Bicentenario, Revolución, Socialismo (VII): La irrupción del Peronismo

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En la saga de nuestro recorrido por el Bicentenario, tratamos esta vez la irrupción del Peronismo en la historia nacional. Para ello, republicamos una síntesis de sendos artículos publicados en El Militante Nº 13 y El Militante Nº 14, escritos por Demian Marcos.

En la saga de nuestro recorrido por el Bicentenario, tratamos esta vez la irrupción del Peronismo en la historia nacional. Para ello, republicamos una síntesis de sendos artículos publicados en El Militante Nº 13 y El Militante Nº 14, escritos por Demian Marcos.

 

Durante la "década infame" se observan dos procesos interrelacionados que se influyen recíprocamente: el crecimiento económico a partir de la crisis mundial de 1930, con la "sustitución de importaciones", y el estado general de podredumbre del régimen político.
En 1943, la producción industrial tenia un valor bruto un 130% superior a la generada por el agro, si bien la economía argentina seguía dependiendo de las divisas provenientes de las exportaciones de los productos agropecuarios. Los sectores Industriales, conscientes de su protagonismo creciente en la vida económica del país, junto a los financieros y cerealistas, necesitados de renovar y adquirir la maquinaria, eran proclives a estrechar relaciones con el imperialismo norteamericano. Los sectores tradicionales, terratenientes y ganaderos, se recostaban en el imperialismo británico, destino preferente de sus exportaciones.

La Segunda Guerra Mundial y el golpe del 4 junio de 1943

Durante la Segunda Guerra Mundial, la "neutralidad" argentina era la expresión del interés del imperialismo inglés para garantizarse los suministros agropecuarios evitando que los barcos fueran hundidos por los submarinos alemanes. Pero la "neutralidad" dificultaba el traspaso directo del país a la órbita yanqui.

Patrón Costas era el candidato "ganador" para unas nuevas elecciones fraudulentas. Este industrial azucarero se enfrentaba a la oposición de los nacionalistas del ejército y sectores terratenientes. En rechazo de ese candidato se produjo el golpe del 4 de junio de 1943.
El golpe lo lleva a cabo el GOU (Grupo de Oficiales Unidos), una logia militar "nacionalista" y anticomunista, con apoyo eclesiástico y de simpatías Pro-Eje. La intervención del Ejército en las disputas de la clase dominante demostraba la incapacidad de la burguesía para poner fin a la inestabilidad social, y disciplinar sus alineamientos internos.

Pero también dentro del GOU se reprodujeron las luchas internas, hasta que se impuso finalmente el sector dirigido por Farrell y Perón.

Las presiones estadounidenses tuvieron efecto y, finalmente, Farrell – Presidente de facto – declaró la guerra al Eje en febrero del 45, un gesto a destiempo sólo para "normalizar" las relaciones con el imperialismo yanqui cuando el resultado de la guerra se precipitaba.

La clase obrera en vísperas del peronismo

En 1944, la industria empleaba a más de un millón de trabajadores, el 49% de la población económicamente activa.

La CGT estaba recorrida por fracciones y divisiones, entre la CGT Nº1 (dirigida por ex-socialistas y sindicalistas sin partido) y la CGT Nº2 (dirigida por los partidos socialista y comunista).
La debilidad del movimiento obrero argentino, a pesar de su impetuosidad, estaba en la debilidad política de su dirección. Por el lado de los sindicalistas semianarquistas y socialistas, su flojedad ideológica los hacía propicios para desarrollar tendencias de conciliación de clases y de acercamiento al aparato del Estado. Por su parte, el giro impuesto por la Internacional Comunista estalinista desde 1934 de acercamiento a la burguesía liberal desarrolló poderosos estímulos en los Partidos Comunistas hacia políticas de conciliación de clases con la excusa de la "unidad nacional" para luchar contra el fascismo.

Así, las tendencias burocráticas (particularmente en la CGT Nº 1) y el recurso al nacionalismo burgués, que velaban los intereses de clase opuestos, no fueron un aporte original de Perón al movimiento obrero argentino, sino que ya estaban madurando fuertemente en las cúpulas sindicales y políticas del mismo.

Perón en el gobierno

Dentro del gobierno de Farrell, Perón asume la Vicepresidencia y la Secretaría de Trabajo y Previsión.
Perón había desarrollado poderosas tendencias bonapartistas, reflejo del papel desproporcionado que el ejército había jugado en la vida política argentina durante la década precedente, y miraba con desdén a sus iguales en la cúpula del Ejército a quienes consideraba intelectualmente inferiores a él.

El caudillaje de masas no era un objetivo consciente que Perón se hubiera fijado desde un principio sino que se desarrolló como un proceso de aproximaciones sucesivas, donde la conspiración, el disimulo y las circunstancias jugaron un papel.

Su anticomunismo inicial también influyó en su manera de acercarse a la clase obrera, sacando la conclusión de que la mejor manera de conjurar el "peligro" comunista en el país era concediendo importantes mejoras en las condiciones de vida y trabajo de las masas, pero no como fruto de la lucha de las masas mismas, sino como una concesión del Estado protector. Pero eso lo enfrentaba a la burguesía que era la obligada a hacer el "sacrificio" material con subas de salario, reducción de la jornada laboral, vacaciones pagas, introducción del aguinaldo, y otros derechos laborales.

Las divisiones de la CGT le permitieron acercarse a una dirección sindical con rasgos conciliadores y nacionalistas. La táctica de Perón fue utilizar los recursos del Estado para atraer a esta capa dirigente y, a través de ellos, construir sus puntos de apoyo en el seno de los sindicatos.

Para esa época se registra un descenso de influencia de las fuerzas de izquierda, los partidos socialista y comunista. A eso ayudó la nefasta política de sus direcciones, que fueron desprestigiándolas ante los trabajadores. El levantamiento de la huelga en los frigoríficos en 1943, para no entorpecer el envió de carne a los aliados que "luchaban contra el fascismo", después de que Peters, dirigente obrero comunista de la carne fuera liberado, fue un hecho "testigo".
Combinando cooptación, represión y concesiones, las direcciones ligadas a Perón fueron tomando fuerza en los gremios industriales.

El 17 de octubre

El poder que concentraba Perón y las concesiones a los trabajadores resultaban irritantes para la clase dominante.

Los altos mandos militares empezaron a retirarle apoyos. Esta presión militar se complementaba con la formación de la Unión Democrática, compuesta por conservadores, radicales, y los partidos socialista y comunista.

El imperialismo norteamericano, que al inicio de la Guerra Fría necesitaba gobiernos adictos en Europa, América y Asia, decidió que ya era hora de que Argentina pasara definitivamente a la órbita yanqui. Como no confiaban en Perón ni en sus políticas, decidieron participar en la conspiración para derrocarlo. El embajador norteamericano, Braden, jugó un papel principal en todo este proceso.

La presión de la burguesía y del imperialismo obligó a Perón a dirigirse directamente a los trabajadores con discursos de fuerte contenido "antioligárquico" y antiimperialista que prenden en la imaginación de las masas.

El destino del Partido Comunista fue particularmente trágico. La política cobarde y proburguesa de su dirección lo lleva a confraternizar con los partidos oligárquico- patronales y el imperialismo, lo cual tuvo los efectos más perniciosos, confundiendo e indignando a miles de obreros.
El partido que podía y debía haberse convertido en el partido de masas de la clase obrera argentina fracasó miserablemente por la degeneración política de sus dirigentes que abrazaron la conciliación de clases y, en el momento de la verdad, aparecieron al lado de los enemigos de la clase trabajadora.

No fue tanto el "genio" de Perón sino la política criminal del estalinismo lo que pavimentó el camino al peronismo.

Finalmente, Perón queda aislado en el Gobierno y el 9 de octubre es obligado a renunciar y queda detenido.

Con la detención de Perón, la agitación social crece rápidamente. La CGT declara una huelga general para el 18 octubre. Pero las masas no esperan y el 17 de octubre decenas de miles de obreros venidos de las concentraciones industriales del Gran Buenos Aires inundan la Capital y se dirigen imparables a la Plaza de Mayo. Los militares y la burguesía entran en pánico.
Detrás del grito "queremos a Perón", la clase obrera sale a la calle a defender y consolidar sus conquistas, "quería" a Perón porque a sus ojos representaba el programa que sintetizaba las recientes conquistas del proletariado: aumento de salarios, sindicalización, mejoras en el nivel de vida etc., pero también porque se había despertado en ellos un sentimiento de dignidad y orgullo que se dirigía furioso contra la clase dominante.

Finalmente, Farrell se ve obligado a liberar a Perón y llevarlo a la Casa Rosada para que se dirija a las masas allí congregadas. El objetivo es que Perón se ponga a la cabeza del movimiento para contenerlo e impedir que se desborde para evitar un estallido revolucionario.

Las elecciones y el Partido Laborista

Reinstalado al frente de su nuevo gobierno, Perón convocó elecciones para febrero de 1946. La base del apoyo a Perón proviene del recientemente constituido Partido Laborista, producto genuino de la movilización del 17 octubre, fundado por los dirigentes de la CGT.
Del otro lado de la barricada, la Unión Democrática (UD) apadrinada por el imperialismo yanqui, con el apoyo de la UIA, la burguesía industrial "nacional", y la Sociedad Rural.
La cúpula de la Iglesia apoyó al peronismo, así como el gobierno militar ayudó a la campaña de Perón estableciendo el aguinaldo en diciembre de 1945, ante la oposición patronal.
Perón aprovechó hábilmente la fisonomía y el contenido político de la "oposición democrática". Detrás del lema: "Braden o Perón" se leía: el imperialismo y sus cipayos, o la nación de los "descamisados".
En las elecciones, a través del Partido Laborista, la formula Perón-Quijano obtuvo 1.478.372 votos contra 1.211.666 de la UD.

Así iniciaba su andadura política el peronismo, encaramado al poder por la entrada en escena de la clase obrera.

El primer gobierno peronista

La historia de aquellos años todavía sobrevive en la memoria colectiva como los mejores en las condiciones de vida de los trabajadores. Argentina era entonces la décima potencia industrial del mundo y la enorme demanda de carne y trigo de Europa después de la 2ª Guerra Mundial permitió a Perón otorgar concesiones muy importantes a los trabajadores. Entre 1946-49 los salarios reales de los obreros industriales aumentaron un 53%. La participación de los salarios en la renta nacional era del 49%. La previsión y asistencia social en 1951 beneficiaba casi al 70% del total de los asalariados. El aumento de la sindicalización fue notable: de un 30% de los asalariados en 1948 la CGT llegó a nuclear al 50% (2,5 millones). La obtención del salario mínimo vital y móvil, de Convenios Colectivos, vacaciones pagas, jubilaciones, asignaciones familiares, licencia por enfermedad y maternidad, derechos políticos para la mujer y otras conquistas sociales, hacían que los trabajadores y los sectores mas empobrecidos vieran al gobierno peronista como un gobierno que se ocupaba de sus asuntos.

La nacionalización del Banco Central y de los depósitos bancarios, el control del comercio exterior por Instituto Argentino para la Promoción del Intercambio (IAPI), de la Unión Telefónica y de los ferrocarriles, le dieron a las "ansias" de independencia económica una base concreta pero limitada. Las nacionalizaciones eran ampliamente festejadas por la clase trabajadora.
Pero, lejos de relajarse, la dependencia del mercado mundial de carnes y cereales se acentuó aún más. Los límites para la "independencia económica" estaban dentro del mercado mundial capitalista, poniéndose de manifiesto cuando la grasa acumulada por el sistema capitalista argentino empezó a menguar.

En la medida que la situación económica se volvía critica, las concesiones al imperialismo empezaron a verse claramente a partir de 1950, apoyando al imperialismo yanqui en la Guerra de Corea y en el derrocamiento de Arbenz en Guatemala.

La contradicción que corroerá al movimiento peronista, es el Talón de Aquiles de todos los movimientos nacionalistas e interclasistas de masas. Tarde o temprano, la división en líneas de clase son inevitables. Incluso dentro del mismo peronismo, el "nacionalismo" es, en ultima instancia, una cuestión de pan. No es lo mismo para el obrero, que lucha por cambiar la situación material en que lo confina la sociedad burguesa, que para el capitalista, cuyo patriotismo es la elevación de la tasa de ganancia y la explotación de los trabajadores.

Un gobierno bonapartista

La propia experiencia peronista demostró que todo lo vivo y sano de la sociedad está en la clase sin la cual la sociedad capitalista perece de inanición: la clase trabajadora.

La principal base social de apoyo del peronismo era el proletariado organizado. Desde el Estado, Perón incentivó la formación de nuevos sindicatos con la intervención de los mismos. El objetivo era asegurar la "lealtad" del proletariado al régimen, a través de una poderosa burocracia que ahogara cualquier acción obrera independiente, regimentando la vida sindical, nombrando y destituyendo a dirigentes obreros. El Partido Laborista fue reconvertido en Partido Justicialista bajo el control personal de Perón y se expulsó, persiguió o encarceló a dirigentes obreros peronistas que reclamaban un cierto grado de autonomía (Reyes, Gay, etc.).

Fue a través de ese proletariado organizado, controlado directamente desde el Estado, como se ejercía presión sobre las fracciones disidentes de la clase dominante, convirtiendo a Perón en el verdadero amo de la situación.

Aunque la mayoría de los trabajadores apoyó al peronismo, por momentos escapó al control gubernamental -como lo señalaron la huelga bancaria de 1948; la de la industria azucarera tucumana en 1949, o la huelga ferroviaria de 1950-51. Perón afrontó estas huelgas combinando represión y concesiones.

En este periodo hay que destacar la instauración de las Comisiones Internas y los Cuerpos de Delegados en las empresas como un avance en la organización proletaria, una conquista que no tuvo el "aval" del gobierno peronista porque el control de la burocracia distaba de ser el deseado.

Comienza el declive

La buena coyuntura económica permitió esconder por un determinado tiempo las debilidades y contradicciones del "modelo peronista". Las nacionalizaciones habidas bajo el gobierno de Perón y las medidas económicas aplicadas, que afectaron intereses burgueses, no impidieron a los capitalistas mantener el dominio económico de las palancas fundamentales. No estaba en discusión su poder económico, sino su capacidad política para dirigir la sociedad.
Pese al fuerte control sobre la sociedad y el acoso constante sufrido por la oposición política a izquierda y derecha, el poder económico de la burguesía fue utilizado para debilitar al gobierno, con huelgas de inversiones y subas de precios.

A fines de 1951 el agotamiento de la política peronista ya mostraba síntomas. La inflación en los precios alcanzó el 100% comparado con 1949, mientras los salarios aumentaron un 50%. La productividad por obrero en 1951 se encontraba en los mismos niveles que en 1937.
El gobierno peronista estaba entre dos fuegos: por un lado la presión de la burguesía "nacional" y el imperialismo para acabar con las conquistas obreras y recuperar el terreno perdido, y por otra parte, la necesidad de mantener el apoyo de las masas trabajadoras.

Un poco antes, en 1950 Perón pide un préstamo al imperialismo yanqui para cubrir obligaciones comerciales por 125 millones de dólares, y tres años más tarde otro por 60 millones de dólares. Y se autoriza el ingreso de la Standar Oil, firmándose un contrato provisorio con una concesión de 40 años.

El golpe de la "fusiladora"

La reacción pasó a la ofensiva, utilizando a la Iglesia como excusa, que pasó a la oposición. Mientras la reacción ganaba las calles, el gobierno contenía a los trabajadores, tratando conciliar lo inconciliable. El 16 junio de 1955 la marina y la aviación bombardearon la Casa de Gobierno. Columnas obreras marchan a la Plaza de Mayo para enfrentar a los golpistas donde son masacradas. Mueren 350 obreros..

Con la movilización de los trabajadores, mientras el ejército todavía vacilaba, la reacción hubiera podido ser descabezada. Solamente la clase obrera podía realizar esta tarea, combinada con la expropiación de la patronal golpista e imperialista. Pero Perón desconfiaba de las masas movilizadas y armadas. No bien derrotada la intentona, recomendó a los trabajadores ir "de la casa al trabajo y del trabajo a casa". La quema de Iglesias y el asalto a las armerías no fue otra cosa que la explosión de la bronca acumulada por los propios trabajadores peronistas.

En julio se llamó al diálogo y a la "unidad nacional", lo que no hizo sino estimular a los golpistas en sus planes reaccionarios, que contaban con el visto de bueno de los empresarios, políticos burgueses y, lamentablemente, de las direcciones de los Partidos comunista y socialista. La CGT amenazó con armar milicias obreras para enfrentar la intentona golpista pero esto fueron solamente palabras, por el miedo del gobierno a verse desbordado por las masas armadas.
Arribamos al 16 de septiembre de 1955 con una clase obrera desgastada y desmoralizada por los virajes de Perón y la confusión de la CGT. Al retroceso en el nivel de vida material, se sumaba la conspiración descarada de la reacción.

Cuando estalló el golpe, en vez de movilizar a las masas, se impuso el toque de queda. Perón presentó su renuncia a una Junta de militares para "defender los intereses supremos de la nación".
En realidad, si hubiera habido un llamamiento claro a la clase obrera, ésta hubiera respondido como un sólo hombre, y hubiera barrido a los golpistas con sus propios métodos de lucha, con la consiguiente ocupación de fabricas que sobrevendría y la exaltación de los ánimos revolucionarios. Esa experiencia hubiera puesto sobre el tapete quién tenía verdaderamente el poder en la sociedad argentina y la necesidad de expropiar a la burguesía. La dirección peronista, sin confianza en la clase obrera ni en la idea del poder obrero, aceptó de antemano la derrota.

La renuncia de Perón expresó los límites de clase del peronismo, y volcó la balanza a favor de la reacción.

El golpe de la "Libertadora" traería una violenta represión y persecución contra el movimiento obrero (de ahí el nombre de "fusiladora" acuñado por los trabajadores), que sería respondida por los trabajadores en los años siguientes con una heroica y admirable capacidad de resistencia y organización.