A 80 años de la Revolución española

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En el 80º aniversario de la Revolución Española publicaremos a lo largo de los próximos meses una serie de 3 artículos que tratarán el auge del proceso revolucionario, las causas de su derrota y las lecciones que deben sacar las nuevas generaciones de revolucionarios de esta colosal experiencia histórica. En este primer artículo nos detendremos en los alcances revolucionarios más significativos operados en la España republicana

Parte I: El auge revolucionario

Parte II: La derrota y sus lecciones

Parte III: Es hora de exorcizar el fantasma de Franco

El alzamiento fascista

El alzamiento fascista del 17 de julio de 1936 dio inicio a la guerra civil española y a una revolución social de una extraordinaria extensión y profundidad. Pese a que el contenido social de la revolución española ha sido ocultado y tergiversado por la historiografía oficial, aquélla escribió una página gloriosa en el gran libro de la lucha de la clase obrera mundial contra la explotación capitalista y por el socialismo.

El alzamiento del ejército, iniciado por Franco en las Islas Canarias y el norte de Marruecos, fue radiado a la península por los marineros revolucionarios de la flota. Ante las primeras noticias, los obreros se movilizaron en las principales ciudades exigiendo armas al gobierno. Éste se negó, temiendo a la revolución, mientras intentó negociar en secreto un gobierno cívico-militar con los oficiales insurrectos. Sin esperar ninguna indicación del gobierno ni de sus dirigentes, los obreros se declararon en huelga en numerosas ciudades y pueblos, tomaron las armerías, armaron barricadas y asaltaron o rodearon los cuarteles.  

La política criminal del gobierno republicano prestó una ayuda preciosa a los militares facciosos. La misma política cobarde y evasiva en las provincias y ciudades importantes, por parte de los gobernadores civiles y alcaldes republicanos burgueses –junto a la pasividad de las direcciones obreras– hizo que el golpe triunfara aplastando y asesinando a miles de obreros, en ciudades como Sevilla, Córdoba, Granada o Zaragoza. No obstante, el grueso de la Marina permaneció fiel a la República porque los marineros se amotinaron, tomaron los barcos y acorazados, y encerraron o fusilaron a los oficiales. Sólo cuando los alzados rechazaron todo compromiso con Azaña, y las masas insurrectas se hicieron dueñas de las calles, el gobierno accedió a entregar armas a los trabajadores.   

En Madrid, Barcelona, Valencia, Málaga, Asturias, el País Vasco, y en prácticamente todas las zonas industriales, las masas obreras aplastaron la rebelión fascista. Con la excepción de Sevilla, donde el PCE era la fuerza hegemónica, y de Zaragoza –un bastión de la CNT– el golpe triunfó fundamentalmente en zonas rurales y políticamente atrasadas en aquel entonces: Castilla la Vieja (actualmente Castilla-León), Galicia, Navarra y Álava, y zonas de Andalucía. Los alzados sólo controlaban un tercio del territorio español. Técnicamente, el golpe fue un fracaso.  

Abd-El-Krim, el caudillo de las tribus bereberes que luchaban contra el colonialismo español en el norte de Marruecos, preso en Francia, propuso al gobierno republicano sublevar las tropas moras que Franco llevó a España, a condición de conceder la independencia del Marruecos español; pero el gobierno se negó, atado a sus compromisos con el imperialismo francés, que poseía la mayor parte de Marruecos. Esto hubiera privado al ejército de Franco de su base inicial de aprovisionamiento y reclutamiento. La llamada política de Frente Popular: atar a las organizaciones obreras a compromisos con la burguesía y la pequeña burguesía republicana, cobarde e insignificante, demostró en todos los aspectos su alcance contrarrevolucionario.

Revolución y doble poder 

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Desde el 19 de julio, durante semanas y meses, el Estado burgués y el mismo capitalismo dejaron de existir en la España republicana. Se formaron comités revolucionarios que tomaron el poder político y económico en los pueblos y ciudades. Los comités revolucionarios UGT-CNT tomaron el control de las fábricas, las oficinas y la tierra. La mayor parte de la economía quedó así colectivizada, tanto en la ciudad como en el campo. Las iglesias fueron incautadas para servir como almacenes, escuelas y hospitales. El orden público fue asumido por las Patrullas de Control, formadas por voluntarios, las milicias populares y las asambleas de barrio que se constituyeron para resolver los problemas que pudieran surgir. En cuestión de días, los obreros y campesinos llevaron a cabo una completa revolución social por la que habían aspirado durante generaciones. Toda una serie de tareas democráticas pendientes fueron resueltas de un plumazo con la acción revolucionaria de las masas: la separación de la Iglesia y el Estado, la reforma agraria, la cuestión nacional catalana, la disolución del ejército reaccionario, etc.

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Frente a los gobiernos oficiales en Madrid y demás regiones y ciudades –que todos ignoraban– surgieron comités revolucionarios a nivel local y regional que concentraban la autoridad real. En Catalunya, el poder era ejercido por el Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña; en Aragón, por el Consejo Regional de Defensa de Aragón; en Valencia, por el Comité Unificado Revolucionario UGT-CNT (luego convertido en el Comité Ejecutivo Popular); en Gijón, por el Comité de Guerra de Gijón; en Málaga, por el Comité de Salud Pública; o en Ibiza, por el Comité Antifascista de Ibiza. En Madrid, en noviembre de 1936 ante la amenaza de la caída de la capital se creó la Junta de Defensa de Madrid, que funcionaría durante semanas como un organismo de tipo soviético, con la inclusión de representantes directos de los barrios y de las organizaciones obreras.

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Iglesia convertida en Casa del PuebloSurgió así una situación  de doble poder. Por una parte, el poder formal del Estado republicano con su gobierno nominal al frente, permanecía flotando en el aire; por otro lado, el poder naciente del proletariado y del campesinado pobre expresado en los comités revolucionarios surgidos en las fábricas, los barrios y los pueblos, y en las milicias obreras que se creaban a marchas forzadas para detener el avance fascista sobre Madrid y otras zonas. Pero esta situación de doble poder no podía durar. O los trabajadores y campesinos imponían el suyo, o el Estado republicano reconstituido terminaría por destruir la democracia obrera que emergía del combate contra el golpe fascista.

Los acontecimientos confirmaban la perspectiva de Trotsky y sus seguidores planteada al proclamarse la República en 1931: la disyuntiva no era optar entre democracia o fascismo, sino entre socialismo o fascismo. La crisis orgánica del capitalismo español, y en la mayor parte de Europa, hacía imposible la continuidad normal de regímenes democrático-burgueses porque la burguesía necesitaba aplastar toda resistencia obrera para salvar su sistema.

Las milicias obreras 

Las organizaciones obreras (PSOE, PCE, UGT, CNT, POUM) improvisaron milicias obreras, con gran escasez de cuadros y especialistas militares, en las que se enrolaron decenas de miles de voluntarios que trataban de contener el avance fascista. Las milicias de la CNT y el POUM se hicieron con el control de toda Cataluña, y una columna de miles de milicianos de la CNT, comandada por el dirigente anarquista Buenaventura Durruti, salió de Barcelona en dirección a Zaragoza y Huesca. En su camino ocupó la mitad oriental de Aragón, que había caído casi en su totalidad en manos de los facciosos, pese a la penuria de recursos y de armas. La columna de Durruti actuó como un ejército de liberación social, entregando la tierra a los campesinos que se organizaban en colectividades, y transformaron toda la región en un fortín inexpugnable para el ejército fascista. En rigor, éste fue el único avance real de las fuerzas republicanas sobre territorio fascista en toda la guerra. Cuando Durruti se encontraba a 22 km. de Zaragoza fue llamado de urgencia a Madrid, en noviembre de 1936, para ayudar a la resistencia de la capital del Estado cuando las columnas del ejército fascista asomaban a sus puertas. Allí encontraría la muerte por una “bala perdida”, privando al proletariado español de una de sus cabezas más destacadas.

En el suroeste de España, los jornaleros (el proletariado agrícola) tomaron decenas de pueblos y organizaron su defensa. Resistieron días y semanas el avance fascista que se abrió paso con el bombardeo despiadado de la población civil desde aviones de guerra italianos.

Cataluña y la CNT: El fracaso del ideario anarquista 

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Obreros anarquistas de BarcelonaEn Cataluña, el poder inicial fue ejercido por el Comité de Milicias Anti-Fascistas, controlado por la CNT, hegemónica en el proletariado catalán. Fue aquí, en la región más industrializada y avanzada de España, en la que la revolución social había sido más profunda, donde se produjo uno de los hechos más trágicos.

Tras un día de duros combates y de aguerrida lucha de barricadas, el 20 de julio Barcelona y toda Cataluña quedaron tomadas por los obreros y cientos de comités revolucionarios, bajo el dominio absoluto de la CNT.

Con gran astucia, Lluis Companys, presidente de la Generalitat de Catalunya –que el 19 de julio se había negado a entregarle armas a la CNT– convocó a los jefes anarquistas a la sede de su gobierno, y les puso ante la tesitura de que tomaran todo el poder o que le dejaran seguir al frente de la Generalitat. Increíblemente, los dirigentes anarquistas declinaron tomar el poder.

Reforzamos este hecho con las impresiones inapreciables de uno de los principales dirigentes de la CNT, presente en esa reunión, Diego Abad de Santillán:

“Podíamos ser únicos, imponer nuestra voluntad absoluta, declarar caduca la Generalidad e instituir en su lugar el verdadero poder del pueblo; pero nosotros no creíamos en la dictadura cuando se ejercía contra nosotros y no la deseábamos cuando la podíamos ejercer nosotros en daño de los demás. La Generalidad quedaría en su puesto con el presidente Companys a la cabeza y las fuerzas populares se organizarían en milicias para continuar la lucha por la liberación de España” (¿Por qué perdimos la guerra? Diego Abad de Santillán.1940).

Esta confesión desnuda expone la completa inconsistencia y esterilidad del anarquismo como teoría y práctica revolucionaria: “Porque estamos en contra de todo gobierno, dejamos que siga actuando el gobierno burgués, porque nosotros no queremos ejercer el gobierno”. Trotsky comparaba el anarquismo con un paraguas con agujeros: magnífico cuando hace sol, pero completamente inútil cuando llueve, que es cuando se supone que debe ser utilizado.

Como decía Lenin, “Sin teoría revolucionaria, no puede haber práctica revolucionaria”. La conclusión práctica de los anarquistas se deriva de sus preceptos doctrinales, que reflejan su incomprensión de qué es el Estado y de su proceso de desarrollo histórico. No basta con tomar las fábricas y la tierra para que la tarea de la revolución social esté completada y el Estado burgués deje de actuar automáticamente. Aunque los burgueses individuales sean expropiados, continúa existiendo el viejo edificio del Estado burgués con su ejército, su policía, sus ministros y funcionarios, su aparato judicial, sus empleados rutinarios de mentalidad servil y burocrática en el seno de los organismos públicos. Si este edificio burocrático no es demolido hasta sus cimientos, utilizará cualquier resquicio para revertir tarde o temprano la transformación revolucionaria de la estructura económica provocada por la insurrección proletaria.

El alcance de la Revolución 

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Como en la Comuna de París, pese a las carencias y deficiencias de la dirección revolucionaria, en la Revolución española brillaron los aciertos y la extraordinaria audacia y creatividad  del proletariado en su combate contra el fascismo y el capitalismo.

 “En medio de la guerra civil, los comités de fábrica están demostrando la superioridad de los métodos proletarios de producción. El comité de CNT-UGT que dirige los ferrocarriles y el Metro informa que eliminando los altos salarios de los directores, los beneficios y el despilfarro, se han ahorrado decenas de miles de pesetas, se han subido los salarios de la mayoría de los obreros para crear igualdad en las pagas, se planifica extender las líneas, se bajarán las tarifas, los trenes son puntuales y pronto se introducirá la jornada de seis horas.

“Las plantas metalúrgicas se han transformado y producen municiones; las fábricas de automóviles producen coches blindados y aviones. Los últimos partes demuestran que el gobierno de Madrid depende en gran parte de Cataluña para pertrecharse de estos importantes elementos. Una considerable parte de las fuerzas que protegen el frente de Madrid fueron enviadas por las milicias catalanas.” (El doble poder en Cataluña, del libro Revolución y Contrarrevolución en España. Félix Morrow).

Uno de los sectores claves de la economía colectivizada fue el campo. Llegó a haber 2.500 colectividades, según el conocido historiador burgués inglés Hugh Thomas. Según el Instituto de Reforma Agraria republicano (IRA), quedó colectivizada el 54% de la tierra cultivable en la zona republicana, Sin embargo, dado que el Ministerio de Agricultura, incluido el IRA, estaban bajo control del Partido Comunista, hostil a la colectivización, los datos podrían ser mayores. En la provincia de Ciudad Realfue colectivizada el 98,9% de la superficie cultivada, y en Jaén el 76,3%.

En la industria catalana, que concentraba el 70% de la industria española, los sindicatos de la CNT se hicieron con numerosas fábricas textiles, organizaron los tranvías y los autobuses de Barcelona, implantaron empresas colectivas en la pesca, en la industria del calzado e incluso se extendió a los pequeños comercios al por menor y a los espectáculos públicos. En pocos días el 70% de las empresas industriales y comerciales había pasado a ser propiedad de los trabajadores.

Incluso lugares como hoteles, peluquerías, y restaurantes fueron colectivizados y manejados por sus propios trabajadores.

En la industria de la madera en Catalunya, tras incautarse de las empresas, cerraron los talleres que no reunían condiciones de higiene suficientes, reagrupándolos para disponer de locales más grandes. La socialización abarcó desde la tala de árboles hasta la distribución de los muebles, pasando por todas las fases de fabricación.Se organizó hasta una Feria del mueble socializado en 1937. Y lograron coordinarse con la industria socializada de la madera del Levante, para fabricar distintos tipos de muebles.

Otro ejemplo notable de colectivización fue la industria del espectáculo, destacando la labor del Sindicato Único de Espectáculos de la CNT. Entre el 1936 y el 1937 se produjeron más de un centenar de películas impulsadas por la productora y la distribuidora creadas por la CNT catalana, y 24 en Madrid.

También la labor educativa fue asumida por las organizaciones obreras. En Cataluña, la educación estuvo a cargo de la CNT y la UGT, a través del Consejo de la Escuela Nueva Unificada. Por primera vez, millones de obreros y campesinos recibían instrucción y atención sanitaria gratuitas.

La mujer en la revolución 

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La República había otorgado importantes avances a la mujer: derecho de voto, matrimonio civil, derecho al divorcio, mayores facilidades y estímulos para estudiar y trabajar, etc. Pero fue en la Revolución donde la mujer obrera y campesina española alcanzó sus mayores cotas de libertad y emancipación. En 1936, el Gobierno de la Generalitat de Catalunya despenalizó y legalizó el aborto. Las mujeres se incorporaron en masa al trabajo industrial, por la presencia masculina en los frentes de guerra. Incluso aquí, muchas mujeres se integraron en las milicias y llegaron a combatir en el frente, hasta que el gobierno de Largo Caballero, por presiones del PCE, lo prohibió en diciembre de 1936.

Surgieron organizaciones como Mujeres Libres, impulsada por la CNT, que llegó a tener más de 20.000 afiliadas, cuyo objetivo era facilitar a la mujer los medios prácticos para que pudiese incorporarse a la producción, creando para ello guarderías, comedores; al mismo tiempo que proporcionaban formación técnica y profesional, para que pudiesen adquirir mayor cualificación en el trabajo.

La organización más importante fue la Unión de Mujeres Antifascistas (UMA), con 50.000 militantes, que era un organismo encargado de la organización del trabajo de la mujer en la retaguardia. Aunque su militancia era heterogénea, su política estuvo dirigida en todo momento por el PCE, y terminó siendo una correa de transmisión de las decisiones del gobierno republicano durante la guerra.

El POUM rechazaba la organización separada de las mujeres, abogando por un frente revolucionario de mujeres proletarias. Su actividad durante la guerra fue hacer propaganda para incorporar a las mujeres al frente, no sólo en labores de enfermería a través del Socorro Rojo, (organización creada por el POUM para proporcionar asistencia sanitaria en el frente), sino como miliciana para lo cual daban entrenamiento militar, además de tareas dedicadas al abastecimiento.

Faltó un partido revolucionario 

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Pese a la iniciativa revolucionaria y al heroísmo de las masas trabajadoras, a la hora de la verdad ninguna de las organizaciones obreras se propuso la tarea de dar la puntilla final al Estado burgués y completar la revolución socialista.

Como señala Félix Morrow: “La realidad es que a pesar del surgimiento del doble poder, a pesar del alcance del poder del proletariado en las milicias y su control de la vida económica, el Estado obrero permanecía embrionario, atomizado, dispersado en las diversas milicias, comités de fábricas y comités locales de defensa antifascista constituidos conjuntamente por las diversas organizaciones. Nunca se llegó a centralizar en consejos de soldados y obreros a nivel nacional, como se hizo en Rusia en 1917 y en Alemania en 1918-19… A nivel local y en cada columna de milicias, el proletariado mandaba; pero en la cumbre estaba sólo el gobierno. Esta paradoja tiene una explicación muy sencilla: no había partido revolucionario en España listo para potenciar la organización de soviets de manera audaz y consciente.” (Íbidem. Félix Morrow)

El ala izquierda de la Revolución: la CNT, el POUM y los socialistas de izquierdas de Largo Caballero, que constituían la mayoría aplastante de los trabajadores al inicio de la Revolución, jugaron con la Revolución pero les faltaba la claridad política, la perspectiva revolucionaria internacional, la confianza en las masas, la valentía y la decisión de barrer completamente el capitalismo y establecer un Estado obrero, pese a las condiciones excepcionalmente favorables para hacerlo.

Como explicó Trotsky: “La revolución tiene un inmenso poder de improvisación pero no improvisa jamás nada de bueno para los fatalistas, los espectadores y los imbéciles. La victoria viene de una evaluación política justa, de una organización correcta y de la voluntad para descargar el golpe decisivo” (¿Es posible fijar un horario para la revolución? Septiembre 1923). La indecisión y actitud fatalista del ala izquierda de la revolución española serían aprovechadas por el ala derecha: los socialistas de derechas de Prieto y Besteiro, los dirigentes del PCE, y sus aliados republicanos burgueses de Companys, Azaña y del PNV, para colocarse a la cabeza del movimiento y descarrilar la revolución.