Publicamos este artículo traducido de la edición brasileña de la revista América Socialista, en el que Michel Goulart da Silva y Serge Goulart explican la postura de adaptación a la dictadura militar que Moreno y su corriente adoptaron en Argentina durante la guerra de las Malvinas.
Advertencia
Este texto no tiene como objetivo abrir o llevar a cabo ninguna polémica con la miríada de organizaciones que surgieron de la crisis internacional del morenismo. Eso no nos interesa. Su objetivo es ejemplificar y restablecer el método y el contenido de la lucha por el Frente Único Antiimperialista en los países atrasados, dominados y oprimidos por el imperialismo, países que nunca han hecho o completado una auténtica revolución burguesa y, por lo tanto, nunca se han puesto a la altura de sus amos, los países capitalistas imperialistas. La cuestión del Frente Único no es un tema menor para los revolucionarios marxistas.
Esta cuestión apareció por primera vez en 1921, con la Carta Abierta de Paul Levi, líder del PC alemán, dirigida al Partido Socialdemócrata, el SPD, proponiendo la constitución de un gobierno obrero común, bajo ciertas circunstancias. Esta cuestión, el Frente Único Obrero, se desarrollaría ampliamente en el III y IV Congreso de la Internacional Comunista. La cuestión del Frente Único Antiimperialista, por otra parte, fue el tema del II Congreso de la IC, abordado en lo que se conoce como las «Tesis de Oriente», que hablaban de las colonias y semicolonias, del papel de la burguesía y de la actitud de los comunistas ante la opresión imperialista, de las burguesías nacionales y de la necesidad de la lucha por la liberación nacional vinculada a la lucha por la revolución proletaria.
Por lo tanto, este texto tiene como objetivo principal ayudar a los activistas revolucionarios a comprender el verdadero método del marxismo en su lucha por realizar la unidad de la clase, construir la organización revolucionaria y ayudar a la clase obrera a tomar el poder. La política de Nahuel Moreno llevada adelante durante la guerra de las Malvinas es un ejemplo flagrante de lo que no se debe hacer y una demostración de que los esquemas, los clichés y la repetición de fórmulas estériles no sirven para construir la organización revolucionaria, ni para ayudar al movimiento obrero a avanzar, y mucho menos para lograr una revolución victoriosa.
Nuestro objetivo es ayudar a educar a los militantes revolucionarios de la causa de la humanidad, el socialismo, en el verdadero método de combate del bolchevismo para la lucha de clases.
La guerra de las Malvinas
Hace 39 años, el 2 de abril de 1982, la dictadura argentina ocupó militarmente las islas Malvinas, lo que equivalía a declarar la guerra al Reino Unido.
Las islas Malvinas, según los argentinos, o Falklands, según los británicos, son un archipiélago del Océano Atlántico Sur con 778 islas. Fue ocupada por británicos, españoles y franceses en distintos momentos, hasta que, prácticamente abandonada, fue entregada por el gobierno de Buenos Aires a un ganadero alemán en 1823. En 1832 los británicos volvieron a ocupar las Malvinas, integrándolas al Reino Unido, y a partir de 1833 las islas fueron colonizadas por una población predominantemente escocesa y galesa. Más tarde llegaron escandinavos, franceses y españoles. Desde entonces, todos los gobiernos argentinos, desde Juan Manuel de Rosas hasta Perón, entre otros, han reclamado las islas como pertenecientes a Argentina.
Durante más de un siglo, la Falkland Islands Company (FIC) dominó las islas y desarrolló la ganadería ovina y la producción de lana, que se vendía al Reino Unido. Desde el punto de vista económico, las islas Malvinas nunca han tenido importancia, ya que han sido abandonadas varias veces. Desde el punto de vista de la población, predominan los ciudadanos británicos con tasas residuales de chilenos (alrededor del 8%). ¿Por qué, entonces, la dictadura militar argentina decide ocupar las islas y provocar una guerra con un país imperialista como Gran Bretaña?
La dictadura militar, encabezada por la Junta Militar, cuyo principal general fue Jorge Rafael Videla, se instauró el 24 de marzo de 1976, implantó el terror en Argentina y asesinó y desapareció a más de 30.000 personas, siendo con creces una de las dictaduras más sangrientas de América.
En 1982, al mando del general Leopoldo Fortunato Galtieri, la dictadura ya agonizaba. El miedo había desaparecido, las movilizaciones resurgieron y las huelgas se generalizaron. Los partidos se reagrupan y manifiestan. Los sindicatos estaban llenos de actividad de base.
Cuando Galtieri comenzó su aventura con la invasión de las Malvinas, la Junta Militar estaba completamente desacreditada. La economía atravesaba graves dificultades, el desempleo crecía y la tasa de inflación alcanzaba el 150%. En julio de 1981, una huelga general paralizó a la Argentina, exigiendo «Pan y Trabajo».
El 30 de marzo de 1982, tres días antes de la invasión de las Malvinas, la CGT realizó otra huelga general y manifestaciones en todo el país. Estas movilizaciones fueron respondidas con una brutal represión, que no impidió que las masas ocuparan la Plaza de Mayo, frente a la Casa Rosada, el palacio presidencial argentino, desde donde el «gorila» Galtieri tuvo que escuchar la inmensa manifestación, que exigía el fin de la dictadura militar y la aparición con vida de los desaparecidos.
La policía rodeó la plaza y dispersó brutalmente a los trabajadores, dejando casi un centenar de heridos y más de dos mil detenidos, entre ellos los dirigentes de la CGT y el Premio Nobel de la Paz Adolfo Pérez Esquivel. Esta represión provocó una oleada de huelgas aún mayor, que asestó un golpe casi mortal a la tambaleante dictadura.
En Brasil, la dictadura estaba siendo socavada por las grandes huelgas de trabajadores, que comenzaron en 1979. El contexto también estuvo marcado por el surgimiento del PT y el renacimiento sindical, que llevaría a la fundación del Pro-CUT y luego de la CUT en 1983.
Entonces, el general Galtieri, al mando de la dictadura, decide hacer una «jugada maestra», para salvarse, tratando de cohesionar a la población bajo su batuta, apelando al nacionalismo, basado en una reivindicación histórica de Argentina, e invade las islas Malvinas. Este fue, de hecho, su último intento de alejar la amenaza de una situación revolucionaria en Argentina.
El general calculó que el Reino Unido no haría ningún esfuerzo por las islas y sus 3.000 habitantes, ya que las había abandonado a su suerte durante tanto tiempo.
Hoy en día se sabe incluso que el gobierno británico estaba en ese momento negociando en secreto la entrega de las islas a Argentina. El general Galtieri, probablemente con el cerebro nublado por la sangre de 30.000 muertos y desaparecidos, pensó que estas negociaciones secretas eran la prueba de que Gran Bretaña no haría nada contra la ocupación. Como si Gran Bretaña, la otrora reina de los mares del mundo, fuera a soportar públicamente la humillación de ser despojada de territorios que consideraba suyos por un país dominado, semicolonial, dirigido por un general que prácticamente no tenía ejército, ni marina, ni aviación militar.
En 1979 Margaret Thatcher había nombrado a Nicholas Ridley como vicecanciller y lo envió a Buenos Aires. Ridley propuso una solución al estilo de Hong Kong, en la que Gran Bretaña cedería las islas a Argentina mediante el arrendamiento del territorio por entre 25 y 99 años. Sin embargo, esta propuesta no prosperó, ya que los parlamentarios británicos consideraron que su soberanía había sido insultada.
La trama secreta
Así, las negociaciones abandonaron el escenario y continuaron en los camerinos, especialmente cuando la situación económica de Gran Bretaña se deterioró, y Thatcher ya se enfrentaba a graves problemas políticos internos, que culminaron con la huelga general de los mineros contra el cierre de las minas, que duró más de un año.
Según el libro «Malvinas: la trama secreta» de Cardoso, Kirschbaum y Van Der Kooy (1983), la llamada «Directiva Estratégica Militar» (DEMIL), el plan para tomar las islas, elaborado por la junta militar, cubría: «a) Una negociación bilateral muy intensa con Gran Bretaña para convencer al gobierno de su Majestad del “hecho consumado”. b) El fait accompli sería acompañado por concesiones a los británicos que iban desde indemnizaciones a la Falkland Islands Company y a los isleños que desearan emigrar, hasta ofrecimientos de una estrecha cooperación económica con empresas británicas que quisieran explotar con la Argentina el petróleo de la cuenca austral y la pesca o el krill. c) Involucrar a Estados Unidos en la negociación, ya sea directamente o como garante de los acuerdos que se pudieran lograr. d) Trabajar sobre los países del mundo occidental, especialmente los del Mercado Común Europeo para que coadyuvaran con la acción norteamericana de convencer a Gran Bretaña que no había retroceso posible y que debía aceptar el hecho tal cual estaba planteado. e) Intensificar los contactos con la Unión Soviética, China y países de Europa oriental en una acción dirigida a prever la consideración del problema en el ámbito de las Naciones Unidas.».
Era, por tanto, un plan sin pies ni cabeza, que no contemplaba la posibilidad de la reacción militar británica, tratando el conflicto como un enfrentamiento entre dos potencias equivalentes. Y, lo que es peor, estaban seguros de contar con el apoyo, o al menos con la simpática neutralidad de los Estados Unidos. Esta idea, típica de quienes sólo ven el mundo hasta la frontera de su propio barrio, se basaba en que, desde principios del siglo XX, EE.UU. había estado trabajando y desplazando, al imperialismo británico, que dominaba Argentina desde su independencia política formal.
El general Galtieri era un mediocre, típico oficial de las Fuerzas Armadas argentinas, «que desde hace por lo menos 40 años hacen la selección inversa de sus cuadros, incorporando justamente a aquellos que, por falta de espíritu crítico, falta de formación política, pasan por sucesivos filtros hasta llegar al grado de general» (Martínez, 1983). Y, como Estados Unidos preparó, organizó, coordinó y apoyó públicamente el golpe que instauró la dictadura bajo el control de la Junta Militar, Galtieri, que llegó al poder contando enteramente con el apoyo de Estados Unidos, imaginó que su amo estaría con él, y no con su «enemigo», porque, para los cerebros de estos «gorilas», la invasión de las Malvinas serviría también a los intereses norteamericanos en el Atlántico Sur. Todo esto cuando era evidente el apoyo mutuo internacional entre Estados Unidos y Gran Bretaña, entre otras cosas, por sus intereses comunes en la OTAN.
El resultado de la declaración de guerra al Imperio Británico fue un desastre militar y político que enterró definitivamente a la dictadura. Galtieri cayó y fue sustituido por otro general, Reynaldo Bignone, que intentó redactar una ley de autoamnistía para evitar que los militares fueran juzgados por sus crímenes, declaró oficialmente muertos a todos los desaparecidos y decretó la destrucción de los archivos que comprometían a la dictadura. En septiembre de 1983, el presidente, los senadores y los diputados fueron elegidos mediante elecciones generales y el 6 de diciembre de 1983, la Junta Militar firmó el acta de su disolución. Todos estos generales fueron finalmente arrestados, y Videla murió en prisión.
Un extraño Frente Único
Esta sería una historia más del ocaso de una dictadura si no hubieran ocurrido cosas muy curiosas en el movimiento obrero argentino y en particular en una organización llamada PST, dirigida por Nahuel Moreno.
Esta coyuntura acabó provocando una situación bastante curiosa en la que la dictadura estaba a punto de caer, pero un sector del trotskismo argentino desarrolló una extraña táctica revolucionaria que… apoyó la falsa guerra de la dictadura, es decir, ayudó a sostener el régimen.
El Partido Socialista de los Trabajadores (PST), dirigido entonces por Nahuel Moreno (de quien el PSTU brasileño hasta hoy se proclama heredero), no entendió absolutamente nada de las posiciones del II Congreso de la Internacional Comunista sobre la lucha contra el imperialismo en los países dominados. No entendió, igualmente, la explicación de Trotsky de que, ante la invasión de Abisinia, hoy Etiopía, por parte de la Italia fascista de Benito Mussolini, era necesario apoyar a Haile Selassie, aunque fuera un monarca reaccionario, porque se trataba de una agresión de un país imperialista contra un país atrasado y dominado.
Moreno, que se había dedicado durante años a revisar el marxismo y a esterilizar su contenido, cubriéndose siempre con una fraseología supuestamente revolucionaria, comprendió que había llegado la hora de un Frente Único Antiimperialista (FUA) junto a la dictadura de Galtieri contra el gobierno imperialista de Su Majestad británica. Desarrollando su pensamiento esquemático y lleno de fórmulas rastreras, Moreno estaba tan contento de hacer un FUA (que terminaría con una revolución dirigida por él mismo, por supuesto), que no se dio cuenta de que fue la dictadura militar, con sus 30.000 muertos, la que atacó al imperio británico. Moreno no entendió que Galtieri maniobraba con el nacionalismo argentino para intentar salvar la dictadura que destruyó sindicatos, partidos y libertades democráticas.
El PST publicó un manifiesto que decía: “Como socialistas, como antiimperialistas y como argentinos reiteramos nuestra decisión de participar con todas nuestras fuerzas y con la mayor energía en el esfuerzo y la lucha que el pueblo argentino debe llevar a cabo para rechazar la agresión imperialista, cualquiera que sea el terreno en que esa lucha se desenvuelva y cualquiera sean los riesgos que la misma implique. Esta firme posición se mantiene y se mantendrá por encima de las insuperables diferencias que nuestra corriente mantiene con el Gobierno Militar” (Partido Socialista de los Trabajadores, “El mandato de la hora: derrotar al invasor”, 1982). El manifiesto del PST también llamaba a “todos sus militantes, simpatizantes y trabajadores en general, a movilizarse para la defensa armada de la soberanía nacional” (Partido Socialista de los Trabajadores, “El mandato de la hora: derrotar al invasor”, 1982).
Sorprendentemente Moreno y sus compañeros llamaron a los militantes a participar en una guerra para la «defensa armada de la soberanía nacional», que en realidad era una aventura asesina, en medio del Atlántico Sur, contra una de las marinas y aviación militar más poderosas del mundo. ¡Y, hablando, cínicamente, de una «agresión imperialista» que había ocurrido hacía más de 150 años!
El texto deja en segundo plano la lucha de clases. Para construir su argumento, el PST también citó un famoso pasaje de Trotsky: «En Brasil reina ahora un régimen semifascista [el régimen de Vargas, nota de los autores], al que todo revolucionario no puede ver más que con odio. Supongamos, sin embargo, que el día de mañana Inglaterra entra en un conflicto militar con Brasil. ¿De qué lado se ubicará la clase obrera en este conflicto? En este caso, yo personalmente estaría junto al Brasil ‘fascista’ contra la ‘democrática’ Gran Bretaña. ¿Por qué? Porque no se trataría de un conflicto entre la democracia y el fascismo. Si Inglaterra ganara, pondría a otro fascista en Río de Janeiro y ataría al Brasil con dobles cadenas. Si por el contrario saliera triunfante Brasil, la conciencia nacional y democrática de este país cobraría un poderoso impulso que llevaría al derrocamiento de la dictadura de Vargas. Al mismo tiempo, la derrota de Inglaterra asestaría un buen golpe al imperialismo británico y daría un impulso al movimiento revolucionario del proletariado inglés» (León Trotsky, “La Lucha antiimperialista es la clave de la liberación”).
La interpretación que hacen Moreno y su partido pretende vincular la guerra con Inglaterra a una lucha de «liberación nacional», en la línea de lo ocurrido en América Latina o incluso en África. La ocupación de las Malvinas por parte de los británicos tuvo poco o ningún impacto en la vida de los argentinos, teniendo en cuenta que su relación con la población argentina era casi inexistente. Y hay que tener en cuenta que los habitantes del archipiélago nunca reclamaron ser parte integrante de Argentina. Por lo tanto, no hay posibilidad de acercar el debate sobre las Malvinas a cuestiones nacionales como las de las antiguas colonias en Asia, África o incluso Cataluña en la actualidad. Uno de los elementos centrales en la actitud a tomar en la cuestión nacional, que puede incluso llevar a la separación territorial, con el apoyo de los marxistas, ha sido siempre la actitud y disposición de la población afectada. Esa ha sido siempre la postura de Lenin y Trotsky sobre la cuestión. Por eso, los bolcheviques pudieron apoyar la separación de Ucrania. En el caso de las Malvinas no existía una voluntad manifiesta en la población de pertenecer o reivindicar a Argentina.
Ocultando la realidad
Para Moreno, la guerra entre Argentina e Inglaterra abriría una situación revolucionaria, al fin y al cabo, haría chocar a los trabajadores con el imperialismo. En su balance de la guerra, Moreno sostuvo: «La movilización de masas comenzó́ contra el imperialismo inglés, continuó contra el yanqui, estrechó lazos con los pueblos latinoamericanos, y por último, ante la vergonzosa capitulación, terminó enfrentando al propio Galtieri y a la dictadura en general (…)» (Nahuel Moreno, «1982: Comienza La Revolución», mayo de 1983). Para el esquema mental construido por Moreno, todo era simple y lineal: la guerra significaba que los trabajadores harían una experiencia con su burguesía y, ante el avance de su lucha antiimperialista, verían que los gobernantes argentinos eran serviles, ejemplificado, entre otras cosas, en que la dictadura no llevó la guerra hasta el final y optó por negociar su rendición. El primer error de Moreno es el intento de hacer pasar en 1983 una falsa idea de la realidad para encubrir su política de adaptación y capitulación a las maniobras de la dictadura, cayendo en el cuento del «nacionalismo» de los generales al servicio del gobierno imperialista norteamericano.
El hecho es que la burguesía argentina nunca apoyó la guerra. Desde 1980, el plan económico del ministro Martínez de Hoz estaba hundiendo la economía argentina y, a principios de 1982, el panorama era de quiebra generalizada de las empresas, desempleo e inflación.
Según Alberto Bonnet, profesor de la Universidad de Buenos Aires (UBA) y director de la revista académica Cuadernos del Sur (1985-2005), «La política económica de Martínez de Hoz había desembocado en la corrida financiera abierta con el cierre del BID a comienzos de 1980 y seguida por la fuga de los depósitos hacia el dólar y la consecuente presión sobre el atrasado tipo de cambio. La garantía oficial a los depósitos diezmaba las reservas del Banco Central y aumentaba intensamente el endeudamiento público, mientras las tasas de interés seguían subiendo y los deudores cayendo en la insolvencia. Las pautas cambiarias prefijadas de la “tablita” comenzaron a ser modificadas arbitrariamente, cerrándose así, caóticamente, la segunda y última fase de la política económica de Martínez de Hoz. En 1981 sobrevino la recesión abierta, que se prolongó hasta la guerra de las Malvinas. El producto sufrió un retroceso neto, cayeron los salarios reales y aumentó la desocupación, mientras nuevas devaluaciones y corridas financieras se sucedían, siguió incrementándose el endeudamiento pública externo y la capacidad de pago se deterioraba constantemente. A mediados de 1981, el endurecimiento de la banca internacional arrojó a la Argentina al borde de la cesación de pagos» (La izquierda argentina y la guerra de las Malvinas, Publicado el 01/03/1997, en Revista Razón y Revolución n˚3).
La coalición burguesa que había apoyado el golpe de Estado de 1976 y sostenido su política contrarrevolucionaria empezaba a desintegrarse. Desde principios de 1981, las principales organizaciones patronales argentinas, como la Sociedad Rural y la Unión Industrial, protestaban públicamente por la situación de crisis debilitando a la Junta Militar. La Iglesia, plenamente comprometida con la dictadura desde sus inicios, intuyó la tormenta que se avecinaba y comenzó a emitir documentos críticos.
Una expresión de ello fue la creación de la «Multipartidaria», que agrupó a los principales partidos burgueses y apoyó las manifestaciones convocadas contra la dictadura militar, obviamente siempre bajo las banderas de «inicio de la transición a la democracia» o, como dijo el episcopado argentino, de «reconciliación nacional».
Por lo tanto, la dictadura estaba en fase terminal, incluso antes de la guerra. Moreno, buscando fórmulas y clichés que ahorraran capacidad y esfuerzo de elaboración y construcción, no entendió nada de lo que pasaba en la conciencia de las masas y principalmente de su vanguardia más combativa. Así, tuvo que pasar la vergüenza histórica de estar apoyando la falsa guerra nacionalista de la tambaleante dictadura, que había asesinado a 30.000 militantes obreros y jóvenes, mientras las masas levantaban la consigna de las Madres de Plaza de Mayo y gritaban, en las huelgas y en las calles: «¡Las Malvinas son argentinas, pero también los 30.000 desaparecidos!» y «¡Se va a acabar la dictadura militar!».
La delegación internacional de Moreno en apoyo de la guerra de los gorilas argentinos
Ricardo Napurí, en la época de la guerra de las Malvinas un senador peruano elegido por el POMR y que en marzo de 1982 fusionó su fracción con el PST, de la corriente de Nahuel Moreno, y se convirtió en uno de los líderes de su corriente internacional, cuenta en una entrevista con Mario Hernández (especial para ARGENPRESS.info), a 30 años de la guerra, que participó en una delegación internacional en Argentina para apoyar la aventura de la dictadura militar. (Fuente: http://pabloraulfernandez.blogspot.com/2012/04/entrevista-ricardo-napuri-30-anos-de-la.html)
En su libro «Pensar América Latina. Crónicas autobiográficas de un militante revolucionario», Napurí dice que su presencia en Argentina «durante el conflicto de Malvinas permitió impulsar el primer acto público que bajo la dictadura llevó adelante el Partido Socialista de los Trabajadores (PST) (…). Fue consecuencia del apoyo de mi país. El gobierno militar argentino se vio obligado a hacer algunas concesiones. Nahuel Moreno, el máximo dirigente del PST, que estaba exiliado en Colombia, captó la situación e instruyó al Dr. Enrique Broquen, abogado de Derechos Humanos, y que venía de una familia militar, aunque él era marxista y de izquierda, para organizar la convocatoria a un acto so pretexto de las Malvinas, que se hizo en el barrio de Congreso.”
Ricardo Napurí también explica que Perú apoyó a Argentina en la guerra de las Malvinas con misiles Exocets, aviones Mirage e instructores militares: «Lo primero que destaco es que la iniciativa partió de las Fuerzas Armadas, que tuvieron un vínculo histórico con sus pares argentinos». Los vínculos históricos entre los dictadores militares son bien conocidos. Hasta 1980, Perú vivió bajo la dictadura militar de Morales Bermúdez, que tomó el poder en 1975 mediante un sangriento golpe de Estado contra su antiguo jefe, el también militar y dictador desde 1968, Juan Velasco Alvarado. No hay nada como la acción entre iguales en aras del progreso y la humanidad.
Es comprensible que Napurí tenga serios problemas de memoria cuando dice que el primer acto público durante la dictadura fue organizado por el PST, pero la realidad es que las manifestaciones callejeras se venían dando desde 1980, y en julio de 1981, la CGT realizó una huelga general con manifestaciones masivas. Todo esto lo sabe bien Napurí, pero hay gente que pierde el sentido de la realidad cuando se trata de aprovechar su propio prestigio y su vanidad personal. Pero lo más importante aquí es que Napurí reafirma la política de Frente Único de Nahuel Moreno con la dictadura.
Continúa en la misma entrevista: «Tampoco se dijo que en Perú se produjeron las movilizaciones más grandes de América Latina. En todas las ciudades salieron miles y miles de personas. Toda la izquierda, que era muy fuerte en ese momento, y los movimientos sociales le dieron el contenido de la reivindicación soberana. La intención de los militares argentinos fue mantener el poder pero eso no anula el tema de la soberanía que Argentina está reclamando en este momento por la vía pacífica». De nuevo se presenta un mundo paralelo.”
Las movilizaciones en Perú de las que habla Ricardo Napurí sólo se produjeron después de las provocaciones de la dictadura argentina, el 19 de marzo, y tras el inicio de la guerra. Así que es difícil hablar de la «cuestión de soberanía que Argentina reclama ahora por la vía pacífica».
Napurí también cuenta cómo se desarrolló su actividad y su viaje a Argentina para solidarizarse con la guerra ante la Junta Militar: “En Perú también se produjo este debate. Inicialmente, el Congreso peruano era neutral y yo, como senador, tuve que liderar, junto con otros parlamentarios, el cambio para apoyar la soberanía argentina. Por ello, encabecé una delegación en Argentina, porque fui yo quien propuso la moción, que luego se tradujo en un documento de apoyo de varias páginas.”
Napurí explica: “Fui recibido por el vicecanciller argentino ya que Costa Méndez no estaba en ese momento. Como yo era ex aviador y periodista, me propusieron viajar a las Malvinas, pero como la guerra tomó un rumbo negativo, no pude concretarlo». Aquí hay que entender «rumbo negativo de la guerra» por desastre militar total, por supuesto. Napurí no fue a las Malvinas, en un apoyo público y total a la aventura reaccionaria de la Junta asesina, solamente porque no tuvo la posibilidad.
Y continúa Napurí, narrando su fallida cruzada nacionalista: «Cuando más adelante, en el Perú, se conocieron las intenciones de la dictadura argentina, nuevamente se produjo una confusión respecto si poner el eje en denunciarla o el rescate de las islas. Allí presenté otra moción parlamentaria que mereció las felicitaciones del gobierno alfonsinista (Ya en el gobierno de Ricardo Alfonsín, en 1983, nota de los autores) donde decía que el odio a los militares y a la dictadura no podía dejar de lado el problema central que nos compete a todos los países latinoamericanos que en nuestro territorio no pueden hacer colonias de países imperialistas». Aquí Napurí llega a los límites del cinismo y la hipocresía cuando afirma que «luego, en el Perú, se conocieron las intenciones de la dictadura argentina…», como si no estuvieran claras desde el principio, para cualquier militante que se reivindique del trotskismo. E incluso cuando se cuestionó abiertamente «si correspondía denunciarla (la guerra de la dictadura argentina, nota de los autores) o (defender, nota de los autores) el rescate de las islas», Napurí, el líder morenista internacional, no duda en defender su vergonzosa política. Esto sólo demuestra la poca profundidad de pensamiento de este hombre y la política oportunista de Moreno.
Un último comentario sobre esta operación internacional de Moreno. Napurí, en su entrevista, cuenta que en la delegación internacional organizada por Moreno también estaba presente el diputado venezolano Alberto Franceschi, entonces máximo dirigente del PST (morenista, nota de los autores), de Venezuela, y que se haría famoso, más tarde, por ser el principal diputado de la derecha, en la Asamblea Constituyente, liderando la lucha, junto a toda la reacción burguesa proimperialista, contra Hugo Chávez. Este hombre llegó a ser tan odiado por las masas que finalmente tuvo que escapar por una ventana del edificio de la Asamblea Constituyente y, desmoralizado, abandonó la política y se refugió en sus tierras en el interior de Venezuela.
La dictadura se va a acabar
Galtieri intentaba preparar un clima de «guerra nacional» públicamente, desde el 19 de marzo, cuando un comerciante argentino llamado Constantino Davidoff, de acuerdo con la Junta Militar, bajo la apariencia de una operación comercial, desembarcó con algunos de sus trabajadores e izó la bandera nacional argentina en Puerto Leith, una de las Islas Georgias del Sur. Inmediatamente la marina y el gobierno británico reaccionaron. Fue, de hecho, el comienzo del plan loco.
Mientras Moreno revisaba el programa del marxismo sobre la cuestión nacional y el Frente Único Antiimperialista, es decir, las «Tesis de Oriente», del II Congreso de la Internacional Comunista y el «Programa de Transición», las masas señalaban con el dedo a los asesinos gobernantes proimperialistas y continuaban con sus huelgas y manifestaciones hasta derribar el odiado régimen.
Vale la pena repetirlo: la forma de razonar de Moreno pone en segundo plano la experiencia que los trabajadores habían tenido con los dictadores en los años anteriores, ante la persecución de la oposición política, el ataque a las libertades democráticas y el avance de la explotación capitalista. Los trabajadores no necesitaban un análisis esquemático y simplista como el realizado por Moreno para desarrollar una conciencia antiimperialista, al fin y al cabo el alineamiento de los dictadores con EEUU era conocido por todos. Los trabajadores no necesitaban luchar al lado de sus verdugos para saber que no pueden tener ninguna confianza en ellos, o mejor dicho, para comprender que son incapaces de llevar a cabo cualquier forma de resistencia contra el imperialismo.
Pero si los trabajadores no debían estar del lado de su burguesía en el enfrentamiento con Inglaterra creado artificialmente por la dictadura, ¿qué debían defender los trotskistas? Según Ted Grant, «los marxistas deben explicar que son las contradicciones dialécticas a nivel nacional e internacional las que han provocado esta guerra. Es necesario explicar pacientemente cómo esta guerra no sirve a los intereses del pueblo argentino, ni del pueblo británico, ni de los habitantes de las Malvinas.» (Ted Grant, «La crisis de las Malvinas«, mayo de 1982). Alan Woods completa este razonamiento señalando que «la guerra era reaccionaria, una guerra imperialista por parte de Gran Bretaña y el deber de los marxistas británicos era oponerse a su propia burguesía. Por su parte, los marxistas argentinos tenían el deber de oponerse a la burguesía argentina y a sus agentes en la Junta». (Alan Woods, «Las Malvinas: el socialismo, la guerra y la cuestión nacional«, febrero de 2004).
La única política revolucionaria, en la Argentina en ese momento, fue expresada brillantemente en las palabras «¡Las Malvinas son argentinas, pero los desaparecidos también! ¡Abajo la dictadura militar!” Cualquier otro camino, como el que pretendía Moreno, no era más que oportunismo, adaptación y capitulación ante la dictadura.
En la política desarrollada a lo largo del proceso, Moreno, como siempre, optó por buscar un atajo en el camino para llegar a las masas. Actuó de forma oportunista, porque sabía que la caída de la dictadura estaba cerca y que el desgaste del gobierno en una guerra sería fatal para el régimen. Pero en lugar de trabajar para quitarle la tierra bajo los pies a la dictadura, aislarla aún más y empujarla al abismo, Moreno cayó en la falsa estratagema de la guerra.
Todavía afirmaba después de la guerra: «El conjunto de estos elementos nos llevaron a definir la etapa de la guerra como una situación revolucionaria, porque allí se combinó una crisis virtualmente total del régimen militar y el conjunto de las instituciones de la burguesía, incluyendo las Fuerzas Armadas y los partidos políticos, con la irrupción ofensiva, revolucionaria de la clase obrera y el pueblo en una inmensa movilización general unificada en torno a un eje político revolucionario: la derrota del imperialismo». (Nahuel Moreno, «1982: Comienza La Revolución», mayo de 1983).
En otras palabras, según Moreno, era correcto mentir a los trabajadores, guiándolos a una especie de tregua con respecto a la burguesía y los dictadores si eso garantizaba la apertura de una situación revolucionaria en Argentina. Moreno evita explicar que nada de esto sería necesario, ya que, incluso antes de la guerra, la dictadura estaba en una profunda crisis y la clase obrera se estaba levantando contra el régimen, es decir, no era necesario un conflicto bélico para abrir una situación revolucionaria.
En esa coyuntura, el antiimperialismo arraigado entre los trabajadores podría haberse movilizado para derrotar de una vez por todas a los dictadores que venían masacrando a la población del país, expulsando así también al imperialismo, que tenía en los dictadores a sus principales representantes. Al mismo tiempo, los revolucionarios argentinos podrían haber estrechado lazos con los trabajadores ingleses para fortalecer el internacionalismo proletario, con vistas a unir fuerzas para derrotar al gobierno de Margaret Thatcher. Moreno optó por una postura nacionalista, contribuyendo a debilitar no sólo la lucha de los trabajadores argentinos, sino también la de los británicos.
Este tipo de política elaborada por Moreno está completamente en contra de lo que Lenin y Trotsky enseñaron sobre las luchas obreras. Los revolucionarios no deben decir a los trabajadores lo que es más fácil, o lo que garantizará el resultado más rápido, sino lo que puede movilizar eficazmente sus luchas y su organización y hacer avanzar su conciencia hacia la revolución.
No había duda de que la entrada de la dictadura argentina en la guerra llevaría al derrumbe del régimen, y fue totalmente errónea la política morenista de fomentar el descenso del nivel de conciencia de los trabajadores haciendo un frente común con la dictadura en una guerra cuyo objetivo era adormecer la conciencia de las masas que derribaban la dictadura. Esta guerra intentó hacer creer a los trabajadores que estaban defendiendo su nación contra el imperialismo, cuando en realidad estaban sirviendo como carne de cañón en una guerra que no era suya.
Quien no ve la lucha real entre las clases y el movimiento molecular de la revolución, quien se guía por los movimientos de los aparatos y no por las necesidades reales de las masas, acaba adaptándose y capitulando. La única manera de luchar de forma coherente y consecuentemente es guiarse por las necesidades inmediatas e históricas de la clase obrera, de su movimiento real y no el imaginado por los iluminados y oportunistas, y tener confianza en la clase obrera y en el programa revolucionario del marxismo, el bolchevismo.