Nosotros, al igual que muchas otras familias hoy vivimos el dolor por la pérdida de nuestro hijo y hermano Eduardo Córdoba a manos de la Policía Federal, en este caso en la puerta de la comisaría 36º. Con el dolor y la búsqueda de justicia que nos provoca este hecho, creemos que ya es momento de que, efectivamente, asumamos el compromiso de que nuestras instituciones respondan a los intereses y necesidades del conjunto de la sociedad y no a las mezquindades de aquellos que necesitan la persecución deón del diferente y la criminalización de la pobreza para preservar sus privilegios basados en la injusticia.
Otra víctima del "gatillo fácil" policial
Nosotros, al igual que muchas otras familias hoy vivimos el dolor por la pérdida de nuestro hijo y hermano Eduardo Córdoba a manos de la Policía Federal, en este caso en la puerta de la comisaría 36º.
El sábado 21, Eduardo, como tantas veces, salió de casa para realizar un ensayo con el grupo sikuri Sartaniani en la que llaman oficialmente Plaza de los Virreyes. Después de este ensayo, en el que no sólo participaba artísticamente sino desde sus convicciones y reivindicación de la ascendencia quechua-aymara, cerca de las dos y media de la madrugada del domingo 22 de abril de 2007 tomó un colectivo de la línea 76 para volver a su casa, pero el recorrido fue interrumpido.
En el colectivo Eduardo tuvo un altercado verbal con el chofer. Viendo que la discusión subía de tono, una persona que compartía el viaje le pidió al conductor que abriera la puerta para descender con Eduardo y la respuesta fue una frenada del vehículo que hizo caer a ellos, los únicos dos pasajeros que había. A raíz de esto existieron algunos golpes de puño y el chofer se dirigió a gran velocidad, en contramano y con las puertas cerradas, hacia la Comisaría 36º, ubicada en Pedernera y Ramírez de la Ciudad de Buenos Aires.
El otro pasajero descendió, una vez en la puerta de la comisaría, por la ventanilla del colectivo que continuaba con las puertas cerradas. Ahí fue apuntado con armas, arrojado al suelo y golpeado por al menos tres agentes de dicha dependencia policial, mientras otro grupo de policías rodeaba el vehículo donde aún estaba Eduardo.
Luego de unos minutos, con la persona que también estaba en el colectivo detenida dentro de la comisaría, el chofer ingresó al grito de “este también es una bosta, a este también háganlo mierda”. La siguiente noticia que tuvimos sobre Eduardo, tres días después, y luego de que la policía negara y desconociera en reiteradas oportunidades datos sobre Eduardo y lo sucedido, es que había muerto, según certificado extendido por la Morgue Judicial, a las tres y diez del 22 de abril a causa de dos disparos realizados por la policía.
De más está decir que a las pocas horas la policía conocía no sólo la identidad de Eduardo, sino también el domicilio de la familia que no fue notificada del hecho.
Lamentablemente, como queda claro a partir de los hechos relatados y el mecanismo de encubrimiento, nos encontramos ante una nueva víctima de las reiteradas prácticas de violencia policial institucionalizada..
A esta altura creemos que si la sociedad espera que sea esta policía la que le brinde la seguridad que reclama, lo único que conseguirá es todo lo contrario, el atropello institucional de los derechos fundamentales. Nuestra historia nos muestra que las fuerzas de seguridad están entrenadas para, y tienen la costumbre de, matar.
Con el dolor y la búsqueda de justicia que nos provoca este hecho, creemos que ya es momento de que, efectivamente, asumamos el compromiso de que nuestras instituciones respondan a los intereses y necesidades del conjunto de la sociedad y no a las mezquindades de aquellos que necesitan la persecución del diferente y la criminalización de la pobreza para preservar sus privilegios basados en la injusticia.