Balance de las elecciones legislativas

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Los resultados de las elecciones legislativas del domingo 23 de octubre arrojan bastante luz sobre el panorama político del país e, indirectamente, sobre el ambiente social que respiran las diferentes clases y capas que componen la población.

Nueva advertencia para la izquierda

Los resultados de las elecciones legislativas del domingo 23 de octubre arrojan bastante luz sobre el panorama político del país e, indirectamente, sobre el ambiente social que respiran las diferentes clases y capas que componen la población.

Lo primero que hay que decir es que esta cita electoral generó muy poco entusiasmo en los trabajadores, más preocupados por sus salarios bajos y por la precariedad de los empleos, cuestiones que estuvieron ausentes en el debate electoral entre los principales candidatos. La participación estuvo en torno al 71% del padrón, en niveles similares a las legislativas del 2003, y el votoblanquismo y nulo en el 9% en promedio, sensiblemente inferior al 15% registrado en aquellas elecciones. No obstante, estas cifras todavía revelan el mantenimiento de una cierta desconfianza hacia los políticos burgueses profesionales en una capa importante de la población.

Como ya anticipábamos en nuestro artículo Editorial de El Militante nº 16, el resultado electoral reflejó, en general, un rechazo a la derecha y a los candidatos referenciados en el pasado con las políticas de ajuste y la corrupción, siendo superados por el kirchnerismo y el “centroizquierdismo” en sus diferentes variantes. Esta es la primera conclusión que debemos subrayar.

Derrota humillante del duhaldismo en la provincia de Buenos Aires

Uno de los datos más destacados de la jornada electoral fue la derrota humillante sufrida por el duhaldismo frente al kirchnerismo en la provincia de Buenos Aires, el principal distrito electoral del país. Es verdad que durante toda la campaña electoral se sucedieron las recriminaciones mutuas de clientelismo y de compra de votos (una práctica usual del punterismo peronista en las villas donde se acumula la pobreza) pero eso siempre fue así y no explica la tendencia fundamental del resultado, que reside en el ambiente social general.

Cristina Kirchner le sacó a “Chiche” Duhalde cerca de 26 puntos de diferencia (44,1% frente a 19,7%) en las elecciones para senadores. En las elecciones para diputados la diferencia entre el Frente para la Victoria kirchnerista y el PJ duhaldista fue de 28 puntos (43% frente a 14,9%), si bien para la elección de diputados el ex-represor Patti presentó su propia lista, donde no alcanzó el 6% de los votos, 2 puntos menos que en el 2003.

Es muy llamativo que el ARI de Carrió quedara en tercer lugar en las elecciones bonaerenses, por delante de la UCR y del PRO de López Murphy. De esta manera, los candidatos que hicieron ostentación (como “Chiche” Duhalde, Patti y López Murphy) de la “mano dura” contra la protesta social y de pasar página a la política genocida de la última dictadura militar, fueron duramente derrotados.

Macri y la derecha se estancan en la Capital Federal

Pese a la insistencia de los medios de comunicación en destacar el “triunfo” de Macri en Capital Federal la realidad es que obtuvo menos sufragios y menos porcentaje de voto que en las elecciones del 2003. En ese momento, Macri superó holgadamente los 600.000 votos y alcanzó un porcentaje del 37% en la primera vuelta de las elecciones cuando enfrentó a Aníbal Ibarra. En esta ocasión, apenas si arañó los 600.000 votos con un porcentaje del 34%. En el 2003, la otra candidata referenciada con la derecha, Patricia Bullrich, alcanzó el 10% de los votos, y ahora consiguió poco más del 2%. De esta manera, la derecha pasó del 47% de los votos al 38% (si le sumamos otros referentes de derecha menores que iban por separado). Y eso que Macri explotó abundantemente su demagogia, como el prometer empleos a los desocupados mayores de 47 años, y su condición de presidente de Boca en los barrios populares del sur de Buenos Aires.

El 22% obtenido por el ARI de Carrió y el 20% del candidato kirchnerista, Bielsa, superaron en conjunto ampliamente a Macri, disputándose ambos la misma franja “progresista” del electorado porteño en una campaña electoral bastante sucia. Además, el Partido Socialista obtuvo el 4,5% y el resto de las fuerzas políticas referenciadas con la izquierda sacaron más del 8%. Esto revela las dificultades que tiene la derecha para extender su base social en el distrito electoral (la ciudad de Buenos Aires) donde obtuvo el mayor porcentaje de votos de todo el país.

Derrota del peronismo en Santa Fe

En la provincia de Santa Fe, el frente liderado por el Partido Socialista venció al PJ en una elección histórica, sacándole cerca de 10 puntos (42,8% frente 33,2%), pese a contar este último con el apoyo explícito de Kirchner. Aquí la derecha del PRO no llegó ni al 2% de los votos.

En la provincia de Córdoba, el tercer distrito electoral del país, el PJ ni siquiera se atrevió a presentarse con sus siglas sino como un frente avalado por Kirchner, y aunque ganó las elecciones con el 37,8%, el agrupamiento político del ex-justicialista intendente cordobés, Luis Juez, quedó segundo con cerca del 25%, y en tercer lugar el frente del Partido Socialista con la UCR con el 18,4%.

Otras zonas

La oposición por derecha a Kirchner ha intentado presentar los resultados electorales como una consolidación de su alternativa política, cuando no ha hecho más que revelar su limitada base social y su falta de inserción a nivel nacional. Es verdad que uno de sus puntos fuertes estaba en la provincia de Neuquén, con el gobernador Jorge Sobisch a la cabeza, un agente descarado de las multinacionales petroleras que proscribió arbitrariamente en estas elecciones a todas las listas de izquierda menos una. Y es verdad que éste obtuvo el 49% de los votos válidos. Pero se olvida un pequeño detalle. Neuquén registró el mayor porcentaje de voto “bronca” (blancos y nulos) de todo el país, un 30%. De manera que si contabilizáramos el total de votos emitidos, el porcentaje de Sobisch se reduciría al 34%, lo que demuestra que las bases de apoyo a Sobisch en su provincia no son tan masivas como nos lo quieren hacer creer.

También es importante destacar las derrotas humillantes de Menem en su provincia, que fue superado por el neokirchnerista gobernador de La Rioja, Ángel Maza; y la del podrido burócrata sindical peronista Luis Barrionuevo en Catamarca, también a manos del frente kirchnerista.

A modo de balance

El radicalismo prosigue su lenta agonía. En Capital Federal prácticamente desapareció (2,2%) y en la provincia de Buenos Aires bajó del 10%, en el 2003, al 8% ahora. De esta manera, en los dos principales distritos electorales del país, su apoyo se redujo al mínimo. Y en los otros dos distritos que le siguen (Córdoba y Santa Fe) tuvo que ir coaligado en un frente con el Partido Socialista para intentar obtener una cobertura “por izquierda”. Sus resultados a nivel nacional, un 13,8% de los votos, es una viva muestra de su decadencia. Sólo sus puntos de apoyo en el interior del país, en las zonas más despobladas y políticamente más atrasadas (con la excepción de Mendoza) lo salvaron de la catástrofe completa, y aún así debió presentarse formando parte de frentes más amplios en casi todos los distritos.

La derecha (PRO, Recrear y otros partidos provinciales) sumaron en el conjunto del país el 7,9% de los votos que dan una medida, como afirmamos anteriormente, de las débiles bases de apoyo que, por el momento, tiene la reacción de derecha en el país.

El ARI consiguió el 7,3% de los votos a nivel nacional, si bien no deja de ser una fuerza muy localizada geográficamente en Capital Federal, provincia de Buenos Aires, Tierra del Fuego y alguna zona más del interior. Es un mero aparato electoral sin base de sustentación militante, que sobrevive por la ausencia de una fuerza genuina de izquierda de oposición al peronismo.

El Partido Socialista es uno de los agrupamientos políticos que más se destacaron en las elecciones del domingo pasado, sacando cerca del 5% de los votos a nivel nacional, cuando durante años su fuerza fue irrelevante con la excepción de Rosario, donde mantiene la intendencia desde hace 16 años. Si bien la mitad de sus votos los consiguió en la provincia de Santa Fe, sumó también el 4,5% que obtuvo en Capital Federal. Aunque formalmente está inscrito dentro de la “izquierda”, su programa socialdemócrata, su política y sus dirigentes tienen más puntos de conexión con el ARI e incluso con sectores del kirchnerismo (tal es el caso de Hermes Binner de Santa Fe) que con lo que se entiende comúnmente como izquierda. Además no es una fuerza homogénea y su base militante es muy pequeña. Pero es un síntoma interesante que un pequeño sector de votantes de capas medias y también de trabajadores, empiecen a buscar a la izquierda del ARI una manera de expresar su descontento con las políticas oficiales.

Con todos estos resultados en la mano, queda claro que no hubo ningún giro a la derecha en la sociedad argentina en los últimos dos años. Es más, sus expresiones políticas más relevantes (macrismo-lopezmurphysmo, duhaldismo o menemismo) se estancaron o redujeron su apoyo electoral. Este es un hecho que no admite discusión.

No hay ningún entusiasmo desbordante hacia ninguna fuerza electoral burguesa o pequeñoburguesa, ni siquiera hacia Kirchner. Los mítines electorales en general tuvieron poca concurrencia. Y el mismo Kirchner tuvo que basar el eje central de su campaña electoral en deslindar permanentemente con la derecha, explotando demagógicamente el rechazo instintivo de millones de trabajadores hacia las políticas de ajuste y represivas del pasado. Hasta su crítica venenosa y deshonesta contra la izquierda y la movilización popular, representada por el activismo obrero combativo y el movimiento piquetero, la justificaba diciendo que el accionar de aquélla, supuestamente, era “funcional a la derecha”.

Kirchner tuvo la suerte de que su período presidencial coincidiera con una recuperación importante de la actividad económica. Esto le permitió diluir su política a favor de los grandes empresarios, el FMI, las privatizadas y el pago de la deuda, con pequeñas concesiones a favor de las pensiones y los salarios, coincidiendo con la entrada masiva de los trabajadores en la lucha por el salario y el empleo digno de una manera no vista en años. Es de destacar que ni siquiera la campaña electoral pudo parar la conflictividad social, como se vio en las últimas semanas en los conflictos de los petroleros, camioneros, pescadores, ferroviarios, subte, etc.

Los resultados de la izquierda

Mención aparte merecen los resultados de la izquierda. Globalmente, los distintos referentes que se reclaman de la izquierda, excepción hecha del Partido Socialista más vinculado a lo que se conoce como “centroizquierdismo”, mantuvieron prácticamente el mismo número de sufragios y de porcentaje de voto que en las elecciones del 2003, en torno al millón de votos y al 5,7 % del electorado. Aunque si descontamos los votos del Partido Humanista y otros pequeños agrupamientos sin mayor inserción social, el voto de la izquierda más militante y con mayor presencia dentro del activismo se reduce a poco más de 700.000 votos y cerca del 4% del electorado.

Debido a las leyes antidemocráticas del régimen electoral y, particularmente, por el fraccionamiento y división en diferentes listas enfrentadas, incluso entre los sectores de izquierda más afines ideológicamente, no se obtuvo ninguna banca en el Congreso nacional y se perdieron las que hubo que revalidar, como fueron los casos de Patricia Walsh (Ex–Izquierda Unida y ahora MST-Unite) y Luis Zamora (Autodeterminación y Libertad), a excepción de algunas legislaturas provinciales y municipales que no tienen la misma trascendencia pública que las bancas nacionales.

¿Era esto inevitable? Creemos que no. En principio, había dos hechos que trabajaban a favor de un mayor eco para las propuestas de la izquierda, que no estaban presentes en el 2003.

Por un lado, la situación social abierta en el país en el último año y medio con la entrada en escena de la clase obrera en la lucha por el salario y el empleo en donde muchos activistas obreros combativos y de izquierda se hicieron notar. En segundo lugar, quedó más claro y evidente ante nuevos sectores de trabajadores y jóvenes el carácter de clase procapitalista del gobierno de Kirchner, como se puso de manifiesto en el pago de la deuda externa, el mantenimiento de las privatizaciones, su alineamiento claro con el imperialismo norteamericano en política exterior, la criminalización de la protesta social, etc; que hacían más favorable una audiencia para los discursos y programas de izquierda.

Debemos añadir que fue este cambio en la situación objetiva el que permitió mantener globalmente el voto de la izquierda, e incluso aumentarlo ligeramente, evitando un hundimiento mayor al que se produjo en el 2003. Nadie puede dudar que con un frente electoral común de la izquierda (o al menos de sus fuerzas más relevantes) el número de votos recibidos por la izquierda en estas elecciones habrían experimentado un cierto aumento. En cambio, los resultados obtenidos fueron percibidos por la mayor parte de los votantes y simpatizantes de la izquierda como una nueva derrota, dada la extrema dispersión del voto y por no haber obtenido bancas en los principales distritos electorales del país. De esta manera se profundizó el desánimo y la frustración de cientos de miles de votantes y simpatizantes de la izquierda en todo el país que miran con cada vez más escepticismo a las fuerzas políticas que concentran el voto de izquierda.

Por eso creemos que los agrupamientos de izquierda más relevantes dentro del activismo popular y juvenil (MST, PC, PO, y otras fuerzas más pequeñas) tuvieron una actitud irresponsable y de desprecio hacia el electorado de izquierda, poniendo por delante sus mezquinos intereses de aparato antes que los intereses generales del movimiento obrero y popular.

Alguien podría objetar que existían diferencias insalvables de programa que hacían imposible una coalición electoral entre PO, MST, PC, PTS y otros. Pero eso no fue verdad. Como sucedió en otras ocasiones, se limitaron a armar un ruido enorme sobre quién debería o no encabezar las diferentes candidaturas (la polémica se centró, particularmente, en la figura de Mario Cafiero) pero que escondía el debate fundamental: qué programa ofrecer a la clase trabajadora y la juventud.

En este sentido, todos estos grupos ofrecieron, punto por punto, casi la misma plataforma electoral: contra la deuda externa, a favor de reestatizar las privatizadas, por el salario, el empleo digno, etc. Por lo tanto, no existía ninguna excusa "de principios" para no haber acordado un frente electoral común. Es más, tan similares eran sus programas de gobierno que ni siquiera incluyeron las demandas centrales de un programa verdaderamente socialista como son: la nacionalización de la banca, de los monopolios y de los grandes latifundios, bajo control obrero y sin indemnización, como única manera de planificar los recursos de la nación para satisfacer los intereses de la mayoría de la sociedad y no de un puñado de parásitos como sucede ahora. En la práctica, las direcciones de todos estos grupos ofrecieron un programa electoral similar de carácter “reformista de izquierda” que no tocaba las bases fundamentales del sistema capitalista. Esta es toda la verdad del asunto.

En Capital, Zamora jugó un papel muy negativo al negarse por adelantado a cualquier frente común con el resto de grupos de izquierda, como en el 2003. No obstante, los otros grupos nada pueden reprocharle a Zamora porque ellos mismos fueron incapaces de acordar una candidatura común, ni en Capital ni en el resto de los distritos. El voto a Zamora se desplomó en la Capital, perdiendo más de 140.000 votos, pasando del 12% en el 2003 al 3,5% de los votos, lo que fue un reflejo de la frivolidad política manifestada por este personaje, sin un programa y sin un partido, que en los últimos 3 años jugó con las ilusiones de una capa muy importante de los trabajadores y capas medias que despertaron a la política al calor del Argentinazo, frustrando sus aspiraciones. El resto de la izquierda en Capital sólo fue capaz de aglutinar para sí el 30% (unos 40.000) de los votos perdidos por Zamora.

La novedad de estas elecciones fue la ruptura de la coalición Izquierda Unida, que tuvo lugar de manera burocrática y sin contar con la opinión de sus bases, debido a enfrentamientos de aparato entre las direcciones de sus organizaciones componentes: PC y MST, dejando desorientados e indignados a sectores amplios de sus bases y simpatizantes. Ambas direcciones se lanzaron a buscar desesperadamente a figurones políticos sin ninguna base social de apoyo (Alicia Castro, Mario Cafiero, y otros) como un atajo para llegar a las masas. Esta táctica fracasó completamente, como se pudo ver en la provincia de Buenos Aires donde tenían sus máximas aspiraciones. El PC sólo pudo sumar al PS de la provincia de Buenos Aires a su proyecto, lo que tampoco le sumó mayores réditos electorales. Al final, el oportunismo siempre se paga y ambos grupos, si los tomamos en conjunto con respecto a las elecciones del 2003, fueron quienes más perdieron, no pudiendo por separado mantener la banca común que conquistaron años atrás en el Congreso Nacional, y ni siquiera pudieron entrar en la legislatura porteña.

En conjunto, la izquierda redujo su porcentaje de votos en los dos distritos más importantes del país, Capital y provincia de Buenos Aires, del 15,47% al 8,5% y del 9,73% al 7,9%, respectivamente. Y si reducimos las cifras a los grupos y candidatos de la izquierda mencionados antes, las cifras nos darían: del 14,35% al 7,2% y del 7,07% al 5,5%, que a pesar de todo hubieran sido más que suficientes para haber metido dos bancas, una por cada distrito, en el Congreso Nacional, en el caso de haber presentado un frente común.

Por supuesto, siempre habrá quien se consuele diciendo que su grupo particular sacó dos o tres décimas más que el otro habiendo conseguido el 1%, el 2% ó el 3% de los votos en tal o cual circunscripción, lo que simplemente nos indicará a qué nivel de ridiculez pueden llegar determinadas personas para intentar salvaguardar el prestigio de aparato de sus dirigentes.

En el interior del país, en general, la izquierda subió algo con respecto al 2003, pero en porcentajes que nunca alcanzaron el 5% de los votos salvo en Córdoba, Santiago del Estero y Jujuy.

Mención aparte, merecen los resultados del PO en las provincias de Salta y Santa Cruz, donde hizo un muy buen desempeño y por los que debemos felicitar a los compañeros, particularmente en la primera donde obtuvo casi el 11% de los votos (el 18% en Salta Capital) y más del 8% con el frente que lideraba en Santa Cruz. Esta situación tiene bastante que ver, además de la larga tradición del PO en dichas zonas, con las importantes luchas obreras habidas en el último año en ambas provincias y que se expresaron políticamente favoreciendo a la fuerza política de izquierda más importante en ambas provincias, como es el PO, dada la ausencia de otras fuerzas de izquierda relevantes.

Esto demuestra que con la concentración del voto de izquierda en frentes comunes los resultados de la izquierda hubieran aumentado sensiblemente en todas partes. Igualmente hay que decir que estos resultados son muy específicos de estas zonas y no tienen correlato con el desempeño del PO en los principales distritos electorales del país donde quedó por debajo de otras fuerzas de izquierda con porcentajes muy discretos, pese a los afanes autoproclamatorios y ridículos de sus dirigentes definiéndose como “la única izquierda” existente. Ya vimos que en cuestiones de programa, que es el aspecto central para la caracterización política de un partido, el PO no demostró estar a la izquierda de las otras listas.

Los desafíos de la izquierda

La izquierda tiene un importante desafío ante sí. La experiencia demostró una y otra vez que los trabajadores no entienden de organizaciones pequeñas, y las actuales organizaciones de izquierda lo son, comparadas con el tamaño de la clase obrera argentina. Por esa razón, la única forma en que pequeñas organizaciones pueden captar la atención y el oído de la mayoría de los trabajadores y la juventud es confluyendo en un frente político común con libertad de corrientes y tendencias en su interior, no solamente en el campo electoral sino fundamentalmente en el campo político más general, en el frente sindical, barrial, juvenil, etc. En la medida que no hay diferencias importantes de programa, no debería haber ningún problema en acordar en un programa de transición al socialismo, que incluya desde las demandas más básicas por salario, empleo y vivienda, hasta las más generales sobre la nacionalización de las ramas fundamentales de la economía bajo control obrero. Este programa debe servirnos para agitarlo hábilmente en el seno de nuestra clase, al mismo tiempo que intervenimos cotidianamente en las luchas tomando posiciones en el seno de las organizaciones de masas de los trabajadores, comenzando por los sindicatos.

La experiencia y la práctica de una democracia obrera sana en un frente político común de este tipo pondrá a prueba los programas, las ideas y las tácticas de los diferentes agrupamientos y grupos de luchadores que convivan en su seno, confirmándose unas y rechazándose otras. Si cada uno está convencido de la corrección de sus ideas, programa y tácticas nada se debe temer de esta experiencia en común, que sería recibida con enorme entusiasmo por cientos de miles de trabajadores y jóvenes en todo el país.

En la perspectiva de forjar un partido socialista revolucionario de la clase obrera argentina con influencia de masas, creemos que no existe otra alternativa sino transitar por este camino. La experiencia demostró suficientemente que las luchas sectarias entre pequeños agrupamientos son estériles y nos alejan de los trabajadores y jóvenes que por primera vez se acercan hacia las ideas del socialismo y de la transformación social.

Perspectivas para el gobierno de Kirchner

La debilidad política de la burguesía argentina es otro de los rasgos que trascienden estas elecciones. No existe una sola fuerza política burguesa unificada a nivel nacional y con una base social estable.

Los radicales están en una crisis agónica y prácticamente desaparecidos en muchas zonas del país y desgajados en crisis internas.

La derecha política carece de una estructura unificada nacionalmente. PRO y Recrear son meramente un fenómeno porteño y, en menor medida, bonaerense, en alianza con otras fuerzas provinciales del interior. El afán de los medios de comunicación de la burguesía por destacar la figura de Macri se debe a que necesitan fabricar un líder nacional al que oponer frente a Kirchner, en previsión de un recambio político a futuro y para contener por derecha la hegemonía del kirchnerismo en el panorama político nacional.

El peronismo se presentó a estas elecciones escindido desde la cúpula hasta las bases. El duhaldismo intentó utilizar para sí mismo los símbolos “sagrados” del peronismo: las siglas del PJ, su escudo, las efigies de Perón y Evita, hasta la marcha peronista; y eso no evitó su derrota aplastante en todo el país a manos del Frente Para la Victoria kirchnerista, que realmente sólo está sustentado en la persona de Kirchner. No existe ningún otro dirigente peronista que pueda disputarle su autoridad. Es probable que a corto plazo haya un reagrupamiento del PJ en torno a la figura de Kirchner, pero eso no evitará nuevas crisis y estallidos más adelante.

El apoyo de la mayoría de los trabajadores a las candidaturas kirchneristas no tiene tanto que ver con la condición de “peronista” de Kirchner sino porque creen identificar algunos aspectos de su política, de sus discursos y de sus actitudes demagógicas (contra el FMI, las multinacionales extranjeras, la corrupción, a favor de los derechos humanos, etc.) con una ruptura fundamental con el pasado. En la medida que no ven otra alternativa confiable que exprese sus intereses de clase, la mayoría de los trabajadores, junto a sectores amplios de las capas medias que notaron una estabilización o mejoramiento en sus condiciones de vida, optaron por el kirchnerismo porque, con la excepción del ARI, todo lo demás aparecía situado políticamente a su derecha.

Pero, por el momento, la burguesía sólo puede basarse en Kirchner para llevar adelante su política. Kirchner puede hacer gala de que cuenta con el apoyo mayoritario de la población, pero este apoyo no es unánime ni tampoco revela un gran entusiasmo.

A los empresarios los sigue contentando con plata y elevadas ganancias (reducciones de impuestos, subsidios millonarios, peso barato que favorece las exportaciones, etc.), y para las familias trabajadoras sólo hay palabras y discursos, y promesas de bienestar y prosperidad… a futuro. Pero los trabajadores ya están demostrando que no están dispuestos a esperar. Por eso, la política de duplicidad del kirchnerismo (intentando contentar por igual a empresarios y trabajadores) no se puede mantener.

Ante la desbocada suba de precios (un 11% entre enero y octubre, a falta de dos meses para terminar el año) el gobierno ya declaró que no tolerará un alza generalizada de los salarios. El presupuesto nacional para el 2006 mantiene el congelamiento de los salarios para los empleados públicos, las jubilaciones y los planes sociales para los desocupados, mientras que aumentan los subsidios públicos multimillonarios para los negocios empresarios y miles de millones de dólares para el pago de la deuda.

El gobierno, con la complicidad de una burocracia sindical que no mueve un dedo para revertir esta situación, abandonó a su suerte a casi la mitad de los trabajadores argentinos que son sobreexplotados con salarios de miseria en el trabajo “en negro” lo que no hace sino acumular rabia y frustración en millones de trabajadores, principalmente entre la juventud obrera.

Para el próximo año, el gobierno y las empresas privatizadas ya acordaron subas generalizadas en las tarifas de los servicios públicos y en los combustibles de entre un 15%-30% en promedio, lo que sumará un nuevo ajuste a nuestros bolsillos.

Los negros nubarrones que se ciernen sobre la economía mundial (suba del petróleo, aumento de la inflación, sobreproducción, suba de las tasas de interés, riesgo de crisis financiera en los EEUU, etc.) amenazan también a la economía argentina y limitarán la capacidad recaudatoria del gobierno para hacer frente a sus gastos y mantener el pago de la deuda.

Pese a los afanes hegemónicos del kirchnerismo éste se sustentó en alianzas políticas muy frágiles con sectores del podrido aparato peronista a los que se sumarán en las próximas semanas una nueva camada de ex-duhaldistas, sectores desprendidos del radicalismo, etc. cuyas lealtades se cotizan en el mantenimiento de las estructuras mafiosas y clientelistas que tejieron durante años, y que estarían dispuestos a buscar un nuevo amo si la ocasión se presentara. Mañana, este entramado estallará por los aires a la primera señal de debilidad del kirchnerismo.

De esta manera, se prepara a futuro una ruptura fundamental de las masas trabajadoras con el kirchnerismo que creará las condiciones para el surgimiento de una herramienta política propia de la clase trabajadora que adquiera una influencia de masas. Pero ésta no caerá del cielo. Es necesario dar ya los primeros pasos en su articulación y desarrollo, en paralelo a la puesta en pie de una corriente sindical de oposición dentro de lo sindicatos que permitan al activismo obrero combativo emerger, en el marco de las grandes luchas que están por venir, como un referente ante el conjunto de la clase obrera.