La Conferencia de Zimmerwald – el cambio de la marea

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Hace 100 años, el 5 de septiembre de 1915, un pequeño grupo de socialistas internacionalistas se reunió en el pueblecito suizo de Zimmerwald. Fue el primer intento de unir a los socialistas que se oponían a la guerra.

La Primera Guerra Mundial

El estallido de la guerra en agosto de 1914 representó un punto de inflexión fundamental en la historia mundial y del movimiento obrero internacional. Europa se sumió en un terrible baño de sangre del que fueron responsables directos los dirigentes de la Internacional Socialista. Es difícil imaginar hoy el impacto que tuvo la decisión, por parte de los dirigentes de los partidos de la Internacional Socialista, de apoyar a “su” burguesía. Cayó como un rayo en la clase obrera.

La posición de los líderes de la II Internacional respecto a la I Guerra Mundial significó de hecho el colapso de la Internacional. A partir de ese momento, la cuestión de la guerra concentró la atención de los socialistas en todos los países. Fue la traición más grande en la historia del movimiento obrero internacional, que impactó y desorientó profundamente a las filas de la Internacional.

Inicialmente, cuando Lenin leyó en Vorwärts (“Adelante”), órgano oficial de la socialdemocracia alemana, que los miembros del Partido Socialdemócrata (SDP) del Reichstag habían votado a favor de los créditos de guerra, pensó que se trataba de una falsificación del Estado Mayor alemán para desacreditar a la socialdemocracia (la reacción de Trotsky fue idéntica). ¿Cómo podía suceder esto cuando congreso tras congreso se había votado por unanimidad la oposición a la guerra imperialista y el uso de todos los medios para derrocar al capitalismo? Sin embargo, no tuvo dudas una vez que fue confirmada la verdad. Exigió la escisión completa con los Social Chovinistas.

En aquel momento, el peligro más grande para Lenin no residía tanto en la derecha socialdemócrata, cuya traición era clara y palpable, sino en los “centristas” como Kautsky, quienes ocultaban su oportunismo detrás de una astuta ambigüedad y frases pacifistas. Luchó para convencer al pequeño grupo de internacionalistas de la imposibilidad de cualquier acercamiento con los líderes socialdemócratas que habían apoyado la guerra. Por esta razón, Lenin adoptó un tono implacable e intenso, que ofendía la sensibilidad de algunas personas. A estas quejas, Lenin básicamente respondía encogiéndose de hombros. Siempre le preocupó más la claridad teórica y los principios, aun a riesgo de ofender a algunos.

No abandonó en ningún momento la idea de volver a crear una auténtica Internacional revolucionaria. Pero se opuso radicalmente a cualquier sugerencia de recrear la vieja II internacional socialdemócrata, a la que Rosa Luxemburgo describió correctamente como un cadáver putrefacto. Ya, en ese momento, la idea de una nueva Internacional se estaba formando en la mente de Lenin. Pero era muy consciente de que no se podría proclamar por sí sola. Se construyó a través de una lucha contra los social chovinistas y la cristalización de una tendencia revolucionaria internacionalista.

El hecho es que Lenin estaba aislado al comienzo de la guerra. Hizo todo lo posible por contactar con las tendencias de izquierda de los partidos socialdemócratas de otros países. Siguió muy de cerca la vida interna de todos los partidos socialistas, analizó la prensa socialista extranjera, apoyó con entusiasmo cada ataque dirigido al social-chovinismo. A todos los bolcheviques que vivían en el extranjero se les pidió que organizaran “clubes internacionalistas” locales. A los que sabían la lengua del país se les pidió que participaran en el movimiento obrero, especialmente en los partidos socialistas.

La verdad es que muy poca gente logró mantener sus posiciones en ese momento. Lenin en Rusia; Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht en Alemania; los dirigentes de los socialdemócratas serbios; James Connolly en Irlanda; y John Maclean en Escocia, fueron excepciones a la regla. Trotsky había adoptado una posición claramente revolucionaria contra la guerra, tal como se expresa en su libro La guerra y la Internacional.

Durante su exilio en París, Trotsky publicó un periódico ruso, Nashe Slovo, que defendía los principios del internacionalismo revolucionario. Con sólo un puñado de colaboradores y aún menos dinero, pero con enormes sacrificios, lograron publicarlo diariamente, un logro único, inigualable para cualquier otra tendencia en el movimiento ruso, incluyendo a los bolcheviques de aquel tiempo. En su autobiografía, Mi vida, Trotsky recuerda que el papel de Nashe Slovo fue reconocido en la Conferencia de Zimmerwald:

“Los delegados franceses señalaron en su informe el valor de Nashe Slovo en el establecimiento de un contacto de ideas con el movimiento internacional en otros países. Rakovsky señaló que el Nashe Slovo había jugado un papel importante en establecer el desarrollo de la posición internacional de los partidos socialdemócratas balcánicos. El partido italiano estaba familiarizado con Nashe Slovo, gracias a las muchas traducciones de Balabanova. La prensa alemana, incluyendo los periódicos del gobierno, mencionaba a Nashe Slovo más que a ningún otro diario; igual que Renaudel intentó apoyarse en Liebknecht, Scheidemann no se oponía a anotarnos como sus aliados”.

Los preparativos de Zimmerwald

Los primeros intentos de una reunión internacional tuvieron lugar en el otoño de 1914 en Lugano (Suiza). Los socialdemócratas italianos y suizos aprobaron resoluciones contra la guerra, pero luego lo estropearon todo apelando al Buró de la Internacional Socialista (la dirección de la vieja Internacional) para “celebrar una reunión tan pronto como fuera posible para discutir asuntos internacionales”. Puesto que los líderes “socialistas” de los Estados beligerantes estaban actuando como agentes conscientes de la clase dominante, los bolcheviques, que defendían las tesis de Lenin sobre la guerra, se opusieron a esto naturalmente de una forma implacable. El asunto de Lugano, que estuvo teñido de pacifismo, terminó en fracaso.

El primer éxito parcial fue con el ala izquierda de las organizaciones de mujeres socialdemócratas. En nombre del periódico bolchevique,Rabotnitsa (Mujer Obrera), Inessa Armand y Alexandra Kollontai enviaron a la alemana socialdemócrata, Klara Zetkin, una propuesta para organizar una Conferencia Internacional de mujeres socialistas de izquierda. La Conferencia se celebró en Berna, Suiza, en marzo de 1915. La asistencia fue pequeña (29 delegadas de Alemania, Francia, Gran Bretaña, Italia, Holanda, Polonia y Rusia) y se llevó a cabo en secreto, en parte debido a que los dirigentes de la socialdemocracia alemana habían prohibido la asistencia a la reunión.

Los resultados no fueron grandes. La resolución que se aprobó no pasó más allá de una condena general de tipo pacifista de la guerra. Las delegadas bolcheviques propusieron una resolución alternativa, que decía: “la mujer trabajadora alcanzará su objetivo […] sólo a través de un movimiento revolucionario de masas y un fortalecimiento y agudización de la lucha socialista”. Recibió solamente los votos de las delegadas rusas y polacas. Pero a pesar de su naturaleza confusa y pacifista, el manifiesto de la conferencia ayudó a galvanizar la resistencia de las mujeres contra la guerra. Fue distribuido ilegalmente en grandes cantidades –200.000 solamente en Alemania.

Un mes más tarde se celebró una conferencia de las Juventudes Socialistas en Berna. La iniciativa de celebrar una Conferencia Internacional de la juventud vino de la mano de los Jóvenes Socialistas Suizos, en colaboración con las Juventudes Socialistas Italianas y las Juventudes Socialistas de la región de Stuttgart de Alemania. Antes de la guerra, las Juventudes de la II Internacional habían jugado un papel clave en la lucha contra el imperialismo y el militarismo. Pero la Conferencia de Berna mostró la misma confusión que se vio en la Conferencia de mujeres. Una vez más, los delegados bolcheviques presentaron una resolución que defendía una alternativa revolucionaria a la guerra imperialista y, una vez más, se encontraron aislados.

Los delegados escandinavos presentaron una resolución pacifista, que abogaba por el desarme (¡en medio de una guerra!), que fue aprobada por 19 votos contra tres. Los tres que votaron en contra fueron, una vez más, los rusos y los polacos. Sólo a través de la experiencia de los grandes acontecimientos y, especialmente, gracias a la Revolución de Octubre, la política revolucionaria del bolchevismo consiguió hacerse eco. Finalmente, en 1918, las Juventudes de la Internacional Socialista se pasaron al lado del comunismo y se unieron a la III Internacional.

La necesidad de un encuentro internacional de quienes se oponían a la guerra se hizo cada vez más evidente. Los partidos italiano y suizo, en cuyas filas había un fuerte sentimiento contra la guerra, estaban en mejor posición para organizar dicho encuentro. Los líderes de esta iniciativa (Grimm y Balabanova) eran centristas. Convocaron una conferencia en Berna en julio de 1915. De forma significativa, sin embargo, no invitaron a un sólo grupo de la izquierda real, sino a los dirigentes «centristas»: Hugo Haase, Karl Branting y Peter Troelstra, a lo que se oponían los bolcheviques. Evidentemente, Grimm se opuso a la creación de una nueva Internacional.

Antes de la conferencia, se había celebrado en el mismo lugar una reunión organizativa, el 11 de julio de 1915. Ahí ya surgieron diferencias sobre qué invitados debían asistir a la Conferencia. Los bolcheviques propusieron que debía limitarse a aquellos que defendieran una clara e inequívoca política antiimperialista y anti-oportunista, pero otros deseaban una “amplia” reunión incluyendo a todo tipo de elementos pacifistas y centristas. El resultado fue un acuerdo incómodo.

Se inicia la Conferencia

La elección del lugar fue un tanto irónica. En todas partes se podía oír el ensordecedor rugido de los cañones y el ruido de las ametralladoras. Pero en los Alpes suizos reinaba una perfecta paz y tranquilidad. La guerra mundial podría estar sucediendo en cualquier otro planeta. En el soñoliento pueblecito de Zimmerwald la vida seguía su curso normal como lo hacía desde generaciones.

Éste era el escenario cuando, el 5 de septiembre de 1915, un grupo de supuestos “ornitólogos” venidos de todo el mundo salieron de Berna en cuatro carruajes. Cruzaron los pintorescos prados de Längenberg hasta llegar a Zimmerwald por la noche. Debido a la falta de camas en el Hotel Beau Séjour, algunos de los “ornitólogos” tuvieron que hospedarse en las casas del veterinario y del cartero del pueblo.

Los habitantes de esta tranquila aldea suiza se indignaron cuando descubrieron más tarde que los treinta y tantos “observadores de pájaros” eran, en realidad, dirigentes socialistas internacionales de doce países diferentes, que habían respondido a una invitación del socialdemócrata suizo, Robert Grimm, para discutir cómo debía reaccionar la clase obrera de Europa a la guerra imperialista. Lo que estos respetables burgueses suizos opinaron de tal aberración no ha encontrado ningún lugar en los libros de historia desafortunadamente, aunque probablemente fue bastante variopinto. Pero el acontecimiento que pasó a conocerse como la Conferencia de Zimmerwald debe considerarse como un importante punto de inflexión en la historia.

El hecho de llegar tan lejos ya fue un gran logro. Sin embargo, la composición de los asistentes a la reunión en Zimmerwald fue, como hemos dicho, más bien heterogénea. Zinoviev afirmó correctamente que la intención de Robert Grimm fue organizar una reunión internacional, no de la izquierda sino del “centro”. Eso era algo que Lenin estaba dispuesto a combatir con todas sus fuerzas. La intención de Lenin era, por encima de todo, agrupar al conjunto de la genuina izquierda y conseguir separarse radicalmente de los oportunistas de la II Internacional.

La Conferencia despertaba entusiasmo, lo que era lógico después de un largo período en el que los socialistas que estaban contra la guerra habían trabajado aislados en las condiciones más difíciles. Al entrar en la sala y ver los pocos asistentes, Lenin bromeó: «todos los internacionalistas del mundo caben en cuatro diligencias». Pero estaba impaciente de que la Conferencia resolviera las cuestiones fundamentales y pusiera encima de la mesa los problemas.

Lenin llegó temprano al soñoliento pueblo suizo para sostener largas discusiones con otros delegados. Se había preparado para la Conferencia desde hacía meses, redactando documentos con un carácter inequívoco y sin concesiones. Modificó el manifiesto original porque creía que era demasiado académico y no suficientemente combativo. Aún así, la mayoría de los delegados se mostraban poco congruentes y tendían hacia el centrismo.

En Zimmerwald, Lenin organizó la “izquierda de Zimmerwald”. Se trataba de una minoría dentro de una minoría (ocho de 38). El problema no era simplemente que la izquierda estuviera aislada internacionalmente. Es que incluso en Zimmerwald, la izquierda auténticamente revolucionaria estaba también en minoría. Y, a veces, Lenin se encontraba en minoría dentro de la propia izquierda.

La Conferencia comenzó con la lectura de las declaraciones de los asistentes y organizaciones que no pudieron estar presentes. Los delegados del Partido Laborista Independiente Británico y del Partido Socialista Británico (PSB) no pudieron asistir ya que se les negó el pasaporte, pero enviaron cartas expresando sus simpatías con los objetivos de la Conferencia. Asimismo, los revolucionarios franceses Alfred Rosmer y Pierre Monatte no obtuvieron el permiso del gobierno francés.

Sin duda, la carta más importante fue la del socialdemócrata alemán, Karl Liebknecht, que cumplía una condena de prisión en Alemania por su oposición a la guerra y cuyo nombre ni siquiera podía aparecer en el informe oficial de la Conferencia. Trotsky, recuerda:

“Liebknecht no estaba en Zimmerwald; era ya prisionero del ejército de los Hohenzollers, antes de estarlo en prisión. Pero envió una carta, en la que se pasaba bruscamente del frente pacifista al frente revolucionario. Su nombre fue mencionado muchas veces en la Conferencia. Aquel nombre era ya una consigna en la lucha que estaba desgarrando al socialismo mundial”.

La carta de Karl Liebknecht se leyó en la Conferencia –un momento muy emotivo del acto: “soy un preso del militarismo. Estoy encadenado. Así, no puedo sino enviar mi corazón y mis pensamientos, todo mi ser está con vosotros”. En su carta, Liebknecht abogaba por:

“Un inexorable ajuste de cuentas con los desertores y tránsfugas de la Internacional en Alemania, Gran Bretaña, Francia y otros países.

«Entendimiento mutuo, ánimo y estímulo para aquéllos que son fieles a su bandera y decididos a no ceder una pulgada al imperialismo internacional, incluso a riesgo de morir. Ordnung (orden) en las filas de quienes están decididos a aguantar, mantenerse firmes y luchar, con los pies firmemente plantados sobre los cimientos del socialismo internacional”.

También exigía:”¡no paz civil, sino guerra civil! […] Solidaridad internacional del proletariado hacia y contra la pseudo-nacional y seudo patriótica armonía entre las clases. Lucha de clases internacional hacia y contra la guerra entre los Estados. Lucha de clases internacional por la paz, por la revolución socialista.”

Más tarde, los delegados informaron sobre la situación de sus países.

El delegado francés Merrheim informaba que en Francia los trabajadores se encontraban “en un estado de desilusión” y “desmoralización”:

“En Francia nos encontramos con una clase trabajadora completamente desmoralizada, que en la actualidad ha perdido toda la fe. Nos escucharán si hablamos de paz, pero no si repetimos los viejos clichés”. Esta apreciación pesimista refleja algo que hemos visto demasiado a menudo: una tendencia de la izquierda a culpar a la clase obrera y al supuesto “atraso” de las masas. Trotsky interrumpe al orador: «Monatte y Rosmer piensan de forma diferente”.

El socialista balcánico, Christian Rakovsky, y el búlgaro, Kolarov, dieron cuenta detallada de la resistencia de sus partidos en la Segunda Guerra Balcánica. Kolarov también habló sobre la separación entre los Tesnyakio socialistas “Estrechos” y los oportunistas de la socialdemocracia búlgara. Se había sido formado una Federación Socialista Balcánica por los partidos socialdemócratas, quienes excluyeron a los oportunistas.

Los italianos informaron sobre la persecución de los socialistas desde la entrada de Italia en la guerra. Se acompañó de huelgas y manifestaciones callejeras de los trabajadores italianos. Henriette Roland Holst informó sobre la actividad dentro del movimiento holandés y Victor Chernov hizo el informe en nombre del Partido Socialista Revolucionario Ruso. Pavel Axelrod dio el informe de los mencheviques, restando importancia a la postura ambigua de su partido sobre la guerra.

Conflictos agudos

La Conferencia de Zimmerwald fue escenario inevitable de un fuerte conflicto ideológico. El primer documento de la conferencia fue una declaración conjunta de las delegaciones francesa y alemana. Esta declaración, firmada por Ledebour y Hoffman (Alemania) y Merrheim y Bouderon (Francia), afirmaba que la I Guerra Mundial no era su guerra, que fue provocada por la política imperialista y colonial de todos los gobiernos. Abogaba por la restauración de Bélgica y por una paz sin anexiones o “incorporación económica” basada en la autodeterminación de los pueblos involucrados. El documento abogaba por el fin de la política de paz civil y una renovación de la lucha de clases para forzar a sus gobiernos a poner fin a la guerra.

Los sentimientos expresados por Liebknecht no eran los mismos que los expresados por Georg Lebedour, el representante del “centro Kautskista”, que fue el principal líder de la derecha en Zimmerwald. Su intento de excusar a la socialdemocracia alemana provocó indignadas protestas que le hicieron interrumpir su discurso. Vale la pena citar su respuesta a las protestas:

“No era posible para la minoría intervenir en el Reichstag, a menos que estableciéramos una nueva fracción, y evitamos hacer eso para no dividir al partido. En tiempo de guerra es especialmente necesario mantenernos juntos para no perder influencia sobre las masas.”

Estas palabras recogen la esencia de todo el reformismo y el centrismo de izquierda. Los socialdemócratas de derecha se aferran a la burguesía y al imperialismo, y servilmente hacen su trabajo sucio; las “izquierdas” se aferran a la derecha y se subordinan servilmente a ella en nombre de la «unidad», para así preservar la influencia sobre las masas –de la derecha y de la burguesía.

Respondiendo a Lebedour, Berta Thalheimer, de los espartaquistas dijo: “el camarada Lebedour no ha hablado aquí en nombre de toda la oposición. También hay una minoría dentro de la minoría, agrupada en torno a Liebknecht. Ésta apoya su postura de anteponer los principios por encima de la disciplina del partido”.

Trotsky se encontraba muy cerca de la izquierda políticamente, pero todavía prefería seguir siendo independiente. Incluso dentro de la izquierda, sin embargo, hubo diferencias. Dentro del grupo de la izquierda, el borrador de Lenin fue rechazado a favor del defendido por Radek. Esta resolución fue luego presentada a la Conferencia como referencia para una comisión de redacción, pero fue rechazada por una votación de 19 contra 12. Trotsky votó a favor de la resolución. Grimm, comentó, no sin cierto fundamento, que la resolución de Lenin, “a los trabajadores de Europa”, estaba más dirigida a los miembros del partido que a las masas.

Lebedour hizo todo lo posible por aguar el contenido de la declaración final. Los delegados alemanes insistieron en que se retiraran del documento las demandas parlamentarias, como el voto en contra de los créditos de guerra y la renuncia de los ministerios, mientras que Lenin y la izquierda se sorprendían de que el manifiesto no repudiara el oportunismo o presentara un claro método para luchar contra la guerra. Los delegados del proyecto de resolución de la izquierda de Zimmerwald, junto con Roland-Holst y Trotsky, intentaron insertar una enmienda declarando que la mención de los créditos de guerra debía desaparecer del manifiesto y las declaraciones de Ledebour de que el “manifiesto contiene todo lo que está implícito [en dicha] propuesta”. Ledebour protestó negándose a firmar el manifiesto si se incluían dichas enmiendas. Como resultado, la enmienda fue retirada. Al final, se encargó a Trotsky la redacción del manifiesto, que fue aprobado por todos los delegados, a pesar de las diferencias entre ellos.

Después de Zimmerwald

A pesar de las reservas, Lenin y la Izquierda firmaron el Manifiesto de Zimmerwald. La actitud de Lenin fue resumida por el título de su artículo El Primer Paso, donde escribe: “En la práctica, el manifiesto significa un paso hacia una ruptura ideológica y práctica con el oportunismo y el social chovinismo. Al mismo tiempo, el manifiesto, como cualquier análisis mostrará, contiene inconsistencias, y no dice todo lo que hay que decir”.

En otras palabras, critica el manifiesto, no por lo que dice, sino por lo que no dice. Lo más importante fue el desarrollo de la izquierda de Zimmerwald como una corriente independiente. Aun así, muchos de los “izquierdistas” también de inmediato comenzaron a vacilar. Lenin, en particular, tuvo problemas con Roland-Holst y Radek sobre la línea de la revista oficial de la izquierda, Vorbote (El Heraldo), publicada en Holanda con la asistencia de Pannekoek.

En su autobiografía Trotsky escribió:

“Los días de la conferencia, del 5 al 8 de Septiembre, fueron tormentosos. El ala revolucionaria, dirigida por Lenin, y el ala pacifista, que comprendía la mayoría de los delegados, estuvieron de acuerdo con la dificultad de un manifiesto común del cual yo había preparado el borrador. El manifiesto estaba lejos de decir todo lo que debería haber dicho, pero, aun así, fue un gran paso hacia adelante. Lenin estaba en la extrema izquierda en la conferencia. En muchas cuestiones él estaba en una minoría de uno, incluso dentro de la izquierda de Zimmerwald, a la que yo no pertenecía formalmente, aunque estaba cerca de ella en todas las cuestiones importantes. En Zimmerwald, Lenin estaba apuntalando el muelle de la futura acción internacional. En un pueblo de montaña suizo, estaba colocando la piedra angular de la Internacional revolucionaria.

“La conferencia puso una prohibición estricta a todos los informes escritos de sus actuaciones en Zimmerwald, de forma que la noticia no pudiera llegar a la prensa antes de tiempo y crear dificultades a los delegados que regresaban cuando estuvieran cruzando la frontera. Unos días más tarde, sin embargo, el hasta entonces nombre desconocido de Zimmerwald se hizo eco en todo el mundo. Esto tuvo un efecto asombroso en el propietario del hotel; el valiente suizo dijo a Grimm que él esperaba un gran aumento en el valor de su propiedad y por lo tanto estaba dispuesto a suscribir una determinada suma para los fondos de la Tercera Internacional. Sospecho, sin embargo, que pronto cambió de opinión.” (Mi Vida)

La Conferencia estableció una Comisión Socialista Internacional con la misión de establecer un Secretariado temporal en Berna que actuaría como intermediario de los grupos afiliados y comenzar a publicar un boletín conteniendo el manifiesto y los procedimientos de la conferencia. Pero estaba compuesto principalmente de centristas como Grimm y Balabanova y se logró muy poco.

Sin embargo, a pesar de todos sus defectos, la Conferencia de Zimmerwald marcó un paso adelante para el socialismo internacional. Hay que tener en cuenta el terrible aislamiento de la vanguardia proletaria en aquellos años en los que, para citar a Lenin de nuevo, todos los internacionalistas podían caber en cuatro diligencias. Más tarde, recordando estos eventos y que resumen su importancia, Trotsky escribiría:

“Durante la guerra hubo un silencio mortal entre los trabajadores. La conferencia de Zimmerwald fue una conferencia de elementos muy confusos en su mayoría. En las profundidades de las masas, en las trincheras, etc. se producía un nuevo estado de ánimo, pero era tan profundo y aterrador que no podíamos llegar a él y darle una expresión. Es por eso que el movimiento parecía a sí mismo como muy pobre e incluso este elemento que se reunió en Zimmerwald, en su mayoría, se movió a la derecha en el año siguiente, en el mes siguiente. No voy a liberarlos de su responsabilidad personal, pero aun así la explicación general es que el movimiento tenía que nadar contra la corriente.” (Trotsky, Luchando contra la corriente, 1939)

Después de la conferencia, el trabajo de unir a la vanguardia revolucionaria internacionalista continuó. Se mantuvo como una lucha cuesta arriba. En estas condiciones, sin duda, Zimmerwald proporcionó un rayo de esperanza, como Trotsky explica en Mi Vida:

“La conferencia de Zimmerwald dio al desarrollo del movimiento contra la guerra en muchos países un poderoso impulso. En Alemania, los espartaquistas expandieron sus actividades. En Francia se estableció un “Comité para la Restauración de Conexiones Internacionales”. El sector obrera de la colonia rusa en París apretó sus filas alrededor de Nashe Slovo, dándole el apoyo necesario para mantenerla a flote a través de constantes dificultades financieras y de otra índole. Martov, que había tomado parte activa en la labor de Nashe Slovo en el primer período, ahora se apartó de ella. Las diferencias esencialmente sin importancia que aún me separaban de Lenin en Zimmerwald se redujeron a la nada durante los próximos meses”.

Pero las autoridades francesas estaban cada vez más preocupadas acerca de las actividades de Trotsky. Durante dos años y medio, bajo la atenta mirada de la censura, Nashe Slovo llevó una existencia precaria hasta que las autoridades francesas, bajo la presión del gobierno ruso, cerró la revista. Poco después de Zimmerwald, durante un motín en la flota rusa en Toulon, copias del periódico de Trotsky se encontraron en posesión de algunos de los marineros, y usando esto como una excusa, las autoridades francesas deportaron a Trotsky a finales de 1916.

Después de un corto período de tiempo en España, donde Trotsky llegó a conocer el interior de las prisiones españolas, fue deportado de nuevo a Nueva York, donde colaboró ​​con Bujarín y otros revolucionarios rusos en la publicación del periódico Novy Mir, que publicó artículos que eran prácticamente inseparables de la línea de Lenin.

Las divisiones en el campo de Zimmerwald

Las tensiones fueron, sin embargo, cada vez mayores entre la derecha y la izquierda del movimiento de Zimmerwald -una criatura heterogénea en el mejor de los casos. Lenin se preparó para una coexistencia temporal con los centristas, partiendo de una base inicial débil. Pero no podía durar. Una división internacional de facto, que sólo Lenin realmente entendió, ya existía. En condiciones de guerra y revolución, todas las corrientes con una postura intermedia están condenadas a desaparecer. Lenin simplemente las ayudó en su camino, insistiendo en la clarificación. La ambigüedad es intolerable en momentos críticos de la historia en que hay una necesidad apremiante de elegir.

La situación objetiva estaba empujando a las masas hacia la izquierda, al camino de la revolución. La corriente centrista de Zimmerwald estaba arrastrando sus pies. Sólo había dos maneras de continuar: o bien recorrer todo el camino, rompiendo definitivamente con el reformismo y pasar a una posición revolucionaria abierta, o volver al pantano del reformismo. Lenin, con el poder de la palabra y los hechos, dejó esto muy claro. Debido a esto, los centristas lo odiaban, como en todos los momentos de la historia en que un ser confundido siempre odia a un hombre con las ideas claras.

Robert Grimm fue el primero en inclinarse hacia la derecha. En el verano de 1916, ya se había ido. Lenin fue implacable en su crítica a los centristas que eran revolucionarios en frases, pero burgueses reformistas en los hechos. Esto era exactamente lo que Lenin detestaba. Turati, Merrheim, Bourderon y los otros centristas, tarde o temprano se fueron de la misma manera. Al final no quedó nada de Zimmerwald, ¡excepto el recuerdo y la izquierda!

Lenin continuó su lucha por una nueva Internacional. Pero él tenía sólo un pequeño puñado de partidarios y para decir la verdad, estaba a menudo en minoría dentro de su propia facción durante la guerra. Bolcheviques prominentes como Bujarín, Radek y Piatakov, por ejemplo, tenían desacuerdos fundamentales con él, especialmente en la cuestión importante de la autodeterminación. En el contexto de una Europa devastada por la guerra, dividida por alambres de púas y con los periódicos y correspondencia sujetos a la mirada de acero de los censores militares, los contactos con Rusia eran difíciles en extremo.

El mensaje de Zimmerwald, a pesar de su carácter incompleto, comenzaba a llegar al otro lado. Los trabajadores en su mayoría no están acostumbrados a leer la “letra pequeña” de los documentos políticos, pero se apoderan de lo que perciben como el mensaje central y lo llenan con su propio contenido. Gracias a su participación en Zimmerwald, los escritos de Lenin sobre la guerra y la Internacional se hicieron más conocidos en diferentes idiomas. La izquierda de Zimmerwald ganó importantes puntos de apoyo para la futura Tercera Internacional.

En sus memorias, Shliápnikov explica cómo las noticias de la Conferencia de Zimmerwald llegaron gradualmente a los trabajadores en Rusia y tuvieron un efecto muy positivo en animar particularmente a aquellos grupos que no estaban directamente afiliados a los bolcheviques. “Como más tarde resultó”, escribe, “todas estas células se convirtieron en adherentes a las resoluciones de Zimmerwald. Debemos tener en cuenta que estos grupúsculos no estaban vinculados entre sí y ni siquiera sabían de la existencia de otros grupos similares a ellos”.

Esta reacción no se limitaba a Rusia. Había ahora los comienzos de un fermento en los partidos de masas de la Segunda Internacional. La propia Alemania ahora se estaba moviendo hacia una situación prerrevolucionaria. A principios de 1916, Otto Rühle, diputado del Reichstag, pidió públicamente una ruptura con los social chovinistas. Independientemente, los izquierdistas alemanes venían a ver la necesidad de una nueva Internacional. Una serie de “Cartas” públicas originadas desde la izquierda alemana firmadas como “Spartacus”, fueron seguidas de cerca por Lenin. La Juventud Socialista fundada por Karl Liebknecht era la base principal de la izquierda.

Las cosas estaban empezando a moverse en Austria también. En el otoño de 1916 se produjo la formación de un ala izquierda del Partido Socialista de Austria (SPÖ), basado en la juventud. La agitación contra la guerra se llevó a cabo por el “Club Karl Marx” en Viena. En Francia, se formó un grupo de izquierda de los parlamentarios y recibió cartas de apoyo de las trincheras. En Gran Bretaña, el grupo chovinista de Hyndman fue obligado a salir del PSB en la Conferencia de Salford en abril.

En Italia, Serrati “el más a la izquierda” de los líderes todavía estaba vinculado a los Centristas, mientras Gramsci, aún joven, apoyó las ideas de Lenin. El Partido Socialista Suizo rechazó la posición de Zimmerwald como “demasiado radical”, pero un gran sector de las bases la apoyó. En Bulgaria, los Tesnyaki (socialistas “estrechos”) ya tenían una posición revolucionaria contra la guerra. Corrientes revolucionarias o cuasi-revolucionarias estaban empezando a cristalizar dentro de las organizaciones de masas existentes en todas partes.

De la guerra imperialista a la revolución socialista

El camino de la revolución fue largo y duro, como lo es ahora. La historia no conoce atajos cortos, ni existen fórmulas mágicas que puedan hacer nuestro trabajo con mayor rapidez o más fácil. Lenin habló muchas veces de la necesidad de la paciencia revolucionaria. Las dificultades a que nos enfrentamos hoy son insignificantes en comparación con los terribles problemas a que se enfrentaron Lenin y Trotsky durante la Primera Guerra Mundial. En un mundo donde los trabajadores se estaban disparando y matándose a bayonetazos entre sí para defender los intereses de sus respectivas clases dominantes, el lema “Trabajadores del Mundo, Uníos” debe haber sonado como una triste ironía. La causa del socialismo internacional parecía estar muerta y enterrada bajo una montaña de cadáveres. La perspectiva de la revolución socialista parecía una utopía imposible, un sueño inútil.

Debe haber parecido que la pesadilla de la reacción nunca terminaría. Y, sin embargo, bajo la superficie un nuevo espíritu fue gradualmente naciendo. En el lodo y la sangre de las trincheras, los ánimos se agitaban. En las colas para recibir pan las mujeres desnutridas comenzaban a quejarse de la guerra y los parásitos ricos que estaban volviéndose más ricos a costa de sus hijos. En las fábricas y los campos, los obreros y campesinos comenzaban a moverse – al principio lentamente y de forma vacilante, y luego cada vez con mayor audacia y determinación. Los síntomas de una creciente crisis revolucionaria eran inconfundibles.

Había evidencias anecdóticas de un cambio. Una multitud enfurecida en Alemania abucheó al líder socialista de derechas Scheidemann. En Glasgow, las mujeres de la clase trabajadora organizaron una huelga de alquileres con el apoyo de los trabajadores que tenía connotaciones revolucionarias. En varios países hubo manifestaciones contra la carestía de la vida. Por encima de todo, la creciente efervescencia social en todas las potencias beligerantes se expresó en un fuerte aumento de las huelgas:                      

 AñoHuelgasHuelguistas
Alemania                   1915   137            14,000
 1916240          129,000
Francia                       191598              9,000
 1916314            41,000
Rusia              1915928          539,000
 19161410  1,086,000

En términos prácticos, los logros reales de esa pequeña conferencia en septiembre de 1915 fueron escasos. Su significado era más simbólico que real. El aspecto más importante no era la conferencia en sí (el “Movimiento de Zimmerwald”, que contenía elementos contradictorios, pronto se desvaneció y terminó en nada).

La misma izquierda de Zimmerwald no podía tener un significado independiente excepto la de un trampolín para la nueva Internacional. Pero esto tenía que ser construido sobre la base de los grandes acontecimientos que estaban a sólo unos pocos meses de suceder. Al pasar por la experiencia de Zimmerwald, Lenin había ganado una valiosa experiencia y una amplia gama de contactos en diferentes países. Esta fue una etapa necesaria en el camino hacia octubre. Pero esa perspectiva parecía muy lejana en el tiempo.

Lo más importante fue la lucha de Lenin para separar los verdaderos internacionalistas revolucionarios de la mezcolanza general de la izquierda reformista y del centrismo, del genuino marxismo revolucionario, de la Tercera Internacional. Para mucha gente parece que Lenin era demasiado duro en su tono, demasiado terco, demasiado inflexible, en una palabra demasiado “sectario”. Pero como Trotsky escribió más tarde: “Viniendo de oportunistas, la acusación de sectarismo es más a menudo un cumplido.” Fue precisamente la dureza inflexible lo que permitió a Lenin, junto con Trotsky, dirigir el Partido Bolchevique a la victoria.

Lenin era una persona muy optimista. Sin embargo, incluso él no era inmune a los estados de ánimo de la depresión. A veces era atormentado por la idea de que no viviría para ver la revolución. El día de navidad de 1916, escribió una carta a Inessa Armand dándole respuesta a sus dudas más íntimas: “El movimiento revolucionario crece muy lentamente y con dificultad.” Y añadió en un tono de resignación: “Esto debe aceptarse” En un discurso a los jóvenes socialistas suizos pronunciado en enero de 1917, Lenin dijo: “Nosotros, los de la vieja generación puede que no vivamos para ver las batallas decisivas de esta revolución que se avecina.” Un mes después, el zar fue derrocado. En menos de un año, los bolcheviques habían llegado al poder en Rusia.

Para muchas personas hoy en día la Revolución de Octubre puede aparecer como algo inevitable, casi predestinado por el destino. Pero no era tal cosa. El triunfo del bolchevismo no se logró rápida ni fácilmente. Antes de que los bolcheviques pudiesen conquistar el poder, primero tenían que conquistar a las masas. Y antes de que pudieran conquistar a las masas, primero tenían que consolidar la vanguardia revolucionaria. Esto implicó una lucha implacable para purgar el movimiento del reformismo y de ilusiones pacifistas, combatir la confusión reformista de izquierda y las vacilaciones centristas, y conseguir sacar adelante una política genuinamente revolucionaria e internacionalista. La Conferencia de Zimmerwald representó una etapa importante en esta lucha.

El significado actual de Zimmerwald

Un siglo después, ¿qué conclusiones debemos sacar de Zimmerwald? Sólo esto: que la crisis del capitalismo siempre produce su contrario. De las situaciones más reaccionarias pueden venir explosiones revolucionarias nuevas y sin precedentes. Y estas pueden ocurrir cuando menos se espera. Las diminutas fuerzas que se reunieron en Zimmerwald podrían llenar cuatro carrozas. Las fuerzas del marxismo a escala mundial hoy en día son relativamente pequeñas, pero mucho más numerosas que las de Zimmerwald. Por otra parte, las fuerzas del genuino marxismo en 1915 estuvieron casi completamente aisladas de la clase obrera. Literalmente, estaban luchando contra la corriente.

El verdadero significado de Zimmerwald hoy es que siempre, bajo todas las circunstancias, es nuestro deber continuar la lucha por la revolución socialista, luchar por las ideas del marxismo y educar a los cuadros. Hoy en día es posible argumentar que el movimiento ha retrocedido. La Internacional Comunista de Lenin fue destruida por Stalin y ahora sólo es un recuerdo lejano, medio olvidado. La propia Revolución de Octubre fue socavada por el régimen burocrático del estalinismo que tomó el poder tras la muerte de Lenin y creó una tergiversación monstruosa del socialismo, que arrastró a la Unión Soviética al abismo. La caída de la URSS fue presentada como el fin del comunismo, el fin del socialismo, e incluso el fin de la historia.

Pero la historia no se puede eliminar tan fácilmente. Veinticinco años después de la caída del estalinismo, estamos frente a un mucho mayor punto de inflexión histórico. La crisis de 2008 mostró que el capitalismo ha llegado a sus límites históricos. Dialécticamente, todos los factores que impulsaron la economía mundial hacia arriba se han combinado para llevar todo el sistema hacia abajo en una espiral sin fin de declive económico.

En los seis o siete años desde que el colapso comenzó todos los gobiernos del mundo han estado luchando para restaurar el viejo equilibrio económico. Pero todos los intentos de restaurar el equilibrio económico sólo han servido para destruir el equilibrio social y político. Por otra parte, todos estos esfuerzos no han logrado restablecer algo parecido a un equilibrio económico. Y ahora, la economía mundial se tambalea al borde de una nueva y aún más catastrófica caída.

Esto representa una clara ruptura en la situación, y está inevitablemente acompañada de cambios bruscos en la conciencia. En todas partes: desde Turquía a Brasil, desde Grecia hasta España, desde Escocia a Irlanda, las masas están buscando una manera de salir de la crisis. Las ideas viejas, partidos y políticos están siendo puestos a prueba y son descartados, como un hombre descarta una camisa sucia y busca una nueva. Hay una corriente hirviente de descontento, de indignación y de rabia que da lugar a la búsqueda de una solución radical a la crisis.

La nueva generación está completamente libre de los prejuicios, del pesimismo y del escepticismo venenoso que colorea la perspectiva de las capas más antiguas que ven sólo derrotas y dificultades y han perdido la voluntad de luchar. La juventud es, naturalmente, revolucionaria y está completamente abierta a las ideas del marxismo revolucionario. Es en esta capa en la que Lenin se basó cuando proclamó: “El que tiene la juventud tiene el futuro.”

Hoy la Corriente Marxista Internacional ocupa el mismo terreno ideológico que fue ocupado hace cien años por la izquierda de Zimmerwald. Estamos orgullosos de adoptar la bandera de Lenin como la nuestra. Nos comprometemos a defender las ideas, el programa y los principios del bolchevismo como las únicas ideas que pueden guiar a la humanidad en la terrible crisis en la que el capitalismo la ha sumido.

Igual que Lenin, daremos la espalda a los cobardes y escépticos que desean abandonar las ideas del marxismo, diluir nuestro programa revolucionario con el fin de complacer a los partidarios de la unidad a cualquier precio. Igual que Lenin somos implacables e inflexibles en todas las cuestiones de principios, pero flexibles en todas las cuestiones de táctica. Hacemos un llamamiento a todos los trabajadores y jóvenes que están buscando el camino revolucionario para que se unan a la CMI y nos ayuden a construir el vehículo que es absolutamente necesario para cambiar la sociedad y lograr la transformación socialista del mundo.

Nota: Una segunda conferencia fue convocada en Kienthal del 24 al 30 de abril 1916, a la que asistieron Lenin, Zinoviev e Inessa Armand. Representó un paso adelante en comparación con las Conferencias de Zimmerwald en la medida en que no sólo condenó a los gobiernos burgueses, partidos y prensa, sino también criticó a los social-patriotas y pacifistas burgueses y afirmó categóricamente que la única forma en que las guerras terminarían era con la toma del poder por la clase obrera y la abolición de la propiedad privada. La declaración final dice: “La lucha por la paz duradera puede, por lo tanto, ser sólo una lucha por la realización del socialismo” (énfasis en el original).

Posdata anecdótica

Los buenos ciudadanos de Zimmerwald hicieron todo lo posible para borrar el recuerdo del evento. En 1962, se prohibieron los sitios y placas conmemorativos de cualquier tipo. Para sabotear los esfuerzos de los izquierdistas y revolucionarios para celebrar el 50 aniversario de la conferencia, los anti-comunistas, incluso organizaron una contra-conferencia en 1965. En 1971 fueron un paso más allá y demolieron la casa de huéspedes donde Lenin se había hospedado. La prohibición sólo se levantó en la década de 1970.