La Revolución de Portugal 1974: La caída de la dictadura

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A las doce y media de la madrugada del 25 de abril de 1974 se emitía por Radio Renascença la canción Grandola, vila morena; era la señal elegida por los capitanes del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA) para poner en marcha el golpe militar que pondría fin a la dictadura más vieja de Europa. A ninguno de los jóvenes militares que emprendieron aquella acción les pasó por la cabeza que iban a protagonizar el pistoletazo de salida de uno de los procesos revolucionarios más profundos de toda la histohistoria del movimiento obrero.

I parte

Este documento está compuesto por tres artículos escritos por Jordi Rosich que aparecieron en 1999 en el periódico marxista español, El Militante, en conmemoración por el 25º aniversario de la revolución portuguesa.

INTRODUCCIÓN

A las doce y media de la madrugada del 25 de abril de 1974 se emitía por Radio Renascença la canción Grandola, vila morena; era la señal elegida por los capitanes del Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA) para poner en marcha el golpe militar que pondría fin a la dictadura más vieja de Europa. A ninguno de los jóvenes militares que emprendieron aquella acción les pasó por la cabeza que iban a protagonizar el pistoletazo de salida de uno de los procesos revolucionarios más profundos de toda la historia del movimiento obrero. Pero eso fue lo que ocurrió. Ni los dirigentes del MFA, ni los del Partido Comunista Portugués (PCP), ni los del Partido Socialista (PS), tenían en su perspectiva, ni en su programa, una revolución socialista; sin embargo, en pocos meses, las colonias portuguesas obtenían su independencia, los grandes latifundios fueron tomados por los jornaleros de la región del Alentejo, la banca y una gran parte de la industria fue nacionalizada, los trabajadores establecieron claros elementos de control en las empresas, y la burguesía, presa del pánico, perdió el control de su propio ejército, cuya base y una buena parte de los oficiales medios habían girado a la izquierda.

Esos hechos irrefutables –como escribió Trotsky en su Historia de la Revolución Rusa, dejemos a los moralistas analizar si estuvieron "bien" o estuvieron "mal"– deberían bastar para tratar la Revolución de los Claveles como algo más que "un peculiar acontecimiento cargado de nostalgia, protagonizado por un grupo de militares románticos pero poco realistas, y que al menos tuvo la virtud de traer a Portugal la democracia parlamentaria". Esa es, poco más o menos, la idea que la burguesía transmite en sus periódicos de la revolución de 1974, a 25 años de haberse producido; una apreciación, por cierto, bastante diferente de la que tenían los redactores de The Times al calor de los acontecimientos, cuando diagnosticaban, en la portada de su periódico, que "el capitalismo ha muerto en Portugal".

Ciertamente, la Revolución de los Claveles tuvo muchas peculiaridades, y la mayor de ellas tener como partera un golpe militar; pero tuvo también todos los rasgos clásicos de una revolución socialista, incluyendo el más importante: la participación consciente de las masas y su peso decisivo en todo el proceso.

Hoy, a 25 años de una revolución que casi cambia el rumbo de la historia en Europa y en todo el mundo, el homenaje que podemos hacer, como mínimo, a esa generación de trabajadores y jóvenes portugueses que tocaron el cielo con las manos es aprender las lecciones de aquellos hechos; asimilarlas conscientemente para que sirvan como una fuente de inspiración y un instrumento de lucha para el futuro. Animar a ello es el objetivo de este artículo.

La agonía del régimen salazarista

La larga dictadura iniciada en 1926, tras un golpe militar encabezado por Salazar, era un suplicio para la inmensa mayoría de la población portuguesa. Cobijada en la represión sindical y política, fue una ínfima minoría de la sociedad, compuesta por unas 100 familias, la única beneficiaria de ese negro período de terror y miseria. Así, la dictadura había acentuado aún más la enorme desigualdad social existente, derivada de un capitalismo débil y parasitario, cuyos únicos puntos fuertes eran una mano de obra muy barata y las materias primas procedentes de las vastas colonias en África y Asia.

En 1973 la economía nacional estaba controlada por sólo siete grandes monopolios, en los que el sector industrial y el financiero estaban completamente entrelazados. CUF era el mayor grupo financiero y controlaba muchas ramas de la industria. El grupo Champalimaud disponía del monopolio del acero, a través del cual controlaba varios bancos y las actividades ligadas a la construcción civil.

De los 17 bancos existentes en 1970, 7 de ellos controlaban el 83% de los depósitos y el 83% de la cartera comercial. En 1971, 168 sociedades, el 0,4% de las existentes, controlaban el 51% del capital del continente y de los archipiélagos (Azores y Madeira).

En el campo, la situación era muy similar. En 1968, considerando sólo las explotaciones agrícolas de más de 500 hectáreas, sólo 275 (un 2,4% sobre un total de 11.540) abarcaban una extensión de 408.298 hectáreas, un 71,4% del área total. Esa desigualdad se acentuaba aún más en el sur del país, donde estaban los grandes latifundios.

El nivel de miseria era tan alto que muchos portugueses emigraban en busca de una vida algo mejor. Entre 1961 y 1973 1.400.000 trabajadores abandonan el país. En 1974 se calcula que uno de cada siete portugueses vive en otros países europeos y, contando sólo la población activa, esa cifra se eleva a un tercio. Portugal fue el único país del mundo que tuvo una caída de la población entre los censos de 1960 y 1970.

Un hecho que exacerbó aún más la desigualdad y la miseria de las masas portuguesas fue la guerra colonial. Dentro de la cadena capitalista europea, Portugal era uno de sus eslabones más débiles, y al mismo tiempo, el último imperio colonial que restaba en el mundo. Portugal mantenía, bajo dominio militar directo, un territorio 22 veces superior al suyo, con una población de más de 14 millones de habitantes. Ese dominio directo chocó con los diferentes movimientos de liberación nacional, sobre todo en Angola y Mozambique, disparando los gastos y el sufrimiento de la población portuguesa.

El ejército portugués mantenía 120.000 soldados en las colonias. La juventud portuguesa tenía un servicio militar de cuatro años, dos de los cuales los tenía que pasar en las colonias. Desde el inicio de la guerra en Angola, en 1961, hasta abril de 1974 se calcula que murieron 15.000 jóvenes y 30.000 más quedaron inválidos o mutilados.

Casi todas las familias portuguesas tenían un hijo o un pariente que estaba en la guerra, pero el régimen dictatorial ni siquiera informaba sobre el transcurso de la misma. El único contacto que tenían con la guerra eran los patéticos discursos radiofónicos, paternalistas y chovinistas, que cada día emitía la dictadura.

En el último período de la dictadura la situación se hizo particularmente insoportable para las masas. A los crecientes gastos de la guerra se sumaron los primeros efectos de la crisis capitalista mundial de 1973.

En 1961 el 35,6% del presupuesto del país estaba destinado a la guerra, en 1973 esa cifra rebasó el 45%, una cifra sólo superada, en la época, por Israel y algunos países árabes que estaban en guerra.

Son los trabajadores, y también las capas medias, los que pagan las consecuencias económicas de la guerra y de la crisis. De 1970 a 1973 los impuestos indirectos –sobre el consumo– suben un 73%. La inflación es galopante, rebajando mes a mes el valor real de los salarios.

La dictadura en Portugal estaba en un callejón sin salida y no tenía ningún tipo de apoyo social. Sólo se basaba en el terror de los miles de miembros de la PIDE, la policía política secreta, dedicada a la tortura y a la represión. Intuyendo la situación, a finales de los años 60, el régimen intenta cambiar su imagen y conseguir algún apoyo social. Pero todos los cambios son cosméticos, como por ejemplo el cambio del nombre de la PIDE al de DGS, y consiguen el efecto contrario, dando un impulso a la creciente oposición a la dictadura.

De hecho, la última etapa de la dictadura es de claro ascenso del movimiento huelguístico de la clase trabajadora, que se intensificó aún más en los meses previos a abril de 1974. De octubre de 1973 al 25 de abril de 1974, más de 100.000 trabajadores de los núcleos industriales, sobre todo del cinturón rojo de Lisboa, y decenas de miles de jornaleros del sur del país, emprendieron una serie de huelgas que golpearon de forma vigorosa los cimientos de la dictadura. En vísperas de la revolución y pese a la brutal represión, más de medio millón de trabajadores estaban organizados en sindicatos englobados en la Intersindical, ligada al PCP, y que agrupaba a los sectores más radicalizados y combativos de los trabajadores.

También la juventud juega un papel clave en la última etapa de la dictadura, participando en las acciones más arriesgadas y destacando en la lucha de carácter internacionalista, en solidaridad con el pueblo del Vietnam y de pueblos oprimidos por el colonialismo portugués. Se hacían recogidas de firmas y actos públicos a favor de los derechos democráticos en el servicio militar y otras cuestiones.

El movimiento vecinal en los barrios es igualmente creciente. Se organizan protestas contra el precio de la vivienda, contra el mal estado del transporte público, por una atención sanitaria adecuada, por el abastecimiento de agua, etc.

Incluso entre las capas medias, pequeños propietarios, profesionales liberales, el malestar era cada vez más evidente. Los profesores de enseñanza secundaria, los médicos, se reunían en multitudinarias asambleas y hacían concentraciones y huelgas desafiando abiertamente al régimen.

El MFA

El surgimiento de un movimiento de militares de las características del MFA, por su amplitud -abarcaba a la mayoría de los suboficiales- y por sus aspiraciones democráticas y progresistas, sólo se puede explicar en el contexto del profundo giro a la izquierda que se estaba produciendo en la sociedad y también en las capas medias, en Portugal y en el mundo entero.

El inicio de conflictos coloniales serios, y finalmente la guerra declarada, implicó un cambio en la composición de clase de la oficialidad del ejército, sobre todo en los niveles medios. Antes del inicio de la guerra colonial un puesto en la oficialidad del ejército era el destino reservado a muchos jóvenes provenientes de familias acomodadas. Pero a partir de la guerra la cosa cambió y dejó de ser un empleo relativamente tranquilo: entrar en el ejército significaba ir a la guerra y en ella jugarse la vida; entonces, el ejército dejó de ser un atractivo para esos sectores. Los puestos intermedios del ejército tuvieron que abrirse a las capas medias, para las que, debido a la situación económica en Portugal, ésa era una de las pocas salidas aparte de la emigración.

Ese cambio hizo que las contradicciones y el descontento existentes en la sociedad se expresasen más fácilmente en el seno del ejército.

Después de años de guerra, la perspectiva de una victoria militar se hacía cada vez más lejana. En realidad, los suboficiales y soldados del ejército portugués se estaban enfrentando, no a otro ejército regular, sino a movimientos guerrilleros de liberación nacional —el MPLA en Angola, el FRELIMO en Mozam-bique— con amplio apoyo social. La guerra se prolongaba, los muertos se acumulaban y no se vislumbraba ninguna salida.

Un reflejo del odio que generaba esta guerra entre la juventud y amplios sectores de la sociedad portuguesa es el hecho de que más de 107.000 jóvenes habían huido del país para no entrar en el ejército.

Para un sector creciente de oficiales de graduación media, que intervenían directamente en el escenario de guerra, ésta carecía cada vez más de sentido. En las principales colonias, la población autóctona era mucho más numerosa que los colonos blancos portugueses. Para muchos oficiales y soldados, combatir a la guerrilla y maltratar a la población autóctona para defender los intereses de la minoría blanca no era algo que motivara demasiado.

Además, el ejemplo de la guerra del Vietnam tenía un efecto en la cabeza de los militares portugueses: el ejército más poderoso de la tierra era incapaz de hacer frente a una guerrilla infinitamente menos dotada militarmente. ¿Qué perspectiva cabría trazar para el ejército portugués?

Bastantes soldados y suboficiales procedían de la Universi-dad, y las discusiones que allí se suscitaban —acerca de la guerra, del régimen y de la recesión mundial—, acabaron penetrando también en el ejército.

La actitud del régimen hacia el ejército y sus oficiales acentuó aún más sus dudas y su crispación.

De un modo completamente suicida el gobierno les acusaba de ser incapaces de concluir rápidamente y con una victoria la guerra colonial. Así, a la presión recibida de los trabajadores y de la mayoría de la sociedad portuguesa, de rechazo a la guerra y por lo tanto al mismo ejército que la llevaba adelante, se venía a sumar la actitud arrogante y desdeñosa por arriba de un gobierno esclerosado y falto de sensibilidad hacia todo lo que pasaba en su entorno.

Todos esos factores sentaron las bases para el surgimiento del MFA. Curiosamente las primeras reuniones de oficiales que dieron lugar a este movimiento tenían un carácter puramente corporativo. Debido a la necesidad de cubrir puestos de mando que exigía la guerra el gobierno fomentó el reenganche de los soldados que acababan su prestación militar obligatoria. Tras un breve cursillo pasaban generalmente al grado de capitán; sin embargo no podían ejercer con su nueva graduación antes de que los militares que hacían su carrera en la Academia Militar llegaran a su mismo nivel. En verano de 1973, mediante un decreto, el gobierno anula ese procedimiento con el objetivo de cubrir con más celeridad los puestos de mando. Las primeras reuniones que luego dieron lugar al MFA fueron para discutir el agravio comparativo que suponía el decreto y también para reivindicar mejoras salariales. Pero el carácter de las reuniones cambió a una velocidad vertiginosa.

De la cuestión particular de los capitanes se pasa a discutir los motivos de la guerra, a qué intereses obedece, la relación que tiene con el régimen. La conclusión era que para poner fin a la guerra era necesario poner fin al gobierno, y ésa fue la decisión que tomó el MFA en su reunión de diciembre de 1973.

El peso del contexto político, nacional e internacional, dentro de las fuerzas armadas y en la misma sociedad portuguesa, hizo que el movimiento se transformara radicalmente en unos pocos meses.

Indudablemente la guerra y el descontento que provocó fueron parte de la causa del surgimiento del MFA. Pero no fue el único factor. La participación de Rusia en la Primera Guerra Mundial, por sí sola, no llegó nunca a enfrentar la casta de oficiales al régimen zarista, pese a todas las contradicciones y presiones que generó la guerra. El surgimiento del MFA, en 1973-74, aparte de ser una variante peculiar de la Revolución Portuguesa, producto de las condiciones particulares de la guerra colonial, fue un reflejo de la época. El péndulo social giraba hacia la izquierda. Pocos meses antes se vivieron los acontecimientos revolucionarios de Chile y el gobierno de Allende, el Mayo del 68 francés estaba fresco en la memoria; pocos meses después cayó la dictadura de los coroneles en Grecia, la dictadura franquista en España se tambaleaba por el empuje del movimiento obrero y la juventud…; el capitalismo en general, con la crisis de 1973, abría un nuevo periodo de paro e inflación, y de enormes convulsiones políticas.

Se abren las compuertas

El golpe del MFA fue incruento. Tal era la podredumbre del régimen. Exceptuando la resistencia de los miembros de la PIDE, que provocaron cuatro muertos y varios heridos al disparar a la muchedumbre que rodeaba su cuartel general en Lisboa, todos los puntos principales del gobierno y la Administración cayeron casi sin resistencia.

A las dos y media de la tarde del día 25 el MFA comunicaba que el primer ministro, Marcelo Caetano, se encontraba cercado por las fuerzas del ejército en el cuartel de la Guardia Nacional Republicana (GNR) del Carmo, mientras que otros miembros del gobierno estaban en igual situación en el cuartel Lanceros 2. Estos dos cuarteles, el de la PIDE, la cárcel de Caxias (donde estaban parte de los presos políticos que los miembros de la PIDE amenazaron con asesinar) y algunos centros de la Legión Portuguesa (grupo ultraderechista afín al régimen) y de la policía eran ya los únicos focos de resistencia que existían y protagonizaron los momentos más tensos de la jornada.

El MFA envió un ultimátum a ambos cuarteles. A las cuatro de la tarde Lanceros 2 se rendía incondicionalmente y poco después, a las cinco y media, tras algunos disparos, se rendían la GNR y Marcelo Caetano. El presidente del gobierno, Américo Thomás, sustituto del difunto Salazar, era detenido a esa misma hora en su casa. Era el fin de 42 años de dictadura. El último foco de resistencia, el cuartel de la PIDE, se rendía a las 9,45 horas de la mañana del 26 de abril.

La acción del MFA abrió las compuertas que dieron salida a un torrente revolucionario impresionante.

Los trabajadores y las amas de casas salieron a la calle, inundaron las plazas, participaron con los soldados y suboficiales en todos los episodios claves del derrumbamiento de la dictadura. Ese ambiente, esa fuerza, conectó rápidamente con la base del ejército, con los soldados y oficiales de baja graduación. La burguesía había perdido el control efectivo del ejército, su base se había pasado al pueblo, de donde procedía.

En el relato periodístico Revolución Portuguesa, 25 de abril, de Humberto da Cruz y Carmen Espinar, se refleja la situación explicando que "un aspecto fundamental de los acontecimientos de la jornada, fue la progresiva incorporación popular al MFA. El pueblo de Lisboa, después de un primer momento de incertidumbre, comenzó a seguir los pasos del MFA en la calle. El cerco del cuartel del Carmo y, posteriormente, la DGS-PIDE, fueron los principales centros de atención", y más adelante que "en la tarde del 26, el movimiento popular, aunque sigue siendo fundamentalmente espontáneo, empieza a expresarse más coherentemente y a tomar un papel más activo y determinante en los acontecimientos, apareciendo así, junto al MFA, como uno de los motores fundamentales de las transformaciones que se irán sucediendo…". El capitán Salgueiro Maia, encargado de tomar los puntos neurálgicos de la capital el día 25, explica cómo "el apoyo popular fue extraordinario y contribuyó bastante a que el cuartel del Carmo abandonase cualquier mínima idea de resistir. El ambiente que se vivió allí no tiene descripción" (El País, 25-4-99).

La entrada en escena de la clase trabajadora, con sus aspiraciones y su fuerza, cambió completamente la situación. Sí, había caído la dictadura, pero había que poner fin a la miseria, a las desigualdades, a la falta de infraestructuras sociales. Sí, había caído la dictadura pero ahora la tarea era construir una nueva sociedad.

Se desató un fuerte y amplio movimiento reivindicativo. Seis días después del 25 de Abril, el 1º de Mayo, un millón y medio de personas se manifiestan en las calles de Lisboa, una cifra aún más impresionante si tenemos en cuenta que la población de Portugal era de 7 millones de habitantes.

Sin embargo, más allá de derrocar al gobierno de la dictadura y plantear la necesidad de una solución política al problema colonial, los dirigentes del MFA no tenían ningún programa ni ninguna perspectiva.

Paradójicamente la dirección del MFA, con la bendición de los dirigentes de los dos principales partidos obreros (PS y PCP) inmediatamente después del 25 de abril, pone al frente del nuevo gobierno a Spínola, general en torno al que, en el periodo de un año, la reacción intenta por tres veces frenar violentamente el proceso revolucionario, y por tres veces fracasa.

Sin la participación masiva y entusiasta de las masas en todo el proceso, que empezó el mismo día 25 de abril y duró más de un año, la revolución se hubiera extinguido rápidamente.

La clase trabajadora puso su sello en cada uno de los acontecimientos decisivos de la revolución portuguesa, no sólo en la toma de los puntos neurálgicos el primer día de la revolución, sino en todos los acontecimientos posteriores: reforma agraria, nacionalizaciones, concesión de la independencia a las colonias, freno a los serios intentos contrarrevolucionarios en las diferentes etapas de la revolución, etc.

A poquísimos meses del golpe de Pinochet en Chile, en septiembre de 1973, la clase obrera portuguesa volvía a abrir la esperanza de la transformación socialista de la sociedad. Una vez más la dirección del movimiento, los dirigentes del PS, del PCP y del MFA no estuvieron a la altura de los acontecimientos históricos.

El 25 de abril de 1974 fue un día clave para la revolución, pero la clase obrera aún habría de desplegar una fuerza, una capacidad de lucha y una intuición revolucionaria mucho mayor. Quizás por eso, los hechos posteriores al 25 de abril no aparecen ni siquiera reflejados en la mayoría de los relatos que 25 años después la burguesía ofrece sobre la Revolución de los Claveles.