Publicamos el siguiente artículo como una contribución al debate sobre la despenalización de la droga. En un próximo número de El Militante publicaremos la posición de nuestra corriente sobre este tema tan importante.
Publicamos el siguiente artículo como una contribución al debate sobre la despenalización de la droga. En un próximo número de El Militante publicaremos la posición de nuestra corriente sobre este tema tan importante.
No queremos en este artículo ingresar en la discusión legal sobre la despenalización de la tenencia de marihuana para uso personal. Apenas señalar que esto no implica legalización de la droga. Primero porque la Droga no es un universo homogéneo -no es lo mismo el paco que la marihuana o la cocaína-, segundo porque más correcto sería hablar de sustancias prohibidas por la ley, dado que también son drogas el tabaco, el alcohol o los medicamentos; y por último porque en lo que se avanzó no fue en la legalización sino en la despenalización.
El debate está abierto con respecto a si esto apunta a ensanchar las libertades individuales o si facilita el flagelo del consumo: porque en este tema como en todos los demás, hay una lectura de clase. Y una cosa es la elección de la clase media que se fuma un porro- que no tiene sobredosis y que produce un daño menor que el cigarrillo o el vino- y otra la compulsión adictiva de los jóvenes pobres por esa excrescencia destructiva que es el paco, para escapar de una realidad insoportable o, más claro aún, para tolerar el frío de las calles en las que muchas veces duermen.
Creemos sí, que el consumo no puede ser un delito, que delito es la ley que estrecha los derechos ciudadanos y el aparato jurídico y represivo que victimiza a quien lo hace. Que delito es que la ley persiga y condene al adicto -que es quién padece- o el que elige consumir -que es, en el peor de los casos, un infractor de una norma arcaica y represiva- y ampare a los partícipes del enorme negocio del narcotráfico que amparados por el secreto bancario, los blanqueos de capitales y otras maravillas de la economía capitalista, tienen un negocio tolerado por el sistema y, en parte, con un barniz legal.
Por eso la penalización del consumo beneficia, más que a nadie, a los carteles de la droga y sus cómplices, políticos y policiales. Pero, ¿a quién beneficiaría sino a los grandes monopolios – que ya están haciendo sus estudios de mercado- la legalización de la marihuana?
La libertad individual debe ser la libertad de todos. No se puede elegir nada después de catorce horas de trabajo en una fábrica ni, mucho menos, después de dormir durante diez días de invierno en los andenes de Constitución. Cuando la vida es un infierno es muy fácil que el alcohol o la droga parezcan una respuesta.
La lucha por la libertad empieza con la lucha por el derecho a disponer de los recursos de la propia vida y contra quienes monopolizan los medios de producción de la mayoría para que sean fuente de ganancias de una minoría. Y también contra quienes -desde las leyes, las comisarías y los gobiernos- son sus perros guardianes.