La Revolución de Febrero

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Este año se cumple el 88º aniversario del inicio de la Revolución Rusa: la revolución de las clases oprimidas más grandiosa de la historia de la humanidad habida hasta la fecha.

El fin de la autocracia zarista

Este año se cumple el 88º aniversario del inicio de la Revolución Rusa: la revolución de las clases oprimidas más grandiosa de la historia de la humanidad habida hasta la fecha.

En sólo cinco días, del 23 al 27 de febrero de 1917 según el viejo calendario bizantino (del 8 al 12 de marzo en el calendario occidental), la insurrección de las masas de obreros y soldados de San Petersburgo, entonces capital del imperio ruso, derribaba al zar Nicolás Romanov y ponía fin a 300 años de monarquía zarista sustentada en la opresión, la sangre y el sufrimiento de decenas de millones de oprimidos de toda Rusia.

Como decía Trotsky: "el rasgo característico más indiscutible de las revoluciones es la intervención directa de las masas en los acontecimientos históricos", sacudidas por acontecimientos excepcionales que la sacan abruptamente de la rutina y el conservadurismo social reinantes.

En este artículo pretendemos esbozar en líneas generales los factores históricos y sociales que hicieron posible la Revolución de Febrero de 1917 en Rusia, preámbulo de la Revolución de Octubre, dirigida por el Partido Bolchevique ocho meses más tarde.

Rusia, ejemplo de un país campesino atrasado, se incorporó muy tarde a la cadena de la economía capitalista mundial, y no lo hizo hasta finales del siglo pasado, cuando ya en Europa y Norteamérica existían países capitalistas avanzados y desarrollados.

Favorecida, fundamentalmente, por las exportaciones de capital procedentes de Francia, Inglaterra y Alemania, en apenas dos décadas entre 1880 y 1900, Rusia sufrió una transformación original, nunca vista antes en ningún país de sus mismas características. Por un lado, el atraso en el campo con la existencia de relaciones semifeudales la servidumbre feudal no fue abolida hasta 1861 y la concentración de la mayor parte de la tierra en un puñado de terratenientes; se combinaba con la existencia de grandes fábricas e industrias en los principales núcleos urbanos que dio origen a un proletariado muy concentrado, joven y vigoroso, imprimieron a la economía y sociedad rusas un carácter y un desarrollo desigual y combinado.

La Rusia campesina

El 80% de la población vivía en el campo. Mientras que 30.000 terratenientes disponían de 70 millones de deciatinas (medida rusa de superficie agraria), 10 millones de familias campesinas tenían que repartirse la misma cantidad de tierra. Al mismo tiempo existían millones de campesinos sin tierra que se veían obligados a trabajar como jornaleros en los inmensos dominios de los terratenientes. Esta situación condenaba a los campesinos a la pobreza, la miseria y el hambre, lo que conducía a revueltas periódicas que eran reprimidas sangrientamente por la autocracia zarista.

Rusia no conoció un desarrollo industrial armónico y progresivo como Occidente, sino que fue importado "de golpe" por el capital extranjero, reflejando las tendencias inherentes del capital monopolista en su fase imperialista de acaparar mercados y colonias en todo el mundo para la producción y venta de sus mercancías. Aunque la productividad de la industria rusa estaba a un nivel más bajo que la de los países más avanzados, en lo que a su técnica y a su estructura capitalista se refiere se encontraba al mismo nivel y, en algunos aspectos, los sobrepasaba. Así, mientras que en 1914 el número de fábricas con más de 1.000 obreros empleaban al 41,4% de los obreros rusos, en Estados Unidos sólo empleaban al 17,8%.

La base que nutrió la formación de la clase obrera rusa fue el campo, preparada por la disolución de las relaciones feudales de la tierra pocos años antes. Así, se formó un proletariado, de 10 millones de obreros, muy concentrado y combativo, que habiendo roto bruscamente con sus viejas relaciones sociales, unido a la opresión despiadada que ejercía el zarismo, hacía que estuviera abierto a las ideas revolucionarias más avanzadas de su tiempo.

Otro elemento que aunaba contradicciones en la sociedad rusa era el yugo que la autocracia zarista ejercía sobre multitud de pueblos y naciones que constituían el Imperio Ruso: polacos, finlandeses, ucranianos, letones, lituanos, musulmanes, etc., y que sufrían la opresión nacional a manos de la casta dominante gran rusa. Las luchas de liberación nacional jugaron un papel muy importante en el curso de la Revolución Rusa y asestaron golpes mortales al putrefacto imperio ruso.

Todos estos elementos llenos de contradicciones acumulaban pólvora en los cimientos de la sociedad rusa. La 1ª Guerra Mundial, que estalló en 1914, no hizo sino encender la mecha para que la Revolución hiciera saltar todo por los aires.

Objetivamente, la existencia de la autocracia zarista y el atraso del país que le era inherente, obligaba teóricamente a la burguesía a la oposición al régimen para tomar el timón en sus manos. Los desarrollos futuros harán ver que la burguesía rusa estaba incapacitada para encabezar tal tarea. El principal partido burgués era el KDT, conocido como partido kadete.

La clase obrera rusa disponía ya de su propia organización socialdemócrata, el POSDR, fundado en 1898, pero que se escindió en 1912 en su ala revolucionaria, el partido bolchevique dirigido por Lenin, y su ala reformista, el partido menchevique y que habían venido funcionando como fracciones del POSDR desde 1903. Había diferencias irreconciliables entre ambos tanto en cuestiones de organización interna, como en la actitud hacia la burguesía liberal rusa, diferencias que se agudizaron en el transcurso de los años. Mientras los bolcheviques defendían consecuentemente la línea revolucionaria, los mencheviques se desviaron al reformismo y la colaboración de clases.

Aunque el campesinado, por su papel en la sociedad, es el menos indicado para disponer de organizaciones centralizadas y estables, sí existía un partido que se basaba en la pequeña burguesía urbana y que recogía las principales demandas de los campesinos: el partido socialrevolucionario se formó a partir de 1905.

La revolución de 1905

Todos los elementos para el estallido de la revolución estaban presentes en la sociedad rusa a comienzos del presente siglo. De hecho, antes de 1917 la revolución rusa conoció, en palabras de Lenin, su "ensayo general" en 1905, y cuando por primera vez en la historia de la lucha de la clase obrera mundial aparece la huelga general revolucionaria como herramienta de lucha, paralizando la industria, los transportes y el telégrafo. Los campesinos, electrizados por los acontecimientos, ocupan las tierras de los terratenientes y prenden fuego a las cosechas y a los palacios de la nobleza. Otro elemento a destacar es que por primera vez desde la Comuna de París, los obreros rusos improvisaron sus propios órganos de poder obrero; los Sóviets o Consejos Obreros, que nacieron inicialmente como comités de lucha formados por delegados elegidos y revocables en cualquier momento en cada fábrica para coordinar la movilización, y que terminaron uniéndose a nivel de cada barrio, localidad y de todo el país, asumiendo tareas de dirección estatal: control obrero en las fábricas, organización del transporte, reparto de subsistencias, etc., disputando al poder zarista sus propias atribuciones. Así el Sóviet se revelaba, al igual que la Comuna de París en 1871, como la forma embrionaria al fin descubierta para organizar el futuro Estado Obrero, una vez acabado con el capitalismo.

La Revolución de 1905 fue derrotada en diciembre de ese año, cuando la insurrección armada de los obreros de Moscú fue aplastada sangrientamente por el ejército. A pesar del fracaso de la Revolución, el zar se vio obligado a hacer algunas concesiones democráticas limitadas, instituyendo una especie de Parlamento: la Duma. El fracaso de la Revolución de 1905 se debió fundamentalmente a que no se pudo ganar de manera decisiva el apoyo del campesinado, que permaneció en diferentes momentos al margen de los obreros de la ciudad, y el zarismo pudo utilizar así las tropas necesarias, que tenía una base campesina, para aplastar la revolución.

La burguesía, que inicialmente apoyó más o menos directamente, las movilizaciones obreras contra la autocracia zarista, y que quería utilizar la presión obrera para forzar cambios en la dominación política del zarismo y tomar un papel dirigente en la dirección del Estado, se echó finalmente en brazos de la reacción cuando las reivindicaciones obreras, con las armas en la mano, apuntaron directamente a sus propios intereses (jornada de 8 horas, aumentos salariales y ocupaciones de fábricas) jugando de esta manera un papel contrarrevolucionario en el momento decisivo de la Revolución.

Aunque el zarismo pudo sobrevivir a los acontecimientos de 1905 y estabilizarse temporalmente, la Revolución de 1905 provocó una ruptura radical en las relaciones entre las diferentes clases, alineando definitivamente al proletariado y al campesinado frente a la autocracia zarista.

Después de varios años de profundo reflujo y apatía (1907-1911), a partir de 1912 estalló un oleada huelguística que duró hasta el comienzo de la 1ª Guerra Mundial en 1914 y que amenazaba con provocar una nueva crisis revolucionaria. Su estímulo fundamental residía en el auge económico capitalista que comenzó un año antes y que ayudó a recuperar de nuevo la confianza de la clase obrera rusa en sus propias fuerzas.

A la cabeza de la mayor parte de las huelgas se encontraba el partido bolchevique que, en aquellos momentos, constituía el principal partido obrero en Rusia, agrupando a las tres cuartas partes de los obreros que se encontraban organizados.

La guerra imperialista

El estallido de la guerra mundial cortó bruscamente todo el movimiento. Rusia se alineó con Francia e Inglaterra en la guerra contra Alemania y el Imperio Austro-húngaro. La 1ª Guerra Mundial, que comenzó en agosto de 1914, fue la consecuencia inevitable de la lucha por los mercados y por un nuevo reparto del mundo entre las principales potencias imperialistas. La crisis de la economía capitalista, que había comenzado un año antes, desembocó directamente en la mayor carnicería humana jamás conocida hasta entonces, y que era la muestra palpable de que el capitalismo había agotado ya su papel progresista en la historia.

El espíritu patriótico y belicista penetró en todas las capas de la sociedad rusa. La clase obrera, desorientada al principio, también se vio afectada mayoritariamente por esta situación. La ola chovinista y patriótica y la movilización de millones de campesinos y obreros para las tropas del frente de guerra desarticuló y atomizó, temporalmente, el espíritu y la conciencia de los trabajadores, con lo que los obreros y dirigentes del partido bolchevique quedaron aislados completamente de las masas durante todo un período.

Los efectos materiales de la guerra se hicieron sentir en todos los países que participaron en la contienda. Pero las cargas de la guerra se hicieron particularmente insoportables para los países más atrasados, como Rusia. La industria de guerra devoraba todos los recursos. Se perdieron las minas de carbón y las fábricas de Polonia. Durante el primer año de guerra, Rusia perdió cerca de la quinta parte de su industria. Un 50% de la producción total y cerca del 75% del textil hubieron de destinarse a cubrir las necesidades del ejército y la guerra.

Las derrotas en el frente, el nefasto aprovisionamiento de la tropa, la desorganización del transporte, y la indignidad y abusos de los oficiales acabaron por desmoralizar completamente a los soldados rusos, constituidos mayoritariamente por campesinos. Las insubordinaciones y deserciones adquirieron proporciones masivas. Por otro lado, la escasez, la miseria, el hambre y la subida vertiginosa de los precios en el interior del país hacían intolerables las condiciones de vida de los obreros y campesinos. Todo esto minó la moral "patriótica" de la sociedad, haciendo recaer sobre el círculo dirigente del zar toda la responsabilidad del desastre.

La conciencia socialista

La convivencia en las trincheras de los campesinos con los obreros, muchos de los cuales habían sido llevados al frente por participar en huelgas, ayudó a elevar la conciencia en los primeros y a cimentar la unión y confianza entre ambas clases oprimidas. Lo mismo ocurría con los soldados de reserva agrupados en los cuarteles de las grandes ciudades industriales. Los obreros, muchos de los cuales tenían una importante experiencia revolucionaria y partiendo de un nivel de comprensión más elevado que el simple campesino, ayudaban a dar un enfoque concreto y coherente a los confusos pensamientos del soldado sobre la guerra, la paz y la tierra. Así, el campesinado pobre encontró en los obreros un útil aliado en quien apoyarse para formular sus reivindicaciones e intereses. Y viceversa, sólo sobre la base y el apoyo de la tremenda fuerza revolucionaria de millones de campesinos pobres podía la clase obrera rusa, como dirigente de todas las clases oprimidas, lanzarse con garantías de éxito por la senda de la revolución. Un nuevo fermento comenzaba a cristalizar, lenta pero obstinadamente, en lo más profundo de la sociedad: en las trincheras y los hospitales, en las fábricas y en los barrios, en las humildes haciendas campesinas y en las interminables colas de racionamiento de pan en las ciudades.

El crecimiento del malestar entre los soldados, los obreros, las mujeres en los barrios y los campesinos se reflejaba en las divisiones que tenían lugar entre los círculos dirigentes de la camarilla del zar, la nobleza, la oficialidad del ejército y la burguesía. A finales de 1916, entre estos últimos se hacía clara la idea de que la continuación de la guerra se hacía insostenible, culpando al entorno del zar del desastre. Las intrigas palaciegas se sucedían. Esto culminó con el asesinato de Rasputin, sacerdote venal que resumía en su persona todo lo putrefacto y corrompido de la autocracia zarista y que era el consejero y "guía espiritual" del zar y la zarina.

Comienza el movimiento huelguístico y la revolución

En el mes de enero de 1917 tienen lugar huelgas importantes, fundamentalmente en San Petersburgo, encabezadas por los obreros metalúrgicos. En diversos puntos de la ciudad se saqueaban las panaderías. La temperatura de la sociedad se encaminaba al punto crítico de su ebullición. Este se produciría a finales de febrero.

El día 23 de febrero era el día Internacional de la mujer trabajadora. Nadie podía pensar que ese día marcaría el inicio de la Revolución. A primeras hora de la mañana las obreras de algunas fábricas textiles de la capital, desoyendo las consignas de las organizaciones obreras de no salir a la calle para evitar enfrentamientos con la policía y la tropa, entran en huelga enviado delegaciones a los obreros metalúrgicos para que las sigan. Ese día se declaran en huelga cerca de 90.000 obreros y obreras de San Petersburgo. La jornada, a pesar de todo, transcurre sin incidentes ni víctimas.

Es importante observar que la Revolución de Febrero fue impulsada desde abajo, venciendo las resistencias de las propias organizaciones revolucionarias.

El día 24 de febrero el movimiento huelguístico cobra un nuevo ímpetu. Casi la mitad de los obreros industriales de San Petersburgo fueron a la huelga. Los trabajadores van a la fábrica por la mañana, se niegan a trabajar, organizan mítines y se dirigen en manifestación al centro de la ciudad. Desde los barrios, la gente se une al movimiento. El grito inicial de "pan" pronto es rebasado por el de "Abajo la autocracia" y "abajo la guerra".

El día 25 había ya 240.000 obreros en huelga. Se paran los tranvías y se cierran muchos establecimientos comerciales. Millares de personas toman las calles, produciéndose los primeros choques armados con la policía. Ese día la consigna general es desarmar a la policía, odiada intensamente por las masas. A media tarde son sacadas las primeras tropas a la calle para reprimir el movimiento. La huelga en San Petersburgo se había convertido ya en general, reproduciendo a una escala superior las experiencias de 1905, y las manifestaciones callejeras ponían en contacto a las masas revolucionarias con las tropas.

El día 25 los barrios de Viborg y de Peski se hallaban en manos de los obreros, donde las comisarías son asaltadas y destruidas.

El 26 de febrero, a pesar de que era domingo y no se trabajaba, los obreros se van concentrando y se dirigen al centro de la ciudad desde todos los barrios. A pesar de que la policía dispara camuflada desde las azoteas y balcones, causando varios muertos y heridos, ese día intervinieron decisivamente las tropas, a quienes se da orden de disparar. El soldado, sintiendo en su nuca el cañón del revolver del oficial, obedece a regañadientes. Ese día se cuentan 40 muertos y numerosos heridos. La lucha entraba en su fase decisiva.

El papel de los soldados

Los soldados que habían sido obligados a disparar el día 26, saben que al día siguiente serán obligados a lo mismo. Los obreros y obreras no retrocedían, a pesar de las balas. Una sensación de impotencia, de vacilaciones, y de indignación y odio contra los oficiales y jefes se entremezclan en sus cerebros. El intercambio molecular constante entre obreros y soldados en los meses previos, en las trincheras y en la ciudad, comenzaba a cristalizar. Los obreros seguían de cerca el estado de ánimo de los soldados y conocían su descontento. Las vacilaciones de la tropa a la hora de disparar en las calles daban más confianza y audacia a las masas, convencidas de que la autoridad era impotente para aplastar el movimiento, de que las tropas estaban de su lado y de que, inexorablemente, se pasarían al lado del pueblo.

Es una ley de cualquier revolución el que los soldados sólo se pasan con las armas al lado del pueblo insurrecto cuando éste demuestra que está dispuesto a ir hasta el final, a cualquier precio; cuando, de esta manera, la atmósfera revolucionaria es tal que la garantía del triunfo será lo suficientemente fuerte como para vencer el miedo a sufrir la represión de los oficiales, ante un eventual fracaso de la insurrección; cuando, en definitiva, con el triunfo de los insurrectos no sólo se garantiza su seguridad personal sino que también mejorará la situación de todos.

El 27 de febrero es el día decisivo. A primera hora de la mañana, en el barrio de Viborg, verdadero centro de la insurrección proletaria y donde los bolcheviques tenían su base más numerosa, acuden representantes de 40 fábricas, que deciden continuar el movimiento. La Asamblea se vio interrumpida por la noticia de que los batallones de reserva de la Guardia se fueron sublevando, uno tras otro, cuando eran sacados a la calle por los oficiales. En algunos sitios, los obreros que han conseguido unirse a los soldados penetran en los cuarteles, sublevando a los soldados, quienes se apoderan de las armas y encierran o fusilan a los oficiales que los amenazan. Obreros y soldados trazan un plan de acción: apoderarse de las comisarías, desarmar a los gendarmes, liberar a los presos políticos y sublevar a los soldados que aún no lo han hecho. Automóviles blindados con la bandera roja desplegada recorren la ciudad.

Los escasos focos de resistencia afines al gobierno son barridos por los fusiles y las ametralladoras. Las tropas sacadas para reprimir la revuelta se ven rodeadas inmediatamente por una multitud de obreros, mujeres, adolescentes y soldados sublevados. Las tropas se entregan sin lucha y se unen a los insurrectos. Se asaltan las cárceles y se pone en libertad a los detenidos políticos. El 28, a primeras horas de la mañana, cae el último bastión zarista: la fortaleza de Pedro y Pablo. Los sublevados controlan toda la ciudad y la región de San Petersburgo. Los miembros del gobierno son detenidos o huyen, así como los oficiales reaccionarios. El tren en el que había huido el zar con su familia fue bloqueado por los obreros ferroviarios, quienes lo retuvieron hasta que las nuevas autoridades revolucionarias que se hicieran cargo del poder decidieran qué hacer con él.

Las masas de obreros y soldados, no tienen aún una idea muy clara de lo que quieren, pero el resorte firme de su voluntad traduce ardientemente lo que no quieren: la guerra, la autocracia, el hambre, la escasez y la injusticia.

La clase obrera derriba al zarismo

Una vez alzado Petrogrado, nuevo nombre dado a la capital de Rusia, el resto del país se adhiere rápidamente en los días siguientes sin oposición alguna. El régimen zarista, sin ninguna base social, cae como una manzana podrida.

Frente al coraje y la iniciativa de las masas, las direcciones de las organizaciones revolucionarias dieron muestras de una increíble vacilación. Hasta el día 25 no aparece una hoja del Comité Central bolchevique llamando a la huelga general en todo el país, y hasta el día 27 no lanzó el Comité bolchevique de la capital un hoja dirigida a los soldados, cuando la sublevación de éstos ya se había producido.

No cabe duda de que el espontaneísmo de las masas fue un factor clave en la revolución. Pero no hay que olvidar que a la cabeza de los insurrectos se destacaban los obreros bolcheviques, la mayoría de los cuales tenía a sus espaldas una rica experiencia revolucionaria, de organización, de tradiciones, de discusión, de ideas y de perspectivas. Sólo sobre esa base pudieron convertirse, en el momento decisivo, en la columna vertebral de la revolución, pese a las vacilaciones de sus cuadros dirigentes.

La Revolución de Febrero tuvo un resultado paradójico. Si bien la revolución fue dirigida por los obreros y soldados, fue la burguesía liberal la que asumió el poder formal del país, pese al pánico que tuvieron a la propia revolución, en la que veía un peligro mortal para su propia dominación social de clase.

El 27 de febrero por la tarde, un inmensa multitud de obreros y soldados se dirigió al Palacio de Táurida, sede de la Duma, con la intención de conocer las intenciones de ésta después de la revolución triunfante. Por la fuerza de los acontecimientos, la Duma creó un "Comité provisional" formado por los representantes del partido Cadete y otros elementos pequeñoburgueses para estudiar la situación, con la secreta esperanza de que un milagro de última hora hiciera fracasar la revolución. Conscientes de la imposibilidad de que Nicolás II siguiera siendo zar, que tuvo que firmar una declaración abdicando, intentaron que el Duque Mijaíl se hiciera cargo de la sucesión dinástica, el cual obviamente declinó tal propuesta.

Es algo muy común en toda revolución, fundamentalmente en las primeras semanas donde se refleja todavía la falta de madurez de ésta, que frente al protagonismo indiscutible pero anónimo de las masas, salgan a la palestra todo tipo de elementos desligados de ella: periodistas, abogados, elementos pequeñoburgueses "progresistas" y gente con un pasado revolucionario que se alzan por encima del movimiento, impulsados por la propia ola revolucionaria, y que utilizando su posición, y adaptándose al lenguaje de las circunstancias capten cierta atención entre las masas recién despiertas a la vida política. Uno de estos elementos fue Kerensky, abogado laboralista, que se afilió al Partido Socialrevolucionario y que aceptó entrar en el "Comité Provisional".

El Soviet de Obreros y Soldados

En contraste con la actividad de los políticos burgueses en otras dependencias del Palacio de Táurida, después de 12 años, los dirigentes obreros volvían a organizar el "Sóviet de diputados obreros", el nuevo poder obrero nacido silenciosamente de la vieja sociedad, a cuya cabeza se situó el "Comité Ejecutivo provisional del Soviet de diputados obreros", integrado principalmente por ex revolucionarios que habían perdido en años anteriores el contacto con las masas, pero que conservaban el "nombre". La mayoría de éstos pertenecían al partido menchevique. Por su parte, los dirigentes del partido bolchevique, cuyos cuadros fundamentales estaban en el exilio o desterrados en Siberia, no tenían una concepción muy clara de qué actitud adoptar ni qué programa defender dentro del Soviet.

En la primera reunión se decidió unir a los soldados en un Soviet común de diputados obreros y soldados. Desde el primer momento, el Soviet, a través de su comité ejecutivo empieza a obrar como poder: control de las subsistencias, de la guarnición, ocupación del Banco del Estado, la Tesorería, la fábrica de monedas, el transporte. El poder estuvo en manos del Soviet desde el primer momento. Los obreros y empleados de las oficinas de Correos y Telégrafos y de Radio, de todas las estaciones de ferrocarril, de todas las imprentas no querían someterse más que al Soviet. En adelante, los obreros y los soldados, y algo más tarde los campesinos, sólo se dirigirán al Soviet como órgano en el que se concentran todas sus esperanzas y reflejo vivo de su poder en la sociedad.

Sin embargo, las ideas conciliadoras y pequeñoburguesas presidían las intenciones de los dirigentes mencheviques y socialrevolucionarios, quienes poseídos de una desconfianza orgánica hacia la clase obrera y hacia la revolución, entendían que era la burguesía la encargada de dirigir la sociedad, relegando la función del Soviet a vigilar y hacer la función de leal oposición al gobierno burgués. Con esta idea una delegación del "Comité ejecutivo" fue a visitar al "comité provisional" de la Duma para plantearles que se hicieran cargo del poder. Una vez que estos últimos comprobaran amargamente de la irreversibilidad del triunfo de la revolución, tuvieron que aceptar a regañadientes el ofrecimiento. Como "concesión" a las masas entró Kerensky en el nuevo "gobierno provisional". La intención secreta que el nuevo "Gobierno Provisional" se marcó, a cuya cabeza se situaron el príncipe Lvov y Miliukov (jefe del partido cadete) era ganar el máximo tiempo posible para intentar descarrilar la revolución si las circunstancias se lo permitían. El nuevo gobierno fue recibido con gran recelo y desconfianza por parte de las masas.

En los primeros días de marzo se organizan Soviets en todas las fábricas, barrios, localidades y regiones. En las elecciones, los mencheviques y socialrevolucionarios copan la mayoría, relegando a los bolcheviques a una minoría de los mismos. El resultado no tiene por qué sorprender. La inmensa mayoría de los obreros mencheviques, socialrevolucionarios y sin partido habían apoyado a los bolcheviques en su acción directa contra el zarismo, pero sólo una pequeña minoría podía distinguir en los primeros días de la revolución las diferencias entre las distintas organizaciones obreras. En la medida que mencheviques y socialrevolucionarios disponían de cuadros intelectuales mucho más considerables, que afluían hacia ellos de todas partes y les facilitaban un número enorme de agitadores, las elecciones, incluso en las fábricas, daban una superioridad inmensa a estos dos partidos.

En esencia, la influencia de los mencheviques y socialrevolucionarios no era fortuita: representaba la fuerte proporción de la pequeña burguesía y, sobre todo, de las masas campesinas en la población rusa, recién despertadas a la política. El peso específico del campesinado estaba sobredimensionado, además, por los millones de campesinos concentrados de manera compacta en el ejército como soldados. Su protagonismo en la revolución elevaba su consideración ante los obreros que deseaban estrechar al máximo sus relaciones con ellos.

La situación de Rusia después de la revolución era de una total inestabilidad. El "doble poder" en la sociedad, que siempre ha acompañado a todo proceso revolucionario, no podía durar eternamente. El poder real estaba en manos de los Soviets, y era el único en el que confiaban las masas. El poder formal y "oficial" residía en el "gobierno provisional" en manos de la burguesía. Pero cada ofensiva de las masas por sus propias reivindicaciones e intereses: firma de la paz, jornada de 8 horas, control obrero en las fábricas, subidas salariales, entrega de la tierra a los campesinos, etc, entran en contradicción frontal con los del "gobierno provisional". La confusión reinante en las direcciones de los partidos obreros sobre el carácter de la Revolución Rusa: si la revolución tenía un carácter democrático-burgués o socialista; sobre la convocatoria de una Asamblea Constituyente, sobre el papel de los soviets, sobre la continuación o no de la guerra, sobre el apoyo al "gobierno provisional" de la burguesía, etc. Todo ello como reflejo de los intereses contrapuestos de clases en pugna, se irá dilucidando en las siguientes semanas y meses que siguieron al mes de Febrero. Las ilusiones y el entusiasmo de las primeras semanas de la revolución se irán diluyendo, y nuevas conclusiones y tareas habrían de ser abordadas por las masas en el fuego de los acontecimientos.