Unasur, Celac, Mercosur… ¿en el camino hacia la unión latinoamericana?

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Los gobiernos progresistas actuales de América Latina, sin excepción, son producto directo o indirecto de la acción revolucionaria y transformadora de las masas trabajadoras y explotadas en diferentes acontecimientos históricos que se sucedieron entre fines de los 90 y a lo largo de la primera década del presente siglo.

Gracias a un auge económico prolongado, bajo estos gobiernos, las masas se beneficiaron por primera vez en décadas de grandes avances sociales y democráticos. Esta situación ha creado un cierto ambiente de euforia y confianza en las masas trabajadoras, un despertar en su dignidad y un deseo general de tomar su destino en sus manos que se manifiesta en una gran participación en la lucha política, sindical y social.

Unasur y Celac

En este marco, las expectativas creadas por el crecimiento económico y la debilidad relativa que ha mostrado la reacción burguesa e imperialista en el continente, pese a sus intentos contrarrevolucionarios, ha alimentado en ciertos sectores del campo popular la idea de que es posible emanciparse del dominio imperialista sin necesidad de terminar con el sistema de explotación capitalista, expropiando a la gran burguesía nacional y a las multinacionales imperialistas.

Para estos sectores –fundamentalmente, compañeros y movimientos políticos de ideología nacionalista– organismos como el UNASUR, la CELAC o el MERCOSUR, serían los instrumentos que permitirían esta emancipación.

El Unasur (Unión de Naciones Suramericanas) está integrado por los 12 países suramericanos. Sus actuaciones más relevantes fueron las declaraciones de condena de los golpes de estado en Honduras y Paraguay, del intento de golpe policial en Ecuador en 2010; o las recientes amenazas del Reino Unido contra la embajada ecuatoriana en Londres por la concesión del derecho de asilo a Julian Assange. Si bien estas declaraciones tienen una fuerza moral destacable, en los hechos no tienen la fuerza práctica para revertir los golpes de Estado, como los de Honduras y Paraguay, ni tampoco obligar al Reino Unido que permita la salida de Assange del país.

En noviembre de 2010 la Unasur alcanzó un acuerdo donde “se estableció por unanimidad someter a sanciones a dichos países en los que se atenten la democracia y la estabilidad institucional, golpes de Estado y demás actos similares. Entre las sanciones se determinó cerrar todas las fronteras a dicha nación, desconocer a cualquier poder establecido después de dicha insubordinacion, bloqueo total económico, comercial y político, suspensión del tráfico aéreo, provisión de energía y otros suministros, expulsión de la organización, establecer gestiones internacionales para restitución de los mandatarios derrocados y sanciones penales en contra de los golpistas, entre otros” (http://es.wikipedia.org/wiki/UNASUR). Pero, salvo la suspensión de su pertenencia a Unasur y el Mercosur, nada de lo anterior se le aplicó al gobierno golpista de Paraguay, “para no perjudicar al pueblo paraguayo”. (http://www.telam.com.ar/nota/ 30069/). Sin embargo, nos inclinamos a pensar que pesaron más los enormes intereses económicos de los terratenientes y compañías agropecuarias de Brasil y Argentina en Paraguay. Lo mismo sucedió con el gobierno golpista de Honduras, que terminó siendo reconocido. Ciertamente, se permitió la vuelta de Zelaya, pero no se lo restituyó al poder, y los asesinatos y persecuciones de activistas hondureños continúan.

Como sucede con la ONU, la Unasur tiene una utilidad para resolver temas menores en la región, pero enfrentado a los intereses económicos poderosos de las clases dominantes, también como en el caso de la ONU, su utilidad es muy limitada.

La Celac (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños), es un organismo que integra a todos los países latinoamericanos y del Caribe, tiene los mismos objetivos que la Unasur y fue caracterizada por Raúl Castro en su momento como “el acontecimiento más importante en 200 años de independencia”. Sin embargo, menos de un año después de su lanzamiento, en diciembre de 2011, ha pasado completamente inadvertida. Ningún gobernante parece echarla de menos. No hubo ninguna reunión relevante este año y se pospuso hasta el 2013 la siguiente reunión de Jefes de Estado que la integran. Sólo transcendió el viaje de una comisión para negociar acuerdos comerciales con India y China.

Ciertamente hay muchos acuerdos de cooperación firmados, casi todos pendientes de su realización. Hay obras de infraestructura (como 2 carreteras que unen Brasil con el Océano Pacífico a través de Ecuador, Perú y Bolivia), que ya estaban iniciadas antes de constituirse la Unasur pero, en todo caso, obedecen al interés de las grandes compañías brasileñas para tener un acceso directo al Pacífico y llevar allá sus mercaderías. Como siempre, las clases dominantes tratan de esconder sus intereses propios ocultándose detrás de la “fachada” de la nación.

Queremos señalar otra limitación ¿qué une a los trabajadores y campesinos latinoamericanos con gobiernos que integran Unasur y la Celac, abiertamente de derecha y representantes de las grandes empresas privadas, multinacionales y del imperialismo, como son los de Chile, Colombia, México u Honduras? Absolutamente nada. De la misma manera que hoy la Unasur se moviliza (con poco éxito práctico) para denunciar golpes de estado; mañana, estos gobiernos de derecha, y quizás algunos de carácter progresista “moderado”, se movilizarán para que la Unasur “condene” levantamientos populares genuinos que traten de derribar estos gobiernos reaccionarios.

Creemos un error extender la expectativa falsa de que América Latina es un continente sin fisuras y que tiene en su interior objetivos comunes. Como en toda sociedad capitalista, hay clases sociales enfrentadas, poseedoras y desposeídas, explotadoras y explotadas. La llamada oligarquía no es más que la gran burguesía nacional del campo y de la ciudad, vinculada al imperialismo por mil hilos. Es imposible la emancipación del yugo de la oligarquía y del imperialismo sin tocar la propiedad de la burguesía y de los terratenientes que, en la mayoría de los países, supone el 80% de la riqueza nacional. Y esto vale tanto para Paraguay como para Venezuela, Brasil y Argentina.

Al extenderse la ilusión de que existe una vía diferente al socialismo para combatir al imperialismo, se desarma políticamente a la clase trabajadora y demás sectores populares explotados. Los ejemplos de Honduras y Paraguay, así como las arremetidas periódicas de la contrarrevolución y de la reacción en países como Venezuela, Ecuador, Bolivia o Argentina deben servirnos de advertencia. Como luego veremos cuando tratemos el Mercosur, esta situación de “concordia” y “amistad” entre los diferentes países es producto directo del auge económico de la última década, y podría revertirse.

La desaceleración económica, si se profundiza, por no hablar de la eventualidad de una crisis, romperá la armonía aparente y hará emerger los intereses nacionales contrapuestos. De hecho, hay diferencias muy profundas, disfrazadas por el auge económico, entre los gobiernos de Venezuela, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Argentina, Brasil, Uruguay, por un lado y los de Chile, México, Colombia por otro, donde gobiernan representantes directos de la oligarquía y del imperialismo. Incluso en el primer grupo, hay diferencias políticas significativas entre ellos.

Por encima de todo, sería una gran irresponsabilidad dar por irreversibles los procesos revolucionarios o de cambio en países como Venezuela, Ecuador, Bolivia o Argentina, lo mismo que la continuidad de los gobiernos “progresistas” de Brasil y Uruguay. A medio plazo, está planteada la posibilidad de un cambio en la correlación de fuerzas entre las clases que podrían llevar al gobierno a fuerzas políticas antitéticas, bien sea bajo una forma “fría” (victoria electoral de la derecha) o “caliente” (golpes de estado, guerra civil) que trastocarían las relaciones políticas en el continente, si los procesos revolucionarios en nuestro continente no culminan en la transformación socialista de la sociedad.

El Mercosur

Se dice que el ingreso de Venezuela al Mercosur ha cambiado el carácter de este organismo hacia uno más progresista, que se perfila como un organismo económico nucleador de una América Latina emancipada. ¿Es realmente así?

El Mercosur fue creado en 1991 por los gobiernos burgueses de Menem (Argentina), Collor de Melo (Brasil), Lacalle (Uruguay) y Andrés Rodríguez (Paraguay). Quienes más beneficios sacan son las multinacionales con fábricas en Argentina y Brasil que no pagan aranceles en el intercambio de partes y productos a ambos lados de la frontera, ni para trasladar la producción de un lugar a otro, según sus necesidades.

Con la crisis argentina de 1998-2002 el intercambio comercial del Mercosur cayó a niveles mínimos y se introdujeron montones de cláusulas de salvaguardia desde Argentina que limitaban el ingreso de mercaderías brasileñas para proteger la producción local. Estas cláusulas de salvaguardia aún se mantienen y cada cierto tiempo causan tensiones fuertes entre ambos países.

Argentina y Brasil confían (en realidad, sus grandes empresarios) en que Venezuela les abra un gran mercado para sus mercaderías, ya que Venezuela importa el 70% de los alimentos que consume y muchos productos industriales. Venezuela exporta casi exclusivamente hidrocarburos, pero Brasil no los necesita y Argentina solamente seguiría comprando el faltante que padece. En realidad, al gobierno de Venezuela le interesa el Mercosur más como bandera diplomática para enfrentar el acoso del imperialismo.

El Mercosur persigue asegurar las mejores condiciones de comercio para cada burguesía nacional, y nada más. No son los Estados quienes comercian. El Mercosur, por las asimetrías de las economías de Brasil, Argentina y Uruguay, está lleno de cláusulas de salvaguardia en los diferentes rubros económicos (automóvil, textil, calzado, carne, etc.) que lo aleja mucho de representar una integración económica genuina. Los primeros vientos de la crisis mundial han llevado al gobierno argentino a limitar las importaciones del Mercosur así como de otros países latinoamericanos. Brasil, Uruguay, México, Chile y Perú han presentado múltiples quejas por ello, y Argentina se queja a su vez de las represalias brasileñas ¿Qué tipo de integración económica latinoamericana es ésta? Es una broma.

La Patria Grande: ¿Cómo y para qué?

Detrás de los almibarados discursos sobre la integración latinoamericana asoman los intereses propios de cada burguesía nacional, lo que se llama “el interés nacional”. Por eso, la única integración económica real se dará cuando se elimine el interés de la ganancia capitalista y del prestigio nacional, lo cual es incompatible con el sistema capitalista. Sólo a través de una Federación Socialista de América Latina se hará realidad la aspiración de la Patria Grande, no en palabras, sino en los hechos.

Pero la Patria Grande socialista latinoamericana sólo debe ser una etapa en el camino de una federación socialista mundial que integre, no sólo a las naciones y pueblos oprimidos del llamado tercer mundo, sino también de los trabajadores y sectores oprimidos de los países imperialistas de Europa, América del Norte, Japón y Oceanía. Es utópico pensar que puede cohabitarse con el imperialismo en una isla socialista del tamaño de un continente. Hay que eliminar al imperialismo y al capitalismo de raíz en su propia casa. Así estableceremos realmente en la fraternidad y solidaridad humanas en un mundo sin explotación ni opresión.