Educación, capitalismo y pandemia

“La educación burguesa, al privar a los niños de la clase obrera de este patrimonio cultural y convertirlo en un privilegio exclusivo de las clases dominantes, estaba cortando al proletariado de toda herencia humana.” (Anatoli Lunacharski)

La consideración de la situación del sistema educativo en tiempos de pandemia nos lleva, ante todo, a evaluar un marco de análisis presente, a saber: el sistema educativo, y los elementos que lo integran: lxs trabajadorxs docentes, lxs estudiantes de los diferentes niveles, primario, medio, superior, las instituciones, los marcos económico sociales de funcionamiento, las regulaciones legales, todos ellos, están, hace décadas, afectados por crisis recurrentes.

Esas crisis no son otras que las que el capitalismo en sus diversas modulaciones y etapas de dominio ha provocado, en nuestro sistema de educación pública, y en la forma en que se ha gestionado la educación privada.

La experiencia educativa y sus instituciones está atravesada por la división de clases, las desigualdades económicas, sociales, culturales, de accesos a condiciones de vida dignas, para maestrxs y estudiantes.

Lo dicho parece una obviedad pero resulta necesario recordarlo porque suele hablarse de la cuestión educativa en abstracto, con una mirada instrumental, ligada al “rendimiento” educativo, al sistema de evaluaciones, al vínculo entre sistema educativo y mundo del trabajo, como si la actividad educativa fuera un campo homogéneo, o si fuera posible resolver las desigualdades estructurales a un sistema de explotación por la implementación de políticas estatales que morigeren la inequidad, pero no la eliminan, o siquiera la disminuyen sensiblemente.

De hecho la educación como un factor de inclusión social, un ideologema del progresismo de raíz liberal, ya no tiene factibilidad concreta, o ésta es muy escasa, ante el escenario de creciente precarización de amplísimas mayorías sociales, para las que muchas veces las escuelas son ante todo centros de acceso a la alimentación, e incluso a formas básicas de contacto con lo público, ante procesos de marginación escandalosos.

Estxs niñxs y estxs jóvenes, arrojados a los bordes sociales, están inmersos en lógicas de violencia institucional, por las que el Estado termina respondiendo a décadas de exclusión con la bala policial.

Las “reformas” neoliberales de la década del 90, en Argentina, y en América Latina, consumaron un proceso de pauperización social y económica, transferencia y concentración de las riquezas, a la par que consagraron marcos legales surgidos en ese período que perjudicaron enormemente al sistema educativo, realizaron recortes gigantescos de recursos para la educación pública, acrecentaron y distribuyeron con gran arbitrariedad el subsidio a la educación privada, realizaron reformas curriculares que empobrecieron y vaciaron la formación en enseñanza primaria y media, se deterioró y precarizó el estatuto laboral y los ingresos de lxs trabajadorxs docentes.

Esta es una línea de partida indispensable para la comprensión del presente: el sistema educativo que hoy tiene que dar cuenta de la pandemia en las relaciones de enseñanza- aprendizaje, no es sólo el que ha quedado afectado por el aislamiento social preventivo y obligatorio, es el que, lacerado por las desigualdades que provoca la división de clases, ha sufrido durante décadas, con breves lapsos de algún alivio estatal insuficiente, el abandono y la precarización permanente, al mismo ritmo que el deterioro de la vida social.

Este sistema educativo es el que se encuentra con estudiantes y docentes afectados por el desempleo, la caída de su salario, la destrucción de sus condiciones de vida, desde el acceso a la salud pública, hasta la posibilidad de contar con agua potable o una alimentación de calidad.

Llegamos a la pandemia con un porcentaje de ciudadanxs debajo de la línea de pobreza escandaloso, también con un clima de fascistización social, de racismo creciente, de despliegue represivo como forma de control del descontento social.

Hablar de educación y pandemia en esta situación, supone retomar la expresión de Lunacharski, encargado de las reformas educativas en el inicio de la revolución rusa: “La educación burguesa, al privar a los niños de la clase obrera de este patrimonio cultural y convertirlo en un privilegio exclusivo de las clases dominantes, estaba cortando al proletariado de toda herencia humana”, efectivamente, la educación en el capitalismo pretende, finalmente, cortar al proletariado, a lxs explotadxs, de la condición humana. Cuanto más total y cruda es la dominación capitalista, cuanto más manifiesta es su voracidad, conforme a su dinámica, su lógica expansiva y sus crisis le exigen intensificar la explotación, la barbarie de extiende y profundiza.

Los sistemas educativos públicos son las primeras víctimas de este estado de cosas, pues el destino de lxs niñxs y lxs jóvenes de los sectores populares es aportar mano de obra precarizada o de reserva, en el mejor de los casos, sin otra perspectiva a la vista.

En este marco se ha pretendido llevar adelante una cierta continuidad de la actividad educativa por medios virtuales. Es claro que todas las desigualdades antes mencionadas se han agudizado con la pandemia, y que las condiciones para recibir contenidos educativos virtuales son restrictivas y excluyentes para las grandes mayorías.

En algunos casos esta posibilidad es remota, por la carencia de acceso a conectividad o equipamiento informático. Esto abarca todos los niveles de la educación, pero se hace agudo en los niveles primario y medio de los márgenes de las grandes ciudades, en la población rural más alejada y en las comunidades aborígenes, que, por otra parte, tienen problemáticas propias.

En todos los casos la relación virtual supone el uso de plataformas que ya venían planeando, y ahora encuentran su gran oportunidad, ganancias millonarias en torno al “negocio” educativo. A la marginación, se suma un modo de entender la actividad educativa de carácter mercantil, meramente instrumental, ligado al debilitamiento de la formación, destinado a constituir mano de obra para el mercado laboral impuesto empresarialmente.

El ideal educativo de la virtualización, en los marcos de este sistema y de muchos de sus personeros locales, pretende eliminar a lxs docentes, y determinar a lxs estudiantes como clientes o usuarios consumidores.

Al negocio de las plataformas, Microsoft, Google, Amazon, Facebook, Zoom, debemos sumar las aplicaciones para los sistemas de evaluación, en particular para la educación superior. Un caso testigo es la reciente adquisición, por parte de las autoridades de la UNC, del sistema Respondus, propiedad de una compañía estadounidense, para la implementación de exámenes finales, que vulnera todas las normas de privacidad y protección de datos, profundiza y cristaliza desigualdades por las exigencias tecnológicas y de conectividad que impone, empobreciendo y estandarizando la actividad educativa y su sentido pedagógico.

La virtualización educativa, en este período, precisa ser pensada desde otra lógica que colectivice y democratice recursos, que preserve condiciones de trabajo y estudio dignas, pues en este momento el peso del teletrabajo descansa en lxs docentes, con exigencias y jornadas extenuantes, salarios escasos, a lo que se suman condiciones y entorno de trabajo que suponen la asunción de tareas domésticas y de cuidado, en especial para las mujeres.

Esta nefasta combinación de precarización del sistema educativo, de las condiciones de vida de docentes y estudiantes, exigiría en el presente, cuando se agrega la virtualización en un marco de desigualdad manifiesta, una acción de las gremiales docentes que nunca llega, en lo que hace a la convocatoria a discusiones colectivas de estos temas apremiantes, ni en medidas que tiendan a la transformación o mejora del estado de cosas.

En este punto es preciso entonces advertir los núcleos más complejos de lo que se muestra en la situación del sistema educativo en pandemia, los procesos precedentes de destrucción de la educación pública, la profundización de las desigualdades sociales y el deterioro de las condiciones de vida de docentes y estudiantes, el avances de modelos educativos tecnocráticos, mercantiles y elitizantes, que fragmentan el sistema educativo y que hacen de él un negocio enormemente promisorio.

La magnitud del desafío es grande, y es preciso poner en marcha procesos organizativos que puedan dar cuenta de estos problemas, en términos conceptuales, y prácticos, superando la burocratización y tibieza de las centrales sindicales docentes, y pudiendo articular, de modo situado, los diversos niveles y los aspectos cruciales de un proyecto educativo antagónico al que se encuentra en curso.

Es preciso entonces trabajar en la construcción de una Corriente en defensa de la educación pública, gratuita, laica, igualitaria, que pueda contener al conjunto de lxs trabajadorxs de la educación, y a lxs estudiantes, y avance en la resolución colectiva y coordinada de las tareas antes señaladas.

José Carlos Mariátegui en sus escritos sobre la cuestión de la libertad de enseñanza hablaba de la imposibilidad de pensar una escuela nueva sin un orden social nuevo, aquella idea, formulada en las primeras décadas del siglo XX no ha sido refutada, antes bien, es preciso retomar el espíritu que alentaba su afirmación, pues hoy, cuando el capitalismo se encuentra inmerso en una crisis que arrastra a la humanidad entera, una educación revolucionaria tiene que ser vista ante todo como una educación para la revolución, capaz de poner en cuestión las bases económicas, sociales y culturales que hoy en día la asfixian y la asedian.