LA CUMBRE DE CANCÚN

La reunión de la Organización Mundial de Comercio (OMC) desarrollada en Cancún en septiembre de 2003 simplemente no logró ningún resultado favorable para el proceso de integración de la economía mundial. Por el contrario, los únicos logros de esa reunión fueron una mayor polarización de las posiciones y una más profunda fragmentación entre los integrantes de este organismo internacional

LA OMC AL BORDE DEL PRECIPICIO

Las naciones no tienen amigos sino intereses (George Washington)

La reunión de la Organización Mundial de Comercio (OMC) desarrollada en Cancún en septiembre de 2003 simplemente no logró ningún resultado favorable para el proceso de integración de la economía mundial, por el contrario los únicos logros de esa reunión fueron una mayor polarización de las posiciones y una más profunda fragmentación entre los integrantes de este organismo internacional.

En general la cumbre fue sometida a dos posturas que hasta ese momento se presentaron como irreconciliables: por un lado la de los países menos desarrollados exigiendo que las naciones industrializadas reduzcan los subsidios a sus agricultores, y por otro la de los países desarrollados, particularmente los EEUU, Japón y los agrupados en la Unión Europea (UE), que dicen que sólo harían dicha concesión bajo la condición de que primero los llamados países en desarrollo abran completamente sus mercados al comercio de bienes del campo.

Estas posturas polarizaron a los miembros de la OMC y el grupo de los 21 (integrado por países de mediano desarrollo) terminó siendo en los hechos de 23; junto a ello el grupo ACP, formado por cien naciones de Asía, Caribe y Pacifico se manifestó como una fuerza con mayor peso relativo con relación a pasadas reuniones. Todas esas naciones se manifestaron como un bloque contra las posturas de los países imperialistas.

Pero las cosas no se quedaron ahí, el endurecimiento de posturas también arrojó otro resultado: la creación de un nuevo grupo integrado por 16 naciones, entre ellas Venezuela, Cuba, Malasia y otros de África, con una postura que destaca que ellos nos están dispuestos a continuar con ningún tipo de acuerdo hasta que quede bien claro los beneficios que obtendrán a partir de liberalizar sus economías.

La bomba que estalló en Cancún: los subsidios agrícolas

Las diferentes posturas sobre los subsidios agrícolas fueron lo que en esta oportunidad impidió el avance de la OMC. Si bien es cierto que las distintas posiciones sobre este tipo de subsidio en algunos casos también esconden el deseo de arrancar algún tipo de concesión en otro tema (por ejemplo, lograr un acuerdo migratorio con los EEUU favorable para México), las razones que motivaron el desencuentro nos son ninguna clase de cuestión secundaria entre los países de los diferentes bloques.

Hoy en día la mitad del comercio mundial de granos lo monopoliza tan sólo cuatro enormes consorcios internacionales: Nestlé, Kraft, Sara Lee y Procter & Gamble. Las ganancias anuales de estas empresas superan los $US 100 mil millones. Ello al mismo tiempo que el 74% de las exportaciones agrícolas lo concentran las 14 naciones más desarrolladas. Todo ello en buena medida gracias a la enérgica política que las principales naciones capitalistas han ejercido sobre la agricultura a escala internacional a lo largo de las décadas posteriores a la II Guerra Mundial, consistente en controlar los precios internacionales de las materias primas (los cuales se encuentran es su nivel más bajo en cuando menos los últimos cien años), transformando por las buenas o por las malas, naciones enteras en enormes campos agrícolas bajo su control (el caso del golpe de Estado promovido por la norteamericana United Fruit Company que en julio de 1954 derrocó a Jacobo Arbenz tras la reforma agraria en Guatemala es un ejemplo más que ilustrativo), e inyectando enormes volúmenes de capital por medio del gobierno a su sector agrícola. Sobre esta última cuestión tan sólo en el 2002 los subsidios de las naciones ricas a su agricultura alcanzó el monto de los $US 318.000 millones, de los cuales tres cuartas partes se destinaron a mantener precios bajos y generar excedentes para la exportación.

El control sobre la agricultura, sus productos y su mercado, desde luego que ha significado durante décadas jugosas ganancias para las naciones imperialistas y la condición para que las cosas sigan siendo así es no modificar en lo esencial ninguno de los mecanismos hasta ahora empleados. Pero a esta realidad se agrega otra variable que les hace imposible a las naciones imperialistas dar marcha atrás en su política agraria, nos referimos al enorme desarrollo alcanzado por las fuerzas productivas durante la década de los noventa a partir del desarrollo de la ciencia y de las nuevas tecnologías, lo cual ha hecho que en este caso la hectárea de cultivo en este tipo de países sea por mucho más productiva que en el pasado. Ahora naciones como los EEUU por sí sola podría cubrir sin mucho problema la demanda mundial de granos.

Pero sucede que este mismo potencial lo poseen otras naciones desarrolladas. Este hecho se enfrenta a una cuestión objetiva y que va mas lejos de la buena o mala voluntad para negociar de los países representados en la OMC: los limites naturales del mercado mundial y el estrecho marco del Estado nacional.

Los países imperialistas tienen que enfrentar los problemas relacionados con una agricultura más competitiva. Esto que de por sí ya era un problema para estas naciones en pleno boom económico (no olvidemos la llamada guerra del banano entre EEUU ya la UE y el veto impuesto por esta última en 1997 a los productos modificados genéticamente y a la carne vacuna tratada con hormonas de origen yanqui), ahora se ha trasformado en una complicación de mayor peso en un contexto actual de estancamiento económico a escala internacional.

Otra razón de peso y que se junta a las cuestiones relacionadas con la problemática del mercado mundial es lo que los países imperialistas definen como política de seguridad nacional. En esta política son varios los rubros que intervienen, desde el fortalecimiento del potencial militar hasta el control de materias primas clave como el petróleo. Pero en dicha política los alimentos también juegan un papel preponderante: ¡ninguna potencia imperialista se puede dar el lujo de poner en riesgo sus reservas alimentarias¡ Una nación imperialista que optara por medidas en sentido contrario a esta lógica, se vería ante el enorme riesgo de padecer importantes y nocivas consecuencias sociales y políticas al interior de su territorio, al mismo tiempo que su dependencia alimentaria lo pondría de rodillas ante el resto de naciones imperialistas. Los subsidios agrícolas tienen, entre otros objetivos, impedir que eso suceda. Si alguien es escéptico ante este argumento habrá que recordar el caso de la antigua Unión Soviética en la cual su bancarrota agrícola jugó un papel más que relevante para que la burocracia estalinista claudicara ante cada una de las exigencias de las naciones imperialistas, dando como resultado la restauración del capitalismo y la pérdida del papel de súper potencia mundial que poseía ese país.

Esa son las razones de peso que impiden que los países industrializados den marcha atrás en su política agrícola. Ante hechos tan contundentes es difícil esperar en el futuro cambios de fondo en este rubro, en todo caso lo único que se podrá lograr son reformas menores que en lo sustancial no modifiquen la política de subsidios.

Alguien tiene que pagar los platos rotos

Aunque de forma el problema de los subsidios agrícolas se manifestó en Cancún como una contradicción entre países ricos y pobres, el contenido real de dicha disputa es el enorme potencial agrícola de las potencias imperialistas. Estas potencias no protegen la agricultura de los países atrasados los cuales poseen una infraestructura agrícola en ruinas, un buen ejemplo de ello es México en el cual el deterioro de este rubro arroja como resultado que, por mencionar un caso, los productores mexicanos de maíz logren por cada hectárea un promedio de 2 toneladas de grano con costos de producción superiores a los de un productor de maíz en los EEUU, quien obtiene en promedio ocho toneladas de grano por hectárea. La liberalización para México ha dado como resultado que las importaciones agrícolas de origen americano en 1993, que antes del TLC, eran de mil 804 millones de dólares llegaran a los 11 mil millones en 2001.

Y este es el caso de un país, México, el cual está considerado entre las 10 economías más fuertes del planeta. El resto de los países atrasados poseen una infraestructura agrícola igual o peor que la mexicana, por ello no representan un verdadero dolor de cabeza para los imperialistas, de hecho las ganancias calculadas para los países pobres en caso de que se retiraran los subsidios de acuerdo al Instituto Internacional de Investigación Sobre Alimentos (IFPRI, por sus siglas en inglés) alcanzarían aproximadamente los $US 40.000 millones. Esta cantidad no alcanza ni la mitad de los beneficios anuales de los cuatro grandes monopolios del alimento.

A pesar de que esa última cifra no es desdeñable para nadie, ni para las multinacionales ni para los países pobres, la realidad es que se trata de un cálculo hipotético. Bajo ninguna circunstancia las naciones pobres están en condiciones de competir en materia agrícola, ni en otro rubro, en condiciones de igualdad con las potencias imperialistas. Eso es una fantasía y lo saben los países industrializados. A los agricultores mexicanos también se les habló de las enromes bondades que atraería para ellos el TLC y a la luz de los hechos los resultados han sido totalmente distintos.

La sed de divisas de los países atrasados es la razón que los motiva a reclamar la reducción o eliminación de los subsidios, pero su reclamo por acceder a una tajada mayor del pastel del mercado mundial de alimentos no es la razón de peso de la negativa de los países desarrollados. La razón de peso es el temor al daño que una potencia imperialista le podría provocar a otra en caso de que existiera una política distinta a la actual, respecto a los subsidios agrícolas, más en un contexto de crisis económica que hace que el mercado mundial cada día se reduzca.

Pero esa contradicción no puede permanecer en un impasse indefinido, tiene que encontrar una salida. Y esa salida no puede encontrar otro cause sino es por medio de los eslabones más de débiles de la cadena del capitalismo mundial: los países atrasados. El imperialismo posee hilos muy poderosos para doblegar la voluntad de cualquier gobierno de un país atrasado que se oponga a sus intereses e intentará a toda costa que en esta ocasión sea así. La deuda externa juega ese papel cada vez que el imperialismo lo necesita, también usan la dependencia tecnológica, las inversiones, los aranceles, el permiso de entrada de artículos exportados por los países pobres, etcétera.

Al respecto de esto último, existen evidencias de que el imperialismo tratará que sus condiciones nuevamente se impongan. Un caso es lo que ya se conoce como la Guerra de los Salmones por medio de la cual los EEUU pretenden imponerle una tasa arancelaria del 40% a las exportaciones chilenas de salmón, las cuales hasta el momento aun poseen un arancel cero; en el caso de México está el embargo a las exportaciones atuneras a suelo yanqui y sobre Brasil pesa la elevación de los aranceles del acero para los países que no están en el TLC, exceptuando Turquía, Argentina y Tailandia. Ejemplos de esa naturaleza se pueden encontrar en otros países de otras regiones del planeta.

Otra medida que nos ilustra el camino que seguirá el imperialismo, en concreto el de los EEUU, es el reciente veto impuesto por el Departamento del Tesoro al Mecanismo Soberano de Reestructuración de la Deuda (MSRD), propuesto por el FMI que le otorgaba un limitado margen de maniobra a las naciones pobres estableciendo salvaguardas para los acreedores. Dicho mecanismo fue rechazado por EEUU pues no está dispuesto a retroceder ni un centímetro en una medida que por décadas le ha redituado importantes beneficios tanto económicos como políticos.

Lo que se vislumbra bajo este panorama es en todo caso una arremetida más salvaje por los imperialistas en contra de la agricultura de los países pobres. Intentarán con todo avanzar en este camino, antes de pasar a otro terreno en la búsqueda de soluciones a sus problemas de sobreproducción agrícola.

No será fácil para el imperialismo

Pero a pesar de lo dicho, las naciones pobres presentaron una enorme resistencia en Cancún a los deseos de los imperialistas. Esto, como ya lo explicamos antes, tiene que ver con las sed de divisas y las aspiraciones de un sector de su burguesía fuertemente ligado a la agricultura local. Pero hay algo más que también es una enorme presión para las burguesías y sus gobiernos en los países pobres: la clase obrera y el resto de los sectores oprimidos ya han dado muestras de que su paciencia se está agotando y que no están dispuestos a permitir que sus intereses sigan siendo aplastados. El péndulo ha empezado a moverse hacia la izquierda.

En América Latina este proceso ha quedado más que evidente en los últimos tres años, en esa región del planeta durante ese tiempo hemos sido testigos de abiertos procesos revolucionarios, tal es el caso de Argentina y Venezuela, e importantes derrotas parciales a las políticas privatizadoras: en Perú Toledo se vio obligado a dar marcha atrás en la privatización de la industria eléctrica, lo mismo ocurrió en Costa Rica y casos similares se vivieron en Bolivia con el sistema de agua potable en Cochabamba y en El Salvador con la red de sanidad pública. Esos son sólo algunos ejemplos.

Durante aproximadamente las últimas dos décadas, el imperialismo y la burguesía de este tipo de países ha podido avanzar en sus planes sin grandes obstáculos de frente, pero las cosas han cambiado y la clase obrera ha entrado en escena (incluso en los países desarrollados donde en casos como los de Italia, España, Austria, hemos sido testigos recientemente de importantes huelgas generales). En esta ocasión el imperialismo para avanzar en sus medidas, tendrá que enfrentar a una clase trabajadora robustecida de los países pobres que, por ejemplo, en el caso de Venezuela necesitó tan sólo unas cuantas horas para derrotar a un golpe militar en abril del 2002.

El auge del movimiento de los trabajadores y el resto de sectores oprimidos junto con el fantasma de los acontecimientos en diciembre del 2001 en Argentina, se han trasformado al mismo tiempo en enormes temores de los gobiernos de los países atrasados. Eso no les permite llevar a cabo fácilmente lo que les pide el imperialismo; tan es así que estas naciones por el momento no han cedido ante el canto de las sirenas de las ofertas del FMI, que facilita préstamos a aquel país cuya economía ha sido afectada por la apertura comercial, tal como lo prometió en mayo pasado el director de este organismo, Horts Köhler en una reunión con el Consejo General de la OMC. En todo caso, en general, estos gobiernos tratarán de arrancarles unas cuantas migajas más al imperialismo para intentar justificar las medidas que se tomen en cuando sucumban a las presiones. Pero contar con el beneplácito de los trabajadores y los campesinos será muy difícil, cualquier nuevo intento de ataques detonará una importante resistencia por parte de las masas empobrecidas.

En esta ocasión el verdadero obstáculo para el imperialismo no serán los intereses de algunos sectores de la burguesía de las naciones atrasadas, sino la clase trabajadora. Sólo bajo la condición de una derrota aplastante sobre el proletariado de estos países el imperialismo podrá profundizar su rapiña.

¿Se derrumbará la OMC?

El alto costo en todos los aspectos de la II Guerra Mundial terminó por convencer a las potencias imperialistas de que ya no podían continuar utilizando este tipo de conflagraciones como un mecanismo para solucionar sus problemas y extender sus esferas de influencia, por ello en mayo de1948 crearon el Acuerdo General sobre Tarifas y Comercio (GATT). Gracias a esa medida y a la sustitución de ese mecanismo por la OMC en enero de 1995, el comercio mundial se multiplicó en 18 veces entre 1948 y 1998 pasando del 7 al 17% del producto mundial.

No fue un camino fácil el que llevó a ese logro, también enfrentó contradicciones; pero a diferencia de la actualidad, el comercio se desarrolló en un contexto en el que las fuerzas productivas experimentaron uno de los avances más explosivo y vertiginosos de toda la historia del capitalismo, particularmente durante el boom de la II posguerra. Bajo esas condiciones por ejemplo, durante los 10 años anteriores a 1973, la economía de Japón creció 141%. Canadá lo hizo en un 69%, Francia en 61%, Alemania occidental en 54% y EEUU en 48%. Todo ello y las energías acumuladas gracias al auge económico, permitió durante un tiempo a estas potencias llegar a acuerdos comerciales sin arriesgar sus intereses.

Ahora las cosas son diametralmente distintas dado que durante las últimas dos décadas la economía de esas potencias, junto con la economía de todo el planeta, se ha desarrollado a un ritmo muy lento producto de la decadencia del capitalismo. Japón que durante años fue considerado un país modelo del capitalismo, se aproxima a los tres lustros de recesión económica y con una deuda que abarca el 186% de su Producto Interno Bruto (PIB).

El boom de los años 90 fue raquítico, de hecho durante su primera mitad fue conocido como el boom triste (1990-95). Las cosas mejoraron en cuanto las medidas para extender el mercado mundial, empezaron a funcionar y los obreros norteamericanos lograron incrementar la productividad. Durante el boom de los 90 EEUU fue el principal motor, por no decir el único, de la economía mundial, el importante auge de su mercado interno le permitió absorber cuantiosas cantidades en importaciones de mercancías elaboradas en todo el mundo, pero el costo ha sido demasiado alto.

Las enormes importaciones norteamericanas gradualmente entraron en contradicción con la enorme capacidad productiva de ese país, empujando al mercado interno a una sobresaturación con severas secuelas perniciosas para su industria la cual ya cumula inventarios sin vender por 1.5 billones de dólares. Esto ha orillado a la titánica industria norteamericana a mantener ociosa el 27% de su capacidad con las lógicas consecuencias en la destrucción de empleos: en lo que va del mandato de G. W. Bush han perdido su trabajo cuando menos dos millones de norteamericanos.

La economía yanqui ya tiene enormes problemas y se profundizarán aun más. Su déficit presupuestario, de acuerdo al pronóstico elaborado por la Oficina Presupuestaria del Congreso, en 2004 llegará la los $US 480.000 millones. Y en lo que respecta a la balanza comercial posee un déficit que ya ronda en los $US 500.000 millones.

Durante el boom, la economía fue estimulada ensanchando el mercando interno por medio de la reducción de las tasas de interés y eso se logró en cierta medida, pero lo único que hizo fue retrasar por cierto tiempo, pero no impedir, la sobre saturación de mercancías en el mercado. Ahora la FED, al lado de otras medidas implementadas por el gobierno, está tratando de emplear los créditos baratos (los cuales ya se encuentran en su nivel mas bajo -el 1%- en los últimos 45 años), para intentar revertir la difícil situación de la economía de los EEUU pero no ha tenido éxito. Por el contrario, la política de la FED está a punto de transformarse en su contrario: las deudas personales ya acumulan un monto de 1.7 billones de dólares ¡El doble de la deuda externa de América Latina! En los últimos meses ya se han registrado 1.57 millones de quiebras personales. Un informe de BBC Mundo del 11 de agosto de este año ya refleja una tendencia que necesariamente se incrementará en los próximos meses: de acuerdo a esta agencia informativa, la baja en el uso de tarjetas de crédito por parte de los consumidores norteamericanos equivale a 1.3 billones de dólares no gastados. Las consecuencias sobre el mercado interno americano serán traumáticas a partir de estos fenómenos.

Como podemos ver las reservas de energía de la economía de los EEUU empiezan a denotar importantes síntomas de agotamiento. Cada una de las medidas que se han tomado no ha surtido efecto perdurable y la deflación ya es un peligro más que latente. Las declaraciones de Paul O’Neill, Secretario del Tesoro, hechas en noviembre del año pasado sintetizan en líneas generales el estado de la economía del imperialismo yanqui. De acuerdo a sus propias palabras, "… parte de que nuestro producto interno bruto no esté aumentando un 3.5% o un 4% es que no tenemos una demanda extra." Y por su parte la consejera de seguridad, Condolezza Rice ya ha expuesto claramente la actitud del imperialismo ante su problemas: de acuerdo a ella los EEUU "… deben partir del suelo firme de sus intereses nacionales y olvidarse de los intereses de una comunidad internacional ilusoria." Y la realidad de las cosas es que los EEUU no tiene otro camino si es que no están dispuestos a perder su rol como la máxima potencia imperialista.

En estos momentos para los EEUU se ha trasformado en una necesidad doblemente urgente sacar a flote a su industria para intentar impedir que se profundice la recesión, para ello requiere tres condiciones: uno, incrementar la productividad de sus trabajadores (para lo cual se necesitarán ataques más salvajes en contra de la clase trabajadora por distintos medios) dos, extender sus posiciones en el mercado mundial y, tres, proteger a su industria de la competencia externa.

Pero paradójicamente esas pretensiones son similares a las que también tiene el resto de países desarrollados, especialmente aquellos que integran la UE. En este esquema cada potencia industrial tiene puesto el ojo en el mercado de otras potencias industriales y en el resto de países. Tomado en cuenta ello y la contracción del mercado mundial producto de la crisis económica, lo que tenemos de frente es una receta acabada para importantes pugnas comerciales no vistas durante las ultimas décadas, porque conforme la crisis se profundice (Alemania, el principal motor económico de la UE, a finales del primer semestre entró en recesión y Francia está a pocos pasos de ello), cada nación imperialista entenderá como acuerdos comerciales el imponer sus intereses y su voluntad.

De este modo la viabilidad de la OMC, que desde Seattle (diciembre de 1999) ha ido fracaso tras fracaso, está más que en duda y los objetivos de la Declaración de Bogor (Indonesia 1994), consistentes en lograr un régimen de libre mercado entre los países desarrollados para el 2010 y para las naciones pobres en 2020 se hacen cada vez más lejanos.

Los EEUU van por todo

Ya a estas alturas existen muestras más que serias que apoyan lo dicho en el anterior párrafo. Una de ellas es la guerra del acero, iniciada por los EEUU al momento de subir un 30% los aranceles de la importaciones no provenientes de los países integrados al TLC, con excepción de Argentina, Tailandia y Turquía. Dicha medida que, de acuerdo a la UE representaría pérdidas anuales por $US 2.000 millones para sus productores de acero, fue respondida por la UE con el incremento temporal a los aranceles aceros extracomunitarios del 26%. De esta forma la UE intentó impedir que el acero, especialmente el asiático, que ya no entraría a los EEUU, tuviera como destino final el territorio de sus integrantes. Los pagadores de esta guerra terminaron siendo China, Japón, Rusia, Brasil y otros importantes productores de acero.

Además de contar con su ley antidumping de 1916, la cual usa como un as debajo de la manga cada que lo necesita, el imperialismo yanqui cuenta con otras medidas indirectas a fin de proteger a su industria. Entre estos casos se encuentra la manipulación del valor de dólar. Es cierto que la aparición del euro hace tres años y la conversión de parte de sus reservas internacionales de algunos países árabes a la moneda de la UE, tuvo un efecto devaluatorio para el dólar, pero eso por sí mismo no explica la depreciación del billete verde de casi un 25%.

La calificadora Goldman Sachs asegura que para bajar el déficit de la cuenta corriente, es necesario devaluar el dólar en un 40%. Y la FED, coincidiendo con esa idea ha hecho lo que le corresponde: un informe de esta dependencia, en julio del 2002, destaca que la oferta monetaria subió a lo largo del 2001 en 12.75%, sumando 7.8 billones de dólares. Y para ese mismo año el Departamento de Comercio reportó que el índice de precios sólo se incrementó en un 3%. De acuerdo a Ben Barank, uno de los gobernadores de la reserva federal, "el gobierno de los EEUU tiene una tecnología llamada ´maquinita´… que permite producir tantos dólares como desee esencialmente a ningún costo."

Con este tipo de medidas los EEUU pretenden hacer más competitivas sus mercancías, especialmente frente a las de la UE. De hecho para el Banco Central Europeo ya se han prendido las luces de alarma y tiene serios temores de que, de continuar las cosas por ese camino, la paridad pueda llegar a la de dos dólares por cada euro.

En ese mismo sentido también se orienta la exención de impuestos establecida por el gobierno de Bush y que ha beneficiado significativamente a gigantes industriales como Microsoft y otras empresas. Todas esas medidas sin olvidar que, a diferencia de otras potencias imperialistas, la negativa de los EEUU a firmar el Protocolo de Kyoto, exime a la industria norteamericana de sumar a sus costos los gastos relacionados con la protección del medio ambiente.

La UE, que también está sedienta de materias primas baratas y urgida por ampliar sus mercados, ya ha reaccionado frente a la política norteamericana elevando los aranceles del acero, promoviendo un sinfín de controversias contra el imperialismo yanqui en la OMC, amenazando con elevar los aranceles para los textiles y los cítricos norteamericanos, etcétera. Una más reciente iniciativa por parte de la UE, es el anuncio hecho en agosto pasado, de que sancionará con una multa de hasta el 10% de sus ventas a Microsoft en caso de que no "dé argumentos convincentes" que demuestren que no está abusando de su "posición dominante". Este capitulo aun está por escribirse, pero no resulta difícil afirmar que en caso de cumplirse las amenazas contra el gigante de la informática, la respuesta del imperialismo yanqui no tardará en expresarse por medio de actos represivos hacia la UE.

En síntesis, lo que existe de frente son tendencias que más que favorecer los acuerdos comerciales, están sembrando el camino de minas que en un momento determinado podrían estallar en nuevas y más encarnizadas guerras comerciales. El ritmo y el grado con que ese proceso se desarrolle estarán, principalmente, sujetos a la intensidad con que se profundice la crisis económica internacional y la manera en que esto empuje cada vez más a un callejo sin salida a las economías de las principales potencias imperialistas.

Por una Federación Internacional Socialista

En 1930 el presidente norteamericano Hoover, frente a la recesión que se vivía en esos momentos, firmó la Ley Smoot-Hawley, la cual definió el incremento de los aranceles de algunos productos en un 100%. En un año, más de 25 gobiernos decretaron leyes similares haciendo que el mercado mundial y todos los acuerdos estallaran en mil pedazos, la economía se hundió y la humanidad fue empujada a la carnicería de la II Guerra Mundial.

El panorama tal como se presenta hoy en día no presenta condiciones favorables para avanzar en los acuerdos pendientes de la OMC y si, por el contrario, para intensificar las tendencias proteccionistas y dejar de lado los anteriores acuerdos. La deflación y la caída de los beneficios no le dejará otro camino a las potencias imperialistas. Todo ello nos hace pensar que antes o después la economía de todo el planeta colapsará de forma similar a lo sucedido en los años 30 del siglo pasado, en el entendido que no existe una crisis final del capitalismo y que mientras la clase obrera no tome el poder, los capitalistas encontrarán salidas parciales y temporales a la crisis económica de su sistema hincando la rodilla en la espalda de la clase obrera. Si bien por el momento las naciones imperialistas tienen descartada una confrontación bélica entre ellas para luchar por un nuevo reparto del mercado mundial, los pasados acontecimientos de Afganistán e Irak nos permiten suponer que las diferentes potencias imperialistas, especialmente la yanqui, optarán cada vez más por ese recurso para tratar de imponer sus condiciones y salvar los beneficios y el pellejo de sus multinacionales.

También otra cosa que está fuera de duda, es que un nuevo colapso económico tendrá efectos incluso más demoledores que en pasadas crisis sobre los trabajadores y sus condiciones de vida y que la recuperación del sistema capitalista en esta ocasión exigirá de los trabajadores de todo el planeta sacrificios aun nos vistos en la historia de este sistema de explotación y hambre.

Parece increíble que bajo el enorme grado de integración de la economía a escala internacional y el fenomenal desarrollo de las fuerzas productivas alcanzados a la fecha el hambre, la miseria y el desempleo mas que revertirse se hayan desarrollado. Esas dos precondiciones han creado la base material para suprimir de una vez por todas cada uno de los más importantes flagelos de la humanidad, sin embargo eso bajo el capitalismo se ha trasformado en su contrario y la razón de ello es la propiedad privada sobre las palancas fundamentales de la economía y la existencia de los estados nacionales. Esa simple razón, hace de cualquier idea -por bien intencionada que sea- que plantee la necesidad de luchar por un comercio mas justo y un capitalismo más humano, una verdadera fantasía.

La única manera de aprovechar en beneficio de la humanidad cada uno de los avances económicos y tecnológicos, es expropiando a la burguesía en cada uno de los diferentes países y poner los medios de vida bajo el control democrático de los trabajadores, e integrar al mismo tiempo una Federación Socialista a escala internacional. Los más reciente episodios de la lucha de clases han sido profundamente marcados por el sello de la clase trabajadora, así lo indican los acontecimientos en el conjunto de los países atrasados, en especial en América Latina y las estupendas huelgas generales en Europa; y ni qué decir de las multitudinarias movilizaciones en contra de la intervención en Irak que se desarrollaron en todo el planeta.

En todos estos casos, los trabajadores han dejado mas que de manifiesto su deseo por trasformar su realidad. Lo que en estos momentos hace falta es una alternativa que pueda echar profundas raíces entre las masas y que les ofrezca un programa de lucha que oriente todo el ánimo en la dirección correcta: la supresión de la propiedad privada sobre los medios de vida y la instauración del socialismo internacionalmente, la única forma de terminar con la barbarie capitalista.

19 Septiembre de 2003