Diego Rivera

0
709

La obra de Diego Rivera tiene por virtud la gran síntesis y el ejercicio de una grandilocuencia atípica en la plástica posterior a la conquista. En un país de formatos chicos Rivera pinta murales; en un país de vergüenza indígena, pinta indios gorditos y coloridos; en un país de grupos fragmentados, pinta muchedumbres. En un país pluricultural, amorfo, desorientado y adolorido pinta cierta unidad seguida por una idea de Revolución histórica que pesaría por coherente.

Tenía la ambición de reflejar la expresión esencial, auténtica de la tierra. Quería que mis obras fueran el espejo de la vida social de México como yo lo veía y que a través de la situación presente las masas avizoraran las posibilidades del futuro. Me propuse ser… un condensador de luchas y aspiraciones de las masas y a la vez transmitir a esas mismas masas una síntesis de sus deseos que les sirviera para organizar su consciencia y ayudar a su organización social.” Algunos lo apodaban sapo…sapito: Diego Rivera

 

 

Diego Rivera, como muchos otros artistas, antes de tener algún reconocimiento significativo en México pagó derecho de piso en Europa. Una especie de “ley no escrita” insiste en convencer a no pocos artistas, sobre las maravillas de lo extranjero (especialmente sus mercados) y la vergüenza de lo propio. En algún momento vio con claridad la ruta de un trabajo en el que podría explorar ideas y formas inéditas a partir de ideas y formas populares.

La de Diego Rivera no es una invención plástica ni un descubrimiento espectacular. En México los temas y rasgos consolidados por Rivera son recurrentes y repetitivos, afuera son exóticos. La obra de Diego Rivera tiene por virtud la gran síntesis y el ejercicio de una grandilocuencia atípica en la plástica posterior a la conquista. En un país de formatos chicos Rivera pinta murales; en un país de vergüenza indígena, pinta indios gorditos y coloridos; en un país de grupos fragmentados, pinta muchedumbres. En un país pluricultural, amorfo, desorientado y adolorido pinta cierta unidad seguida por una idea de Revolución histórica que pesaría por coherente. 

La “reivindicación” de lo indígena es asunto que suele pasar por ciertos manipuleos no siempre saludables. Unos, mesiánicos, se piensan redentores de esos seres inferiores a los que urge sacar del “atraso”. Otros, especuladores con el destino, inventan una defensa burocrática de los “indios” sólo para mantener funcionando una ubre presupuestal que alimenta a muchos, excepto a los indígenas. Otros, académicos melancólicos, lloran amargamente (mientras venden libros y firman autógrafos en librerías y ferias) 

Después de todo, en el jet set intelectual, algunos esgrimen el discurso de los derechos humanos para activar coartadas sociales que lucen bien en épocas ecologistas. Y otros, aplauden frenéticamente a los pueblos indios mientras comercian con artesanías, fotos o souvenir; hechos a mano por una especie casi salvaje… casi en extinción. Los extranjeros compran exotismo mnemotécnico en objetos artesanales tras los cuales ven casi exclusivamente lo decorativo que servirá para recordar vacaciones, hoteles y andanzas logradas. Los artesanos cobran migajas. En fin… También hay buenas voluntades honestas. Aunque escasas. 

La utopía de levantar sobre los muros una obra capaz de espejar el espíritu de los pueblos, no ha caído. Quienes se tambalean son algunos discursos. Diego María Concepción Juan Nepomuceno Estanislao de la Rivera y Barrientos Acosta y Rodríguez nació en la ciudad de Guanajuato, México el 8 de diciembre de 1886. Murió en la ciudad de México el 25 de diciembre de 1957. Dejó inconcluso su, quizá, más ambicioso proyecto épico muralístico, cuyo tema es la Historia de México sobre los muros del Palacio Nacional, sede del poder político.

La obra de Diego Rivera está un tanto atravesada entre la necesidad imperiosa de hacer brotar el nervio revolucionario íntimo del ser mexicano y una especie de didáctica pictórica y evangelizante sobre la invención de un país, una identidad y una unidad ya ensayada con éxito regular en el renacimiento. Lo que Rivera repone en su obra, como inserción fundamental para la memoria colectiva, también fue usado por las demagogias gobernantes para hacer pasar por consolidado, unitario y nacional, lo que en el fondo es marginación, explotación y exclusión.

Diego fusionó su formación artística con su militancia política. Militó en el Partido Comunista Mexicano con un sesgo personalísimo que alimentó contradicciones y polémicas, de todo orden, mientras su obra pictórica desarrolló aportes técnicos singulares apoyados siempre en su visión teórico -política. Su vida pública y su vida privada fueron en general materia de leyendas y chismes. Al lado de Frida Kalho ocupó una de las posiciones más encumbradas e influyentes del mundo intelectual, artístico y político de su tiempo.