Hoy, cuando el sistema capitalista se encuentra en un impasse total y es afectado por una condición de degeneración senil extrema, la crisis del sistema afecta cada aspecto y manifestación de la vida. Las fuerzas productivas se estancan, el desempleo y el subempleo afectan a millones, y la desigualdad aumenta a niveles hasta ahora desconocidos. Las guerras y el terrorismo ya no constituyen la excepción, sino la norma. Elementos de barbarie han comenzado a aparecer en los países más prósperos y “civilcivilizados”, como lo presenciamos recientemente en Nueva Orleans. Hoy, cuando el sistema capitalista se encuentra en un impasse total y es afectado por una condición de degeneración senil extrema, la crisis del sistema afecta cada aspecto y manifestación de la vida. Las fuerzas productivas se estancan, el desempleo y el subempleo afectan a millones, y la desigualdad aumenta a niveles hasta ahora desconocidos. Las guerras y el terrorismo ya no constituyen la excepción, sino la norma. Elementos de barbarie han comenzado a aparecer en los países más prósperos y “civilizados”, como lo presenciamos recientemente en Nueva Orleans.
La supervivencia del sistema capitalista amenaza con socavar los fundamentos mismos de la civilización y la cultura. En un mundo como éste, ¿cómo podrían dejar de verse afectados el arte y la literatura? La idea de vincular el arte con la revolución -una idea promovida por André Breton y León Trotsky- retiene por lo tanto toda su vitalidad y verdad.
¿Cuál es el papel del artista en la sociedad de nuestros días? Sería más fácil declarar lo que no es. No es el papel de un artista real quedarse entre bastidores mientras se libran las grandes batallas por el futuro de la humanidad y el alma de la humanidad. Un arte que se separa de la sociedad y es indiferente a su fe, no podrá jamás aspirar a la grandeza. Un arte semejante sólo languidece en los llanos y las estribaciones de la historia. Nunca podrá alcanzar las cimas.
Un gran arte debe preocuparse de temas grandes. Un verdadero artista no puede mostrarse indiferente ante la suerte de otros hombres y mujeres. Debe ser revolucionario por naturaleza. Los conformistas y los que le dicen amén a todo y se dan por satisfechos cuando siguen al rebaño común nunca podrán producir arte y literatura de envergadura.
El arte tiene el deber de pronunciarse violenta y valerosamente contra la opresión, la explotación, la mentira y la hipocresía en todas sus manifestaciones. Debe señalar la posibilidad de una vida mejor y un mundo mejor. No importa si el mensaje carece de claridad, que sea incompleto e imperfecto, y que trate sólo de éste o el otro caso en particular. El arte no es política o ciencia. Tiene su propia identidad y habla con su propia voz. Aunque adopte una posición apasionada sobre los grandes temas que confronta la humanidad, debe mantenerse siempre fiel a sí mismo.
Es posible que el arte sea partidario y revolucionario sin degenerar en simple propaganda. El arte debe estar libre de toda coacción. No debe reconocer a amo alguno, sea la Iglesia o la Mezquita, el Estado o el Gran Capital. El artista debe tener libertad para seguir sus propios sentimientos y creencias. Tal libertad artística es incompatible con el régimen capitalista en el que bancos y monopolios lo deciden todo, desde la producción de camisas a la producción de música, pinturas y literatura, en función de las ganancias.
El arte sólo será libre en una sociedad en la que todos los hombres y las mujeres sean libres y en la que las relaciones monetarias sean reemplazadas por genuinas relaciones humanas, es decir, por el socialismo. Sólo en una sociedad basada en la planificación democrática y armoniosa de las fuerzas productivas podrán hombres y mujeres obtener un control racional sobre sus vidas y destinos. Sólo en una sociedad semejante podrá el arte arrojar las marcas de la esclavitud y adquirir la condición de arte humano.
En la sociedad de clases, el arte tiene un carácter de clase. Tiende a alienarse de la sociedad y es considerado como algo extraño, ajeno y remoto de la mayoría de la gente. Sólo mediante la abolición de la base material de la alienación podremos demoler la muralla china que separa al arte de la sociedad.
Trotsky escribió “¿Cuántos Aristóteles crían cerdos? ¿Y cuántos porqueros se sientan en tronos?” Al abolir la diferencia entre el trabajo mental y manual, el socialismo abrirá de una vez por todas las puertas que solían impedir el acceso de la gente al arte, la ciencia, la cultura y el gobierno. Significará un nuevo renacimiento que eclipsará todos los logros de la antigua Atenas y de la Florencia de los siglos XV y XVI.
El desarrollo del arte hasta lograr toda su dimensión es incompatible con todos los tipos de unilateralismo, incluyendo el unilateralismo nacional. Las viejas, anticuadas fronteras que dividen el cuerpo vivo de la humanidad han perdido hace tiempo su utilidad histórica. Constituyen barreras al progreso humano como solían serlo las fronteras locales bajo el feudalismo. Están destinadas a ser arrasadas y lo serán. Es particularmente necesario para Latinoamérica, ese maravilloso continente que posee todo lo necesario para crear un paraíso en este mundo, pero que ha sido balcanizado y reducido a la esclavitud y a la pobreza por 200 años de capitalismo.
En un mundo socialista, el genio de los pueblos de Latinoamérica entrará como un ingrediente vital en una cultura común del mundo, una vez que la humanidad supere sus divisiones y se convierta una vez más en un todo. Las grandes tradiciones de los mayas y de los aztecas, los incas y todos los demás pueblos del continente vivirán un renacimiento a un nivel cualitativamente más elevado.
¿Cuál será la naturaleza de un nuevo arte socialista? Es imposible predecirlo y no es nuestra tarea dar lecciones a las generaciones futuras. El arte siempre obedecerá a sus propias leyes inherentes, que no corresponden a teorías preconcebidas, sino que reflejan las necesidades y los deseos de cada generación. Pero podemos estar seguros de una cosa. No habrá ausencia de variedad. Cien escuelas diferentes de pensamiento competirán y discutirán, en una escuela apasionada, escuela de democracia que involucrará no sólo a un puñado de snobs estéticos, sino a millones de personas. De esto emergerá una cultura nueva y superior que irá más allá de todo lo que hemos visto en el pasado.
Es el futuro por el que luchamos. Y en esta lucha los artistas de la actualidad deben tomar el lugar que les corresponde: en la primera línea de la batalla por el socialismo.