EL SOCIALISMO

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Los trabajadores no sufrimos solamente una opresión económica y política bajo esta sociedad. También sufrimos una opresión ideológica que, como las dos primeras, tiene como objetivo perpetuar el sistema de explotación capitalista. Por eso, siempre la lucha de la clase obrera tuvo tres frentes: la lucha económica, para mejorar las condiciones de vida y trabajo, la lucha política, por la conquista de derechos políticos para avanzar en nuestra emancipación y la toma del poder por la clase obrera, y la l la lucha ideológica

¿Utopía o necesidad?

Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo de distintos modos;
de lo que se trata es de transformarlo
Carlos Marx, Tesis sobre Feuerbach

Los trabajadores no sufrimos solamente una opresión económica y política bajo esta sociedad. También sufrimos una opresión ideológica que, como las dos primeras, tiene como objetivo perpetuar el sistema de explotación capitalista. Por eso, siempre la lucha de la clase obrera tuvo tres frentes: la lucha económica, para mejorar las condiciones de vida y trabajo, la lucha política, por la conquista de derechos políticos para avanzar en nuestra emancipación y la toma del poder por la clase obrera, y la lucha ideológica, que tiene como fin combatir la ideología burguesa y los prejuicios ideológicos de la clase dominante que impregnan toda la sociedad capitalista y que esclavizan espiritualmente a los trabajadores y los hacen aceptar su situación de opresión y explotación como algo necesario, inevitable e imposible de cambiar.

La difusión de las ideas del marxismo, del socialismo científico, entre los trabajadores resultan vitales para elevar nuestro nivel de conocimiento de la realidad que nos rodea y nuestro nivel de conciencia política. La conciencia de clase consiste en ser conciente de los intereses opuestos de patronos y obreros y de la necesidad de expropiar a los capitalistas para que las familias trabajadoras, la gran mayoría de la sociedad, podamos tomar posesión de la riqueza social que creamos nosotros con nuestro trabajo. Esta es la única manera de avanzar a una sociedad sin explotación ni exclusión, sin pobreza ni clases sociales, miserias o escaseces; una sociedad auténticamente humana, una sociedad socialista.

¿Cómo surgió el capitalismo?

Por supuesto, los ideólogos burgueses nos dicen que su sistema, si bien puede tener algunas fallas y errores, es el más perfecto que existe y no se puede cambiar. Sin embargo, si miramos la historia de la humanidad, vemos que el sistema capitalista no existió siempre. El feudalismo (un sistema social basado en la posesión de enormes territorios -feudos- por la nobleza terrateniente, para quien trabajaban campesinos y artesanos), y el esclavismo (basado en el trabajo de los esclavos, que pertenecían en cuerpo y alma a sus amos) precedieron al capitalismo, antes de desaparecer. E incluso antes que ellos, hubo una etapa de comunismo primitivo que duró varias decenas de miles de años (desde que la especie humana se estableció por todo el planeta) y a la que los historiadores burgueses nunca prestaron atención, y que estaba basada en la propiedad común y el trabajo colectivo de la tribu.
Aunque el Capitalismo es un sistema reaccionario y caduco al que hay que superar, los marxistas reconocemos que, en el pasado, el sistema capitalista jugó un papel progresivo y revolucionario en la historia de la humanidad. El capitalismo destruyó el sistema feudal. Mientras que en el feudalismo la propiedad estaba concentrada en un puñado de grandes terratenientes y de corporaciones de dueños de talleres; el capitalismo basó su sistema en la extensión de la propiedad individual a nuevas capas de la población: el fabricante, el artesano, el comerciante y el campesino.
El estímulo de la propiedad individual, la producción de mercaderías para vender en el mercado y así obtener un beneficio, tuvo efectos revolucionarios en la sociedad. Se formaron los modernos estados nacionales, barriendo las aduanas interiores, mediante la unificación de territorios de la misma lengua, antes dispersos y enfrentados, para facilitar el comercio y el desarrollo de las fuerzas productivas (industria, agricultura, ciencia y tecnología). Este estímulo individual, que tenía su base en la producción y venta de mercaderías, insumos y utilidades, permitió la construcción de grandes fábricas y máquinas modernas que aumentaron la productividad del trabajo humano. A la vez que organizó nuevos y avanzados medios de transporte para extender el comercio, aceleró la investigación científica y desarrolló nuevos inventos útiles, y formó sistemas nacionales de educación y cultura para enfrentar las nuevas necesidades sociales.
El capitalismo creó una nueva clase social: la clase obrera, los trabajadores que desarrollaban una labor productiva en la fábrica, la oficina o el campo, a cambio de un salario. Conforme se extendía el sistema capitalista y el comercio mundial, se fortalecía, extendía y desarrollaba la clase obrera hasta convertirse en la clase social más numerosa de la sociedad, como ocurre en el día de hoy en la mayoría de los países del mundo.

El capitalismo:
un sistema de explotación

En cualquier empresa, el trabajador desarrolla una labor productiva, un trabajo. El trabajador, con su esfuerzo manual e intelectual, gasta energía, músculos, nervios, etc que deben ser repuestos diariamente. Para reponer sus energías gastadas, y mantener a su familia en unas condiciones de vida media fijadas, es por lo que al trabajador se le retribuye este esfuerzo con dinero; es decir, mediante un salario.
Carlos Marx, fundador junto con Federico Engels del Socialismo Científico, hizo un descubrimiento revolucionario. Él descubrió que al obrero nunca se le retribuye completamente todo el tiempo de trabajo. En su monumental obra, El Capital, Marx explica detalladamente cómo durante una parte de la jornada laboral el obrero crea un valor, que convertido en dinero, es igual a su salario; pero otra parte de la jornada laboral trabaja gratis para el capitalista. Durante esta parte de la jornada laboral, el obrero no recibe remuneración alguna. Todo el valor del producto del trabajo no retribuido al obrero va directamente al bolsillo del capitalista. Este valor es la Plusvalía, la fuente de donde surge el beneficio del capitalista. O para decirlo de una manera simple: el beneficio capitalista es el trabajo no pagado al obrero. Con el dinero obtenido de la venta de las mercaderías, el capitalista paga el salario a los obreros y repone el resto de insumos gastados en la fabricación de mercaderías; lo que sobra (que suele ser la mayor parte) es su beneficio, después de descontar una parte para el comerciante, para pagar los intereses del banco y los impuestos del Estado. Así pues, todos los diferentes sectores de la clase capitalistas (fabricantes y estancieros, comerciantes, banqueros, etc) y el Estado, todo ellos viven a cuenta del trabajo de la clase obrera.
De esta manera, el capitalismo se revela como un sistema de explotación, opresión y de robo igual al feudalismo y el esclavismo. Y al mismo tiempo, la lucha de la clase obrera por mejores salarios y por la reducción de la jornada laboral encontraba, y sigue encontrando al día de hoy, su justificación histórica. Esta lucha por la posesión de la plusvalía, es el motor de la lucha de clases bajo el capitalismo, la justa lucha de la clase obrera por arrebatar a la clase capitalista todo el valor que crea con su trabajo.

La tendencia del capitalismo al monopolio

La época del "libre mercado", de la "libre competencia" dejó paso a un sistema económico mundial controlado por no más de 200 grandes multinacionales. El monopolio surgió inevitablemente del "libre mercado". Aquellas empresas que son capaces de producir más barato desalojan de la competencia a aquellas otras que emplean métodos de trabajo más anticuados y, por lo tanto, producen mercaderías más caras. Los grandes se comen a los chicos. La concentración del capital es la consecuencia inevitable del modo de producción capitalista.
Cada innovación tecnológica en la producción obliga a nuevos desembolsos y créditos con los bancos, lo que sólo se lo pueden permitir las empresas más fuertes. Una vez que estas grandes empresas conquistan el mercado de su país se vuelcan hacia el mercado mundial conquistando nuevas esferas de influencia. De a poco, estas multinacionales van desalojando de la competencia a otras grandes empresas en otras partes del mundo, lo que provoca la aparición del monopolio en cada rubro de la producción. Así, pues son 4 ó 5 grandes multinacionales y monopolios quienes controlan férreamente cada rubro importante de la producción a nivel internacional: acero, automóvil, petróleo, química, celulares, computadoras, bebidas, café, minería, etc. Son empresas gigantescas con 100.000, 200.000 y hasta 600.000 trabajadores repartidos por todo el mundo.

El imperialismo y el Estado

Los grandes monopolios y multinacionales despliegan una lucha a muerte entre ellas en la arena mundial para controlar las fuentes de materias primas y los mercados. Les va en ello su sobrevivencia. Con el desarrollo de las multinacionales no desaparece la importancia de los Estados nacionales, al contrario. Éstos se fortalecen. Cuando estas multinacionales no pueden acceder a determinados mercados o controlar determinadas materias primas en algunos rincones del mundo, recurren a la guerra, o a la amenaza de la misma, para hacer valer sus intereses. Pero las guerras sólo la pueden hacer los ejércitos, y éstos están encarnados en los estados nacionales, que llevan adheridos una burocracia estatal compuesta por altos funcionarios, jueces y administradores para su funcionamiento cotidiano.
Los grandes capitalistas de cada país someten el aparato del estado y los gobiernos a sus intereses más directos. Los gobiernos burgueses no son más que el Consejo de Administración de los intereses comunes de los capitalistas de cada país. El militarismo, el fortalecimiento de los cuerpos represivos es la consecuencia necesaria de este estado de cosas. El aparato del Estado y las grandes empresas y capitales constituyen un cuerpo único. La dominación militar y económica de las naciones más débiles a manos de las multinacionales y estados más poderosos es lo que constituye el imperialismo moderno, y es el resultado inevitable del dominio económico de los monopolios y multinacionales. Son las grandes potencias imperialistas de Norteamérica, Europa y Japón quienes se reparten los mercados mundiales y las fuentes de materias primas.

La anarquía de la producción capitalista y la crisis

La propiedad privada de los medios de producción y la existencia de los Estados nacionales, constituyen la esencia del sistema capitalista. La economía capitalista funciona anárquicamente. Es decir, no se producen mercaderías para satisfacer las necesidades que demanda la sociedad, sino que las empresas producen con el único objetivo de vender las mercaderías en el mercado y así obtener un beneficio. Si una fábrica produce zapatos no es para proporcionar calzado y que la gente no ande descalza, no. El dueño de esa fábrica produce zapatos para venderlos en el mercado, y con esa venta obtener un beneficio. Como decía Henry Ford: “Yo no hago autos, yo hago dinero”.
Como la obtención del beneficio capitalista va ligado a la venta de mercaderías (ya que el valor de las mismas incluye la plusvalía, el valor del trabajo excedente no pagado al obrero) cada capitalista particular se ve inclinado, obligado, y estimulado por la competencia, a vender cuanto más mejor. Por eso la producción capitalista tiende irresistiblemente a la producción en masa, para así obtener el máximo posible de beneficio y también con la intención de arrebatar la mayor porción posible del mercado al resto de competidores capitalistas.
De esta manera, la anarquía del mercado capitalista, donde la única regla es la obtención de beneficios mediante la venta de mercadercías, hace que en un momento dado se produzcan más mercaderías de las que el mercado (los consumidores) puede absorber. Esto es consecuencia, por un lado, de la tendencia ilimitada a la producción de mercaderías que se da en la economía capitalista y, por el otro lado, por el consumo necesariamente limitado de las masas. Llegado a un cierto punto, "sobran" mercaderías, aumentan los "stocks" de mercaderías sin vender. La caída de las ventas y la disminución de precios por la competencia que se da en un mercado saturado de mercaderías hacen que los beneficios de los capitalistas desciendan; la inversión productiva también desciende para ajustar la producción a las ventas, se cierran plantas industriales y se despiden trabajadores; los bancos dejan de dar créditos, y todo entra en una espiral descendente que conduce a una parálisis de la economía y a la entrada en la crisis o recesión (contracción).
Así, pues, la crisis económica es consecuencia de la tendencia de la economía capitalista a la sobreproducción de mercaderías. Pero esto no quiere decir que sobran mercaderías porque las necesidades sociales ya están satisfechas. Nada de eso. Sigue habiendo millones de personas que no pueden acceder a una vivienda, o renovar su heladera, o comprarse unos zapatos. Al haber demasiadas mercaderías en las tiendas, los precios bajarían. La gente podría comprar más barato. Pero el capitalista dice: “¡Alto! Ésta es mi propiedad y con precios tan bajos no obtengo suficientes beneficios”. De manera que el capitalista prefiere dejar de fabricar. Vemos así la paradoja y la sinrazón del sistema capitalista: la producción "en exceso" de mercaderías (todas necesarias) en el sistema capitalista es lo que provoca la crisis y con ella el empobrecimiento, las penurias y la escasez para las familias trabajadoras. De esta manera vemos cómo la propiedad privada de los medios de producción (la propiedad capitalista) basada en la búsqueda de beneficios individuales, conduce directamente a la crisis y, por lo tanto, se convierte en un obstáculo para desarrollar las fuerzas productivas, mientras empobrece al conjunto de la sociedad.
La existencia de enormes empresas y monopolios multinacionales no puede prevenir la crisis mediante algún tipo de "planificación" de la economía capitalista. La historia del último siglo así lo atestigua. Al contrario, dan a estas crisis un carácter universal y más destructor. La economía capitalista es una economía mundial y todos los países están interrelacionados unos con otros, por medio del comercio y el mercado mundial, siendo los agentes principales estas multinacionales y monopolios. Como mucho, estos monopolios, utilizando estadísticas y las computadoras, pueden detectar con cierta anticipación la caída de las ventas y reducir la producción para no saturar el mercado con una sobreproducción de mercaderías invendibles, dejando una parte de las fábricas sin funcionar o trabajando a un ritmo menor. Pero, en cualquier caso, eso provoca una sobrecapacidad productiva instalada en sus fábricas, que no es sino otra manera en que se manifiesta la tendencia a la sobreproducción de mercaderías en la economía capitalista.
En la actual crisis argentina, las fábricas están trabajando a un 60% de su capacidad, y en los propios Estados Unidos, las empresas manufactureras sólo lo están haciendo a un 75%. Es decir, podrían producir un 40% ó un 25% más sin invertir un solo centavo. Sin embargo, para mantener los beneficios capitalistas, los trabajadores son despedidos o se les baja el salario. Es decir, los trabajadores son los que pagan los efectos de una crisis que no provocaron, mientras que los capitalistas siguen viviendo tan ricamente.

El capitalismo:
un sistema agotado

Mientras que en las sociedades anteriores al capitalismo se podría justificar la existencia de una capa minoritaria y ociosa de la población, que vivía del trabajo y la riqueza social producida por la mayoría, para que dispusiera de tiempo para hacer ciencia, tecnología, filosofía, cultivar las diversas artes, y así poder hacer avanzar la sociedad aun sobre las espaldas de millones de hombres y mujeres explotados y oprimidos, bajo la moderna sociedad capitalista ya no existe ninguna justificación para que esto continúe así. Al igual que ocurrió con el sistema esclavista y con el sistema feudal, el sistema capitalista, si bien jugó un papel tremendamente revolucionario, se ha convertido ya en un sistema agotado, caduco y obsoleto que amenaza con conducir a la humanidad hacia la barbarie, y al que es preciso sustituir por un sistema social superior, el socialismo.
El control asfixiante que ejercen a nivel mundial un puñado de grandes monopolios, multinacionales y bancos para mantener los beneficios y privilegios de unos cuantos grandes capitalistas se ha convertido en una pesadilla que asola la vida de millones de seres humanos en todo el planeta. El 80% de la humanidad vive en condiciones de pobreza y miseria crecientes. 1.300 millones de seres viven con menos de un dólar al día. 800 millones padecen subalimentación crónica y cada día mueren 30.000 niños de hambre. En el polo opuesto, y según la propia ONU, poco más de 200 personas en todo el mundo tienen en conjunto los mismos ingresos que 3.000 millones de seres humanos.
El capitalismo es un sistema social condenado por la historia. Las guerras, las enfermedades que castigan países enteros, el hambre o los desastres ecológicos no sólo no disminuyen sino que aumentan año tras año. En todos los países sin distinción estamos viendo cómo desaparecen conquistas históricas de las familias trabajadoras que costaron años conseguir, instalándose por todas partes la precariedad en el empleo, largas jornadas de trabajo y una sensación de incertidumbre ante lo que nos depara el futuro.

La clase obrera
y el socialismo

Como hizo la burguesía en su juventud contra el feudalismo, corresponde ahora a la clase obrera dirigir la lucha contra este sistema y sus sostenedores. La clase obrera está llamada a ser la sepulturera del sistema capitalista. Su rol en la producción capitalista y sus particulares condiciones de vida y trabajo hacen que ninguna otra clase o capa oprimida de la sociedad pueda sustituirla en esa tarea.
Las clases medias, por su heterogeneidad, modo de vida y rol en la producción, están orgánicamente incapacitadas para comprender la auténtica naturaleza del sistema capitalista. Debido a su posición en la sociedad y su trabajo aislado, no se enfrentan a un enemigo de clase directo. Todos sus males parecen provenir de la incapacidad o de la mala voluntad de los gobernantes, o de la cólera divina.
Los obreros, en cambio, ven la fuente de sus males en su patrón, que es el que les baja el salario, el que los obliga a echar horas extras, el que los explota y el que los despide. Para defenderse necesitan de la máxima unión entre todos los compañeros de trabajo, de aquí su mentalidad solidaria, colectiva y antiindividualista. Sus propias condiciones de trabajo refuerzan esta mentalidad. Todo proceso productivo necesita, para funcionar, la implicación de todos los obreros de la empresa. Cada uno de ellos es un eslabón necesario en el proceso productivo. Esa interdependencia mutua en el proceso de trabajo refuerza dicha mentalidad colectiva.
La lucha de los trabajadores de cualquier empresa pone de manifiesto una ley muy importante de la dialéctica: el todo es mayor que la suma de las partes. La fuerza combinada de los obreros en una empresa luchando por los mismos intereses es muchísimo mayor que la presión aislada de cada uno de ellos, que es la situación en que se coloca el pequeño burgués de clase media.
El socialismo es la ideología natural de la clase obrera. Cuando la lucha de los obreros contra el patrón de su empresa llega a su punto más agudo, se producen ocupaciones de empresas o se retienen a los directivos en su interior. En esos momentos es cuando se pone de manifiesto "quién manda aquí". La idea de expropiar al patrón y el sentimiento de que la empresa debe ser de propiedad común de los trabajadores nace, en un momento determinado, como un desarrollo natural de su conciencia. La idea de la propiedad común nace de su condición obrera. Para que la empresa pueda seguir funcionando, no se puede dividir en trozos y repartir entre los trabajadores, sino que debe mantenerse unida trabajando todos en común.
También toda huelga general pone sobre la mesa, pero a un nivel superior, el “quién manda aquí”, y la identidad de intereses de clase entre todos los sectores de la clase obrera. Más aún en una situación revolucionaria.
El capitalismo es un sistema mundial. La división del trabajo establecida por la economía capitalista a lo largo y a lo ancho del planeta liga indisolublemente los países y los continentes unos con otros. Ningún país, ni siquiera los más poderosos y desarrollados pueden escapar al dominio aplastante del mercado mundial. Los Estados nacionales, igual que la propiedad privada de los medios de producción, se han convertido en obstáculos formidables que estorban el desarrollo de las fuerzas productivas. Ambos son los causantes de las crisis económicas, de las guerras y de los odios nacionales entre los diferentes pueblos. Su eliminación es la condición básica para comenzar a solucionar los problemas y las calamidades que la humanidad tiene ante sí.
Las grandes empresas multinacionales y los modernos medios de transporte y de comunicación unifican las fuerzas productivas y relacionan a los seres humanos de una manera nunca vista antes en la historia y permiten, por primera vez, planificar de manera armónica y democrática los recursos productivos en interés de toda la humanidad, y no de un puñado de parásitos y privilegiados como ocurrió hasta ahora.
La clase obrera es una clase mundial. El mismo tipo de explotación, los mismos problemas y los mismos intereses ligan a la clase obrera en todo el mundo. El internacionalismo proletario, que se ha puesto de manifiesto innumerables veces en más de 150 años de explotación capitalista, no es una mera consigna de agitación sino la base imprescindible para unificar la lucha de la clase obrera mundial, para luchar por la transformación socialista de la sociedad en todo el planeta, pues sólo a nivel mundial se dan las condiciones para construir el socialismo.
Una revolución socialista triunfante en un solo país tendría efectos electrizantes en la conciencia y en las perspectivas de los trabajadores de todo el mundo, particularmente si se tratara de un país importante, y sería la antesala de la revolución socialista mundial.
Sólo con la desaparición de la propiedad privada y la planificación en común de las fuerzas productivas creadas por el ser humano, podrá avanzar la humanidad hacia su auténtica liberación, preservando las conquistas que ha atesorado durante toda su historia en el terreno de la tecnología, la ciencia, el pensamiento y la cultura, para elevarlas indefinidamente.