Introducción al Materialismo Histórico – Tercera Parte

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Modo asiático de producción

El gran crecimiento explosivo de la civilización se produce con Egipto, Mesopotamia, el Valle del Indo, China y Persia. En otras palabras, el desarrollo de la sociedad de clases coincide con un notable repunte de las fuerzas productivas y, como resultado de ello, de la cultura humana, que alcanzó niveles sin precedentes. En la actualidad, se cree que la aparición de la ciudad, así como la agricultura, que la precedió, se produjo simultáneamente en diferentes lugares –Mesopotamia, el Valle del Indo y el valle de Huang Ho, así como en Egipto. Esto ocurrió en el cuarto milenio antes de Cristo. Al sur de Mesopotamia, los sumerios construyeron Ur, Lagash, Eridu y otras ciudades estados. Eran personas alfabetizadas que dejaron miles de tabletas de arcilla con escritura cuneiforme.

Las principales características del modo asiático de producción son:

  1. Principalmente una economía agrícola.
  2. Obras públicas relacionadas con frecuencia (pero no siempre), con la necesidad de riego y el mantenimiento y la difusión de canales y sistemas de drenaje.
  3. Un sistema despótico de gobierno, a menudo, con un rey-dio a la cabeza.
  4. Una gran burocracia.
  5. Un sistema de explotación basado en la imposición.
  6. Propiedad común (estatal) de la tierra.

A pesar de que la esclavitud existía (prisioneros de guerra), no eran realmente sociedades esclavistas. El servicio de mano de obra no era libre, pero quienes la realizaban no eran esclavos. Había un elemento de coerción, pero principalmente basado en la costumbre, la tradición y la religión. La comunidad servía al rey-dios (o reina-diosa). Éste servía al templo (Israel). Y éste estaba asociado al Estado, y era el Estado.

Los orígenes del Estado se mezclan con la religión, y este aura religioso se mantiene hasta el presente. Se inculca en las personas los sentimientos de respeto y reverencia hacia el Estado, presentado como una fuerza permanente por encima de la sociedad, sobre los hombres y las mujeres, al que deben servir ciegamente.

La aldea comuna, la célula básica de estas sociedades, era casi totalmente autosuficiente. Los pocos lujos accesibles a una población de agricultores de subsistencia se obtenían en el bazar o a través de vendedores ambulantes que vivían al margen de la sociedad. El dinero era poco conocido. Los impuestos al Estado se pagaban en especie. No existía conexión entre un pueblo y otro, y el comercio interno era débil. La verdadera cohesión provenía del Estado.

Había una falta casi total de movilidad social, reforzada en algunos casos por el sistema de castas. El énfasis residía en el grupo y no en el individuo. Prevalecían las endogamias, es decir, las personas solían contraer matrimonio estrictamente dentro de su clase o casta. Económicamente, se tendía a seguir la profesión de los padres. En el sistema de castas hindú, de hecho, era obligatorio. Esta falta de movilidad social y rigidez ayudaban a mantener al pueblo unido a la tierra (la aldea comuna).

Entre los ejemplos de este tipo de sociedad se encuentran los Egipcios, los Babilonios y Asirios; la dinastía Shang o Yin (tradicionalmente se calcula que existió desde aproximadamente 1766 hasta 1122 a.n.e.), fue la primera dinastía china de la que existe un registro, o la civilización del Valle del Indo (Harappa), que duró desde 2300 a alrededor de 1700 a.n.e. en India. En un desarrollo completamente separado, las civilizaciones prehispánicas de México y Perú, aunque con ciertas variaciones, presentan características sorprendentemente similares.

El sistema tributario y otros métodos de explotación, como el trabajo obligatorio al Estado (corvea), eran opresivos pero aceptados como algo inevitable y dentro del orden natural de las cosas, sancionados por la tradición y la religión. La corvea era un trabajo, regulado, con frecuencia no remunerado, que se imponía a las personas, ya sea por una aristocracia terrateniente, como en el feudalismo o, como en este caso, por el Estado. Pero, si bien sistema de corvea es similar al que se encuentra en el feudalismo occidental, el sistema de propiedad de la tierra no es el mismo. De hecho, los colonizadores británicos de India tuvieron un gran problema para entender esto.

Las ciudades surgieron generalmente a lo largo de las rutas comerciales, en las orillas de los ríos, en los oasis u otras fuentes principales de agua. Las ciudades eran los centros comerciales y administrativos de las aldeas. Allí se encontraban los comerciantes y artesanos: herreros, carpinteros, tejedores, tintoreros, zapateros, albañiles, etc. Allí se encontraban también los representantes locales del poder del Estado, los únicos con quienes estaba  familiarizada la masa de la población: pequeños funcionarios públicos, escribas y policías o soldados.

También había prestamistas, que imponían tasas abusivas a los campesinos que, a su vez, se veían presionados por recaudadores de impuestos, comerciantes y usureros. Muchos de estos antiguos elementos han sobrevivido hasta los tiempos modernos en algunos países del Medio Oriente y Asia. Pero la llegada del colonialismo destruyó el antiguo modo asiático de producción de una vez por todas. Era, en cualquier caso, un sistema abocado a su fin histórico que no podía desarrollarse más.

En estas sociedades, los horizontes mentales de las personas eran extremadamente limitados. La fuerza más poderosa en la vida de los pueblos era la familia o el clan, que les inculcaba y les enseñaba acerca de su historia, su religión y sus costumbres. Sobre la política o el mundo, en general, sabían muy poco o nada. Su único contacto con el Estado era el jefe de la aldea que se encargaba de recaudar impuestos.

Lo que afectó a estas primeras civilizaciones fue, por un lado, su longevidad y, por otra parte, el muy lento desarrollo de las fuerzas productivas y el carácter extremadamente conservador de su forma de gobierno. Era esencialmente un modelo estático de sociedad. Los únicos cambios fueron fruto de invasiones periódicas como, por ejemplo, la de los nómadas bárbaros de las estepas (los Mongoles, etc. ), o por ocasionales revueltas campesinas (China) que llevaban a un cambio de dinastía.

Sin embargo, la sustitución de una dinastía por otra no significaba un cambio real. Las relaciones sociales y el Estado permanecían al margen de todos los cambios en la parte superior de la jerarquía. El resultado final era siempre el mismo. Los invasores eran absorbidos y el sistema continuaba, imperturbable como antes.

Los imperios se desarrollaban y caían. Fue un proceso continuo de fusión y fisión. Pero todos estos cambios políticos y militares no aportaban ningún cambio sustancial al campesinado, situado en la parte inferior de la pirámide social. La vida continuaba su aparentemente rutina eterna (y divinamente ordenada). La idea asiática de un ciclo interminable en la religión es un reflejo de este estado de cosas. En la base, teníamos la antigua aldea comuna, sustentada en la agricultura de subsistencia que había sobrevivido prácticamente sin cambios a lo largo de milenios. Siendo predominantemente agrícola, el ritmo de vida está dominado por el eterno ciclo de las estaciones, las inundaciones anuales del Nilo, etc.

En los últimos años, ha habido mucho debate entre algunos intelectuales y cuasi-marxistas sobre el modo asiático de producción. Si bien Marx habló de ello, lo hizo sólo en raras ocasiones y, por lo general, de manera marginal. Nunca lo desarrolló, lo que sin duda habría hecho si lo hubiera considerado importante. La razón por la que no lo hizo fue porque era un callejón sin salida histórico, comparable a los Neandertales en la evolución humana. Fue una forma de sociedad que, en última instancia, a pesar de sus logros, no contenía en sí el germen del desarrollo futuro. Éste fue sembrado en otros lugares: en el suelo de Grecia y Roma.

La esclavitud

La sociedad griega se formó en condiciones diferentes a las de las civilizaciones anteriores. Las pequeñas ciudades-Estado de Grecia no tenían las vastas extensiones de tierras cultivables, las grandes llanuras del Nilo, del Valle del Indo o de Mesopotamia. Estaban rodeadas de áridas montañas, frente al mar, y este hecho determinó el curso de su desarrollo. Al estar mal adaptadas, tanto para la agricultura como para la industria, se vieron empujadas en dirección al mar, convirtiéndose en un país de comerciantes e intermediarios, como lo fueron los Fenicios anteriormente.

La Antigua Grecia tenía una estructura socio-económica diferente y, por lo tanto, un espíritu diferente y una perspectiva diferente a las anteriores sociedades de Egipto y Mesopotamia. Hegel decía que en el [Antiguo] Oriente, sólo una persona era libre (es decir, el dirigente, el rey-dios). En Grecia, algunos eran libres, es decir, los ciudadanos de Atenas que no eran esclavos. Los esclavos, que hacían la mayor parte del trabajo, no tenían derechos. Tampoco las mujeres ni los extranjeros.

Para los ciudadanos libres, Atenas era una democracia muy avanzada. Este nuevo espíritu infundido de humanidad e individualismo, influyó en el arte griego, la religión y la filosofía, que son cualitativamente diferentes a las de Egipto y Mesopotamia. Cuando Atenas gobernaba toda Grecia, no tenía un sistema regular de recaudación ni de impuestos. Esto difería totalmente del sistema asiático en Persia y otras civilizaciones anteriores. Pero [Grecia] se basaba, en última instancia, en el trabajo de los esclavos, que eran propiedad privada.

La principal división era entre hombres libres y esclavos. Los ciudadanos libres no solían pagar impuestos, que se consideraban degradantes (por provenir del trabajo manual). Sin embargo, también hubo una amarga lucha de clases en la sociedad griega, que se caracteriza por una marcada división entre las clases, basada en la propiedad. Los esclavos, como una mercancía que podía ser comprada y vendida, eran objetos de  producción. La palabra romana para esclavo era instrumentum vocale, herramienta con voz. Dicha palabra lo expresa muy claramente, y a pesar de todos los cambios de los últimos 2.000 años, la posición real de los esclavos asalariados modernos no ha cambiado desde entonces.

Se podrá objetar que Grecia y Roma se desarrollaron  sobre la base de la esclavitud, que es una institución horrible e inhumana. Pero los marxistas no pueden mirar la historia desde el punto de vista moral. Para empezar, no existe una moral supra-histórica. Cada sociedad tiene su propia moral, religión, cultura, etc., que corresponde con un determinado nivel de desarrollo, y, por lo menos en el período que llamamos civilización, también se corresponde con los intereses de una clase en particular.

Si una guerra en particular era buena, mala o indiferente no puede determinarse desde el punto de vista del número de víctimas, y mucho menos desde un punto de vista moral abstracto. Podemos rechazar firmemente las guerras en general, pero una cosa no se puede negar: durante el transcurso de la historia de la humanidad: todas las cuestiones de relevancia han tomado al final esta forma. Esto vale tanto para los conflictos entre las naciones (guerras) como también para los conflictos entre las clases (revoluciones).

Nuestra actitud hacia un tipo particular de sociedad y su cultura no puede determinarse por consideraciones moralistas. Lo que determina si una determinada formación socio-económica es progresista o no es, en primer lugar y ante todo, su capacidad para desarrollar las fuerzas productivas, la verdadera base material sobre la que surge y se desarrolla toda la cultura humana.

En palabras de Hegel, ese gran y profundo pensador: “No es tanto de la esclavitudcomo a través de la misma, como la humanidad se hizo libre” (Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal). A pesar de su gigantesco carácter opresivo, la esclavitud marcó un paso adelante en la medida en que permitió un mayor desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad. Le debemos todos los grandes logros de la ciencia moderna a Grecia y Roma, es decir, en última instancia, se lo debemos al trabajo de los esclavos.

Los romanos utilizaron la fuerza bruta para sojuzgar a otros pueblos, sometieron a ciudades enteras a la esclavitud, masacraron a miles de prisioneros de guerra para el entretenimiento de los ciudadanos en el circo, e introdujeron refinados métodos de ejecución como la crucifixión. Sí, todo eso es totalmente cierto. A nosotros nos parece una monstruosa aberración. Y, sin embargo, si nos preguntamos de dónde procede toda nuestra civilización moderna, nuestra cultura, nuestra literatura, nuestra arquitectura, nuestra medicina, nuestra ciencia, nuestra filosofía, incluso, en muchos casos, nuestro idioma, la respuesta es: proviene de Grecia y Roma.

Declive de la sociedad esclavista

La esclavitud contenía una contradicción interior que provocó su destrucción. A pesar de que el trabajo del individuo esclavo no era muy productivo (los esclavos tenían que ser obligados a trabajar), la acumulación de un gran número de esclavos, como en las minas y latifundios (grandes unidades agrarias), en Roma, en el último período de la República y el Imperio, produjo un excedente considerable. Durante el auge del Imperio, los esclavos eran abundantes y baratos, y las guerras de Roma eran básicamente una caza de esclavos a escala masiva.

Pero en un determinado momento, este sistema alcanzó sus límites, tras lo cual entra en un largo período de declive. Puesto que el trabajo esclavo sólo es productivo cuando se emplea en una escala masiva, la condición previa para el éxito de este sistema es un abundante suministro de esclavos a un bajo coste. Pero los esclavos se reproducían muy lentamente en cautiverio y, por lo tanto, la única manera de que un suministro suficiente de esclavos pudiera estar garantizado era a través de las continuas guerras. Cuando el Imperio alcanzó los límites de su expansión bajo Adriano, esto se hizo cada vez más difícil.

Los inicios de una crisis en Roma se pueden observar ya en el último período de la República, un período caracterizado por graves perturbaciones sociales, políticas y guerra de clases. Desde los primeros tiempos, hubo una lucha violenta entre los ricos y los pobres de Roma. Los escritos de Tito Livio y, otros autores, dan cuenta detallada de las luchas entre plebeyos y patricios, que terminaron en un difícil compromiso. En un período posterior, cuando Roma ya era dueña del Mediterráneo, después de derrotar a su más poderoso rival, Cartago, se vio lo que era una lucha por la división del botín.

Tiberio [Sempronio] Graco exigió que la riqueza de Roma se dividiera entre sus ciudadanos libres. Su objetivo era hacer de Italia una república de pequeños agricultores y no esclavos, pero fue derrotado por los nobles y dueños de esclavos. Esto supuso un desastre para Roma, a largo plazo. El empobrecido campesinado, la columna vertebral de la República y de su ejército, se vio empujado hacia Roma, convirtiéndose en un lumpen-proletariado, una clase no productiva, viviendo del subsidio del Estado. Aunque se sentían celosos de los ricos, compartían, no obstante, un interés común en la explotación de los esclavos, que era la única clase realmente productiva en el período de la República y del Imperio.

El gran levantamiento de los esclavos bajo Espartaco fue un glorioso episodio en la historia de la Antigüedad. El espectáculo de esta gente, la mayoría gente oprimida, alzándose armas en mano y causando una derrota tras derrota a los ejércitos de la mayor potencia del mundo es uno de los acontecimientos más increíbles de la historia. Si hubieran tenido éxito en derrocar al Estado Romano, el curso de la historia habría sido alterado de manera significativa.

La razón fundamental por la que Espartaco fracasó al final, fue el hecho de que los esclavos no se relacionaban con el proletariado de las ciudades. En la medida en que éste seguía prestando apoyo al Estado, la victoria de los esclavos era imposible. Sin embargo, el proletariado romano, a diferencia del proletariado moderno, no era una clase productiva, sino meramente parasitaria, que vivía de la mano de obra de los esclavos y dependiente de sus amos. El fracaso de la revolución romana se basa en este hecho.

La derrota de los esclavos condujo directamente a la ruina del Estado romano. En ausencia de un campesinado, el Estado se vio obligado a depender de un ejército mercenario para luchar en sus guerras. El estancamiento de la lucha de clases produjo una situación similar a la del fenómeno más moderno llamado “bonapartismo”. El equivalente romano es lo que llamamos “cesarismo”.

El legionario romano ya no era leal a la República, sino a su comandante, el hombre que le garantizaba su salario, su botín y una parcela de tierra cuando se retirara. El último período de la República se caracteriza por una intensificación de la lucha entre las clases, en la que ninguna de las partes es capaz de conseguir una victoria decisiva. Como resultado de ello, el Estado (que Lenin describió como “cuerpos de hombres armados”) comenzó a adquirir una mayor independencia, erigiéndose por encima de la sociedad, y apareciendo como el árbitro final en la continua lucha por el poder en Roma.

Aparecieron toda una serie de aventureros militares: Mario, Craso, Pompeyo y, por último, Julio César, un general brillante, un hábil político y un empresario astuto, que en efecto puso fin a la República, mientras que de palabra decía defenderla. El prestigio que obtuvo por sus triunfos militares en la Galia, España y Gran Bretaña, le hicieron concentrar todo el poder en sus manos. A pesar de que fue asesinado por una facción conservadora que deseaba mantener la República, el antiguo régimen estaba condenado al fracaso.

Después de la derrota de Bruto, y otros, por el Triunvirato, la República fue reconocida oficialmente, y esta pretensión se mantuvo con el primer Emperador, Augusto. “Emperador” (imperator en latín) era un título militar, inventado para evitar el título de rey, tan ofensivo para oídos republicanos. Pero era rey en todo, menos en el nombre.

Las formas de la antigua República sobrevivieron durante mucho tiempo después. Pero eran sólo eso: formas huecas sin contenido real, una cáscara vacía que podría llevársela el viento. El Senado estaba desprovisto de todo poder y autoridad reales. Julio César conmocionó a la reputada opinión pública nombrando a un galo miembro del senado. Calígula hizo aún más queriendo nombrar cónsul a uno de sus caballos. Nadie vio nada malo en esto, y si lo vieron, mantuvieron su boca firmemente cerrada.

Sucede a menudo en la historia que obsoletas instituciones pueden sobrevivir mucho tiempo después de que su razón de existir haya desaparecido. Arrastran una miserable existencia, como el decrépito anciano que se aferra a la vida, hasta que se ven arrastradas por una revolución. La decadencia del Imperio Romano duró casi cuatro siglos. Éste no fue un proceso sin interrupciones. Hubo períodos de recuperación e, incluso, brillantez, pero la tónica general fue descendente.

En períodos como éste, hay una sensación general de malestar. El estado de ánimo es de escepticismo, de falta de fe y pesimismo en el futuro. Las viejas tradiciones, la moral y la religión, que actúan como un poderoso cemento que sostiene a la sociedad, pierden su credibilidad. En lugar de la antigua religión, se buscan nuevos dioses. En su período de declive, Roma se vio inundada por una plaga de sectas religiosas procedentes de Oriente. El cristianismo fue sólo una de ellas y, aunque al final triunfó, tuvo que hacer frente a numerosos rivales, como el culto a Mitra.

Cuando las personas sienten que el mundo en el que viven se tambalea, que han perdido el control sobre su existencia y que sus vidas y destinos están determinados por fuerzas invisibles, la mística y las tendencias irracionales cobran influencia. Las personas creen que el fin del mundo está cerca. Los primeros cristianos creían en ello con fervor, pero muchos otros lo suponían. En realidad, lo que estaba llegando a su fin no era el mundo, sino sólo una forma particular de sociedad, la sociedad esclavista. El éxito del cristianismo se basó en el hecho de que conectó con el sentir general. El mundo era malvado e inmoral. Era necesario volver la espalda al mundo y a todas sus obras, y esperar otra vida después de la muerte.

¿Por qué triunfaron los bárbaros?

Cuando los bárbaros invadieron, toda la estructura del Imperio Romano estaba al borde del colapso, no sólo desde el punto de vista económico, sino moral y espiritualmente. No es de extrañar que los bárbaros fueran recibidos como libertadores por los esclavos y sectores más pobres de la sociedad. Sólo completaron un trabajo que había sido bien preparado con antelación. Las invasiones bárbaras fueron un accidente histórico que sirvieron para expresar una necesidad histórica.

Una vez que el Imperio alcanzó sus límites y las contradicciones inherentes a la esclavitud comenzaron a afirmarse, Roma entró en un largo período de decadencia que duró siglos, hasta que finalmente fue invadido por los bárbaros. Las migraciones masivas que trajo consigo el derrumbe del Imperio eran un fenómeno común entre los pueblos nómadas pastoriles en la Antigüedad y se produjeron por una serie de motivos –presión sobre las tierras de pasto como resultado del crecimiento de la población, cambios climáticos, etc.

Las sucesivas oleadas de bárbaros expulsados desde Oriente: Godos, Visigodos, Ostrogodos, Alanos, Lombardos, Suevos, Burgundios, Francos, Turingios, Frisones, Hérulos, Gépidos, Ánglos, Sajones, Jutos, Hunos y Magiares, se veían empujados hacia Europa. El todopoderoso y eterno Imperio fue reducido a cenizas. Con notable rapidez los bárbaros derrumbaron el Imperio.

El declive de la economía esclavista, la monstruosa naturaleza opresora del Imperio a través de su enorme burocracia, y los abusivos impuestos a los agricultores, ya había socavado todo el sistema. Una constante migración hacia el campo fue formando la base para el desarrollo de un modo diferente de producción, el feudalismo. Los bárbaros sólo asestaron el golpe de gracia a un sistema podrido y moribundo. Todo el edificio se tambaleaba, simplemente le dieron una última y violenta sacudida.

En el Manifiesto Comunista, Marx y Engels escribieron: “Hombres libres y esclavos, patricios y plebeyos, señores y siervos, maestros y oficiales, en una palabra: opresores y oprimidos, se enfrentaron siempre, mantuvieron una lucha constante, velada unas veces y otras franca y abierta; lucha que terminó siempre con la transformación revolucionaria de toda la sociedad o el hundimiento de las clases en pugna” (las cursivas son mías).

Lo que pasó con el Imperio Romano es un ejemplo sorprendente de la última variante. El fracaso de las clases oprimidas de la sociedad romana para unirse en el derrocamiento de la brutal explotación del estado esclavista condujo a un agotamiento interno y a un largo y penoso período de decadencia cultural, económica y social, que preparó el camino para los bárbaros.

El efecto inmediato de las invasiones bárbaras fue aniquilar la civilización y la vuelta atrás de la sociedad y del pensamiento humano por un período de mil años. Las fuerzas productivas sufrieron una interrupción violenta. Las ciudades fueron destruidas o abandonadas. Los invasores eran agrícolas y no sabían nada de pueblos y ciudades. Los bárbaros en general eran hostiles a las ciudades y a sus habitantes (una psicología que es muy común entre los campesinos de todas las épocas). Este proceso de devastación, violación y pillaje continuó a lo largo de los siglos, dejando tras de sí una terrible herencia de atraso, a la que llamamos la Edad Oscura.

Sin embargo, aunque los bárbaros lograron conquistar a los Romanos, ellos mismos fueron absorbidos rápidamente, perdieron su propio idioma y terminaron hablando un dialecto del Latín. Así, los Francos, quienes le dieron el nombre a la Francia moderna, eran una tribu germánica que hablaba un lenguaje relacionado con el alemán moderno. Lo mismo le sucedió a las tribus germánicas que invadieron España e Italia. Esto es lo que sucede normalmente cuando un pueblo más atrasado económica y culturalmente conquista una nación más avanzada. Exactamente lo mismo ocurrió después con los Mongoles que conquistaron India. Fueron absorbidos por la más avanzada cultura hindú y terminaron por fundar una nueva dinastía india –la dinastía mogul.