Introducción al Materialismo Histórico – Cuarta parte

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El Feudalismo

El auge del sistema feudal tras la caída de Roma se vio acompañado por un largo período de estancamiento cultural en Europa Occidental. A excepción de dos inventos: el molino de agua y el molino de viento, no hubo verdaderas invenciones durante más de mil años. Mil años después de la caída de Roma, las únicas carreteras decentes en Europa seguían siendo las vías romanas. En otras palabras, se produjo un eclipse total de la cultura. Este fue el resultado del colapso de las fuerzas productivas, de las que la cultura depende en última instancia. Es lo que denominamos línea descendente de la historia. No estamos libres de que esto suceda de nuevo.

Las invasiones de los bárbaros, las guerras y plagas, interrumpieron el progreso con períodos de regresión. Pero con el tiempo, la situación caótica que coincidió con la caída de Roma fue reemplazada por un nuevo equilibrio: el Feudalismo. La decadencia del Imperio Romano provocó una fuerte caída de la vida urbana en la mayoría de los países europeos. Los invasores bárbaros fueron absorbidos gradualmente y, en el siglo X, Europa entró lentamente en un nuevo período de ascenso.

Por supuesto, esta afirmación es relativa. La cultura no recuperó los niveles comparables a los de la Antigüedad hasta el principio del Renacimiento, a finales de los siglos XIV y XV. La educación y la ciencia quedaron estrictamente subordinadas a la autoridad de la Iglesia. La energía de los hombres fue consumida por las continuas guerras o sueños monásticos, pero poco a poco la espiral llegó a su fin y se dio paso a una larga pendiente ascendente.

El cierre de las vías de comunicación llevó a un colapso del comercio. La economía monetaria se vio socavada y sustituida cada vez más por el trueque. En lugar de la economía internacional integrada del sistema de la esclavitud bajo el Imperio, proliferaron las pequeñas y aisladas comunidades agrícolas.

La base del Feudalismo estaba ya en la sociedad romana; los esclavos libres se hacían colonos, vinculados a la tierra, que más tarde se convirtieron en siervos. Este proceso, producido en momentos diferentes, de diferentes formas en los distintos países, se aceleró con las invasiones bárbaras. Los caudillos germanos se convirtieron en los señores de las tierras conquistadas y de sus habitantes, ofreciendo protección militar y un grado de seguridad a cambio de la apropiación del trabajo de los siervos.

En los primeros tiempos del Feudalismo, la atomización de la nobleza favoreció relativamente el desarrollo de fuertes monarquías pero, más adelante, el poder real se enfrentó a fuertes estados capaces de oponerse a él y derrocarlo. Los señores tenían sus propios ejércitos feudales que, con frecuencia, combatían unos contra otros y también contra el rey.

El sistema feudal en Europa era, principalmente, un sistema descentralizado. El poder de la monarquía estaba limitado por la aristocracia. El poder central solía ser deficiente. El centro de gravedad del señor feudal, su base de poder, eran su casa y sus posesiones territoriales. El poder estatal era débil y la burocracia inexistente. Esta debilidad de un poder central es lo que más tarde permitió la independencia de las ciudades (cédulas reales) y el surgimiento de la burguesía como clase independiente.

La idealización romántica de la Edad Media se basa en un mito. Fue un período sangriento y convulso, caracterizado por una gran crueldad y barbarie, lo que Marx y Engels llamaron un despliegue brutal de  energía. Las Cruzadas se caracterizaron por una inusual crueldad y falta de humanidad. Las invasiones germánicas de Italia fueron actos estériles.

El último período de la Edad Media fue una época turbulenta, caracterizada por continuas convulsiones, guerras y guerras civiles, justo como en nuestra propia época. A todos los efectos, el viejo orden estaba ya muerto. Aunque se mantenía en pie desafiante, su existencia ya no era considerada como algo normal, algo que tenía que aceptarse como inevitable.

Por un período de cien años, Inglaterra y Francia se enfrascaron en una sangrienta guerra que llevó a gran parte de Francia a la ruina. La batalla de Agincourt fue la última y más sangrienta batalla de la Edad Media. Aquí, en esencia, se enfrentaron en el campo de batalla dos sistemas rivales entre sí: el antiguo orden feudal militar, basado en la nobleza y en la idea de la caballería y el vasallaje, y un nuevo ejército mercenario basada en el trabajo asalariado.

La nobleza francesa quedó diezmada, fue derrotada vergonzosamente por un ejército de mercenarios plebeyos. En los primeros 90 minutos, 8.000 de los mejores hombres de la aristocracia francesa fueron masacrados y 1.200 quedaron prisioneros. Al final del día, no sólo el conjunto de la nobleza francesa yacía muerta y desangrada en el campo de batalla, sino también el orden feudal.

Esto tuvo importantes consecuencias sociales y políticas. Desde ese momento, el poder de la nobleza francesa comenzó a debilitarse. Cuando los ingleses fueron expulsados de Francia, fue por un levantamiento del pueblo dirigido por una joven campesina, Juana de Arco. En medio de los escombros de sus vidas, del caos y del derramamiento de sangre, el pueblo francés se hizo consciente de su identidad nacional y actuó en consecuencia. La burguesía comenzó a exigir sus derechos y cédulas y un nuevo poder central monárquico, basado en la burguesía y el pueblo, comenzó a tomar las riendas del poder y a forjar un estado nacional, del cual emergió finalmente la Francia moderna.

La Peste Negra

Cuando un sistema socioeconómico dado entra en crisis y decadencia, no sólo se refleja en el estancamiento de sus fuerzas productivas, sino  a todos los niveles. La decadencia del Feudalismo fue una época de muerte y agonía de la vida intelectual. El peso devastador de la Iglesia paralizó todas las iniciativas culturales y científicas.

La estructura feudal estaba basada en una pirámide en la que Dios y el Rey estaban en lo alto de una compleja jerarquía, cuyos segmentos se vinculaban entre sí por las llamadas obligaciones. En teoría, los señores feudales “protegían” a los campesinos, quienes a cambio los proveían de comida y ropa, los alimentaban y les permitían vivir una vida de lujo y ociosidad; los sacerdotes rezaban por su alma, los caballeros los defendían, y demás.

Este sistema duró mucho tiempo. En Europa duró aproximadamente mil años: aproximadamente desde mediados del siglo V hasta mediados del siglo XV. Pero hacia el siglo XIII, el feudalismo en Inglaterra y otros países alcanzaba ya sus límites. El crecimiento de la población puso el sistema entero bajo una tensión colosal. Las tierras marginales tuvieron que ser dedicadas al cultivo y la mayor parte de la población simplemente llevaba una vida básica de subsistencia en pequeñas parcelas de tierra.

Era una situación al “borde del caos”, donde el inestable edificio podía desmoronarse en su conjunto ante una sacudida externa suficientemente potente. ¿Y qué golpe podría sacudirlo tan fuertemente? Los estragos de la Peste negra, que mató entre una tercera parte y la mitad de la población de Europa, sirvió para aliviar en gran parte la injusticia, la miseria y la ignorancia intelectual y espiritual del siglo XIV.

Se reconoce ahora, generalmente, que la Peste Negra desempeñó un papel importante en el declive del feudalismo. Esto fue particularmente claro en el caso de Inglaterra. Después de acabar con la  mitad de la población de Europa, la plaga se extendió a Inglaterra en el verano de 1348. Cuando se extendió tierra adentro hacia los pueblos de la Inglaterra rural, la población quedó diezmada. Familias enteras, a veces, pueblos enteros, fueron aniquilados. Como en el continente europeo, falleció aproximadamente la mitad de la población. Sin embargo, aquellos que lograron sobrevivir se vieron fácilmente en posesión de enormes cantidades de tierra. Se estaba creando una nueva clase de campesinos ricos.

La pérdida colosal de vidas llevó a una escasez extrema de mano de obra. No había suficientes peones para juntarse en la cosecha o artesanos para realizar todas las otras funciones necesarias. Esto sentó la base para una profunda transformación social. Sintiendo su fuerza, los campesinos exigieron y se pusieron salarios más altos y alquileres inferiores. Si el señor rechazaba sus demandas, siempre se podrían ir y acudir a otro señor que quisiera aceptarlas. Algunos pueblos fueron abandonados totalmente.

Las viejas obligaciones disminuyeron, primero; y acabaron por romperse, después. A medida que los campesinos se deshacían del yugo de las obligaciones feudales, muchos afluyeron a las ciudades para buscar fortuna. Esto, por su parte, llevó a un desarrollo posterior de las ciudades y, en consecuencia, promovió el ascenso de la burguesía. En 1349, el rey Eduardo III aprobó lo que posiblemente constituyó la primera política de salarios en la historia: el Estatuto de los Trabajadores (Statute of Labourers). Se decretó que los salarios deberían mantenerse en los viejos niveles. Pero ésta fue una ley en desuso desde el principio. Las leyes de la oferta y la demanda eran ya más fuertes que cualquier decreto real.

En todas partes había un nuevo espíritu de rebeldía. La vieja autoridad estaba minada y desacreditada. El edificio putrefacto en su conjunto se tambaleaba con riesgo de caerse. Una buena sacudida, parecía, lo derrumbaría. En Francia, tuvieron lugar una serie de levantamientos campesinos conocidos como jacqueries. Más importante aún fue la agitación campesina conocida como el Levantamiento Inglés de 1381. Los rebeldes entraron en Londres y durante un rato tuvieron al rey en su poder. Sin embargo,  en última instancia estas rebeliones no podían tener éxito.

Estos levantamientos fueron anticipaciones prematuras de la revolución burguesa, en un momento en que las condiciones para ésta no habían madurado completamente. Expresaron el callejón sin salida en el que se encontraba el feudalismo y el profundo descontento de las masas. Pero no podían ofrecer una salida. Como resultado, el sistema feudal, aunque modificado sustancialmente, sobrevivió durante un período, manifestando todos los síntomas de un orden social enfermo y en declive.

La sensación de que el fin del mundo se acerca es común a cada período histórico en el que un determinado sistema socioeconómico ha entrado en declive irreversible. Fue en este período cuando gran número de hombres salían a los caminos, descalzos y vestidos con ropas de penitencia, flagelándose a si mismos hasta sangrar. Las sectas flagelantes esperaban el fin del mundo, que creían sucedería de un momento a otro.

Al final, el mundo no llegó a su fin, sino sólo el sistema feudal, y lo que llegó no fue el nuevo milenio, sino sólo el sistema capitalista. Pero no se podía esperar que entendieran esto. Una cosa estaba clara para todos. El mundo antiguo estaba en un estado de rápida e irremediable decadencia. Los hombres y las mujeres estaban desgarrados por tendencias contradictorias. Sus creencias estaban minadas y vagaban a la deriva en un lugar frío, inhumano, hostil e incomprensible.

El ascenso de la burguesía

Cuando todas las viejas certezas fueron derribadas, fue como si el eje del mundo hubiera desaparecido. El resultado fue una terrible turbulencia e incertidumbre. A mediados del siglo XV, el antiguo sistema de creencias comenzó a desmoronarse. Las personas ya no buscaban en la Iglesia la salvación o el consuelo. En su lugar, surgieron disensiones religiosas de muy distintas índoles, lo que sirvió de pretexto para la oposición política y social.

Los campesinos desafiaban las antiguas leyes y restricciones, exigiendo la libertad de circulación, que así  afirmaban trasladándose a las ciudades sin solicitar una licencia. Las crónicas contemporáneas describen la irritación de los señores ante la negativa de los trabajadores a obedecer las órdenes. Incluso hubo algunas huelgas.

En medio de toda esta oscuridad surgieron nuevas fuerzas, que anunciaban el nacimiento de un nuevo poder y de una nueva civilización, que fue creciendo gradualmente en el seno de la vieja sociedad. El aumento del comercio y de las ciudades trajo consigo el ascenso de una nueva clase, la burguesía, la cual comenzó a pugnar por mantener su posición y poder frente a las clases feudales dominantes, la nobleza y la Iglesia. El nacimiento de una nueva sociedad se dejó ver en el arte y la literatura, donde la nueva tendencia empezó a surgir en el curso de los siguientes cien años.

El crecimiento de las ciudades, aquellas islas de capitalismo en un mar de feudalismo, minaba gradualmente el viejo orden. La nueva economía monetaria, que apareció en los márgenes de la sociedad, roía las bases de la economía feudal. Las viejas restricciones feudales eran ahora imposiciones insoportables, obstáculos intolerables al progreso. Tenían que destruirse, y fueron destruidos. Pero la victoria de la burguesía no vino de repente. Se necesitó un largo período para alcanzar la victoria final sobre el viejo orden establecido. Sólo de forma gradual las ciudades vieron resurgir nuevos halos de vida.

La recuperación lenta del comercio provocó el auge de la burguesía y un renacimiento de las ciudades, notablemente en Flandes, Holanda y el norte de Italia. Nuevas ideas comenzaron a aparecer. Después de la caída de Constantinopla (la actual Estambul) en manos de los turcos (1453), se vivió un nuevo interés por las ideas y el arte de la Antigüedad clásica. Nuevas formas de arte aparecieron en Italia y los Países Bajos. ElDecameron, de Boccaccio, se puede considerar como la primera novela moderna. En Inglaterra, las escrituras de Chaucer están llenas de vida y color, reflejando un nuevo espíritu en el arte. El Renacimiento, vacilante, daba a luz sus primeras obras. Gradualmente, un nuevo orden surgía del caos.

La Reforma

Hacia el siglo XIV, el capitalismo se había establecido en Europa. Los Países Bajos se convirtieron en la fábrica de Europa, y el comercio prosperó a lo largo del Rin. Las ciudades de Italia del Norte eran una locomotora potente de crecimiento económico y comercio, de intercambio abierto con Bizancio y Oriente. Desde aproximadamente el siglo V hasta el siglo XII, Europa estaba formada por sistemas económicos en gran parte aislados ¡Ya no! El descubrimiento de América, la circunnavegación de África [a través del Cabo de Nueva Esperanza] y la extensión general del comercio dieron un ímpetu fresco, no sólo a la creación de riqueza, sino también al desarrollo de las mentes.

En tales condiciones, el viejo estancamiento intelectual ya no era posible. Conservadores y reaccionarios se vieron desacreditados, como Marx y Engels explicaron en El Manifiesto Comunista:

“El descubrimiento de América y la circunnavegación de África ofrecieron a la burguesía en ascenso un nuevo campo de actividad. Los mercados de la India y de China, la colonización de América, el intercambio de las colonias, la multiplicación de los medios de cambio y de las mercancías en general imprimieron al comercio, a la navegación y a la industria, un impulso hasta entonces desconocido y aceleraron, con ello, el desarrollo del elemento revolucionario de la sociedad feudal en descomposición”.

No es ninguna coincidencia que el ascenso de la burguesía en Italia, Holanda, Inglaterra y, más tarde, en Francia, fuera acompañado de una prosperidad extraordinaria de la cultura, el arte y la ciencia. Las revoluciones, como dijo Trotsky una vez, siempre han sido la fuerza impulsora de la historia. En aquellos países donde triunfó la revolución burguesa en los siglos XVII y XVIII, al desarrollo de las fuerzas productivas y de la tecnología le acompañó un desarrollo paralelo de la ciencia y la filosofía, que minó el dominio ideológico de la Iglesia para siempre.

En la época del ascenso de la burguesía, cuando el capitalismo todavía representaba una fuerza progresista para la historia, los primeros ideólogos de dicha clase tuvieron que librar una difícil batalla contra los baluartes ideológicos del feudalismo, comenzando con la Iglesia Católica. Mucho antes de poner fin al poder de los señores feudales, la burguesía tuvo que romper las defensas filosóficas y religiosas, establecidas para proteger el sistema feudal dominado por la Iglesia y su brazo militante, la Inquisición. Esta revolución se anticipó con la rebelión de Lutero contra la autoridad de la Iglesia.

Durante los siglos XIV y XV, Alemania vivió la transformación de una economía completamente agraria y el auge de nuevas clases sociales que chocaban con la jerarquía feudal tradicional. Los ataques de Lutero contra la Iglesia Católica Romana fueron la chispa que encendió la revolución. Los burgueses y la pequeña nobleza buscaban romper con el poder del clero, escapar de las garras de Roma y enriquecerse a través de la confiscación de la propiedad de la Iglesia.

Pero en las profundidades de la sociedad feudal, otras fuerzas más elementales se removían. Las apelaciones de Lutero contra el clero y las ideas sobre la libertad cristiana calaron en los oídos de los campesinos alemanes y sirvieron de gran estímulo a la rabia reprimida de las masas, que habían sufrido en silencio durante mucho tiempo la opresión de los señores feudales. Ahora se levantaban para infligir una venganza terrible a todos sus opresores.

A principios de 1524, la Guerra de los Campesinos se extendió a lo largo de las regiones germánicas del Sacro Imperio Romano y duró hasta su represión en 1526. Lo que pasó después se ha repetido con frecuencia en la historia posterior. Al verse confrontado con las consecuencias de sus ideas revolucionarias, Lutero tuvo que elegir un bando, y se unió a los burgueses, a la nobleza y a los príncipes, en la represión a los campesinos.

Los campesinos encontraron a un mejor caudillo en la persona de Thomas Müntzer. Mientras Lutero predicaba la resistencia pacífica, Thomas Müntzer atacaba al clero mediante violentos sermones, pidiendo a la gente que se levantara en armas. Al igual que Lutero, citaba referencias bíblicas para justificar sus acciones: “¿No dice Cristo, ‘no vine a traer la paz, sino la espada’?”

El ala más radical del movimiento eran los anabaptistas, que ya comenzaban a poner en duda la propiedad privada, tomando como modelo el comunismo primitivo de los primeros cristianos descritos en los Hechos de los Apóstoles. Müntzer sostenía que la Biblia no era infalible, que el Espíritu Santo tenía modos de comunicarse directamente a través del don de la razón.

Lutero estaba horrorizado y escribió su célebre folleto “Contra la horda de campesinos que roban y matan”. La rebelión fue aplastada con una tremenda atrocidad, que hizo retroceder a Alemania durante siglos. Pero la marea de la rebelión burguesa reflejada en el ascenso del protestantismo era ya imparable.

Aquellas regiones donde las fuerzas feudales reaccionarias reprimieron el embrión de la nueva sociedad en desarrollo, fueron condenadas a la pesadilla de un largo y vergonzoso período de degeneración, decadencia y declive. El ejemplo de España es el más gráfico en este aspecto.

La Revolución burguesa

La primera revolución burguesa tomó la forma de una rebelión nacional de los Países Bajos contra el gobierno opresivo de la España católica. Si querían tener éxito, los ricos burgueses holandeses debían apoyarse en los hombres sin propiedad: aquellos desesperados valientes provenientes principalmente de las capas más pobres de sociedad. Las tropas de choque neerlandesas eran conocidas desdeñosamente por sus enemigos como los “mendigos del mar”.

Esta descripción no era totalmente inexacta. Eran artesanos pobres, peones, pescadores, gente sin hogar y desposeída – todos ellos considerados despojos de la sociedad, pero enardecidos con el fanatismo calvinista, infligieron una derrota tras otra a las fuerzas de la poderosa España. Esto sentó la base para el ascenso de la república holandesa y una Holanda burguesa próspera moderna.

El siguiente episodio de la revolución burguesa fue aún más significativo y de gran alcance en sus implicaciones. La Revolución inglesa del siglo XVII asumió la forma de una guerra civil. Se expresó como un poder dual. El poder real, que descansaba sobre las clases privilegiadas y los círculos superiores de estas clases – los aristócratas y obispos, basados en Oxford – se vio confrontado con la burguesía y los pequeños terratenientes y masas plebeyas, basadas alrededor de Londres.

La Revolución inglesa sólo tuvo éxito cuando Oliver Cromwell, basándose en los elementos más radicales, es decir, los plebeyos armados, barrió la burguesía a un lado y emprendió una guerra revolucionaria contra los Realistas. Como resultado, el rey fue capturado y ejecutado. El conflicto terminó con la abolición del Parlamento y la dictadura de Cromwell.

Las filas inferiores del ejército, bajo el mando de los Levellers (los niveladores, en inglés) –el ala de extrema izquierda de la revolución – trató de llevar la revolución adelante, cuestionando la propiedad privada, pero fue aplastada por Cromwell. La razón de este fracaso se explica por las condiciones objetivas de ese período. La industria todavía no se había desarrollado hasta el punto en el que podría proporcionar la base para el socialismo.

El proletariado mismo se encontraba en una fase de desarrollo embrionaria. Los propios seguidores de los Levellers representaban los niveles inferiores de la pequeña burguesía y, por lo tanto, a pesar de todo su heroísmo, eran incapaces de marcar su propio camino histórico individual. Tras la muerte de Cromwell, la burguesía llegó a un acuerdo con Carlos II, que le permitió hacerse con el poder real manteniendo la Monarquía como baluarte contra cualquier futura revolución contra la propiedad privada.

La Revolución norteamericana, que tomó la forma de una guerra de independencia nacional, tuvo éxito en la medida en que implicó a la masa de agricultores pobres que emprendieron una guerra de guerrillas exitosa contra los ejércitos del rey Jorge de Inglaterra.

La Revolución francesa de 1789-93 fue más lejos que la Revolución inglesa. Fue uno de los mayores acontecimientos de la historia de la humanidad. Incluso, hoy, es una fuente interminable de inspiración. Si bien Cromwell luchó bajo la bandera de la religión, la burguesía francesa levantó la bandera de la Razón. Incluso antes de derribar las murallas colosales de la Bastilla, derribó las murallas invisibles, pero no menos formidables, de la Iglesia y de la religión.

En cada etapa, fue la participación activa de las masas la fuerza motriz de la Revolución francesa, lo que le permitió seguir adelante y apartar todos los obstáculos. Y cuando esta participación activa de las masas disminuyó, la Revolución se detuvo y retrocedió. Esto es lo que condujo directamente a la reacción; en primer lugar, termidoriana y, más tarde, bonapartista.

Los enemigos de la Revolución francesa siempre tratan de ennegrecer su imagen acusándola de violenta y sangrienta. De hecho, la violencia de las masas es inevitablemente una reacción contra la violencia de la vieja clase dominante. Los orígenes del Terror deben buscarse en la reacción de la revolución a la amenaza del derrocamiento violento tanto de sus enemigos internos como externos. La dictadura revolucionaria fue el resultado de la guerra revolucionaria y sólo una expresión de ésta.

Bajo el gobierno de Robespierre y los Jacobinos, los denominados “sans-culottes”, semi-proletarios, fueron determinantes en el éxito de la Revolución francesa. De hecho, las masas empujaron a los líderes a ir más lejos de lo que hubieran querido. Objetivamente, la Revolución era de carácter democrático-burgués, ya que el desarrollo de las fuerzas productivas y del proletariado todavía no había alcanzado un punto donde pudiera plantearse la cuestión del socialismo.

El proceso, que había alcanzado sus límites, retrocedió llegado cierto punto. Robespierre y su facción acabaron con el ala Izquierda, y después fueron abatidos ellos mismos. Los reaccionarios termidorianos en Francia persiguieron y oprimieron a los Jacobinos, mientras las masas, desgastadas por años de esfuerzo y sacrificio, comenzaron a caer en la pasividad y la indiferencia. El péndulo se balanceó bruscamente a la derecha. Pero no restauró el Antiguo Régimen. Las conquistas socioeconómicas fundamentales de la Revolución permanecieron. El poder de la aristocracia terrateniente estaba roto.

El Directorio putrefacto y corrupto fue sustituido por la dictadura personal, igualmente putrefacta y corrupta, de Bonaparte. La burguesía francesa estaba atemorizada por las tendencias igualitarias de los Jacobinos y de los “sans-culottes”. Pero estaba aún más aterrorizada por la amenaza de la contrarrevolución monárquica, que le arrebataría el poder y la haría retroceder al periodo anterior a 1789. Las guerras siguieron y hubo rebeliones internas de los reaccionarios. La única salida era introducir de nuevo la dictadura, pero bajo dictamen militar. La burguesía buscaba a un Salvador y lo encontró en la persona de Napoleón Bonaparte.

Con el fracaso de Napoleón en la Batalla de Waterloo, se extinguieron los últimos rescoldos del fuego de la Francia revolucionaria. Un período largo y gris se instaló en Europa como un abrigo grueso cubierto de polvo sofocante. Las fuerzas de la reacción triunfante parecieron asentarse firmemente en el poder. Pero esto era sólo una apariencia. Bajo la superficie, el “topo de la revolución” estaba ocupado cavando los cimientos para una nueva revolución.

La victoria del capitalismo en Europa sentó las bases para el auge colosal de la industria y, con ello, el fortalecimiento de esa clase que está destinada a derrocar el capitalismo y a guiar una etapa nueva y más alta del desarrollo social – el socialismo. Marx y Engels escribieron en El Manifiesto Comunista:

“Un fantasma recorre Europa: el fantasma del comunismo. Todas las fuerzas de la vieja Europa se han unido en santa cruzada para acosar a ese fantasma: El Papa y el Zar, Metternich y Guizot, los Radicales y los polizontes alemanes”.

Estas palabras describen el sistema reaccionario que fue establecido por el Congreso de Viena tras la derrota de Napoleón en 1815. Se tenía la intención de eliminar el riesgo de la revolución para siempre, exorcizar el fantasma de la Revolución francesa para siempre. La brutal dictadura de las “fuerzas de la vieja Europa” parecía que duraría para siempre. Pero, tarde o temprano, las cosas se convertirían en su opuesto. Por debajo de la superficie de reacción, nuevas fuerzas fueron madurando progresivamente y emergió una nueva clase revolucionaria, el proletariado.

La contrarrevolución fue derrocada por una nueva oleada revolucionaria que sacudió a Europa en 1848. Estas revoluciones se libraron bajo la bandera de la democracia, la misma bandera que fue levantada en las barricadas de París en 1789. Pero en todas partes la fuerza dirigente de la revolución no fue una cobarde y reaccionaria burguesía, sino los descendientes directos de los “sans-culottes” franceses, la clase obrera, que inscribió en su bandera un nuevo tipo de ideal revolucionario, el ideal del comunismo.

Las revoluciones de 1848-49 fueron derrotadas por la cobardía y la traición de la burguesía y sus representantes Liberales. La reacción gobernó una vez más hasta 1871, cuando el heroico proletariado de Francia asaltó el cielo en la Comuna de París, la primera vez en la historia que la clase obrera derrocaba el viejo Estado burgués y comenzaba a crear un nuevo tipo de Estado, un Estado obrero. Ese glorioso episodio duró pocos meses y, finalmente, fue ahogado en sangre. Pero dejó un patrimonio duradero y sentó las bases de la Revolución rusa de 1917.