Al leer “Identidad boliviana” de Álvaro García Linera es fácil acabar extrañando el intento de objetivación histórica de la nación boliviana de Carlos Montenegro. Este logro muy poco envidiable para cualquiera es aún más decepcionante si lo consigue alguien que atribuye su obra al marxismo. Parece como si el lugar de Quananchiri haya sido tomado por uno de aquellos funcionarios para los cuales “transparencia” es la asignación de un valor porcentaje al avance de una obra.
¿Qué es la identidad?
El libro empieza definiendo la identidad individual como una afirmación de la conciencia “en y hacia el mundo”. Continúa exponiendo el carácter en devenir, compuesto y relacional de esta afirmación del sé, que nos lleva, según contexto, a identificarnos con el lugar donde nacimos, nuestra profesión o nacionalidad. Esta separación entre la identidad social y la conciencia además de ser arbitraria y poco científica (en psicología de hecho es la conciencia que nace de un proceso de identificación y no al revés) nos deja inevitablemente la pregunta: ¿Qué es entonces esta conciencia que se expresa a través de sus identidades posibles como escogiendo ropa de un armario?
La única respuesta posible es a partir del marxismo. La conciencia – como la identidad – son dialécticamente determinadas por el ser social. No tenemos una conciencia formada que se afirma por medio de la identidad, sino que nuestras conciencia e identidad se construyen a través de una constante lucha de opuestos en la interacción social. Un niño crecido trabajando en la mina es el joven explotado que es, el gran matemático que podría haber sido y el ladrón de mineral que su condición le permitiría ser. Los hechos y las catástrofes en su vida y la de su grupo social definirán con quien y como se identifique socialmente construyendo su conciencia.
Esto AGL lo sabe. Pero su distinción entre conciencia e identidad social no es solo un cómodo expediente discursivo que acaba por confundir en vez de explicar. AGL ha siempre polemizado, y no siempre con razón, con la “izquierda tradicional” que acusaba de planificar la liquidación de lo indígena expropiando esta condición de su potencial revolucionario. Ha explicado la resistencia de la comunidad indígena a partir de lo “cultural” y para ello necesita esta conciencia colocada como un alma al origen de todo. Esto es aún más claro cuando desde la individualidad pasamos a la identidad nacional.
Bastardeando a Marx
Aquí como bien ha remarcado Silvia Rivera Cusicanqui, AGL nos “larga la enormidad” según la cual la “comunidad territorial de cultura, lengua e historia” no es “la premisa” de la nación sino un producto de esta. El núcleo activo de la nación sería a su decir la “voluntad nacional” que, como la conciencia individual, se materializaría a través del territorio, el idioma etc. Para corregir a Stalin, a cuya definición mecánica de nación se refiere sin citar al autor (un “complejo de Edipo” político), AGL nos retrotrae a principio de siglo XX, al “austromarxista” Otto Bauer que tuvo por lo menos el mérito de dar una visión historicista a su concepción psicológica de la nación.
Los ejemplos citados, de hecho, prueban exactamente el contrario de lo que AGL pretende demostrar. Habla de judíos olvidando que la “unidad territorial” de estos existía antes de Israel y se llamaba en Europa “gueto”, lugar físico y cultural de segregación. Habla del idioma francés definiéndolo “producto del acceso a derechos en la nación francesa”, olvidando que el francés, como el castellano o el italiano emergieron con las luchas por el Sagrado Romano Imperio, la afirmación de la corona de Castilla en España y de los banqueros de Florencia en la Italia de 1300. No era una nación que expresaba su voluntad eligiéndose un idioma sino un grupo preciso dentro de lo que luego serán las naciones que afirmaba su idioma sobre otros.
Es cierto que una nación empieza a ser tal cuando lucha por serlo, y esta incapacidad de dar a la cuestión nacional un valor político es lo que difiere la posición mecánica de Stalin de la de Lenin. Pero los aspectos culturales, psicológicos etc. solo sirven a determinar la amplitud de la lucha por la independencia nacional. Una nación lucha por serlo bajo presión de las condiciones materiales, internacionales, en última instancia de la historia suya y del mundo. Las nacionalidades de la ex Yugoslavia vivieron pacíficamente por medio siglo bajo los avances materiales de la economía planificada, desintegrándose en una guerra sangrienta cuando la crisis del estalinismo llevó a su definitivo colapso.
AGL dice de haber mutuado el concepto de “voluntad nacional” nada menos que de Marx y Engels, precisamente de La revolución en España, una recopilación de escritos sobre la revolución española de siglo XIX publicada por las ediciones Progreso en 1978. En este libro (descargable en internet) Marx y Engels hablan de la “buena voluntad de la nación” (pág.20) solo para referirse a la predisposición revolucionaria del pueblo durante la revolución de 1854 y nunca para dar a este concepto el valor de “núcleo activo” y fundante de la nación, que es en cambio un producto histórico y como tal sujeto al devenir histórico concreto.
Del idealismo al nacionalismo
En las siguientes páginas AGL hace una descripción del Estado republicano colonial, basado en la hacienda como núcleo de la opresión nacional, que es lo mejor de su libro. En describir la Revolución de 1952 nos repite nuevamente su vieja teoría según la cual los mineros habrían entregado el poder al MNR por la “la interiorización fatal de la subalternidad como condición insuperable”. La lucha política entre las corrientes, el cogobierno (no la entrega) planteada por los dirigentes obreros, las huelgas, la historia real etc. Todo desaparece en el más liberal de los planteamientos: “cada pueblo tiene el gobierno que se merece”. Mejor olvidarlo.
Pero es justamente en la comparación con la Revolución del ’52 que se entiende la finalidad del libro de AGL. Demostrar que la identidad boliviana, esta “voluntad” sin historia ni historias, se habría definitivamente materializado en el Estado Plurinacional basado en la centralidad indígena como identidad nacional-cultural dentro de la identidad nacional-estatal boliviana. Así todos los problemas se reducen a la construcción práctica del Estado plurinacional que habría resuelto plena y definitivamente los antagonismos nacionales, la originaria arbitrariedad histórica de la nación boliviana y su relación con el mundo. Del reformismo hemos pasado a las preocupaciones nacionalistas sobre la legitimación del Estado, entendido no como la expresión del antagonismo entre clases sociales que es, sino como manifestación de la imaginaria “voluntad nacional”.
La “indianización” del Estado
Es cierto que hoy los indígenas pueden defender conquistas democráticas y sociales que nunca tuvieron: la posibilidad de proponer leyes, elegir representantes, contar con el apoyo activo del Estado etc. Conquistas que como marxistas defendemos activamente en la medida y cuando representen un avance real. Pero no es con este tipo de libelos sin la mínima preocupación de demostrar lo que se dice que estas conquistas se aseguran.
AGL habla de indianización del Estado y lo hace refiriéndose por ejemplo a “las estructuras políticas aymaras, caracterizadas precisamente por una incesante atenuación de la concentración del poder” y nos preguntamos si hechos como Chaparina, los escándalos de corrupción, la crisis judicial etc. demuestren esta “atenuación” o su contrario. La suspensión de la revisión de la Función Económico Social y la legalización de la deforestación; la nueva Ley Minera que criminaliza las protestas sociales mientras se legaliza la repatriación de las utilidades de las multinacionales, el bombeo y la variación de cursos de aguas. Estos simples ejemplos demuestran que detrás de la “identidad nacional-estatal” y su razón de Estado están los intereses económicos de las clases dominantes y del imperialismo y que estos inevitablemente entrarán en contradicción y antagonismo con las identidades nacional-culturales, y no solo con ellas.
¡Por una perspectiva marxista!
Es ley de la historia que un poder económico antes o después luchará por convertirse en poder político. Esta ley inexorable se mofará de los intentos de tergiversación del concepto de hegemonía que AGL – como “mejor alumno del peor Gramsci” – reduce a “voluntad nacional” que subordina las identidades nacional-culturales y coopta a los cuadros dirigentes de las clases adversarias, aparejando su retorno a la conducción de un Estado todavía cualitativamente burgués. Libros como Identidad Boliviana no solo no preparan el terreno para esta lucha sino que lo allanan para la derrota.
Para el marxismo la cuestión nacional es serísima, particularmente hoy en día cuando el imperialismo y la crisis del capitalismo la extienden a países donde parecía haberse solucionado, como en Europa. Esto es aún más cierto en Bolivia, entidad política que nació prolongando la explotación colonial y la opresión nacional. Por esto prometemos a nuestros lectores volver con una exposición más precisa de la posición del marxismo.
La historia ha demostrado que en los países ex coloniales y económicamente dependiente la lucha por la emancipación nacional está indisolublemente vinculada a la lucha por el socialismo y que cualquier intento de subordinar esta última a la primera es garantía de fracaso. Esto por la composición y las características de las clases sociales en estos países y por las condiciones mismas que el imperialismo impone a la lucha por la emancipación nacional. El discurso sobre la “voluntad nacional” solo sirve a atar los destinos de las nacionalidades oprimidas y de las clases explotadas a los de la burguesía nacional opresora y explotadora la cual, incluso en los éxitos del actual proceso, nunca podrá ser emancipada tanto de las formas materiales de la opresión nacional (el latifundio por ejemplo), como de su coincidencia de intereses con el imperialismo (en la minería, la agroindustria exportadora, las políticas monetarias etc.).
A Quananchiri, al pasado del Vicepresidente sería lícito pedir algo más de un enésimo “manifiesto conservador”. De toda manera, con o sin él, el marxismo sigue siendo herramienta indispensable para entender la lucha por la emancipación nacional y prepararse a ella.