70 años de la guerra de Corea: el legado imperialista de sangre y división

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El 27 de julio de este año se cumplió el 70 aniversario de la firma del Armisticio de Corea, que puso fin a un conflicto que duró tres años, conocido como la Guerra de Corea. El Armisticio no es un acuerdo de paz, y los dos Estados que existen en la peninsula coreana al norte y al sur del paralelo 38 siguen técnicamente en guerra entre sí.

En Occidente, algunos han llamado a la Guerra de Corea la “Guerra Olvidada”. Es cierto que, en los días transcurridos desde el cese del conflicto en Corea, no han faltado guerras sangrientas ofrecidas a la humanidad por el capitalismo. Pero la Guerra de Corea tiene un significado histórico que no se puede descuidar.

Demostró que el sistema de economía planificada nacionalizada podía resistir el asalto del imperialismo estadounidense. Contuvo focos de poder obrero, los primeros casos en Asia Oriental. Sin embargo, la clase obrera no emergió como una fuerza independiente, con un programa claro, capaz de tomar la iniciativa en la lucha que se desarrollaba. Como resultado, se convirtió en una sangrienta guerra convencional, y el imperialismo estadounidense pudo permanecer en la Península como parte de un compromiso criminal con el estalinismo, desgarrando así una nación que hasta entonces había estado unida durante más de 500 años.

El final de la Segunda Guerra Mundial y el Paralelo 38

Durante gran parte de su historia, Corea fue un reino independiente situado entre China y Japón. En el siglo XIX, Corea, bajo la dinastía Joseon, cayó gradualmente bajo el dominio del imperialismo japonés, a medida que el imperio chino menguaba. En agosto de 1910, el Imperio japonés se había anexionado oficialmente la totalidad de Corea, un paso importante en la ambición de la joven potencia imperialista por dominar toda Asia.

Pero cuando la marea de la Segunda Guerra Mundial se volvió en contra de los países del Eje, de los que Japón formaba parte, las dos principales fuerzas entre los Aliados, Estados Unidos y la Unión Soviética bajo Stalin, comenzaron a maniobrar unas contra otras para preparar el período de posguerra.

Cuando Japón ya no tenía nada que hacer, Estados Unidos empezó a conspirar para asegurarse de que Stalin no pudiera ampliar su esfera de influencia en el mundo de posguerra. En Oriente, Estados Unidos lanzó bombas atómicas sobre Japón, primero en Hiroshima y luego en Nagasaki, como una brutal e innecesaria demostración de fuerza dirigida contra los soviéticos. Decenas de miles de vidas inocentes fueron extinguidas en Japón por las armas de destrucción masiva estadounidenses, incluidos al menos 10.000 trabajadores forzados coreanos que vivían allí en aquel momento. Este acto se perpetró a pesar de que el Estado japonés se inclinaba claramente por la rendición.

El uso del paralelo 38 como línea divisoria fue una decisión precipitada por parte de Estados Unidos.

La burocracia soviética también esperaba ampliar su esfera de influencia para establecer un amortiguador frente a Estados Unidos con el fin de proteger sus propios intereses. En Oriente, Stalin declaró rápidamente la guerra a Japón en 1945. El Ejército Rojo atravesó Mongolia, el noreste de China y, finalmente, el norte de Corea, sin apenas resistencia por parte de las fuerzas japonesas locales, deteniéndose en el paralelo 38 de la península coreana para que Estados Unidos desembarcara en el sur de Corea y se estableciera allí.

Según Bruce Cumings, el uso del paralelo 38 como línea divisoria entre las zonas de ocupación soviética y estadounidense en Corea fue una decisión precipitada por parte de Estados Unidos. Dos jóvenes coroneles estadounidenses dispusieron de treinta minutos para trazar esta línea. Stalin estuvo de acuerdo con esta decisión, y en ningún momento se dio voz a ningún coreano en el asunto.

Esta fue una concesión criminal que Stalin acordó con el imperialismo norteamericano. Si el Ejército Rojo hubiera continuado su avance en toda Corea y hubiera alentado a las masas de ese país a tomar el poder e impedir incluso el desembarco de los yanquis, la marea de la revolución mundial se habría fortalecido enormemente.

Comités populares

En el tenue período en que todas las principales fuerzas en juego avanzaban hacia sus posiciones mientras el dominio de Japón sobre la península coreana se derrumbaba rápidamente, existió, durante un tiempo, un vacío de poder estatal. En este vacío, los campesinos y obreros coreanos tomaron el poder en sus propias manos y gestionaron sus asuntos por sí mismos.

Este esfuerzo se conoció como Comités Populares (인민위원회), conforme los campesinos y obreros de las aldeas de toda Corea se organizaban en consejos. Estos comités locales se unían a su vez en órganos regionales más amplios. Los aldeanos y los trabajadores elegían a sus propios comités como las nuevas autoridades de sus gobiernos locales, y muchos de ellos intentaban llevar a cabo sus propias reformas agrarias y sociales que chocaban no sólo contra las antiguas autoridades japonesas, sino también contra los terratenientes tradicionales coreanos.

La rápida formación de los Comités Populares fue tan formidable que ni los soviéticos ni las fuerzas de ocupación estadounidenses pudieron detenerlos inmediatamente. Dentro de ellos existían diversas tendencias políticas que reflejaban el equilibrio de fuerzas ideológicas y de clase en una región determinada. Este fenómeno es, desde una perspectiva marxista, extremadamente significativo. Los comités populares, especialmente los formados por trabajadores urbanos, podrían haberse convertido en la base del gobierno de la clase obrera, de forma muy parecida a como surgieron los soviets en toda Rusia en las revoluciones de 1905 y 1917. Bajo una dirección marxista, en Rusia se convirtieron en la base de un nuevo Estado obrero tras el éxito de la Revolución de Octubre de 1917.

A falta de una dirección marxista que los unificara en una fuerza capaz de tomar el poder, los Comités Populares fueron finalmente capturados o aplastados por las fuerzas que operaban en el Norte y en el Sur. Sin embargo, su existencia fue un factor importante que influyó en el desarrollo de la Guerra de Corea.

Consolidación de los estados del Norte y del Sur

Mientras los soviéticos detenían sus fuerzas al norte del paralelo 38, las fuerzas de ocupación estadounidenses pudieron consolidar sus posiciones en el sur. Estados Unidos, que pretendía frenar a la Unión Soviética, consiguió rápidamente el apoyo de los elementos burgueses y terratenientes más reaccionarios del sur. También ayudaron a reorganizar la antigua fuerza policial junto con elementos virulentamente anticomunistas en una nueva y brutal fuerza policial, la Policía Nacional Coreana (KNP por sus siglas en inglés).

El KNP reprimiría con saña a los comunistas y a los Comités Populares que operaban en el Sur. Una reorganización similar tuvo lugar en el ejército. Estados Unidos incluso trajo oficiales del antiguo ejército japonés para entrenarlos. Este nuevo y reaccionario cuerpo armado de hombres sería la base del futuro Estado conocido como República de Corea, que sería dirigido por los elementos burgueses más corruptos y autocráticos como Syngman Rhee.

En el norte, la situación era diferente. Stalin, con su estrecha visión nacionalista, sólo estaba interesado en crear un régimen satélite bajo la dirección de la URSS. Pero esto le resultó una empresa mucho más complicada.

La preferencia de Stalin, como en muchos países de Europa del Este, habría sido simplemente apoyarse en un Partido Comunista local bien establecido que hubiera sufrido una degeneración burocrática como agente local directo. Tal cosa no existía en Corea a finales de la Segunda Guerra Mundial. En aquel momento, los comunistas coreanos estaban dispersos. Algunos estaban, de hecho, directamente vinculados a la URSS y controlados por ella. Muchos otros habían luchado durante mucho tiempo junto al Partido Comunista Chino desde el período de Yenan en la década de 1930, y por lo tanto estaban profundamente vinculados a la dirección de Mao Zedong, que para entonces había conseguido su propia base de masas en China, independiente de Moscú. Otros procedían de milicias partisanas que operaban en el norte de Corea y el noreste de China y que tenían cierto grado de independencia tanto de la URSS como del Partido Comunista chino (PCCh); y había otros que procedían de células clandestinas que trabajaban en el sur y en la isla de Jeju bajo el colonialismo japonés.

Si las políticas de la Unión Soviética y China se hubieran guiado por auténticos métodos e ideas bolcheviques, estas divisiones no habrían importado. Simplemente habrían hecho un llamamiento conjunto a la formación de una federación fraternal entre China, Corea y los Estados soviéticos como parte de una futura federación mundial de repúblicas socialistas.

En lugar de ello, los cálculos fundamentalmente nacionalistas de las burocracias tanto de la URSS como de China, y también de los estalinistas coreanos de diversas tendencias, acabaron con un complejo compromiso destinado a formar un Estado que se ajustara a los intereses tanto de la URSS como de China. En el Norte, la URSS dirigió la fusión de algunas de estas fuerzas en un Partido del Trabajo de Corea del Norte e intervino y burocratizó rápidamente los Comités Populares del Norte bajo la dirección de este partido. Fue también en ese momento cuando se acordó que Kim Il-Sung, un líder guerrillero, sería un líder de consenso adecuado para equilibrar las tendencias pro-Moscú y pro-PCCh.

Sobre esta base se formó un nuevo Estado en el norte. Siguiendo el modelo del régimen totalitario burocrático de partido único de la Unión Soviética y basado en una economía planificada nacionalizada, surgió un nuevo gobierno, pero bajo la dirección de Kim Il-sung.

Kim desarrolló cierta independencia con su propia base, apelando al sentimiento nacionalista y antiimperialista. Como individuo, su determinación personal de unir la península desempeñaría un papel importante en el desarrollo de la guerra.

Sublevaciones

Durante un tiempo, el régimen del norte, y los rusos, permitieron a los Comités Populares llevar a cabo expropiaciones de tierras por su cuenta. Los comités populares del sur, por el contrario, fueron atacados por la policía del sur y las bandas reaccionarias de derechas. Esto inquietó a las masas del sur. Para ellas, estaba claro que el proceso del norte representaba un auténtico progreso. Incapaces de llevar a buen término las mismas tareas, las masas se sintieron cada vez más frustradas, lo que a su vez provocó levantamientos armados aún más explosivos contra las autoridades del sur, respaldadas por Estados Unidos.

Un punto especialmente álgido fue la isla de Jeju. Separada geográficamente de la península, pero con una historia no menos orgullosa de rebeliones y levantamientos, los Comités Populares de Jeju, en estrecha coordinación con los sindicatos clandestinos de la isla y el Partido del Trabajo de Corea del Sur, organizaron una huelga general el 10 de marzo de 1947 para repeler los ataques de las bandas derechistas enviadas por el régimen surcoreano. Las tropas surcoreanas en la isla de Jeju, al mando de oficiales estadounidenses, impusieron una brutal represión a este levantamiento, que causó más de 30.000 muertos. Aunque al final fue aplastada, la revuelta de la isla de Jeju inspiró a su vez más rebeliones en toda la Corea del Sur dominada por Estados Unidos.

Al presenciar este proceso desde el norte, Kim Il-Sung decidió que había llegado el momento de expandir el Estado obrero deformado bajo su liderazgo por toda Corea. Al mismo tiempo, Syngman Rhee en el sur tenía la misma ambición, al desear destruir el nuevo sistema social del norte y unificar Corea como una dictadura capitalista encabezada por él.

Se trataba de una guerra entre el capitalismo y las economías planificadas. Tras la revolución china de 1949, con insurgencias comunistas en curso en Malasia y Vietnam, Eisenhower expresó la preocupación del imperialismo estadounidense de que Corea fuera la primera de una serie de “fichas de dominó” que caerían en la región. Así pues, las semillas del conflicto estuvieron presentes desde el principio.

Mantenimiento de la paz” e intervención estadounidense

Tras obtener la aprobación a regañadientes de Stalin y Mao, Kim Il-Sung hizo su jugada.

El domingo 25 de junio de 1950, el Ejército Popular de Corea (EPC) del Norte avanzó hacia el Sur, capturó Seúl y siguió avanzando hacia el sur sin encontrar resistencia significativa. El éxito masivo del avance del EPC puede explicarse por las medidas revolucionarias que tomaron. Dondequiera que iban, restauraban los comités populares del sur y los campesinos redistribuían la tierra. El Comité Popular de Seúl expropió todas las propiedades japonesas y las de los capitalistas surcoreanos.

Estas medidas obtuvieron el apoyo entusiasta de las masas. Muchas personas se unieron a los rebeldes que habían estado llevando a cabo operaciones de guerrilla en el sur incluso antes de que llegara el ejército del norte. Sobre esta base, las fuerzas del Norte se dirigieron rápidamente hacia Busan, la ciudad portuaria del Sur.

Las fuerzas estadounidenses y sureñas existentes flaquearon ante este poderoso avance revolucionario, hasta que pudieron contener los avances del KPA alrededor de Busan con la ayuda de una Task Force Smith desplegada apresuradamente desde Japón. Con la autoridad de la falsa “Misión de las Naciones Unidas para el Mantenimiento de la Paz”, Estados Unidos, bajo el mando del mariscal Douglas McArthur, organizó una enérgica invasión de Incheon y, finalmente, se dirigió hacia el norte para tomar Seúl y, a su vez, Pyongyang, la capital del norte. Gracias a su poderío militar y a los bombardeos aéreos, la intervención directa de Estados Unidos hizo retroceder militarmente al Ejército Popular de Corea e incluso amenazó con apoderarse de todo el norte.

La intervención de China y la guerra civil

Mientras las fuerzas estadounidenses se adentraban en Corea del Norte, los chinos bajo el mando de Mao observaban con ansiedad. Para ellos, la derrota del régimen coreano acercaría las fuerzas estadounidenses a sus fronteras en el noreste. Esto amenazaba al recién fundado Estado de la República Popular China (RPC).

El régimen de Mao se dio cuenta de que una península coreana dominada por Estados Unidos supondría una amenaza existencial para la recién fundada RPC. Por ello, China se vio obligada a enviar tropas a Corea para repeler el contraataque respaldado por Estados Unidos, que marcaría un punto de inflexión decisivo para la guerra.

En octubre de 1950, China envió 260.000 soldados a Corea e hizo retroceder a los estadounidenses hacia el sur.

Al final, por tanto, la intervención de los imperialistas convirtió a Corea en un infierno en la Tierra, prolongándose en un conflicto de varios años en el que participaron soldados británicos, canadienses, australianos, etíopes y de muchas otras naciones, cobrándose la vida de miles de personas de ambos bandos y de millones de civiles. En el sangriento proceso, Seúl cambió de manos cuatro veces, y el conflicto se centró finalmente por encima y por debajo del paralelo 38.

A medida que la guerra llegaba a un estancamiento agotador, se abrió una brecha entre Douglas MacArthur y el Presidente Truman en torno a cuestiones estratégicas. En un momento dado, Truman y MacArthur consideraron la posibilidad de utilizar armas nucleares contra Corea del Norte y China. La división se centró en si Washington o el ejército tenían potestad para autorizar tal ataque. El conflicto entre ambos se hizo público y enconado. Finalmente, en abril de 1951 el llamado “héroe de guerra” MacArthur sería relevado de su mando, para ser sustituido por el Teniente General Matthew. B. Ridgeway.

La destitución de MacArthur no detuvo la guerra, que se prolongó unos años más hasta que ambos bandos acordaron finalmente un alto el fuego en 1953, con el paralelo 38 como frontera de facto entre el Norte y el Sur. En la franja de tierra entre el Norte y el Sur se estableció la llamada “Zona Desmilitarizada” (DMZ), que sigue siendo hoy en día la zona más militarizada del mundo.

División consolidada

La guerra de Corea terminó en empate y dejó un impacto significativo en el curso de la historia mundial. En el plano internacional, demostró por primera vez que el imperialismo estadounidense, con todo su gran poderío militar, no podía derrotar fácilmente a las fuerzas conjuradas por un nuevo sistema social basado en una economía planificada nacionalizada.

Los combates fueron brutales. Se perdieron más de cuatro millones de vidas, y al menos la mitad de ellas eran civiles. Para ponerlo en perspectiva, esa cifra representaba un número similar al de toda la población de Irlanda en aquella época. Sin embargo, sería falso atribuir la misma culpa a las muertes de civiles. Según una investigación realizada por la propia Corea del Sur en 2005, más del 82% de las masacres de civiles fueron llevadas a cabo por fuerzas surcoreanas bajo el mando de Estados Unidos. La aviación estadounidense también lanzó más de 635.000 toneladas de bombas sobre Corea del Norte, más que en todo el teatro de operaciones del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial.

En un incidente, cientos de miles de coreanos fueron reclutados en un Cuerpo de Defensa Nacional por el gobierno del Sur, apoyado por Estados Unidos. Pero cuando los chinos avanzaban por la península, los oficiales obligaron a los reclutas a marchar hacia el sur para evitar su captura. Sin embargo, los oficiales habían malversado dinero destinado a la compra de alimentos, por lo que 300.000 miembros del Cuerpo de Defensa Nacional se perdieron por muerte o deserción. 90.000 muertes se atribuyeron directamente al hambre o las enfermedades en la “marcha de la muerte” y en los campos de entrenamiento.

A pesar de toda esta inhumanidad, el hecho de que la guerra acabara en un punto muerto demuestra la fuerza de las economías planificadas nacionalizadas de China y la URSS, y la debilidad del imperialismo estadounidense, especialmente cuando se enfrenta a la resistencia de un pueblo que se niega a permanecer bajo la bota del imperialismo. Ted Grant resumió así la importancia de la guerra:

“Corea dividida en las esferas de influencia rusa y norteamericana, revela la debilidad del imperialismo en todo el Extremo Oriente. Sin la intervención directa del imperialismo norteamericano, el Chiang Kai Shek coreano [Syngman Rhee] se habría derrumbado tan ignominiosamente como el propio régimen de Chiang. En el mejor de los casos, el imperialismo norteamericano podrá conservar un punto de apoyo tras una larga lucha y las fuerzas norteamericanas quedarán inmovilizadas como las francesas en Indochina y las británicas en Malasia, incluso en el caso de una victoria completa en el Sur. Esta es la medida de la decadencia de las viejas relaciones del capitalismo y del imperialismo del pasado. El capitalismo se pudre en su punto más débil”.

Así, la trágica división de la nación coreana cristalizó al final de la guerra. El norte, bajo Kim Il-sung, se consolidó en la llamada “República Popular Democrática de Corea”, donde se extinguió cualquier elemento de poder obrero y campesino. En su lugar, surgió un Estado autocrático y burocrático que bastardeó tanto las ideas del socialismo que incluso justificó el gobierno de una dinastía hereditaria. La burocracia de Kim también aisló al país en lugar de verse a sí mismo como un motivador para una mayor revolución internacional.

El Sur, contrariamente a la creencia popular, no surgió en absoluto como un “bastión de la democracia”. Antes de la década de 1990, las masas surcoreanas estaban gobernadas por no menos brutales dictadores militares respaldados por EEUU. El imperialismo estadounidense sigue siendo responsable de atroces crímenes contra las masas del Sur, entre ellos el aplastamiento de la comuna de Gwangju en 1980. Con el sacrificio de innumerables vidas de trabajadores y jóvenes, el Sur se vio obligado a permitir ciertas libertades democrático-burguesas al tiempo que mantenía intactos muchos rasgos represivos de la dictadura militar del pasado.

El legado de la guerra de Corea, de los crímenes del imperialismo y de las traiciones del estalinismo, se deja sentir hasta nuestros días. Para profundizar en las trayectorias de los Estados del norte y del sur de la península tras la guerra, recomendamos a nuestros lectores los siguientes artículos de los archivos de marxist.com: ¿Hacia dónde va Corea del Norte? (2006), de John Peterson y Fred Weston, y Cómo se desarrolló el capitalismo en Taiwán y Corea del Sur(2011), de Luca Lombardi.