¿Es Argentina un país semicolonial?

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Es generalmente aceptado por sectores amplios de la izquierda argentina que nuestro país tiene un carácter atrasado y semicolonial. Sin embargo, la realidad de nuestro país es bastante más compleja como para que pueda ser enunciada mediante una simple fórmula que equipara estructuras económicas y sociales tan dispares como las de Argentina y las de países como Bolivia, Ecuador, el Congo, Camboya o Marruecos (también adscritos a la categoría de países atrasados y semicoloniales). Es generalmente aceptado por sectores amplios de la izquierda argentina que nuestro país tiene un carácter atrasado y semicolonial.

Sin embargo, la realidad de nuestro país es bastante más compleja como para que pueda ser enunciada mediante una simple fórmula que equipara estructuras económicas y sociales tan dispares como las de Argentina y las de países como Bolivia, Ecuador, el Congo, Camboya o Marruecos (también adscritos a la categoría de países atrasados y semicoloniales).

En rigor, un país semicolonial es aquél que, siendo formalmente independiente, permanece ocupado militarmente por una o más potencias imperialistas, expoliando sus recursos y trabando su desarrollo. Tal era el caso de China en los años 20-30 del siglo pasado, o el de Afganistán e Irak actualmente.

Por lo tanto, no es correcto referirse a Argentina como un país semicolonial. Bien es verdad que también suele utilizarse este término para referirse, en sentido figurado, a los países del llamado “tercer mundo”, esclavizados financiera y económicamente por las potencias imperialistas, y que igualmente son expoliados y trabados en su desarrollo sin la necesidad de una ocupación militar directa.

Sin embargo, los “marxistas” que caracterizan a Argentina como país semicolonial, entendido de esta manera, olvidan que el carácter “semicolonial” de una nación viene dado además por la existencia de una estructura económica atrasada con pervivencias semifeudales, y con una población mayoritariamente campesina (ver Lenin: El Imperialismo, fase superior del capitalismo). Pero Argentina poco tiene que ver con ese tipo de países.

A pesar del desarrollo histórico desigual de la geografía social y económica del país y de que la burguesía argentina siempre mantuvo un cierto grado de dependencia diplomática, financiera y comercial con los imperialismos británico y norteamericano, principalmente (características compartidas por otros países capitalistas de desarrollo medio no semicoloniales), la Argentina alcanzó un significativo desarrollo industrial, tiene una población mayoritariamente urbana y alfabetizada, y una agricultura desarrollada en líneas capitalistas que emplea a una minoría de la población económicamente activa. En los años 40 del pasado siglo Argentina era la décima potencia industrial del mundo y hasta mediados de los años 70 poseía condiciones de vida y de desarrollo industrial comparables a las que existían en países como Italia o España.

En 1970, Argentina ya producía 1,5 millones de toneladas de acero, 220.000 automóviles, 5 millones de toneladas de cemento, 2.300 vagones de tren y locomotoras eléctricas. Los astilleros construían barcos que alcanzaban una capacidad total de 40.000 toneladas. Los asalariados de la Argentina ascendían al 74% de la población económicamente activa, una tasa similar a la de cualquier país capitalista moderno.

A pesar de la importante penetración del capital extranjero en la economía argentina, aun en 1973 los inversores extranjeros sólo controlaban el 33% del sector manufacturero medido en aporte al Producto Bruto Nacional (Perón-Perón, pág. 165. Guido Di Tella, Ed. Hyspamérica 1983). Ese mismo año, la deuda externa equivalía “sólo” al 27% del PBN. Nada que ver con las cifras actuales.

Otra cuestión muy distinta es que la degenerada burguesía argentina, en las últimas 3 décadas, haya arruinado el país y empujado a sectores importantes de la población a la pobreza y a la miseria. Eso simplemente es una expresión del carácter totalmente reaccionario de una clase dominante que decidió liquidar gran parte del aparato productivo del país para vivir de rentas y sacarse de encima la presión revolucionaria de un proletariado que amenazaba con “tomar el cielo por asalto”. En lugar de invertir sus fabulosas ganancias en modernizar el aparato productivo prefirió especular con la deuda externa y evadir capitales al exterior como lo prueban los 130.000 millones de dólares de capitales argentinos depositados en cuentas en el extranjero según las cifras oficiales, que evidentemente subestiman las cifras reales.

Por supuesto, no negamos que actualmente Argentina manifieste algunas características atribuibles a un país “semicolonial”, como se pone de manifiesto en el lastre que supone una deuda externa de 130.000 millones de dólares, en la enorme penetración del capital extranjero en el aparato productivo, en el atraso en infraestructuras básicas (cloacas, sistema ferroviario, etc) y en el completo alineamiento de la burguesía nacional con la diplomacia y la política exterior del imperialismo norteamericano.

Pero no estamos acá en el caso de un país semicolonial que vio trabado históricamente su desarrollo desde hace 200 años debido a la opresión imperialista, sino en el de un país que alcanzó un desarrollo capitalista medio y que fue conducido a una decadencia espantosa en el espacio de 30 años por una clase dominante absolutamente podrida.

A diferencia de Irak, acá, los hidrocarburos, las telecomunicaciones, los servicios eléctrico y de aguas, fueron entregados a las multinacionales imperialistas por los gobiernos de turno con la aprobación entusiasta de la burguesía argentina.

¿Qué “presión imperialista” obligó hace 3 años a la familia Pérez Cómpanc a vender la principal petrolera privada del país, Pecom, a Petrobras por 1.000 millones de dólares? Ninguna, sólo el deseo de estos parásitos de vivir de rentas y de la especulación financiera. Y qué decir de la venta este mismo año a otra multinacional extranjera de la principal empresa cementera del país, Loma Negra, por otros 1.000 millones de dólares, para que su antigua dueña, Amalita Fortabat, pueda dedicarse a su “hobby” preferido: la compra-venta de obras de arte. La familia Acevedo, a su vez, se desprendió hace dos años de sus acciones en la siderúrgica Acindar a favor de la multinacional francesa Acelor, por valor de 200 millones de dólares. La principal cervecera nacional, Quilmes, también fue adquirida por 600 millones de dólares por Brahma. Y podríamos aumentar la lista.

El error de describir a Argentina como un país semicolonial contiene un peligro muy grave. Si se acepta esta definición, entonces siempre está presente la tentación de aceptar la idea de que Argentina “no está preparada” para el socialismo, que la democracia burguesa todavía no está lo suficientemente desarrollada, que existen sectores “progresistas” de la burguesía opuestos al imperialismo, etc. Así, algunos “marxistas” en lugar de poner en el centro la perspectiva del poder obrero, defienden la Asamblea Constituyente como la reivindicación central de la revolución argentina. Aunque niegan que esa sea la teoría estalinista de las “dos etapas”, en la práctica significa eso. O consignas como: “luchar por la segunda independencia”, que es una concesión intolerable al nacionalismo burgués y al exclusivismo nacional.

En los trabajadores argentinos existe un genuino y valiente sentimiento antiimperialista. Esto es enormemente positivo y valioso. El orgullo nacional de los trabajadores argentinos es un sentimiento natural y sano que expresa todo lo que está vivo y es progresista en el país. No tiene nada que ver con el nacionalismo de la burguesía, de los banqueros, capitalistas y militares argentinos, siempre dispuestos a arrodillarse delante del imperialismo. Esta es la clase de nacionalismo que siempre codicia territorios y materias primas, que enseña a la población de un país a odiar y despreciar a la de otro país. Eso es reaccionario.

Pero hay que decir la verdad a la clase obrera. La única forma de resolver sus problemas es con la expropiación de los banqueros, terratenientes y capitalistas argentinos y extranjeros, y después unirse con el resto de los trabajadores y campesinos de América Latina en una federación socialista. Esta es la única manera de salir de la explotación, la pobreza y la miseria a la que nos condena el capitalismo.