Continuamos la saga dedicada al 80º aniversario de la Revolución Española. En este segundo artículo abordamos las causas de la derrota de la revolución y las lecciones a sacar de la misma.
La derrota y sus lecciones
La correlación de fuerzas
Milicianos en el frente de AragónDe palabra, los dirigentes de la CNT, del POUM y de la izquierda socialista de Largo Caballero, estaban comprometidos con la revolución. De hecho, disponían en los primeros meses de la guerra civil de fuerzas tan colosales en toda la zona republicana, que podrían haber consumado una revolución socialista sin apenas violencia ni oposición. La CNT y el POUM tenían el control absoluto de la zona más industrializada y desarrollada, Catalunya. Los anarquistas también ejercían una hegemonía completa en el Aragón republicano, corazón de la producción cerealista de la zona republicana. La fuerza combinada de la CNT, el POUM y la izquierda socialista tenía la mayoría decisiva en Madrid, Valencia, y Castilla La Nueva, y una fuerza significativa en la zona oriental andaluza, Asturias y País Vasco.
¿Qué se requería? Voluntad y confianza revolucionaria. Los comités revolucionarios locales y regionales controlados por estas organizaciones, y sus milicias –las únicas fuerzas armadas sobre el terreno en la España republicana– debían haber elegido delegados a un Congreso Nacional de Comités Revolucionarios, durante el mes de agosto o principios de septiembre, con el fin de asumir todo el poder para completar la revolución socialista y disolver el gobierno republicano de Giral-Azaña, sin autoridad entre las masas y señalado por éstas como culpable del rápido avance fascista por Extremadura en su camino a Madrid. Esto hubiera permitido desarrollar una guerra revolucionaria exitosa contra el fascismo, única manera de vencerlo.
De hecho, tal era el descrédito del gobierno de los republicanos burgueses Giral-Azaña en los primeros meses de la guerra civil, que aquél se vio obligado a dimitir y entregar el gobierno a Largo Caballero, por su gran prestigio entre el proletariado español, incluido el anarquista, tomando posesión del mismo el 4 de septiembre de 1936.
Ciertamente, los republicanos burgueses de Azaña y Companys en Catalunya estaban contra la revolución; lo mismo que los nacionalistas vascos del PNV y los socialistas de derechas Prieto y Besteiro; así como la dirección del PCE. Pero, inicialmente, carecían de las fuerzas necesarias, y mucho menos militares, para impedir el triunfo de la revolución socialista. Una acción enérgica del POUM, la CNT y Largo Caballero, hubiera barrido a su favor a las endebles bases de apoyo que los socialistas de derechas y el PCE tenían en esos momentos entre la clase obrera y el campesinado pobre.
Este “ala derecha” de la zona republicana defendía un programa imposible: mantener la república burguesa en un momento en que la burguesía recurría al fascismo para aplastar a las organizaciones obreras y los derechos democráticos para salvar su sistema, como había sucedido en Alemania, Italia y Austria. Sólo la revolución socialista podía salvar al proletariado y mantener las conquistas democráticas, y crear las condiciones para extender la revolución a toda Europa.
La política criminal de la “No intervención” y las Brigadas Internacionales
Antifascistas italianos del Batallón GaribaldiLas “democracias occidentales” de Gran Bretaña, Francia y EEUU jugaron un papel especialmente criminal y pernicioso. Decretaron la “no intervención” y la prohibición de vender armas a la España republicana, mientras que hacían la vista gorda al suministro masivo de armas y soldados a Franco por parte de la Alemania nazi y de la Italia fascista, sin el cual el golpe fascista hubiera sido completamente aplastado. La URSS estalinista, que temía también la revolución en España y apostaba por un imposible régimen democrático-burgués, se adhirió inicialmente a esta política de traición. El gobierno mexicano de Lázaro Cárdenas fue el único que rompió el boicot militar a la España republicana, pero las largas distancias y la escasez y pobreza del material suministrado, no tuvo apenas efecto. Sólo en septiembre, ante el rápido avance fascista, la URSS decidió romper el bloqueo, so pena de quedar descreditada y ante la perspectiva de ver empeorada su situación internacional con un nuevo régimen fascista hostil en Europa.
Por el contrario, la revolución española fue testigo de la mayor muestra de solidaridad e internacionalismo político-militar conocido hasta la fecha, con la creación de las Brigadas Internacionales, donde unos 40.000 militantes revolucionarios y antifascistas de 55 nacionalidades y países vinieron a combatir al fascismo, la mayor parte de los cuales llegaron en el mes de octubre. Miles de ellos murieron en el campo de batalla. Justo es reconocer el papel de los Partidos Comunistas en esta tarea, aunque participaron todas las tendencias del movimiento obrero internacional: socialistas, anarquistas, trotskistas y simpatizantes del POUM. También hay que decir que los dirigentes y cuadro militares afines al estalinismo practicaron sobre el terreno la política de frenar la revolución y, llegado el momento, de reprimir al ala revolucionaria, como luego veremos.
El fracaso del “ala izquierda” de la revolución
Largo Caballero rodeado de milicianosLamentablemente, a la hora de la verdad, nadie del “ala izquierda” se propuso llevar la revolución hasta sus últimas consecuencias. Y no les faltaron oportunidades.
Ya en el artículo anterior explicamos el papel antirrevolucionario del anarquismo, cuyos dirigentes justificaron no tomar el poder por sus prejuicios doctrinarios “contra todo gobierno”. En realidad, entregaron el poder –que los obreros y campesinos anarquistas habían conquistado en la práctica con su sangre el 18-19 de julio– a los enemigos de la revolución del campo republicano. Además, justificaron esta traición con argumentos lastimeros del tipo: “nos quedaremos aislados en Europa”, “no podemos dividir la lucha antifascista”, “dependemos de las armas rusas”, etc. Estas quejas vergonzosas ocultaban su falta de fe en sí mismos y en la capacidad de la clase obrera para dirigir la sociedad, y la carencia de una perspectiva revolucionaria internacional. Su apelación a las armas rusas estaba fuera de lugar pues éstas llegaron a cuentagotas y sólo lo hicieron a principios del mes de noviembre de 1936. Los bolcheviques en Rusia en 1917-18 carecían de gobiernos extranjeros que les apoyaran o suministraran armas. Pero vencieron porque, además de tener el apoyo de las masas trabajadoras y de tomar las fábricas y la tierra, tenían fe en la victoria, conciencia de cómo organizar el poder revolucionario y una política internacionalista activa, que extendió el “virus revolucionario” en las tropas y en la retaguardia de los países agresores, provocando motines entre los soldados y movilizaciones obreras de masas de apoyo en sus países.
El POUM vio crecer su militancia en cuestión de semanas de 8.000 a 40.000 afiliados –la mayoría en Catalunya– pero se negó a tomar ninguna iniciativa independiente que molestara a la CNT. Aunque animaba a los dirigentes de la CNT a tomar el poder, ante la negativa de éstos, bajaba la cabeza. La tarea del POUM debía haber sido vincularse a las masas anarquistas a la espera de que surgiera una oposición de masas contra sus dirigentes, que cada vez giraban más a la derecha, para ganarlas para el marxismo revolucionario. El POUM organizó sus propias milicias (División Lenin) en lugar de fusionarlas con las milicias de la CNT. Los sindicatos controlados por el POUM, agrupados en el FOUS (Frente Obrero Único Sindical), en lugar de solicitar su ingreso a la CNT lo hicieron en la UGT ¡controlada por los estalinistas en Catalunya”
Los dirigentes del POUM no actuaron como verdaderos revolucionarios. Temían permanecer en minoría y enfrentarse a las direcciones oficiales. En lugar de lanzarse a la conquista de las masas anarquistas, pretendieron seducir a los dirigentes de la CNT que una y otra vez los despreciaban sin contemplaciones, como cuando fueron expulsados del gobierno catalán en diciembre de 1936, a instancias de los estalinistas del PSUC, y la dirección anarquista no movió un dedo para impedirlo.
Los socialistas de Largo Caballero, carentes de bagaje teórico y de preparación revolucionaria, se asustaron de las tareas que imponía la revolución, una vez ésta se hizo real.
El “ala derecha” del campo republicano explotó estas debilidades del “ala izquierda” para maniobrar y alzarse con la dirección política y militar de la “lucha antifascista” y matar su contenido socialista y revolucionario.
La reconstrucción del aparato del Estado burgués
Cartel gubernamental contra la revoluciónDesde sus puestos en la Generalitat, Companys, sus funcionarios, y sus fuerzas policiales, aunque disminuidas inicialmente, se propusieron desmontar, una a una, las transformaciones revolucionarias que los obreros catalanes habían conquistado con su sangre. Como todos los organismos económicos de la economía colectivizada incluían representantes de la Generalitat: el boicot y la obstrucción burocrática, la asfixia económica, y las leyes restrictivas fueron utilizados para bloquear y contener las colectivizaciones.
En Madrid, ante las vacilaciones de los socialistas de izquierda, los estalinistas tomaron la iniciativa. Insistían en detener la revolución en marcha “para no indisponer a los países europeos democráticos”. La posición del PCE estaba determinada por los intereses de la burocracia estalinista de Moscú, una costra parasitaria, conservadora y nacionalista que había perdido toda confianza en la revolución socialista internacional, y quería vivir en buena vecindad con las potencias imperialistas “democráticas”. La revolución española le parecía un inconveniente molesto, y quería mostrar sus buenos oficios ante las grandes potencias demostrándoles que podían ser útiles desactivando la revolución. Pero había otra razón que movía a la camarilla de Stalin. Su poder absoluto y despótico se había cimentado sobre las derrotas del proletariado internacional de la década anterior, que ayudaba a extender un ambiente de pesimismo y fatalismo en los obreros rusos. Pero la revolución española despertó entusiasmo en la clase obrera rusa, le insufló una perspectiva nueva; una revolución socialista triunfante en España habría inflamado el sentimiento de opresión e injusticia de los trabajadores rusos, animándoles a levantarse contra el despotismo estalinista soviético. El aplastamiento de la revolución española era, por tanto, un asunto de vida o muerte para la burocracia moscovita.
Aunque la colectivización de las fábricas y la tierra se extendió por todo el territorio republicano, la tarea que se marcaron los gobiernos republicanos en Madrid y Barcelona fue “estatizar” estas empresas colectivizadas bajo el control del gobierno, salvo que sus antiguos dueños las reclamaran si acataban la autoridad del gobierno republicano.
En Barcelona, se reconstruyó a fines de septiembre el gobierno de la Generalitat. Traicionando sus principios, la CNT entró en el gobierno catalán, lo mismo que el POUM. Para su vergüenza, ambos apoyaron el decreto del 7 de octubre que disolvía el Comité de Milicias Antifascistas y todos los comités revolucionarios locales. Todo el poder volvió al gobierno de la Generalitat, presidido por Companys. El 27 de octubre el gobierno catalán, con apoyo nuevamente de la CNT y del POUM, decretó el desarme de los trabajadores.
A comienzos de noviembre, la CNT dio un paso más en su integración a las estructuras del estado burgués republicano con el ingreso de 4 ministros en el gobierno de Madrid.
El avance de la contrarrevolución
El PCE crecía rápidamente, al personificar la revolución rusa y por el hecho de que Rusia fue el único país que suministraba armas, aunque con cuentagotas.
Desde este momento, los estalinistas con el apoyo de republicanos y socialistas de derecha tomaron el control del aparato del Estado burgués republicano. Y lo utilizaron para socavar la revolución y sabotear las iniciativas revolucionarias de las masas.
Concretamente, los estalinistas sabotearon a las milicias de la CNT y del POUM, negándole armas o trasladándolas a los frentes más difíciles. La idea era propiciar derrotas que justificaran la necesidad de disolver las milicias e instaurar un ejército unificado con una dirección centralizada. Es indudable que un ejército centralizado era preferible al sistema de milicias que implicaba cierta descoordinación, despilfarro de esfuerzos y rivalidades entre partidos; pero debía ser un ejército rojo que impulsara la revolución a su paso, y cuyos jefes militares gozaran de autoridad política y moral sobre los soldados. Pero el objetivo estalinista era otro. Querían eliminar la influencia política de la CNT y del POUM en la guerra, y utilizar este ejército para socavar los avances revolucionarios. Es decir, tenía un objetivo político contrarrevolucionario. Finalmente, a mediados del año 1937, la dirección de la CNT cada vez más más integrada al Estado burgués, accedió y disolvió sus milicias. Las milicias del POUM fueron disueltas violentamente meses antes, y el mismo POUM ilegalizado, tras los “sucesos de mayo de 1937” en Barcelona.
Como en la conducción de la guerra, las medidas contrarrevolucionarias del gobierno republicano fueron imponiéndose una a una. Se disolvieron los organismos de poder obrero en los pueblos y las fábricas, o se los fusionó al Estado. Se empezaron a devolver las propiedades a los antiguos dueños que las reclamaban, etc. Al transformar la guerra civil en una mera guerra militar (donde los fascistas eran más fuertes), matando su contenido social revolucionario, las masas entraban en la apatía, y la derrota militar se hacía inevitable.
Las jornadas de mayo de 1937
Barricadas en Barcelona en mayo de 1937Un punto de inflexión tuvo lugar en Catalunya, el fortín de los anarquistas, donde los estalinistas eran más débiles. A comienzos de mayo de 1937, los obreros anarquistas se levantaron en armas y se apoderaron de casi toda Cataluña, tras ver cómo sus conquistas revolucionarias eran cercenadas día a día. La chispa que encendió la explosión fue la ocupación del edificio de la Telefónica por la policía, que estaba en manos de la CNT desde el inicio de la Guerra Civil. El POUM saludó al principio el levantamiento y sus militantes se sumaron. Grupos de la CNT a la izquierda de la dirección, como Los Amigos de Durruti, con varios miles de militantes sólo en Catalunya, saludaron la presencia de los militantes del POUM en las barricadas. La dirección del POUM propuso nuevamente a la CNT tomar el poder. Pero los dirigentes anarquistas se negaron y denunciaron a Los Amigos de Durruti como provocadores. Los dirigentes del POUM retrocedieron. Los combates duraron 6 días, mientras los dirigentes anarquistas empeñaron todo su prestigio para obligar a los obreros a entregar las armas y retirar las barricadas. Esta derrota provocó una profunda desmoralización en el proletariado catalán de la que no se volvió a recuperar.
Hubo más de 500 muertos y 1.000 heridos en los combates, pero la represión posterior de la policía republicana, en manos de los estalinistas, se cobró un número igual entre militantes y obreros del ala izquierda de la CNT y del POUM.
Los estalinistas ilegalizaron al POUM y detuvieron a sus dirigentes, como Andreu Nin, que fue ejecutado en secreto. Las bases anarquistas cayeron en la apatía y la desesperación mientras sus dirigentes se plegaban a los estalinistas, que instauraron una dictadura policíaca en todo el territorio republicano. Largo Caballero fue expulsado del gobierno por oponerse a la represión del POUM y fue sustituido por el socialista de derechas, Negrín, una marioneta del PCE. La CNT salió también del gobierno para no quedar expuesta ante sus bases.
Los acontecimientos de mayo de 1937 de Barcelona confirmaron la corrección del consejo que Trotsky le lanzó a los dirigentes del POUM al comienzo de la guerra civil, de que se orientaran a las bases de la CNT para ganarlas cuando completaran su experiencia con sus dirigentes.
Esta fue la última oportunidad que había para salvar la revolución española. Si una junta revolucionaria CNT-POUM hubiera tomado el poder en Catalunya se le habría sumado inmediatamente la zona adyacente del Aragón republicano, dominado también por la CNT. Un llamamiento enérgico a los obreros de Madrid y Valencia, habría tenido un eco poderoso ya que la CNT mantenía en estas zonas una base importante, y también en los socialistas de izquierda que miraban con gran disgusto al ala derecha del PSOE y a los estalinistas coaligados con ella.
El “gobierno de la victoria”
La liquidación de la revolución condujo al desastre que Trotsky había predicho. Los estalinistas apoyaron al llamado “gobierno de la victoria” de Negrín. En realidad, Negrín presidió las derrotas más terribles. Eso fue inevitable una vez que la contrarrevolución burguesa había triunfado en la retaguardia republicana.
Con el espíritu revolucionario de las masas quebrantado, y las libertades democráticas prácticamente abolidas en la zona republicana, el ejército de Franco avanzaba en todos los frentes, con la ayuda militar alemana e italiana que no cesó. Muchos oficiales republicanos se revelaban como quintacolumnistas y se pasaban al enemigo, como ya había sucedido en Málaga, que cayó en febrero de 1937, y que había supuesto un golpe moral terrible.
Una vez consumada la derrota del proletariado catalán en mayo de 1937, el gobierno republicano cargó contra las demás conquistas revolucionarias que permanecían en pie, como el Consejo de Aragón que fue disuelto, y contra las tendencias de izquierda que aún escapaban a su control, como los socialistas de izquierda y sectores anarquistas. La CNT, completamente degenerada, volvió a ingresar al gobierno en 1938. El PCE, que comenzó siendo el partido más débil al inicio de la contienda terminó doblegando a las viejas organizaciones tradicionales de masas, el PSOE y la CNT.
Entre julio y octubre tuvo lugar la caída del frente del Norte y de Bilbao. Esta ciudad fue entregada intacta a los fascistas por la burguesía vasca, con toda su industria pesada. Miles de milicianos comunistas y anarquistas hechos prisioneros fueron fusilados.
El golpe de Casado
La ofensiva en el Ebro en la primavera de 1938 terminó en derrota, lo que dejaba a Cataluña a merced de Franco. En febrero de 1939, Barcelona, la capital proletaria, cayó en manos del ejército fascista.
Finalmente, después de haber hecho el trabajo sucio, los estalinistas fueron despachados sin contemplaciones. El derrocamiento del gobierno del frente popular no fue llevado a cabo por Franco, sino que se produjo desde dentro, cuando el coronel “republicano” Segismundo Casado, junto con los socialistas de derechas de Julián Besteiro y los anarquistas de Cipriano Mera, organizaron un golpe de estado contra el gobierno y formaron una junta militar encabezada por el “comunista” general Miaja. Su objetivo era negociar un acuerdo de paz con Franco. Casado ordenó detenciones masivas de los comisarios y militantes comunistas. Esta fue la recompensa recibida por el PCE por colaborar lealmente con la burguesía “progresista”. Negrín huyó a Francia, seguido poco después por los dirigentes del PCE.
Por supuesto, los militantes de base del PCE –que lucharon valientemente contra el fascismo– no tienen responsabilidad por las políticas de sus dirigentes, que siguieron ciegamente los dictados de Stalin y de la burocracia de Moscú. Al final, fueron los trabajadores y el propio PCE quienes pagaron el precio por sus traiciones.
Casado había entrado en negociaciones con Franco en la creencia de que él y sus amigos se salvarían. Pero para los fascistas, todos los republicanos habían cometido crímenes. Franco sólo estaba interesado en una rendición incondicional.
Sobre el mediodía del 27 de marzo de 1939, las fuerzas de Franco ocuparon Madrid sin apenas resistencia. El 1 de abril de 1939, Franco declaró la victoria.
Conclusiones
Refugiados republicanos conducidos a campos de internamiento en FranciaLa revolución y la guerra civil españolas pusieron a prueba a todas las tendencias y partidos del movimiento obrero: estalinistas, socialistas, anarquistas y poumistas. El triunfo de la revolución exigía un partido revolucionario con una política revolucionaria, pero este factor estuvo ausente desde el comienzo, y fue lo que impidió la victoria de la clase obrera española en la guerra civil.
En un sentido general, puede decirse que los verdugos de la revolución española fueron, por un lado, los fascistas y, por el otro, la política criminal del estalinismo; pero esto es media verdad. En realidad, la derrota se produjo por la incapacidad del ala izquierda de la revolución de aprovechar las innumerables oportunidades que tuvo para ponerse a la cabeza de las masas y tomar el poder. La revolución española prueba que, incluso a un grupo revolucionario relativamente pequeño, se le ofrecen enormes oportunidades para desarrollarse y jugar un papel revolucionario preponderante si tiene una clara orientación a las organizaciones de masas, y dispone de los cuadros, las ideas, las tácticas y consignas, el programa, la confianza y la decisión suficientes para aprovechar las oportunidades que se le presentan. Esa es la mayor lección para los marxistas revolucionarios de nuestra época.
Parte I: El auge revolucionario
Parte III: Es hora de exorcizar el fantasma de Franco