Introducción al Materialismo Histórico – Segunda Parte

0
422
DIGITAL CAMERA

Toda la historia humana consiste fundamentalmente en la lucha de la humanidad por elevarse por encima del estado animal. Esta larga lucha comenzó hace siete millones de años, cuando nuestros remotos ancestros humanoides adoptaron primero la posición erguida, y posteriormente fueron capaces de liberar sus manos para el trabajo manual. Desde entonces, las sucesivas fases de desarrollo social han surgido sobre la base de los cambios en el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo –es decir, de nuestro poder sobre la naturaleza.

Reconstrucción del Homo habilis. Etapas del desarrollo histórico

La sociedad humana ha pasado a través de una serie de etapas que son claramente discernibles. Cada etapa se basa en un modo definido de producción, que a su vez se expresa en un sistema de relaciones de clase. Estas se manifiestan asimismo en una perspectiva social, psicología, moral, leyes y religión definidas.

La relación entre la base económica de la sociedad y la superestructura (la ideología, la moral, las leyes, el arte, la religión, la filosofía, etc.) no es simple y directa, sino muy compleja y hasta contradictoria. Los hilos invisibles que conectan las fuerzas productivas y las relaciones de clase se reflejan en las mentes de los hombres y mujeres de una manera confusa y distorsionada. Y las ideas que tienen su origen en el pasado primigenio pueden persistir en la psique colectiva durante mucho tiempo, persistiendo obstinadamente mucho después de que la base real de la que surgieron haya desaparecido. La religión es un claro ejemplo de esto. Se trata de una interrelación dialéctica. Esto fue claramente explicado por el propio Marx:

“Respecto a las esferas de la ideología que se elevan por encima del aire, la religión, la filosofía, etc., todas tienen una existencia prehistórica, pudiendo encontrarse vestigios de su existencia en todo período histórico, y hoy los llamaríamos bobadas. Estas concepciones equivocadas de la naturaleza, del ser humano, de los espíritus, fuerzas mágicas, etc., continúan existiendo en gran parte debido a una base económica negativa; pero este escaso desarrollo económico del período prehistórico, en parte estaba condicionado e incluso provocado por concepciones de la naturaleza equivocadas .Y a pesar de que se hace cada vez evidente  el hecho de que la necesidad económica era la principal fuerza impulsora del conocimiento progresivo de la naturaleza, seguramente sería pedante tratar de encontrar las causas económicas para todas estas tonterías primitivas.

“La historia de la ciencia es la historia del gradual intento de superar estos disparates o su sustitución por algo nuevo y menos absurdo. Las personas que se ocupan de esta tarea, pertenecen a su vez a esferas especiales de la división del trabajo y parecen trabajar en un terreno independiente. Y en la medida en que forman un grupo independiente dentro de la división social del trabajo, en la medida que realizan sus trabajos, incluyendo sus errores, reaccionan influidos por todo el desarrollo de la sociedad, incluyendo el desarrollo económico. Aunque, al mismo tiempo, están bajo la influencia dominante del desarrollo económico”. (Marx y Engels. Correspondencia escogida. Pp. 482-3).

Y de nuevo:

“Pero la filosofía de cada época, puesto que es una esfera definida en la división del trabajo, presupone la existencia de determinado material intelectual heredado de sus predecesores, que es su punto de partida. Es por ello que los países económicamente atrasados todavía pueden tocar el primer violín en filosofía.” (Ibid., P. 483).

La ideología, la tradición, la moral, la religión, etc., juegan un papel importante en la formación de las creencias de las personas. El marxismo no niega este hecho evidente. Contrariamente a lo que los idealistas creen, la conciencia humana en general es muy conservadora. A la mayoría de las personas no les gusta el cambio, especialmente cuando es repentino y brusco. Se aferran a las cosas que conocen y se han acostumbrado: las ideas, las religiones, las instituciones, la moral, los dirigentes y los partidos del pasado. Rutina, hábitos y costumbres son como una enorme losa de plomo sobre los hombros de la humanidad. Por todas estas razones la conciencia va a la zaga de los acontecimientos.

Sin embargo, en ciertos períodos grandes acontecimientos obligan a hombres y mujeres a cuestionarse sus viejas creencias y suposiciones. Se sacuden la vieja indiferencia abúlica y apática y se ven forzados a enfrentarse a la realidad. En tales períodos la conciencia puede cambiar muy rápidamente. Eso es lo que es una revolución. Y la línea de desarrollo social, que puede permanecer bastante constante e ininterrumpida durante largos períodos, se ve interrumpida por revoluciones que son el motor de la fuerza del necesario progreso humano.

La sociedad humana temprana

Si nos fijamos en todo el proceso de la historia y la prehistoria humanas, lo primero que nos llama la atención es la extraordinaria lentitud con la que evoluciona nuestra especie. El proceso gradual de diferenciación de las criaturas humanas o humanoides de su condición animal y hacia una condición genuinamente humana tuvo lugar durante millones de años. El primer salto decisivo fue la separación de los primeros humanoides de sus antepasados simios.

El proceso evolutivo es, por supuesto, ciego –es decir, que no implica un objetivo o meta específica. Sin embargo, nuestros antepasados homínidos encontraron un nicho en un ambiente particular que los impulsó hacia adelante; primero, al adquirir la posición erguida; a continuación, mediante el uso de sus manos para manipular herramientas y, finalmente, mediante la producción de éstas.

Hace diez millones de años los simios constituían la especie dominante en el planeta. Existían en una gran variedad –habitantes en los árboles, habitantes en la sabana, y en una multitud de formas intermedias. Florecieron en las condiciones climatológicas imperantes que crearon un ambiente tropical perfecto. Entonces, todo esto cambió. Hace unos siete u ocho millones de años la mayor parte de estas especies se extinguieron. La razón de esto no se conoce.

Durante mucho tiempo la investigación de los orígenes humanos estuvo secuestrada por el prejuicio idealista que obstinadamente sostenía que, puesto que la principal diferencia entre los humanos y los simios es el cerebro, nuestros primeros ancestros deben haber sido monos con un cerebro grande. La teoría del “gran cerebro” dominó completamente los inicios de la antropología. Pasaron muchas décadas buscando –sin éxito –el “eslabón perdido”. Estando convencidos de que sería un esqueleto fósil con un gran cráneo.

Tan convencidos estaban, que la comunidad científica permaneció completamente engañada por uno de los fraudes más extraordinarios de la historia científica. El 18 de diciembre de 1912 fragmentos de un cráneo y de una mandíbula fósil fueron identificados como el “eslabón perdido –el “Hombre de Piltdown”. Esto fue aclamado como un gran descubrimiento. Pero en 1953 un equipo de científicos ingleses demostró que el Hombre de Piltdown era un fraude deliberado. En lugar de tener casi un millón de años de edad, descubrieron que los fragmentos de cráneo tenían 500 años de edad, y que la mandíbula en realidad pertenecía a un orangután.

¿Por qué se pudo engañar a la comunidad científica tan fácilmente? Esto fue motivado por el hecho de que les presentaron algo que esperaban encontrar: el cráneo de un humanoide temprano con un cerebro grande. En realidad, fue la postura erguida (bipedismo), y no el tamaño del cerebro, lo que liberó las manos para el trabajo, el punto de inflexión decisivo en la evolución humana.

Esto ya fue anticipado por Engels en su brillante trabajo sobre los orígenes humanos, El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre. El célebre paleontólogo estadounidense Stephen Jay Gould escribió que era una lástima que los científicos no hubiesen prestado atención a lo que escribió Engels, ya que esto les habría ahorrado un centenar de años de errores. El descubrimiento de Lucy, el esqueleto fosilizado de una mujer joven que pertenecía a una nueva especie llamada Australopithecus afarensis, demostró que Engels tenía razón. La estructura corporal de los primeros homínidos era como la nuestra (la pelvis, los huesos de las piernas, etc.) que demuestran por la tanto el bipedismo. Pero el tamaño del cerebro no es mucho más grande que del chimpancé.

Nuestros antepasados eran de tamaño pequeño y de movimiento lento en comparación con otros animales. No tenían garras ni dientes poderosos. Además, el bebé humano, donde la madre sólo puede procrear una vez al año, está completamente indefenso al nacer. Los delfines nacen nadando, el ganado y los caballos pueden caminar a las pocas horas de haber nacido, y los leones son capaces de correr al cabo de los 20 días siguientes al nacimiento.

Compárese esto con un bebé humano que requiere de meses simplemente para poder sentarse sin apoyo. Habilidades más avanzadas, como correr y saltar pueden tardar años en desarrollarse en un ser humano recién nacido. Como especie, por lo tanto, estábamos en una desventaja considerable en comparación con nuestros numerosos competidores en la sabana del África Oriental. El trabajo manual, junto con la organización social cooperativa y el lenguaje, con los que está interconectado, fue el elemento decisivo en la evolución humana. La producción de herramientas de piedra dio a nuestros primeros ancestros una ventaja evolutiva vital, lo que provocó el desarrollo del cerebro.

El primer período, que Marx y Engels llamaron salvajismo, se caracterizó por un muy bajo nivel en el desarrollo de los medios de producción, la producción de herramientas de piedra, y un modo de subsistencia de cazadores-recolectores. Debido a esto la línea del desarrollo se mantiene prácticamente plana durante un período muy largo. El modo de producción de cazador-recolector representaba originalmente la condición universal de la humanidad. Esos restos supervivientes que, hasta hace muy poco, se podían observar en ciertas partes del mundo, nos proporcionan pistas e indicaciones importantes sobre una forma olvidada de vida.

No es cierto, por ejemplo, que los seres humanos sean por naturaleza egoístas. Si este fuera el caso, nuestra especie se hubiese extinguido hace más de dos millones de años. Fue un poderoso sentido de cooperación lo que mantuvo a estos grupos unidos frente a la adversidad. Cuidaban a los pequeños bebés y a sus madres, así como respetaban a los viejos miembros del clan que conservaban en su memoria los conocimientos y creencias colectivas. Nuestros primeros antepasados no sabían lo que era la propiedad privada, como señala Anthony Burnett:

“El contraste entre el hombre y otras especies es igualmente claro si comparamos el comportamiento territorial de los animales con la manera de dominar un territorio por parte de los humanos. Los territorios son controlados por señales formales, comunes a toda una especie. Cada adulto o grupo de cada especie domina un territorio. El hombre no muestra tal uniformidad: incluso dentro de una misma comunidad, vastas áreas pueden ser propiedad de una persona, mientras que otras personas no tienen ninguna. Existen, incluso en la actualidad, personas en propiedad. En algunos países la propiedad privada se limita a los bienes personales. En unos pocos grupos tribales incluso posesiones menores se mantienen en común. El hombre no posee, de hecho, un ‘instinto de propietario’ mayor que el de un ‘instinto para robar’. Por supuesto, es fácil criar hijos para que sean codiciosos; sin embargo, la forma de la codicia, y el grado en el que es sancionado por la sociedad, varía mucho de un país a otro, y de un período histórico a otro. “(Anthony Burnett, La especie humana, p. 142.)

Tal vez la palabra “salvajismo” no es la más apropiada en la actualidad debido a las connotaciones negativas que ha adquirido. El filósofo Inglés del siglo XVII Thomas Hobbes describió célebremente la vida de nuestros antepasados primitivos como una existencia de “miedo continuo y de peligro de muerte violenta, y la vida del hombre como solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta”. Sin duda, su vida era dura, pero estas palabras apenas hacen justicia a la forma de vida de nuestros antepasados. El antropólogo y arqueólogo keniano Richard Leakey escribe:

“El punto de vista de Hobbes de que la gente no-agrícola ‘no tenía sociedad’ y era solitaria difícilmente podría estar más equivocado. Ser un cazador-recolector suponía tener una vida intensamente social. En cuanto a ‘no tener artes’ ‘ni escrituras’, es cierto que los recolectores poseen muy poco en la forma de la cultura material, pero esto no es más que una consecuencia de la necesidad de movilidad. Cuando los !Kung  se mueven de un campamento a otro que, igual que otros cazadores-recolectores, se llevan todos sus bienes materiales consigo: esto generalmente asciende a un total de 12 kilogramos de peso (26 libras), poco más que la mitad de la franquicia normal de equipaje en la mayoría de las compañías aéreas. Este es un conflicto inevitable entre la movilidad y la cultura material, por lo que los !Kung llevan su cultura en sus cabezas, no en la espalda. Sus canciones, bailes e historias forman una cultura tan rica como la de cualquier pueblo” (Richard Leakey, The Making of Mankind, págs. 101 a 103).

Y continúa: “Richard Lee [antropólogo y autor de El !Kung San: Hombres, Mujeres, y el Trabajo en una sociedad de recolectores. 1979] considera que las mujeres no se sienten explotadas: ‘tienen prestigio económico y el poder político, una situación negada a muchas mujeres en el ‘mundo civilizado’.” (Ibíd. Pág. 103)

En estas sociedades, las clases en el sentido moderno eran desconocidas. No había estado ni religión organizada, y había un profundo sentido de responsabilidad comunitaria y de igualdad en el reparto. El egoísmo y la codicia eran considerados como profundamente antisociales y moralmente ofensivos. El énfasis en la igualdad exige que se respeten ciertos rituales cuando un cazador exitoso regresa al campamento. El objeto de estos rituales es restarse importancia con el fin de desalentar la arrogancia y la vanidad: “La actitud correcta para el cazador con éxito”, explica Richard Lee, “es la modestia y la subestimación”.

De nuevo:

“Los !Kung  no tienen jefes ni líderes. Los problemas en su sociedad son en su mayoría resueltos mucho antes de madurar y convertirse en cualquier cosa que amenace la armonía social.(…) Las conversaciones de la gente son de propiedad común, y las disputas se desactivaban fácilmente a través de bromas comunales. Nadie da órdenes o las recibe. Richard Lee preguntó una vez a /Twi!gum si los !Kung tenían jefes. ‘Por supuesto que tenemos jefes, él respondió, para sorpresa de Richard Lee. De hecho, todos somos cabecillas; ¡cada uno de nosotros es jefe de sí mismo! /Twi!gum pensaba que la pregunta y su respuesta ingeniosa eran una gran broma”. (ibid. p.107)

El principio básico que guía todos los aspectos de la vida es el compartir. Entre los !Kung  cuando se mata un animal, se realiza un elaborado proceso de reparto de la carne cruda teniendo en cuenta las líneas de parentesco, alianzas y obligaciones. Richard Lee enfatiza con contundencia este punto:

“El compartir penetra profundamente el comportamiento y los valores de los recolectores !Kung, en la familia y entre las familias, y se extiende a los límites del universo social. Así como el principio de la ganancia y la racionalidad es central en la ética capitalista, el compartir es el centro de la conducta de la vida social en las sociedades recolectoras”. (Ibídem.)

La jactancia estaba mal vista y se promovía la modestia, como el siguiente extracto muestra:

“Un  hombre !Kung lo describe de este modo: ‘Supón que un hombre ha estado cazando. Él no tiene que volver a casa y anunciar como un fanfarrón: ‘¡He matado una gran pieza en la sabana!’ Primero debe sentarse en silencio hasta que alguien se acerque a su fuego y le pregunte: ‘¿Qué has visto hoy?’ Él responde en voz baja, ‘Ah, yo no soy bueno para la caza. No vi nada en absoluto… Tal vez sólo uno pequeño’.’Entonces me sonrío, porque ahora sé  que  ha matado  algo grande. Cuanto más grande es la matanza,  más se resta importancia (…)’. La broma y sutileza se siguen estrictamente, una vez más no sólo por el por los !Kung sino por  muchos cazadores-recolectores, y el resultado es que, aunque algunos hombres son, sin duda,  cazadores más competentes que otros, nadie consigue un prestigio inusual o estatus a causa de sus talentos”.(Leakey, pp. 106-7).

Esta ética no se limita solo a los !Kung; es una característica de los cazadores-recolectores en general. Tal comportamiento, sin embargo, no es automático; como la mayor parte de la conducta humana, tiene que ser enseñada desde la infancia. Cada bebé humano nace con la capacidad de compartir y la capacidad de ser egoísta, dice Richard Lee. “Lo que es alimentado y desarrollado es la que cada sociedad considera más valioso”. En ese sentido los valores éticos de estas sociedades primitivas son muy superiores a los del capitalismo, que enseñan a la gente a ser codiciosa, egoísta y antisocial.

Por supuesto, es imposible decir con certeza que esto es una imagen exacta de la sociedad humana temprana. Pero  condiciones similares tienden a producir resultados similares, y las mismas tendencias se observan en muchas culturas diferentes en el mismo nivel de desarrollo económico. Como Richard Lee dice:

“No debemos imaginar que esta es la manera exacta en la que vivían nuestros antepasados. Pero creo que lo que vemos en los !Kung y otros recolectores-cazadores son patrones de comportamiento que fueron cruciales para el desarrollo humano temprano .De los varios tipos de homínidos que vivían hace dos o tres millones de años, uno de ellos – los de la línea que condujo finalmente a nosotros – amplió su base económica al compartir los alimentos y que incluían  más carne en su dieta. El desarrollo de una economía de caza y recolección era una fuerza potente que nos convirtió en  humanos”. (Citado en Leakey, pp. 108-9).

Al comparar los valores de las sociedades de cazadores-recolectores con los de nuestros días, no siempre aparecemos mejor que ellos. Por ejemplo, si se compara la familia contemporánea, con su historial espantoso de esposas maltratadas y abuso infantil, huérfanos y prostitutas, con la crianza comunal practicada por la humanidad durante la mayor parte de su historia; es decir, antes del advenimiento de ese extraño arreglo social que los hombres son aficionados a llamar civilización:

“‘Vosotros gente blanca”, dijo un indio americano a un misionero: “Amáis a vuestros propios hijos solamente.  Nosotros nos encantan los niños del clan. Pertenecen a todo el pueblo, que los cuida. Son hueso de nuestros huesos y carne de nuestra carne. Todos somos padre y madre para ellos. Los blancos son salvajes; ellos no aman a sus hijos. Si los niños son huérfanos, hay que pagar a personas para que cuiden de ellos. No sabemos nada de esas ideas bárbaras’.” (MF Ashley Montagu, ed, Matrimonio:. Pasado y presente: un debate entre Robert y Bronislaw Malinowski Briffault, Boston. Porter Sargent Editorial, 1956, p 48.)

Sin embargo, no debemos tener una visión idealizada del pasado. La vida de nuestros primeros antepasados  era una dura lucha, una batalla constante contra las fuerzas de la naturaleza, por la supervivencia. El ritmo del progreso era extremadamente lento. Los primeros humanos comenzaron a fabricar  herramientas de piedra hace al menos 2,6 millones de años. Las herramientas de piedra más antiguas, conocidas como las Oldowan continuaron por aproximadamente un millón de años hasta hace unos 1,76 millones de años, cuando los primeros seres humanos comenzaron a golpear laminas realmente grandes y luego continuaron para darles forma golpeando laminas más pequeñas alrededor de los bordes, dando lugar a un nuevo tipo de herramienta: el hacha de mano. Estos y otros tipos de grandes herramientas de corte caracterizan la cultura achelense. Estas herramientas básicas, incluyendo una variedad de nuevas formas de núcleo de piedra, se siguieron utilizando durante un inmenso período de tiempo – que termina en diferentes lugares hace entre unos 400.000 y 250.000 años.

La revolución neolítica

Toda la historia humana consiste precisamente en la lucha de la humanidad por elevarse por encima del estado animal. Esta larga lucha comenzó hace siete millones de años, cuando nuestros remotos ancestros humanoides adoptaron primero la posición erguida y pudieron liberar sus manos para el trabajo manual. La producción de los primeros raspadores de piedra y hachas de mano fue el inicio de un proceso a través del cual los hombres y las mujeres se hicieron humanos a través del trabajo. Desde entonces, las sucesivas fases de desarrollo social han surgido sobre la base de los cambios en el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo –es decir, de nuestro poder sobre la naturaleza.

Durante la mayor parte de la historia humana, este proceso ha sido muy lento, como comentó The Economist en vísperas del nuevo milenio:

“Durante casi toda la historia humana, el progreso económico ha sido tan lento como para ser imperceptible en el lapso de una vida. Siglo tras siglo, la tasa anual de crecimiento económico era, unos decimales, cero. Cuando el crecimiento era tan lento como para ser invisible a los contemporáneos –e incluso en retrospectiva, ni siquiera aparece como un aumento en los niveles de vida (que es lo que significa un crecimiento en la actualidad), simplemente lo hace con una pequeña elevación en la población. Durante milenios, el progreso, para la inmensa mayoría, a excepción de una pequeña élite, era hacer posible lentamente que más personas pudiesen vivir en el nivel más humilde de subsistencia”. (The Economist, 31 de Diciembre, 1999)

El progreso humano comienza a acelerarse como resultado de la primera y más importante de estas grandes revoluciones que fue la transición del primitivo modo de cazadores-recolectores de producción a la agricultura. Esto sentó las bases para una vida sedentaria y el surgimiento de las primeras ciudades. Este fue el período al que los marxistas se refieren como la barbarie, es decir, la etapa entre el comunismo primitivo y las primeras sociedades de clases, cuando las clases comienzan a formarse y con ellas el Estado.

El prolongado período de comunismo primitivo, la fase de desarrollo más temprana de la humanidad, donde no existían clases, ni la propiedad privada ni el estado, dio paso a la sociedad de clases, tan pronto como la gente fue capaz de producir un excedente por encima de las necesidades de la supervivencia cotidiana. En este punto, la división de la sociedad en clases se convirtió viable económicamente. La barbarie surge de la desintegración de la antigua comuna. Aquí, por primera vez, la sociedad está dividida por las relaciones de propiedad, y las clases y el Estado se encuentran en el proceso de formación, aunque éstos solo emergen gradualmente, pasando de un estado embrionario y, finalmente, a su consolidación en la sociedad de clases. Este período comienza hace unos 10.000 o 12.000 años.

En las grandes etapas de la historia, la aparición de la sociedad de clases supuso un fenómeno revolucionario, ya que liberó a un sector privilegiado de la población –una clase dirigente– del pesado y duro trabajo manual, lo que le permitió el tiempo necesario para desarrollar el arte, la ciencia y la cultura. La sociedad de clases, a pesar de su despiadada explotación y desigualdad, era el camino que la humanidad necesitaba transitar para construir las condiciones materiales necesarias de una sociedad sin clases en el futuro.

Aquí está el embrión que engendró los pueblos y ciudades (como Jericó, que data de alrededor del 7.000 antes de nuestra era, a.n.e.), la escritura, la industria y todo lo demás, que sentaron las bases para lo que llamamos civilización. El período de la barbarie representa una gran parte de la historia humana, y se divide en varios períodos más o menos distintos. En general, se caracteriza por la transición del modo de cazador-recolector de la producción al pastoreo y la agricultura; es decir, del salvajismo paleolítico, pasando por la barbarie neolítica, a un estado superior de barbarie en la Edad de Bronce, que se sitúa en el umbral de la civilización.

Este punto de inflexión decisivo, lo que Gordon Childe denominó la revolución neolítica, representa un gran salto adelante en el desarrollo de la capacidad productiva humana, y por lo tanto de la cultura. Esto es lo que Childe tiene que decir: “Nuestra deuda con la barbarie de la etapa de la pre-escritura es enorme. Todas las plantas cultivable de alguna importancia fueron descubiertas por alguna sociedad bárbara sin nombre”. (G. Childe, Qué ocurrió en la historia, p. 64)

La agricultura comenzó en Oriente Medio hace unos 10.000 años, y representa una revolución en la sociedad y la cultura humanas. Las nuevas condiciones de producción dieron a los hombres y mujeres más tiempo –tiempo para la reflexión analítica compleja. Esto se refleja en el nuevo arte que consiste en patrones geométricos –el primer ejemplo de arte abstracto en la historia. Las nuevas condiciones producen una nueva visión de la vida, de las relaciones sociales y de las relaciones que unen a los hombres y mujeres con el mundo natural y el universo, cuyos secretos se investigaron de manera previamente impensables. La comprensión de la naturaleza se hace necesaria por las exigencias de la agricultura, y avanza lentamente en la medida en que los hombres y las mujeres aprenden realmente a conquistar y dominar a las fuerzas hostiles de la naturaleza en la práctica –a través del trabajo colectivo a gran escala.

La revolución cultural y religiosa refleja la gran revolución social –la mayor en toda la historia humana hasta ahora– que llevó a la disolución de la comuna primitiva y al establecimiento de la propiedad privada de los medios de producción. Y los medios de producción son los medios de la vida misma.

En la agricultura, la introducción de herramientas de hierro marca un gran avance. Permite un crecimiento más elevado y fuerte de la población y de las comunidades. Por encima de todo, se crea un excedente grande que puede ser apropiado por las familias dirigentes de la comunidad. En particular, la introducción del hierro marcó un cambio cualitativo en el proceso de producción, ya que el hierro es mucho más eficaz que el cobre o el bronce, tanto para la fabricación de herramientas como de armas. Se encontraba mucho más disponible que los antiguos metales. Aquí, por primera vez, las armas y la guerra se democratizan. El arma más importante de la época fue la espada de hierro, que aparece en Inglaterra alrededor del 5000 a.n.e. Todo hombre puede tener una espada de hierro. Por lo tanto, la guerra pierde su carácter fundamentalmente aristocrático y se convierte en un asunto de masas.

El empleo de hachas y hoces de hierro transformó la agricultura. Esta transformación se demuestra por el hecho de que un acre de tierra, cultivada ahora, puede mantener el doble de personas que antes. Sin embargo, todavía no existe el dinero, y sigue siendo una economía de trueque. El excedente producido no se reinvierte, ya que no había forma de hacerlo. Parte del excedente era apropiado por el jefe y su familia. Parte de éste se dilapidaba en banquetes, que ocupó un papel central en esta sociedad.

En un solo banquete podían ser alimentadas hasta 200-300 personas. En los restos de un da estas fiesta  se descubrieron  los huesos de 12 vacas y un gran número de ovejas, cerdos y perros.  Estas reuniones no sólo eran la ocasión para excesos de comida y bebida –jugaban un importante papel social y religioso. En tales ceremonias la gente daba gracias a los dioses por el excedente de alimentos. Se permitía la mezcla de los clanes y la resolución de los asuntos comunales. Estas fiestas fastuosas también proporcionaban a los jefes los medios a través de los cuales mostrar su riqueza y poder, y por lo tanto aumentaban el prestigio de la tribu o del clan en cuestión.

De esos lugares de reunión gradualmente surgieron las bases de los asentamientos permanentes, los mercados y las ciudades pequeñas. La importancia de la propiedad y de la riqueza privada aumenta junto con el aumento de la productividad del trabajo y el superávit creciente que se presenta como un blanco tentador para los saqueos. Ya que la Edad de Hierro fue un período de guerras continuas, peleas y asaltos, los asentamientos a menudo se fortificaban con grandes construcciones tales como el castillo de Maiden en Dorset y el castillo de Danebury en Hampshire.

El resultado de la guerra era un gran número de prisioneros de guerra, muchos de los cuales eran vendidos como esclavos, y éstos –en el último período– eran tratados como mercancía por los romanos. El geógrafo Estrabón comenta que “Estos tratantes te darán un esclavo por una ánfora de vino”. Así el intercambio comenzó en la periferia de estas sociedades. A través del intercambio con una cultura más avanzada (Roma), el dinero se introdujo poco a poco, las primeras monedas se basaban en modelos romanos.

El dominio de la propiedad privada significa por primera vez la concentración de la riqueza y del poder en manos de una minoría. Se produce un cambio dramático en las relaciones entre hombres y mujeres y su descendencia. La cuestión de la herencia ahora comienza a asumir una importancia fundamental. Como resultado, vemos el surgimiento de tumbas espectaculares. En Gran Bretaña, estas tumbas comienzan a aparecer alrededor del 3.000 a.n.e. Éstas suponen una declaración de poder de la clase o casta dominante. También proporcionan una afirmación de los derechos de propiedad sobre un territorio definido. Lo mismo se puede ver en otras culturas tempranas, por ejemplo, los indios de las llanuras de América del Norte, de las que existen datos detallados en el siglo XVIII.

Aquí tenemos el primer gran ejemplo de alienación. La esencia humana es alienada en un sentido doble o triple. En primer lugar, la propiedad privada significa la enajenación del producto del trabajo, que es apropiado por otro. En segundo lugar, el control sobre su vida y su destino es apropiado por el Estado en la persona del rey o faraón. Por último, pero no menos importante, esta alienación se traslada de esta vida a la siguiente –el ser interior (“alma”) de todos los hombres y mujeres es apropiado por las deidades del otro mundo, cuya buena voluntad solo se puede conseguir a través de continuas oraciones y sacrificios. Y así como los servicios al monarca forman la base de la riqueza de la clase alta de mandarines y nobles, asimismo los sacrificios a los dioses forman la base de la riqueza y del poder de la casta de los sacerdotes, que se interpone entre el pueblo y los dioses y diosas. Aquí tenemos la génesis de la religión organizada.

Con el crecimiento de la producción y las ganancias en la productividad, posibles gracias a las nuevos ahorros de trabajo, se produjeron nuevos cambios en las creencias y costumbres religiosas. Aquí también, el ser social determina la conciencia. En lugar del culto a los antepasados y a las tumbas de piedra de los individuos y sus familias, ahora vemos una expresión mucho más ambiciosa de la creencia. La construcción de círculos de piedra de proporciones asombrosas demuestra un impresionante crecimiento de la población y de la producción, hechos posibles por el uso organizado a gran escala de la mano de obra colectiva. Las raíces de la civilización, por tanto, se encuentran precisamente en la barbarie, y más aún, en la esclavitud. El desarrollo de la barbarie termina en la esclavitud, o en lo que Marx denominó el “modo de producción asiático”.