La actitud de los socialistas revolucionarios hacia el gobierno de Kirchner

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Las medidas adoptadas y anunciadas por el gobierno de Kirchner en sus primeras semanas están provocando un debate muy vivo dentro del campo obrero y popular; y en concreto, sobre cómo debemos caracterizarlo y qué actitud debemos tomar hacia él. Junto a esto también está el debate dentro de la izquierda sobre el carácter de la etapa actual que atraviesa el movimiento popular iniciado tras el “Argentinazo”. Las medidas adoptadas y anunciadas por el gobierno de Kirchner en sus primeras semanas están provocando un debate muy vivo dentro del campo obrero y popular; en concreto sobre cómo debemos caracterizarlo y qué actitud debemos tomar hacia él. Junto a esto también está el debate dentro de la izquierda sobre el carácter de la etapa actual que atraviesa el movimiento popular iniciado tras el "Argentinazo".

Las expectativas creadas

No cabe ninguna duda de que existen ciertas expectativas entre las familias trabajadoras hacia el nuevo gobierno. El discurso de toma de posesión de Kirchner, con su crítica a las denominadas políticas "neoliberales" practicadas en los últimos 25 años con su secuela de corrupción, desindustrialización, empobrecimiento masivo e impunidad, indudablemente encontró un importante eco popular. La inclusión en su gobierno y en otros sectores de la administración de algunos políticos con cierto cariz "progresista" también avalaron esa imagen de ruptura con el pasado. Por otro lado, la presencia destacada y protagónica el día de la toma de posesión de Lula, Chávez y, sobre todo, de Fidel Castro (dirigentes políticos de indudable referencia para las masas trabajadoras latinoamericanas), quienes avalaron con sus discursos la figura del nuevo presidente, también reforzaron esta impresión.
Igualmente, las promesas y las primeras medidas adoptadas también fueron recibidas con aprobación y algunas de ellas con profunda simpatía. Así, tuvimos el descabezamiento de la mayor parte de la odiada cúpula militar y de la policía (parte de la cual seguía vinculada a la dictadura genocida del 76-83 y al menemismo), la finalización del largo conflicto docente en Entre Ríos y San Juan con el pago de los salarios atrasados (si bien con un crédito especial del Banco Mundial), y el anuncio del plan de obras públicas para viviendas e infraestructura. También se declaró que no habría aumento inmediato de las tarifas de los servicios públicos, que se respetaría la prórroga de 90 días en los remates hipotecarios declarada por la justicia, y que se revisarían los contratos de las empresas privatizadas. Por último, en lo referente a las relaciones internacionales, se planteó la apuesta por la integración latinoamericana con el reforzamiento del MERCOSUR y de las relaciones con Brasil, frente a las presiones del imperialismo norteamericano en su política de implementación del ALCA. Todo ello coronado con la apuesta por el llamado "capitalismo nacional".
Después de año y medio de intensa lucha y sacrificios, de aumento desopilante de la pobreza, y de grandes padecimientos y amenazas involucionistas, es normal que millones de trabajadores, amas de casa y jóvenes respiraran aliviados con la renuncia de Menem a quien, justamente, identificaban con las políticas entreguistas y antisociales de la última década. Como reacción, y junto a los discursos y primeras medidas adoptadas, Kirchner ha conseguido dotarse de una cierta base de apoyo social que parecía difícil de alcanzar tras obtener un 22% de apoyo en las urnas en la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Y no cabe ninguna duda de que gran parte de estas medidas se implementaron concientemente para ensanchar esta base social de apoyo.
Las expectativas depositadas en el gobierno de Kirchner por gran cantidad de trabajadores y jóvenes en estas primeras semanas son comprensibles. Ahora bien: ¿Se justifican estas expectativas despertadas? ¿Servirán las medidas anunciadas, iniciadas e implementadas por Kirchner para solucionar el problema de la desocupación, los bajos salarios, el empleo precario, la carestía de la vida y la pobreza, la impunidad y la represión policial? Esto es lo que pretendemos explicar a lo largo de este artículo.

Divisiones en la clase dominante

No se puede entender el carácter de las medidas tomadas y anunciadas por Kirchner sin comprender y conocer las profundas divisiones que existen en el seno de la propia clase dominante, que tienen su causa en las discrepancias sobre cómo encarar el futuro del capitalismo argentino -o mejor dicho, como salvarlo de sí mismo-, y el reparto de las parcelas del poder económico. Estas divisiones se profundizaron durante el último año y se reflejaron en la disputa electoral por medio de diferentes candidatos enfrentados entre sí.
Por un lado, está el sector de la clase dominante conformado por los bancos y el sector financiero, la mayoría de los exportadores agrícolas, las empresas privatizadas y algunas grandes empresas nacionales que se nuclearon en torno a Menem y López Murphy. Éste es un sector que está ligado directamente al imperialismo norteamericano. El eje de sus negocios giraba en torno a la expatriación de capitales beneficiados con el 1 a 1. Fue el sector más beneficiado por las políticas de los últimos años gracias a sus conexiones directas con el poder político y judicial, lo que les permitió hacer grandes negociados.
Frente al sector anterior, se sitúa la mayor parte del sector industrial nacional, beneficiado con la devaluación del peso y más orientado al mercado interno, que respalda a Kirchner. Entre éstos, se destacan los empresarios de la construcción, y las patronales Unión Industrial Argentina (UIA) y Asociación Empresaria Argentina (AEA). Sólo los miembros de esta última facturan $ 120.000 millones, el equivalente al 38% del PBI argentino. Es decir, no estamos hablando de un sector marginal, sino de un sector clave de la burguesía y la oligarquía nacional.

El aparato del Estado

Durante años, el aparato del estado argentino se había convertido en un instrumento controlado directamente por el primer sector de la clase dominante mencionado, a través de los políticos de turno. Por simplificar, lo denominaremos sector "menemista" (aunque incluye también al sector que apoyó a López Murphy). Los aparatos judicial y legislativo tenían la misión de garantizar "legalmente" todos los negociados de este sector y el saqueo de la riqueza nacional por medio de las privatizaciones.
La corrupción generalizada de los altos funcionarios del Estado en la Capital y las provincias, junto a la política clientelista de comprar votos y voluntades, significaba el despilfarro de una cantidad ingente de los recursos del estado. La evasión impositiva en masa y el aumento de la deuda externa hacían reducir al mismo tiempo los ingresos del Estado, lo que se profundizó con la crisis económica de finales de los 90, el cierre de fábricas y la huida masiva de capitales. Las condiciones para la quiebra del Estado estaban dadas.
Desde un punto de vista puramente capitalista, esto representaba una situación insostenible. El funcionamiento "normal" de la economía capitalista necesita de reglas claras y, supuestamente, iguales para todos los sectores económicos. La progresiva descomposición del capitalismo argentino en los últimos 25 años, que se manifestó en el desmantelamiento del tejido industrial, en su enorme dependencia de los capitales extranjeros y en la instalación de una economía rentista y parasitaria, culminó con la crisis económica más importante de su historia y en la rebelión popular del "argentinazo" en diciembre del 2001.
Las medidas anunciadas por Kirchner tienen como objetivo salvar el sistema capitalista, atacando los intereses del sector más parasitario de la economía; y eso pasa por "limpiar" y "ordenar" el aparato del Estado con el fin de adaptarlo a los intereses del sector de la burguesía que él representa. Para la política que Kirchner quiere implementar resulta vital aumentar la entrada de recursos con el fin de cuadrar el círculo: pagar la deuda externa y mantener los gastos estatales. Kirchner va a mantener el impuesto del 20% a las exportaciones de los productos agrícolas y ganaderos, y a los hidrocarburos, lo que le enfrenta a estos sectores. Contra la evasión impositiva, que asciende a la astronómica cifra de $ 30.000 millones anuales (equivalente a casi el 10% del PBI y al 45% del presupuesto nacional) se impulsa la creación de tribunales especiales para combatirla. Que quede claro, que el gobierno de Kirchner no busca aumentar los impuestos a los más ricos y a los grandes empresarios sino que éstos "respeten" las reglas del juego y convencerlos para que, al menos, paguen sus impuestos "legales". Estas medidas "perjudican" más al sector más parasitario de la economía (agrícola-ganadero, privatizadas y bancos). El Estado pretende de esta manera transferir una pequeña parte de las ganancias de estos sectores al Estado para respaldar su política económica, más favorable al sector industrial y a la implementación del plan de obras públicas anunciado.
La lucha entre estos sectores de la clase dominante también alcanzaba al aparato del estado en otra vertiente: la política represiva. El sector "menemista" se mostraba cada vez más insolente con la idea de "criminalizar" la protesta social, y recurrir a la "mano dura". La cúpula militar y policial tampoco ocultaba sus preferencias por este tipo de política. Pero el sector "kirchnerista" (y antes que él, Duhalde), más inteligente, es conciente de que, dada la situación social, y a pesar de la aparente calma que existe en la lucha de clases, una represión "dura" del movimiento podría ser contraproducente, avivando la protesta social, como lo demostraron los asesinatos del Puente Pueyrredón en junio del año pasado.
En este contexto de "dinero fácil" y corrupción generalizada en al aparato del Estado también se destacaba la cúpula militar y los altos oficiales policiales, que funcionan como un Estado dentro del propio Estado. Las políticas cobardes de los políticos burgueses hacia el estamento militar y policial desde la caída de la dictadura los hacía creerse "intocables".
La Corte Suprema de Justicia, de indudable composición "menemista", también utilizó durante el mandato de Duhalde su posición para "sabotear" los intentos de forzar su cese decretando numerosos "fallos" demagógicos que sonaban populares: como fue la inconstitucionalidad de las Leyes de Obediencia Debida y Punto Final, la ilegalidad del Corralito, y otras. De esta manera utilizaba sus atribuciones con el único fin de proteger sus propios privilegios, incomodando a la propia clase dominante y al gobierno, con éstos o con la amenaza de otros "fallos" futuros.
De esta manera, con la decisión de Kirchner de depurar una parte del aparato del Estado (Fuerzas Armadas, policía y Corte Suprema de Justicia) lo que se busca es, como decíamos antes, "limpiar" parcialmente este órgano para poder controlarlo más de cerca y hacerlo servir a los intereses del sector de la clase dominante que él representa.
También se pueden añadir factores personales, aunque no es lo decisivo, para explicar estas medidas de "limpieza" del aparato represivo del Estado. A diferencia de Menem o López Murphy, que son de extracción burguesa y miembros concientes de su clase, y para quienes el aparato del Estado es un instrumento especial de dominación necesario para perpetuar la dominación de su clase mediante la represión las luchas de las masas, Kirchner es de procedencia pequeñoburguesa, e incluso en su juventud militó en la "izquierda" peronista. Como todo político pequeñoburgués, está imbuido de la mistificación del Estado "democrático" como órgano imparcial amortiguador de las contradicciones sociales que se eleva por encima de las clases, y sometido al poder político "democrático" elegido por el pueblo. Es perfectamente natural que le incomodara la presencia de elementos ligados al pasado de la dictadura, a las camarillas corruptas del menemismo y su tendencia a la "conspiración", y la arrogancia con que la casta militar, policial y judicial se inmiscuye en las decisiones políticas del gobierno que les afectan directamente. Quizás consideraba conveniente dejar claro "quien manda aquí" para disciplinar a estos sectores.
En este tema, todos los sectores de la clase dominante sin excepción (a través de sus "parlantes" en las editoriales de Clarín, La Nación y otros) manifestaron lo poco conveniente, "excesivo" e "innecesario" de lo que denominaron "purga militar". También estos sectores hablaron como representantes concientes de su clase. Ellos son concientes de que esta "purga militar" rompe el mito de la casta militar como "intocable". Da un golpe muy fuerte al fetichismo del "miedo al ejército". Hace disminuir el temor y el pánico de la población hacia un instrumento de represión que siempre se caracterizó en nuestro país por su extrema crueldad y violencia contra la clase obrera y el resto de sectores populares.
La mayoría de las medidas que levantaron polvo y trataron de seducir a las masas trabajadoras, en términos de clase, son "gratis", nada cuestan en intereses materiales al conflicto entre el trabajo asalariado y capital, entre las masas trabajadoras empobrecidas y la clase dominante rica. Kirchner enfoca su actividad primeramente en asegurar el triunfo de la fracción de la burguesía que él representa. En sí mismas, estas medidas responden a una necesidad subyacente en el capitalismo argentino: recuperar la confianza de las masas en las instituciones del régimen, desviar hábilmente su atención hacia el parlamento, colocar la disputas dentro de la arena del Estado, y a la vez tonificarlas luego de los acalorados meses que siguieron a Diciembre, cuando esta confianza parecía desvanecerse. Por otro lado, el Estado, como instrumento de dominación de clase, no puede permanecer intacto con las huellas del "menemismo" si quiere aparecer ante los ojos de las masas como "imparcial" o "democrático". Hay que limpiarlo, maquillarlo. El sector de la burguesía que representa Kirchner quiere disminuir el drenaje de los recursos que se traga el Estado, a la vez que mostrarlo imparcial, confiable a los ojos de las masas, mientras lo mantiene firmemente bajo su control.

¿Es posible un "capitalismo nacional"?

Kirchner volvió a popularizar en su discurso de toma de posesión la idea de apostar por un "capitalismo nacional". Si tal cosa pudiera existir podría significar algo así como la posibilidad de que un país capitalista de tipo mediano o poco avanzado pueda desarrollar sus fuerzas productivas (industria, agricultura, ciencia y tecnología) emancipándose del dominio y de los intereses de las grandes potencias imperialistas. Sin embargo, no existe y no puede existir tal tipo de "capitalismo nacional" en la época moderna en ningún país del mundo. El hecho más relevante de nuestro tiempo es, precisamente, el dominio aplastante que el mercado mundial ejerce en todo el planeta. No sólo los países más atrasados, sino incluso los más avanzados no pueden desarrollarse fuera de los circuitos del mercado mundial y de la interrelación de intercambios comerciales que caracterizan a la economía capitalista internacional.
No estamos en el siglo XIX, en el inicio de la formación de los modernos estados nacionales cuando se empezaban a desarrollar la industria y a tejer las redes comerciales que permitieron a unos pocos países "adelantados" construir su "capitalismo nacional". Fue precisamente a partir del "libre comercio" como se llegó a la actual época del imperialismo monopolista, la época de los monopolios y las grandes multinacionales que sofocan cualquier intento de construir "independientemente" una industria "nacional" al margen de las grandes potencias imperialistas. Tampoco es la época que se dio después de la 2ª Guerra Mundial, cuando el ensanchamiento del mercado mundial permitió a países de segunda fila desarrollar sus fuerzas productivas durante un período de tiempo, sólo para volver a caer en las garras de las grandes potencias en las últimas dos décadas.
Las burguesías nacionales de los países menos desarrollados son demasiado débiles y atrasadas para competir con éxito con las grandes empresas multinacionales. De hecho, lo que presenciamos es el fenómeno contrario, cómo las grandes multinacionales se apropian de la riqueza nacional de la mayoría de los países y se reparten el mundo entre sí. Las guerras en Irak, África y otras partes del mundo son la manera en que estas grandes potencias se apropian de los recursos y las materias primas de los países pobres cuando fracasa la "vía diplomática". Las presiones intolerables sobre los gobiernos nacionales, el chantaje económico, comercial y diplomático o la desnuda instigación a "golpes de estado" y complots para "convencer" o derribar a gobiernos díscolos han sido el pan de cada día en las últimas décadas y años.

La experiencia del "peronismo" y el "chavismo"

Mucha gente identifica la idea del "capitalismo nacional" como una vuelta a los días de Perón. Es verdad que durante el primer gobierno de Perón, y más exactamente hasta 1952, la clase obrera argentina accedió a importantes conquistas históricas en cuestiones de empleo, salario, vacaciones pagas, y otros avances sociales, muchas de ellos ya desmantelados. Pero la posición de la Argentina de aquellos años tiene muy poco que ver con la actual. Perón se benefició de una situación donde Argentina era la décima potencia industrial del mundo y donde había una demanda extraordinaria de carne de vaca y trigo desde Europa y otras partes del mundo, recién terminada la 2ª Guerra Mundial. Como en otros países del mundo, el ensanchamiento del mercado mundial permitió un importante desarrollo industrial del país en aquellos años y en décadas siguientes, que terminó con la primera gran crisis de la economía mundial en 1973. Así vemos una vez más cómo ninguna economía nacional (ni en 1945, ni en 1973, ni en el 2003) puede tener una existencia independiente del mercado y la economía mundial.
Tarde o temprano se imponen los intereses de las grandes potencias y multinacionales sobre los de la economía nacional más débil. Con una burguesía débil y cobarde, incapaz de enfrentar el acoso imperialista y de la oligarquía, sólo existe una clase social en la sociedad capitalista capaz de hacerlo: la clase obrera. De hecho, fueron los trabajadores quienes enfrentaron los diversos intentos de socavar al gobierno peronista de aquellos años (a pesar de que entre 1952-55 la política de Perón consistió en contrarreformas y enfrentó huelgas obreras). En el momento decisivo, en el golpe de "la libertadora", Perón pudo haber movilizado a los trabajadores para hacer fracasar el golpe armando a los trabajadores (como fanfarronamente amenazaba a la oligarquía). Pero temía más un movimiento independiente de los trabajadores armados que a la oligarquía y al imperialismo norteamericano, porque era conciente que enfrentado a todos los sectores de la clase dominante (desde la oligarquía agrícola y ganadera, hasta la burguesía industrial) la única alternativa era la expropiación de la misma, es decir, implementar una política genuinamente socialista. Pero esto era lo último que Perón estaba dispuesto a hacer, como burgués conciente que era. Por eso prefirió dejar el poder sin lucha, abandonando a su suerte a la clase obrera argentina en manos de la reacción.
Nuevamente, el intento de desarrollar un "capitalismo nacional" en el tercer gobierno peronista terminó en una pesadilla para los trabajadores argentinos. En una situación revolucionaria como la que hubo a principios de los 70, igual que en los años 50 los capitalistas "nacionales" se entregaron a una orgía de sangre y represión con el golpe del 76 para frenar a los trabajadores. La responsabilidad de esto recayó nuevamente en los dirigentes peronistas cuyas políticas de conciliación entre las clases y de "armonía" entre el "Capital" y el "Trabajo" desarmaron y paralizaron políticamente a los trabajadores peronistas (mayoritarios entonces en la clase obrera argentina). No es un detalle menor que el ala de "derecha" del peronismo colaborara activamente con la reacción en esta masacre .
El último intento de llevar a la práctica el denominado "capitalismo nacional" es Chávez en Venezuela. Lo que pide Chávez es muy modesto: que las multinacionales y los grandes empresarios nacionales "sacrifiquen" una pequeña parte de sus fabulosas ganancias para atender las necesidades más apremiantes que tiene el pueblo; vivienda, sanidad y educación decentes, salarios dignos y empleo estable. Pero incluso esto les parece demasiado a la oligarquía, y por eso ya intentaron derrocarlo dos veces en el último año. Y en ambos casos, el gobierno de Chávez fue salvado por la acción heroica de las masas trabajadoras que se echaron a las calles. La política contemporizadora de Chávez con la reacción burguesa solamente tiene el efecto de animar aún más a ésta para proseguir con sus planes golpistas con el fin de acabar definitivamente con la llamada revolución bolivariana.

Una política "keynesiana"

También se asocia la idea de "capitalismo nacional" con la implementación de una política "keynesiana"; es decir, de hacer intervenir al Estado en la economía para estimular el desarrollo productivo. De hecho, Kirchner se ha definido reiteradas veces como "keynesiano". Pero una política "keynesiana" consecuente implica el endeudamiento del Estado para suplir la falta del capital privado en la esfera económica, en el suministro de capital barato a los empresarios para que inviertan, en el aumento de los gastos estatales en educación, sanidad, vivienda, planes sociales, etc, en el aumento de los impuestos a los más ricos y, en último término, en la nacionalización o estatización parcial de las fuerzas productivas.
¿Existe margen en la Argentina para desarrollar una política "keynesiana"? Nuestra respuesta es no. Los compromisos con el FMI, que el gobierno de Kirchner no cuestiona a pesar de su declaración de que no se pagará la deuda a costa del "hambre" del pueblo, lo incapacitan siquiera para iniciarla. En primer lugar, el gobierno acepta que debe haber un superávit fiscal, es decir, que al estado debe ingresar más dinero del que gasta. Ello implica, por lo menos, un congelamiento de los gastos estatales. En segundo lugar, el estado argentino (y con él Kirchner) se comprometió a destinar a los bancos $20.000 millones como "indemnización" por la pesificación de los créditos. Con lo que esta enorme suma, que bien podría ir a la inversión estatal productiva, va a parar directamente a los bolsillos y a las cuentas de los banqueros parásitos. El gobierno de Kirchner, también por el principio de acuerdo con el FMI, se compromete a no subir los impuestos a los capitalistas; más bien al contrario, existen compromisos para rebajar algunos de ellos (a las ganancias del 35% al 30%, indemnizaciones por despido o doble indemnización, y otras). Por no hablar del 4% ó 5% anual del PBI que se espera que Argentina dedique al pago de la deuda pública a partir del próximo año.
Cómo un estado semiquebrado, en estas condiciones, puede disponer aún de plata suficiente para aumentar sensiblemente los gastos estatales e invertir en la economía productiva, es un milagro que debería ser explicado. El plan de obras públicas anunciado por Kirchner parecería una buena alternativa, pero creemos que va a tener un impacto limitado. Si bien un plan a varios años para construir 200.000 viviendas puede sonar ambicioso realmente queda muy por debajo de las verdaderas necesidades sociales que se necesitan en un país con millones de personas que viven en villas miserias, o en viviendas muy deficientes, o para atender las necesidades de decenas de miles de jóvenes que quieran emanciparse de la tutela familiar. Sólo en Santa Fe, con las recientes inundaciones, se calculan en 40.000 las viviendas que necesitan arreglarse o construirse de nuevo. Para la construcción de estas viviendas y obras de infraestructura en el resto del país, aparentemente, se van a destinar $6.000 millones (el 1,8% del PBI) que procederán del presupuesto y de préstamos internacionales, una suma de dinero claramente insuficiente para provocar una reactivación decisiva de la economía.
Por último, Kirchner ya dejó en claro que no va a reestatizar ni una sola de las empresas privatizadas en los últimos años. A lo sumo, instaurará un sistema de "premios" y "castigos" para aquellas empresas según cumplan o no con los contratos firmados, sacando de nuevo a licitación (es decir, a la búsqueda de un nuevo comprador) las utilidades y empresas cuyos dueños no cumplan con dichos contratos.
De esta manera, vemos en qué queda el tan cacareado "keynesianismo" de Kirchner. Una vez más vemos la incompatibilidad de atender los compromisos con el FMI, y los intereses de los grandes tenedores de "deuda", los bancos y las multinacionales con las necesidades reales de las familias trabajadoras.
Pero no es sólo el compromiso de atender el pago de la infame "deuda externa" a partir del mes de septiembre (los montos y los nuevos plazos de pago se determinarán en las negociaciones de los próximos meses) sino el de aumentar las tarifas de los servicios públicos. El gobierno de Kirchner tampoco cuestiona la suba de las tarifas sino solamente el monto a subir. A corto plazo se reconcilió con la mayoría de la población anunciando que no habría subas inmediatas. Pero ya durante la campaña electoral consideró aceptables subas de en torno al 10% que, para los deprimidos bolsillos de los trabajadores supondrán un nuevo sacrificio. Como en el caso de la "deuda" será en negociaciones de los próximos meses cuando se acordarán los aumentos definitivos. Nuevamente, lo que cuenta aquí es garantizar beneficios suculentos a las multinacionales y empresarios nacionales que controlan esta parte de la riqueza nacional (petróleo, transporte, gas, electricidad, agua, teléfono, etc) a costa de las familias trabajadoras. No se trata de que ya no obtengan beneficios (si así fuera hace tiempo que se hubieran desprendido de estas empresas) sino de que los beneficios obtenidos no les parecen suficientes.
La causa real de la crisis argentina de los últimos años fue la huida masiva del capital privado al exterior que provocó el hundimiento de la economía. Una auténtica recuperación económica solamente puede venir a través de la inversión masiva. Ya vemos que el Estado no lo puede hacer. Pero el capital privado tampoco lo va a hacer porque un capitalista no invierte por deporte. Sólo invierte para vender sus productos en el mercado. Pero dada la actual etapa recesiva de la economía mundial, y latinoamericana en particular, no habrá grandes inversiones.
Como explicamos en otros materiales, el capitalismo argentino es muy débil, y sólo puede competir con los productos extranjeros que ingresan al país o en los mercados internacionales en base a bajos salarios y empleo precario, precisamente el único aspecto donde Kirchner y su gobierno no hicieron ni una sola promesa. A lo sumo efectivizarán en el salario la suba de 200 pesos a los trabajadores "en blanco" del sector privado (un 25% del total de los asalariados), que de todos modos es una cantidad insuficiente para recuperar el poder adquisitivo perdido en los últimos dos años por el aumento de los precios.

Colaboración con la burguesía "nacional" y "progresista", o independencia de clase

De igual manera, es falso hasta la médula afirmar como hace Kirchner que existe una identidad de intereses entre el Capital y el Trabajo, entre los empresarios nacionales y los trabajadores. Es verdad que cuando la situación económica es buena, los empresarios se pueden permitir conceder algunas migajas a los trabajadores (migajas que, por otra parte, nunca son gratis sino que requieren de luchas y huelgas muy duras para ser arrancadas). Pero cuando el "capitalismo nacional" está en una crisis aguda, los empresarios nacionales no tienen ningún escrúpulo en hacer cargar todo su peso sobre los hombros y las espaldas de las familias trabajadoras como hemos visto en lo últimos años, cuando no llaman en su auxilio al imperialismo y a las fuerzas de represión para doblegar a los trabajadores.
También rechazamos que exista un sector burgués "progresista" y "nacional" en oposición a otro sector burgués "reaccionario" y "antinacional". Simplemente, el bloque que actualmente respalda a Kirchner está de acuerdo con él en la adopción de algunas medidas demagógicas para ganar una base social de apoyo con el que mostrarle los dientes al otro sector de la clase dominante al que está disputando su dominio. Mañana, si las luchas de los trabajadores y otras capas oprimidas de la sociedad va mucho más allá de los estrechos límites fijados por el sistema capitalista, veremos cómo se unen ambos bloques burgueses entre sí para enfrentar a la clase obrera, utilizando las leyes y la represión para intentar conjurar el peligro de la revolución social. Tal fue siempre la experiencia de la clase obrera en nuestro país y a nivel internacional.
No hay medias tintas. La única manera de llevar a la práctica un desarrollo industrial nacional elevado; educación, sanidad, pensiones y trabajo dignos, y la definitiva emancipación de las garras del imperialismo es con una política de independencia de clase de los trabajadores. Los trabajadores (la mayoría de la sociedad) sólo deben confiar en sus propias fuerzas, crear sus propias organizaciones de clase (sindicatos y partidos) para tomar el poder y expropiar a los grandes empresarios, banqueros y multinacionales con el fin de implementar un plan socialista de producción.
De los 36 millones de argentinos, 20 millones son pobres, el 57% de la población. La indigencia es de 27,5% y la suma de la subocupación y la desocupación es del 47,7%. Después de la devaluación y la pesificación asimétrica, que beneficiaron al corazón del capital, la inflación alcanza el 44,5% y las deudas pública y privada arrojan la suma de 150.000 millones de dólares. En la estructura de clase de la sociedad, esto significa, por mencionar un dato, que la riqueza creada socialmente con el sudor de los trabajadores, se la lleva en un 66% la burguesía en sus diferentes capas, mientras que a la clase obrera y al resto de las capas oprimidas de la sociedad le corresponden solo el 34%.
Si Kirchner quisiera de verdad gobernar a favor de los trabajadores, aumentar los gastos estatales para atender los reclamos populares, e implementar un verdadero plan de obras públicas que transformara al país y acabara con la desocupación, debería empezar por romper sus compromisos con el FMI y no pagar la deuda externa. Esto permitiría ingresar al Estado miles de millones de dólares para implementar estas políticas.
Podría también reestatizar los servicios públicos y recursos privatizados que dejan miles de millones de dólares de beneficios netos (como el petróleo, el gas, la electricidad y otros). Esto también traería la ventaja de adecuar las tarifas a su auténtico costo, sin el sobreprecio extra que artificialmente implementan los pulpos capitalistas multinacionales para acrecentar sus beneficios. No sólo no habría aumento de tarifas sino que, incluso, podrían bajar, lo que favorecería el poder adquisitivo de las familias trabajadoras. También podría reestatizar el sistema ferroviario que actualmente se traga más de 300 millones de pesos anuales del presupuesto estatal para alimentar los beneficios de un puñado de parásitos que ofrecen un servicio lamentable.
También podría decretar una suba generalizada de los salarios, reducir la jornada laboral y acabar con el empleo precario. Que sean los capitalistas, con sus fabulosos beneficios, quienes paguen estas medidas. Millones de trabajadores deben contar más que unos pocos ricachones. Si los capitalistas dicen que no quieren o no pueden ¿por qué no se expropian las propiedades de los grandes empresarios, monopolios y banqueros para llevar todo esto adelante, bajo el control de los trabajadores? De esta manera se podrían planificar los recursos de la nación en beneficio de la mayoría de la sociedad.
Lamentablemente, para conseguir esto se necesita algo más que palabras y buenos deseos. Se necesita aplicar una política socialista. Pero Kirchner no es un socialista sino un político pequeñoburgués que cree que se pueden defender al mismo tiempo los intereses de los capitalistas y los de los trabajadores. Pero la historia y la experiencia nos dicen que esto no es posible. Y si se acepta la lógica capitalista; es decir, la propiedad privada de la riqueza nacional, de la cual dependen millones de trabajadores y sus familias para subsistir, en manos de unos pocos miles de capitalistas, se terminará gobernando a favor de estos últimos, frustrando las expectativas creadas inicialmente entre las familias trabajadoras.

Hay que movilizar a los trabajadores por mejores salarios y empleo digno

Por lo tanto, es un error confiarlo todo a la buena voluntad del gobierno de Kirchner para mejorar nuestras condiciones de vida. Los trabajadores debemos pasar ya a la ofensiva para recuperar todo lo que hemos perdido en los últimos años. Debemos presionar a los dirigentes sindicales y gremiales de la CTA y la CGT para que se pongan a la cabeza de un proceso de luchas para mejorar nuestros salarios, para recuperar el poder adquisitivo y por empleo digno. En concreto, hay que exigir un salario mínimo de 800 pesos para todos, que es el costo medio de la canasta familiar para una familia normal. Y muy particularmente, debemos exigir un aumento inmediato y efectivo de 200 pesos en los salarios de todos los trabajadores, sin excepción. Debemos exigir que se acabe con el empleo precario y el pase a planta permanente a los 15 días. Vincular las luchas de los trabajadores ocupados con los desocupados para que se reabran las fuentes de trabajo y se reparta el empleo, y si no que el gobierno instaure un subsidio de desempleo de 500 pesos para todos los desocupados hasta que encuentren un empleo. También hay que movilizarse para exigir que el gobierno rompa sus acuerdos con el FMI y dedique la plata destinada a pagar la "deuda" a atender las necesidades sociales.

La unidad latinoamericana

La presencia de Lula, Chávez y Fidel Castro parece que dio un nuevo impulso a la idea de la unidad latinoamericana para enfrentar el acoso del imperialismo norteamericano. Incluso, Kirchner citó en su discurso la necesidad de una mayor integración latinoamericana y afirmó la necesidad de fortalecer el MERCOSUR.
El MERCOSUR fue un acuerdo entre las burguesías de los dos países latinoamericanos más importantes del subcontinente (Brasil y Argentina) con el fin de proteger sus mercados del acoso incesante de las multinacionales norteamericanas y de abrirse al comercio con otros sectores imperialistas, como la Unión Europea. De esta manera intentaban balancearse entre los dos colosos (los imperialismos norteamericano y europeo) para defender sus propios intereses. El MERCOSUR (que engloba también a Uruguay y Paraguay) funcionó relativamente mientras se mantuvo el "boom" económico de los 90, pero cuando los vientos de recesión se cebaron en el área a finales de la década pasada, dejó virtualmente de existir por los intereses encontrados entre las burguesías brasileña y argentina que intentaban exportarse una a otra la crisis económica, llegando al punto de establecer medidas proteccionistas una contra otra para defender sus respectivos mercados internos.
Ahora, es nuevamente la presión del imperialismo norteamericano por la implementación del ALCA, con el que pretende profundizar y reforzar su control económico sobre América Latina, lo que ha llevado de nuevo a las burguesías de ambos países a reconciliarse y a intentar enfrentar en común esta nueva embestida de los EEUU. Es llamativo que, en el fondo, ni Argentina ni Brasil cuestionan la existencia del ALCA, sino que quieren negociar con los capitalistas norteamericanos la implementación del ALCA en las mejores condiciones para los capitalistas de ambos países, o mejor dicho, en las condiciones "menos malas" para ellos.
Como dijimos al principio, las burguesías latinoamericanas son débiles y carecen de la fuerza y el valor suficientes para romper abiertamente con el imperialismo. En muchas áreas de negocios tienen intereses comunes y, frecuentemente, las burguesías locales actúan como simples testaferros de los intereses imperialistas en sus países. A pesar de que sus intereses económicos son amenazados continuamente por el imperialismo voraz, llegando incluso a provocar fricciones entre ellos, en última instancia siempre tienden a llegar a acuerdos y pactos, cuando no a la sumisión completa, como los casos de México y Chile lo demuestran. O como ocurrió en la Argentina en los últimos años.
Por eso, hablar como hace Chávez , y algunos sectores nacionalistas "de izquierda" en nuestro país sobre la unidad latinoamericana sobre bases capitalistas "nacionales" es pura utopía. Sólo con imaginar una mesa común para discutir sobre la "unidad latinoamericana" con Fidel y Chávez por un lado, junto a los oligarcas podridos y vendidos al imperialismo de Colombia, Perú, Ecuador, Argentina o Paraguay provoca risa. La oligarquía latinoamericana está muy cómoda con la actual situación, disponiendo a su antojo de los recursos de cada país en común con los capitalistas norteamericanos o europeos.
Ya explicamos anteriormente cuál era la única manera de enfrentar consecuentemente al imperialismo y a la oligarquía: con la revolución socialista dirigida por la clase obrera. Nosotros, como socialistas revolucionarios, sí estamos firmemente por la unidad latinoamericana. Pero lo estamos a través de la única manera realista que podría hacerla posible: por medio de una Federación Socialista de América Latina. Esta sí sería una fuerza poderosa, no solamente para hacer fracasar cualquier intento del imperialismo de derrotar la revolución, no solamente para integrar armónica y planificadamente los recursos del continente para hacer avanzar nuestros pueblos económica, social y culturalmente; sino también para encontrar un eco en la clase obrera norteamericana y del resto del mundo capitalista para impedir una intervención imperialista y extender la lucha por el socialismo en sus respectivos países.

El ambiente en la clase obrera y las perspectivas

Consideramos conveniente detenernos en este último punto porque, aunque lo tratamos también en nuestro análisis de las elecciones, queremos insistir en algunos aspectos que consideramos importantes.
Hay muchos activistas dentro de la izquierda que se sienten desilusionados y desorientados después del resultado electoral; y, también, después de comprobar el apoyo mayoritario que revelan las encuestas de opinión hacia Kirchner y su gobierno. También se muestran desconcertados por las medidas "populares", o al menos, no abiertamente reaccionarias tomadas en estas primeras semanas de gobierno.
Algunos activistas y dirigentes de los grupos de izquierda más relevantes hablan de "giro a la derecha" de la sociedad, de que el "Argentinazo" se terminó o de que ya no tiene sentido hablar de la existencia de un "proceso revolucionario".
Nosotros no compartimos el ambiente de pesimismo que emana de este tipo de análisis. Negamos que haya habido un "giro a la derecha" en la sociedad, ni que exista un profundo reflujo o un estado anímico de derrota en el seno de la clase obrera argentina.
Es verdad que la vanguardia del movimiento, compuesto por las decenas de miles de activistas de los grupos de izquierda, piqueteros, dirigentes gremiales combativos, de las asambleas populares y de la juventud lucharon como tigres en este año y medio de enorme convulsión social del país. Lamentablemente, por la profundidad de la crisis económica capitalista y por la negativa de los dirigentes sindicales a ponerse a la cabeza de las masas, los activistas permanecieron relativamente aislados de la mayoría de los trabajadores que, en general, permanecieron pasivos durante todo este tiempo. Y es verdad que este movimiento extraordinario de la vanguardia ha experimentado en los últimos meses un reflujo importante. Todo eso es verdad. Pero creemos que es un error identificar el estado de ánimo de los activistas con el del conjunto de la clase, que siempre tarda un cierto tiempo en moverse.
El auténtico estado anímico de la clase obrera se refleja de manera distorsionada en la actitud que mantienen hacia el gobierno de Kirchner. Para nada es un ambiente de derrota, sino de importantes expectativas en el mismo. Kirchner, de manera bastante demagógica, ha hecho continuos guiños "a su izquierda", incluso desde antes de asumir, para poder aumentar su base de apoyo social, y lo está haciendo con cierto éxito. Pero lo que se deduce de esto no es precisamente un ambiente de derrota entre los trabajadores, sino de esperanzas y de ciertas ilusiones. Sin este ambiente social jamás se hubiera atrevido a plantear una "purga" de la cúpula militar. Lo que por otro lado ha revelado las debilísimas bases sociales de apoyo de la reacción en nuestro país, a pesar de que también había muchos dentro de la izquierda que no se cansaban en determinados momentos de asustar todo el tiempo con la posibilidad de un "golpe".
Realmente tenemos que decir que la reacción ha sufrido un importante golpe y apenas ha sido capaz de quejarse en voz alta. Todos permanecieron mudos como estatuas tras la "purga" de militares y policías, también tuvieron que tragarse el acto público de Fidel Castro en la explanada de la Facultad de Derecho en Buenos Aires, y la recepción de Kirchner a Hebe de Bonafini en la Casa Rosada, etc. De Menem y López Murphy se escuchó apenas un murmullo. Si decimos esto no es para despertar falsas expectativas en Kirchner, sino precisamente para resaltar la debilidad de la reacción burguesa en asuntos donde siempre se mostró particularmente reaccionaria: el tema militar, Cuba y Hebe de Bonafini. Y esta actitud cautelosa sólo la puede explicar el apoyo mayoritario que este tipo de gestos y decisiones tuvieron en la mayoría de la sociedad, incluso entre sectores de las clases medias.
Precisamente, la enorme expectativa creada por el acto de Fidel es una buena muestra del estado de ánimo. Independientemente de las críticas que podamos hacer a determinados aspectos del Estado cubano es indudable el apoyo y la simpatía que la figura de Castro despierta en amplias capas de los trabajadores y la juventud latinoamericana y del resto del mundo. Si hubiera habido un ambiente de profundo reflujo, no hubiéramos asistido a un acto que, espontáneamente, concentró a cerca de 20.000 personas y que fue seguido en TV por decenas de miles más.
La asunción de Kirchner, bajo las condiciones descritas en este artículo, y el efecto producido por las medidas iniciales adoptadas, han sido el "accidente" que está sacando de su letargo a amplias capas de la clase obrera y la juventud, sin experiencia política previa, y que hasta ahora se habían mostrado ausentes de la escena social. Empiezan a interesarse por la política lo que, junto a toda la experiencia anterior, está preparando las condiciones para su entrada en la escena de la lucha de clases. Es verdad que, por el momento, lo está haciendo de manera expectante, pendiente de las decisiones del gobierno, pero mañana se expresará en la calle para "tomarle la palabra" al presidente de la nación en sus promesas de un futuro mejor, cuando éstas no puedan cristalizarse.
El gobierno de Kirchner va a estar sometido a una doble presión: la de los trabajadores por un lado, para que se concreten sus promesas; y la de los diferentes sectores de los capitalistas para que aplique la política más afín a sus intereses. La presencia en su gobierno de elementos claramente vinculados al gran capital, como Béliz y otros, provocará fisuras y divisiones tarde o temprano entre un sector que considere que hay que hacer más concesiones a las masas para prevenir un estallido social y otro que plantee que ya es suficiente, temeroso de que los trabajadores aumenten la escala de sus reclamos. La propia bancada del peronismo es una mezcla heterogénea de intereses diferentes y punteros políticos. Saltará en pedazos inevitablemente. En este sentido es de destacar que, mientras que el apoyo y la expectativa hacia la persona de Kirchner es un dato real, el peronismo como movimiento político no despierta ningún entusiasmo entre las masas de la clase obrera. Y esto es enormemente positivo. Es, precisamente, esa orfandad política la que concentra las esperanzas de millones de trabajadores y jóvenes en la persona de Kirchner. Este es el punto fuerte de Kirchner (y de la burguesía que lo apoya) en este momento. Pero es también su debilidad, en la medida que no se concreten las esperanzas depositadas en él.
Mañana, cuando estas expectativas creadas no se concreten en la práctica por las razones que expusimos en otro apartado, las masas de la clase obrera pasarán a la acción para intentar arrancarlas mediante la acción directa: huelgas, marchas y ocupaciones de los lugares de trabajo. En su experiencia concreta comprenderán las limitaciones de los políticos burgueses como Kirchner para conciliar lo inconciliable: los intereses de los capitalistas y los de los trabajadores. Sacarán como conclusión la necesidad de disponer de su propia herramienta política, de un partido propio de los trabajadores para conseguir sus objetivos. Empujarán a sus dirigentes sindicales a la acción reivindicativa, pero también a la acción política. Tarde o temprano se abrirá paso la idea de construir un partido de los trabajadores a través de los sindicatos con el que combatir las políticas antisociales y antiobreras de los diferentes gobiernos burgueses que se sucederán.
Esto constituirá un punto de inflexión para la clase obrera argentina, que nunca antes pudo disponer de un partido propio con influencia de masas. Llegado este punto, los activistas de izquierda deberán enfrentar un desafío: o participar activamente en esta experiencia de masas junto a la clase para llevar y difundir las genuinas ideas del socialismo y la revolución o mantenerse al margen de este proceso, aislados en pequeños grupos sin conexión con las masas de la clase obrera y la juventud. Desde El Militante apostamos por lo primero.
La burguesía argentina, si bien pudo retomar el control de la situación, tras el proceso revolucionario iniciado tras la rebelión popular del "argentinazo", no ha resuelto nada. Los próximos meses y años serán decisivos para las masas de la clase obrera y la juventud argentina. De la experiencia, de sus éxitos y errores, capas cada vez más amplias de jóvenes y trabajadores sacarán la conclusión de la necesidad de un cambio radical de la sociedad y buscarán en el programa del socialismo revolucionario la inspiración para llevarlo a cabo.

5 de junio de 2003

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