La crisis del capitalismo argentino, inserto en la crisis económica y sanitaria mundial, se ha profundizado con la segunda ola de contagios de COVID-19. La situación es dramática para la clase trabajadora.
El gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof señalo: “No es una ola lo que está pasando, me animo a decir que es un tsunami”
Las personas bajo la línea de pobreza ya son 19 millones. Los niños son el grupo de edad más golpeado, casi 6 de cada 10 son pobres. Es decir, el 57.7% de los niños de 0 a 14 años no acceden a los ingresos suficientes para adquirir los bienes y servicios esenciales para vivir.
La inflación se devora los salarios que pierden capacidad de compra. Entre agosto de 2020 y febrero de 2021 las subas alcanzaron en promedio el 3.4% mensual.
Subempleo, desocupación, caída del salario real y pobreza se acumulan en un polo, mientras que en el polo contrario solo ¡cinco! empresarios argentinos acumulan una fortuna de U$S 15.700 millones enriqueciéndose obscenamente en plena pandemia. La cuestión entonces no es la pandemia, la cuestión es de clase.
El cinismo y la rapacidad de la clase dominante no tiene parangón. Utilizando el Estado como correa de transmisión se enriquecen a costa de la explotación de la clase trabajadora, el robo “legal” de la plusvalía y el casino financiero, a la vez que descargan el peso de la crisis sobre los hombros de las trabajadoras y los trabajadores. La pobreza es una consecuencia real y concreta de la política de avaricia y acumulación sin más de la burguesía, una acción consciente e intrínseca del sistema social que defienden, sostienen y representan empresarios, terratenientes, banqueros y sus representantes políticos.
No es cierto que todos pierden en esta pandemia. Hay una clase social bien definida, la de los ricachones, que gana y nuestra clase, la clase obrera, es la que pierde.
Las vacunas llegan a cuentagotas. La enfermedad del capitalismo ha convertido la vacuna en una mercancía más. La propiedad privada de los medios de producción hace imposible cualquier posibilidad de cooperación internacional, quedando sujetos a la rapiña de los monopolios farmacéuticos. A poco más de un año del inicio de la pandemia el escandaloso fracaso del capitalismo para hacer frente a la misma nos expone a un horror sin fin.
La “nueva normalidad” implica arriesgar nuestras vidas en nombre de “la economía” o del supuesto desarrollo del mercado interno que nunca llega, con protocolos limitados, ineficientes o cuasi nulos en los lugares de trabajo.
La clase política mientras tanto discute sobre las PASO o sobre las mafias judiciales que dan vida al llamado lawfare, nada más alejado de la realidad. Hablan desde otra galaxia, ajena al día a día de los de abajo.
La derecha mas rancia del país, agrupada en torno a Juntos por el Cambio busca retomar el control político del Estado empujados por un sector del establishment que quiere un gobierno propio. Pero la pandemia macrista esta bastante fresca aun en la memoria. Mauricio Macri ostenta un récord de imagen negativa en casi todo el país.
Los 4 años de la debacle macrista dejaron más de 35% de pobreza y de 10% de desempleo. Sin dudas personajes como Bullrich, Carrio, Macri, Larreta, Cornejo, Lousteau o Morales representan mejor que nadie el cinismo y la hipocresía de la propia clase dominante. Ver a estos personajes aupados, por las corporaciones mediáticas que se dedican lisa y llanamente al terrorismo mediático, es realmente patético. Todos los días vemos como los endeudadores seriales dan lecciones de economía, los destructores de la salud pública dan clases de cómo manejar la crisis sanitaria o como los tradicionales aliados de los golpistas nos instruyen acerca de la democracia. Si a estos sectores les hubiera tocado gobernar en pandemia la situación del país no sería muy distinta a la de Brasil donde Bolsonaro lleva adelante un genocidio sanitario.
El Frente de Todos por su parte intenta cuadrar el círculo. Si ya de por si el intento de regular el capitalismo resulta utópico hacerlo en medio de una crisis de proporciones inéditas resulta trágico. El lastre de la deuda externa estrangula la ya estrangulada economía nacional, no hay país posible con la bota del Fondo Monetario Internacional encima. Según un informe de la Oficina de Presupuesto del Congreso “en febrero se cancelaron intereses por el equivalente a U$S 464 millones, de los cuales 74 % se realizó en moneda extranjera, explicados principalmente por los intereses del préstamo Stand by del FMI por el equivalente a U$S 313 millones”
Alberto Fernández habla acerca de haber recibido “un país en terapia intensiva”. Luego de eso el PBI de la Argentina en 2020 cayó 9,9% y ahora los números mas optimistas hablan de una “recuperación” para 2021 de entre 5 y 7%. Es decir que ni siquiera en el mejor de los casos el país tendrá una cama en terapia intensiva. Tal es la magnitud de la crisis.
Por su lado la gran mayoría de la dirigencia sindical, tanto de la CGT como de la CTA, se encuentran encolumnados detrás del Frente de Todos y han abandonado ya hace tiempo cualquier atisbo de lucha o independencia de clase. Si bien todos confluyen por distintos intereses algo los une: la aceptación de la crisis que lleva a los trabajadores a perder poder adquisitivo día tras día.
La política del “mal menor” y de la colaboración de clases que impulsan estos dirigentes deriva indefectiblemente del hecho de que sólo pueden ver lo que es posible dentro del sistema capitalista y dentro de los límites de la política parlamentaria. Son incapaces de actuar de tal manera que puedan organizar a la clase trabajadora para defender sus intereses que son antagónicos a los intereses de los capitalistas ¡Por el contrario, varios de estos dirigentes lo que muestran es preocupación por no perder la caja sindical y de las Obras Sociales!
La situación política abierta en el país y el mundo requiere una sacudida radical de los sindicatos existentes. Estos deben ser transformados a través de un proceso abiertamente democrático que comience con las organizaciones de primer y segundo grado como las juntas internas y los cuerpos de delegados, empujando por elegir verdaderos representantes de los trabajadores que reflejen las necesidades actuales. Las comisiones internas clasistas tienen una responsabilidad ineludible en esta tarea, así como también en unificar las luchas de los trabajadores ocupados y desocupados.
La lucha de la comunidad de la salud en Neuquén que desconoce a las direcciones sindicales al no sentirse representados, arrastrando en este caso a la comunidad que salió a mostrar su apoyo a la lucha, exigiéndole al Gobernador que dé respuesta al reclamo de quienes hace un año y desde la primera línea hacen frente a la pandemia, es todo un síntoma. Esta experiencia es todo un ejemplo que asoma la posibilidad de que los sindicatos sean sacudidos desde fuera como otras veces ha sucedido en nuestra historia de la lucha de clases. Los movimientos de auto convocados, las asambleas populares, son una muestra de esto.
La lucha adentro y afuera de los sindicatos indudablemente, junto con los grandes acontecimientos, pueden jugar un papel en abrir una expresión real y concreta de oposición a la burocracia que se exprese en una política de remover a los traidores.
Ante la ausencia de una alternativa de izquierda con autoridad entre las masas la clase trabajadora se ve empujada por la democracia formal a elegir entre una economía de indigencia o una economía de pobreza. El capitalismo argentino y su democracia amañada no puede dar más que eso.
Es justamente la ausencia de esta alternativa de izquierda, con inserción y autoridad entre la juventud trabajadora y la clase obrera, la que presiona a las masas hacia los partidos patronales buscando apoyarse instintivamente en el que visualiza como el “menos malo”. Como sucedió con el urnazo de agosto de 2019.
Pero la autoridad política del Frente de Todos se ve cada vez mas erosionada ante la magnitud de la crisis debilitando el papel de los mediadores. No es casual la advertencia de CFK en su discurso del 24 de marzo donde advirtió que el país puede volverse imposible de gobernar a la vez que llamo a un acuerdo entre oficialismo y oposición, fundamentalmente a opositores como Larreta y Vidal. La ruptura de la gobernabilidad por la irrupción de las masas es una preocupación del arco político y el empresariado.
Este escenario pone como tarea indeclinable para las revolucionarias y los revolucionarios la construcción de una corriente marxista inserta en el movimiento de masas que pueda hacer avanzar a la clase trabajadora hacia la toma del poder. Si esto no sucede cualquier situación de explosión social, agudizada por la lucha de clases, puede ser capitalizada por cualquier facción de la burguesía y sus partidos.
La pandemia está dejando cada vez más en evidencia que el capitalismo no va más. La burguesía y sus analistas hablan de un escenario pesimista ante una pandemia que podría durar años y años agravando la crisis económica y sanitaria.
Pero una pandemia permanente es evitable con un gobierno de trabajadores que expropie a los bancos y grandes corporaciones, para planificar y orientar la economía y la salud en beneficio de todas y todos y no de unos pocos ricos. Para que esto se logre, es imperativo que el capitalismo sea arrojado al basurero de la historia.
La responsabilidad de la izquierda revolucionaria de conectar con los sectores mas avanzados de la clase es mas grande que nunca. Explicar pacientemente la imposibilidad del programa del nacionalismo burgués y la necesidad del programa revolucionario a través del frente único son pasos indispensables en esta tarea.
Las bancas conquistadas por la izquierda en el parlamento deben ser usadas para agitar las ideas de la revolución, es decir de la necesidad de tomar en nuestras manos el destino de nuestras vidas y de ir preparándonos para la situación que viene, preparando en primer lugar a nuestros compañeros y compañeras en estas tareas. Se debe abandonar toda ilusión en las bancas parlamentarias de que, presentando tal o cual proyecto es posible conquistar un gobierno propio. La tarea del momento para la militancia revolucionaria es construir la herramienta política que conduzca las luchas, que inevitablemente se presentaran como producto de la agudización de la lucha de clases, hacia el socialismo.
El oportunismo que se expresa en una adaptación al parlamentarismo burgués y el sectarismo que se expresa en la incomprensión de la orientación al peronismo por parte de amplios sectores de nuestra clase, son dos caras de la misma moneda. Ambos deben ser superados para que el programa del marxismo revolucionario se convierta en una fuerza de masas.
¡Pan, salud y trabajo!
¡Ni un peso para la deuda! ¡Fuera el FMI de Argentina!
¡Construyamos el partido revolucionario!
¡Por un gobierno de las trabajadoras y los trabajadores!
¡Socialismo o barbarie capitalista!