Rosas constituye una etapa decisiva en el desarrollo del capitalismo argentino, esencialmente agropecuario. Bajo su gobierno, los estancieros de Buenos Aires y, en menor medida, los del Litoral acrecientan y consolidan su acumulación de tierras, vacas, peones; es decir, aceleran y consolidan la acumulación de capital, íntimamente ligado a la producción nacional, que no depende de la extranjera como el capital comercial, y que será por mucho tiempo la columna vertebral del capitalismo argentino.
Rosas constituye una etapa decisiva en el desarrollo del capitalismo argentino, esencialmente agropecuario. Bajo su gobierno, los estancieros de Buenos Aires y, en menor medida, los del Litoral acrecientan y consolidan su acumulación de tierras, vacas, peones; es decir, aceleran y consolidan la acumulación de capital, íntimamente ligado a la producción nacional, que no depende de la extranjera como el capital comercial, y que será por mucho tiempo la columna vertebral del capitalismo argentino.
La política de Rosas
Rosas contribuyó a desarrollar e hipertrofiar la principal actividad capitalista del país: la estancia y el saladero, al tiempo que no se interesó en fomentar la agricultura ni la industria. De la misma manera podemos decir del nulo desarrollo de los ferrocarriles, que poco importaban al capitalismo estanciero, pero sí del desarrollo de la marina mercante nacional, que afectaba a sus requerimientos.
La política de la burguesía comercial porteña esbozada por Rivadavia y la política de los estancieros por Rosas, eran similares; una como la otra, políticas capitalistas atrasadas si se las mide con el patrón del moderno desarrollo capitalista industrial. Pero la de Rosas, era en un aspecto "más nacional", en el sentido de que favorecía el desarrollo del capital argentino, al asentarse en el crecimiento y fortalecimiento de la actividad productiva básica del país: el binomio estanciero-saladero.
La política rosista de conquistar el desierto y liquidar al indio tenía una importancia decisiva para el crecimiento del capitalismo agropecuario. Pero donde más claramente se revela la forma en que su política aceleraba la acumulación del capital nacional era en su implacable voluntad de transformar al gaucho en peón asalariado. Con una política doble, avanzó en la proletarización del gaucho; por un lado, persiguiéndolo implacablemente en cuanto gaucho y por el otro lado, protegiéndolo mediante un sistema paternalista en cuanto peón de estancia o saladero. El afán rosista por aceitar los engranajes del orden, a fin de facilitar el curso de la acumulación capitalista e incorporar al gaucho a la legión de peones, fue completo y trascendió todos los terrenos.
Rosas, efectivamente, unificó al país, pero lo hizo a través de la sumisión a los intereses y dictados de la oligarquía de Buenos Aires. Como sostiene Sarmiento, Rosas consiguió hacer progresar a la república que despedazaba, supeditando todo el país a Buenos Aires y su dominio indiscutido de la Aduana y el Puerto Único, al tiempo que dejaba caer algunas migajas en las arcas de las oligarquías provinciales. El federalismo porteño de Rosas revela su coincidencia con el unitarismo y su profundo antagonismo con el federalismo del interior.
La suma del poder público con que Rosas gobernaba al país provenía de la suma del tesoro argentino concentrado en la Aduana de Buenos Aires. Y los aliados de Rosas en las provincias se mantenían por el apoyo que éste les brindaba con los recursos de la Nación, que Buenos Aires se apropiaba en el puerto.
En 1849, habiendo llegado Rosas a un acuerdo con Inglaterra, por el cuál ésta reconoce el monopolio portuario de Buenos Aires, y se compromete a no navegar por los ríos interiores, el Litoral ve cerrarse su fuente de ingresos.
Triunfante el partido federal, los caudillos del Interior presionaban sobre Rosas para lograr una Constitución que reglase la organización nacional. Pero para Rosas y la oligarquía porteña aún no había llegado ese momento. Una constitución antes de que la desproporción entre el poder bonaerense y la debilidad del Interior se hubiera acentuado aún más podía perturbar la acumulación capitalista en que consistía toda la política "restauradora".
La "patria" y "nacionalidad" significan orden; es decir, el orden de la oligarquía estanciera bonaerense, dominando con sus vacas y su puerto la vida argentina, entonces los apologistas tienen razón. Como sostiene Peña, "Rosas es el fundador de esa "patria" y "nacionalidad". Lástima que ambas se parezcan ten idílicamente a la colonia…"
La caída de Rosas
Al caer Rosas, la economía argentina tenía fijada su característica predominantemente agropecuaria. Las atrasadas industrias existentes, ocasionalmente tuvieron un respiro ligado, en general, al bloqueo. Pero la independencia económica argentina sólo podía cimentarse en el desarrollo industrial, sólo que ninguna clase tenía interés en el mismo. Rosas, que colma de privilegios a la ganadería, prepara el país para la subordinación al extranjero. No hay que dejar de señalar que usufructuaba cierta independencia en relación a las potencias extranjeras basada en los estancieros bonaerenses, que eran una clase ligada a la producción más importante del país -desde el punto de vista capitalista- a diferencia de la burguesía comercial que era un apéndice de la industria y el comercio extranjeros. Esto le otorgaba a Rosas y su grupo cierta capacidad de maniobra ante las potencias extranjeras, lo cual no le impedía depender del mercado exterior y de los ingresos de la aduana.
Rosas, como representante de una clase nacional, vinculada a la producción y explotadora de todo el país, defendió, ante el intento de Francia, el derecho de su clase a continuar esa explotación sin otras tutorías extranjeras que la que ella admitiese. En ese único sentido, podríamos decir que Rosas defendió la independencia nacional. La soberanía e independencia era limitada a la conveniencia de los estancieros. Por ello no debemos olvidar las excelentes relaciones que mantenía con Inglaterra.
Pero el viejo partido unitario, sombra de la burguesía comercial porteña, y la intelectualidad pequeño burguesa, se aliaron con Francia contra el gobierno rosista, que contaba con el respaldo del pueblo.
Juan Bautista Alberdi pasó de haber sido el primer intelectual argentino que planteó la necesidad de una política nacional, independiente de los dictados y modas extranjeros al más decidido propulsor de la alianza con Francia. Pero a la luz de la experiencia, en 1844 Alberdi plantea en su diario ni complacencia con el régimen interno que se convalida bajo el pretexto del nacionalismo, ni alianzas con el extranjero contra la nación con el pretexto de combatir dictaduras.
Hacia 1851 la producción nacional era la misma que en 1810 en Buenos Aires y en Litoral, en el resto del país la producción había disminuido minada por la competencia inglesa. A la hostilidad de los estancieros del Litoral se sumaba ahora la de los estancieros porteños, la propia base de sustentación de Rosas. Su caída era inevitable.
En el Litoral surgió la primera fuerza nacional que se levantó contra el rosismo, rompiendo el frente federal en defensa de sus intereses capitalistas más fundamentales, sumado al apoyo tácito de los estancieros porteños quienes también en defensa de las nuevas necesidades de acumulación, retiraron su sostén al Restaurador. Al llegar Caseros, lo que quedaba del frente rosista de 1830 eran las masas bonaerenses y los caudillos mediterráneos.
La estancia y el saladero producían para el mercado mundial y conducían forzosamente a la dependencia, aunque el saladero era menos dependiente del capital extranjero que el frigorífico, esta "independencia" llevaba todos los gérmenes de la economía dependiente que se desarrolló después de Caseros. Rosas protegió a una clase que tenía fijos sus intereses en el mercado mundial, no en el mercado interno. La estructuración capitalista del mundo exigía a los países el desarrollo industrial, y aquéllos incapaces de realizar esa tarea pagarían el precio de una pérdida mayor o menor de su independencia nacional.
Luego del triunfo de Caseros, caído el enemigo común, nada había que pudiera mantener unidos a los productores de Buenos Aires y a los del Litoral/Interior. La primera manifestación fue la negativa de Buenos Aires de participar de la Asamblea Constituyente. Vélez Sarsfield y Mitre fueron los expositores del descontento contra la pretensión de organizar al país sin el dominio de las clases dominantes bonaerenses.
Urquiza en el poder
Urquiza nacionalizó la Aduana en agosto de 1852, a los pocos meses el frente de rosistas y antirrosistas (federales y unitarios) de la clase dirigente de Buenos Aires se unen ante el intento del Litoral/Interior de despojarlos de sus privilegios. Pero el frente antiurquicista originó una división en el partido federal porteño entre un sector capitalista ligado a la burguesía comercial y un sector popular con arraigo en la campaña. El primero estaba dispuesto a sacrificarlo todo por salvar los intereses de conjunto de oligarquía porteña frente a Urquiza; los otros, encarnado en Hilario Lagos, a abandonar sus privilegios porteños aliándose con Urquiza contra los unitarios.
La derrota de Urquiza y sus aliados no menguó los conflictos al interior del frente entre rosistas y unitarios, sobretodo cuando los primeros, habiendo sido el factor decisivo en la victoria, pretendieron volver a ejercer el gobierno en detrimento del partido liberal. El partido unitario llega al poder después de 30 años. Los roces condujeron a la revancha unitaria contra los favorecidos por Rosas con donaciones de tierras. Muchas creaciones y tradiciones del rosismo fueron derrumbados por los liberales apoderados del Estado, pero la oligarquía terrateniente quedó íntegra y más robusta que nunca, con toda la fuerza que Rosas había incubado.
Tras los roces entre liberales y ex rosistas existían concepciones e intereses distintos en torno a la política de Buenos Aires respecto a la nación. El ala plebeya del federalismo porteño estaba dispuesta a aceptar la unidad nacional en pie de igualdad con las demás provincias con tal de tener el apoyo de éstas para derrotar a la burguesía comercial porteña, de cuya política liberal sólo podía esperar el aniquilamiento y la completa proletarización del gaucho. Por el contrario, los grandes estancieros con poderosos intereses capitalistas que habían apoyado a Rosas preferían la alianza con el partido liberal a fin de mantener el aislamiento porteño y conservar a toda costa la aduana y el puerto para los estancieros bonaerenses, temiendo tanto como temía Rosas la competencia de los productores del Litoral. Su política era que siendo imposible que Buenos Aires tuviera embretadas a las provincias entre garrotazos y limosnas, como había hecho Rosas, correspondía aislar a Buenos Aires de la Nación llegando incluso a la independencia total. En cambio la burguesía comercial porteña, masivamente agrupada tras el partido liberal y reflejada fielmente por los emigrados de la nueva generación, con Mitre a la cabeza, no podía prescindir del deseo de tener todo el mercado nacional a su disposición.
Para la burguesía comercial, Urquiza era sólo un obstáculo ocasional, puesto que ella aspiraba a la organización nacional, pero en base a tres condiciones, tener el poder, destruir la resistencia de los estancieros localistas y mediante la guerra civil contra todas las provincias, apoderarse de la presidencia de la Nación ya organizada por ella bajo su dominio. Esta fue en esencia lo que Mitre llamó la "gran política" del liberalismo de Buenos Aires.
Lo que Mitre llamaba "política de retroceso" de Urquiza eran en realidad todos los aportes progresivos de Urquiza a la organización definitiva del país para facilitar su desarrollo capitalista, tal como la supresión de las aduanas interiores, sin lo cual la unificación económica del país era un mito, la nacionalización de la aduana, la libre navegación de los ríos, que libraba a los productores del litoral de su secular subordinación a los competidores bonaerenses poseedores del puerto único. Creación de la Bolsa de Comercio, la fundación del Departamento de Estadística, la abolición de la pena de muerte y de las confiscaciones pos razones políticas y la constitución. En contraposición, la constitución de Buenos Aires reconocía la esclavitud, declarando la libertad de vientres y prohibiendo el tráfico de esclavos, pero no declarando la libertad de los existentes, en contraposición a la constitución apoyada por Urquiza que declaraba libres a todos los esclavos existentes en el país.
La oligarquía porteña aplastó con terror y el fraude a todas las oposiciones internas, al tiempo que proclamaba su fervorosa devoción al liberalismo democrático y republicano.
Hasta la derrota de la Confederación en 1860 el resplandor de la espada del mitrismo encandilaba a sus enemigos, el resplandor del oro constante y sonante. La oligarquía porteña contaba con el apoyo del capital inglés y francés que históricamente habían aprendido que su mejor interés estaba en dominar y explotar el país junto y a través de la oligarquía bonaerense, no contra ella. La oligarquía porteña sabía esto y especulaba con el apoyo extranjero incluso para sus proyectos de desmembración del país en caso de no poder dominarlo. Los banqueros ingleses tenían tanta más razón para apoyar los manejos antinacionales de la oligarquía porteña cuanto que por una ley de 1856 el gobierno de la Confederación había declarado en la forma más solemne que desconocía todo acto con el cual la provincia de Buenos Aires ejerciera directa o indirectamente la soberanía exterior, ya sea contrayendo pactos, alianzas o empréstitos.
Mitre triunfa sobre Urquiza
Con todos esos elementos a su favor, la oligarquía porteña, particularmente la burguesía comercial, sólo en última instancia necesitaba acudir a la independencia absoluta renunciando así a la lucrativa empresa de someter a todo el país en su interés. Antes de llegar a esto el liberalismo porteño tenía el recurso para desgastar, dividir, y quebrar política y militarmente el frente enemigo, facilitado por su heterogeneidad. Dentro de la Confederación, las provincias interiores eran enemigos de la oligarquía porteña. Frente a Buenos Aires estos elementos por sí solos eran incapaces de oponer otra cosa que una resistencia desesperada. El único sector de la Confederación capaz de enfrentar a la oligarquía porteña eran los ganaderos entrerrianos acaudillados por Urquiza. Pero esta clase tenía similares intereses a los de la oligarquía porteña. Siempre estaba abierta la puerta para el acuerdo expreso o tácito que salvase los buenos negocios de ambos competidores. Por ello, la oligarquía porteña y Mitre en particular actuaban en consecuencia.
La Confederación se ahogaba en dificultades económicas, la oligarquía porteña enriquecida con su aduana, colocaba distintas cuñas entre los distintos sectores de la Confederación. En 1860, montó la provocación final eligiendo diputados para el Congreso Nacional, no de acuerdo a la Constitución Nacional sino a una ley de la provincia. El Congreso Nacional rechazó a esos diputados y esto dio el pretexto a la oligarquía porteña para romper con la Confederación y exigir la guerra a toda costa. Mitre amenaza con la guerra al tiempo que le propone a Urquiza un pacto que dejaría a todo el país en manos de la burguesía comercial porteña asociada a los ganaderos entrerrianos en carácter de segundones. Urquiza no aceptó las condiciones de Mitre.
En vísperas de la batalla final que se produciría en Pavón, Buenos Aires era militarmente superior a la Confederación. La oligarquía porteña contó además con la política permanentemente conciliadora y finalmente claudicante de los estancieros entrerrianos dirigidos por Urquiza. En más de una oportunidad tuvo la oportunidad de aplastar militarmente a la oligarquía porteña. Terminado su período presidencial Urquiza, permite que su sucesor Derqui introduzca en el gobierno nacional elementos del partido liberal porteño que desde dentro minaron la Confederación, como lo denunció Alberdi desde Londres.
Urquiza y la clase que representaba habían sido aliados de la oligarquía porteña bajo Rosas, hasta que el monopolio aduanero y de los ríos los movieron a romper con Buenos Aires y derrotar a Rosas. A partir de esto los estancieros entrerrianos se transforman en eje de la organización nacional agrupando a los sectores del país interesados en impedir que la oligarquía porteña organizara a su modo la Nación; pero la resistencia se tornaba demasiado costosa para los estancieros entrerrianos.
En todas las provincias el ejército porteño derrocó a los gobiernos respaldados por la mayoría y los reemplazó con pequeños núcleos de las oligarquías locales sin otro respaldo que las bayonetas porteñas. Las operaciones no se dirigían contra el extranjero sino contra el propio país para organizarlo liberal y democráticamente como mandaban Los Principios de la oligarquía porteña, que Mitre nunca traicionó. La impopularidad de los gobiernos impuestos por los ejércitos de la oligarquía porteña era total e irremediable. El movimiento espontáneo de los pueblos era de resistencia a los ejércitos de la oligarquía porteña y de apoyo a los caudillos. Mitre ascendió a la presidencia de la República degollando a todos sus opositores del Interior del país, así la República quedó pacificada a entera satisfacción de la oligarquía, los intereses ingleses y el partido liberal.
La guerra contra el Paraguay
La guerra contra el Paraguay fue la continuación lógica y la última etapa de la guerra de los mitristas contra el Litoral y las provincias interiores argentinas. La potencia económica del Estado paraguayo chocaba contra el monopolio aduanero y portuario de Buenos Aires dificultando su dominio en el Litoral constituyendo un foco constante de atracción y reagrupamiento para las derrotadas provincias interiores y para los claudicantes estancieros del Litoral.
Por su aislamiento político y económico y su clase dominante integrada por medianos propietarios agrarios fueron empujados a levantar una economía defensiva, basada en el monopolio estatal de la propiedad del principal instrumento de producción: la tierra; y la comercialización de los productos de exportación lo cual le permitió, pese a la pobreza y a los tributos que el puerto único porteño le imponía, capitalizarse aceleradamente. No existía una clase social tan rica como los estancieros o la burguesía comercial porteña pero sí un Estado poderoso y centralizado que podía competir victoriosamente contra las clases capitalistas de Buenos Aires.
En 1860, el gobierno paraguayo levanta astilleros y fábricas metalúrgicas, ferrocarriles y telégrafos, escuelas primarias en cantidad y envía jóvenes a formarse a Europa. Paraguay no se oponía a la expansión mundial del capitalismo sino que procuraba asimilarse y controlar esa expansión en su beneficio.
La Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay cortó la evolución progresiva de este país para reemplazarlo por la súbita asimilación al mercado financiero de Europa como una miserable semicolonia, mutilando su territorio y liquidando casi toda su población masculina.
El mismo desprecio que experimentaba por las indomables masas paraguayas lo volcaba el mitrismo sobre las masas argentinas nuevamente puestas en pie de lucha contra la oligarquía argentina. La intensa resistencia contra la política antinacional de la oligarquía porteña, que encontraba en Mitre a su ejecutor. En los 6 años de presidencia se produjeron 117 revoluciones, 91 combates y cerca de 7.700 muertos.
Con semejante hazaña Mitre impuso el predominio de la oligarquía porteña sobre el país y destruyó, en beneficio de la burguesía europea y de su intermediario en las orillas del Plata, el primero y único intento de evolución independiente hacia el capitalismo industrial que conoció America Latina.