Protestas de masas sacuden a Túnez

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Un nuevo y poderoso movimiento de masas ha estallado en Túnez. La explosión de ira se debe a la crisis económica, que ha rebajado la vida de los tunecinos   a un nivel de pobreza y sufrimiento. Exactamente 10 años después de la revolución de 2011 que derrocó a Ben Ali, no se ha resuelto ninguno de los problemas de las masas tunecinas.

Durante semanas, una ola de protestas antigubernamentales envolvió a Túnez en lo que se denominó un levantamiento político. En los barrios obreros de las ciudades y regiones pobres, los jóvenes han tomado las calles, exigiendo cambios económicos y políticos, y enfrentándose a las fuerzas de seguridad del Estado.

El movimiento estalló el viernes 15 en Siliana, una pequeña ciudad agrícola a 130 km de la capital Túnez. Las protestas comenzaron después de que se difundiera un vídeo en el que un policía agredía a un desafortunado pastor cuyas ovejas entraban accidentalmente en el patio de un edificio gubernamental. Este acto injusto fue la gota que colmó el vaso para los jóvenes, no sólo de Siliana, sino también del resto del país. Las protestas se extendieron rápidamente por Túnez y otras 14 ciudades, especialmente en el centro y el sur del país, que sufre altos niveles de pobreza y desempleo juvenil.

El movimiento de protesta no parece tener un liderazgo o un programa claramente establecido, pero lo que es común a todos ellos es la demanda de mejoras básicas: puestos de trabajo, mejores servicios públicos y el fin de la violencia policial. Todas las exigencias son bastante modestas. Los jóvenes han soportado años de depresión económica y humillación a manos del Estado, y ahora no les queda más remedio que salir a la calle una vez más. El gobierno, basándose y defendiendo un sistema capitalista en declive terminal, no está dispuesto y tampoco es capaz de satisfacer ninguna de las justas demandas de los manifestantes.

Crisis del capitalismo tunecino

El capitalismo tunecino ya estaba en crisis, muchos años antes del coronavirus. La frustración se ha ido acumulando debido a la caída del nivel de vida y a los constantes recortes del gasto público dictados por un programa de préstamos apoyado por el FMI. El coronavirus empeoró aún más la situación, ya que el turismo, el sector más importante de la economía tunecina, cayó en picado. El PIB de Túnez se redujo un 9% en 2020. La clase dominante ha hecho recaer todo el peso de esta crisis sobre los hombros de las masas.

Desde hace meses, la situación económica del país se deteriora rápidamente. El desempleo entre los jóvenes de 15 a 24 años ha alcanzado el 36% y la situación desesperada ha hecho que muchos jóvenes emigren. En 2020, se informó de la llegada de 12.883 migrantes desde Túnez a Italia, ¡mucho más que los 2.654 migrantes de 2019! Los jóvenes están condenados a elegir entre vivir en la pobreza en Túnez o dejarlo todo y arriesgar su vida para cruzar el mar Mediterráneo. Esta sombría perspectiva es lo mejor que el capitalismo puede ofrecer a la juventud tunecina.

El gobierno tunecino   reaccionó a las protestas con la fuerza bruta de la represión y tratando de desacreditar el movimiento. Tras cinco días de protestas, el 19 de enero, el Primer Ministro Hichem Mechichi se dirigió a la nación por televisión, ofreciendo su comprensión a los manifestantes, subrayando que “rechazamos la anarquía y haremos cumplir la ley.” Sin embargo, las acciones del Estado no indican mucha simpatía por las demandas de los manifestantes. Por otro lado, la ley y el orden, como se prometió, se han aplicado ampliamente. Aparecieron innumerables vídeos e imágenes que mostraban a las fuerzas policiales golpeando y agrediendo a manifestantes pacíficos. Más de mil manifestantes fueron presos, la mayoría de ellos con edades comprendidas entre los 15 y los 20 años, y en muchas zonas de la clase obrera se desplegaron patrullas militares para ayudar a la policía a contener las protestas. El lunes 18, la Guardia Nacional, por ejemplo, patrullaba con vehículos blindados las calles de Hay Tadhamon, uno de los mayores barrios obreros de Túnez.

En una típica demostración de la arrogante indiferencia de la élite hacia las masas, el portavoz del ministerio, Jaled Hayouni, se negó a referirse a las personas detenidas como manifestantes; en su lugar, las calumnió como personas involucradas en “actos criminosos y saqueos”. El gobierno tunecino   y los medios de comunicación han intentado activamente desacreditar y aislar al movimiento del resto de la clase trabajadora, ignorando las reivindicaciones de los manifestantes y centrándose en los violentos enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas de seguridad, y en los ejemplos de saqueo. Es una exageración viniendo de un funcionario del Estado que, sin duda, está profundamente implicado en el saqueo de las arcas del Estado y de los bolsillos de los ciudadanos comunes. Y, en cualquier caso, los saqueos a los que se refieres son un subproducto comprensible de las protestas en un contexto de pobreza, hambre y desesperación social. La política del gobierno, que sitúa los beneficios de los capitalistas por encima de las necesidades de la población, es la verdadera responsable de cualquier saqueo que se produzca.

El presidente Kais Saied también ilustró claramente cuáles son las prioridades del gobierno, pidiendo a los manifestantes que regresen a sus casas y eviten atacar la propiedad. Como representantes de los capitalistas, el gobierno no tiene ninguna intención de ocuparse de los problemas candentes de las masas; en cambio, se preocupa de proteger la propiedad privada de sus amos.

Experiencia de  2011

El nuevo movimiento de masas coincide con el décimo aniversario de la revolución que derrocó al déspota Ben Ali. Su huida del país el 14 de enero de 2011 desencadenó una oleada de movimientos revolucionarios que recorrieron Oriente Medio y el Norte de África. El gobierno tunecino, tras traicionar las esperanzas de las masas, esperaba evitar la celebración de la revolución de 2011. El gobierno sintió que el suelo temblaba bajo sus pies y temió que la conmemoración pudiera desencadenar un movimiento generalizado. Por ello, impusieron un bloqueo nacional de cuatro días: del jueves 14 al lunes 18.

Esta maniobra, sin embargo, no impidió que la ira reprimida de las masas saliera a la superficie. La inmensa rabia y frustración se ha ido acumulando durante años y tarde o temprano encontrarán una salida. Sólo en los primeros 10 meses de 2020 se registraron más de 6.500 protestas. Todas las protestas fueron contra la política económica y social del gobierno. ¡La participación electoral también indica que las masas rechazaron a la élite política: en 2014, la participación fue del 68% y en 2019 bajó al 42%! La legitimidad del sistema ha caído claramente.

En la revolución de 2011, la clase obrera tunecina conquistó importantes derechos democráticos, como la libertad de expresión y el parlamentarismo burgués, derechos que dieron a las masas tunecinas nuevos canales  para desarrollar sus luchas. Sin embargo, estos derechos democráticos siguen siendo limitados mientras el sistema capitalista permanezca intacto. El capitalismo tunecino es demasiado frágil y su clase dirigente demasiado débil y dependiente del capital extranjero para poder otorgar a las masas concesiones sustanciales. El capitalismo tunecino no puede ofrecer  concesiones económicas ni derechos democráticos a las masas.

Los jóvenes y los trabajadores consiguieron derrocar a Ben Ali en 2011: un logro inspirador para las masas oprimidas de la región y del resto del mundo. Sin embargo, al derrocar al dictador y a sus colaboradores más cercanos, la economía y el aparato estatal quedaron en manos de la clase capitalista. Así, las contradicciones materiales, que crearon la revolución en 2011, permanecen intactas. Los problemas sociales y económicos siguen sin resolverse.

Por lo tanto, las masas tunecinas se ven obligadas una vez más a moverse para cambiar sus vidas y la sociedad que las rodea. Las experiencias de la revolución de 2011 demuestran que, sólo atacando la raíz de todos sus problemas, el sistema capitalista, los trabajadores y los jóvenes pueden cambiar la sociedad de acuerdo con los intereses de la mayoría.

El camino a seguir

Han pasado diez años desde la revolución de 2011 y los problemas fundamentales de la vida de las masas en Oriente Medio y el Norte de África siguen sin resolverse.  Como dijo uno de los manifestantes a un reportero: “Todo el sistema debe desaparecer… Volveremos a las calles y recuperaremos nuestros derechos y nuestra dignidad que una élite corrupta robó después de la revolución”. Una nueva generación de jóvenes está entrando en la lucha. Esta nueva generación ha heredado las lecciones de la revolución de 2011, y una futura revolución no será una repetición de la anterior, sino que estará a un nivel superior.

Aunque los jóvenes pueden desempeñar un importante papel revolucionario, es necesario vincularlos a la clase trabajadora, la clase que a través de su papel productivo tiene el poder económico de la sociedad. Si la clase obrera participa en el movimiento con sus propios medios de lucha, mediante huelgas y ocupaciones de fábricas, dejará al gobierno flotando en el aire.

Las experiencias de la revolución de 2011 demuestran que los cambios cosméticos en el Estado son insuficientes. Es necesario demoler la base económica misma de la sociedad: el sistema capitalista. Sólo cuando los trabajadores y los jóvenes tomen en sus manos el poder político y económico de la sociedad, y comiencen a reestructurar la sociedad según las líneas socialistas, podrán satisfacerse los intereses de la mayoría y crearse una sociedad verdaderamente democrática. Sólo a través de la lucha por el socialismo se puede superar el estancamiento del sistema actual.