Vladimir Mayakovsky y el arte de masas

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mayakovksy4Muerte trágica

El poeta futurista soviético Vladimir Vladimirovich Mayakovsky (Bagdadi, Georgia, 7 de Julio de 1893) se quitó la vida el 14 de Abril de 1930, en Moscú, a la sazón capital de la URSS, disparándose con un revolver en el corazón. Se dice que la actriz Verónica Polonskaya fue la última persona en verle con vida, oyendo un disparo tras de sí al abandonar el apartamento del poeta; ellos sostenían una relación ilícita, pero la actriz se rehusaba a renunciar a su matrimonio. El día anterior, Mayakovsky le habría amenazado con segar su propia vida y ella no pudo creerle. No obstante, su suicidio sigue siendo, en muchas formas, el motivo de candentes controversias.

La nota suicida (escrita dos días antes), en la que pedía al “Camarada Gobierno” velar por su familia, fue interpretada a menudo como una ironía. Se rumoró que la bala extraída de su cadáver no se correspondía con el modelo de su pistola, además de que los vecinos reportaron haber oído dos disparos en vez de uno y el oficial a cargo de la investigación fue asesinado diez días más tarde. Su hija –naturalizada como norteamericana– Yelena Vladimirovna Mayakovskaya (llamada Patricia Thompson, profesora universitaria neoyorquina), aseguró en sus memorias que su padre había recibido una pistola en una caja de zapatos, que para la aristocracia rusa significaba una encrucijada entre la humillación y la muerte (Véase:.haaretz.com/weekend/magazine/the-raging-bull-of-russian-poetry-1.224897).

Según el marxista galés Alan Woods, el suicidio de Mayakovsky “ponía un epitafio en la tumba del arte revolucionario” (laizquierdasocialista.org/node/1726). El advenimiento del estalinismo había minado indefectiblemente no sólo la herencia política del bolchevismo, sino también a la pléyade de manifestaciones artísticas que se habían desatado tras la Revolución de Octubre. La libertad consciente de un arte ligado a la vida social, que había guiado la búsqueda de un arte genuinamente revolucionario, fue sustituida por el dogma propagandístico del realismo socialista. Ante un ambiente de creciente coacción ejercida por la ascendente burocracia sobre los artistas, durante una conferencia pública celebrada veinte días antes de su deceso, en la que relataba las crecientes dificultades que enfrentaba en su trabajo creativo, Mayakovsky advirtió a sus escuchas: “Tal vez hoy sea una de mis últimas veladas” (Una Bofetada al Gusto del Público, p.60).

Vida y Obra

El volumen titulado Una Bofetada al Gusto del Público (Mono Azul Ed., Sevilla 2009) recoge sendas conferencias de Vladimir Mayakovsky, que versan sobre la necesidad de hacer entender su obra a un público de trabajadores y la entrega de su vida entera a esa obra y a ese público. En “Los obreros y los campesinos no os entienden”, el poeta soviético reflexiona sobre las aparentes barreras que separan del arte de vanguardia al público con una educación artística escasa o acotada, la relación de éste con la vida de aquellos, su posición frente a la tradición artística aristocrática y burguesa, y la posibilidad de que los artistas desarrollen un arte auténticamente revolucionario y de masas. El arte de vanguardia sufre a menudo el rechazo de las capas amplias de la sociedad, que, azuzadas por los críticos de arte adversos a la vanguardia artística, lo reputan impúdicamente de incomprensible sin conocerlo realmente; nadie en sus cabales se enorgullece de ser ignorante de la ciencia y la cultura. ”Pero, sin complejos, gritan: ¡No comprendo a los futuristas!” (Ibídem, p.37).

Sin embargo, señala Mayakovsky, la incapacidad de comprender al arte de vanguardia no constituye por sí misma un juicio relativo a su validez. Antes de desahuciarlo, al menos sería pertinente desvelar el sinsentido que envuelve, no suponer —sin más— que por parecer incomprensible carece de sentido. Aun si dicho arte, por la dificultad que supone comprenderlo, se constituye en un arte accesible sólo a una minoría, no por ello habría perdido necesariamente toda su conexión con el conjunto de la sociedad. Hay un arte minoritario, asegura el poeta georgiano, que no tiene ningún provecho más que para aquellos pocos a los que está dirigido. Un segundo género de arte minoritario, en cambio, está dirigido a un público integrado por productores artísticos, que transmitirán su contenido al conjunto de la sociedad a través de su propio trabajo. “Estos libros serán la semilla y constituirán el esqueleto del arte de masas” (Ibídem, p.39).

Un arte que sea en pleno sentido un arte de masas no podrá producirse esquemática o mecánicamente, sino que será el resultado de un elaborado proceso que no sólo implicará el concurso de los artistas sino el de toda la sociedad. “El arte no nace siendo arte de masas, lo será después de mucho esfuerzo; después de realizar un análisis crítico que determinará si su utilidad es permanente y efectiva” (Ibídem, p.40). Un arte semejante puede incluso adelantarse a los tiempos, es decir, ocultar su sentido para revelarlo posteriormente, cuando el estadio de la conciencia social que preconiza sea actualizado por el curso de los acontecimientos. Pero, simultáneamente, sólo podrá emerger de su conexión con las condiciones sociales concretas. “De esta forma, la poesía contra la guerra por la cual en 1914 las masas se rasgaban las vestiduras engañadas por los patriotas, sonaba en 1916 como una revelación. Y viceversa” (Ídem).

La crítica arrojada desde el conservadurismo social y artístico contra el arte de vanguardia sólo por ser arte de vanguardia, por ser incomprensible, soslaya un hecho: que aun el arte tradicional, en sus manifestaciones más refinadas, es el patrimonio cultural de una minoría, de la clase social dominante. La actitud de Mayakovski ante la tradición artística era irreductible: sólo el arte de vanguardia sería la verdadera herencia del pueblo soviético. Empero, éste también llegaría a apropiarse de las manifestaciones clásicas del arte, y llegaría a comprenderlo por encima de sus determinaciones ideológicas y como parte del devenir histórico. Cuando el arte sea real y plenamente un bien social, y no sólo lo sean sus manifestaciones populares, esta nueva sociedad, si bien reconocerá lo humano en arte heredado por la vieja sociedad y se nutrirá de él, sólo podrá reconocerse plenamente en su propia expresión artística. “Los clásicos no serán las lecturas preferidas por el pueblo soviético. Lo serán los poetas de hoy y del futuro” (Ibídem, p.44).

No obstante, el propio Mayakovski padeció desde su trinchera artística las limitaciones que el régimen estalinista impuso, ya desde sus albores, a la vida socialista; los tirajes y la distribución bibliotecaria de la poesía futurista –y la difusión del arte de vanguardia en lo general– dependían del sector más conservador de la sociedad soviética: la burocracia. El arte vanguardista se vio privado desde el comienzo de los años 1930’s de su pleno potencial como educador de las masas de trabajadores que habían hecho la revolución a marchas forzadas y a partir de condiciones materiales y culturales extremadamente limitadas. Aunque el arte de vanguardia tenía gran acogida entre los trabajadores, los campesinos y los estudiantes, a través del esfuerzo de sus autores por mostrárselos en sus propias publicaciones periódicas y presentaciones públicas, dicho esfuerzo se veía superado, ante las titánicas dimensiones de la tarea, por la obstrucción de los burócratas que terminaron por imponer su gusto mediocre y sus intereses miopes; “la burocracia también es literatura. ¡Y con mucha mayor divulgación que la nuestra!” (Ibídem, p.53).

Poco antes de su trágica muerte, en “Veinte años de trabajo”, Mayakovsky relató de viva voz a su público las condiciones desesperadas en las que luchaba por construir un arte que perteneciera verídicamente a las masas. El poeta futurista encontró en su experiencia literaria que las más evidentes arengas, destinadas a inflamar el coraje revolucionario (las favoritas del régimen usurpador), caducaban rápidamente. Por eso dedicó su empeño más decidido como poeta a incomodar y provocar a su audiencia. “Mi actividad literaria (…) ha sido, para hablar con franqueza, un combate literario, una bofetada al gusto del público” (Ibídem, p.59). La belleza artificiosa y caduca de la vieja sociedad subsistía en la grandilocuencia de los poetas, que tan poco sabían en realidad de su nuevo público y de su vida, y se expresaban en un lenguaje que no era el de éste. Hostigado, se negó a renunciar a su carácter de escritor revolucionario partícipe de la construcción del socialismo; autor de una poesía más útil que bella, una que dibujara los problemas de su sociedad. Así inauguró el llamado Teatro de la Revolución de Octubre e incursionó en la sátira y los versos de agitación anti-religiosa, a menudo imprimiendo él mismo y llevando a cuestas sus propios tirajes, como un obrero de las letras, hasta ser asfixiado por el peso de los traidores de la revolución.

“Tras veinte años es fácil celebrar un aniversario. Se reúnen los libros, se elige una presidencia de barbas respetables, se pide a cinco o diez personas que alaben las virtudes de uno y se invita a los buenos amigos a que no le insulten más en los periódicos (…). Pero no se trata de esto, camaradas, se trata de que el viejo lector, el viejo público de los concurridos y viejos salones (…) ha muerto para siempre. Sólo el público trabajador, el proletariado y las masas campesinas que son hoy los que construyen nuestra nueva vida, edifican el socialismo y desean llevarlo a todo el mundo, ellos deben ser nuestros verdaderos lectores. Y por lo tanto yo debería ser el poeta de estos lectores” (Ibídem, pp.57&58).