Quien siembra vientos, cosecha tempestades (Oseas, 8:7)
Las dramáticas escenas que estamos viendo en los EE.UU. han conmocionado a la opinión pública y resonado en todo el mundo. En las calles de muchas ciudades estadounidenses, un gran número de trabajadores y jóvenes se han puesto en acción. Un estado de ánimo de ira ardiente e incontrolable se ha apoderado de la gente.
La causa inmediata de esta erupción fue el asesinato en Minneapolis el 25 de mayo de George Floyd – un hombre indefenso, asustado y desarmado que yacía en el suelo, suplicando por su vida, mientras un policía se arrodillaba en su cuello, aplastando lenta y deliberadamente su tráquea.
Uno sólo puede imaginar el tormento de la agonía física y mental sufrida por la víctima, conforme lenta e inexorablemente, la vida se le iba arrancando. “No puedo respirar, oficial. No puedo respirar. Me estoy muriendo”. Pero su urgente súplica cayó en oídos sordos. El oficial de policía continuó presionando su garganta. Su terror y agonía duró unos ocho minutos. Luego dejó de suplicar… para siempre.
Estos criminales con uniforme de policía rellenaron un informe falso que presentaba esta atrocidad de manera diferente. Desafortunadamente para ellos, todo el espantoso incidente fue grabado por el teléfono de un testigo. Millones de personas en todo el mundo vieron las horribles imágenes. Y así, tanto en los EE.UU. como el mundo entero, pudimos ver lo que estaba sucediendo.
El punto de inflexión
Esto está lejos de ser un incidente aislado. En los EE.UU., la policía mató a 1.099 personas en 2019. Sólo hubo 27 días en los que la policía no mató a nadie el año pasado.
La abrumadora mayoría de las víctimas de la violencia policial son gente pobre, desempleados, miembros de la llamada clase baja, y una alta proporción de ellos eran, por supuesto, personas de color.
Los negros constituyeron el 24% de los asesinados, a pesar de ser sólo el 13% de la población. Y lo peor de todo es la completa impunidad con la que opera la policía. El 99% de los asesinatos de la policía entre 2013 y 2019 no han dado lugar a que los agentes sean acusados de un delito.
Es en este contexto en el que debemos ver el actual levantamiento de masas, porque eso es lo que es. El asesinato de George Floyd fue la gota que colmó el vaso. Encendió una mecha que desencadenó una ola de manifestaciones de indignación en todo el país.
La ira acumulada de los estadounidenses de clase baja, en particular las minorías nacionales y étnicas oprimidas, se derramó en las calles; a pesar de que Estados Unidos, como otros países, está en un estado de encierro debido a la pandemia del coronavirus.
La pandemia ya ha costado la vida de más de 100.000 estadounidenses. Otros 42 millones están desempleados, mientras la economía de los Estados Unidos se enfrenta al colapso. Y no muy por debajo de la superficie de la sociedad, hay una ira furiosa muy similar a la masa ardiente de roca fundida que se abre paso hasta la superficie de la tierra en una erupción volcánica.
Miles y miles de personas se volcaron a las calles para expresar su rabia e indignación por las monstruosas injusticias que la gente ha tenido que sufrir en silencio durante décadas.
Las autoridades tambalean
Los acontecimientos que siguieron no tuvieron precedentes. En Minneapolis, la policía se vio obligada a huir ante la furia de las protestas. Los manifestantes obtuvieron el control de la Tercera Comisaría de Policía y la incendiaron.
Esto debe haber sacudido a las autoridades, que claramente no estaban preparadas para este enorme estallido de indignación y rabia. Alarmadas por la ferocidad del movimiento, las autoridades reaccionaron en Minnesota anunciando el despido de los asesinos, luego, tardíamente, cedieron a la presión y acusaron al oficial Derek Chauvin de asesinato en segundo grado, y los otros policías también serán acusados de complicidad.
Pero esto fue demasiado poco y llegó demasiado tarde. El movimiento ha ido mucho más allá de la causa inicial. Se ha convertido en una protesta, no sólo contra el racismo y la violencia policial, sino también contra las graves desigualdades sociales, que se han exacerbado mil veces por las actuales emergencias sanitarias y económicas.
Una joven mujer negra dijo: “Hemos soportado esto durante 400 años. Ya es suficiente”. Otro hombre resumió el estado de ánimo. Cuando le preguntaron por qué se manifestaba, respondió con una palabra: “injusticia”.
El movimiento se extiende
Prácticamente de la noche a la mañana, en la tarde del 29 de mayo, los EE.UU. se sumieron en el caos. Esto no se parece a nada que se haya visto en los EE.UU., nunca. La mayoría de la gente en las calles protestaba pacíficamente, pero se encontraron con balas de goma, gas lacrimógeno y con salvajes palizas. Fueron apaleados, golpeados hasta el suelo, disparados; y en algunos casos, asesinados.
Las autoridades impusieron un toque de queda en más de 40 ciudades. Pero esto ha sido ampliamente desafiado por los manifestantes, que se defendieron, lo que llevó a enfrentamientos con la policía. En Colorado, hubo disparos cerca de la Casa de Gobierno. En una protesta en Louisville, siete personas sufrieron disparos. Pero nada logró detener el poderoso movimiento de protestas.
Como si de alguna manera se moviera por una mano invisible, las protestas se extendieron como un incendio forestal por todo el país. Los manifestantes salieron inmediatamente a las calles en lugares como Nueva York, Atlanta, Columbus, Los Ángeles, Phoenix, Denver, Washington y otros lugares.
Esta fue una combustión totalmente espontánea de ira masiva. No requirió ninguna organización ni plan. Fue un surgimiento elemental de descontento popular que parece venir de la nada, y que arrasó con todo.
La magnitud del movimiento tomó a todos por sorpresa, incluyendo a muchos activistas políticos. Han continuado sin cesar su octava noche, a pesar de la feroz represión de las fuerzas del “orden”.
La cuestión de la violencia
La prensa amarillista ha acusado a los manifestantes de violencia. Pero el Estado en sí no es otra cosa que violencia organizada. La raíz de la actual agitación es la violencia asesina de los hombres vestidos de azul. Lo que la clase dominante objeta no es la violencia en sí misma, sino sólo cuando las masas se enfrentan a la violencia organizada del Estado con una respuesta propia violenta.
Parece que sólo el Estado tiene derecho a cometer asesinatos, y aquellos que asesinan llevando uniformes de policía no son arrestados, encarcelados, castigados o incluso condenados. Al contrario, son alabados y condecorados por su servicio al Estado.
¿Quién está realmente detrás de la violencia que a veces estalla al final de las manifestaciones? En toda protesta de este tipo, siempre hay una franja de elementos desclasados, lumpenproletarios y criminales de verdad que se aprovechan del desorden para saquear y cometer incendios intencionados.
Los verdaderos manifestantes han tratado de mantenerlos a raya, reconociendo que son elementos extraños que sólo sirven para dar excusas a la policía para reaccionar aún con más violencia.
Pero puede haber elementos más siniestros involucrados. Hay muchas pruebas que sugieren que agentes provocadores han estado activos durante las presentes protestas, fomentando los choques violentos y el desorden para causar el caos y perturbar el movimiento.
Trump incita al asesinato
Durante una conferencia de prensa el 29 de mayo (en realidad sólo una declaración, sin preguntas ni respuestas), Trump no dijo nada sobre la ola de protestas que estaban sacudiendo la sociedad estadounidense hasta las raíces.
Las damas y caballeros de la prensa reunidos esperaban con impaciencia algún tipo de declaración sobre las noticias del día. En su lugar, el presidente habló de la ruptura de relaciones con la Organización Mundial de la Salud, atacó a China, pero no mencionó el hecho de que las ciudades estadounidenses estaban en llamas.
Mientras el presidente se preparaba para abandonar la tribuna, los periodistas frustrados trataron de gritar sus preguntas, pero él simplemente hizo la vista gorda, dejando a los hombres y mujeres de la prensa reunida frustrados y enojados. Ni uno solo de ellos creyó en sus protestas.
Se dice que el emperador Nerón tocaba su lira mientras Roma ardía. Estado Unidos, como Roma en los tiempos de Nerón, está ardiendo. Y el emperador Trump, quien, a diferencia de Nerón, no muestra ningún talento para la música, derrama alegremente gasolina sobre las llamas.
El Presidente Trump, que tiene un sueño similar de grandeza imperial, permaneció a salvo en la Casa Blanca, desde donde se dedicó a twitear, llamando a los manifestantes “VÁNDALOS” y advirtiendo, “cuando el saqueo comienza, comienza el tiroteo”.
Eso fue demasiado incluso para Twitter, que interpretó la declaración de Trump como una abierta incitación al asesinato, lo que sin duda fue. Un poco más tarde, hizo un intento poco convincente de negar que ese fuera el caso.
Trump dijo más tarde que no quería decir que las tropas y la policía deberían abrir fuego. Se refería a algo completamente diferente, aunque lo que era es totalmente oscuro. Pero nadie puede dudar de que el Presidente quiso decir lo que dijo.
Ha advertido que “los perros rabiosos y las armas más ominosas” se volverán contra los manifestantes fuera de la Casa Blanca, y también desatar “el poder ilimitado de nuestras fuerzas armadas”.
Ha salido a la luz que provocó deliberadamente un ataque violento contra los manifestantes fuera de la Casa Blanca, para despejar el camino para ir a una iglesia cercana, donde se detuvo con la Biblia en la mano para el beneficio de los fotógrafos de la prensa, antes de irse, sin decir ninguna oración, por lo que sabemos.
Se suponía que este acto indicaba el gran valor personal del Presidente, además de su indudable apego al espíritu de la caridad cristiana. Pero no requería mucho valor cuando estaba rodeado por Guardias Nacionales fuertemente armados y un pequeño ejército de hombres de seguridad.
Un bravucón en su búnker
El verdadero alcance del coraje de Trump fue revelado de manera flagrante por los acontecimientos más recientes. Los fuegos de la revuelta llegaron a la puerta de la Casa Blanca, donde los cánticos de la gente llegaron a los oídos del presidente, quien fue llevado apresuradamente a un búnker subterráneo, donde permaneció por poco menos de una hora antes de ser llevado de nuevo arriba.
Una fuente interna dijo a CNN que “si la condición en la Casa Blanca se eleva a ROJO y el Presidente es trasladado” al Centro de Operaciones de Emergencia “Melania Trump, Barron Trump y cualquier otro primer miembro de la familia también sería trasladado”.
Una fuente policial y otra familiarizada con el asunto dijo a la CNN que la primera dama Melania Trump y su hijo, Barron, también fueron llevados al búnker por temor a que los manifestantes entraran en el recinto. ¡Esto no tiene precedentes en los EE.UU. en los tiempos modernos, si es que los hubo antes!
Donald J. Trump es ni más ni menos que un bravucón de patio de colegio. Y como todos los bravucones del patio de la escuela, es un cobarde de corazón. Su cobardía es lo que hay detrás de sus amenazas descaradas y sus fanfarronadas sin sentido.
La imagen del Presidente de los EE.UU. – el hombre más poderoso del mundo – acurrucado en un búnker para escapar de lo que en realidad era un número relativamente pequeño de manifestantes nos dice todo lo que necesitamos saber sobre la fibra moral de Donald J. Trump. Y sus mensajes reflejaban miedo y pánico. Incluso la alcaldesa de Washington lo acusó de incitar a la violencia.
Cuando la gente pierde el miedo al Estado, las últimas defensas del orden existente comienzan a desmoronarse. Eso es lo que ha aterrorizado a la clase dirigente estadounidense. Eso explica la decisión apresurada de llevar a los asesinos a juicio.
“Envíen las tropas”
Parece que sectores de la dirección Republicana están ahora tan agitados por este giro de los acontecimientos que les gustaría que el presidente hiciera una declaración para calmar las cosas. Pero luego se encuentran con la contradicción de que cualquier cosa que diga este presidente ahora es probable que añada aún más combustible al fuego.
La administración Trump ya ha puesto un batallón de policía militar en servicio activo con un tiempo de respuesta más corto en Washington y sus alrededores desde el lunes.
El Secretario de Defensa Mark Esper, participando en la convocatoria Trump celebrada con los gobernadores el lunes, dijo que ahora hay más de 17.000 miembros de la Guardia Nacional en 29 estados y el Distrito de Columbia, superando los 15.000 convocados por el huracán Katrina en 2005. Otros 45.000 están apoyando los esfuerzos para combatir la pandemia del coronavirus.
Para cualquier persona normal, estas fuerzas serían más que suficientes para hacer frente a cualquier desorden civil. Pero como sabemos, Donald J. Trump no es una persona normal.
El lunes 1 de junio, Trump intensificó su retórica histérica, amenazando con usar las fuerzas militares para “dominar” a los manifestantes. Durante una llamada a los gobernadores, instó a una respuesta más dura. Dijo que deseaba que “tuvieran una fuerza de ocupación”.
En Rose Garden, mientras se escuchaban fuertes explosiones y los manifestantes corrían gritando, Trump dijo que estaba tomando “una acción rápida y decisiva” para proteger a Washington enviando “miles y miles de soldados fuertemente armados, personal militar y oficiales de la ley para detener los disturbios, saqueos, vandalismo, asaltos y la destrucción gratuita de la propiedad”.
“Vamos a tomar medidas drásticas muy, muy fuertes”, dijo Trump. “La palabra es ‘dominar’. Si no dominas tu ciudad y tu Estado, se irán contigo. Y lo estamos haciendo en Washington, en DC, vamos a hacer algo que la gente no ha visto antes… …pero vamos a tener una dominación total”.
También dijo que había “recomendado encarecidamente a todos los gobernadores que desplegaran la Guardia Nacional en número suficiente para que dominemos las calles”. Si las ciudades o Estados no actúan, Trump dijo, “entonces desplegaré el ejército de los Estados Unidos y resolveré rápidamente el problema en lugar de ellos”.
Más tarde, como para concederle al presidente su deseo, la Guardia Nacional disparó gas lacrimógeno y balas de goma a una pacífica multitud en las afueras de la Casa Blanca. Pero la Guardia Nacional no es el ejército. Está compuesta por ex militares que tienen trabajos civiles y se entrenan a tiempo parcial. Generalmente son desplegados en sus Estados de origen por los gobernadores o el gobierno federal que deciden la duración de cada misión. Pueden llevar a cabo acciones de aplicación de la ley cuando están bajo el mando de los gobernadores de los Estados. Pero el ejército activo tiene prohibido por ley hacerlo a menos que el Presidente invoque la Ley de Insurrección: una ley de 1807 que permite al presidente desplegar el ejército de EE.UU. para suprimir los desórdenes civiles.
Esa parece ser la próxima Gran Idea que se está empezando a formar en las neblinas del cerebro confundido de Trump. Ansioso por convencer a América de su hombría y por disipar la imagen de una gran raya amarilla que recorre su espalda y que persiste en la mente del público desde el episodio del búnker, está empeñado en pedir ayuda a los militares. Sin embargo, esto es más fácil de decir que de hacer.
¿Esperar hasta las elecciones?
El ex vicepresidente Joe Biden, el supuesto candidato presidencial Demócrata, dijo en un vídeo que “no era momento de fomentar la violencia”. Dijo que había hablado con la familia de Floyd y pidió a los estadounidenses que confronten la historia de injusticia racial de la nación.
¡Bonitas palabras! Pero como dice el proverbio: las palabras bonitas no sirven para nada. Biden pide calma, paz y armonía. Todos los estadounidenses deben unirse y amarse. Todo estaría resuelto así. El cordero debe dormir con el lobo, etcétera, etcétera.
Lamentablemente, los llamamientos a la paz se encuentran con ataques de porras, gases lacrimógenos, balas de goma y balas de plomo. La retórica vacía de Biden nos recuerda otra frase bíblica: “También han curado levemente el dolor de la hija de mi pueblo, diciendo: Paz, paz; cuando no hay paz”. (Jeremías 6:14).
Quieren que los manifestantes respeten a la ley. El hecho es que la ley está hecha por la clase dominante para defender sus intereses, no los de la mayoría. Solón de Atenas dijo que la ley es como una telaraña: los pequeños son atrapados y los grandes la rompen. Eso era cierto antes, y todavía lo es hoy en día.
Está muy bien predicar paciencia, tolerancia y paz, pero la paciencia de la gente tiene límites definidos. Y ahora ha alcanzado a estos límites.
Esperen a las elecciones, dicen los Demócratas. Pero las masas han esperado a las elecciones durante muchos años, y no reciben nada más que promesas vacías que son violadas sistemáticamente por los dos partidos principales.
Y nunca cambia nada.
Los Demócratas y los Republicanos representan exactamente los mismos intereses de clase. La única diferencia está en los métodos que eligen para perpetuar el dominio de una pequeña camarilla no representativa de banqueros y peces gordos. Por un lado, están los abiertamente reaccionarios y por otro los falsos amigos hipócritas. En la última instancia, estos últimos son más peligrosos que los primeros. Al menos con Trump, sabes a quén tienes enfrente.
Trump dice: deja las calles y vete a casa, te dispararemos. Los Demócratas dicen: deja las calles y vete a casa, sé paciente y espera a las elecciones. Ambos están de acuerdo en una cosa: ¡dejen las calles!
Una vez que las masas se desmovilizan atomizadas en sus casas, quedan reducidas a un estado de ira impotente. Ha llegado el momento de barrer a ambos lados de la clase dominante. Esa es la única forma de derrotar el actual sistema malvado e injusto, derribarlo de una vez por todas, destruirlo de arriba abajo y reemplazarlo con un mundo nuevo y mejor.
Una valiosa lección
Naturalmente, existe un odio ardiente hacia Donald Trump, quien en su persona contiene toda la crueldad, la avaricia y la arrogancia de la clase dominante en su conjunto. Y sin embargo, debemos agradecer al presidente Trump por una cosa. Él ha dado a las masas una lección muy valiosa.
Hay dos maneras en que las personas pueden ser instruidas sobre la naturaleza del Estado. En primer lugar, pueden leer libros y escuchar conferencias marxistas. Pero esto solo llega a una pequeña minoría de la sociedad.
En segundo lugar, pueden aprender una lección más dolorosa pero altamente efectiva cuando son golpeados en la cabeza con una porra policial, gaseados y disparados. Lecciones como estas no son fácilmente olvidadas por quienes las han experimentado.
El objetivo de esta violencia despiadada es intimidar a las personas e inculcarles el miedo. Normalmente esta táctica funciona de manera muy efectiva. Pero hay límites para todas las cosas. El uso de la violencia está sujeto a la ley de rendimientos decrecientes.
Escisiones por arriba
La reunión de Trump con los gobernadores estatales el lunes pasado parece tener el efecto contrario al que pretendía. Un funcionario del gobierno de Virginia dijo: “La llamada con los gobernadores dejó en claro que el presidente estaba interesado en escalar la situación y que el gobernador no creía que fuera responsable”. Añadió: “Cuando quedó claro que nuestras tropas estarían bajo el mando del fiscal general y no del alcalde Bowser, decidimos que no era lo mejor para nosotros participar”.
Hay un viejo dicho: los tontos se precipitan adonde los ángeles temen pisar. El peligro de usar personal militar en las ciudades de Estados Unidos queda muy claro para los generales. CNN informó que habían aprendido de los funcionarios de defensa de “una profunda y creciente incomodidad entre algunos en el Pentágono, incluso antes de que el presidente Donald Trump anunciara el lunes que estaba dispuesto a desplegar a los militares para imponer orden dentro de los Estados Unidos”.
Seguía así:
“Pero algunos funcionarios del Pentágono son muy cautelosos”, dijeron varios funcionarios de defensa a CNN. Han intentado responder argumentando que la situación aún no requiere el despliegue de tropas en servicio activo a menos que los gobernadores estatales den un argumento claro de que esas fuerzas son necesarias”.
“Existe un intenso deseo de que la policía local esté a cargo”, dijo un funcionario de defensa, aludiendo a las leyes que prohíben que los militares desempeñen funciones policiales dentro de los Estados Unidos. “También hay incomodidad con la misión de orden civil entre algunas tropas de la Guardia Nacional, que ahora se están movilizando dentro de los Estados Unidos más que en cualquier otro momento de la historia”.
Ya el domingo, el Mayor General del ejército Thomas Carden, el ayudante general de la Guardia Nacional de Georgia dijo a los periodistas:
“Creo que en Estados Unidos no deberíamos acostumbrarnos o aceptar que miembros del servicio uniformado de cualquier variedad sean puestos en una posición en la que tengan que proteger a las personas dentro de los Estados Unidos de América”.
Agregó que aunque “estamos contentos y honrados de hacerlo, esto es una señal de los tiempos de que necesitamos mejorar como país”.
Carden describió la misión de reforzar la autoridad local al decir que “de todas las cosas que me han pedido que haga en los últimos 34 años con uniforme, esto está al final de mi lista”. Hablando de su experiencia en Georgia, reconoció que las circunstancias “lo exigían” y dijo que cree que la presencia de la Guardia Nacional “tuvo un efecto disuasorio y calmante significativo”.
Esta debe ser la primera vez desde la Guerra Civil que ha habido una división abierta entre los elementos principales del ejército de los EE.UU. y la Casa Blanca. Este debe ser un desarrollo extremadamente alarmante desde el punto de vista de la clase dominante. Lenin explicó que la primera condición para la revolución son las divisiones en la clase dominante: que los círculos dominantes estén en crisis e incapaces de gobernar de la manera acostumbrada.
Esta definición se ajusta exactamente a la situación actual en los Estados Unidos.
Condiciones para la revolución
¿Hay una revolución en los Estados Unidos? Claramente, esto no es Rusia en noviembre de 1917. La clase dominante todavía tiene importantes reservas de apoyo y los medios para defenderse.
Una crisis en la clase dominante es solo la primera condición para la revolución. Pero Lenin explicó que eran necesarias otras condiciones para que se concretara. Sin duda, algunas de estas condiciones están presentes en los EE.UU., Pero solo de forma incompleta y embrionaria. Y todavía no existen todas las condiciones necesarias, especialmente la más importante.
¿Cuáles son las condiciones para la revolución? Primero, como hemos dicho, la clase dominante debe estar dividida y en crisis. Ese es ciertamente el caso en los Estados Unidos mientras escribo. Segundo, las masas deberían estar motivadas y dispuestas a luchar por la revolución. Esta condición también se aplica muy claramente a la situación actual en Estados Unidos. Decenas de miles de personas han salido a las calles, desafiando a las autoridades y desafiando la brutal represión de las fuerzas del orden.
El Estado capitalista posee recursos colosales y medios de represión, que ahora han desplegado masivamente para derrotar el levantamiento. Pero han fracasado. Y el arma principal que poseen las masas, aparte de la abrumadora fuerza de su número, es su disposición a morir. Cuando las masas pierden el miedo a la policía y a la Guardia Nacional, eso es un peligro mortal para el orden existente.
La tercera condición
La tercera condición es que la clase media debe permanecer vacilante entre la clase obrera y la burguesía. Todo parece indicar que se está produciendo un cambio fundamental de conciencia en los EE.UU., y que este proceso se ha acelerado enormemente por los recientes acontecimientos.
El asesinato de George Floyd ha sacudido la conciencia de la nación. Una nueva encuesta de Morning Consult realizada el domingo y el lunes dijo que el 54 por ciento de los adultos estadounidenses apoyan las protestas. Eso incluye el 69 por ciento de los Demócratas y el 49 por ciento de los independientes, que respaldaron las protestas por un margen de más de 2 a 1.
Aún más significativa fue la reacción de los Republicanos, con un 39 por ciento de apoyo y un 38 por ciento oponiéndose a las protestas. ¡Este es un resultado extraordinario! Indica que se están abriendo divisiones profundas en las filas del propio partido de Trump.
¡Organízate!
Las condiciones para la revolución en Estados Unidos existen, o bien están surgiendo rápidamente. Pero hay un problema. El movimiento actual, con todo su tremendo espíritu, coraje y determinación, tiene todas las fortalezas de un movimiento revolucionario elemental y espontáneo, pero también todas sus debilidades.
El movimiento actual no fue creado por ninguna organización o individuo. Es puramente espontáneo y desorganizado. Carece de liderazgo, dirección o un programa claro, estrategia o tácticas coherentes. Esta es una debilidad fatal.
El movimiento se enfrenta a una fuerza organizada, disciplinada y unificada. Luchará hasta el final para defender el statu quo y los intereses de la clase dominante. Frente a un enemigo tan poderoso, un movimiento desorganizado puede continuar por algún tiempo. Pero tarde o temprano, se encontrará con sus propias limitaciones que son muy reales.
Hay un límite definido a qué tan lejos puede llegar un movimiento para seguir con las mismas tácticas. El simple hecho de salir a la calle y enfrentarse a las fuerzas del orden, día tras día, nunca puede presentar una solución real. Esa solución solo puede ser la conquista definitiva del poder por los propios trabajadores. Solo puede ser la disolución completa del Estado existente y su reemplazo por el gobierno directo del pueblo mismo. Pero eso requiere algo más que manifestaciones y protestas masivas, sin importar cuán valientes y tormentosas puedan ser.
Karl Marx señaló hace mucho tiempo que la clase trabajadora sin organización es solo materia prima para la explotación. La condición final para una revolución exitosa es la presencia de un partido revolucionario capaz de proporcionar la dirección, la orientación, las perspectivas y el programa correctos. La ausencia de tal dirección es precisamente el talón de Aquiles de la actual insurrección en los Estados Unidos.
¿Cuántas veces se puede esperar que las personas salgan a las calles a que les rompan la cabeza las porras de la policía, que las gaseen, disparen, arresten o incluso maten, sin lograr ningún resultado tangible? Eventualmente, los manifestantes se cansarán, desanimarán y volverán a la inactividad. Las manifestaciones masivas se reducirán en tamaño y degenerarán en simples disturbios, lo que dará a la clase dominante y sus agentes la oportunidad de tomar medidas enérgicas con una violencia aún mayor. Y la reacción una vez más retomará el control.
¿Es este un resultado inevitable? No, no es inevitable. Pero para evitarlo, se deben aprender ciertas lecciones. Un joven manifestante gritó: “estamos en una guerra”. Eso es absolutamente correcto. Pero la guerra se compone de una serie de batallas.
La insurrección actual son solo los disparos iniciales en esta guerra. Es solo una batalla, que debemos de tratar de ganar. Es una escuela preparatoria en la que los soldados de la próxima guerra están siendo entrenados, armados y preparados.
Habrá muchas batallas en el futuro. Nuestra tarea es unir a todas las fuerzas de la sociedad: todas las clases oprimidas y explotadas deben unirse en un poderoso ejército.
¿Qué significa?
La crisis actual no es algo de importancia secundaria, un estallido de locura que pronto pasará sin dejar rastro en la vida política y social de Estados Unidos. De hecho, reveló muy gráficamente la naturaleza fracturada de la sociedad estadounidense, las diferencias evidentes entre los ricos y los pobres, los blancos y los negros, el gobierno y los gobernados. En las palabras del Washington Post:
“La persistente disfunción política y la desigualdad racial de los Estados Unidos quedaron al descubierto esta semana, ya que el número de muertos por Coronavirus alcanzó un nuevo hito trágico y el país recibió otro recordatorio de cómo la policía mata a los negros en números desproporcionadamente altos. Juntos, los eventos presentan un cuadro sombrío de una nación en crisis: una afectada por la violencia contra sus ciudadanos, plagada por una enfermedad mortal que permanece incontrolable y sacudida por un golpe devastador en su economía”.
Los comentaristas serios han comenzado a comprender la gravedad de la situación y lo que realmente significa para el futuro de Estados Unidos. Douglas Brinkley, historiador y profesor de la Universidad de Rice, dijo al Washington Post: “Los hilos de nuestra vida cívica podrían comenzar a desmoronarse, porque están asentados sobre un polvorín”.
Barbara Ransby, activista política e historiadora de la Universidad de Illinois, dijo:
“La gente está agitada por todo tipo de cosas. Hay grandes puntos de inflexión y rupturas en la historia… Este es uno de estos momentos, pero no hemos visto cómo se desarrollará completamente”.
Eric Foner, un historiador de la Universidad de Columbia, dijo que el pasado está lleno de acontecimientos cuyos resultados no han tenido tanto alcance como parecían presagiar. Señaló ejemplos tan dispares como las revoluciones europeas de 1848, famoso por ser el “punto de inflexión en el que la historia moderna no logró cambiar”, y el huracán Katrina en 2005, que expuso fallas letales pero no causó una transformación política.
“Parece que hay una inercia muy poderosa que nos empuja a la normalidad”, dijo Foner. “Soy escéptico de aquellos que piensan que este Coronavirus va a cambiar todo”.
Sin vuelta atrás
Estos acontecimientos muestran una cosa muy claramente: que algo está cambiando en Estados Unidos. No, algo ya ha cambiado en Estados Unidos. El genio está fuera de la botella, y no volverá a entrar fácilmente.
No importa cuál sea el resultado de la situación actual, nada volverá a ser igual.
Lo que hemos visto durante la última semana en Estados Unidos es un movimiento elemental y espontáneo de las masas que ha adquirido características insurreccionales. Las masas en general no aprenden de los libros, sino solo de su experiencia. Durante una revolución, ese proceso de aprendizaje se acelera enormemente. Las masas aprenden más en 24 horas durante acontecimientos tormentosos, como los que tienen lugar en los Estados Unidos, que en 10 o 20 años de experiencia normal.
Como señaló esa joven manifestante, esto es la guerra: una guerra despiadada entre fuerzas de clase hostiles. No puede haber tregua en esta guerra, y al final, el ganador se lo llevará todo.
El movimiento de masas en Estados Unidos ha causado olas internacionalmente. Ha habido manifestaciones en muchas ciudades de otros países, como Londres, Manchester, Berlín, Estocolmo, Austria, Ámsterdam, etc. Estas protestas no son solo contra el asesinato racista en los Estados Unidos. Reflejan un estado de ánimo general de ira y frustración ante el orden existente, que se ha vuelto aún más intolerable en el curso de la crisis del Coronavirus y el confinamiento.
El enemigo al que nos enfrentamos es muy poderoso. El Estado burgués está armado hasta los dientes. A primera vista, nuestra tarea parece imposible. Pero hay un poder en la sociedad que es mayor que cualquier Estado, ejército, fuerza policial o Guardia Nacional. Ese poder es el poder de la clase trabajadora, una vez que se organiza y moviliza para cambiar la sociedad.
Recordemos: no brilla una bombilla, no gira una rueda y no suena un teléfono sin el permiso de la clase trabajadora. Ese es el poder que está en nuestras manos. Debemos utilizarlo para derrocar la dictadura de las grandes empresas y poner fin a la opresión y al sufrimiento.
En Mineápolis y Nueva York, se informaron casos en los que los conductores de autobuses se negaron a conducir cuando la policía ordenó a sus vehículos que se llevaran a los manifestantes arrestados. Pequeños incidentes, se podría decir. Pero son incidentes altamente significativos que señalan el camino hacia los desarrollos futuros. O la mayor de todas las victorias o la más terrible de todas las derrotas. Esa es la elección que tenemos ante nosotros.
En la época de la Revolución Francesa había una consigna:
“Solo parecen tan poderosos a nuestros ojos
“Porque estamos arrodillados ante ellos.
“¡Levantémonos!”