El Día Nacional de China, que se celebra con motivo del aniversario de la proclamación de la República Popular China por Mao el 1º de octubre, siempre está lleno de pompa y de muestras de fuerza militar. Pero para el 70 aniversario, Xi Jinping se esforzó al máximo. El desfile militar fue el más grande de la historia de China, con nuevos aviones no tripulados supersónicos y misiles nucleares orgullosamente exhibidos. El mensaje fue fuerte y claro: como dijo el propio Xi, “ninguna fuerza puede sacudir el estatus de esta gran nación”.
Se trataba de una demostración de fuerza destinada a despejar cualquier duda sobre la solidez y estabilidad del régimen de Xi, tanto interna como externamente. A Donald Trump y su guerra comercial, parecía decirle: “Somos un enemigo formidable. Nos estamos preparando para una larga y dura batalla. No creas que puedes intimidarnos. Es mejor que te eches atrás en esta guerra comercial”. A los enemigos internos, desde las facciones rivales de la burocracia hasta los manifestantes y huelguistas, parecía decirles: “Soy todopoderoso. No podéis ganar”.
Aunque el desfile es ostensiblemente una celebración de la gran revolución que liberó a China de la dominación imperialista y del capitalismo hace 70 años, su verdadero propósito es aterrorizar a las masas con el poder del Estado chino hasta tal punto que no sueñen con comenzar otra revolución.
La sombra de Hong Kong
Sin duda, Xi Jinping tenía más de un ojo puesto en los manifestantes de Hong Kong cuando hizo su advertencia. Esto se hizo aún más explícito cuando se afirmó, con una ironía involuntaria, que el Partido Comunista Chino “mantendrá la prosperidad y la estabilidad a largo plazo de Hong Kong” a través del principio de “un país, dos sistemas”. Como para subrayar el carácter profundamente irónico de esta declaración, la marioneta de Pekín en Hong Kong, Carrie Lam, estaba a su lado, aplaudiendo sus palabras.
Mientras hablaba de estabilidad y prosperidad a largo plazo, las protestas más violentas de Hong Kong se salieron de control. Por primera vez en las 17 semanas que dura el movimiento de masas en la ciudad, la policía disparó munición real y, como consecuencia, un manifestante de 18 años de edad fue herido y y se encuentra hospitalizado en estado crítico. En caso de que se recupere, se le acusará de motín, lo que conlleva una pena de hasta 10 años.
Durante todo el día, la policía disparó oficialmente 1.400 cartuchos de gas lacrimógeno y 1.300 proyectiles, batiendo sus propios récords. A un periodista indonesio le dispararon con un proyectil y, como resultado, ahora está ciego de por vida. Una vez más se roció tinta azul contra los manifestantes con un cañón de agua. El oposicionista anti-Pekín, y miembro del Consejo Legislativo, Eddie Chu, fue rociado con gas pimienta en la cara a quemarropa, y casi se ahoga hasta morir. Los vehículos fueron conducidos contra multitudes de manifestantes. La policía ha prohibido todas las grandes protestas, lo que ha llevado a la proliferación de protestas pequeñas y más desorganizadas. También han cerrado gran parte de la red ferroviaria.
Por otro lado, los manifestantes se han vuelto cada vez más violentos e imprudentes. Esto es el resultado inevitable del carácter completamente desorganizado y sin líderes políticos del movimiento, que ha generado pura desesperación. Después de meses de brutalidad policial, los hongkoneses están más enfadados y decididos que nunca. Pero nadie ofrece ninguna estrategia para derrotar al gobierno. El movimiento obrero es débil y no organiza una huelga sostenida y bien organizada, que es lo único que puede dar al movimiento el poder y la disciplina que necesita. Por lo tanto, los manifestantes intentan forzar lo que quieren –el sufragio universal– arremetiendo desesperadamente.
Esto ha llevado a acciones contraproducentes e impotentes, como el lanzamiento de cócteles molotov contra oficinas gubernamentales y comisarías y la publicación de las direcciones de los agentes de policía. Esto ha facilitado al gobierno la difusión de rumores y mentiras sobre los manifestantes, como las recientes acusaciones de que están reclutando a gente suicida para realizar atentados en centros comerciales.
Debido a la ausencia de un liderazgo claro, tarde o temprano el movimiento en Hong Kong se agotará. Sólo puede avanzar si se añaden las reivindicaciones sociales y los métodos de la clase obrera organizada, es decir, las poderosas huelgas generales. En lugar de quemar partes de una o dos comisarías, una huelga general paralizaría económicamente Hong Kong, lo que supone un reto mucho mayor para el gobierno.
Concesiones desde arriba
Es cierto que las acciones de los manifestantes han llevado a Xi a la conclusión de que algunas concesiones son necesarias. Dado que Pekín no puede conceder el sufragio universal y no puede tolerar ninguna posibilidad de que Hong Kong vote a favor de separarse de China para entrar en el seno del imperialismo yanqui, ha decidido presionar a los multimillonarios de los inmuebles hongkoneses para que empiecen a construir viviendas sociales. Han comenzado a aparecer artículos en el Diario del Pueblo (el principal portavoz del gobierno), pidiendo la confiscación de la propiedad de estos promotores inmobiliarios. Algunos en la izquierda elogian al régimen de Pekín, intentan sugerir que está atacando al capitalismo de Hong Kong y que intenta introducir el socialismo. Estos esfuerzos no sólo están muy lejos del socialismo, sino que llegan un poco tarde, dado que el auge de la propiedad en Hong Kong, la crisis de la vivienda y la desigualdad desenfrenada, se han acelerado bajo su vigilancia. De hecho, Pekín dio deliberadamente rienda suelta a los capitalistas más ricos de Hong Kong para enriquecerse, de modo que la clase dominante de Hong Kong fuera un aliado leal de China.
Sin embargo, como hemos señalado anteriormente, dado que el verdadero régimen contra el que luchan no está en Hong Kong, sino en Pekín, los problemas de la clase obrera de Hong Kong sólo pueden resolverse extendiendo la lucha a la China continental. Esto es lo que más teme el régimen, y tiene motivos para tener miedo. Detrás del fanfarroneo del desfile militar de esta semana, una persistente inseguridad acecha a Xi Jinping. Esto no se debe a Donald Trump y a su guerra comercial, sino a la propia clase obrera China.
El Partido Comunista Chino ha estudiado ampliamente el colapso de la Unión Soviética. Está aterrorizado de tener que enfrentarse al mismo destino. Es muy consciente del creciente descontento alimentado por la rápida escalada de la desigualdad y la corrupción. De hecho, esta es otra razón para sus intentos de abordar los obscenos costos de vivienda de Hong Kong, porque la desigualdad y la explotación de la mayoría son dos cosas que Hong Kong y la clase obrera continental tienen en común. ¿Qué pasaría si los hongkoneses comenzaran a manifestarse en contra de esta desigualdad e inspiraran un movimiento similar que traspasara la frontera? Este peligro aterroriza a Xi Jinping.
A sus preocupaciones se suma el hecho de que la economía china se está desacelerando. La legitimidad del régimen del PCCh se basa en su capacidad para mejorar continuamente el nivel de vida de cientos de millones de personas. Nada es para siempre bajo el capitalismo, y su capacidad de otorgar beneficios económicos no es diferente. Saben que tarde o temprano derraparán.
Ese día está a la vista. La tasa de crecimiento es más baja de lo que ha sido durante décadas, y se cree que ahora está por debajo de la tasa que necesita para poder seguir empleando a los campesinos que abandonan el campo. Desde la crisis mundial de 2008, los niveles de endeudamiento de China se han multiplicado varias veces, y ahora se encuentran entre los más altos del mundo. La guerra comercial con los Estados Unidos no hace más que agravar estos problemas.
Cuando los trabajadores de China se muevan, la tierra temblará.
En los últimos años, la clase obrera china se ha vuelto más confiada y está cada vez más activa en la huelga. El Boletín del Trabajo de China informa que conforme la industria automovilística de China atraviesa una recesión (con una caída del 14 por ciento en la primera mitad de 2019), las huelgas y las manifestaciones de los trabajadores del automóvil han aumentado masivamente:
“En lo que va de año, el mapa de huelgas del Boletín del Trabajo de China ha registrado 25 protestas colectivas de trabajadores del sector de la industria automotriz, en comparación con sólo cinco en el mismo período del año pasado”.
Lo que el régimen teme no es tanto el aumento de las huelgas, sino la vinculación de lo que hasta ahora han sido huelgas locales, en una ola de huelgas nacionales. Tal ola de huelgas, dados los años de rabia reprimida contra el sistema totalitario de China, podría convertirse rápidamente en un movimiento revolucionario que desafíe al propio régimen. Esto es también lo que les aterroriza del movimiento en Hong Kong. Si el movimiento en Hong Kong adquiere un carácter obrero y hace un llamamiento a los trabajadores de Shenzhen, la provincia de Guangdong y China en su conjunto, sería muy difícil aislarlo, ya que muchos miles de trabajadores viajan de ida y vuelta entre Hong Kong y el continente.
Xi Jinping quiere enterrar la herencia revolucionaria de 1949, que abolió el capitalismo, bajo el peso aplastante del material militar. Pero todas las armas del mundo no podrán detener a la clase obrera china, la más grande del mundo, cuando redescubra sus verdaderas tradiciones revolucionarias, como tarde o temprano lo hará.