La experiencia de Irán y las lecciones para la revolución venezolana

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Los acontecimientos revolucionarios que vienen produciéndose en Venezuela en los últimos años, y su importancia para las masas oprimidas de todo el mundo, hacen necesario remontarse a otros procesos revolucionarios para, partiendo de la experiencia,dar una explicación científica acerca de los pasos que debería acometer la revolución bolivariana. Sin el conocimiento y estudio de los errores cometidos por las fuerzas revolucionarias en el pasado no podremos avanzar ni obtener las conclusiones necesariesarias para el triunfo de nuevos procesos revolucionarios. En Irán, durante la segunda mitad del siglo XX, se dieron acontecimientos en este sentido El rasgo característico más indiscutible de las revoluciones es la intervención directa de las masas en los acontecimientos históricos. León Trotsky, (Historia de la Revolución Rusa)

Los acontecimientos revolucionarios que vienen produciéndose en Venezuela en los últimos años, y su importancia para las masas oprimidas de todo el mundo, hacen necesario remontarse a otros procesos revolucionarios para, partiendo de la experiencia, dar una explicación científica acerca de los pasos que debería acometer la revolución bolivariana. Sin el conocimiento y estudio de los errores cometidos por las fuerzas revolucionarias en el pasado no podremos avanzar ni obtener las conclusiones necesarias para el triunfo de nuevos procesos revolucionarios. En Irán, durante la segunda mitad del siglo XX, se dieron acontecimientos en este sentido.

Petróleo y miseria

Irán fue colonizado por el Imperio Británico y la Rusia zarista a finales del siglo XIX. A principios del siglo XX un geólogo británico, George Reynolds, financiado por el multimillonario William Knox d’Arcy, halló petróleo en suelo iraní. En 1908 se constituyó la Anglo-Persian Oil Company (Después de la Segunda Guerra Mundial Anglo-Iranian Oil Company), y cinco años después el gobierno británico, ante la proximidad de la guerra mundial, compró el 51 por ciento de la compañía. En 1917, tras el triunfo de la Revolución de Octubre, los bolcheviques acabaron con la política imperialista del zarismo y cancelaron todas las deudas que tenía Irán con la Rusia zarista. Durante los primeros cincuenta años del siglo XX la compañía británica saqueó el país y mantuvo en la miseria a su población, obteniendo millonarios beneficios que nunca repercutieron en los iraníes. Entre 1912 y 1933 obtuvo 200 millones de libras de beneficios y sólo abonó en comisiones directas 16 millones al gobierno de Irán. Entre 1945 y 1950 fueron 250 millones los beneficios y sólo 90 las comisiones. En 1949 Manucher Farmanfarmien, director del Instituto del Petróleo de Irán, describía la situación de los trabajadores iraníes de la gran refinería de Abadan de la siguiente manera:

“Los salarios eran de cincuenta centavos diarios. No había pago de vacaciones, ni derecho a licencia por enfermedad, ni indemnización por invalidez. Los trabajadores vivían en una barriada de refugios llamada Kaghazabad, o Ciudad de Papel, sin agua corriente ni electricidad… En invierno, la tierra se inundaba y se convertía en un lago inmóvil y neblinoso. En la ciudad, el barro llegaba a la altura de la rodilla, y el transporte lo realizaban canoas que navegaban por las calzadas… de las aguas estancadas se alzaban nubes agobiantes de moscas de alas pequeñas que picaban a la gente, se acumulaban en montones negros a lo largo de los bordes de los recipientes de cocina y atascaban los ventiladores de la refinería con una sustancia pegajosa. En verano… las viviendas de Kaghazabad, improvisadas a base de bidones de petróleo oxidados y aplanados a martillazos, se convertían en hornos abrasadores… En el sector británico de Abadán había césped, macizos de rosas, pistas de tenis, piscinas y clubes…”

Tras la Segunda Guerra Mundial, con el auge de los movimientos de liberación nacional en el Tercer Mundo, cobró impulso el movimiento nacionalista en Irán. En Abril de 1951 Mossadegh, líder del Frente Nacional, se convirtió en primer ministro de Irán. Mossadegh provenía de la aristocracia, su padre había sido Ministro de Hacienda del Sha Nasir al-Din y su madre era una princesa qayarí. Formado en Francia y Suiza tenía el sueño de convertir Irán en un próspero país capitalista. La primera polémica decisión que adoptó, escuchando el clamor de las masas, fue la nacionalización de la Anglo-Iranian Oil Company (AIOC). El 1 de mayo el Sha firmaba la ley que revocaba la concesión de la AIOC y fundaba la Compañía Nacional de Petróleo.

1953: Mossadegh, el imperialismo y las masas

Desde el momento en que se produjo la nacionalización las potencias imperialistas reaccionaron tratando de derrocar al gobierno de Mossadegh. Los miembros de la AIOC que hasta ese momento habían dirigido la industria del petróleo en Irán realizaron boicots en las refinerías y destruyeron los libros de cuentas. El gobierno británico estableció un embargo sobre Irán e intentó impedir con su flota el embarque de petróleo iraní produciendo perdidas millonarias al joven gobierno de Irán. Mossadegh reaccionó expulsando de Irán a los miembros de la AIOC y posteriormente al cuerpo diplomático británico al completo. Gran Bretaña acudió al Tribunal Internacional de Justicia de la ONU que resolvió que no podía inmiscuirse en un problema entre una empresa (AIOC) y un gobierno, dándole por tanto la razón al gobierno iraní que alegaba que no se trataba de un conflicto entre países. Mossadegh sin embargo confiaba en el gobierno de los Estados Unidos y se dirigió a éste para que tratara de mediar en el conflicto con Gran Bretaña.

El líder iraní no comprendió la naturaleza del imperialismo ni el papel que en esos momentos jugaba ya el gobierno de los Estados Unidos en plena guerra fría. Esto permitió a EEUU conjuntamente con Gran Bretaña organizar la Operación Ajax, dirigida por Kermit Roosevelt (nieto del presidente Theodore Roosevelt) para derrocar a Mossadegh. El 16 de agosto de 1953 fracasó la operación Ajax al no triunfar el golpe de estado del general Zahedi. El Sha, que había firmado los decretos autorizando el derrocamiento de Mossadegh, huyó a Bagdad. El pueblo salió a la calle en apoyo de Mossadegh y algunos sectores propusieron armar al pueblo. La acción dubitativa del primer ministro y el carácter burgués de su gobierno impidieron una reacción adecuada a las circunstancias. Sorprendentemente Mossadegh hizo un llamamiento a la gente para que volviera a sus casas y rechazó armar al pueblo alegando evitar una guerra civil. El 19 de agosto de 1953 triunfó un segundo golpe de estado que acabó con la primera revolución iraní. El general Zahedi fue sacado de la madriguera donde lo tenía oculto la CIA y asumió el cargo de primer ministro. El Sha volvió de Bagdad y los gobiernos imperialistas se congratularon de su triunfo. El pueblo de Irán tuvo que soportar durante los siguientes 25 años la cruel dictadura del Sha y la feroz represión por parte de la temida Savak (policía secreta). Mossadegh fue juzgado y condenado por traición. Pasó tres años en la cárcel y el resto de su vida bajo arresto domiciliario.

En Venezuela el presidente Hugo Chávez ha comprendido a través de su experiencia personal la naturaleza del imperialismo. Chávez también mantuvo en un principio una actitud conciliadora con el imperialismo, ya que entonces aun no había comprendido que el imperialismo por su propia naturaleza no puede mantener una postura conciliadora con los pueblos. El golpe de estado de abril de 2002 y el cierre patronal petrolero presentan grandes similitudes con la situación que vivió Irán a principios de los años 50. El pueblo venezolano ha parado hasta ahora los ataques del imperialismo y la oligarquía de la misma forma que quiso hacerlo el pueblo iraní en 1953. La necesidad de armar al pueblo para hacer frente a la contrarrevolución es un requisito imprescindible. El hecho de que el propio Chávez pertenezca al estamento militar y goce de un apoyo entusiasta por parte de los oficiales revolucionarios no impide la infiltración de elementos contrarrevolucionarios en la cúpula del ejército y las fuerzas armadas. El estamento militar, aunque es un organismo creado por la burguesía para defender sus intereses y reprimir al pueblo, está compuesto por hombres y mujeres sometidos a la influencia de los acontecimientos revolucionarios, lo que puede llevar a los militares a posicionarse en favor de la revolución aunque también se puede producir el efecto contrario y convertirse en el bastión de la reacción si la dirección revolucionaria no actúa con la decisión y habilidad necesarias.

El 16 de agosto de 1953, tras el fracaso del golpe de estado, las masas salieron a las calles en defensa de la revolución. El primer ministro Mossadegh las desmovilizó permitiendo el triunfo tres días después de la contrarrevolución. Los partidos revolucionarios tendrían que haberse negado a desmovilizar a las masas ya que estas son el principal activo de un proceso revolucionario. El Tudeh (Partido Comunista de Irán) no actuó de esta forma y aceptó las ordenes de Mossadegh. Sus militantes sufrieron posteriormente en sus propias carnes por este y otros errores. Si bien el 16 de agosto el golpe de estado fracasó en parte por la leal actuación del general Riahi, el triunfo del segundo golpe demuestra la debilidad que supone para un proceso revolucionario confiar exclusivamente en los militares “leales” como principal salvaguarda de la revolución. Si no se hubiera desmovilizado a las masas podría haber ocurrido lo que finalmente ocurrió en 1978. El triunfo de la mal denominada revolución islámica de 1979 se debió claramente a este factor. Las masas movilizadas a lo largo de 1978 influyeron en la actitud de los soldados que se pusieron del lado del pueblo a medida que se desarrollaban los acontecimientos. Muchos soldados se negaron a disparar a sus compatriotas, otros se suicidaron después de matar a sus oficiales, y muchos otros fueron sometidos a consejos de guerra por negarse a obedecer. Finalmente el ejercito se resquebrajo y con él, el tiránico régimen del Sha. En Venezuela el ejercito empezó a reaccionar de manera revolucionaria después de que las masas de desheredados salieran a las calles reclamando a su presidente. La actuación espontánea de las masas demuestra la tremenda fuerza revolucionaria que alberga el pueblo y cómo en los momentos decisivos el ejercito no es ajeno a su influencia.

1979: el proletariado y la revolución islámica

A mediados de los años 70 los precios del petróleo se dispararon. El PIB de Irán creció durante esos años de forma vertiginosa como consecuencia de los ingresos de la industria del petróleo. El país comenzó un importante desarrollo industrial que supuso el crecimiento de la clase obrera, sin embargo la excesiva suba del petróleo supuso un aumento vertiginoso de la inflación y la llegada de una importante crisis económica. En 1976 el gobierno anunció un programa de ajuste económico que suponía reducir en un 40 por ciento los proyectos de expansión industrial, y produjo en consecuencia desempleo, empobrecimiento y agudización de la lucha de clases.

Esta situación llevó a principios de 1977 a una serie de protestas de sectores pequeño-burgueses (intelectuales, abogados, periodistas…) y de las capas más empobrecidas de la población urbana. Las protestas se fueron extendiendo a lo largo del año, pero no adquirieron una autentica dimensión revolucionaria hasta que el proletariado no entró en acción. El 8 de septiembre el ejercito asesinó a miles de manifestantes en Teherán. Al día siguiente los trabajadores de la refinería de Teherán convocaron una huelga. En los días siguientes los siguieron los trabajadores de otras refinerías del país (Abadán, Thariz, Shiraz…). Ya con anterioridad una parte de la clase obrera se había movilizado, principalmente en la industria textil, pero cuando los trabajadores del petróleo entraron en acción se empezó a tambalear realmente el régimen del Sha. La importancia esencial del proletariado en la revolución para romper con el régimen capitalista se demostró claramente en el desarrollo de los acontecimientos de Irán. Debido al papel clave que juega esta clase en la moderna producción industrial. En el momento en que se moviliza, la revolución toma el impulso necesario para avanzar camino al socialismo.

Las huelgas en el sector del petróleo, tan esencial para Irán, dieron lugar a la movilización de otros muchos sectores, y en cuestión de meses el régimen de Sha caía. Uno de esos sectores que siguió a los trabajadores del petróleo fue el de los empleados del Banco central de Irán, que denunciaron públicamente a 178 miembros de la elite dominante, entre ellos familiares del Sha, que habían fugado al extranjero más de mil millones de dólares. Finalmente el Sha huyó a Egipto el 16 de enero de 1979.

La clase obrera en Irán había crecido a lo largo de los años 70 en consonancia con el desarrollo industrial, y en el momento de la revolución era una fuerza más que suficiente para el triunfo definitivo de una revolución socialista. En 1979 había en Irán una clase obrera de 3 millones de trabajadores en un país con una población de 35 millones, mientras que en la Rusia de 1917 la clase obrera se componía de 4 millones de trabajadores de una población total de 150 millones. Las condiciones objetivas eran más favorables en Irán en 1979 que en Rusia en 1917.

La propaganda burguesa ha intentado vender la revolución de 1979 como una revolución exclusivamente islámica dirigida por fundamentalistas. Nada más lejos de la verdad. En primer lugar hay que indicar que Jomeini sólo regresó de su exilio parisino en Febrero de 1979, cuando el Sha se ha ido y el régimen estaba totalmente colapsado. En segundo lugar cuando Jomeini regresó a Irán ya se habían producido contactos entre éste y sectores del ejercito, la policía secreta y la burocracia para encarrilar la revolución por el camino de la contrarrevolución. Hay que recordar además la actuación oportunista del clero en el pasado. En 1953 el ayatolá Kashani, principal autoridad religiosa en ese momento, y que en un principio apoyó el gobierno nacionalista de Mossadegh, decidió, por una modesta cantidad de 10.000 dólares (facilitada por Kermit Roosevelt) participar activamente en la operación Ajax para derrocar al gobierno de Mossadegh. En 1963 los clérigos fundamentalistas, con el apoyo de los sectores más pobres de las ciudades (lúmpenproletariado) trataron de derrocar al gobierno del Sha. Los clérigos terminaron por llegar a un acuerdo con las autoridades, mientras aquellos que los habían apoyado eran reprimidos. Esto nos demuestra el carácter históricamente contrarrevolucionario de los fundamentalistas y también la incapacidad de esos sectores de pobres urbanos para impulsar el proceso revolucionario en soledad y al margen de la dirección del proletariado.

Durante los levantamientos revolucionarios de 1978 se fueron creando espontáneamente los shuras (equivalentes a los Soviets). Los shuras surgieron de los comités de huelga en las fábricas, pero a medida que se extendía la revolución fueron apareciendo en los barrios encargándose de resolver los problemas cotidianos a los que se enfrentaba la población diariamente. También comenzaron a surgir en los cuarteles a medida que se hacía más profunda la crisis interna en las fuerzas represivas del estado burgués. La rápida desintegración del régimen del Sha llevó a muchos de estos comités a asumir las funciones de organización en los barrios, fábricas y cuarteles. Jomeini ordenó posteriormente que se disolviesen estos comités y mandó a los trabajadores volver a sus puestos de trabajo advirtiendo que “cualquier desobediencia o sabotaje al gobierno provisional será considerado como una oposición a la genuina revolución islámica”.

Sin embargo la contrarrevolución no se llevó a cabo sin resistencia. El nuevo régimen islámico que se iba consolidando creó una serie de órganos represivos para organizar la contrarrevolución: tribunales islámicos, ejercito Pasdaran y comités de imanes… que actuaban en las manifestaciones y en las reuniones en fábricas y cuarteles saboteando a los elementos auténticamente revolucionarios Se disolvieron a la fuerza muchos de los shuras, incluso con enfrentamientos armados en cuarteles y fábricas. Los directores de industrias y refinerías, mientras se mantuvo el poder obrero, tuvieron que negociar con los trabajadores para poder trasladar el combustible necesario a las ciudades. En la acería de Isfahan, por ejemplo, los directores tuvieron que negociar con los trabajadores de Kirman para obtener carbón. Los campesinos, en contra de lo que indicaban las autoridades islámicas, ocuparon tierras. Mujeres y estudiantes reclamaban sus derechos enfrentándose en muchos casos a las turbas fundamentalistas organizadas por el nuevo régimen para abortar el ambiente de protestas y exigencias.

El 1º de Mayo de 1979, 300.000 personas desfilaron por las calles de Teherán celebrando el día del trabajo por primera vez en veinticinco años. Las minorías nacionales se autoorganizaron y reclamaron su legítimo derecho a la autodeterminación, principalmente los kurdos, brutalmente aplastados con la invasión del Kurdistán a comienzos de la guerra contra Irak en 1981. Seis meses antes de la elección Bani Sadr (cuando ya se comenzó a consolidar definitivamente el régimen fundamentalista) 2 millones de personas salieron a las calles de Teherán en desafío al régimen de Jomeini, que solo pudo reunir 150.000 seguidores. En las elecciones el apoyo a las facciones fundamentalistas demostraba su propia debilidad, lo que se manifestó en un aumento constante de la abstención (de un 60 por ciento). La propia constitución fomentada por el régimen de los mulhas y de marcado carácter islámico sólo contó con el apoyo de un 40 por ciento de la población. En las primeras elecciones al Majlis (Parlamento Iraní), a finales de 1979, aún a pesar de toda la represión que se estaba desatando y de la propaganda antiimperialista usada por los clérigos para paralizar el proceso, la izquierda obtuvo casi 4 millones de votos. Desgraciadamente los partidos de izquierda no planteaban una alternativa y habían realizado una política de plena colaboración con el régimen de los mulhas. El 4 de noviembre de 1979 Jomeini mandó a sus extremistas al asalto de la embajada norteamericana comenzando la famosa crisis de los rehenes, una buena cortina de humo en una situación tan crítica para el régimen fundamentalista.

Las revoluciones pueden desarrollarse y también fracasar en periodos extremadamente cortos. El proceso que vemos en Venezuela actualmente supone una excepción a esto. La revolución rusa se desarrolló a lo largo de 1917, y en el caso de Irán todo el proceso de revolución y contrarrevolución se produce en un periodo de un año aproximadamente (mediados de 1978 hasta finales de 1979). La inexistencia de un partido revolucionario en Irán es la principal diferencia con relación al periodo de 1917. Si éste hubiera existido todas las fuerzas desplegadas por las masas en los diferentes frentes a que nos hemos referido anteriormente habrían podido canalizarse en un sentido muy concreto impidiendo la contrarrevolución fundamentalista.

En el caso de Venezuela también se produce la ausencia de este factor subjetivo, sin embargo el peligro proviene de los sectores reformistas que no quieren adoptar las medidas imprescindibles para la consolidación de la revolución: expropiación y nacionalización de la banca, la tierra y las industrias estratégicas; armar al pueblo; elegibilidad y revocabilidad de todos los cargos públicos en cualquier momento y el establecimiento del salario medio de un obrero calificado para todos los funcionarios para acabar así con la burocracia privilegiada.

Aunque la industria del petróleo se encuentre nacionalizada en Venezuela esto no será suficiente garantía como demuestra el caso de Irán en 1953, cuando la nacionalización de la industria del petróleo por sí sola no consiguió impedir el derrocamiento del gobierno. También es necesario el establecimiento de la democracia obrera para impedir la contrarrevolución, pero para ello es necesario un partido revolucionario que a través de los organismos de participación democrática de las masas (soviets, consejos o asambleas…) pueda impulsar a las masas de forma unitaria para el logro de sus naturales aspiraciones.

Sin partido revolucionario no es posible la consolidación de la democracia obrera, como demuestra el ejemplo de los shuras. Cuando en Venezuela las masas se ponen en marcha, al igual que en Irán esto responde a las condiciones de vida en que se encuentran. La quiebra del sistema capitalista en estos países es la condición objetiva que pone en marcha estos procesos revolucionarios. En Venezuela la pobreza, cuando Chávez llegó al poder, alcanzaba al 80% de la población, la corrupción en el seno de la cuarta república era escandalosa (procesamiento y condena de Carlos Andrés Pérez por estafa, corrupción en la central sindical CTV, etc…) y los recursos riquísimos del país estaba claro que no llegaban a la población. En Irán, como hemos visto, la situación era similar. La población campesina en ambos países se marchaba a las ciudades ante la penosa situación del campo y se concentraba en barriadas pobres que se conviertieron en cinturones de miseria en torno a las grandes ciudades. Tarde o temprano esta situación estalla. La quiebra del sistema capitalista también afecta a los pequeños comerciantes que terminan siendo desplazados por la competencia de las grandes multinacionales. Aunque estos sectores puedan tener una gran energía revolucionaria, se encuentran muy dispersos y en condiciones de existencia precarias y no disponen además ni de la capacidad de organización del proletariado ni de un programa político independiente y pueden, por tanto, ser objeto de las manipulaciones de demagogos reaccionarios. Esto es lo que ocurrió en Irán donde Jomeini obtuvo su apoyo de los pequeños comerciantes, que ansiaban un retorno a la más arcaica sociedad feudal, y de los pobres urbanos desempleados hacinados en las ciudades, que obtuvieron en algunos casos una recompensa ascendiendo en la escala social al pasar a formar parte de alguno de los grupos reaccionarios creado por el régimen para mantener el orden.

Reforma o revolución

Después de la Segunda Guerra Mundial el Tudeh (Partido Comunista de Irán) era el partido comunista más fuerte de Oriente Medio. En 1946 contaba con 275.000 afiliados de una población de 30 millones, compárese esto con los 8.000 miembros del Partido Bolchevique en 1917. Ese mismo año formó una federación sindical con 186 sindicatos afiliados y 350.000 miembros y organizó una huelga en la que participaron 65.000 trabajadores del petróleo logrando sus reivindicaciones básicas: aumentos salariales y mejora de las condiciones sanitarias. En 1943 en las elecciones a los 14 Majlis el partido Tudeh obtuvo 10. Las regiones del Kurdistán y Azerbaiján se declararon republicas autónomas controladas por el Tudeh que sin embargo fueron aplastadas con la retirada del ejercito soviético el 9 de mayo de 1946, siendo asesinados numerosos simpatizantes del Tudeh. Poco a poco la moral de los militantes del Tudeh se fue viniendo abajo. Stalin había disuelto Komintern en 1943 y tenía interés en mantener buenas relaciones con el Sha y no causar excesivos problemas a las potencias imperialistas, aunque sí los causara a los militantes de los partidos comunistas abandonados por su política exterior (Grecia, Italia, Irán…).

A principio de los años cincuenta, en pleno apogeo del Frente Nacional Iraní de Mossadegh, el Tudeh seguía teniendo bastante fuerza. Su actuación sin embargo fue bastante oscilante. No apoyó contundentemente la nacionalización del petróleo por Mossadegh (a pesar de haber contribuido a ella con la movilización de los trabajadores) alegando que éste era un representante de la burguesía nacional aliada con occidente. Aunque fuera cierto que Mossadegh representaba a la burguesía nacional y que miraba con cierta confianza a EEUU esto no impedía al Tudeh apoyar a Mossadegh en este trascendental paso tratando de hacerle ver la ingenuidad de su postura hacia los Estados Unidos. En el quinto pleno de 1958 el partido declaró que el éxito del golpe se debió a la ausencia de cooperación entre las fuerzas opositoras, el partido Tudeh y la burguesía nacional: “La desconfianza natural con la que la burguesía nacional miraba a la clase obrera, estaba agravada por el fracaso del partido a la hora de comprender la naturaleza de la burguesía nacional y su potencial antiimperialista. Esto llevo a que el partido adoptara tácticas equivocadas con relación al gobierno de Mossadegh”. Cuando el 16 de agosto de 1953 se produjo el golpe algunos dirigentes del Tudeh ofrecieron a Mossadegh movilizar a sus seguidores. El hecho de que el dirigente iraní rechazara esta oferta no justifica la falta de actuación de Tudeh, que tendría que haber sacado a sus seguidores a las calles para hacer frente a la contrarrevolución. En este sentido debemos destacar el testimonio de Noorudin Kianouri (Secretario del Partido durante 1979), que demuestra la debilidad de Mossadegh y las posibilidades reales que tuvo el Tudeh de actuar: “Tenemos información de que unidades del ejercito apoyan el golpe. Contactamos con Mossadegh por segunda vez y responde ‘todo el mundo me ha traicionado, ahora eres libre de llevar adelante tu responsabilidad de la forma en que desees’. Le pregunte otra vez por la emisión del mensaje, pero desgraciadamente en lugar de darme una respuesta, escuche la voz de alguien desconectando el teléfono”.

Más bochornosa fue la actuación del partido en la revolución de 1979. Una vez que había triunfado la revolución, el partido debía haberse dirigido a las shuras como Lenin se dirigió a los soviets. Tendría que haber organizado esta forma embrionaria de organización obrera, haber apoyado las exigencias de las mujeres, los estudiantes y las minorías nacionales, y haber denunciado las maniobras de la casta clerical y su carácter reaccionario. El Tudeh hizo todo lo contrario, plegándose plenamente a los dictados de Jomeini y de su revolución islámica. Cuando se celebró en abril de 1979 el referéndum fraudulento sobre el carácter islámico de la república, que planteaba elegir entre esta opción o el régimen del Sha, el Tudeh no denunció la maniobra que esto suponía indicando que “el referéndum para nosotros significa el sepelio del régimen del Sha… porque queremos la unidad con el pueblo, apoyamos con entusiasmo el referéndum”. El partido apoyó las cortes islámicas e incluso denunció como agentes del Savak y la CIA a aquellos que las calificaban, muy acertadamente, de contrarrevolucionarias. A principios de 1980 el Tudeh dejó muy clara su posición en el 6º pleno: “El deber principal del partido en el terreno político es cooperar con las auténticas fuerzas revolucionarias, el Partido apoya claramente a aquellos que están detrás del ayatolá Jomeini”. Para aquellos que argumenten que esta posición del Tudeh era pragmática para conectar con el carácter religioso de las masas, no tengo más que remitirlos a lo ya dicho sobre la revolución de 1979 y su carácter genuinamente proletario. El Tudeh cometió en 1979 un suicidio político. Una vez consolidado, el régimen islámico aplastó a los militantes de los partidos de izquierda que tuvieron que pasar a la clandestinidad. Cuando las fuerzas represivas aplastaban los shuras se oían consignas como “unidad, unidad, el secreto de la victoria”. No comprendieron los partidos de izquierda que dicha unidad con los fundamentalistas islámicos tenía inevitablemente que concluir con el aplastamiento de una de estas dos fuerzas. El abandono de una política de independencia de clase abrió el camino a la contrarrevolución y permitió la derrota del proletariado iraní.

Hoy en día para consolidarse, la Revolución Bolivariana necesita del triunfo del socialismo en Venezuela. Pero para ello es requisito imprescindible la existencia de un partido genuinamente revolucionario con autoridad entre las masas; esta es la tarea del momento. Hugo Chávez es un hombre honesto que ha sacado conclusiones, pero él solo no puede completar la revolución; ni acabar con la burocracia reformista. Lenin y Trotsky sin el partido bolchevique no habrían podido triunfar, pero tampoco el partido bolchevique sin ellos. De ahí la importancia de la ardua tarea de la construcción del partido y la necesidad de analizar críticamente los acontecimientos revolucionarios del pasado, a fin de no repetir los errores que los llevaron a la derrota.