Los resultados de la primera vuelta de las elecciones presidenciales revelan que no se terminó con la inestabilidad política de la Argentina iniciada un año y medio atrás. La enorme dispersión del voto (apenas 10 puntos de diferencia entre el primero y el último de los cinco candidatos más votados) refleja, en cambio, una gran insatisfacción en todos los niveles de la sociedad. Estas elecciones marcan un nuevo punto de partida en la situación política y social de la Argentina Los resultados de la primera vuelta a las elecciones presidenciales revelan que no se terminó con la inestabilidad política de la Argentina iniciada un año y medio atrás. La enorme dispersión del voto (apenas 10 puntos de diferencia entre el primero y el último de los cinco candidatos más votados) refleja, en cambio, una gran insatisfacción en todos los niveles de la sociedad. Estas elecciones marcan un nuevo punto de partida en la situación política y social de la Argentina.
Los marxistas y las elecciones
Antes de analizar y extraer las importantes conclusiones que se derivan de las elecciones del 27 de abril, consideramos conveniente hacer una introducción general sobre la postura de los marxistas acerca de las elecciones en la sociedad capitalista.
Los marxistas no idealizamos las elecciones en un régimen de democracia burguesa. Es cierto que tienen un valor, pero se trata de un valor relativo, no absoluto. La idea de que el resultado de cualquier elección es la expresión absoluta, libre y soberana de la población, más o menos como cuando una persona ingresa a una tienda de zapatos y elige los que mejor se ajustan a sus pies, no es real. Los partidos, coaliciones electorales y dirigentes no son algo que emanan “libremente” de la voluntad de la población sino que surgen como expresiones de los diferentes intereses de las clases que componen la sociedad capitalista: los capitalistas, la pequeñaburguesía y la clase obrera.
En particular, los partidos y dirigentes de la clase burguesa o capitalista hacen enormes esfuerzos por ocultar sus intereses de clase ante los ojos de las familias trabajadoras, usando un lenguaje demagógico interclasista que todos conocemos: “tenemos que unirnos todos: empresarios, trabajadores y clases medias alrededor de los intereses supremos de la nación , la patria, etc”, y cosas por el estilo, mientras que cuando llegan al gobierno hacen la política más favorable a los intereses de los capitalistas, nacionales y extranjeros.
Por otro lado, no es verdad que todos los partidos y organizaciones partan de las mismas condiciones. Los partidos burgueses están respaldados por los millonarios y ricachones que los financian con millones de pesos para dotarlos de infraestructuras y para su propaganda electoral. De esta manera consiguen llegar hasta los rincones más apartados y aislados de la nación. Mientras que los partidos de izquierda, que representan los intereses de las familias trabajadoras, apenas cuentan con los escasos recursos obtenidos con gran esfuerzo por sus militantes y colaboradores, resultándoles más difícil hacer llegar al conjunto de la población sus propuestas e ideas.
Otro aspecto son los medios masivos de comunicación. Los canales privados de radio y TV, y los diarios, son empresas como otras cualquiera. Sus dueños son capitalistas (o gobiernos cuando se trata de medios de comunicación públicos) que los usan para hacer negocios, pero también para transmitir aquellas ideas, informaciones y opiniones que mejor se acomoden a sus intereses de clase. En la medida que ejercen el monopolio de la información general a la que tiene acceso el conjunto de la población, lo que no es sino otra expresión de una auténtica dictadura informativa, los medios de comunicación son uno de los instrumentos más poderosos en manos de la clase dominante para amoldar y crear la llamada “opinión pública”, favoreciendo a las organizaciones y dirigentes burgueses, particularmente durante la campaña electoral, mientras que descalifican las luchas de los trabajadores y sus organizaciones, cuando no los silencian.
Por último, en la sociedad capitalista millones de trabajadores, desocupados y jóvenes enfrentan un futuro incierto. La desocupación, la pobreza, el empleo precario, los bajos salarios, la escasez, el miedo a “lo que pueda venir” crea las condiciones para que mucha gente esté dispuesta a creer en la demagogia, los engaños y las promesas imposibles de los políticos burgueses profesionales. De este miedo y esta incertidumbre sacan provecho aquellos políticos que cuentan con mayores recursos, mayor acceso a los medios de comunicación, más propaganda electoral. En esta condiciones, para millones de personas no se trata de votar a aquellos candidatos o partidos que se identifican con sus intereses, sino de votar lo que ellos consideran que puede ser “lo menos malo” que les dan a elegir. En la medida que la propaganda masiva y las encuestas fabricadas por encargo insisten una y otra vez que solamente serán 2 ó 3 candidatos y partidos los que tienen posibilidades de alcanzar el gobierno o la presidencia, la mayoría de la gente orienta su voto hacia éstos 2 ó 3, en la creencia de que ellos serán los únicos que podrán solucionarle sus problemas, ya que los otros no van a ganar.
Todas estas consideraciones son necesarias para comprender lo que queremos decir cuando afirmamos que el valor de unas elecciones es algo relativo y mediatizado por toda una serie de factores que el conjunto de la población, y particularmente la clase trabajadora, no puede controlar.
Realmente, un resultado electoral es una foto fija, que sirve para entender el estado de ánimo y la madurez política de los trabajadores en un momento concreto, pero de ningún modo nos revela toda la película. La vida continúa al día siguiente de unas elecciones.
Periódicamente, cuando la experiencia muestra la contradicción entre las promesas de los políticos de turno y la realidad difícil para millones de trabajadores, éstos recurren a la acción directa: huelgas, marchas, puebladas. La conciencia de los trabajadores cambia rápidamente al calor de la experiencia, y millones de trabajadores que votaron sólo unos meses antes a un político burgués se rebelan y se muestran dispuestos a escuchar y buscar nuevas ideas y propuestas que les ofrezcan una salida a sus problemas bajo el capitalismo. Es a lo largo de esta experiencia que un partido revolucionario de la clase obrera tiene la tarea de ganar pacientemente la confianza de la clase obrera, empezando por los sectores más activos.
Los marxistas no somos anarquistas. Por supuesto sabemos que ningún cambio real en la sociedad puede tener lugar mientras que la sociedad siga bajo el control de gente que nadie eligió: los banqueros, los grandes empresarios y terratenientes, que son quienes realmente toman las decisiones importantes en el país por medio de los gobiernos y políticos burgueses que ellos tutelan. La única manera de producir un cambio real para avanzar a una sociedad con pleno empleo, nivel de vida elevado, sanidad, educación, vivienda y jubilación realmente dignas y humanas es con la toma del poder por la clase trabajadora y controlando las palancas económicas que pueden hacer esto posible: los bancos, las grandes fábricas y empresas de transporte, y la tierra.
Los marxistas acordamos con participar en unas elecciones con el único fin de llegar a las más amplias capas de la población que, de otra manera, solamente escucharían (en los actos electorales, en los medios de comunicación, en la propaganda electoral, etc) la ideología, las ideas, los programas, las mentiras, engaños y demagogias de los partidos burgueses y patronales. Esta es particularmente la postura que debemos defender cuando todavía no estamos en condiciones de sustituir inmediatamente el falso régimen de “democracia burguesa” que ahora tenemos por un régimen infinitamente más democrático de auténtica democracia obrera, por un gobierno de los trabajadores, en la medida que nos encontramos en minoría dentro de nuestra clase.
De lo que se trata es de ganar a las amplias masas de la clase obrera para nuestro programa e ideas, y no solamente a unos cuantos miles de activistas que ya están convencidos. Por eso, desde un punto de vista marxista, es lícito usar todos los mecanismos de la sociedad burguesa para llegar a la mayor cantidad posible de trabajadores con nuestras ideas, y las elecciones son uno de ellos, sean exclusivamente para elegir al presidente de la nación en exclusiva, o sean para elegir legisladores o intendentes.
Los resultados de las elecciones del 27 de abril
De los resultados de las elecciones del 27 de abril destacan varios hechos muy relevantes. En primer lugar, la alta participación, cercana al 80% del padrón electoral, casi el mismo porcentaje que en las elecciones presidenciales de 1999. El segundo hecho, la enorme dispersión del voto, particularmente entre los cinco candidatos más votados, que tiene como consecuencia que por primera vez en la historia reciente de la Argentina un presidente de la nación no sea elegido en la primera vuelta. En tercer lugar, la desaparición “de facto” de uno de los dos partidos burgueses tradicionales argentinos: la Unión Cívica Radical (UCR), con más de 100 años de historia, y que obtuvo poco más del 2% de los votos. El cuarto hecho es la certificación de la división del peronismo en tres agrupamientos diferentes, como expresión de los intereses enfrentados de diferentes sectores de la clase dominante.
Valgan estos datos para hacer ver que, de ningún modo, volvemos al período de equilibrio y relativa estabilidad anterior al “Argentinazo” sino que la inestabilidad continúa, manifestándose en la debilidad que sigue encontrando la burguesía argentina para dotarse de un partido burgués con una amplia base de apoyo social en la población.
Las cifras de las votaciones fueron las siguientes:
Menem: 23,8 % de los votos (peronista)
Kirchner: 21,8% “ (peronista)
L.Murphy: 16,8% “ (exUCR)
Carrió: 14,4% “ (ARI)
Rodríguez Saá: 13,9% “ (peronista)
Moreau: 2,3% “ (radical, UCR)
Walsh 1,8% “ (izquierda unida)
Bravo 1,1% “ (partido socialista)
Altamira 0,8% “ (partido obrero)
Otros 3,4% “
Como ninguno de los candidatos alcanzó el 45% de los votos, o el 40% más una ventaja de 10 puntos sobre el siguiente, van a tener lugar nuevas elecciones el 18 de mayo, lo que se denomina el “Ballotage”, entre los dos candidatos más votados (Menem y Kirchner) que se disputarán la presidencia de la nación.
¿Por qué fracasó el voto “bronca”?
Normalmente se entiende como voto “bronca” la suma de las abstenciones, más los votos blancos, nulos, recurridos e impugnados. Durante años fue un indicativo del malestar popular contra el bipartidismo representado por peronistas y radicales. En las elecciones legislativas de Octubre del 2001, el voto “bronca” alcanzó un porcentaje inédito en la historia del país, nada menos que un 47,4%, anticipando, junto con el importante aumento de votos de la izquierda en algunas zonas, el estallido revolucionario de diciembre del 2001, dos meses después.
No cabe duda que el estallido de diciembre del 2001, abrió una nueva etapa en la historia argentina. Durante varias semanas, como el propio Duhalde reconoció muchas veces, la continuidad de las instituciones burguesas estuvo seriamente amenazada por la ira popular: la presidencia de la nación, el Congreso, los intendentes, la Corte Suprema de Justicia, etc. Se improvisaron embriones de poder popular, como las asambleas barriales o populares. Incontables marchas, cacelorazos, etc. hacían sentir a centenares de miles de personas la fuerza y el poder de su acción colectiva. Se cuestionó el pago de la deuda externa, se reclamaba la reestatización de las empresas privatizadas y la nacionalización de los bancos, y se comenzaban a recuperar decenas de fábricas cerradas. El fetiche de la “propiedad privada” recibía un duro golpe.
Desde un punto de vista marxista, es decir científico, esta situación era una situación revolucionaria. La conciencia política de amplios sectores de las masas dio un enorme avance en cuestión de semanas, que se reflejaba en el impacto social y la popularidad de ideas, consignas y programas genuinamente socialistas. Si en aquel momento hubiera existido un partido revolucionario con influencia entre las masas, la toma del poder por la clase obrera con el apoyo de millones de oprimidos de toda la nación se hubiera podido hacer, casi sin violencia.
Lamentablemente, ese partido no existía. Los dirigentes obreros que lideraban las únicas organizaciones de clase de masas existente en el país, los sindicatos, no sólo no tenían en su mente la perspectiva de la revolución sino que, como fue notorio en el caso de la CGT, colaboraron directamente con la burguesía argentina para intentar apagar el incendio.
Sin dirección, en medio de una crisis económica terrible con un elevado nivel de desocupación, la gran masa de los trabajadores fue paralizada por la dirigencia sindical. La vanguardia de los activistas sindicales combativos, piqueteros, juveniles, asambleístas y de las organizaciones de izquierda lucharon denodadamente en aquellas semanas y meses posteriores para intentar dar una dirección al movimiento, pero no pudieron vencer su aislamiento de la mayoría de la clase obrera. Es una ley que las masas no pueden estar en un estado permanente de ebullición. Al final, si la lucha no termina en un resultado decisivo, la clase dominante consigue retomar el control de la situación. Esta es la situación que se dio, si bien precariamente, como demuestra la continuidad de la inestabilidad política y social en la Argentina.
Desde un punto de vista marxista, en la Argentina se abrió un proceso revolucionario en diciembre del 2001, un proceso que no acabó. Pero que, ante la ausencia del factor subjetivo (el partido revolucionario y su dirección) se va a dilatar en el tiempo durante varios años hasta que se decida en un sentido u otro. O en la toma del poder por los trabajadores o en una nueva dictadura sangrienta si los trabajadores argentinos fracasan en este objetivo y la burguesía no encuentra una salida “democrática” para resolver la catastrófica situación social y económica del país.
Un proceso revolucionario no es un proceso lineal ascendente y continuo hasta la toma del poder. Esa concepción es una caricatura de los procesos reales que tienen lugar en la sociedad. En un proceso revolucionario coexisten procesos de alza intempestuosa de la lucha de clases, junto con situaciones de tregua social, parálisis e incluso, reflujos temporales de la lucha donde aparentemente la reacción parece que retoma la iniciativa, y que luego concluyen en nuevas explosiones sociales y en un nuevo alza del movimiento conforme se acumulan nuevas contradicciones. Y toda la historia de las revoluciones demuestra que en todos estos procesos, si en el primer impulso las masas no toman el poder, la burguesía consigue temporalmente desviar la atención de las masas hacia los caminos más seguros de las elecciones y del parlamentarismo burgués, coexistiendo con momentos de avance de la lucha revolucionaria y con momentos de reflujo de la misma.
Ese fue el caso de la Revolución española de 1931-37 (donde hubo hasta tres elecciones parlamentarias y presidenciales, y dos elecciones a intendentes antes del golpe fascista en 1936), en Mayo del 68 en Francia, en Portugal en el 74-76, en Chile en 1970-73, etc. En esas condiciones, era lícito participar en dichas elecciones, en la medida que se necesitaba un tiempo para convencer a la mayoría de los trabajadores de la necesidad del poder obrero y el socialismo. Y si todas estas experiencias revolucionarias fracasaron, y algunas de ellas sangrientamente, fue porque las direcciones obreras fracasaron, traicionaron o vacilaron en el momento decisivo una vez que consiguieron agrupar tras de sí a la mayoría de la clase obrera, y no por haber participado en tal o cual elección en el período inmediatamente anterior al momento decisivo.
Cuando Duhalde anunció la convocatoria de las elecciones presidenciales en Julio del año pasado, tras los acontecimientos de Avellaneda, quedaba ya claro el inicio de un repliegue temporal en las luchas. La tarea inmediata no era la toma del poder, porque carecíamos de fuerza para plantearnos ese objetivo, en la medida que todavía faltaba, y sigue faltando, ganar a la mayoría de la clase obrera argentina para las ideas del socialismo y la revolución. Se necesitaba, y se sigue necesitando, de un trabajo audaz en la base de los sindicatos, para ir tomando posiciones, levantar un programa de transición al socialismo que ligue las reivindicaciones más inmediatas en cuestiones de salario, empleo, tarifas, vivienda, etc con la necesidad del poder obrero.
En esas condiciones era lícito, como desde El Militante proclamamos desde el principio, participar en las elecciones para explicar todas estas ideas, incluyendo el objetivo de la burguesía argentina de desviar la atención de las masas con esta convocatoria. Por eso propusimos la necesidad de un Frente Único de toda la izquierda en las luchas cotidianas y en el terreno electoral para avanzar posiciones dentro de los trabajadores. Lamentablemente, muy poco se hizo en ambos casos. La negativa de Zamora y otros grupos de la izquierda, que apostaron por el boicot, la actitud de los dirigentes de la CTA que se negaron a usar la influencia del sindicato para dar una orientación política a sus centenares de miles de afiliados, y el fracaso injustificable de un acuerdo IU-PO para dar juntos la pelea electoral impidió que la izquierda saliera fortalecida de este proceso, como se demostró recién ahora después de las elecciones.
Ya en ese momento, nosotros advertimos que era un error confundir el ambiente que existía entre los miles de activistas de la izquierda con el de los millones que constituyen las familias trabajadoras, quienes enfrentados a un presente y a un futuro de desocupación, empleo precario, bajos salarios, corrupción e incertidumbre, y sin la perspectiva de un cambio revolucionario inmediato, buscarían en las elecciones, sin mucha convicción es cierto, pero buscarían una salida a sus problemas más acuciantes votando lo que ellos entendieran que era el “mal menor” y, muy particularmente, enfrentados a candidatos abiertamente reaccionarios como Menem o L. Murphy que ofrecían como alternativa a los problemas sociales, la represión y sacar el ejército a la calle.
Intuitivamente, millones de trabajadores, mujeres y jóvenes sentían que el resultado de estas elecciones iban a determinar “su” futuro, si iban a encontrar un empleo o no, si iban a tener o no mejores salarios, acceder a una vivienda, mantener su plan social, etc. Y participaron masivamente a través del voto.
Al final, la abstención superó apenas el 20%, y los votos blancos, nulos e impugnados supusieron apenas otro 2,70% adicional; es decir, el voto “bronca” alcanzó en torno al 23%, por debajo incluso del nivel que alcanzó en la elección presidencial de De la Rúa en 1999. Es por todo esto que la táctica del boicot y el llamado voto “bronca” fracasaron.
No entender la inevitabilidad de esta reacción de millones de trabajadores y jóvenes, que se iba a expresar por medio del voto, significa no entender cómo sienten, piensan y actúan los trabajadores, mujeres y jóvenes normales de nuestra clase. Y también demuestra una gran confusión sobre las tácticas revolucionarias en general y sobre la situación actual por la que se encuentra el proceso revolucionario abierto en nuestro país en diciembre del 2001.
Por supuesto que respetamos la sinceridad, entrega y honestidad de aquellos compañeros que defendían la táctica del boicot o el voto en blanco. Ellos consideraban que ésta era la mejor manera de defender los intereses del movimiento, si bien consideramos que se equivocaron en sus planteos. No obstante, los llamamos a que no saquen conclusiones pesimistas de esta situación, en el sentido de que este voto mayoritario a diversos candidatos burgueses pueda reflejar una satisfacción o un acuerdo con sus programas, o con el caos que el capitalismo trajo al país. Al contrario, la enorme dispersión del voto demuestra que se trata de un apoyo muy superficial. Las ilusiones o esperanzas que se hayan depositado en las promesas de los diferentes candidatos (y hay que decir que hubo promesas de todos los tamaños y colores) se transformarán en ira y descontento en los próximos meses cuando se compruebe que, en lo fundamental, nada cambió. Habrá un nuevo avance en las luchas y en la conciencia, preparando un salto adelante del movimiento.
Los votos de los candidatos burgueses: Menem, L. Murphy, Saá, Kirchner y Carrió
La clase dominante argentina fue incapaz de concretar su oferta electoral en uno o dos candidatos, que es lo que suele ser normal en cualquier país capitalista, y lo que fue siempre normal en la Argentina. La presentación de 6 candidatos relevantes enfrentados entre sí no es ningún síntoma de fortaleza o de “salud” democrática como se nos quiere hacer creer, sino que es un reflejo de sus divisiones y discrepancias sobre cómo encarar el futuro del capitalismo argentino. Es un reflejo de la división de la clase dominante que se inició meses antes del “Argentinazo”, que se profundizó después del mismo y que se mantiene en la situación actual.
Por supuesto que existían elementos de ambición personal en la postulación de Menem, Kirchner, L. Murphy, Saá y Carrió. Siempre es así. Pero detrás de cada uno de ellos se movían los hilos invisibles que respondían a sus verdaderos amos, que no son sino las diferentes sectores en que se divide la clase dominante de nuestro país, que si bien es homogénea cuando tiene que enfrentar a los trabajadores, también está recorrida por intereses contradictorios sobre cómo repartirse, entre ellos y sus colegas extranjeros, las plusvalías que extraen a la clase trabajadora argentina.
Detrás de Menem y López Murphy están los bancos, las multinacionales extranjeras y un sector de la oligarquía nacional. También se puede decir que está el imperialismo norteamericano. Lo que buscan es profundizar la política de recortes sociales y ajustes en el sector público para pagar la deuda externa y reducciones de impuestos para las grandes empresas. También prefieren un tipo de cambio del peso lo más cerca del dólar para poder aumentar el valor de los beneficios que las multinacionales y los bancos repatrían a sus países de origen o que la oligarquía evade del país en sus cuentas en el exterior, aunque todo ello signifique sangrar y exprimir aún más las riquezas de la nación. Proponían abiertamente, aunque no era lo central de su discurso ya que aspiraban a recoger cuantos más votos mejor, la represión del movimiento piquetero y demás. Es verdad que, incluso este sector de la clase dominante, dividió sus amores en dos candidatos. Quizás el representante más conciente de este sector sea L. Murphy, quien hablaba más abiertamente con el lenguaje desnudo de la clase dominante, mientras que Menem, fiel a su estilo usaba más la demagogia “populista” prometiendo desde rebajar impuestos a los empresarios hasta subir un 30% los salarios. La clase dominante tiene destinado reservar a L. Murphy para el futuro, teniendo en cuenta que Menem ya es un personaje gastado y enfermo que despierta rechazo en la mayoría del país, a pesar de los resultados engañosos de esta primera vuelta.
Kirchner y Saá representan al mismo sector de la clase dominante, más ligado a la “patria exportadora” y también tienen el apoyo solapado del imperialismo europeo con intereses en el país (España, Italia, Francia y Alemania) que teme la intromisión del capital norteamericano en sus negocios. Quieren un peso devaluado con respecto al dólar para aumentar sus exportaciones. Quieren dar la imagen de la defensa de un capitalismo “progresista” y su lema es la economía “productiva”. De hecho, Kirchner se declaró reiteradamente “keynesiano”, es decir, partidario de endeudar al Estado con el fin de estimular la actividad productiva con obras públicas, aumentar los gastos estatales, dar créditos baratos a las empresas y otras maravillas más. Lo que Kirchner tiene que demostrar es algo muy simple: ¿De dónde va a sacar el dinero el Estado argentino para todo esto, si está quebrado? ¿Cómo va a pagar los intereses de la deuda externa y además aumentar los gastos sociales y estatales? Es pura demagogia. No lo va a poder cumplir.
El capitalismo argentino sólo puede sobrevivir sobre la base de bajos salarios y empleo precario para competir con éxito en el exterior. Todos los candidatos acordaban con esto. La economía se hundió porque el capital, nacional y extranjero, huyó masivamente. La única manera en que la economía argentina podría levantarse sería a través de una inversión masiva. El estado no lo puede hacer como ya explicamos. Pero el capital privado tampoco lo va a hacer de manera generalizada, dado el contexto recesivo de la economía, particularmente agravada en el continente latinoamericano.
Carrió era la defensora del capitalismo “de rostro humano”, pero le llegó la hora de predicar por él en un mal momento. Lo que vemos hoy es todo lo que el capitalismo puede ofrecer a las masas de los trabajadores y la juventud. Lo demás es demagogia. Independientemente de sus deseos subjetivos, si todos acuerdan con volver a pagar la infame deuda externa, con aumentar las tarifas de los servicios públicos (Kirchner acepta que suban un 10% en los próximo meses) y con no aumentar los impuestos a los empresarios, las consecuencias negativas para la clase obrera serán las mismas, gobierne quien gobierne. La única diferencia entre ellos, como señalamos antes, es cómo se reparte la plusvalía extraída a los trabajadores, qué sector de la clase dominante se lleva la mayor parte de la misma. Esa es la única diferencia real entre ellos.
En la medida que Saá y Carrió se vieron obligados a usar una cierta verborrea “anti-FMI” y “anti-EEUU”, contra la “mafia” enquistada en el aparato del Estado, etc. para así intentar hacerse con una base de apoyo popular, se quedaron sin un punto de sustentación entre la asustada clase dominante que los abandonó a su suerte, los marginó del acceso a los recursos económicos con que financiar sus campañas electorales, los hizo descender de sus posiciones en las encuestas electorales que se elaboraban artificialmente por encargo, y limitó sus apariciones en los medios de comunicación.
La clase dominante pudo así centrarse en la promoción de los candidatos que le ofrecían mayores garantías: Menem, L. Murphy y Kirchner. Al carecer L. Murphy de arraigo popular y escaso apoyo en el aparato del Estado, en manos de las diferentes” familias” peronistas, era lógico que se situara por detrás de Menem y Kirchner en las elecciones.
Mucha gente se sorprende de la gran cantidad de votos recibida por L. Murphy y Menem, a pesar de lo abiertamente reaccionario de sus programas electorales. Si lo miramos más de cerca, no es tan sorprendente. Es verdad que eran los representantes del sector llamado “neoliberal” comprometido con las duras políticas de ajuste de los últimos 10 años. Pero en sus apariciones públicas, y en los medios de comunicación, se cuidaban mucho de revelar todo su programa. Las grandes masas de la población no leen los programas de los candidatos burgueses, a los que normalmente no tienen acceso. La industria del “marketing” electoral promociona concientemente los aspectos más demagógicos y “populistas” de sus discursos con el fin de engañar a las masas. Es verdad que una parte del voto recibido por Menem procedía de un sector de trabajadores atrasados muy desesperados con su situación. Recuerdan que la economía no estaba tan mal como hoy hace 10 años, y quieren creer que, por arte de magia, todo volverá a ser como antes, sin entender cómo la política menemista de entonces fue responsable de gran parte de los desastres de hoy. En Menem también hay mucho voto “clientelista”, de las grandes bolsas de pobreza de los barrios más pobres y marginales. Y por último, de un sector de las clases medias siempre dispuesta a creer en los mesías de hoy, y de ayer. La campaña escandalosamente a su favor por parte de varios medios de comunicación burgueses también jugó a su favor.
Los votos de L. Murphy provienen de un espectro electoral similar al de Menem, aunque con un componente de clases medias más acusado. No es casualidad que L. Murphy arrasara en los barrios más distinguidos de las grandes ciudades argentinas. Para otra mucha gente, L. Murphy, menos comprometido con el pasado de corrupción del peronismo, y con un paso fugaz por el gobierno de De la Rúa, aparecía como una cara relativamente “nueva”. En las dos últimas semanas, la propaganda a favor de L. Murphy en los medios de comunicación fue abrumadora con el fin de afirmar su respaldo electoral.
Kirchner, que era un político peronista relativamente desconocido hace un año para las grandes masas, se benefició del apoyo de una gran parte del aparato peronista, en su calidad de candidato “oficioso” del mismo. No aparecía ligado abiertamente al pasado de corrupción de otros dirigentes peronistas y utilizó hábilmente un lenguaje contra la “corrupción” descargando en Menem toda la responsabilidad por el desastre de la nación. Hábilmente, se orientó hacia los sectores más descontentos con el menemismo, compitiendo con Carrió por la misma franja del llamado voto “progresista”, criticando el pasado de corrupción, con promesas de estimular los gastos sociales y estatales, apelando directamente a los trabajadores, etc . En la medida que no había ninguna organización de izquierda con la fuerza suficiente para rebatir toda esta demagogia, fueron Kirchner y Carrió quienes aparecieron como los principales paladines en la lucha contra el menemismo durante la campaña electoral, lo que les atrajo una importante cantidad de votos de trabajadores y jóvenes que en otras condiciones hubieran sido una base propicia para la izquierda. Al disponer de más aparato, más apoyo en los medios de comunicación y más recursos estaba claro que Kirchner emergería como uno de los dos candidatos que accederían al “ballotage”.
No es cierto que el resultado de estas elecciones hayan supuesto un giro “a la derecha” de la población. Para la mayoría de los votantes, Kirchner, Carrió y Saá, a pesar de sus lazos con la clase dominante y su compromiso con el capitalismo, eran vistos como los que enfrentaban el pasado de los últimos 12 años ligados al “menemismo”, y sumaron el 50% de los votos. Y esto fue así en la medida que no había ninguna fuerza de izquierda que fuera vista como suficientemente atractiva e importante por la mayoría de las familias trabajadoras. Si a ello le sumamos una parte de los votos de L. Murphy, sobre todo entre los votantes más jóvenes, que también tenían un componente de voto “protesta” contra el pasado, más los votos cosechados por las pequeñas fuerzas de izquierda, se ve claramente que no hubo un giro “reaccionario” en el sentir de las familias trabajadoras (la mayoría de la población). Simplemente, que la mayoría de los trabajadores y sus familias, sintiendo que se jugaban el futuro no encontraron otra alternativa que estos candidatos para intentar cambiar la realidad que los rodea.
Los resultados de la izquierda
En esas condiciones, como explicamos hace meses, si Zamora junto con el resto de la izquierda hubieran formado un amplio frente único de la izquierda en el campo electoral, sí podrían haber emergido como un polo de referencia importante tras estas elecciones. Lo más probable es que no hubieran pasado al “ballotage” (aunque eso tampoco estaba descartado desde un principio), pero en cambio, podrían haber agrupado varios millones de votos de las familias trabajadoras, y a partir de ahí, pasar a la oposición política y social del nuevo gobierno que se formara, lo que habría fortalecido la causa obrera y popular para las siguientes batallas que hubieran tenido lugar, creando las condiciones para que la izquierda consiguiera por primera vez arrancar a las amplias masas de la clase obrera de la influencia del peronismo y otras corrientes burguesas que predican la colaboración de las clases, es decir, el sometimiento de los trabajadores a los capitalistas. En la medida que esto no se hizo, la imagen que dio la izquierda fue la de la dispersión, la división y el enfrentamiento.
Las organizaciones de la izquierda que finalmente se presentaron a estas elecciones fueron IU y PO, que pelearon divididas. Entre ambas sumaron poco más de medio millón de votos (el 2,6% de los votos), que si bien dobla la cantidad de votos obtenida en las elecciones presidenciales de 1999, resulta ser una cifra menor que la obtenida en las elecciones legislativas de octubre del 2001. Pequeños grupos de izquierda vinculados a los históricos partidos socialistas y otros sumaron un 1,9% de votos más.
Las formaciones de izquierda, particularmente, las dos primeras fueron marginadas absolutamente de los medios de comunicación y compitieron en condiciones de absoluta inferioridad con las otras formaciones burguesas que recibieron una financiación casi ilimitada.
Tanto IU y PO continuaron insistiendo en su campaña electoral en proclamar como su alternativa para resolver los problemas del país la convocatoria de una Asamblea Constituyente “libre” y “soberana”, como si para los trabajadores hubiera alguna diferencia cualitativa entre un parlamento burgués al uso, y otro nuevo, que es lo mismo, con la diferencia de que cambia el nombre (asamblea constituyente). De lo que se trata es de insistir en la necesidad del poder obrero y de agitar, allá donde se den las condiciones, por la necesidad de que los trabajadores organicen sus propios órganos de poder y el control obrero en las empresas (comités) para revisar la contabilidad, no permitir despidos, luchar por mejores salarios, etc. Mientras que, al mismo tiempo, se defiende un programa amplio de demandas contra el pago de la deuda externa, por la reestatización de las privatizadas, por la nacionalización de la banca, por el aumento efectivo de los salarios para no perder poder adquisitivo, contra el empleo precario, etc.
No obstante, el hecho de que centenares de miles de jóvenes y trabajadores hayan votado las candidaturas de izquierda que defienden ideas, programas y posiciones socialistas y revolucionarias (a pesar que no acordamos con algunas de las posiciones y puntos programáticos de todas ellas) es tremendamente positivo, y debe ser una base excelente para atraerlos a la militancia activa en el frente obrero, piquetero, asambleísta y juvenil. La formación de decenas de miles de ellos como cuadros revolucionarios debería ser una tarea prioritaria para prepararnos para las futuras batallas que vendrán. Decenas de miles de activistas enraizados entre las masas, se transformarán en millones cuando cambien favorablemente las circunstancias.
Esto será tanto más rápido en la medida que los dirigentes de la izquierda corrijan sus errores a la luz de la experiencia pasada, apuesten firmemente por una política de Frente Único en todos los campos de su accionar y desplieguen un programa audaz que recoja desde las demandas más inmediatas sentidas por las masas, hasta las más generales, como la necesidad del Socialismo.
El “ballotage” entre Menem y Kirchner
La presidencia de la nación se decidirá finalmente en un “ballotage”, en una elección entre Menem y Kirchner el próximo 18 de mayo. Por todas las consideraciones que hicimos antes, lo más probable es que Kirchner gane la presidencia. Si hay algo en que todos los comentaristas burgueses acuerdan en sus tertulias de radio y TV es que el sentimiento anti-Menem entre la población es mayoritario. Ya se están barajando porcentajes de voto a favor de Kirchner que oscilan entre el 65% y el 75%. Con casi total seguridad, Saá y Carrió pedirán a sus votantes que voten contra Menem.
Es natural que entre gran parte de las familias trabajadoras, incluso entre mucha gente que simpatiza con la izquierda, se opte por el voto “menos malo” para frenar a Menem, votando a Kirchner. Millones de trabajadores y sus familias recuerdan la entrega de la riqueza nacional al capital extranjero o a los “amigos” de Menem, recuerdan el aumento de la desocupación, de la pobreza, de la mafia policial y judicial, de la destrucción de la industria y las fuentes de trabajo, etc bajo el menemismo. No obstante, conviene recordar que hace 10 años, nadie dentro del peronismo (ni siquiera Kirchner en su momento) cuestionaban esta política.
Nosotros no apoyamos ni a Menem ni a Kirchner. Por supuesto rechazamos a Menem, como político burgués corrupto que es, que ya declaró que no le temblaría la mano para sacar el ejército a la calle y reprimir a su propio pueblo. Saqueó personalmente las riquezas del país, se lucró con ellas, está ligado al tráfico de armas y a otros sucios negocios. Su lugar es la cárcel, que es donde debería estar sino fuera por la extrema putrefacción de la justicia burguesa en la Argentina.
Pero mentiríamos si declaráramos que Kirchner representa una salida más “progresista”. Kirchner responde a los intereses capitalistas que antes explicamos. Su programa no difiere esencialmente del de Menem, en el contenido. Para mantener los beneficios de los capitalistas, para pagar la deuda externa, para aumentar las tarifas, atacará las condiciones de vida y trabajo de la clase obrera, de la juventud. Si hay protestas en la calle, se verá obligado a reprimirlas. No hay medias tintas en el capitalismo. O con los trabajadores, o con los capitalistas. Pero no podés contentar a ambos. Y Kirchner ya dejó claro a quién sirve. Y si no actúa como ellos quieren que lo haga, mañana lo echarán a patadas de la Casa Rosada, e instalarán a otro. Mañana, cuando Kirchner defraude las expectativas que pudo crear, muchos trabajadores pedirán explicaciones a aquellos que les crearon esas falsas expectativas. Nosotros tenemos que ser honestos con nuestra clase. No hay alternativas para los trabajadores y nuestras familias bajo el capitalismo. La alternativa es la lucha por el socialismo. No existen “terceras vías”. Es por eso que nosotros llamamos a la abstención o al voto en blanco en el “ballotage” del 18 de mayo.
Las tareas de la izquierda y las perspectivas
Las organizaciones y dirigentes más relevantes de la izquierda han salido desorientados de todo el proceso electoral. Tanto aquellos que defendieron el boicot como aquellos que participaron en las elecciones vieron defraudados sus objetivos. Los primeros esperaban un aumento importante del voto “bronca” que finalmente no se dio, y los segundos recibieron menos votos de los esperados. Todos los militantes, activistas y dirigentes de los diferentes grupos de izquierda deberían reflexionar profundamente para sacar todas las lecciones de la experiencia del último año y medio.
Las lecciones son claras. En primer término, hay que hacer un esfuerzo para tomar el pulso de la clase, de los trabajadores, y no confundir el ambiente entre los activistas con el de las masas, que siempre tardan un poco más en llegar a las mismas conclusiones que la vanguardia.
En segundo término, hay que ver la manera de ligarse aún más a los trabajadores. En este sentido es perentorio un trabajo coordinado en la base de los sindicatos. Los sindicatos son la llave para llegar a los sectores organizados de los trabajadores. Independientemente de los deseos subjetivos de la burocracia, la realidad objetiva empujará a los trabajadores de aquí en más a la lucha. No tendrán otra alternativa en la medida que aumenten las tarifas de los servicios públicos con el nuevo gobierno que se forme, en la medida que se siga perdiendo el poder adquisitivo de nuestros salarios, que no mejoren el sistema sanitario o se siga degradando la educación que reciben nuestros hijos porque la plata que se necesita para esto se dedica a pagar la deuda externa. El aumento de las luchas obreras creará las mejores condiciones para que los activistas sindicales en las empresas se destaquen como los mejores luchadores y puedan disputar la conducción de los gremios y sindicatos a los dirigentes acomodaticios y burocratizados conforme arrecie la lucha obrera en los próximos meses.
Junto a esto hay que dotarse de un programa concreto de demandas sobre salarios, viviendas, infraestructuras de los barrios, salud, educación y de medidas más generales por la reestatización de las privatizadas, no al pago de la deuda externa y por la nacionalización sin indemnización de las palancas fundamentales de la economía, bajo el control de los trabajadores.
En último término, hay que llevar a la práctica una audaz política de frente único de la izquierda en su accionar en el terreno sindical, piquetero, asambleario, juvenil y, sí, también electoral.
Las asambleas populares tienen un importante rol que jugar, acompañando solidariamente todas estas medidas y todas las luchas que se darán. Un nuevo resurgimiento de la lucha obrera y popular tendrá como consecuencia una revitalización y fortalecimiento de dichos organismos, que deben avanzar en una coordinación más cercana entre ellas a nivel de localidad, y también a nivel nacional.
Como afirmábamos en un párrafo anterior, no hay lugar para el pesimismo. La experiencia de los próximos meses enseñará a los trabajadores. Sacarán conclusiones cada vez más avanzadas. La inercia del resultado electoral se disipará como la niebla en la mañana. Los activistas de izquierda, de las asambleas populares, de las fábricas ocupadas, de la base de los sindicatos, los dirigentes gremiales honestos y luchadores encontrarán un eco cada vez más favorable para sus ideas y la acción en común. Una poderosa corriente a favor de la unidad y de un programa anticapitalista claro se abrirá paso.
La clase obrera no entiende de organizaciones chicas. Tarde o temprano, particularmente desde la base de los sindicatos, surgirá la necesidad de construir un partido de masas propio de los trabajadores, ante el fracaso de los partidos y dirigentes burgueses en encontrar una salida al actual caos capitalista. En esa organización de masas, los activistas de izquierda pueden jugar un rol vital, fertilizándola con las ideas científicas del marxismo y del socialismo. Para esta perspectiva nos preparamos los compañeros y compañeras de El Militante.
UNITE A NOSOTROS, UNITE AL EL MILITANTE