Bicentenario, Revolución, Socialismo (XI): El gobierno de Menem y la convertibilidad

0
251

El gobierno pasaría entonces a manos del más populoso movimiento político nacional, el peronismo. Sin embargo esto no ocurrió bajo el liderazgo de la Renovación Peronista que controlaba el aparto partidario del PJ. Su rápido desgaste debido a su tibieza programática, a los compromisos con el gobierno radical fracasado y a la veloz integración de sus dirigentes a la corrupción parlamentarista, le restó apoyo popular y permitió la llegada al gobierno de un caudillo provincial, oportunista y aventurero, que dominaría la escena política nacional durante una larga década.

El adelantamiento de las elecciones presidenciales de 1989 y la inmediata entrega anticipada del gobierno por parte de Raúl Alfonsín en medio de un verdadero golpe de mercado (retiro de inversiones, corrida bancaria, especulación de precios, etc.) y del caos social (saqueos de supermercados) mostraban también la incapacidad del desgastado gobierno radical para enfrentar la situación. La autocrítica del ex presidente no podía ser más clara: ¨No supimos, no pudimos, no quisimos¨.

 

El gobierno pasaría entonces a manos del más populoso movimiento político nacional, el peronismo. Sin embargo esto no ocurrió bajo el liderazgo de la Renovación Peronista que controlaba el aparto partidario del PJ. Su rápido desgaste debido a su tibieza programática, a los compromisos con el gobierno radical fracasado y a la veloz integración de sus dirigentes a la corrupción parlamentarista, le restó apoyo popular y permitió la llegada al gobierno de un caudillo provincial, oportunista y aventurero, que dominaría la escena política nacional durante una larga década.

La llegada de Menem al gobierno

 

El riojano Carlos Saúl Menem derrotó al renovador Antonio Cafiero en internas abiertas, contando sólo con el apoyo nacional del Peronismo Revolucionario (débil corriente heredera de la dirigencia montonera de los 70) y de un intendente del conurbano que haría carrera: el lomense Eduardo Duhalde, que lo acompañaría primero como vicepresidente y luego desde la gobernación de la provincia de Buenos Aires.

 

Menem se había hecho conocido como abogado de sindicalistas perseguidos durante la Resistencia Peronista posterior al golpe de 1955. Había llegado a la gobernación de su provincia en 1973 y, tras el golpe de 1976, mantenido en confinamiento en Formosa durante la dictadura militar. De gran carisma y habilidad para la autopromoción, cuando fue electo nuevamente gobernador de La Rioja en 1983 comenzó a proyectarse como dirigente nacional. Mantuvo para eso una inteligente distancia del aparato del PJ y, llegada la crisis de 1989, hizo valer su figura de caudillo popular y sus actitudes picarescas para ponerse en el centro de la escena política y ganar las elecciones presidenciales por 47 a 32% a un desabrido candidato de la UCR, Eduardo Angeloz, que cargaba además con el fracaso alfonsinista.

 

El disfraz de Facundo y algunas promesas poco creíbles (Revolución Productiva y Salariazo) generaron cierta confusión inicial que rápidamente fue disipada mostrándose fiel subordinado de la oligarquía y las transnacionales. Puso en la cartera de economía a gerentes de la agroexportadora Bunge & Born y, como asesor, a Alsogaray. Comenzó un salvaje proceso privatizador y se congració con la cúpula de las FFAA. Tiempo después decretaría amnistías y leyes de impunidad para los represores de la dictadura.

 

Pero sí mantuvo una cierta autonomía de las instituciones y controles del estado (hasta que mediante maniobras consiguió la ¨mayoría automática¨ en los poderes legislativo y judicial) a los que despreció, rodeándose de una camarilla de aventureros que hacían negocios en sociedad con el poder empresario y financiero. 

 

Implementó la llamada Reforma del Estado que consistía en entregar al capital transnacional las empresas estatales y los recursos naturales. Atrajo así ciertas inversiones a las que aseguró grandes beneficios, ventajas y exenciones. Se comenzó privatizando Entel y Aerolíneas, luego las obras de vialidad (mediante peajes), la televisión y los ferrocarriles.

 

Aunque hubo una heroica resistencia de los trabajadores, varios factores coincidieron para que se impusieran las políticas privatizadoras: el cansancio de la lucha cotidiana contra la carestía de la vida (hiperinflación mediante), el desprestigio de las empresas estatales bajo dirección burocrática, con corrupción e ineficiencia, la compra de dirigentes sindicales, algunos ex colaboradores de la dictadura, con ¨comisiones¨ de las privatizaciones y con otorgamiento de cargos sindicales y estatales (desplazando a los fracasados dirigentes reformistas) y la ofensiva reaccionaria internacional a partir de la caída de los regímenes burocráticos de Europa oriental, pseudosocialistas. Comenzaban a reinar las ideologías neoliberales, pro mercado y del ¨fin de la historia¨.

 

El problema de gran cantidad de luchas, como fue el caso de Ferrocarriles, SoMiSa, EnTel, etc., es que tuvieron limitaciones, muchas de ellas en común. Se creyó que con la presión sobre la dirigencia sindical y el gobierno era suficiente, ya que, tanto uno como otro podrían ceder, ser perfectibles. En sectores del activismo clasista inclusive, como fue el caso de ferroviarios. Ante las bravuconadas de Menem, como su frase: “ramal que para, ramal que cierra”, este sector mantuvo una lucha heroica  durante meses, en la creencia de que primero había que vencer al gobierno y luego convocar a plenarios abiertos intersindicales para redoblar la lucha. Se perdió la perspectiva del apoyo a los ferroviarios de amplios sectores sociales también afectados por las políticas privatizadoras con los cuales unificar las luchas.

 

La convertibilidad                                                                                                                                            

 

Sin embargo las inversiones especulativas y de saqueo, alentadas por las medidas pro mercado (privatizaciones, rebajas de aranceles, menos controles, desregulación del capital) no alcanzaban para estabilizar una economía infectada por la hiperinflación. Entonces se restringió la emisión monetaria y, para paliar el déficits fiscal, se confiscaron ahorros mediante el Plan Bonex. Y finalmente se recurrió, en enero de 1991, al ex funcionario de la dictadura Domingo Cavallo como ministro de economía, quien implementó la ley de convertibilidad que ataba el peso al dólar, luego de una fuerte devaluación y del congelamiento salarial y del gasto fiscal.

 

Por primera vez en años una medida tenía éxito en el freno de la inflación (aunque manteniendo tarifas de servicios públicos muy elevadas y salarios bajos) y consiguió cierto crecimiento del PBI, mediante la continuidad de inversiones especulativas. La apertura de la economía favorecía a los sectores del comercio importador, servicios y financieros y arruinaba al sector industrial. La clase obrera disminuía a costa del cuentapropismo y del trabajo en servicios. Como consecuencia de la desregulación, flexibilización y la pérdida de derechos laborales crecían la precariedad y la subocupación. Para mantener el flujo de inversiones se concretaron sucesivas oleadas privatizadoras, y el déficits fiscal era contrarrestado con un acelerado endeudamiento externo y el pago mediante bonos canjeables por acciones de empresas en proceso de privatización. En diez años la deuda externa pasó de 45 a 145 mil millones de dólares.

 

En política exterior, Menem promovió un alineamiento automático con los EEUU (llamado ¨Relaciones Carnales¨ por el canciller Di Tella) y abandonó el Movimiento de Países no Alineados. Esta subordinación se manifestó en el envío de tropas a todas las intervenciones imperialistas de la época (guerra del Golfo, Croacia, etc.) Y Argentina fue enfocada por el terrorismo islamista con dos grandes atentados en Buenos Aires: embajada de Israel y mutual AMIA.

 

Agobiados por las duras condiciones de vida cotidiana, con la amenaza constante del desempleo y la traición de la dirigencia sindical, los trabajadores se vieron obligados a buscar salidas individuales reforzando el retroceso ideológico global de esos años.  Pero esto no quiere decir que no hubiera heroicas resistencias a las privatizaciones y a la pérdida de derechos, aunque el aislamiento y las consecutivas derrotas, hicieron que muchos aceptaran la opción cuentapropista y el abandono de las respuestas colectivas. Esa resistencia y el malestar con la dirigencia cegetista llevaron a la conformación de la CTA, que sólo pudo hacer pie en el sector público (estatales, docentes, judiciales).

 

En la superestructura política el malestar se reflejó en la ruptura del bloque peronista de diputados (grupo de los 8) y en la sucesiva aparición de intentos de alternativas al modelo liberal dominante. Surgen entonces experiencias como Frente Grande, Frente del Sur, Frepaso, etc. que fracasan por limitaciones, errores y traiciones de sus dirigentes, como Chacho Álvarez, que llevaron a apoyar variantes conservadoras (Bordón) y a alianzas con la UCR, expropiando la voluntad de cambio de los trabajadores. La izquierda, por su parte, acentúa el proceso de fragmentación iniciado años antes no solo en el morenismo, sino también en el guevarismo y en el partido Comunista.

 

Pacto de Olivos y segundo gobierno menemista

Terminadas las primeras privatizaciones (muy cuestionadas por el escandaloso nivel de corrupción y sumisión al capital transnacional) el modelo de convertibilidad, imposibilitado de maniobras monetarias, necesitaba otra vuelta de entregas para seguir atrayendo capitales. Continuaron las medidas de achicamiento del estado y avance del capital privado y una nueva ronda de privatizaciones: Obras Sanitarias, Gas del Estado, YPF se convierte en S.A., las jubilaciones, etc. Cerca del final de su mandato Menem, preferido de los mercados y por ambiciones personales, plantea su reelección (prohibida por la Constitución).

 

Recurre entonces al apoyo de la UCR, mediante la firma del Pacto de Olivos con el ex presidente Alfonsín, para conseguir una reforma constitucional limitada, que contemplaba: una reelección, acortamiento del mandato presidencial a cuatro años, incorporación de un tercer senador por provincia (concesión a la UCR), provincialización de los recursos naturales (con lo que se facilitaban las privatizaciones y se obtenía el apoyo de gobernadores interesados en las ¨inversiones¨ extranjeras) y la incorporación de una serie de derechos democráticos (voto directo, consulta popular, plebiscito, adhesión a tratados internacionales, derechos de tercera y cuarta generación, etc.) muchos de los cuales tardaron años en ser reglamentados y tenidos en cuenta.

 

Menem consigue entonces un nuevo mandato para el período 1995-9 ante la sumisión opositora y la derrota de los trabajadores que no encuentran canales de expresión. Obtiene el 50% de los votos, frente al 29% de Bordón y al 17% de la UCR.

Si bien en un principio la nueva vuelta de tuerca de más privatizaciones y facilidades al capital exterior parece revitalizar la convertibilidad, esta va encontrando sus límites. La privatización casi total de las grandes empresas y el traspaso de la educación a las provincias (achicando el gasto del estado nacional) le permiten cierta sobrevida. La virtual dolarización (las tarifas ajustaban por la inflación de EEUU, por ejemplo), con la consecuente dependencia total de inversión externa, quitaba todo margen de maniobra y crecían también los problemas del fisco, maniatado ya totalmente al crédito de la banca internacional. La exposición externa de la economía tras las recurrentes medidas de apertura, privatización y desregulación la dejaba a merced de los vaivenes del mercado. Y las sucesivas crisis internacionales a partir de 1994 (México, Sudeste asiático, Rusia y Brasil) la afectan profundamente, entrando en recesión a partir de 1998.

 

El freno de la economía provoca un salto en el desempleo (de un 7 a un 18% según datos oficiales). Explotan entonces una serie de puebladas contra la desocupación y el hambre, las más importantes en ciudades abandonadas por la desinversión petrolera. Surgen los fogoneros de Cutral Có, la rebelión de Gral. Mosconi, el santiagueñazo, los piquetes en La Matanza y en muchos puntos del país. Pero son luchas dispersas y aisladas que preanunciaban la explosión nacional del Argentinazo a fines de 2001. Y son reprimidas por las fuerzas de seguridad. El gobierno de Menem termina entonces muy desgastado, ya agotada la convertibilidad, con una economía estancada, desempleo y conflictividad crecientes, apelando a la represión de las protestas y con la corrupción que lo acompañaba desde el comienzo.