Cumbre de las Américas: escaparate del desafío al dominio estadounidense

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La Cumbre de las Américas suele ser un ejercicio de escaparate en el que los líderes políticos del continente se reúnen periódicamente para emitir una declaración conjunta de buenas intenciones. Esta vez no. La Cumbre que Biden convocó en Los Ángeles del 6 al 10 de junio fue un desastre sin paliativos para el imperialismo estadounidense, que demostró la decreciente capacidad de Estados Unidos para dominar su propio patio trasero. 

Qué diferencia con aquella primera Cumbre, organizada bajo la presidencia de Clinton en 1994. Esa Cumbre se realizó en el momento del colapso del estalinismo en la URSS y en Europa del Este, cuando brillaba la promesa rutilante de un «nuevo orden mundial» de paz y crecimiento bajo la dominación del imperialismo estadounidense. La clase dominante se regodeaba en optimismo. 

En esta ocasión, por el contrario, incluso los comentaristas burgueses parecían competir entre ellos para ver quién escribía la evaluación más pesimista de la reunión de la semana pasada. 

«La Cumbre de las Américas demuestra la creciente irrelevancia de este tipo de reuniones», comentó Gideon Long en el Financial Times. 

«Un escaparate de la disfunción de Estados Unidos y de su escasa ambición», escribió William Neumann en The Atlantic. 

El New York Times opinaba que «se ha puesto en duda la relevancia de una Cumbre que pretendía demostrar la cooperación entre los países vecinos, pero que, en cambio, ha difundido a bombo y platillo las divisiones en una región que está cada vez más dispuesta a desafiar el liderazgo estadounidense».

«Las diferencias dominan la Cumbre de las Américas», tituló el Washington Post.

«La Cumbre de las Américas muestra el declive de la influencia de Estados Unidos» fue el titular del Time. 

Se utilizaron otros adjetivos: fiasco, fracaso, decepción, revuelta. Ninguno de ellos era positivo. Para colmo, parece que la fracasada Cumbre de Los Ángeles fue un foco de infección de COVID-19, ya que varios jefes de Estado regresaron a sus países habiendo contraído el virus.

Los problemas de Biden empezaron mucho antes de la Cumbre propiamente dicha, con una disputa por la asistencia, que acabaría ensombreciendo todo el proceso. El presidente de Estados Unidos, que en esta ocasión era el anfitrión de la Cumbre, decidió que por ser el anfitrión tenía derecho a elegir a los asistentes y se negó a invitar a Cuba, Venezuela y Nicaragua. Estos países, dijo, “no cumplen los criterios democráticos exigidos”.

Washington decide qué es una «democracia»

En otras circunstancias esto habría pasado desapercibido. Quizás algunas declaraciones suaves de algunos países y quizás protestas en las calles. Esta vez no. El presidente de México, López Obrador (más conocido por sus iniciales AMLO), declaró inmediatamente que, si no se invitaba a estos países, él no asistiría. Una Cumbre de las Américas para discutir la inmigración, entre otras cosas, sin la presencia del vecino del sur de EE.UU. realmente no tendría mucho sentido. 

Los funcionarios estadounidenses pasaron meses presionando al presidente mexicano. En vano. Hay que reconocerle a AMLO que se mantuvo firme en su posición y su firmeza animó a otros. Por supuesto, hay mucho que criticar de la política exterior de AMLO y en sus relaciones con Estados Unidos. Por ejemplo, México ha aceptado vigilar su frontera sur en nombre de EE.UU. para evitar el flujo de migrantes desde Centroamérica hacia su vecino del norte, convirtiéndose así en el guarda fronteras de Washington. Pero en la cuestión de los invitados a la Cumbre, AMLO adoptó una posición de principios y desafió el derecho de Washington a excluir a los países que no le gustan.

Los presidentes de Honduras, Bolivia y una serie de países caribeños organizados en el CARICOM también declararon que boicotearían la Cumbre, acumulando la presión sobre Biden. 

Tenían razón. ¿Con qué derecho puede Washington decidir qué es y qué no es una democracia? Estamos hablando de un país, EE.UU. que no sólo mantiene relaciones diplomáticas y comerciales muy estrechas con el brutal Reino de Arabia Saudí, por poner solo un ejemplo, sino que ha patrocinado, promovido, organizado y financiado sistemáticamente durante más de 150 años golpes militares e invasiones contra la democracia en el continente. No hace mucho, Washington desempeñó un papel crucial en la destitución ilegal de los gobiernos de Bolivia y Honduras. 

¿Qué derecho tiene Biden a decir qué países son democracias, cuando su principal aliado en la región es Colombia, un país en el que los opositores políticos temen por sus vidas, el aparato estatal y los narco-paramilitares ejercen una política de eliminación física de los activistas sindicales y comunitarios y el gobierno utilizó al ejército para reprimir las protestas masivas pacíficas hace un año? 

La razón por la que Biden decidió no invitar a Cuba, Nicaragua y Venezuela, por supuesto, no tiene nada que ver con la «democracia». A Washington no le importan los derechos democráticos. En realidad esa decisión fue motivada por el beneficio político a corto plazo. Biden tiene una mayoría muy ajustada en el Senado y, por lo tanto, depende completamente de los caprichos del senador demócrata Robert Meléndez, que forma parte del poderoso lobby reaccionario anticubano de Estados Unidos. Biden también necesita los votos del crucial estado de Florida, donde el lobby reaccionario de exiliados cubanos y venezolanos anticomunistas y golpistas domina la política en ambos partidos. Un presidente estadounidense débil como Biden no puede permitirse ser visto como “blando” con estos «regímenes» por miedo a la derrota electoral. 

De hecho, en esta cuestión, Biden está en un aprieto. En los últimos meses se ha producido una diplomacia callada entre Washington y Caracas. Tras años de mantener la farsa de reconocer al autoproclamado fantasioso Juan Guaidó como «presidente legítimo», ahora Estados Unidos ha reabierto las relaciones con el presidente Maduro, con la esperanza de que el bombeo de petróleo venezolano pueda utilizarse de alguna manera para reforzar las sanciones a Rusia. 

En relación con Cuba, Biden probablemente estaría dispuesto a retomar las políticas de Obama. Suavizar el bloqueo (que no ha logrado sus objetivos en 60 años) e intentar restaurar el capitalismo en la isla por otros medios (los de la penetración del capital y la presión del mercado capitalista mundial). De hecho, ha dado algunos pasos, muy limitados, en esa dirección, pero debe tener mucho cuidado de no molestar al lobby gusano de Miami. 

La disputa sobre la asistencia no se limitó a la cuestión de la invitación a estos países. Por sus propias razones, los presidentes de El Salvador y Guatemala también se negaron a asistir. ¡Incluso se habló de que el reaccionario y derechista presidente brasileño Bolsonaro no acudiría! El pequeño problema era que Bolsonaro es un firme partidario de Trump y sigue vendiendo públicamente las mentiras de su amigo sobre el supuesto robo de las elecciones estadounidenses. En un momento en el que Estados Unidos estaba obsesionado con las audiencias sobre la invasión del 6 de enero al Capitolio, Biden insinuaba que no se iba a reunir con Bolsonaro en una reunión privada. Bolsonaro respondió que en ese caso no se molestaría en presentarse en Los Ángeles. Al final, ¿qué ocurrió? Biden tuvo que hacer una concesión. Brasil es, por supuesto, el segundo país más poblado de la región y difícilmente podría llamarse Cumbre de las Américas si faltaban tanto Brasil como México. Así que Biden se reunió con Bolsonaro. Porque, claro, como todos sabemos, el presidente de Brasil es todo un ejemplo de democracia…

Para compensar la falta de asistencia, Biden decidió invitar a España a la Cumbre. Cuando se organiza una reunión siempre queda bien llenar todos los asientos de la sala y el pequeño detalle de que el Reino de España no esté en el mismo continente no debería considerarse un impedimento absoluto. 

Estados Unidos agravó la disputa por la asistencia al no confirmar la lista de invitados hasta el último momento. Esto permitió que el conflicto se enconara durante meses. La falta de un liderazgo claro y decisivo en esta cuestión fue un reflejo de las presiones contradictorias a las que estaba sometido Biden.

La disminución de la autoridad del imperialismo estadounidense

Incluso entre los que asistieron, muchos se atrevieron a desafiar al anfitrión desde la tribuna. El presidente argentino Alberto Fernández reprendió a Biden. «El silencio de los ausentes nos interpela», dijo e insistió en “el hecho de ser país anfitrión de la Cumbre no otorga la capacidad de imponer el derecho de admisión» a la Cumbre. Por supuesto, Fernández está al frente de un gobierno que acaba de firmar un acuerdo con el FMI y no puede calificarse de antiimperialista en ningún sentido serio del término. Sin embargo, sus críticas a Biden en la Cumbre reflejan el derrumbe de la autoridad del imperialismo estadounidense en la región.

Otro jefe de Estado que reprendió a Biden en su intervención fue el Primer Ministro de Belice, John Briceño, que también es el jefe de la Comunidad del Caribe (CARICOM). «Es … inexcusable que todos los países de las Américas no estén aquí, y que el poder de la Cumbre se vea disminuido por su ausencia», dijo, y añadió: «Belice rechaza el derecho unilateral de cualquier país a imponer exclusiones».

A continuación, criticó el ataque del imperialismo estadounidense a Cuba: «El bloqueo ilegal contra Cuba es una afrenta a la humanidad. Sigue causando un sufrimiento indecible. Es incompatible con nuestros valores. De hecho, es antiamericano. Ha llegado el momento, Sr. Presidente, de levantar el bloqueo y construir lazos de amistad con el pueblo de Cuba».

Aparte de la disputa por la asistencia, la Cumbre careció de todo significado real. No hubo ninguna declaración conjunta, sino una serie de declaraciones parciales sin sustancia sobre la inmigración, la economía, etc. que sólo contenían tópicos gastados y buenas intenciones. 

El primer ministro de Belice, Briceño, en su intervención en la Cumbre también señaló además la enorme polarización de la riqueza, no sólo en América Latina, sino también en Estados Unidos: «Nos hemos reunido en la ciudad de los Ángeles. La ciudad americana que más refleja lo mejor y lo peor de las Américas… Una ciudad en la que muchos tienen demasiado, y demasiados tienen muy poco. Un espejo de las Américas en 2022». Tiene toda la razón.

América Latina en su conjunto se enfrenta a una enorme crisis económica y social, agravada por el impacto de la pandemia y ahora aún más por el impacto de la guerra en Ucrania. Tras un período de estancamiento (sólo un 0,3% de media de crecimiento entre 2014-19), ahora se prevé que la economía de la región crezca un escaso 1,8% este año. Mientras que el colapso económico durante la pandemia fue uno de los más profundos del mundo, el repunte posterior a la pandemia ha durado muy poco. La Comisión Económica para América Latina y el Caribe de la ONU, CEPAL, calcula que el número de personas bajo el umbral de la pobreza en la región, que era del 30%, aumentará a finales de este año al 34%. Los que viven en condiciones de extrema pobreza, que representaban el 11,4% de la población, alcanzarán ahora casi el 15%. Otros 7,8 millones de personas se sumarán a las filas de los que sufren lo que la CEPAL calificó de «inseguridad alimentaria», llegando a un total de 86,4 millones.

Nada de esto se abordó en las declaraciones de la Cumbre, precisamente porque ni el imperialismo estadounidense ni los gobernantes capitalistas de los países latinoamericanos tienen soluciones a los problemas causados por el propio sistema capitalista. 

La Cumbre, más bien, fue un reflejo de los problemas a los que se enfrenta el imperialismo estadounidense en todo el mundo. La guerra en Ucrania no está saliendo como ellos querían. China está desafiando cada vez más el poder de Washington en el Pacífico. Incluso en América Latina, la potencia asiática está aumentando sus vínculos comerciales y económicos. 

China está ávida de materias primas y fuentes de energía, y busca campos de inversión y mercados para sus productos. Su comercio con el Caribe y América Latina ha pasado de 18.000 millones de dólares en 2002 a casi 449.000 millones en 2021. China es actualmente el primer socio comercial de América del Sur y el segundo para toda América Latina, después de Estados Unidos. Veintiún  países de la región participan ahora en la Iniciativa del Cinturón y la Ruta de la Seda, que a través de proyectos de infraestructura y comercio refuerza el peso diplomático de China. Recientemente, tanto Nicaragua como la República Dominicana cambiaron su política hacia Taiwán a cambio de incentivos económicos. En eso, siguieron el ejemplo de El Salvador y Panamá. 

Probablemente en respuesta al desaire de Biden, Nicaragua dio permiso a la presencia militar rusa y a ejercicios conjuntos con fuerzas militares rusas en su territorio. 

Todo esto está ocurriendo en el patio trasero de Estados Unidos, y está causando alarma. La Doctrina Monroe, declarada en 1823, «América para los americanos», significaba que, EE. UU., la joven potencia imperialista en ascenso se reservaba derechos exclusivos sobre América Latina, con exclusión de las potencias europeas. 

Esa doctrina prevaleció durante décadas y los marines estadounidenses aseguraron los intereses de las multinacionales estadounidenses a través de docenas de golpes militares e intervenciones. Hoy, Estados Unidos se encuentra en una posición mucho más débil. Sí, sigue siendo la potencia imperialista dominante del mundo, y también lo es en América Latina, a una distancia segura de sus competidores. Pero no tiene el peso económico que tenía en el pasado y su dominio no es indiscutido. Ni siquiera en su propio patio trasero de América Latina. El fiasco de la Cumbre de las Américas lo reveló muy claramente.

Por una solución socialista – ¡no a las cumbres imperialistas!

La crisis económica y social del continente ha acumulado poderosas fuerzas explosivas. Todo el continente tiene dinamita en sus cimientos, parafraseando lo que Trotsky dijo sobre el ascenso del imperialismo estadounidense. Ya fuimos testigos de una ola de levantamientos insurreccionales en 2019 (Puerto Rico, Haití, Ecuador, Chile). Este proceso fue interrumpido temporalmente por la pandemia. Pero incluso durante la pandemia vimos movimientos de masas en Guatemala, Perú y un magnífico paro nacional en Colombia que duró tres meses. 

La falta de una dirección revolucionaria y el papel traidor de los dirigentes reformistas existentes desbarataron estos movimientos, que finalmente se desvanecieron. En algunos casos, bloqueados en el camino de la movilización de masas, la rabia y la frustración se expresaron en la vía parlamentaria (Chile, Perú, Honduras y ahora Colombia). En Perú, el gobierno de Castillo ha mostrado muy rápidamente las limitaciones de un proyecto que se mantiene dentro de los límites del capitalismo en crisis. En Chile, Boric llegó al poder como expresión del rechazo a la derecha pinochetista, pero también como una válvula de escape para controlar el estallido social de 2019. 

Ahora, las masas están de nuevo en marcha en Ecuador. Se están preparando explosiones sociales masivas en un país tras otro. Obreros, campesinos, jóvenes, mujeres, tomarán una y otra vez el camino de la lucha para intentar liberarse de las condiciones de pobreza, opresión y explotación provocadas por el sistema capitalista en crisis y por la dominación imperialista del continente. Llevarán al poder a gobiernos a los que consideran de izquierda y los pondrán a prueba, y quedarán decepcionados. 

La única solución para los agudos problemas de pan, empleo, vivienda, sanidad, educación y pensiones, a los que se enfrentan decenas de millones de personas en todo el continente, es acabar con el sistema capitalista en descomposición. El continente es rico, mientras que su pueblo es pobre. La expropiación de las multinacionales y de sus títeres capitalistas locales, y el repudio a la deuda externa, permitirían utilizar la riqueza de América Latina, en el marco de un plan racional de producción, en beneficio de la mayoría, no de una  minoría parasitaria. Hay que sacudirse el yugo del imperialismo y del capitalismo para que haya una salida para las masas trabajadoras. Entonces podremos tener una verdadera Cumbre de las Américas, que reúna a los dirigentes de las repúblicas obreras en una Federación Socialista del continente, desplegando todo su potencial. 

Entonces relegaremos las actuales Cumbres al basurero de la historia.