Este año, se cumplen no sólo 100 años desde el estallido de la Primera Guerra Mundial, sino también el centenario de otra debacle: el colapso de la II Internacional, el organismo internacional que reunía bajo su bandera a todos los partidos obreros de masas.
No fue La guerra que terminará con la guerra, como sostenía de manera optimista el título del libro de 1914 de HG Wells, sino el punto de partida de una crisis mundial más profunda. La “Gran Guerra” iba a durar más de cuatro años con el resultado de diez millones de personas muertas, y decenas de millones más mutiladas y lisiadas. Las rivalidades imperialistas que causaron la guerra no serían eliminadas o disminuidas, sino que más tarde emergerían con venganza.
Este año, se cumplen no sólo 100 años desde el estallido de la Primera Guerra Mundial, sino también el centenario de otra debacle: el colapso de la II Internacional, el organismo internacional que reunía bajo su bandera a todos los partidos obreros de masas.
La II Internacional fue establecida en julio de 1889, en el centenario de la Toma de la Bastilla, y reunió a los partidos socialdemócratas de todo el mundo. Representaba el punto más alto del internacionalismo de la clase obrera y se basaba en los principios del socialismo mundial. Más importante aún, la Internacional Socialista se adhería formalmente a las ideas del marxismo. Su principal partido era el Partido Socialdemócrata alemán (SPD), encabezado por Karl Kautsky, August Bebel y Wilhelm Liebknecht, quienes habían estado bajo la tutela personal de Marx y Engels. Karl Kautsky, quien había editado los escritos económicos de Marx y había dirigido la batalla internacional contra el intento de Bernstein de revisar el marxismo, se había convertido en el teórico indiscutible de la Internacional. “Para nosotros no era sólo un partido de la Internacional, sino el Partido”, explicó Trotsky. Hasta 1914, Lenin había rendido homenaje al SPD alemán como el “modelo de la socialdemocracia revolucionaria”.
En 1914, el SPD alemán tenía más de un millón de miembros, 111 diputados en el Reichstag, el apoyo de un tercio del electorado alemán, 90 periódicos diarios y un gigante aparato partidario. Los dirigentes sindicales eran abrumadoramente miembros del SPD. “El Partido Socialdemócrata alemán se convirtió en una forma de vida”, explicó Ruth Fischer, una comunista de Izquierda. “Era más que una maquinaria política; le dio dignidad y estatus al obrero alemán en un mundo propio”.
Sin embargo, la Internacional Socialista había nacido en un período de auge del capitalismo. La capa dirigente del movimiento quedó bajo las presiones del capitalismo, que tenían un efecto profundamente corrosivo, empujando a los líderes en una dirección cada vez más reformista. Mientras que los dirigentes de los sindicatos y del partido comenzaban a acomodarse en la lucha cotidiana por reformas, la revolución socialista se posponía para un futuro lejano. Estas presiones ajenas, comenzaron a reflejarse a través de los compromisos de clase y de la adaptación. Las capas dirigentes en los sindicatos y en el parlamento, se elevaron por encima de las masas, adaptándose cada vez más a este nuevo entorno. Mientras que defendían la “dictadura del proletariado” y el “internacionalismo proletario” en palabras, en la práctica se habían pasado al Estado nación y al reformismo. Serían, sin embargo, grandes acontecimientos – a saber, la Guerra Mundial – los que expondrían este hecho.
Las resoluciones aprobadas por unanimidad en los Congresos de la Internacional Socialista, como en el famoso Congreso de Basilea de 1912, se oponían a la guerra que se avecinaba que era caracterizada como “una guerra imperialista” contra la cual “los trabajadores de todos los países deben establecer la fuerza de la solidaridad internacional del proletariado”. La única razón por la que la propuesta de una huelga general contra la guerra no se acordó, fue sólo para evitar encomendar al movimiento cualquier táctica fija. Incluso cuando Austria declaró la guerra a Serbia, la Conferencia de Bruselas de la Internacional Socialista consideró que la guerra podría evitarse. El dirigente socialista francés Jaurès, que fue asesinado por un nacionalista francés y traicionado por su propio partido, había declarado que Francia quería realmente la paz. Keir Hardie declaró que “es indiscutible” que Gran Bretaña sería arrastrada a la guerra. La misma opinión tenía Hugo Hasse en relación a Alemania.
Sin embargo, estas ilusiones se hicieron añicos rápidamente. Tres días después, el 1 de agosto, Alemania declaró la guerra a Rusia, una declaración que cambió el curso de la historia. Todo el mundo esperaba que el SPD declarara su oposición, de acuerdo con sus principios. Pero, para sorpresa y consternación de todos, la dirección del partido alemán sostuvo que la declaración de guerra de Alemania era una “guerra defensiva” contra la agresión zarista. Esta traición significó el apoyo a la guerra imperialista, votando en el Reichstag el presupuesto para la guerra del Káiser.
El 4 de agosto de 1914, el presidente del Partido dio lectura a la declaración en el Reichstag alemán:
“Nos enfrentamos ahora con el hecho de hierro de la guerra. Estamos amenazados por los horrores de las invasiones enemigas. No decidimos hoy a favor o en contra de la guerra; simplemente tenemos que decidir sobre los medios necesarios para la defensa el país. Gran parte, si no todo, está en juego para nuestro pueblo y su libertad, en vista de la posibilidad de una victoria del despotismo ruso, que se ensucia a sí mismo con la sangre de lo mejor de su propio pueblo.
“De lo que se trata para nosotros es de alejar este peligro y salvaguardar la cultura y la independencia de nuestro país. Así honramos lo que siempre hemos prometido: en la hora del peligro no vamos a abandonar nuestra Patria. Nos sentimos de acuerdo con la Internacional, que siempre ha reconocido el derecho de cada nación a la independencia nacional y a la legítima defensa, al igual que nosotros condenamos, también de acuerdo con la Internacional, cualquier guerra de conquista. Exigimos que, tan pronto como el objetivo de la seguridad se haya logrado y los oponentes se muestren listos para la paz, esta guerra termine con una paz que haga que sea posible vivir en amistad con los países vecinos.
“Guiados por estos principios, vamos a votar a favor de los créditos de guerra”.
En ese día fatal, no hubo una sola voz disidente en el Reichstag.
Cuando Lenin vio una copia del Vorwärts, el diario del SPD, que declaraba este apoyo a la guerra, se negó a creerlo y pensó que era una falsificación del Estado Mayor alemán. Paul Axelrod, dirigente menchevique, dijo que “la noticia fue un golpe terrible e impresionante. Parecía como si un terremoto hubiera sacudido al proletariado internacional. La tremenda autoridad de la socialdemocracia alemana había desaparecido de un sólo golpe”. “Cuando llegó la noticia de que los socialdemócratas habían votado por unanimidad los créditos de guerra, no lo creímos”, dijo Hermann Greulich de los socialistas suizos. “Fue un golpe pasmoso”. “El voto del 4 de agosto ha quedado registrado como una de las experiencias trágicas de mi vida”, escribió Trotsky.
Mientras que muchos comprendían que el SPD alemán no podía impedir el estallido de la guerra, por lo menos podría haber declarado su oposición política a la guerra y mantenido limpia la bandera del socialismo internacional. Esto habría conservado la credibilidad del partido y de la Internacional para la causa futura de la revolución mundial.
Unos días antes de la declaración de guerra, el SPD alemán se había levantado de forma “unánime” contra la guerra y había llamado a manifestaciones de protesta contra la guerra en Berlín. “Las clases dominantes, que en tiempos de paz te oprimen, te desprecian y te explotan, quieren usarte como carne de cañón”, declaró el periódico del Partido, Vorwärts.
“En todas partes el grito que debe resonar en los oídos de los déspotas: ‘¡No queremos la guerra! ¡Abajo la guerra! ¡Viva la hermandad internacional”. (Vorwärts 25 de julio, 1914)
Pero el 4 de agosto, el SPD había capitulado. Había votado en la práctica abandonar la lucha de clases y la revolución, en favor de una tregua política con la monarquía, los Junkers y la clase capitalista. Para ellos, el absolutismo alemán era malo, pero en comparación con el zarismo ruso, era visto como un mal menor. La prensa socialdemócrata no hablaba de otra cosa en su campaña para justificar sus acciones.
Bielefelder Volkswacht, 4 de agosto: “La consigna es la misma en todas partes: ¡contra el despotismo ruso y la traición!”
Braunschweiger Volksfreund, 5 de agosto: “La presión irresistible del poder militar afecta a todos. Sin embargo, los trabajadores con conciencia de clase no son meramente llevado a la fuerza. En la defensa de la tierra en la que viven, frente a la invasión de Oriente, siguen sus propias convicciones”.
Hamburger Echo, 11 de agosto: “Tenemos que hacer la guerra, sobre todo, contra el zarismo, y esta guerra se libra con entusiasmo. En efecto, es una guerra por la cultura”.
Los dirigentes del SPD incluso extrajeron citas seleccionadas de Marx y Engels de 1848, arrancadas de su contexto, para justificar la traición del Partido. Tal sofisma se hizo con citas que se referían a una situación completamente diferente en un período totalmente diferente de la historia.
A puertas cerradas, en realidad, el grupo parlamentario del SPD se había dividido en su apoyo a los créditos de guerra; 14 diputados, incluyendo su presidente Hugo Haase y Karl Liebknecht, votaron en contra. Pero en el Reichstag, todos los diputados del SPD acataron la disciplina del partido y votaron según lo acordado.
El periódico socialdemócrata austriaco-alemán Arbeiter-Zeitung publicado en Viena, declaró el 5 de agosto: “Alemania está unida en la lucha por su honor nacional, y permanecerá unida hasta la última gota de sangre”. Era una guerra “por la causa sagrada del pueblo alemán.”
En Francia, también en el fatídico 4 de agosto, la solicitud del gobierno de los créditos de guerra, fue acordada por unanimidad y sin debate por todos los partidos, incluidos los socialistas. Los socialdemócratas franceses, como los alemanes, votaron por unanimidad con los partidos burgueses en una unión sagrada para defender al país contra Alemania. Una vez más, la guerra imperialista se justificó como una “lucha defensiva” contra la agresión, sancionada por la Internacional. En unas pocas semanas, la dirección del Partido Socialista francés votó para designar a dos de sus dirigentes más conocidos, Jules Guesde y Marcel Sembat, en un gobierno de “defensa nacional”. Léon Jouhaux, secretario general de la Federación Sindical, tomó el cargo de Comisario Nacional. Su manifiesto declaraba: “Toda la nación debe levantarse por la defensa de su tierra y su libertad en uno de esos arrebatos de heroísmo que siempre se repiten en horas similares de nuestra historia…”
Tan pronto como Alemania declaró la guerra a Bélgica, el Consejo General del Partido del Trabajo de Bélgica dio su apoyo al gobierno. En su reunión, decidió cancelar la manifestación por la paz prevista para el día siguiente y votar a favor de los créditos de guerra. Su manifiesto declaró que “puesto que este desastre es ahora un hecho establecido, estamos animados únicamente por el deseo de movilizar nuestras fuerzas lo más rápidamente posible con el fin de establecer límites a este ataque contra nuestro territorio nacional”. Como resultado, el partido definió “actuar en interés de la democracia y de la libertad política de Europa”.
En Gran Bretaña, como en Alemania, el Partido Laborista se opuso inicialmente a la carrera hacia la guerra y organizó manifestaciones contra la intervención. La ejecutiva de la Federación de los mineros de Gales del Sur llamó a una huelga internacional de mineros para evitar la guerra. George Lansbury había pedido a los trabajadores del transporte una “huelga contra la guerra”. Keir Hardie había pronunciado discursos similares contra la guerra. La ejecutiva del propio Partido Laborista se opuso a la guerra. Sin embargo, una vez que se declaró la guerra y los parlamentarios del Partido Laborista debatieron la cuestión, rechazaron la propuesta de Ramsay McDonald de leer la declaración de la Ejecutiva del Partido Laborista en el parlamento y decidieron, en su lugar, votar a favor de los créditos de guerra. MacDonald fue obligado a renunciar y Arthur Henderson lo reemplazó como presidente y secretario del partido. En seis meses, Henderson se había unido al gobierno de Asquith como Presidente de la Junta de Educación,. Más tarde se le unieron otros dos diputados laboristas como Ministro de Trabajo y Ministro de Pensiones. Varios más tomaron otros puestos de niveles inferiores.
El Partido Laborista Independiente (PLI), que estaba afiliado al Partido Laborista, continuó su oposición a la guerra, aunque principalmente en líneas pacifistas. El Partido Socialista Británico, dirigido por el nacionalista Hyndman, en realidad apoyó la guerra. El Partido Laborista de inmediato cruzó la línea y se unió a los partidos capitalistas en una tregua política, mientras los dirigentes sindicales aplazaron la lucha sindical por lo que durara la guerra. Ambos animaban a los voluntarios a unirse al ejército ya que el servicio militar obligatorio no existía en Gran Bretaña. El Partido emitió un manifiesto culpando de la guerra al militarismo alemán, y declaró que “una victoria alemana significaría la muerte de la democracia en Europa”.
Esta traición de los principales partidos de la Segunda Internacional llevó a una confusión colosal en todas partes. De los ocho países en guerra, sólo el PLI británico, los socialdemócratas serbios, y los dos partidos de Rusia, los bolcheviques y los mencheviques, salieron en completa oposición a la guerra y a sus propios gobiernos.
Una campaña masiva de propaganda militar, con el pleno apoyo de la mayor parte de la socialdemocracia, creó una ola sin precedentes de chovinismo. Millones de personas fueron atrapadas en esta histeria nacionalista, mientras que cientos de miles se alistaron para la “Gran Guerra”. En tales circunstancias, era inevitable que el movimiento socialista se encontrara aislado. Con la mejor voluntad del mundo, la idea de una huelga general o acciones obstruccionistas no hubieran sido posible.
“Y por lo tanto no hay nada particularmente inesperado o desalentador en el hecho de que los partidos de la clase obrera no se opusieran a la movilización militar con su propia movilización revolucionaria”, explicó León Trotsky en 1914.
“Si los socialistas se limitaran a expresar la condena de la presente guerra, declinaran toda responsabilidad por ello y negaran el voto de confianza a sus gobiernos, así como el voto a favor de los créditos de guerra, habrían cumplido con su deber a tiempo. Habrían tomado una posición de espera; el carácter opositor habría quedado perfectamente claro para el gobierno, así como para las masas. Otras medidas habrían sido determinadas por la marcha de los acontecimientos y por los cambios que los acontecimientos de una guerra debían producir en la conciencia del pueblo. Los lazos de unión de la Internacional habrían sido preservados, la bandera del Socialismo se habría mantenido sin manchas. Aunque debilitada por el momento, la socialdemocracia hubiera conservado una mano libre para una intervención decisiva tan pronto como se produjera el cambio en los sentimientos de las masas trabajadoras. Y es seguro afirmar que toda la influencia que la socialdemocracia podría haber perdido por tal actitud al comienzo de la guerra, se habría recuperado varias veces más, una vez que el giro inevitable en el sentimiento de las masas se hubiera producido”. (León Trotsky, Los bolcheviques y la paz mundial, pp.176-77)
Los dirigentes de la Internacional fallaron en su deber de clase elemental y sucumbieron ante el veneno del nacionalismo, enfrentando trabajadores contra trabajadores.
El imperialismo cubre sus objetivos – conquista depredadora de las colonias, mercados, fuentes de materias primas, esferas de influencia, etc.- con las ideas de “proteger la paz contra los agresores”, “defensa de la patria”, “defensa de la democracia”, y similares. Estas ideas son falsas hasta la médula. “La cuestión de si uno u otro grupo dio el primer golpe o fue el primero en declarar la guerra”, escribió Lenin en marzo de 1915, ”no tiene importancia alguna en determinar la táctica de los socialistas. Frases sobre la “defensa de la patria”, sobre la resistencia a la invasión del enemigo, sobre una guerra defensiva, y similares, son un engaño total a las masas de ambos lados… “. Por lo que a los marxistas se refiere, el significado histórico, objetivo de la guerra es lo único que tiene sentido. La pregunta clave es: ¿qué clase está librando la guerra y por qué lo hace? No debemos dejarnos engañar por las artimañas de la diplomacia, que siempre buscan representar al enemigo con el papel del agresor en cualquier conflicto.
Las acciones de los dirigentes de la socialdemocracia constituyeron la mayor traición al socialismo y a los trabajadores a nivel internacional. Como vehículo para la Revolución, la Internacional Socialista ahora estaba muerta. Rosa Luxemburgo la describió abiertamente como un “cadáver maloliente”. Lenin hizo un llamamiento para que fuera enterrada y se formara una nueva Tercera Internacional.
“La II Internacional ha muerto, vencida por el oportunismo”, escribió Lenin. “¡Abajo el oportunismo, y viva la Tercera Internacional, no sólo purgada de ‘renegados’ … sino de oportunismo también. La Segunda Internacional tuvo su utilidad en el trabajo preparatorio de organizar de manera preliminar a las masas proletarias durante el largo período “pacífico” de la más brutal esclavitud capitalista y del más rápido progreso capitalista. ocurridos entre en el último tercio del siglo XIX y principios del XX. Para la Tercera Internacional recae la tarea de organizar a las fuerzas proletarias para una embestida revolucionaria contra los gobiernos capitalistas, para la la guerra civil contra la burguesía de todos los países, para la toma del poder y por el triunfo del socialismo”.
Pero los internacionalistas revolucionarios de todo el mundo se vieron completamente aislados. Aparecieron como voces solitarias clamando en el desierto. Aparte de las cuatro partidos mencionados, había grupos e individuos dispersos, tales como Rosa Luxemburgo, Karl Liebknecht, quien lideró la Liga Espartaquista; John McLean, en Escocia, y James Connolly en Irlanda.
Las armas en Europa habían silenciado toda oposición. Era un silencio mortal. Karl Liebknecht, quien había aceptado inicialmente la disciplina del grupo y votado los créditos de guerra en agosto de 1914, se dio cuenta de que había cometido un gran error. Ya el 10 de septiembre, Liebknecht, Rosa Luxemburgo, Franz Merhring y Clara Zetkin habían emitido una declaración en contra de la postura adoptada por la mayoría de los socialdemócratas alemanes. Cuando se planteó nuevamente el voto en el Reichstag para renovar los créditos el 3 de diciembre, Liebknecht votó en contra, uno contra 110 diputados del SPD, y al instante se convirtió en un símbolo de la resistencia a la guerra.
La oposición a la guerra creció, a pesar de la policía y de la represión militar. Esto se expresó en una avalancha de panfletos contra la guerra, documentos y folletos, distribuidos ilegalmente por grupos pequeños en toda Alemania.
Una postura más revolucionaria fue tomada por el Partido Socialista Italiano a través de su periódico Avanti. “Se opuso al chovinismo y expuso los secretos motivos egoístas que se escondían detrás de los llamamientos a la guerra”, explicó Krupskaya. “Fue respaldado por la mayoría de los obreros avanzados.” En general, las voces contra el chovinismo, las de los internacionalistas, eran todavía muy débiles y aisladas.
El aislamiento de los revolucionarios en este período fue gráficamente ilustrado por la conferencia contra la guerra celebrada en Zimmerwald, en Suiza, en septiembre de 1915. Lenin dijo en broma que aun medio siglo después de la fundación de la Primera Internacional, todos los internacionalistas cabían en un par de vagones.
Lenin atacó incisivamente al oportunismo, que había destruido la vieja Internacional. Él no estaba dispuesto a hacer concesiones sobre esto. Se dirigió no sólo contra los socialchovinistas, sino también contra los pacifistas liberales que se oponían a la guerra. Explicó que el social-patriotismo era la idea de la defensa de la patria capitalista durante la guerra. Señaló que los objetivos declarados de la guerra imperialista: la democracia, la defensa de la libertad, etc., no eran más que una farsa para encubrir sus verdaderas intenciones de conquista y dominación. En oposición a esto, Lenin abogó por una política de “derrotismo revolucionario”.
Ha habido una gran confusión sobre este término. Ciertamente, Lenin no quería decir con esto que la derrota del propio país es un mal menor en comparación con la derrota de un país enemigo. No somos chovinistas invertidos, como creen la mayoría de los ultraizquierdistas. Lo que en realidad quería decir era que una derrota militar como consecuencia del crecimiento de un movimiento revolucionario es infinitamente más beneficiosa para la clase obrera que la asegurada por la “paz civil” como consecuencia de la acción del enemigo. En la medida que no apoyamos a nuestro propio gobierno capitalista, tampoco estamos interesados en apoyar a los capitalistas de otros países.
“La consigna de la paz es a mi juicio incorrecto en el momento presente. Esta es una consigna filistea, de un predicador. La consigna del proletariado debe ser la guerra civil “, explicó Lenin.
“Objetivamente, debido al el cambio fundamental en la situación de Europa, esa consigna se deriva para la época de la guerra de masas. La misma consigna se desprende de la resolución de Basilea.
“No podemos ni “prometer” guerra civil ni “decretarla”, pero es nuestro debertrabajar en esta dirección si es necesario, por un largo tiempo.”
Lenin vio que su tarea era trazar una línea divisoria entre los oportunistas y los auténticos revolucionarios a nivel internacional. Esa era la razón de su tono agudo. Lenin recalcó constantemente las lecciones de la degeneración de la vieja Internacional y la necesidad de construir una nueva Internacional, pero sobre bases políticas sólidas.
Lenin durante este período no dirigía estas ideas a las masas. Lenin estaba aislado en Suiza durante todo este período. Se dirigía a los cuadros del movimiento, para educarlos e instruirlos en estas ideas fundamentales. En sí mismos, el antimilitarismo y el derrotismo nunca podrían ganar a las grandes masas, que no querían un conquistador extranjero. Ese nunca fue el propósito de Lenin. Estaba dirigido solamente a los cuadros y sólo a los cuadros.
Tan pronto como la revolución de febrero estalló en Rusia en 1917, Lenin se apartó de la tarea de formar a los cuadros, y avanzó en el problema de ganar a las masas. Mientras se oponían a la guerra, ahora cambió todo el énfasis. Los bolcheviques conquistaron a las masas con las consignas “¡Pan, paz y tierra!” Y “¡Todo el poder a los Soviets!” Sobre esa base fueron capaces de tomar el poder en sus manos y proclamar la república soviética.
La victoria de los bolcheviques en octubre de 1917 transformó totalmente la situación mundial. Después de más de tres años de iniciada la Primera Guerra Mundial, las masas estaban cansadas de la misma. Su entusiasmo inicial se había evaporado por completo y se convirtió en su contrario. Se abrieron abiertamente a las ideas revolucionarias. Eso explica toda la serie de motines militares que tuvieron lugar, hasta terminar con la propia revolución alemana en noviembre de 1918. “No queremos una paz por separado con Alemania”, explicó Lenin, “queremos la paz entre todos los pueblos, queremos la victoria de los trabajadores de todos los países sobre los capitalistas de todos los países”.
Partiendo de un puñado aislado, los internacionalistas ahora tenían una audiencia masiva. Lenin no perdió tiempo en el lanzamiento de la nueva Internacional como el Partido de la Revolución Mundial. En marzo de 1919, el Congreso fundacional de la Tercera Internacional (Comunista) se reunió en Moscú. Para Lenin y los internacionalistas, este fue un gran triunfo y no menor que la histórica Revolución de Octubre. 1919 fue un año de revolución y contrarrevolución, con repúblicas soviéticas proclamadas en Budapest y Munich. Desgraciadamente, estas repúblicas pronto fueron barridas por la contrarrevolución y la revolución rusa quedó aislada. Sin embargo, la Tercera Internacional, bajo la dirección de Lenin y Trotsky, llevó la bandera de la revolución socialista mundial, basada en las ideas del marxismo revolucionario, que se convirtieron en el faro para millones de trabajadores en todo el mundo.
“Todo lo que un partido podía ofrecer de coraje, visión de futuro revolucionario y consistencia en una hora histórica, Lenin, Trotsky y los otros compañeros, lo han dado en gran medida”, escribió Rosa Luxemburgo. “Todo el honor revolucionario y la capacidad de que la socialdemocracia occidental carecían estuvo representada por los bolcheviques. Su insurrección de Octubre no fue sólo la salvación real de la revolución rusa; fue también la salvación del honor del socialismo internacional”.
Hoy en día, estas ideas y tradiciones son levantadas por la Corriente Marxista Internacional, que se levanta sobre las mejores tradiciones de la Tercera Internacional y de Marx, Engels, Lenin y Trotsky. Una vez más, en esta época de crisis y revolución, la tarea de construir un verdadero internacionalismo revolucionario sigue siendo la tarea clave en todas partes.
4 de agosto de 2014