La Revolución Rusa y la cuestión de las nacionalidades

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El Imperio del Zar distaba mucho de ser un Estado nacional, en el sentido de un Estado homogéneo. Era un Estado plurinacional en el que la nacionalidad rusa era la dominante y sometía a las demás nacionalidades a la más feroz opresión; un Estado centralista que practicaba la rusificación a ultranza y la explotación más brutal, asfixiando cualquier tipo de manifestación cultural o lingüística que no fuera la rusa. El ruso se imponía en la escuela, en el ejército y por supuesto en toda la administracióración, mientras que la Iglesia imponía la religión ortodoxa, ejerciendo de “policía espiritual”. El Imperio del Zar distaba mucho de ser un Estado nacional, en el sentido de un Estado homogéneo. Era un Estado plurinacional en el que la nacionalidad rusa era la dominante y sometía a las demás nacionalidades a la más feroz opresión; un Estado centralista que practicaba la rusificación a ultranza y la explotación más brutal, asfixiando cualquier tipo de manifestación cultural o lingüística que no fuera la rusa. El ruso se imponía en la escuela, en el ejército y por supuesto en toda la administración, mientras que la Iglesia imponía la religión ortodoxa, ejerciendo de "policía espiritual".

Según el censo de 1897, el último realizado bajo el Imperio Ruso, sobre una población de 129 millones de habitantes sólo 55,6 millones eran rusos, es decir, un 43% del total. Sin embargo la lengua rusa, la religión ortodoxa oficial y la administración zarista se imponía al resto de la población no rusa, el 57%, compuesta por decenas de nacionalidades y grupos étnicos: Ucrania, con 22,4 millones de habitantes; Rusia Blanca, con 5,9 millones; Polonia, con 7,9 millones; Finlandia, con 2,1 millones; Lituania con 1,6 millones; Letonia, con 1 millón; 5 millones de judíos; el Cáucaso albergaba una verdadera amalgama de pueblos llegando a 5 millones de habitantes; los pueblos turco-tártaros sumaban 13 millones; los de origen finlandés eran 4 millones; 100 mil moldavos; 1,8 millones de alemanes, etc.

El zarismo a menudo recurría al exterminio de poblaciones enteras, especialmente en el Cáucaso. También, para afianzar su dominio, utilizaba habitualmente la política del "divide y vencerás", fomentando el odio entre diferentes nacionalidades, llegando a organizar directamente progroms (limpieza étnica) contra los judíos. La opresión nacional en la Rusia zarista fue más brutal que la existente en los países vecinos debido a las exigencias del enorme aparato estatal ruso y el atraso de la población, mayoritariamente compuesta de campesinos pobres, y analfabetos.

La formación del Estado ruso

El carácter multinacional del estado ruso, esa "cárcel de los pueblos", se debía a su peculiar desarrollo histórico. Mientras en Rusia la servidumbre de la gleba alcanzaba su apogeo en el siglo XVIII y sólo fue abolido jurídicamente en el año 1861, en Europa, en el siglo XIX, el capitalismo industrial estaba ya muy avanzado. La formación de estados nacionales en Francia, Alemania, Italia y en general en Europa corrió paralela al desarrollo del modo de producción capitalista y a la intensificación de la circulación de mercancías. La unificación de territorios dispersos en otros más extensos, un proceso necesario para la creación y ampliación del mercado capitalista, se hacía en base a una lengua común, citando a Trotsky constituía "el instrumento más importante de contacto entre los hombres, y por tanto, de vinculación de la economía" (Historia de la Revolución Rusa). Así, mientras la formación de estados nacionales en estos países fue, por decirlo de algún modo, natural, en Rusia ese proceso estuvo condicionado por su atraso histórico.

Desde principios del siglo XVI hasta el siglo XIX -en el que Rusia seguía siendo fundamentalmente agrícola, con una estructura medieval y con unos métodos de explotación agrícolas muy primitivos- el crecimiento del Imperio Zarista se produjo mediante la conquista de nuevos territorios y la instauración en ellos del régimen de servidumbre. Esas nuevas tierras -previo desalojo de la población nativa- eran repartidas entre los terratenientes, los funcionarios, los comerciantes, los campesinos ricos rusos y por supuesto el Zar. Así, durante siglos, la agricultura rusa crecía sólo en extensión, sin avances en los métodos de producción, manteniéndose en el atraso.

La ampliación del Estado ruso iba indisolublemente ligada a la explotación y la humillación de las poblaciones conquistadas, compuesta en su inmensa mayoría por campesinos. A menudo, los funcionarios, los maestros, los curas y los terratenientes, todos ligados al régimen zarista, ni siquiera hablaban o entendían la lengua nativa, aparte, evidentemente, de tener un nivel económico, costumbres y una vida social totalmente desligadas de la masa de población nativa. La aparición, a finales del siglo XIX de los primeros grupos capitalistas rusos no alivió para nada la situación del campesinado. Se estableció rápidamente un vínculo de intereses entre la burguesía de las ciudades y los terratenientes de las zonas rurales, al dedicarse los primeros fundamentalmente a la exportación de materias primas poco elaboradas a los países más industralizados de Europa. Así, la explotación del campesino pobre, tanto ruso, como de las nacionalidades oprimidas, se intensificó con el desarrollo del capital comercial y la influencia de la burguesía en la política del Zar.

La participación de Rusia en la guerra imperialista de 1914 endureció todavía más la opresión nacional: los fusilamientos, la expulsión en masa de la población autóctona por foráneos, la absoluta prohibición de cualquier prensa nacional, la represión sangrienta contra los pueblos orientales se intensificaron.

La unidad del estado ruso se cimentaba pues en la opresión y en estas condiciones era inevitable que, tarde o temprano, se pusieran de manifiesto fuertes tendencias de las nacionalidades oprimidas a la separación. Eso se vio claramente en la revolución de 1905 y, sobre todo, en la revolución de 1917.

La cuestión nacional y la Revolución de Febrero

La revolución de febrero acabó con la dictadura del Zar y dio a la burguesía rusa, a través del Gobierno Provisional y del partido Kadete, la oportunidad de poner en práctica su política en los temas fundamentales que preocupaban a las masas: la guerra, la cuestión de la tierra, la cuestión nacional. En seguida se vio que en los temas centrales la política de la burguesía no variaba sustancialmente respecto a la del Zar.

Las declaraciones de buenas intenciones no satisfacían a nadie y no servían más que para acentuar las tendencias centrífugas. El restablecimiento de las libertades formales ponía en evidencia las carencias reales de las nacionalidades oprimidas: la lengua de la administración seguía siendo el ruso y para cualquier gestión había que emplearlo, los burócratas rusos se resistían a removerse de su sillón, no existían periódicos de lengua autóctona, en las escuelas no había profesores para enseñarla ni recursos materiales. Los pueblos atrasados seguían atados a las cadenas de la servidumbre cultural y económica, algunos ni siquiera tenían un alfabeto con el que expresarse por escrito. Para los ucranianos el establecimiento de la igualdad de derechos civiles respecto a los rusos no les aportaba nada nuevo puesto que ya los tenía desde que fueron absorbidos a la fuerza por estos últimos. Tampoco satisfacía a los finlandeses que aspiraban a la separación.

El programa del partido Kadete, el partido de la burguesía rusa, aprobado en su congreso de mayo de 1917, era bastante claro respecto a la política a seguir en este terreno: "El Partido de la Libertad Popular intenta encontrar una solución que permita a las diversas regiones rusas instituir una autonomía en base a una legislación propia sin que, al mismo tiempo, destruya la unidad estatal de Rusia. La conservación de la unidad estatal de Rusia es el límite dictado para las resoluciones extremas del Partido, que considera imposible la disgregación en unidades soberanas independientes… El Partido de la Libertad Popular no considera que sea acertada, en el momento actual, la solución del problema en el sentido de la organización nacional territorial…".

El Gobierno Provisonal

En la práctica el Gobierno Provisional formado por solcialrevolucionarios, mencheviques y kadetes, también dio sobradas muestras de hostilidad hacia los derechos de las nacionalidades. En cuanto a Finlandia, el Gobierno Provisional disolvió por la fuerza de las armas a su parlamento, el "Sejm", en el primer encontronazo. Respecto a Ucrania adoptó una política similar, rechazando sus modestas aspiraciones. En cuanto a Polonia, sólo aceptó su independencia cuando el país estaba ocupado por los alemanes, por lo que en la práctica no hacía ninguna concesión.

La cuestión nacional acabó convirtiéndose en un verdadero problema para la burguesía y su gobierno recién estrenado. No sólo el papel de los propietarios reaccionarios sino el de toda la burguesía liberal y su partidarios, quedó en evidencia.

La burguesía intentaba disfrazar su política reaccionaria con el ropaje de la revolución de febrero. Así, de la misma manera que defendían la participación de Rusia en la guerra "para defender la revolución del enemigo alemán", a nivel interno decían que era necesario mantener la unidad de Rusia "para mantener la unidad de la revolución". Todo eso era pura palabrería y las masas lo sabían porque lo contrastaban con la práctica. Las masas campesinas escuchaban atónitas como los terratenientes de toda la vida -los que les habían mantenido a ellos y a sus antepasados en la más absoluta miseria- decían que había que esperar a las elecciones de la Asamblea Constituyente para satisfacer sus aspiraciones. En muchas zonas, sobre todo las más atrasadas, los terratenientes, en nombre de la democracia, mantenían la opresión más humillante contra la mayoría de la población. En general todas las reformas que suponían un verdadero cambio en las condiciones de vida y los derechos de las masas se iban aplazando, en nombre del realismo, de la democracia, de la revolución de febrero o de las elecciones a la Asamblea Constituyente.

La actitud de los partidos conciliadores

Con respecto a la cuestión nacional la política de los socialrevolucionarios y mencheviques no se diferenciaba en lo esencial, al proclamado por la burguesía. Se limitaba a intentar hacer más llevadera la existencia a las nacionalidades oprimidas, pero siempre dentro del marco del estado ruso, posicionándose en la práctica en el lado de la nacionalidad opresora, revistiendo el nacionalismo ruso de una apariencia democrática.

La postura de los bolcheviques fue totalmente diferente. "Lenin -escribe Trostky en su Historia de la Revolución Rusa– había calculado con suficiente anticipación el carácter inevitable de los movimientos nacionales centrífugos en Rusia y durante años había luchado obstinadamente, especialmente contra Rosa Luxemburgo, por el famoso párrafo 9 del viejo programa del partido, que formulaba el derecho de las naciones a disponer de sí mismas, es decir, a separarse completamente del Estado. Con ello, el partido bolchevique no se comprometía de ningún modo en hacer propaganda separatista. A lo único que se comprometía era luchar con intransigencia contra todo tipo de opresión nacional, incluyendo la retención por la fuerza de cualquier nacionalidad en los límites de un Estado común. Sólo por este camino el proletariado ruso pudo conquistar gradualmente la confianza de las nacionalidades oprimidas".

El programa de los bolcheviques

Esta era la cuestión clave. Sólo ganándose la confianza de las masas de la nacionalidad opresora, sólo convenciéndolas de que su postura era verdaderamente honrada y no un engaño o un truco, era como los bolcheviques podían hacer efectiva la otra cara de su postura sobre la cuestión nacional: la defensa de la unidad de los trabajadores y de todas las masas oprimidas en la lucha contra la opresión capitalista.

Los bolcheviques tenían su apoyo fundamental entre los trabajadores de las ciudades. Debido a la composición social de Rusia el problema nacional era, en gran medida un problema campesino y en muchos casos estaba ligado a la cuestión de la tierra. Para el triunfo de la revolución socialista era imprescindible ganarse el apoyo del campesinado, que constituía la inmensa mayoría de la población, o al menos, obtener su neutralidad.

Después de siglos de opresión era perfectamente normal que existiera, entre las masas de las nacionalidades oprimidas, mucha susceptibilidad respecto a todo lo que viniera de la metrópoli. Defendiendo el derecho a la autodeterminación de las nacionalidades oprimidas los bolcheviques educaban, en primer lugar, a las masas de la nacionalidad opresora, combatiendo el nacionalismo gran ruso. Por otro lado, querían dejar muy claro a las masas de las nacionalidades oprimidas que, ni los bolcheviques, ni los trabajadores rusos tenían ningún interés en la opresión nacional ni en retener por la fuerza a estas nacionalidades dentro del Estado ruso.

Esta política se combinaba con la más firme defensa de la unidad de la clase obrera y del campesinado de todas las nacionalidades contra el enemigo común: la burguesía y los terratenientes. Por eso Lenin y los bolcheviques, al mismo tiempo que defendían la máxima flexibilidad en cuanto al grado de vinculación de las distintas nacionalidades con el resto del estado defendían férreamente un partido centralizado y libre de cualquier contagio de tipo nacionalista. El partido revolucionario no debe ser el prototipo de estado obrero futuro sino el instrumento más eficaz para crearlo.

Aunque en apariencia podía parecer un contrasentido, la postura de los bolcheviques, que defendían el derecho a la libre separación de una forma clara y sincera, no fomentaba tendencias centrífugas. Tenía justamente el efecto contrario. Su postura sobre la cuestión de las nacionalidades ayudaba a disipar cualquier susceptibilidad hacia los bolcheviques, y al mismo tiempo su programa social ejercía un poderoso atractivo. Lenin expresaba esa idea con claridad en abril de 1917: "Si los ucranianos ven que tenemos una república soviética no se separarán, pero si tenemos una república de Miliukov [principal representante de la burguesía] se separarán".

El papel de la clase dominante de las nacionalidades oprimidas

En un primer momento los sectores más acomodados de las nacionalidades oprimidas, generalmente maestros de escuela, comerciantes y pequeños funcionarios que no estaban "rusificados", fueron los que asumieron la dirección de los distintos movimientos nacionales. Su programa social era idéntico al de los mencheviques y socialrevolucionarios rusos, que pretendían retener la revolución dentro de los límites de la democracia burguesa. Sin embargo la total conquista de las libertades democráticas y nacionales, así como el reparto de la tierra y el fin de la guerra era totalmente contradictorio con los intereses de la burguesía y la existencia del capitalismo. Esas tareas le correspondían a la clase trabajadora y no a la burguesía rusa, firmemente ligada a los intereses de los terratenientes y subordinada al imperialismo, ni a la débil burguesía de las nacionalidades oprimidas, incapaces de jugar un papel independiente.

Era esencial arrancar a las masas de la influencia de los conciliadores de las nacionalidades oprimidas. Sin embargo, como escribe Trotsky "La subordinación de los movimientos nacionales al proceso esencial de la revolución, a la lucha del proletariado por el poder, no se realiza de golpe sino en varias fases y en formas diferentes según las diversas regiones del país. Los obreros, los campesinos y los soldados ucranianos, los rusos blancos y tártaros, por su misma hostilidad hacia Kerensky [socialrrevolucionario que participó como ministro y luego encabezó el Gobierno Provisional], a la guerra y a la rusificación, se convertían por esa razón -a pesar de la dirección de los conciliadores- en los aliados de la revolución proletaria. Después de haber apoyado objetivamente a los bolcheviques, se vieron obligados en la etapa siguiente a lanzarse subjetivamente por la vía del bolchevismo. En Finlandia, en Letonia, en Estonia y menos en Ucrania, la disociación del movimiento nacional adquiere ya tal importancia que sólo la intervención de las tropas extranjeras puede impedir el éxito de la revolución proletaria. En el Oriente asiático, donde el despertar nacional adoptaba las formas más primitivas, sólo gradualmente y con considerable retraso llegaría a ser dirigido por el proletariado, después de la toma del poder. Si consideramos en su totalidad ese proceso complejo y contradictorio, la conclusión es evidente: el torrente nacional, al igual que el torrente agrario, se vertía en el lecho de la revolución de octubre" (Historia de la Revolución Rusa de León Trotsky).

La cuestión nacional estaba totalmente entrelazada con los intereses de las distintas clases y capas de la sociedad que, en última instancia, tienen raíces materiales y económicas. A la autocracia zarista y luego, a la burguesía, el nacionalismo gran ruso le era perfectamente útil para explotar a las masas de la periferia y mantener engañados a su propio pueblo, que también era exprimido. El patriotismo de los burgueses rusos no era un impedimento, por supuesto, para que las grandes fortunas que amasaba a costa del pueblo se las llevasen a Europa, donde vivía una gran parte de ellos, disfrutando de las comodidades de los países desarrollados. Por otro lado las débiles burguesías de las nacionalidades oprimidas veían en el nacionalismo un buen envoltorio con el que disputar a la burguesía central parte del botín y seguir manteniendo su cuota de beneficios a costa de la explotación de la clase obrera autóctona.

Los cuadros bolcheviques estaban educados en el mayor respeto y sensibilidad hacia las minorías nacionales y lucharon consecuentemente contra cualquier tipo de opresión nacional y contra el chovinismo gran ruso. Pero, de ahí, no se desprendía, en absoluto, la más mínima confianza en que las clases dominantes de las nacionalidades oprimidas pudiesen desempeñar un papel progresista ni emancipador respecto a su propio pueblo.

Los intereses de clase y la cuestión nacional

La burguesía de las provincias bálticas que tradicionalmente fueron firmes defensores del Zar se convirtieron repentinamente al más radical de los separatismos cuando se trataba de luchar contra la Rusia bolchevique. Ese fenómeno fue bastante común entre la burguesía de la periferia. Incluso los altos dirigentes de los cosacos, que eran firmes pilares del centralismo zarista, se transformaron, en pocos meses, en firmes partidarios de la federación con los jefes musulmanes, para aislar a la población de la influencia bolchevique. Utilizaban los sentimientos nacionales del pueblo para preservar sus propios privilegios.

Pero también para los oprimidos la cuestión nacional era un hecho concreto y tangible: era el derecho a hablar en su propio idioma y aprenderlo en la escuela, contra la ignorancia y la pobreza, era la lucha contra la opresión del terrateniente y la burocracia zarista. En Letonia por ejemplo el antagonismo entre los terratenientes y los campesinos era también el conflicto entre la minoría opresora de origen alemán y la inmensa mayoría letona. Como dijo Trotsky, ahí, el nacionalismo se convirtió en una especie de "bolchevismo inmaduro".

Los bolcheviques supieron entender el trasfondo de clase de la cuestión nacional y eso hizo posible aprovechar su enorme potencial revolucionario. Para ello no podían tener una postura esquemática, rígida, ni caer bajo la influencia del nacionalismo de la burguesía dominante ni el de la burguesía de las nacionalidades opresoras. En todo momento había que mantener firmemente una postura de independencia de clase. Los bolcheviques, no consideraron la reivindicación del derecho a la autodeterminación como algo absoluto, sino que estaba totalmente ligado y supeditado al objetivo central: la revolución socialista.

Sólo a pocos días de su derrocamiento por la Revolución de Octubre, y en parte por la enorme popularidad que había alcanzado el programa bolchevique, el Gobierno Provisional hizo una declaración a favor del derecho a la autodeterminación. Pero eso ya era demasiado poco y demasiado tarde. Una revolución se caracteriza precisamente por la participación activa de las masas en los acontecimientos y su rápida capacidad de aprendizaje. Estas ya habían sufrido, en el terreno de la práctica, el verdadero carácter de la burguesía rusa, habían perdido toda la confianza en el Gobierno Provisional y ya no se conformaban con migajas. El camino hacia la Revolución de Octubre estaba despejado.

La postura de los bolcheviques en la cuestión nacional fue decisiva para el triunfo de la Revolución Rusa, triunfo que a su vez impulsó una oleada revolucionaria en el mundo entero. Como dijo Trotsky: "Cualquiera que sean los destinos ulteriores de la Rusia soviética… la política nacional de Lenin entrará para siempre al patrimonio de la Humanidad".