La Unión Europea se enfrenta a la crisis más profunda de su historia

“La gente dirá que Europa no está en crisis, pero está en una profunda crisis”, estas son las palabras del primer ministro luxemburgués, Jean-Claude Juncker, que actualmente ejerce la presidencia de la UE. La cumbre europea de la semana pasada acabóen lágrimas al colapsar las negociaciones sobre el presupuesto de la Unión Europea, pocas semanas después de que la Constitución de la UE fuera rechazada en sendos referéndums celebrados en Francia y Holanda.
“Las naciones no tienen amigos o enemigos permanentes,
sólo intereses permanentes”.
Lord Palmerston (Ministro de Exteriores británico, 1846-1851)

“La gente dirá que Europa no está en crisis, pero está en una profunda crisis”, estas son las palabras del primer ministro luxemburgués, Jean-Claude Juncker, que actualmente ejerce la presidencia de la UE. La cumbre europea de la semana pasada acabó en lágrimas al colapsar las negociaciones sobre el presupuesto de la Unión Europea. Resulta significativo que Juncker comenzara su rueda de prensa con un vaso de agua: “Discúlpenme porque beba primero, no bebo porque haya hablado mucho sino porque he escuchado demasiado. Otros probablemente estarán sedientos porque han hablado demasiado y han escuchado muy poco”.

El discurso diplomático habitual no se ha visto por ninguna parte en la que será conocida como la cumbre donde todo el proceso de integración en la UE quedó interrumpido. Jacques Chirac, el presidente de Francia, dio a entender claramente que la culpa del fracaso de la reunión era del primer ministro británico Tony Blair, al que acusó de “egoísmo nacional”. Blair, a su vez, utilizó su rueda de prensa para responder a las acusaciones de que Gran Bretaña carecía de “espíritu europeo”, pronunciado el agrio comentario de que “Europa no es propiedad de nadie”.

¿Todo esto era la consabida historia? A juzgar por las apariencias, el fracaso de la cumbre era el resultado de los desacuerdos sobre la financiación del presupuesto de la UE para 2007-2013. Sin embargo, el presupuesto fue sólo un tema particular del orden del día de los que dividieron a las diferentes naciones que participaron en la cumbre.

Como señala The Economist: “Las discusiones sobre el presupuesto, aunque a menudo amargas, han sido una característica regular de la política europea durante muchos años. El rechazo a la Constitución Europea en los recientes referendos de Francia y Holanda ha planteado cuestiones mucho más profundas. Esas votaciones, en países que tradicionalmente habían sido fundamentales para el devenir de la unidad europea, suscitaron cuestiones más profundas sobre la legitimidad política de la UE y su utilidad subyacente. Pero, entrando en la cumbre, el presupuesto y las cuestiones constitucionales están unidas. Intentando resarcirse de su humillación política en casa, Chirac ha optado por pasar a la ofensiva contra ‘el cheque británico’, la rebaja de la que ha disfrutado Gran Bretaña en sus contribuciones al presupuesto europeo desde mediados de los años ochenta, cuando Margaret Thatcher insistió en que se le devolviera algo de su dinero”. (The Economist. 18/6/2005).

La Constitución está muerte, ¡larga vida a la Constitución!

Decir que el reciente rechazo a la Constitución Europea, tanto en Francia como Holanda, tiene tremendas ramificaciones es decir algo obvio. Ciertamente, hace tres semanas, el tren Thalys que une París con Ámsterdam a través de Bruselas, el tan cacareado símbolo de la Europa sin fronteras que los líderes de la Unión Europea supuestamente querían construir, descarriló violentamente. La ruta París-Bruselas-Amsterdam se ha convertido en la falla de un terremoto político europeo. A pesar de la insistencia de José Manuel Barroso y Josep Borrell, presidentes de la Comisión Europea y el Parlamento europeo respectivamente, en que la constitución no estaba muerta y que la ratificación debe continuar, después del “no” francés y holandés la constitución ahora está totalmente muerta.

Al menos, eso es lo que se podría pensar después del terrible golpe que ha provocado temblores en las espinas dorsales del establishment europeo. Después de todo, para que la constitución pueda aplicarse los 25 miembros de la UE necesitan ratificarla. Con el reciente rechazo en dos países clave, parece que finalmente la constitución está al borde del abismo. Sin embargo, el año pasado se adjuntó una declaración en la que se decía que si, dos años después, cuatro quintas partes de los países habían ratificado la constitución, porque algunos países se hubieran “encontrado con dificultades” (es decir, cuando su población haya rechazado democráticamente este pedazo de papel reaccionario que se les ha atragantado), se celebraría una cumbre de la UE para “considerar la situación”. Lo que hace falta ahora, aparentemente, es un período de “balance, debate y explicación”. La declaración del año pasado se hizo por la insistencia de Juncker en que la ratificación debía continuar. No importa que nueve países hayan ratificado ya la constitución y que sólo España lo hiciera a través de un referéndum.

Oficialmente, los líderes de la UE dicen que han alcanzado un acuerdo sobre la constitución en la cumbre de la semana pasada. El mismo Juncker, reconociendo que Europa estaba atravesando por una seria de crisis importantes, dijo que la constitución todavía está viva y puede entrar en vigor. ¿Cómo solucionar esta contradicción? El argumento es que el documento fue un compromiso cuidadosamente equilibrado y que no se puede enmendar, a pesar de los veredictos negativos de los votantes franceses y holandeses, que según él estaban “confundidos” y “mal informados”. Por lo tanto, anunció que habría una pausa en el proceso de ratificación “para permitir un debate más amplio entre los ciudadanos europeos”. En otras palabras, ¡qué la población de Francia y Holanda se lo piense de nuevo! Aunque a la mayoría de los líderes europeos les gustaría ver a los franceses y holandeses votar de nuevo la misma constitución, es poco probable que eso ocurra porque pondría al presidente Chirac y al primer ministro Balkenende en una posición muy difícil en sus propios países. Sin embargo, como decía The Economist: “Está claro que en la mente de Juncker -su argumento contó con el apoyo de los presidentes de la Comisión Europea y el Parlamento europeo- sólo puede haber un resultado aceptable para este debate: la ratificación final de la constitución”. (Ibíd.,).

La democracia, como se puede ver, es algo peligroso. Desde el punto de vista de la burguesía está bien que las personas ejerzan su derecho a voto siempre y cuando sus intereses permanezcan inalterables. Como dijo en cierta ocasión un sabio: “A los oprimidos se les permite cada pocos años decidir qué representantes concretos de las clases opresoras les representarán y reprimirán”. En junio de 2001, por ejemplo, se produjo el espectáculo de Irlanda celebrando un referéndum sobre el Tratado de Niza, pero para sonrojo del gobierno los votantes lo rechazaron. Eso no impidió que el mismo gobierno celebrase de nuevo el mismo referéndum, de este modo, artificialmente, consiguieron que saliera el “sí”.

Las cosas no van a ser diferentes con la Constitución Europea. Al principio, los representantes gubernamentales tenían mucha confianza en que conseguirían fácilmente aprobar la constitución, así que ¿por qué no celebrar algunos referendos y así dar una imagen de democracia? Nadie estaba realmente interesado en esta constitución y con una masiva campaña de propaganda en los medios de comunicación no se esperaban dificultades reales. Las cosas sucedieron de manera diferente porque la burguesía europea subestimó el agitado resentimiento existente entre su propia población. Después de los desastres electorales de casi todos los partidos en el gobierno en las elecciones europeas deberían haber esperado que esto ocurriera. Una cosa es controlar los medios de comunicación y utilizarlos para diseminar una corriente interminable de propaganda, y otra bien distinta es mantener el control de lo que realmente piensa la gente después de los incesantes ataques contra sus niveles de vida, pensiones, seguridad social, etc.,

Tácticas dilatorias

El punto crucial del problema es que el “no” francés y holandés puede haber sentado un precedente. Los referendos en Polonia, República Checa, Dinamarca o Gran Bretaña probablemente habrían supuesto nuevos rechazos. Luxemburgo había pensado en cancelar su referéndum previsto para el 10 de julio, aunque finalmente decidió seguir adelante, mientras que Gran Bretaña, República Checa, Dinamarca, Irlanda y Portugal probablemente se decidan a no celebrarlos. Los líderes temen a sus propias poblaciones.

Una vez más citaremos a The Economist: “… Los líderes de la UE habían asumido que los potenciales no-ratificadores serían los países pequeños, como Dinamarca o la República Checa -cuyas armas podrían ser votar de nuevo- o un país más escéptico como Gran Bretaña. Si eso ocurriera se le podría invitar a una frambuesa más, es decir, se podría celebrar otra votación sobre un texto que hubiera sido revisado o cambiado de alguna forma… Pero si la renegociación y la segunda votación son impensables, menos aún lo es la posibilidad de prescindir de Francia. A diferencia de Gran Bretaña, Francia ha sido políticamente (y geográficamente) uno de los centros de Europa. Como Holanda, Francia es uno de los seis fundadores, y también uno de los doce que se han unido a la moneda única europea, el euro. Una UE sin Francia es simplemente inimaginable”. (The Economist. 2/6/2005).

¿Entonces cuál es salida? Alistarse en el ejército de abogados y tecnócratas localizados en Bruselas que ganan mucho dinero encontrando una salida a crisis como esta. Una opción que fue provisionalmente considerada sería cambiar ciertos aspectos de la constitución e introducirlos después por la puerta trasera. De esta manera se podría evitar la molestia de los referendos. La dificultad de esta opción es que algunas regulaciones clave como la abolición de ciertos vetos (que siempre ha sido un obstáculo para los países más grandes que no quieren ser bloqueados por los más pequeños) requeriría enmendar el tratado ¾ llegar a un acuerdo adecuado para todos se ha convertido en algo más difícil que nunca debido a la división actual de la UE ¾ . Hay pocas dudas de que los abogados de la UE especializados en el arte de la sofistería tarde o temprano, sólo temporalmente, conseguirán una salida “legal”.

Por ahora, parece que los líderes europeos han decidido posponer cualquier decisión sobre el tema. El acuerdo de la cumbre podría haber sido una resolución sobre el proceso de ratificación de la constitución pero debido a su vaguedad la resolución no deja de ser una declaración de “buenas intenciones”. Los estados miembros se supone que tienen libertad para definir su propio ritmo de ratificación de la constitución. La fecha tope de noviembre de 2006 para ratificar la carta se ha descartado y en su lugar se hará una nueva “evaluación”. Aquellos que quieran ir más rápido se les permitirá hacerlo. Aquellos que quieran ir más lentamente serán también libres de hacerlo. Sobre todo, el texto dice que es necesario un período de reflexión para ganarse la “confianza de los ciudadanos”. En otras palabras, nada se ha solucionado y todas las contradicciones subyacentes regresarán de forma más virulenta en el futuro.

Los antagonismos nacionales al descubierto

El principal contenido de la cumbre era esencialmente la cuestión monetaria. Gran Bretaña, hasta ahora, consigue que dos tercios de su contribución neta al presupuesto de la UE les sean devueltos. Esto es lo que intentó utilizar Chirac para atacar a Gran Bretaña cuando exigió la eliminación de esta rebaja, diciendo que sino Gran Bretaña no pagaría su parte del coste de la ampliación de la UE. Sin embargo, cómo rápidamente respondió Blair, Gran Bretaña sigue siendo todavía el segundo contribuyente neto más grande al presupuesto. Blair contestó al argumento abriendo el bote de las lombrices, también conocido como la política agraria común (PAC). Gran Bretaña tiene un sector agrícola pequeño y las granjas consiguen más del 40 por ciento del gasto de la UE a través de la PAC, por lo tanto, la devolución estaría justificada. Así que Blair dijo que sólo aceptaría con la condición de que toda la PAC fuera reformada, algo que Chirac, cuyo país es uno de los grandes beneficiados de la política agrícola, obviamente se negó a considerar esta posibilidad.

El hecho de que el presidente Chirac lanzara un ataque frontal contra el cheque británico se puede explicar sólo en parte como una táctica para desviar la atención del fiasco constitucional en Francia. Independientemente de las distintas razones del colapso de la cumbre, las causas reales se encuentran en las contradicciones económicas básicas que existen entre los estados miembros de la UE. Estas se han exacerbado durante los años de crisis económica prolongada que ha padecido Europa. Por encima de eso, los diferentes estados miembros también están aplicando políticas exteriores contradictorias. La guerra de Iraq dividió por la mitad a la UE, y fue sólo el ejemplo más obvio de esta situación.

Como escribieron el año pasado Roberto Sarti y Fred Weston: “Estas crecientes tensiones políticas finalmente estallaron en un conflicto abierto entre las principales potencias y dentro de la misma Unión Europea, cuando sólo hace dos o tres años se hubiera llegado a algún tipo de compromiso. Habríamos visto un período de negociación sobre diferentes puntos de este o aquel tratado o pacto que hubiera acabado en alguna clase de acuerdo. Un país u otro habría renunciado a sus ‘principios’ a cambio de alguna compensación monetaria. Esto ya no es posible.

Esto nos da una indicación de cómo funcionará la ‘diplomacia’ en el futuro. Ya no veremos el guante de terciopelo. Más bien, habrá amenazas y enfrentamientos abiertos en una situación donde los países más fuertes utilizarán toda su fuerza, con buenas o malas maneras, para prevalecer sobre los demás. De la misma manera que el imperialismo estadounidense se comporta como un rufián incontrolable en el mundo, Francia y Alemania intentarán utilizar su peso dentro de la UE para amenazar y engatusar a los miembros más débiles de la UE para que acepten su política”.

Esto se está desarrollando ahora ante nuestros propios ojos. Después del colapso de las conversaciones, Chirac describió la posición británica sobre el presupuesto como “patética y trágica”. Ahora tenemos el espectáculo de los líderes europeos haciéndose recriminaciones entre sí cuando supuestamente pretenden dar un mensaje de unidad sobre el “proyecto europeo”.

De la noche a la mañana, la UE ha pasado de ser una organización con ambiciones supranacionales a una organización más débil y desoladora como fue la Liga de las Naciones en el período entreguerras. Ayer el ministro de bienestar italiano, Roberto Maromi, pidió de nuevo un referéndum para que el país abandone el euro y retome la lira. Incluso antes del “no” en Francia y Holanda, Stern, una revista de noticias alemana, informó de que Hans Eichel, ministro de economía alemán, y Axel Weber, presidente del Bundesbank, habían discutido la ruptura de la unión monetaria con economistas independientes. Esto fue inmediatamente desmentido por los líderes políticos y empresariales alemanes que insistieron en su compromiso con el euro. Sin embargo, este tipo de noticias, en la frenética atmósfera política posterior a los rechazos francés y holandés a la Constitución Europea y después del colapso de la cumbre, siembra muchas dudas sobre el futuro a largo plazo de la moneda única.

¿Cómo podría ser de otra manera? Las economías más débiles en particular son las que han sufrido con la adopción de la moneda común. En el pasado ellas podían salir de la crisis económica recurriendo a la devaluación. Ahora esto es imposible porque cada gobierno tiene que buscar una solución en casa, que inevitablemente significa una política de deflación salvaje y desempleo. En ese sentido, las palabras de Maroni son simplemente el reconocimiento de que el euro ha puesto límites severos a la política del gobierno italiano y de las clases dominantes de Europa en general.

Después de todo, la UE no es un estado federal, ni tiene perspectiva de serlo. Simplemente no puede funcionar de la misma manera que EEUU que, en caso de crisis, puede canalizar fondos centrales a cualquier estado que se encuentre en dificultades. Lo mismo ocurre con un estado federal como Canadá, donde el gobierno federal garantiza las deudas de las provincias más pobres. En la Unión Europea toda la carga de una recesión debe soportarla cada uno de los estados miembros sin ninguna ayuda. La intención es obligar a cada gobierno a mantener unas “finanzas sanas” a través del viejo buen método de reducir el gasto público y vender los bienes públicos.

La UE se encamina hacia una frenada en seco

Para comprender lo que está ocurriendo ahora, es importante tener en mente lo excepcional que fue el período de los últimos cincuenta años. En la actualidad, la idea de una guerra entre las potencias europeas ha desaparecido en la conciencia de las masas europeas. Hace cien años el anarquista Kropotkin dijo que “la guerra es la condición natural de Europa” que, históricamente hablando, era cien por cien correcta. Sólo debido a la peculiar correlación de fuerzas surgida de la Segunda Guerra Mundial la guerra desapareció del orden del día de las principales potencias europeas. Esa época de “cooperación pacífica” basada en el masivo auge económico de la posguerra llegó a su final. Las tensiones que ahora existen entre los diferentes estados miembros de la UE en otro período habrían llevado directamente a una guerra. En el pasado, incluso incidentes más inocentes que el ocurrido recientemente entre Chirac y Blair, fácilmente podrían haber provocado una guerra. Este obviamente no es el caso actual -probablemente la democracia reinará de nuevo en los próximos meses- pero está claro que algo fundamental ha cambiado en las relaciones entre las diferentes naciones europeas.

Como escribió Alan Woods en Una alternativa socialista a la Unión Europea: “El Mercado Común se creó en un intento de la burguesía europea para superar las estrecheces del Estado nacional, con sus respectivos mercados nacionales limitados. Históricamente el Estado nacional jugó un papel esencial en el desarrollo del capitalismo, al proteger y desarrollar el mercado nacional. Sin embargo, con la división internacional del trabajo y el desarrollo de las comunicaciones, la técnica, la ciencia, las compañías multinacionales y el mercado mundial, las fuerzas productivas entraron en conflicto con la limitación de las fronteras del Estado nacional, así como con la propiedad privada de los medios de producción. Esta contradicción se reflejó en las guerras mundiales de 1914-18 y 1939-45 y la crisis del período entre ambas.
El desarrollo del comercio mundial en la posguerra permitió al sistema capitalista superar esta contradicción parcial y temporalmente. Los mercados nacionales separados de Gran Bretaña, Francia, Alemania y los demás países del viejo continente eran demasiado pequeños para los monopolios. El Mercado Común fue creado para intentar superar esa limitación. Los grandes monopolios esperaban con ilusión un mercado regional ilimitado de cientos de millones de consumidores y, además, el mercado mundial. Debido al auge económico, los capitalistas europeos tuvieron en gran parte éxito en esa gloriosa unión aduanera, donde la abolición de las tarifas entre los países del Mercado Común y una tarifa común con el resto del mundo sirvió para estimular y desarrollar el comercio mundial.”

Después de la Segunda Guerra Mundial Europa quedó hecha cenizas. Su debilidad fue el principal factor que llevó a la creación del Mercado Común Europeo, también conocido como Comunidad Económica Europea. Las naciones europeas como Francia y Alemania, totalmente arruinadas después de la guerra, tenían que establecer un contrapeso político y económico frente a EEUU y Japón. Por sí solas las potencias europeas separadas no eran capaces de competir eficazmente con el dominio económico de EEUU y Japón, que habían surgido fortalecidos de la guerra. Era necesaria unir recursos y llegar a un acuerdo para compartir un mercado común, primero en el acero y el carbón, después en otros productos. Esto era un reconocimiento tácito de que en las condiciones modernas el estado nacional se ha convertido en un freno reaccionario para el desarrollo de las fuerzas productivas.

Aunque el amplio análisis elaborado por los marxistas ha demostrado ser correcto (la crisis actual lo demuestra), la expansión de la Unión Europea de sus seis países originales a 25 y la integración de sus economías ha ido más allá de lo que originalmente preveíamos. Esto principalmente fue debido al desarrollo del comercio mundial y al auge general del capitalismo mundial en el período de 1948-1974, del que todos se beneficiaron.

Todo esto se consiguió con una tasa elevada de crecimiento económico. Esto permitió un desarrollo significativo de las fuerzas productivas. En este contexto, la mayor integración de las principales potencias europeas iba en interés de todas ellas. A finales de 2004, diez países más, principalmente de Europa del Este, se unieron a la UE. Más que nunca existía la ilusión de un movimiento irresistible en dirección a una Europa unida. Sin embargo, las contradicciones eternas permanecen e inevitablemente resurgirán en un período de recesión económica. La crisis actual probablemente detenga el proceso de ampliación de la UE. Los políticos dudan abiertamente de que una nueva ampliación sea una buena idea, parece improbable que ahora un país como Turquía se convierta en miembro pleno de la UE.

Es poco probable que la UE se rompa totalmente debido a la necesidad de defender sus mercados frente a EEUU y Japón. Tienen que golpear juntos porque no tienen otra alternativa. Los capitalistas europeos están obligados a mantenerse unidos para no acabar colgados por separados. Todo lo que les queda es una serie de acuerdos bilaterales y alianzas, con Alemania mirando incluso más al Este, y Francia acercándose, después alejándose, de Gran Bretaña y los estados europeos más débiles para intentar equilibrarse ante el creciente poder de Alemania. Esta situación será lógicamente inestable y estará llena de todo tipo de explosiones.

Lógica propia

El hilo común que une a todos los países de la UE es que tienen que tratar con una economía que está en declive. En todas partes hay exceso de capacidad, hay demasiado acero, demasiados automóviles e incluso el espectáculo bochornoso de demasiada comida que tirar. Es necesario recortar, cerrar, dejar de producir y, sobre todo, en el caso de las enormes subvenciones agrícolas, ¡incluso pagar a la gente para que no produzca! Las fábricas se cierran como si fueran cajas de cerillas, millones se quedan sin empleo, comunidades enteras condenadas a la miseria.

En cada uno de los estados miembros de la Unión Europea, los gobiernos están reduciendo el gasto público. ¿Cómo pretenden los capitalistas europeos reducir el desempleo? Reduciendo impuestos que sólo benefician a los ricos, recortando los beneficios sociales y subsidios de desempleo para obligar a los desempleados a que acepten empleos muy mal pagados, eliminando todas las restricciones al despido de trabajadores [“flexibilidad laboral”], promoviendo el trabajo a tiempo parcial y los “Macempleos” sin protección y bajos salarios, a expensas de empleos reales.

En 1992 el Tratado de Maastricht no trataba de la unidad europea, sino que servía simplemente como excusa para llevar adelante un ataque sobre los niveles de vida y reducción del gasto público. La verdadera razón era la ardiente necesidad de reducir la enorme deuda pública que estaba absorbiendo una cantidad desproporcionada de la riqueza de la sociedad y que se había convertido en una úlcera sangrante en los intestinos del sistema. La deuda pública en Italia ahora alcanza el 105 por ciento de su PIB, la de Bélgica el 130 por ciento. Esto no se puede sostener. El pago de los intereses de estas deudas absorbe una gran parte del presupuesto nacional y pende como una espada de Damocles sobre los gobiernos individuales, que ahora tienen muy poco margen de maniobra. Sin estos pagos de intereses la mayoría de los países tendrían plusvalía.

En realidad, el criterio de Maastricht era un reconocimiento de que si Europa continúa con sus déficit y deudas públicas cada vez mayores, se produciría una explosión de la inflación. Desde el punto de vista capitalista, la única opción es poner la carga de esta situación sobre los hombros de la clase obrera de Europa. Sin embargo, cada acción tiene su reacción, el intento de dar marcha atrás al período “clásico” del capitalismo, provocará una explosión sin precedentes de la lucha de clases.

En los últimos años se ha producido un aumento enorme de las contradicciones sociales, un aumento del abismo entre ricos y pobres, los inicios de un profundo cambio en la conciencia de todas las clases. Justo hace un mes hubo una masiva huelga general en Grecia, en España el gobierno del PP ha sido expulsado del gobierno e incluso en la normalmente tranquila Holanda el año pasado hubo manifestaciones de masas, por no mencionar la oleada tras oleada de luchas sindicales en Francia. Incluso Alemania ha visto grandes movimientos, como el de los metalúrgicos. Italia ha presenciado una serie de luchas localizadas amargas y varias huelgas generales.

Estamos entrando en un período totalmente nuevo de la historia, un período más similar al período entreguerras, un período de convulsiones y crisis. Al final, como sean las condiciones serán los resultados. Las recientes huelgas y manifestaciones son sólo un síntoma de lo que vendrá. Cada uno de los países europeos se enfrentará a una crisis económica, social y política, todos lo sufrirán tarde o temprano.

¡Por los Estados Unidos Socialistas de Europa!

Si alguien interpreta las líneas anteriores como una posición antieuropeísta estaría equivocado. Los socialistas no estamos en contra de una Europa unida. Estamos cien por cien a favor de la unidad y luchamos contra el veneno nacionalista y racista que está detrás del debate. La cuestión clave es: ¿unidad sobre qué base? Es necesario abordar esta cuestión de manera muy concreta y mirar la diferencia actual entre la teoría y la práctica.

En teoría, el “proyecto europeo” parece muy bonito y lógico. El problema es que el sistema capitalista es cualquier cosa menos lógico. Tomemos el ejemplo del euro. En abstracto, la idea de una moneda europea común tiene mucho sentido. Ahorra mucho dinero, agiliza el comercio, facilita la planificación económica a largo plazo y las decisiones de inversión, elimina toda una serie de operaciones innecesarias y costosas. Sin embargo, en la práctica, sobre bases capitalistas, está demostrando ser un desastre. En este momento todas las monedas nacionales están encorsetadas en un sistema rígido. Ningún gobierno nacional puede alterar el tipo de cambio ni puede salir de la crisis devaluando su moneda. Si un país como Italia mañana sometiera a referéndum el regreso a la lira, muchas personas, indudablemente, lo apoyarían y por una simple razón, la gente ha podido ver que desde la introducción del euro los precios han subido a pasos agigantados. Por esa razón la cuestión del euro no se puede tratar en abstracto. ¿Quién lo ha introducido y por qué? Todo el que tenga ojos para ver comprende que la implantación se está utilizando para atacar los niveles de vida.

Sí, estamos a favor de una Europa unida porque el estado nacional ha superado su papel histórico y sólo es un freno para un nuevo desarrollo. ¿Pero queremos el actual organismo capitalista que es ajeno a la población que vive dentro de sus fronteras? Hay buenas razones para que las personas miren con recelo a los “burócratas de Bruselas”. Sienten que ese organismo no es suyo. Está bajo el control de los imperialistas europeos, en particular los capitalistas alemanes, franceses y sus socios más jóvenes de Italia y España. El camino actual es un callejón sin salida y no puede ofrecer ninguna solución a los trabajadores, campesinos, desempleados, pensionistas y pequeños comerciantes.

Cuando decimos que la idea de la unidad europea sobre bases capitalistas es una utopía reaccionaria, no es simplemente una forma retórica de decir las cosas. Es utópica porque no se puede llevar hasta el final. ¿Qué unidad hay en este momento? La existencia de profundos conflictos de interés entre los capitalistas de los diferentes estados nacionales, que en esencia están compitiendo por los mercados y esferas de influencia, ha salido a la superficie. El grado de integración conseguido por el establishment europeo simplemente significa un mayor grado de dominación de los bancos y monopolios sobre la vida de las personas. Por lo tanto no sólo es una utopía, sino también una utopía reaccionaria. No hay absolutamente nada progresista en ello.

“De hecho, la única vez que se logró una Europa capitalista unida fue bajo Hitler. Los nazis lograron temporalmente la ‘unidad’ de la Europa continental bajo la dominación del capital alemán. La naturaleza reaccionaria de esa unión no necesita mayor comentario. Pero debe entenderse que, bajo el capitalismo, los antagonismos entre las diferentes clases dirigentes hacen que cualquier unión necesariamente signifique la dominación de una potencia sobre las otras. Vemos elementos de esto en la situación actual. A lo largo de décadas, el imperialismo alemán ha logrado por medios económicos lo que no pudo conseguir en dos guerras mundiales: la unidad europea bajo su dominación. Pero tras la fachada de unidad, todas las viejas contradicciones entre los Estados nacionales continúan existiendo e intensificándose”. (Alan Woods. Op. cit.,).

Los que se llaman de izquierda que tienen ilusiones en la “naturaleza progresista” de la UE (normalmente lo plantean como una “alternativa amistosa” a los Estados Unidos) olvidan testarudamente la razón de que la existencia de la UE es también el objetivo de continuar la explotación de las antiguas colonias europeas en África, el Caribe, etc., La única diferencia es que se trata de explotación conjunta frente a la vieja relación de dos entre la colonia y su amo imperial. En esta ocasión el saqueo se realiza a través del mecanismo del comercio, frente al saqueo directo perpetrado bajo el dominio militar. Las antiguas colonias son utilizadas como una fuente de materias primas baratas. En el período de auge económico, los capitalistas europeos también necesitaban mano de obra barata y por esa razón favorecieron la inmigración de un gran número de trabajadores de las antiguas colonias africanas, asiáticas y caribeñas. Ahora, en el declive, ya no los pueden utilizar y se quieren librar de ellos. En su lugar, se convierten en el chivo expiatorio del desempleo de masas y el objetivo de la demagogia de los políticos de derecha. El racismo es el gemelo inseparable del imperialismo y la dominación de un pueblo sobre otro.

La oposición a la Europa de los bancos no significa que debamos apoyar el tipo de “independencia nacional” defendida por los oponentes nacionalistas a la Unión Europea. La política de autosuficiencia nacional ha fracasado allí donde se ha intentado, e inevitablemente fracasará en la época moderna cuando todo está dictado por la economía mundial. El intento de construir el “socialismo en un solo país” llevó a un desastre en Rusia y China, aunque se trataba de economías poderosas basadas en los recursos de subcontinentes. ¿Qué futuro hay para los pequeños estados como Gran Bretaña, Francia o incluso Alemania aislados? La idea de combinar los recursos económicos de Europa -y de todo el mundo- es un objetivo progresista y es la única salida seria a la crisis actual de la humanidad. Los dos principales obstáculos que impiden un nuevo desarrollo de la industria, la agricultura, la ciencia y la técnica a escala mundial son la propiedad privada de los medios de producción y el estado nacional. Sólo eliminando estos obstáculos la sociedad puede romper los grilletes que frenan su desarrollo. De este modo, la alternativa real a la UE capitalista no es la “independencia nacional”, sino los Estados Unidos Socialistas de Europa.

Terminaremos con unas palabras no muy conocidas del viejo Engels: “Por último, la confraternización entre naciones tiene hoy, más que nunca, un significado puramente social. Las fantasías sobre una República Europea, la paz perpetua bajo la organización política, se han convertido en algo tan ridículo como las frases sobre la unidad de las naciones bajo la tutela del comercio libre universal, y mientras todo tipo de sentimentalismos quiméricos se vuelven totalmente irrelevantes, los proletarios de todas las naciones, sin demasiada ceremonia, ya están realmente comenzando a confraternizar bajo la bandera de la democracia comunista. Y los proletarios son los únicos que realmente son capaces de hacer esto; la burguesía de cada país tiene sus propios intereses especiales, y como estos intereses son los más importantes para ella, nunca pueden trascender la nacionalidad, y el puñado de teóricos no consigue nada con sus finos ‘principios’ porque simplemente siguen estos intereses contradictorios -como todo lo demás- que continúan existiendo y no pueden hacer nada excepto hablar. Pero los proletarios en todos los países tienen un único y mismo interés, un único y el mismo enemigo, una única y la misma lucha. La gran masa de proletarios está, por su propia naturaleza, libre de prejuicios nacionales y su disposición y movimiento es en esencia humanitario y no nacionalista. Sólo los proletarios pueden destruir la nacionalidad, sólo el despertar del proletariado puede traer la confraternización entre las diferentes naciones”. (Federico Engels. El festival de las naciones en Londres (Para conmemorar el establecimiento de la república francesa, 22 de septiembre de 1792) en las Obras Completas de Marx y Engels, Volumen 6, p. 6. En la edición inglesa).