El imperialismo y los nuevos Tratados de Libre Comercio

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free-tradeTerminó la época de crecimiento mundial impulsada por la globalización. Se están preparando dos grandes Tratados de Libre Comercio (TLC), que colocarían a Estados Unidos en el centro estratégico, trazado para extender su dominio a ambos lados del Pacífico y Europa del Este. Lejos de ser un medio para intensificar el comercio mundial y liberar al capitalismo de sus propias cadenas, estos tratados diseñados por el imperialismo norteamericano en su propio interés dividirán el mundo en dos o más bloques de poder económico, enfrentándose en una guerra mutua. Es proteccionismo disfrazado de libre comercio.

El proteccionismo y el libre comercio no son políticas opuestas excluyentes, sino que representan dos caras de una misma moneda capitalista, políticas indispensables en la guerra por los beneficios. Estados Unidos suele protestar contra las medidas proteccionistas que le aplica el Estado chino, al igual que Gran Bretaña hizo con Europa hace 150 años, pero en su día tanto Estados Unidos como Gran Bretaña aplicaron medidas proteccionistas para construir su propio capitalismo y poder dominar a otros Estados sin ayuda. El proteccionismo fue, y es usado, para crear un mercado interior libre, es decir, libre de competencia internacional “injusta”; asimismo, el libre comercio se impone hoy a los países más débiles para “proteger” a las empresas norteamericanas y europeas de la ‘injusta’ competencia china. Las dos políticas sirven una a la otra.

La complejidad de las contradicciones del capitalismo nunca permitirá alcanzar una armonía internacional. El desarrollo desigual del sistema y las inevitables complicaciones políticas hacen de los períodos de relativa estabilidad y libre comercio, la antesala de nuevos periodos de inestabilidad y proteccionismo. Está claro que el enorme desarrollo del comercio mundial ha beneficiado a China, que ha sido una parte integral de este proceso. Pero precisamente por este crecimiento mediante la globalización, el tamaño de la economía china comienza a desafiar la hegemonía de Estados Unidos, especialmente teniendo en cuenta su independencia política de Estados Unidos gracias a su historia revolucionaria, que liberó el Estado chino de su anterior sometimiento imperialista. De esta manera, un período de estabilidad y crecimiento ha producido inestabilidad y nuevo proteccionismo.

Las dos décadas tras el colapso del estalinismo se caracterizaron por la globalización bajo el dominio de la Organización Mundial de Comercio (OMC), dominada a su vez por Estados Unidos. Esta auténtica expansión y apertura del mercado mundial incluyó a casi todas las grandes economías, ya que ninguna de ellas representaba una amenaza a la dominación occidental.

El debilitamiento y la relativa insignificancia de la OMC con la aparición simultánea de los acuerdos comerciales exclusivos como los que se han puesto en marcha, el Acuerdo de Asociación Transpacífico de Libre Comercio (TPPA, en inglés) y el Acuerdo Transatlántico sobre Comercio e Inversión (TTIP), nos indica que estamos ante otra época proteccionista en la que, “enormes bloques comerciales actúan como nuevas barreras al comercio mundial” (Alan Woods, La alternativa socialista a la UE).

Un simple análisis superficial de los grandes acuerdos comerciales que Estados Unidos intenta imponer, deja claro que son mucho más políticos que económicos. La propia UE es esencialmente una zona de libre comercio glorificada, establecida en gran parte para permitir a Alemania y, en menor medida a Francia, ampliar su influencia económica y política en la escena mundial y competir con un país mucho más grande como EE.UU. Los Estados europeos más débiles han servido para ampliar aún más la importancia política y económica de la región, bajo la hegemonía de Alemania y Francia, con la acaparación de mayores mercados y pretensiones de liderazgo mundial.

Por lo tanto, es profundamente irónico que la UE, ahora más frágil, se vea obligada a desempeñar el papel de Estado débil y se vea utilizada en los juegos geopolíticos de los más poderosos. El TTIP, Tratado de Libre Comercio previsto entre la UE y Estados Unidos, uniría el capital europeo y estadounidense en un bloque común contra China y Rusia y, por lo tanto, es una admisión tácita del fracaso de la UE para convertirse en un poderoso contrapeso al imperialismo estadounidense. La crisis de la eurozona y la consecuente disminución de la potencia europea ya se han visto en la derrota política y militar en Crimea. Una modesta Europa occidental apiñada detrás de la fuerza norteamericana, como un niño pequeño escondido detrás de las piernas de sus padres.

Pero la tendencia de la Unión Europea a renunciar a las pretensiones de competir con Estados Unidos es mayor que este acontecimiento reciente, que sólo mostró más claramente el edificio tambaleante. Europa está embarcada en una crisis y en un peligroso programa de austeridad, sabe que el auge productivo y los bajos salarios de China significan el final del “civilizado Estado de bienestar” europeo. En los últimos 20 años, parte del comercio mundial de la UE ha caído desde un 45% a alrededor de un 34%, y se depreciará más. El año pasado, la UE recibió una respuesta desagradable de China cuando la UE impuso un arancel a las exportaciones chinas de paneles solares. China amenazó con una guerra comercial poniendo simbólicamente aranceles a las exportaciones de vino europeo. También declaró una editorial del periódico chino, People’s Daily, que la UE debía reconocer su declive como potencia y ordenar sus complejas e ineficientes políticas. Desde entonces, China ha decidido ignorar a la UE y lidiar con los gobiernos europeos individualmente, en su lugar. Los capitalistas europeos miran con envidia al totalitario Estado centralizado chino y, con disgusto, a sus propios gobiernos enemistados y a los derechos laborales (los que quedan).

Por estas razones, los líderes europeos están considerando seriamente abolir todas las barreras arancelarias a los bienes y servicios estadounidenses y a reducir ampliamente su propio derecho a reglamentar a las grandes multinacionales norteamericanas, como establece el TTIP (hablaremos más sobre esto más adelante). No lo hacen con la esperanza de crear riqueza y empleos para sus ciudadanos – actualmente, los aranceles de la UE sobre bienes y servicios son tan sólo del 3%, y se estima que la aplicación del TTIP incentivará las economías de la UE en el mejor de los casos un 0,5% más, ¡en diez años!. En cambio, los líderes de la UE no ven más alternativa que la de unirse al aparato militar más poderoso y unificado políticamente (EE.UU), a fin de negociar más exitosamente en las aguas agitadas de un “siglo pacífico”. Desde el punto de vista económico, como explicaremos más brevemente, también desean utilizar el TTIP, no tanto como una fuente de crecimiento general, sino como cobertura legal para su programa de austeridad contra la clase obrera, intentando hacer que la mano de obra europea sea igual de “eficiente” que la china.

El TPPA es aún más importante geopolíticamente que el TTIP. A iniciativa totalmente de Washington, no es otra cosa que una tentativa neutra e inocente para derribar las barreras internacionales, ya que está en todos los sentidos diseñada para atacar e inhibir a China en beneficio de Estados Unidos. El tratado está negociándose entre 12 países de ambos lados del Océano Pacífico, en un aparente esfuerzo para liberalizar y aumentar el comercio en la zona, que claramente se está convirtiendo en el centro de gravedad del capitalismo mundial. Es obvio que una de las razones clave de la importancia de esta región es que China se está convirtiendo en el vendedor número uno de mercancías en el mundo, parece extraño entonces que se haya quedado fuera de esta lista de 12 Estados negociadores.

Pero no lo es, ya que el objetivo del acuerdo es contener el ascenso de China en beneficio de Estados Unidos. EE.UU. ya aseguró la alianza de la mayoría de los países de la región, como Japón y Corea del Sur, esencialmente a través de sus pasadas conquistas militares; su Armada asegura las rutas comerciales del océano. Ahora ha usado esta hegemonía política para dirigir un negocio perfectamente diseñado para garantizar su liderazgo a expensas de China – cuando la región crece en gran medida gracias a la propia China. David Pilling señalaba en el Financial Times, que “bajo el TPPA, los aranceles a las prendas producidas, por ejemplo, en Vietnam y enviadas a Estados Unidos caerían a cero. Eso sería potencialmente un enorme impulso para la industria textil, ya considerable, de Vietnam. Como requisito, los tejidos como el algodón, tendrían que venir de un país del TPPA, probablemente de Estados Unidos. Por el momento, por supuesto, gran parte del algodón que consume la enorme industria textil de Vietnam proviene de China”.

Según Jane Kelsey, del Centro de Investigación sobre la Mundialización (Global Research, en inglés), “en la reunión de los líderes del TPPA, Obama habló de establecer normas internacionales que “fueran buenas para Estados Unidos, buenas para Asia, buenas para el sistema de comercio internacional – buenas para cualquier país involucrado en temas como innovación y la disciplina de empresas estatales (SOE, en sus siglas en inglés), creando un campo de juego nivelado y competitivo”. Sobre todo, el TPPA crearía normas internacionales útiles para resucitar la hegemonía estratégica y económica de Estados Unidos”. J. Kelsey también señala que Mitt Romney “promocionó el TPPA como un ‘drástico baluarte geopolítico y económico contra China”, y que Obama en respuesta, dijo estar “organizando relaciones comerciales con países aparte de China para que China comience a sentir más presión para alcanzar estándares internacionales básicos. Es el tipo de liderazgo que hemos mostrado en la región. Es el tipo de liderazgo que vamos a seguir mostrando”.

Esto pone de manifiesto que la naturaleza política del TPPA se deriva de los intereses del imperialismo de Estados Unidos contra los de China, y que todos los demás países cuentan poco en esta lucha. Si el gobierno de Estados Unidos está muy preocupado por el principio de libre comercio, ¿por qué invita a Vietnam a participar en este acuerdo, cuando no es menos proteccionista y “estatista” que China? Porque Vietnam es una herramienta útil y flexible contra China y ofrece una oportunidad para diseñar una estrategia por la que se le obliga a comprar algodón a Estados Unidos en lugar de a China, como se mencionó anteriormente. Por cierto, el “requisito esencial” que estipula que para que un producto exportado dentro del TPPA se beneficie de aranceles cero debe incluir materiales o componentes del país del TPPA al que se exporta, es en sí misma una regla anti-libre comercio, deliberadamente insertada en beneficio de Estados Unidos al ser la economía más grande en el tratado.

Obviamente, cualquier bloque de libre comercio que excluya a China tenderá a inhibir el crecimiento de su economía, que es fuertemente exportadora. Además, esto demuestra que el TTPA es una medida proteccionista que deprime el crecimiento económico. El contraataque inevitable de China sólo aumentará la división de la economía mundial en bloques rivales, y hará retroceder la globalización. De hecho, China está llevando a cabo negociaciones para crear un bloque rival de libre comercio, el RCEP (Regional Comprehensive Economic Partnership), que incluye en su mayoría a los mismos países que el TPPA además de China y la India, pero excluyendo a Estados Unidos.

Los términos del RCEP son casi idénticos a los del TPPA, excepto en que son más tolerantes con las peculiaridades de la economía de cada país, en otras palabras, es un tratado imperialista menos crudo de lo que es el TPPA, lo que refleja la relativa debilidad diplomática de China – el mismo fenómeno se revela también en la famosa política china de no injerencia en la política interna de los países con los cuales comercia. China está tratando de ganar influencia mundial siendo “más simpática” con las clases dominantes del mundo.

El hecho de que siete países estén incluidos en la propuesta de formar parte tanto del TPPA como del RCEP, revela la superposición de las ambiciones imperiales y el mutuo crecimiento de la incompatibilidad del imperialismo chino con el mantenimiento del imperialismo norteamericano. Un “mundo de libre comercio” no es posible con la existencia de estos tratados contradictorios. Se está gestando una lucha evidente sobre las esferas de influencia. Nueva Zelanda ya ha dicho que abandonará el TPPA si se “utiliza como vehículo para tratar de contener el ascenso de China”.

La idea de estos grandes acuerdos comerciales estratégicos promovidos por Washington es atacar, no sólo a China sino también atacar a la clase obrera en todo el mundo. Es una ofensiva mundial en nombre de los grandes monopolios norteamericanos para aplastar cualquier oposición a sus mercados y ganancias, y esa oposición no sólo viene de China, sino también de la clase obrera organizada. En este sentido, es una vez más un acuerdo político más que económico – el acuerdo de libre comercio que Barack Obama firmó con Corea del Sur no condujo al crecimiento económico general y al empleo, de hecho se estima que ha llevado a la pérdida de 40.000 puestos de trabajo. Es la lucha de clases a escala internacional. La reducción de los aranceles, que no son la causa del retroceso del capitalismo, no es lo más importante, sino las reglas políticas integrales de estos tratados que atacan derechos laborales y todo lo que ponga en peligro los beneficios empresariales.

El TPPA y TTIP comparten casi las mismas condiciones diseñadas para dar poder a las multinacionales contra la legislación de cualquier gobierno que forme parte de estos tratados, lo que deja al descubierto parte del pensamiento estratégico de la burguesía imperialista. Los marxistas siempre hemos señalado que las reformas conquistadas por la clase obrera bajo el capitalismo no son garantías permanentes, sino treguas temporales en la continua lucha de clases. Aboliendo el capitalismo, se puede poner fin a los ataques contra la clase obrera. 30 años de “thatcherismo”, de privatización y desregulación, de austeridad sin precedentes en los últimos años no son suficientes. Ahora los gobiernos imperialistas de Occidente están tratando de firmar acuerdos por la puerta trasera que podrían anular cualquier legislación y reglamentación a favor de la especulación descontrolada.

El espectáculo que ofrecen estos gobiernos, maniatándose voluntariamente y aprobando leyes conscientemente que juegan en su propia contra a favor de las grandes empresas, es la prueba más clara de su carácter manifiestamente burgués. Es en la política exterior y, sobre todo, en el comercio, donde se muestra más evidentemente el papel del Estado como comité ejecutivo de la burguesía.

Es difícil dar detalles sobre el TPPA y el TTIP, ya que se están negociando en secreto. Incluso se mantiene en la sombra a los respectivos parlamentos de los Estados en la negociación. El senador estadounidense, Ron Wyden, se ha quejado de que la “mayoría del Congreso no está al tanto del fondo de las negociaciones de TPPA, al mismo tiempo que se consulta y comunican los detalles del acuerdo a los representantes de las multinaciones estadounidenses — como Halliburton, Chevron, PHRMA, Comcast y la Motion Picture Association of America —. Más de dos meses después de recibir las credenciales aptas de seguridad, mi personal todavía no ha tenido acceso a los detalles de las propuestas que está avanzando el representante comercial de EEUU.”

Según George Monbiot, las principales empresas de Estados Unidos y de la UE se han jactado de haber podido escribir conjuntamente el TTIP con la Comisión Europea, la cual “ha celebrado ocho reuniones sobre el tema con representantes sociales [como los sindicatos] y 119 con corporaciones y sus grupos de presión. A diferencia de las reuniones con los representantes sociales, aquellas se han llevado a cabo a puertas cerradas y no se han revelado por internet.”

Lo único que se sabe acerca de los términos del TPPA y del TTIP son los escandalosos mecanismos del “Acuerdo de Disputas entre los Inversores y los Estados” (ISDS, en inglés) incluidos en ambos. Según Wikipedia, se permite “a las empresas privadas el derecho de litigio contra las leyes y regulaciones de los distintos Estados [firmantes del TLC], siempre que estas empresas consideren que dichas leyes y reglamentos son obstáculos innecesarios [para los capitalistas la regulación es siempre innecesaria!] al comercio, al acceso a los mercados públicos, inversiones y actividades de prestación de servicios. Estos litigios no los llevarán a cabo las jurisdicciones nacionales, sino estructuras de arbitraje privadas”.

En otras palabras, el ISDS representa un ataque autoimpuesto a la soberanía de los gobiernos burgueses implicados en el tratado y es una prueba de que en nuestra época del capital monopolista e imperialista, el mercado mundial lo domina todo. La legislación elaborada democráticamente, posiblemente gracias a la lucha del movimiento sindical, puede quedar anulada simplemente por la firma de un tratado internacional en el que el Parlamento y los sindicatos quedaron totalmente excluidos. El litigio de una empresa contra un gobierno en particular conforme a su propia ley es arbitrado en privado y no hay derecho de apelación. Martin Khor, en Global Research, señala que “algunos abogados monopolizan el negocio de arbitraje de inversiones internacionales; actúan como abogados en un caso y como árbitros en otros. En algunos casos, el árbitro forma parte de la Junta Directiva de la empresa matriz del inversor involucrada en el caso”.

El mismo autor agrega que, “si el pago no se realiza [si se gana una demanda], se puede proceder a la incautación de activos del gobierno demandado, o a través de imponer aranceles a las exportaciones del país.” Naturalmente, estos poderes caerán en manos de un puñado de multinacionales gigantes, capaces de intimidar a gobiernos enteros y pagar abogados influyentes. Por lo tanto, este mecanismo favorecerá una mayor concentración del capital a escala mundial permitiendo a dichas corporaciones trascender las leyes, reglamentos y los aranceles de los Estados nación.

Hay muchos ejemplos de esto, que ya están sucediendo allí donde se han firmado tratados con las cláusulas del ISDS. Según Médicos sin Fronteras “la empresa farmacéutica estadounidense Eli Lilly, por ejemplo, ha demandado al gobierno canadiense a través de las disposiciones del ISDS del NAFTA (el acuerdo de Libre Comercio entre los gobiernos de Canadá, EE.UU. y México) por anular una de sus patentes farmacológicas, a pesar de que la patente no cumplía los criterios de patentabilidad que la legislación canadiense tiene derecho a exigir”. La asociación ecologista, Amigos de la Tierra, destaca que “basándose en el capítulo 11 del NAFTA, la compañía estadounidense Lone Pine Resources le pide una compensación económica a Canadá de 250 mil millones de dólares por la introducción de una moratoria a la fracturación hidráulica para extraer petróleo (fracking).”

El Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones otorgó 2.300 millones de dólares a una compañía petrolera de Estados Unidos contra Ecuador. “La empresa estadounidense Renco demandó a Perú por 800 millones de dólares porque su contrato no fue extendido después de que operaciones de la compañía causaran enormes daños ambientales y de salud… Otros casos de controversias recientes inversores- estados incluyen el caso contra Sudáfrica por una compañía minera europea, alegando pérdidas ocasionadas por el programa gubernamental de empoderamiento negro y una demanda de 2 mil millones de dólares contra Indonesia por una compañía petrolera del Reino Unido, tras cancelarse el contrato por no regirse conforme a la ley”. (Martin Khor, Global Research).

Todos estos ejemplos muestran los efectos reales de estos tratados, y es notable que en la mayoría de los casos sean las empresas estadounidenses las que demandan a los gobiernos extranjeros. Sin embargo, hay que señalar que no está garantizada la firma del TPPA ni del TTIP, ya que hay muchos intereses contrapuestos que conciliar – la amenaza de Nueva Zelanda de abandonar el TPPA de utilizarse éste contra China es un ejemplo, pero en los últimos días Alemania también ha dicho que no desea firmar el TTIP si se incluyen las condiciones del ISDS. Esto puede tener algo que ver con el hecho de que el gobierno alemán está actualmente en litigio con la compañía energética sueca Vattenfall, que inició un procedimiento contra Alemania bajo un tratado internacional de protección de las inversiones en el sector energético, debido a la decisión del gobierno alemán de eliminar gradualmente la energía nuclear.

Que los tratados se lleven a cabo no es lo más primordial. Lo que revelan estos dos tratados son los intereses estratégicos del imperialismo occidental. Si fracasan en sus planes de llevarlos adelante, esto sólo revela la debilidad interna de dicho imperialismo. Es evidente que en sus esfuerzos por contener a China, los imperialistas occidentales están luchando contra su propia decadencia.

Pero los planes del ISDS también revelan debilidad en lugar de fortaleza. En su desesperación inversionista, los Estados están dispuestos a negar sus propias leyes. ¿Qué nos dice esto acerca de la confianza y la salud de los propios inversores? Sólo se sienten lo suficientemente fuertes para invertir cuando hay garantías de que pueden ignorar la legislación y la regulación.

Lo que parece ser una clase todopoderosa de capitalistas del monopolio es en realidad una clase débil. Está tan celosa de sus privilegios que exige garantías enormes ante la ley, simplemente con el fin de realizar la función – inversión productiva – que supuestamente justifica su existencia. El ISDS es impulsado porque observan la agitación en la economía mundial, especialmente en Europa, y les preocupa que un gobierno de izquierda, o “populista” en su jerga, pueda ser elegido y regule o, incluso, nacionalice la propiedad. Se quemaron los dedos con las nacionalizaciones de Hugo Chávez y de Cristina Kirchner. Quieren atar de antemano a los gobiernos del mundo con tratados que prohíban tal comportamiento.

Muchos representantes de la izquierda que critican el ISDS cometen el error de idealizar un pasado mítico anterior al “neoliberalismo”, en el que existían gobiernos democráticos genuinos, y abogan ¡por la defensa de nuestros preciados parlamentos contra este ataque neoliberal! Pero lo que demuestra la época del “neoliberalismo” es que este capitalismo enfermo y senil sólo puede sobrevivir a través de las privatizaciones, la desregulación y el dinero fácil. Lejos de “liberarse” del Estado, el frágil capitalismo se apoya en él para ser rescatado, otorgándose a sí mismo impunidad ante la ley y los derechos de la clase obrera.

La clase trabajadora del mundo tiene un interés común en la lucha contra estos tratados, todos los cuales están dirigidos contra su capacidad para defenderse. Pero tal lucha revela la imposibilidad de luchar sobre bases nacionales y reformistas. Un gobierno de izquierda bajo el capitalismo se ve obligado a funcionar con arreglo a las leyes del capitalismo – que exigen desregulación para la inversión. Contra los tratados internacionales de libre comercio de la burguesía imperialista sólo podemos luchar por una Federación Mundial de economías socialistas, planificando las inversiones para cubrir, no los beneficios de un puñado de multimillonarios, sino las necesidades del planeta y de la mayoría de su población.