trece grados centígrados bajo cero. La gente recurrió a la utilización de las estufas primitivas conocidas como burzhuyiki y en ellas quemaban de todo, desde leña a libros de la biblioteca familiar. Muchas familias tuvieron que huir sin dinero igual que los refugiados de guerra. En este caso el enemigo no eran los alemanes o los estadounidenses, sino el sistema capitalista y la "mano invisible del mercado".

Siberia y el Kuzbass son regiones de Rusia potencialmente muy ricas. Hasta hace poco, sus industrias proporcionaban ingresos regulares. Hay dos grandes centrales nucleares en Krasnoyarsk y Tomsk y una gran fábrica de aeronáutica militar en Novosibirsk. El carbón de Kuzbass es de muy buena calidad y en el pasado se exportaba en grandes cantidades para la industria del acero. Las autoridades soviéticas construyeron estas grandes fábricas en regiones tan remotas e inhóspitas precisamente para aprovechar las ventajas que suponían la proximidad del carbón y otras materias primas. Por ejemplo, el aluminio requiere mucha electricidad. Por eso, la abundancia de energía hidráulica barata en esta zona creaba las bases ideales para el establecimiento de la industria del aluminio. En otras zonas de Siberia hay grandes reservas de gas y petróleo. La población es pobre o no le sobra el dinero y depende de la industria de la zona.

En Novosibirsk, la industria de armas se encuentra en decadencia aunque aún sobrevive. Los niveles de vida, aunque todavía no son catastróficos, son bastante más bajos que en Moscú. El escenario político presenta un cuadro general de crimen y corrupción. Dondequiera que se exporten las mercancías —como el aluminio y el carbón— los ladrones se llevan su parte, disfrazados de "intermediarios" o "mayoristas" saquean la industria. A menudo los propios directores están implicados. En los casos muy extremos, la mafia controla las industrias y las ciudades, como ocurría en Leninsk-Kuznetsk, donde el alcalde pertenecía a la mafia y al final Yeltsin tuvo que detenerle.

El proletariado y el campesinado

Las dificultades que tiene la consolidación del régimen capitalista en Rusia son evidentes en la cuestión de la privatización de la tierra. Trotsky creía que el movimiento hacia la restauración capitalista comenzaría con la cuestión de la tierra, con la disolución las granjas colectivas y la creación de la agricultura privada. Pensaba que, mientras los trabajadores sí se resistirían a la privatización, el capitalismo encontraría un aliado en el campesinado. Pero no ha ocurrido así. Después de casi una década todavía no han conseguido privatizar la tierra o disolver las granjas colectivas. En el momento de escribir este artículo, sólo hay 260.000 granjeros privados en Rusia —un diez por ciento del total—.

La situación es completamente diferente a cuando Trotsky escribió La revolución traicionada. Durante generaciones la población ha vivido con la economía nacionalizada y planificada y la agricultura colectiva, lo que ha alterado completamente el equilibrio de fuerzas de clase a favor del proletariado. La realidad es que el campesinado ruso prácticamente no existe. En Rusia hay proletariado rural que no tiene ningún interés en transformarse en pequeños propietarios. Sobre todo son ancianos. Durante décadas, los jóvenes se han unido al ejército y no tenían prisa en volver a sus pueblos después de ser licenciados. La mayoría de los campesinos han continuado con la colectivización que, a pesar del bajo nivel de vida y las condiciones de pobreza, al menos les proporciona cierta seguridad. Por esa razón los planes de privatización de la tierra no han encontrado prácticamente eco en el campo, a pesar de ser el primer lugar donde Gorbachov los propuso.

Putin intenta llevar adelante la privatización de la tierra, una medida que se encuentra en los códigos de leyes desde 1993. Pero existe una gran resistencia y no hay ninguna garantía de que tenga éxito. La escasa popularidad de esta privatización es reconocida incluso por Occidente. En un reciente artículo aparecido en The Economist se decía lo siguiente: "Los rusos ya han escuchado la palabra latifundiya y no les gusta demasiado como suena" (The Economist, 10/3/01). Incluso el archirreaccionario Alexander Solzhenitsyn es contrario a esta medida; dice, correctamente, que la privatización de la tierra sólo beneficiará "la avaricia de las bandas de ladrones que han robado miles de millones a Rusia".

La prueba de la impopularidad de la reforma de mercado en Rusia es que privatización se considera una palabra sucia.

Una crisis en ciernes

El sistema ruso actual es un híbrido horrible que combina las peores características del antiguo sistema con las peores del capitalismo. El antiguo Estado totalitario se ha diluido bajo el peso de sus propias contradicciones, pero la mayoría de la vieja burocracia estatal todavía continúa en su lugar. Realmente, hoy el peso de la burocracia es mayor que antes. Ahora hay 1,7 veces más funcionarios que en la antigua URSS, que contaba con cien millones más de habitantes que la Rusia actual. Estos funcionarios están muy desmoralizados, algo que se pude deducir del aumento masivo de la corrupción y el soborno. Antes también existían este tipo de cosas, pero la escala de esta corrupción es ahora peor que en la Unión Soviética.

El hedor de la corrupción está en todas partes. Es igual al régimen de Rasputín que señaló la agonía mortal del zarismo. La corrupción y el soborno se filtran por cada poro del capitalismo ruso. Es infinitamente peor incluso que cuando existía la antigua burocracia estalinista: ahora existe en todos los niveles. Las filas de la policía, que se supone tiene que combatir el crimen y la corrupción, están plagadas de ella. Hace unos pocos años altos oficiales del gobierno fueron arrestados y la policía descubrió un millón de dólares en efectivo en sus casas. Pertenecían al servicio de estadísticas del gobierno y las grandes empresas les habían pagado por falsificar datos para ayudar a las empresas a evadir impuestos. Esto es sólo la punta de un gran iceberg de corrupción que está esquilmando la riqueza de Rusia, como un hombre agoniza lentamente a causa de una masiva hemorragia. En palabras de Oleg V. Vyugin, economista del Troika Dialog de Moscú y antiguo subdirector del Ministerio de Economía: "El gobierno se encuentra tan descompensado por arriba que ahora apenas funciona".

Esta corrupción sin precedentes, que en comparación hace parecer al régimen estalinista un modelo de rectitud, provocará la indignación del proletariado. El trabajador ruso en general tiene una actitud bastante cínica hacia sus gobernantes. Los trabajadores aceptaron durante décadas el dominio estalinista sin una explosión porque, hasta el final del periodo Breznev las fuerzas productivas se desarrollaron y las condiciones de vida mejoraron. Ahora aquella situación contrasta absolutamente con las actuales condiciones que se caracterizan por el robo y el saqueo, sólo que ahora no les acompaña el desarrollo de los medios de producción.

La constante crisis del régimen, que se ha reflejado en el continuo ascenso y caída de ministros, expresa claramente el callejón sin salida en el que se encuentra el capitalismo en Rusia. La elección de Putin no ha solucionado nada. Sólo el accidente fortuito de la subida de los precios del petróleo ha permitido que se mantenga a flote. Este año se espera que el PIB crezca sólo un 4%. Estas cifras de ninguna forma compensan el colapso que ha tenido la producción desde 1990. La tasa de producción industrial de este año (2001) es la más baja en dos años. La situación esta llena de incertidumbre. La inflación en los primeros tres meses de 2001 aumentó un 7% y terminará socavando el crecimiento industrial de Rusia. A su vez, la caída de la producción reducirá los ingresos del Estado procedentes de los impuestos y pondrá en cuestión su capacidad de pagar los salarios y las pensiones, y también si es capaz de mantener la deuda rusa que asciende a 150.000 millones de dólares. En el próximo periodo todos estos índices se deteriorarán aún más y además se caracterizará por un clima económico desfavorable en todo el mundo.

Todo está preparado para un nuevo y convulsivo periodo en la historia rusa. Occidente está seriamente preocupado por los efectos sociales de la crisis en Rusia. Y tienen buenas razones. A pesar de todos los esfuerzos del imperialismo y de la naciente burguesía rusa, el capitalismo ruso es débil y enfermizo. En las declaraciones oficiales ya se han encendido las luces de alarma. El 3 de abril Putin afirmó: "El país todavía está en un clima inversor desfavorable. Si no damos pasos serios —en particular para implantar reformas estructurales— a largo plazo podemos sufrir un estancamiento" (Business Week, 16/4/01). Esta perspectiva presagia grandes desastres para Rusia. La decadencia actual ha alcanzado tal nivel que amenaza con provocar una catástrofe social a gran escala. Si se quiere evitar el colapso es necesario dar un giro total. Imaginar que es posible hacer esto con las "fuerzas del mercado" es una ilusión vana y sin esperanza.

El profundo colapso económico, la desorientación general, el declive cultural, el retroceso de la conciencia después de décadas de estalinismo, y sobre todo, la ausencia de un partido marxista de masas, se combinan para producir todo tipo de retrocesos. La aparición del chovinismo gran ruso, el misticismo, la religión e incluso la monarquía (entre una minúscula minoría) y el antisemitismo, demuestra que el capitalismo ruso es incapaz de jugar un papel progresista.

Sólo la restauración de la economía nacionalizada y planificada puede crear las condiciones necesarias para que Rusia recupere todo su colosal potencial productivo. En medio de una recesión profunda no se puede, teóricamente, descartar que un sector de la burocracia se aparte de la posición procapitalista. Pero sobre bases burocráticas, sin la administración y control democráticos de la clase obrera, al final llevará a la misma confusión que antes. Como señala Trotsky en uno de los pasajes más profundos y gráficos de La revolución traicionada, la economía necesita la democracia como el ser humano necesita el oxígeno. Sólo un auténtico régimen de democracia obrera, en las líneas marcadas por la revolución de octubre en 1917, puede ofrecer una salida al actual callejón.

El papel del proletariado

La cuestión clave sigue siendo la reacción de los trabajadores. En general, los trabajadores rusos han permanecido pasivos hasta ahora. Esta es la única explicación de la peculiar dirección que han tomado los acontecimientos. Este hecho ha confundido a muchos observadores occidentales, e intentan explicar esta situación por la existencia de un "alma mística" rusa y la supuesta capacidad infinita de sufrimiento que tiene el pueblo ruso. En realidad, la explicación es más simple y prosaica. El problema central para la clase obrera rusa es el problema de la dirección, en esencia, es el mismo problema al que se enfrentaron los trabajadores en España, Gran Bretaña y en el resto de países.

Por supuesto ha habido huelgas —en concreto de los mineros y profesores—. Pero no hay que olvidar que la crisis del verano de 1998 fue producida por el movimiento de los mineros que, junto con otros trabajadores, llegaron a Moscú y se manifestaron fuera de la Duma. Desde entonces, la mejoría temporal de la economía, ha permitido una mejora parcial de las condiciones de las masas, el pago de una parte de los atrasos salariales, etc., lo que ha llevado a una calma en el movimiento obrero. En ausencia de otra alternativa, la actitud de la mayoría de los trabajadores hacia Putin ha sido la de "ver y esperar".

Pero la situación de Putin en el poder es muy inestable. Una nueva crisis económica transformará la situación. La paciencia de las masas tiene sus límites y pronto será puesta a prueba. La aventura chechena ha distraído temporalmente la atención de la población, pero esto no durará para siempre. Los problemas apremiantes de la vida cotidiana siguen ahí y exigen solución. Además, en la medida que el conflicto checheno se prolongue, la actitud de los trabajadores cambiará. La guerra en Chechenia dejará de ser un punto de apoyo a Putin y se transformará en su contrario.

La clase obrera está poco a poco sacando conclusiones y reagrupándose. La lentitud del proceso es el resultado de la ausencia del factor subjetivo. Sin la ayuda de una organización y dirección bolcheviques, las masas tendrán que aprender de la experiencia, explorando primero un camino y después otro. El ambiente de la población es de cólera y frustración, pero esta cólera no tiene punto de referencia, ni un vehículo organizado a través del cual expresarse. El problema es la ausencia de dirección política. Ninguno de los partidos políticos defiende una verdadera política leninista, no ofrecen a los trabajadores una alternativa seria.

Si el PCFR fuera un verdadero partido comunista y defendiese el programa de Lenin y Trotsky, entonces no habría problema. Pero nada más alejado de la realidad. El PCFR —el partido "comunista" más grande— consigue regularmente decenas de millones de votos, que reflejan el malestar y la desilusión existente con el capitalismo y la "economía de mercado". Pero Zyuganov no tiene intención de luchar por el socialismo, ni siquiera regresar a los tiempos de Breznev, aunque la mayoría de sus seguidores si estarían a favor de esta última opción. La dirección del PCFR ha demostrado ser débil y carecer de una perspectiva seria. En realidad, han aceptado el capitalismo (aunque hablen de una "economía mixta", en la práctica significa capitalismo). Pero por encima de todo, temen el movimiento independiente de las masas, y no van a hacer nada para fomentar un movimiento desde abajo. Prefieren gastar su tiempo en maniobras e intrigas interminables en los pasillos del parlamento.

La línea política del PCFR contradice totalmente el internacionalismo de Lenin y está teñida de nacionalismo ruso. Los dirigentes del PCFR han apoyado fervorosamente la guerra en Chechenia. No hay ninguna referencia a la política de clase o al socialismo. Zyuganov cree que es un hombre de Estado inteligente porque pasa toda su vida entre maniobras por arriba en la búsqueda de "aliados" potenciales. Estos incluyen a la iglesia ortodoxa griega, de la cuál se proclama ¡un devoto creyente! Este detalle por sí mismo es suficiente para demostrar lo lejos que Zyuganov y los dirigentes del PCFR están del verdadero comunismo y del leninismo. Igual que sus primos, los dirigentes obreros reformistas de España y Gran Bretaña, Zyuganov no resulta ser en absoluto inteligente, sino extremadamente estúpido. En el momento en que el PCFR empieza a tener un apoyo masivo, la conducta de la dirección parece calculada para perderlo. Desde luego, cuando las elecciones lleguen conseguirán millones de votos, simplemente porque las masas no ven otra alternativa. Pero esto ocurrirá a pesar de Zyuganov, no gracias a él.

A pesar de la conducta de los dirigentes, en el próximo periodo es inevitable un nuevo auge del movimiento de los trabajadores. Las contradicciones se están acumulando una encima de otra. Una nueva crisis económica enfrentará a Putin con la necesidad de atacar los salarios, las pensiones y las condiciones de vida. Ésta es una receta acabada para una explosión de la lucha de clases que, en determinado momento, llevará a los dirigente del PCFR —no gracias a ellos mismos— al gobierno. Este escenario produce pavor a Zyuganov. Lo último que él quiere es llegar al poder con una gran mayoría y con la clase obrera en pie de guerra. De ahí su reticencia a entrar en el gobierno. Pero el resultado final —afortunadamente— no depende de Zyuganov ni del grupo del PCFR en la Duma.

En esta situación, el vacío de poder sólo puede ser ocupado por los sindicatos y los comités obreros. Con el punto de referencia de 1905 y 1917, inevitablemente resurgirán los soviets (consejos obreros).

El papel de los comités obreros

Los comités obreros han existido en diferentes momentos con diferentes nombres y en regiones diferentes —comités de huelga, comités obreros, comités de salvación o simplemente soviets— pero la esencia es la misma. Hace dos años, los comités de trabajadores tuvieron el control de la ciudad de Anzhero-Sudzhalensk. El comité celebraba sus reuniones en las oficinas del Ayuntamiento, en sesión permanente y discusión continua. Fueron ellos los que cortaron la línea ferroviaria del Transiberiano. El objetivo principal de los comités era garantizar la unidad de acción de la clase obrera y conseguir la participación del mayor número posible de trabajadores. En Rusia, tiene profundas raíces la idea de que la clase obrera necesita sus propios representantes y organismos electos para coordinar la lucha. El comité de Anzhero-Sudzhalensk fue elegido de la siguiente forma: los comités de huelga en las fábricas eligieron delegados al comité de la ciudad. Todos los delegados podía ser revocados en cualquier momento. Esto es lo que Lenin defendía en ‘El Estado y la revolución’. Según un observador: "Los trabajadores tenían realmente el control". Los trabajadores vigilan de cerca todo, especialmente, las actividades de la administración y los directores de fábrica. Esto es comprensible si se tiene en cuenta el nivel de fraude, estafa y corrupción que existe y las cantidades que se sabotean en la producción. Esto corresponde exactamente con lo que Lenin escribió en La catástrofe que nos amenaza y cómo combatirla. De esta forma, espontáneamente, la clase obrera rusa regresa a sus antiguas tradiciones.

Cuando los trabajadores dan los pasos necesarios para interferir en el "derecho divino de dirección" y se ponen al corriente de los secretos de los jefes, los libros de contabilidad y todo lo demás, están desafiando el sistema existente y se preparan para tomar el control de la producción en sus manos.

La necesidad de la democracia obrera es una lección que las masas han aprendido a través de su propia existencia. Los comités obreros son la expresión concreta y viva de esta experiencia. No se puede ver a estos comités como un sustituto de los sindicatos o en oposición a ellos, sino como un complemento necesario. Tienen ventajas evidentes sobre las estructuras sindicales: son más flexibles, cuentan con una base más amplia, y son capaces de reunirse en sesión permanente. Aquí todos los trabajadores saben todo lo que está ocurriendo. Consultan, preguntan, discuten y aprenden colectivamente. Hay plena democracia. Todas las tendencias tienen la libertad de expresar sus opiniones. Las noticias viajan rápido, permiten a los trabajadores reaccionar ante los acontecimientos. Los comités también tienen otro papel: mantener a la dirección sindical bajo continua presión y evitar la formación de la burocracia.

La fuerza de los comités naturalmente sufre avances y retrocesos junto con el propio movimiento. Pero en el momento decisivo resurgirán y permitirán que los trabajadores y otras capas combativas de la sociedad entren en acción. Éste es el elemento más decisivo en la ecuación. Bajo la dirección de una genuina corriente leninista, los comités obreros podrían jugar el mismo papel que los soviets en 1917. Incluso sin esa dirección, jugarán un papel clave en los acontecimientos que se avecinan.

Los trabajadores volverán a sus sindicatos y a sus comités. Pero hay un límite. Ni los sindicatos ni los comités tienen un programa político. Es absolutamente necesario tener un programa político. Sin embargo, nadie en la actualidad lo ofrece. El PCFR simplemente insiste en la "idea nacional", mientras que los trabajadores buscan una alternativa de clase.

En regiones como el Kuzbass, el movimiento obrero ha estado durante el último periodo muy activo; además han participado otras capas de la población, incluso algunos ingenieros (en realidad directores) también. Después de todo, ellos tampoco cobran, por eso sienten simpatía y solidaridad con la clase obrera. Marx decía que cuando la clase entra en acción dispuesta a cambiar la sociedad, una capa de los "intelectuales burgueses" rompe con la clase dominante y se pasa al lado de los trabajadores. Esta gente honrada, inteligente y culta pone su energía y talento a disposición del proletariado. En los próximos meses, el movimiento resurgirá con nuevos bríos. Es posible que comience, no en Moscú o San Petersburgo, sino en las provincias. Una vez el movimiento obrero se decida a entrar en acción, el entusiasmo se extenderá rápidamente de ciudad en ciudad, de provincia en provincia. La existencia de los comités proporcionará una estructura dispuesta a coordinar y extender las acciones de los trabajadores. En estas circunstancias, incluso una pequeña organización revolucionaria puede crecer rápidamente, siempre que esté equipada con las ideas, política, orientación y perspectivas correctas. Pero es esencial que esta organización exista antes de que el movimiento emprenda este camino.

Perspectivas para el trotskismo

Este es un momento crítico en la historia de Rusia. La crisis que comenzó en 1998 se ha superado temporalmente, pero toda la situación es tremendamente inestable. Los reformistas han hecho todo lo posible para "normalizar" el capitalismo ruso y han fracasado. No se puede conseguir una estabilidad duradera. El descontento de la población crece y se profundiza según pasan los días. Aumenta la perspectiva de una ofensiva mayor de la clase obrera. La capa dominante sufre continuas crisis y divisiones. Algunos de los principales oligarcas capitalistas ya han huido al extranjero. Las capas medias, que antes miraban al capitalismo en busca de salvación, ahora son presa del escepticismo y la incertidumbre hacia el futuro. El único factor ausente es un partido y dirección revolucionarias. Los dirigentes del PCFR y los sindicatos (FNPR) sólo han puesto trabas al movimiento. Esto ha provocado descontento, crisis internas y divisiones en todos los llamados "Partidos Comunistas".

A pesar de todo, millones de rusos todavía votan al PCFR ("los comunistas") por una buena razón: no hay alternativa. El Partido Comunista de los Trabajadores (RKRP) está a la izquierda del PCFR, al menos en palabras, pero es mucho más pequeño. Los otros partidos comunistas son demasiado pequeños para jugar un papel significativo. En la actualidad la mayoría de los militantes del PCFR son pensionistas que están desesperados y furiosos, nostálgicos del pasado. Algunos de ellos portan retratos de Stalin en las manifestaciones. Pero han encontrado poco o ningún eco entre los trabajadores. Cada vez hay más críticas a Zyuganov y están dispuestos a apoyar medidas radicales.

Por razones históricas, las fuerzas del verdadero leninismo (los trotskistas) han quedado relegadas. Hoy su fuerza numérica es pequeña. Pero la fuerza de sus ideas supera con mucho a su debilidad numérica. Han mantenido la bandera del trotskismo, contra todas las adversidades. Recientemente han encontrado eco dentro de las filas de los partidos comunistas, donde un número cada vez mayor de activistas buscan ideas e incluso están dispuestos a considerar el trotskismo una alternativa posible. Hoy, más que nunca, las ideas de Trotsky están vivas en Rusia. Sobre todo, las ideas contenidas en su gran obra maestra, La revolución traicionada, son una guía para la nueva generación de jóvenes obreros que buscan una salida revolucionaria.

Perspectivas

La situación actual en Rusia es una confirmación gráfica del análisis de Trotsky. Marx explicó el proceso mediante el cual la libre competencia engendra el monopolio. Pero el monopolio a su vez prepara el camino para la propiedad estatalizada. El espectáculo de los grandes monopolios rusos enriqueciéndose a expensas de la población sólo está provocando un sentimiento de rabia. La psicología de los trabajadores rusos no es igual que en Occidente, donde la población lleva generaciones viviendo bajo el capitalismo. Puede que no les guste lo que provoca el capitalismo, pero la mayoría de las personas que viven en los países capitalistas avanzados consideran el capitalismo como algo inevitable y casi natural. Normalmente no cuestionan el derecho divino de los capitalistas a poseer la industria y explotar el trabajo. Pero en Rusia las cosas son diferentes. Durante generaciones la población ha vivido en una sociedad donde los medios de producción estaban en manos del Estado que, en teoría, se suponía defendía los intereses de la clases obrera. La gran mayoría cree que los propietarios de las empresas privadas son ladrones que han robado la propiedad del pueblo. Y esto es completamente correcto. El capitalismo no tiene legitimidad ante los ojos de la clase obrera. Esta es una diferencia muy importante con Occidente, y puede tener grandes consecuencias en el próximo periodo.

Cuando se recuerde este periodo en una perspectiva histórica más amplia, entonces, será visto como una aberración temporal, no la Revolución de Octubre, sino el estalinismo y el podrido régimen de capitalismo mafioso. El régimen actual no representa ningún progreso sino una regresión monstruosa. Según pasan los días los horrores del capitalismo corrupto y gansteril quedan marcados en la mente de las personas, y dará un nuevo significado a las palabras de Engels: "Es la lucha darwinista por la existencia individual, transplantada, con redoblada furia, de la naturaleza a la sociedad. Las condiciones naturales de vida de la bestia se convierten en el punto culminante del desarrollo humano" (Engels, Del socialismo utópico al socialismo científico. Madrid, Editorial Aguilera, 1969, pág. 72).

Si aceptamos la idea de Marx y Engels, que la viabilidad de un sistema socioeconómico concreto depende en última instancia de su capacidad para desarrollar las fuerzas productivas, entonces debemos sacar las conclusiones necesarias. Después de casi diez años de intentar implantar el capitalismo, Rusia se encuentra ante un callejón sin salida.

El estalinismo destruyó la Unión Soviética y enterró las esperanzas de millones de personas. Pero contrariamente a lo que piensan los apologistas del capitalismo, no es el final del proceso. Después de casi una década de "economía de mercado", las masas en Rusia están desencantadas con el capitalismo.

El problema de la dirección

Tarde o temprano, de una forma u otra Rusia deberá decidir que dirección tomar. Cómo se solucionará esta contradicción es una cuestión que no se puede establecer por adelantado, porque a diferencia de una ecuación matemática, en este proceso están implicadas fuerzas vivas. Al fin y al cabo es la lucha de clases. Mientras que, como dice Marx, las transformaciones materiales de la producción se pueden determinar "con la misma precisión que las ciencias naturales", no ocurre lo mismo con las formas políticas porque la lucha de clases llega hasta el final. Estos procesos son muchos más complejos y contradictorios.

La única razón para que la situación haya evolucionado de esta forma se debe a la inercia temporal del proletariado. Pero ésta no durará para siempre. La clase obrera todavía es el elemento más importante de la ecuación. Numéricamente, la clase obrera rusa es una fuerza impresionante. Además, gracias a la forma en que funcionó la economía planificada, se concentró en grandes centros industriales en los que viven y trabajan cientos de miles de trabajadores. Si alguien quiere saber que significa esto, hay que mirar lo ocurrido en Polonia en 1980, cuando diez millones de trabajadores entraron en acción para cambiar la sociedad. Nadie esperaba esa explosión. Y de la misma forma, la clase obrera rusa a la que todo el mundo ha olvidado o descartado cogerá al mundo por sorpresa. Décadas de dominio totalitario han tenido su efecto, han confundido y desorientado a las masas. Pero la vida continúa. Los trabajadores han tenido una muestra de la "economía de mercado" y han sacado conclusiones negativas.

Marx y Engels mantenían que la revolución socialista era inevitable. Pero también dijeron que si la clase obrera no triunfaba, la lucha podría terminar en la "ruina común de las clases en contienda". La elección, en última instancia, es entre el socialismo o la barbarie. En Rusia en la actualidad ya están presentes elementos de barbarie. El caos actual amenaza con provocar un colapso total; es una posibilidad real si en el próximo periodo la clase obrera no toma el poder. Por supuesto, en un amplio sentido histórico, el socialismo es inevitable porque a escala mundial el sistema capitalista ha llegado a un callejón sin salida. Esa es una de las principales razones que nos hace dudar de la viabilidad del capitalismo en Rusia, aunque no se puede descartar que durante un tiempo pueda sobrevivir sobre una base inestable. Pero incluso un sistema inviable debe ser derrocado.

El resultado de la lucha de clases, y el de una guerra entre naciones, no se puede predecir con total seguridad. Depende de muchos factores. Precisamente por esa razón Napoleón decía que la guerra era la ecuación más complicada. No sólo por el número de soldados implicados en la lucha, también la moral, coraje, disciplina y experiencia, suministros, armas y equipamiento son fundamentales. Y por último, pero no menos importante, la calidad de su dirección, desde los generales a los suboficiales.

Afortunadamente, el factor subjetivo no se limita sólo a la capa dirigente. Lenin dijo que la clase obrera era más revolucionaria que el partido más revolucionario, y esta idea es mil veces correcta. El proletariado ruso tiene una larga y gloriosa tradición revolucionaria que redescubrirá en el curso de la lucha. Evidentemente, este proceso sería más rápido y efectivo si existiera una corriente de masas genuinamente leninista. Pero aprenderán a construirla. El proletariado ruso fue el primero en crear soviets, en la revolución de 1905. No debemos olvidar que los soviets no los inventaron los bolcheviques u otro partido, son una expresión de la clase obrera.

Los trabajadores rusos regresarán a las tradiciones de 1905 y 1917. Ya están regresando a ellas, como vimos en las huelgas mineras de hace unos años. Esto demuestra que, a pesar de todo, las viejas ideas y tradiciones no se han perdido en absoluto, continúan y están profundamente enraizadas en la conciencia de la clase. Aunque los comités obreros suelen disolverse después de una huelga, con total seguridad reaparecerán otra vez en las nuevas luchas y tendrán un alcance mayor cuando la crisis empiece a afectar al conjunto de la clase obrera.

El destino de Rusia todavía no está decidido por la historia. Una vez el proletariado entre en acción, barrerá todo lo que tenga delante. La crisis general en la sociedad también afecta a las fuerzas armadas. La situación en los barracones ya era tensa antes, y se volverá explosiva cuando la crisis económica se profundice. Por eso es poco probable que puedan utilizar el ejército para reprimir las insurrecciones de la clase obrera. Lo más probable es que el ejército se una a la población —no sólo los soldados sino también los oficiales— como ocurrió en Albania.

Los acontecimientos albaneses de hace unos años demostraron lo que puede ocurrir en Rusia. Aunque el presidente albanés, Berisha, había privatizado prácticamente todo, cuando llegó la explosión, el Estado colapsó como un castillo de naipes. Al igual que Putin, Berisha era un "hombre fuerte" que creía tener la situación bajo control. Pero en el momento de la verdad, fue arrollado como un muñeco de trapo. Lo único que impidió el triunfo de la revolución albanesa fue la ausencia de un partido y dirección revolucionarias. Pero Rusia no es Albania. La clase obrera es mil veces más fuerte, sus tradiciones están más ligadas al bolchevismo, y por lo tanto sus oportunidades de éxito son mayores. La amenaza de la intervención extranjera ahogó la revolución albanesa. Pero ¿quién se atrevería a intervenir contra la clase obrera rusa?

En el calor de la batalla, los trabajadores rusos aprenderán rápidamente. Las fuerzas del genuino leninismo pueden crecer muy deprisa y ocupar la dirección de los comités obreros. El éxito de la revolución depende de la adopción de un programa y política correctas, basada en la democracia obrera y el internacionalismo. Armados con este programa —el programa de Lenin y Trotsky— serán invencibles. A pesar de todo, la clase obrera rusa hoy es mil veces más fuerte que en el momento de la Revolución de Octubre. Y la propia Rusia, a pesar del terrible declive de la última década, cuenta con una base productiva que no tiene nada en común con la débil economía de la Rusia zarista.

Una vez la clase obrera tome el poder en sus manos en Rusia, con el colosal potencial productivo de Rusia, su fuerza laboral cualificada y culta, vasta agricultura y recurso