Gran Bretaña: Muere el duque de Edimburgo – Es hora de poner fin a la monarquía

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El príncipe Felipe, marido la reina Isabel II, ha muerto. Como era de esperar, el establishment ha aprovechado la oportunidad para volcarse en alabanzas hacia este fanático infame, y promover el ondear patriótico de banderas. Nosotros decimos: ¡Abolir la monarquía! ¡Derribemos esta podrida reliquia reaccionaria!

El pasado viernes, el Palacio de Buckingham anunciaba la muerte de Su Alteza Real el Príncipe Felipe, Duque de Edimburgo, a la edad de 99 años.

Desde entonces, no han cesado los elogios por parte del establishment.

Boris Johnson, desde Downing Street, se refirió al duque como alguien que había “inspirado las vidas de innumerables jóvenes”.

“Ayudó a dirigir la Familia Real y la monarquía”, declaró el primer ministro, “para que siga siendo una institución indiscutiblemente vital para el equilibrio y la felicidad de nuestra vida nacional”.

A los mensajes del primer ministro se sumó también el servil líder laborista, Sir Keir Starmer: “El Reino Unido ha perdido a un servidor público extraordinario en el Príncipe Felipe, que dedicó su vida a nuestro país”.

La BBC, portavoz del establishment británico, ha dedicado páginas enteras a relatar la “dura vida” que llevó Felipe (descrito como “un hombre extraordinario”) como abanderado de su país.

No sorprenden tales elogios de los partidarios de la clase dirigente y de la monarquía británica, componente vital para apuntalar el orden existente.

Reliquia podrida

Sin duda, la muerte del duque se utilizará para promover y celebrar el nacionalismo británico, la bandera y las instituciones de pompa y privilegio. Se utilizará para promover a la familia real como piedra angular esencial del “estilo de vida británico”.

La monarquía, sin embargo, no es un lugar sagrado privilegiado. Es una reliquia que se perpetúa desde la época del feudalismo, que representa los intereses de las poderosas clases terratenientes. Fue abolida por la Revolución Inglesa en el siglo XVII, después restaurada y convertida en una herramienta útil para la nueva clase mercantil y burguesa.

Aunque despreciada hasta no hace mucho tiempo por las masas, en los tiempos modernos la monarquía británica recibió un “cambio de imagen” y se ungió con un brillo místico. Se erigió por encima de la política, convirtiéndose en un componente clave en la preservación del capitalismo. Esto fue revelado por Walter Bagehot en sus escritos sobre la Constitución.

Reserva de la reacción

Se destinan millones de libras de fondos públicos al mantenimiento de la familia real. No porque se trate de una atracción turística o una novedad histórica, sino por razones mucho más serias.

La monarquía se construye deliberadamente en la mente de la ciudadanía como el pináculo de la nación y el defensor de la fe.

Las Fuerzas Armadas juran lealtad, no al Parlamento, sino al monarca. El primer ministro es nombrado por la reina, como jefa de su gobierno. La oposición en el Parlamento se conoce como “oposición de Su Majestad”. La reina (o rey) tiene el poder de nombrar y destituir gobiernos y disolver el Parlamento.

El monarca tiene enormes poderes de reserva según la constitución británica, que no tiene una escrita. Estos poderes se mantienen deliberadamente en las sombras en tiempos “normales”, ocultos del escrutinio público.

Este arma se mantiene precisamente en la reserva. Solo debe usarse en tiempos de gran crisis, cuando el sistema capitalista se ve fuertemente amenazado.

Estos poderes ocultos serían, por ejemplo, desplegados por la clase dirigente para bloquear un gobierno laborista de izquierda, si amenazara sus intereses de clase.

Se utilizaría toda la fuerza de la Constitución, respaldada por los tribunales de justicia y el Consejo Privado, para desestabilizar un gobierno de izquierda. Los poderes de la Corona entrarían en juego para destituir al gobierno electo en aras de la “seguridad nacional”.

Escándalo y sordidez

Para que la monarquía desempeñe dicho papel en el futuro, debe preservarse su reputación colocándola por encima de la política, en una posición de neutralidad. Por ejemplo, rodeando de misterio a la Familia Real, para no ser considerados como mortales comunes. Son los “intocables”.

Lamentablemente para ellos, los escándalos que han sacudido a la familia real durante las últimas décadas han empañado su reputación. La reciente disputa con el Harry y Meghan fue un duro golpe. Este incidente ha desenmascarado el funcionamiento interno de la monarquía, incluidas sus actitudes reaccionarias.

Lo mismo ocurre con el escándalo que rodea al príncipe Andrés y sus vínculos con el presunto proxeneta pedófilo, Jeffrey Epstein.

“En una entrevista de 85 minutos, impresionante por su audacia”, escribía el editor del Daily Mail, acerca de la reciente entrevista de Oprah con Harry y Meghan, “[Meghan] y Harry eliminaron los pocos vestigios de misterio que le quedaban a la monarquía, reduciéndola a las dimensiones de una telenovela de mal gusto, dejando al Palacio y a sus consejeros en el papel de malévolos y destructivos”.

El editor de este periódico continuó:

“Como historiador, Boris Johnson sabe que la monarquía es un eje importante del sistema constitucional británico y si se hace o se dice algo para debilitar la institución, como acusar a una de sus principales figuras de racismo, entonces es deber del primer ministro asesorar a la Reina sobre el punto de vista del Gobierno.

“Y es por eso por lo que esta entrevista ha abierto mucho más que un cisma irreparable con la familia real. Presenta un peligro claro y presente para el futuro de la monarquía”. (Daily Mail, 9/3/21)

Por lo tanto, se hace todo lo posible, incluidos los encubrimientos, para proteger a la monarquía del escrutinio público y preservar sus “vestigios de misterio”.

Racista e intolerante

Sin duda, la clase dirigente utilizará la muerte del duque de Edimburgo para elogiar a la monarquía, elogiar “su extraordinario servicio público” y blanquear esta institución feudal.

Esto es irónico, dada la notoriedad del príncipe Felipe por sus comentarios y bromas racistas. Son de conocimiento público. Su intolerancia era bien sabida. Pero la prensa aduladora excusó sus comentarios tratándolos de simples “meteduras de pata”, “escondiéndolos bajo la alfombra”.

Por lo tanto, ¿es sorprendente que haya habido racismo en la casa real por el bebé de Meghan?

Esta vida privilegiada y enclaustrada de la monarquía fue bien dramatizada en la serie de televisión, The Crown. La vida social del príncipe Felipe estaba bien documentada. ¡No es de extrañar que los monárquicos quisieran censurarla!

¡Abolir la monarquía!

A diferencia del “patriota” líder laborista, Sir Keir Starmer, los socialistas deberían abogar por la abolición completa de la monarquía, que es una reliquia feudal y una peligrosa arma de reserva de la clase dominante.

Aparentemente, Starmer recibió su nombre de Keir Hardie, el fundador del Partido Laborista. Pero, a diferencia de Starmer, Hardie no era monárquico.

Como miembro del Parlamento, en febrero de 1893, Hardie se opuso al discurso al trono, y en cambio presentó una enmienda que exigía que el gobierno prestara atención a la condición de los desempleados. Esto provocó la indignación de los conservadores y liberales.

Por el contrario, hoy asistimos al espectáculo nauseabundo de “Sir” Starmer, un caballero del reino, postrándose ante el sistema capitalista.

El Partido Laborista, bajo Starmer, anunció que suspendería la campaña electoral, “por respeto” a la monarquía.

Si el partido hiciera honor a sus siglas, se adheriría a los principios de Keir Hardie en este asunto y pediría la abolición de la monarquía, la Cámara de los Lores y todas las demás reliquias feudales del gobierno británico.

Decimos:

¡No a los privilegios de clase, de ostentación y de distinciones de clase!

¡Abajo la monarquía! ¡Abajo el sistema capitalista!

¡Por un sistema socialista que ponga fin a la desigualdad! ¡Lucha por una sociedad dirigida a los intereses de la mayoría, no a estos parásitos privilegiados!