“El capitalismo se ha transformado en un sistema mundial de sojuzgamiento colonial y de estrangulamiento financiero de la inmensa mayoría de la población del planeta por un puñado de países “adelantados”; el reparto de ese botín se efectúa entre dos o tres potencias rapaces y armadas hasta los dientes” (del libro “El imperialismo, fase superior del capitalismo”, de Lenin)
Son un hecho recurrente los ataques desde las filas de la intelectualidad burguesa y socialdemócrata al análisis marxista sobre el imperialismo. Desde Sombart, pasando por Berstein, Kautsky y muchos otros, se ha intentado corregir a Marx utilizando supuestos hechos empíricos que se han elevado a la categoría de axiomas incontestables. Para estos teóricos reformistas el auge del capitalismo y el desarrollo de los monopolios auguraba una nueva época en la que el acuerdo de intereses eliminaba los conflictos intercapitalistas y preparaba el terreno para la transición pacífica de la sociedad. Fue Lenin quien analizó de una manera más acabada y científica el fenómeno del imperialismo. El desarrollo del capitalismo se ha basado en un incremento formidable de la industria y de la concentración de la producción de las empresas. Así de una forma dialéctica la “libre competencia” se transforma, gracias a la feroz lucha por los beneficios, en un proceso de monopolización.
Hoy vivimos en la época clásica del capitalismo monopolista y del imperialismo. El dominio asfixiante de 500 grandes multinacionales norteamericanas, japonesas y europeas sobre el mundo es una de las características más significativas del llamado fenómeno de la globalización, y ninguna economía nacional puede escapar a este dominio.
Este fenómeno de concentración y monopolio, que se fue desarrollando a lo largo del siglo XX, en esencia resulta un gigantesco proceso de socialización de la producción, de los inventos y el perfeccionamiento técnico, aunque obviamente manteniendo el carácter privado de la apropiación y de los medios sociales de producción.
Lenin en su libro señala los medios a los que recurren los monopolios para garantizar su primacía en los mercados:
· Control de la compra y acceso a las materias primas
· Control del costo salarial de la fuerza de trabajo
· Concentración de los medios de transporte
· Imposición a los compradores de relaciones comerciales exclusivas con los monopolios
· Utilización privilegiada de créditos
· Declaración del boicot
Por supuesto los monopolios responden a los intereses estratégicos de la burguesía nacional que representan. Es una falacia afirmar que el capital monopolista no tiene filiación nacional, tal como Toni Negri y otros autores han hecho. Esta forma de presentar las cosas niega la lucha de clases y la propia naturaleza del imperialismo. Si observamos el origen de los principales monopolios mundiales todos responden de una u otra manera a la propiedad de la burguesía norteamericana, japonesa o europea (alemana, francesa, británica) y entre éstos, la supremacía del capital estadounidense es clara. Así, nadie con un mínimo conocimiento de las relaciones internacionales, puede negar que las aventuras e intervenciones imperialistas tienen como motor, en la mayoría de las ocasiones, la defensa de los intereses económicos y estratégicos de estos monopolios. De esta manera, el estado capitalista y los gobiernos pasan a representar directamente los intereses de estos grandes consorcios económicos.
De este hecho se desprende que la supuesta supresión de las crisis por la existencia de los monopolios, tesis defendida por Berstein o Kautsky, es como Lenin señalaba, una fábula de los economistas burgueses. En la práctica, como hemos comprobado a lo largo del siglo XX y en lo que llevamos del XXI, los monopolios agravan el caos propio de la producción capitalista e incrementan la lucha por los mercados. Las graves consecuencias de esto las tenemos en África, por citar un ejemplo, donde naciones enteras se desangran por la lucha entablada entre multinacionales francesas y norteamericanas que pugnan por las riquezas del continente. Obviamente en esta lucha los grandes consorcios cuentan con el respaldo militar y diplomático de sus respectivos estados y gobiernos.
El papel del capital financiero
En el proceso de monopolización que sufre el capitalismo, los bancos juegan un papel preponderante. Al disponer de casi todo el capital monetario de los capitalistas grandes, medianos y pequeños, y de una gran parte de los medios de producción y fuentes de materias primas de muchos países, los bancos se convierten en monopolistas omnipresentes. Tal como Lenin señala refiriéndose al monopolio del estado y al monopolio bancario: “De un lado son al fin y al cabo esos mismos magnates del capital bancario los que disponen de hecho de los miles de millones concentrados en cajas de ahorro; y de otro lado el monopolio del estado en la sociedad capitalista no es más que un medio de elevar y asegurar los ingresos de los millonarios que están a punto de quebrar en una u otra rama de la industria”. Nosotros podríamos añadir que en las condiciones contemporáneas muchos monopolios públicos se han encargado de suministrar a bajo precio, materias primas, energía y garantizar transporte a las empresas capitalistas privadas que no han querido realizar el desembolso en capital fijo que requerían estos sectores para su funcionamiento en condiciones óptimas, inversiones que ha acometido el Estado. Una vez que muchos de estos sectores estratégicos se han transformado gracias a las inversiones estatales en mercados atractivos para hacer dinero, los gobiernos burgueses, sean del color que sean, que actúan como comités ejecutivos velando por los intereses de la clase capitalista en su conjunto, los han vendido a los monopolios encabezados por los grandes bancos.
De esta manera, el poder de los monopolios capitalistas se convierte en las condiciones contemporáneas de producción capitalista en la dominación de la oligarquía financiera. La banca, como dice el refrán, nunca pierde. Si en los periodos de auge económico los beneficios del capital financiero son espectaculares, durante las épocas de recesión en las que los modestos ahorradores sufren la caída de las acciones y pierden sus capitales y muchas pequeñas empresas se arruinan, los grandes bancos hacen negocio adquiriendo muchas de ellas a precios de saldo, pudiendo fusionarlas, incorporarlas a sus monopolios o hacerlas desaparecer para consolidar su control sobre el mercado.
Este predominio del capital financiero en la época del imperialismo monopolista, es un síntoma de la esclerosis del sistema, de su decrepitud. Es el triunfo del rentista y del especulador por encima de todos.
El saqueo imperialista
A diferencia de lo que piensan los abogados de la libre empresa, el excedente de capital no se dedica a la eliminación de las diferencias sociales ni a la elevación del nivel de vida de las masas. Marx subrayó que el empobrecimiento creciente de la población constituía un proceso inevitable y parejo al desarrollo de la producción capitalista. Durante décadas los enemigos del marxismo han ridiculizado esta previsión presentando las conquistas salariales y la cobertura en servicios sociales presentes en un puñado de países desarrollados, como la negación práctica del análisis de Marx.
Un estudio más detallado de las cifras actuales sugiere que las posiciones del marxismo no estaban tan equivocadas.
Según la FAO, la ración alimenticia mínima por persona es de 2.345 calorías diarias. Según datos de la ONU en 1998 cuarenta y cinco países se encuentran por debajo de esta norma, lo que significa que más de mil millones de personas sufren hambre.
Si analizamos la desigualdad de rentas, el 20% de la población mundial acumula el 86% de la renta total mundial, mientras que el 40% del planeta sólo se beneficia de un 3,3% del Producto Mundial Bruto. Cuando hablamos de pauperización y desigualdades, las cifras cuentan: las 225 personas más ricas del planeta tienen unas rentas equivalentes a las de los 47 países más pobres. Tan sólo el 4% de los ingresos de estas 225 personas bastaría para resolver las necesidades básicas en alimentación, agua potable, infraestructuras sanitarias y educativas de los países subdesarrollados
El reparto del mundo
Cuando Lenin escribió su libro sobre el imperialismo en 1916 pocos podrían prever la vigencia y el alcance de sus afirmaciones en la época actual: “los monopolios se reparten entre sí, en primer lugar, el mercado interior apoderándose de un modo más o menos completo de la producción del país. Pero bajo el capitalismo el mercado interior esta inevitablemente enlazado con el exterior”.
En 1998, las 200 mayores empresas multinacionales controlaban el 80% de toda la producción agrícola e industrial del mundo, así como el 70% de los servicios e intercambios comerciales. Las diez primeras empresas de telecomunicaciones copan el 86% del mercado. Diez compañías dominan el 85% del mercado mundial de plaguicidas y otras diez son dueñas del 70% del negocio de productos de uso veterinario, por poner algunos ejemplos.
A través del intercambio desigual, las potencias imperialistas y sus multinacionales han impuesto a los países pobres un régimen de empobrecimiento y deuda que se ha transformado en un círculo vicioso. El desarrollo del comercio y de las nuevas tecnologías no ha hecho más que acelerar este fenómeno. Además mientras en 1970 los países pobres representaban el 40% del comercio mundial en 1990 la cifra había caído al 20%; por el contrario los intercambios comerciales realizados entre Europa, EEUU y Japón representan el 75%.
Lenin señalaba en su libro la siguiente idea: “La política colonial de la etapa del capital financiero, que se traduce en una lucha brutal por el reparto del mundo, origina abundantes formas transitorias de dependencia estatal. Para esta época son típicos no solo dos grupos fundamentales de países -los que poseen colonias y las colonias- sino también las formas variadas de países dependientes que desde un punto de vista formal gozan de independencia política, pero que en realidad quedan envueltos en las redes de la dependencia financiera y diplomática”.
Lenin insistía en que no había que buscar razones morales perversas para explicarse las razones de este reparto: el motivo que mueve la división imperialista del mundo es la obtención de benéficos, mercados y áreas de influencia y en esa lucha la utilización de la fuerza es un recurso más.
Este fin llevará consigo nuevas divisiones territoriales y económicas, como la reciente guerra contra irak ha demostrado, pero no resolverá las contradicciones de fondo del modo de producción capitalista.
La lucha por el socialismo
La dependencia de las burguesías nacionales de los países ex-coloniales respecto al capital imperialista es un hecho incuestionable. De aquí se desprende el carácter reaccionario de estas burguesías y su incapacidad para asegurar el desarrollo económico y social de sus países, al actuar como fuerzas cipayas de las multinacionales imperialistas que saquean estas naciones.
Esta realidad reivindica las ideas de León Trotsky y su teoría de la Revolución Permanente, que explica que la clase obrera al frente de todos los oprimidos de la nación (empezando por el campesinado pobre) debe derrocar a la burguesía nacional y expropiar a los imperialistas, para acometer las reformas democráticas que la burguesía es incapaz de abordar y enlazarlas con las tareas socialistas. Una perspectiva que considera además la revolución socialista en los países ex coloniales como parte de la revolución mundial, pues la quiebra del dominio del capital internacional sólo se puede garantizar internacionalmente.