Hace un año, poco antes de Navidad, el mundo se vio sacudido por las noticias de una insurrección popular en Argentina. En unas escenas extraordinarias, que recordaban la caída de Saigón en Vietnam, el presidente De la Rúa tuvo que escapar en un helicóptero del tejado de su palacio presidencial, huyendo de su propio pueblo. En menos de dos semanas Argentina tuvo cuatro presidentes. La rabia acumulada de los desocupados, la clase media arruinada, los trabajadores y la juventud, alcanzó ese punto crítico donde la cantidad se transforma en calidad. La revolución argentina había comenzado. Doce meses más tarde ¿cómo se ajusta esta caracterización a la situación actual?
Balance y Perspectivas
Hace un año, poco antes de Navidad, el mundo se vio sacudido por las noticias de una insurrección popular en Argentina. En unas escenas extraordinarias, que recordaban la caída de Saigón en Vietnam, el presidente De la Rúa tuvo que escapar en un helicóptero del tejado de su palacio presidencial, huyendo de su propio pueblo. En menos de dos semanas Argentina tuvo cuatro presidentes.
El movimiento de masas estalló por un colapso económico sin precedentes que, de la noche a la mañana, llevó a la nación a la bancarrota y arruinó a numerosos sectores de las clases medias que vieron cómo sus ahorros de toda la vida en dólares se convertían en pesos devaluados. La rabia acumulada de los desocupados, de la clase media arruinada, de los trabajadores y la juventud, alcanzó ese punto crítico donde la cantidad se transforma en calidad. La revolución argentina había comenzado.
Doce meses más tarde ¿cómo se ajusta esta caracterización a la situación actual? A primera vista, después de un año turbulento, las cosas parecen haberse calmado. La burguesía todavía está al mando. La economía parece haber conseguido una relativa estabilidad. El infame corralito, que impedía retirar más de 300 pesos (unos 80 dólares) a la semana del banco y no tocar las cuentas a largo plazo sin perder dos tercios de los ahorros (al principio no se permitía retirar nada), se abolió parcialmente el 2 de diciembre.
¿Deberíamos quizás modificar nuestra posición anterior? ¿Deberíamos admitir que la revolución en Argentina está fuera del orden del día? El coro habitual de cínicos y escépticos, siempre impacientes por pintar con colores vivos las perspectivas para el capitalismo y ennegrecer el potencial revolucionario de la clase obrera, ahora está a plena voz. Pero su entusiasmo con la viabilidad del capitalismo argentino es prematuro. En la práctica, no se solucionó nada. Lo que estamos viendo es el final del primer acto. El final de la obra todavía está lejos.
En el otro extremo del espectro político están aquellos que, por principio, niegan la posibilidad de cualquier calma o retirada en el movimiento, menos aún una derrota. Su lema es como el de Superman en una vieja película en blanco y negro: ¡Arriba! ¡Arriba! ¡Y lejos! Esto es lo que se entiende en algunos círculos como intransigencia revolucionaria. En la práctica, este impresionismo político no tiene nada que ver con el revolucionarismo, y menos aún con la concepción marxista de la revolución.
Una revolución no tiene un acto único. Muchas personas confunden la revolución con la insurrección, es decir, confunden el todo con una parte. En realidad, antes de alcanzar la etapa de transferencia final del poder, la revolución pasa a través de muchas etapas, correspondientes con el proceso de desarrollo de la conciencia de las masas. Esta no sigue, ni puede seguir, una línea recta. Los períodos de despertar de las masas, de aumento de la lucha de clases donde las masas participan activamente, inevitablemente dan paso a períodos de cansancio, desencanto y desesperación, que luego dan lugar a una nueva insurrección; hasta que, finalmente, se resuelve la contradicción fundamental de la sociedad, en un sentido u otro.
Después de la tormenta y la tensión del año pasado, las masas están intentando asimilar sus experiencias. Por su parte, la burguesía, después de haber pasado un miedo serio, respira con un signo de alivio. De este modo hemos llegado a un estado de equilibrio inestable donde ninguna parte es capaz, por el momento, de conseguir una victoria decisiva.
Caída de los niveles de vida
El 5 de diciembre, el principal diario, Clarín, publicó en la tapa y a grandes letras: El gobierno afirma que cayó la desocupación. Resulta quizá significativo que el periódico no dijera que esto era un hecho, sino que era sólo lo que decía el gobierno. En realidad, incluso si aceptamos que esto es verdad, la cifra oficial todavía sitúa el nivel de desocupación en casi un 20 % (19,5 %). Además, estas cifras subestiman la gravedad de la situación porque omiten el hecho de que la subocupación sigue en aumento.
El optimismo de la burguesía es prematuro. La economía argentina todavía se encuentra estancada después de haber caído no menos del 11 % en el 2002, cinco años de declive consecutivo. Es verdad que algunos índices de la actividad económica son positivos. De enero a octubre hubo un superávit comercial de 13.826 millones de dólares, comparado con los 4.484 millones de dólares en el mismo período del 2001. Esto refleja principalmente que las exportaciones de productos agrícolas se vieron ayudadas por la profunda devaluación del peso.
Sin embargo, esto tiene otra cara. El balance comercial favorable también refleja una profunda caída de las importaciones, que a su vez es sólo la expresión de un colapso del poder adquisitivo y una contracción del mercado interior. El efecto de la devaluación sólo se puede mantener si los niveles de vida continúan deprimidos y los salarios permanecen bajos mientras continúan subiendo los precios. Este es el eje central de la política económica de la burguesía argentina; es decir, situar todo el peso de la crisis sobre los hombros de la clase obrera, los desocupados y la clase media.
Las cifras de desocupación cuentan su propia historia. La economía negra continúa creciendo a expensas de la economía oficial. Ahora hay cuatro millones trabajando en la economía formal y otros 3,5 millones en la economía negra, comparados con los 3 millones de subocupados y 3 millones de desocupados, según las cifras del Ministerio de Trabajo. Estas cifras, que sin duda subestiman la seriedad de la verdadera situación, son ya una indicación de que los niveles de desocupación siguen siendo extremadamente altos.
En un país que no hace mucho tiempo disfrutaba de un nivel de vida bastante equitativo, el salario mensual medio ahora está en 548,5 pesos (156,7 US $), uno de los más bajos de toda América Latina y más bajo que los salarios en Brasil, Uruguay, Chile o Perú. Sólo este año hubo una caída del poder adquisitivo del 40 por ciento. El aumento de 100 pesos decretado en junio sólo benefició al 25 por ciento de los trabajadores (empleados públicos, trabajadores del sector agrícola y pesquero, aquellos que trabajan en pequeñas empresas y en la economía informal no recibieron aumento salarial).
Incluso aquellos que consiguieron subas en julio vieron cómo el valor de sus ingresos cayeron debido al aumento de los precios. Desde enero a noviembre, la cifra acumulada de inflación fue del 40,7 %. Pero esta cifra oculta la verdadera situación, ya que desde entonces el aumento de los precios de las necesidades básicas ha estado en el orden del 100 %. Como resultado de esta situación, un gran número de personas se vieron reducidas a unas condiciones sin precedentes de miseria, malnutrición e indigencia. El 53 % de la población (20 millones) ahora viven por debajo del nivel de pobreza. El 26% son indigentes (9 millones). La gente está agonizando de hambre en una tierra de abundancia, especialmente los ancianos y los niños. Este es el regalo de la economía de mercado al pueblo de Argentina.
Un gran número de trabajadores argentinos, despedidos de sus empleos, para poder vivir se ven obligados a recurrir a todo tipo de actividades económicas marginales: changas, venta callejera, limpiabotas, reparto de propaganda y otros empleos similares. Oficialmente se los considera trabajadores en activo. Además, el pago de la impresionante suma de 150 pesos (unos 40 US$) permite al gobierno decir que el número de personas que viven en la pobreza descendió, ya que aquellos que reciben esta ayuda parece que entran en la categoría de acomodados. En la práctica, esta cantidad de dinero es remotamente insuficiente para mantener a una familia. En los barrios pobres, donde éste es el único ingreso para muchas familias, la gente tiene que recurrir a las ollas comunitarias para poder conseguir comida, pero, frecuentemente, sólo reciben un vaso de leche y unas cuantas galletas.
La verdad es que el número de argentinos que viven en la pobreza aumentó dramáticamente, y no cayó, como pretende el gobierno. La caída de los ingresos de los afortunados que tienen un empleo significó que el número de los que viven en la pobreza en las zonas urbanas no sea inferior al 53 % del total. El director general del instituto nacional de estadísticas, Juan Carlos de Bello, tuvo que admitirlo en Clarín. La misma fuente revelaba que el gobierno ha cambiado las cifras de la desocupación utilizando un criterio diferente al del pasado, para demostrar una caída de la desocupación donde no existe. En particular, las cifras de la desocupación excluyen a, por lo menos, dos millones de personas que están incluidas en los programas de Jefes y Jefas de Hogar que proporcionan un empleo, que puede consistir en sólo unas horas a la semana.
La situación con relación a los salarios es que aparte del aumento de los 100 pesos (unos 30 US$) desde el mes de julio, no ha habido nuevos aumentos, con muy pocas excepciones. Los salarios en el sector público siguen congelados. Incluso la tan cacareada suspensión del corralito sólo fue una medida parcial, ya que continúa la prohibición de retirar el dinero de las cuentas a largo plazo. Por lo tanto, tanto la clase media como la clase trabajadora están sufriendo duramente los efectos de la crisis.
La crisis continúa siendo grave. Objetivamente, Argentina está una vez más en bancarrota, a pesar de haber pagado más de 4.000 millones de dólares a diferentes organismos internacionales solamente en el 2002. Desde un punto de vista capitalista, son necesarios más recortes. No pueden ofrecer concesiones a los trabajadores y los desocupados. Pero las masas no pueden seguir por este camino. Por lo tanto, el escenario está preparado para aun nuevo auge de la lucha de clases en los próximos meses, en los cuales comenzará a participar la clase obrera organizada. Esta es una cuestión decisiva.
La contradicción básica es la siguiente: el capitalismo argentino 12 meses después de los acontecimientos de diciembre no consiguió nada más que un equilibrio temporal e inestable en el campo económico, y todos los intentos de conseguir un nuevo equilibrio económico sólo pueden conseguirse a expensas de interrumpir el equilibrio social y político. De este modo, durante los próximos meses y años todo está preparado para nuevas explosiones.
Las maniobras de la burguesía
La crisis del capitalismo argentino se manifestó como una crisis profunda de la clase dominante y sus partidos políticos. En el pasado esta crisis profunda inevitablemente habría llevado a un golpe militar. Pero esta opción no está en el orden del día, al menos por el momento. La memoria de la población está demasiado fresca y las heridas demasiado recientes, como para que den este paso. Temen, con cierta razón, que un golpe pueda llevar directamente a una guerra civil, y aún mas, una guerra civil que no es seguro que puedan ganar. Por lo tanto están obligados a recurrir a maniobras, tácticas dilatorias y al engaño para mantener a las masas bajo control.
Una de las principales debilidades de la burguesía argentina es que no tiene un partido tradicional estable. Los radicales prácticamente han colapsado. Los peronistas están divididos y en crisis. La población de Argentina ha tenido la experiencia de estos políticos agotados y en bancarrota que llevan en el poder los últimos veinte años. Los pusieron en la balanza y no estuvieron a la altura de las circunstancias. Esta galería de bribones, de ladrones y gángsteres corruptos están completamente desacreditados. La reacción del pueblo antes sus discursos y promesas es una mezcla de hastío, asco y odio.
Durante décadas la clase dominante utilizó a los peronistas para desviar la atención de las masas cuando se encontraba en dificultades. Pero ahora los peronistas están hundidos en un caos. Al menos existen cuatro fracciones peleando entre sí y disputándose el poder como perros que luchan por un hueso. La izquierda peronista, Rodríguez Saá, que estuvo brevemente en el poder después del vuelco del pasado diciembre, utilizó su vieja demagogia populista para engañar a las masas, pero rápidamente fue echado a un lado por la burguesía temiendo que el apetito aumentase a la hora de comer.
Pusieron a Duhalde como un candidato más fiable, y cumplió lealmente con sus obligaciones ante la burguesía. Pero está ya desgastado. La población le culpa de la caída de los niveles de vida. Necesitan una nueva cara. ¿Pero quién? En las sombras está Carlos Menem, la personificación de todo lo más corrupto y podrido del peronismo, el hombre que llevó a la Argentina por el camino de la reforma de mercado y, más que cualquier otro, fue el responsable de preparar el colapso actual. Saá se separó ahora del grupo parlamentario peronista oficial (duhaldistas). Así que ahora los peronistas están fragmentados dentro del congreso en tres grupos parlamentarios diferentes: duhaldistas, menemistas y saaístas.
¿Boicot o no boicot?
Un arma importante en la armería de la burguesía es la convocatoria de elecciones. El método habitual es despertar expectativas en los corazones de las masas, crear la ilusión de un camino fácil a través del cual las masas podrán resolver sus problemas de una forma indolora y sin luchar, depositando un trozo de papel en una urna. Pero la población de Argentina durante los últimos veinte años tuvo una buena lección del valor de estas promesas y saben cuanto valen.
Durante dos décadas las masas tuvieron la oportunidad de poner a prueba a un partido político y a un dirigente político tras otro. Primero fue Alfonsín y los radicales, luego Menem y los peronistas, después de la Rua… Han pelado una capa detrás de otra de la fruta y han encontrado en su corazón un gran cero. Las promesas de los políticos eran todas tan fraudulentas como un peso devaluado. Al final, estos caballeros sólo estaban interesados en llenarse los bolsillos, para lo único que demostraron cierto de grado de eficacia.
Para un marxista es cuestión de ABC que un cambio de gobierno no significa un cambio real en la sociedad. Lo que se necesita no es un cambio de ministros sino un cambio fundamental en la sociedad, una revolución social a través de la expropiación de la tierra, los bancos y las grandes empresas que dominan la economía y que realmente deciden el destino de millones de personas.
Sí, todo esto está bastante claro PARA NOSOTROS. Pero no está lo suficientemente claro para millones de personas en Argentina que buscan desesperadamente una salida a la crisis. Por un lado, maldicen a los políticos que les traicionaron. Por el otro, en ausencia de una perspectiva inmediata y clara de cambio revolucionario, al menos una parte de las masas, de mala gana, mirarán a las elecciones como un tipo de solución a sus problemas más acuciantes o, si no una solución, al menos alguna mejoría. Verán las elecciones como un medio de golpear a los que están en el poder y sustituirlos por otro gobierno, basándose en que no puede ser peor de lo que ahora tenemos. La lógica de este argumento es, como sabemos, no demasiado acertada. Pero el problema es que, por el momento, las masas no ven otra lógica. Este es particularmente el caso porque, después de un año de dura lucha, no tienen a la vista una solución revolucionaria.
El argumento a favor del boicot a las elecciones parece muy radical. En la práctica ocurre más bien lo contrario. Los marxistas no somos anarquistas. No nos oponemos, por principio, a la participación en las elecciones. No apoyamos el cretinismo parlamentario, pero tampoco defendemos el cretinismo anti-parlamentario. En general, aprovechamos todas y cada una de las oportunidades que permite la democracia burguesa para agitar y organizar contra el sistema capitalista. Las campañas electorales representan una oportunidad de llegar a las masas con nuestro programa e ideas, y sería estúpido rechazar esta oportunidad. Eso es todo.
En general, ¿es lícito hacer campaña por el boicot electoral? Eso depende de las circunstancias. Como regla general, la única situación en la cual defenderíamos el boicot electoral es cuando estamos en una situación de prescindir del parlamentarismo burgués para introducir un sistema democrático más elevado, es decir, el gobierno de los soviets, el poder obrero. ¿Hoy estamos en esa situación en Argentina? No, todavía no estamos en esa situación. La tarea objetiva de los marxistas argentinos y la vanguardia del proletariado aún no es la conquista del poder, porque no tenemos fuerza para hacer esto. Nuestra tarea es conquistar a las masas. Todavía estamos en la etapa de organizar a las masas, de realizar una campaña amplia de propaganda y agitación y ganarlas para la idea de la toma del poder. Es verdad que en los últimos doce meses la lucha ha sido colosal. Pero todavía hay que hacer mucho más, particularmente ganar a la clase obrera organizada.
La consigna apropiada actualmente no es la insurrección sino, repitiendo la célebre consigna de Lenin: ¡Explicar pacientemente!. Debemos llevar a cabo una campaña lo más amplia posible de explicación, propaganda y agitación, mientras que al mismo tiempo educamos y formamos a los cuadros del partido revolucionario. En esta fase, no sólo es lícito, sino obligatorio, utilizar lo más ampliamente posible cada resquicio y oportunidad de plantear las ideas revolucionarias ante las más amplias capas de la población. Eso incluye la participación en las elecciones. Esta siempre fue la posición de Lenin y los bolcheviques, quienes en más de una ocasión recibieron profundas críticas de los ultraizquierdistas, que con su intransigencia verbal siempre ocultan una incapacidad orgánica para llegar realmente a las masas.
Una vez más sobre la Asamblea Constituyente
El argumento a favor de la asamblea constituyente es que las masas (en particular la clase media) no están preparadas para la revolución, además de sufrir ilusiones democráticas. Si esto es verdad, entonces es un argumento a favor de la participación en las elecciones para convencer a las masas de la corrección del programa socialista, puesto que, boicoteando las elecciones en un período donde las masas no están preparadas para la revolución y tienen ilusiones en la democracia burguesa, ¡sólo nos boicotearíamos a nosotros mismos!
¿Qué se supone que debemos decir a las masas? No, no queremos esta democracia burguesa, lo que realmente necesitamos es otra, una democracia burguesa diferente. Lo que no queremos es este parlamento burgués, queremos otro parlamento burgués… Y así sucesivamente. Estos argumentos en un momento en que las masas están sufriendo los efectos de una crisis terrible, realmente no tienen sentido para nadie, excepto para aquellos que han hecho algo grande a partir de una consigna copiada arbitrariamente de la revolución rusa, sin relevancia para la situación actual argentina.
La consigna de la asamblea constituyente habría tenido mucho sentido hace veinte años, cuando Argentina estaba bajo el dominio de una dictadura militar. En ese momento (como en la Rusia zarista), las demandas democráticas tenían un contenido claramente revolucionario y jugaban un papel central. Pero en el momento actual, ¿qué papel puede jugar esta consigna? Sólo el de confundir a la vanguardia y desviar la atención de las masas de la tarea central que es el establecimiento del PODER OBRERO en Argentina.
Al plantear como CONSIGNA CENTRAL una consigna democrático burguesa, en una situación en la cual la clase obrera es la aplastante mayoría y la tarea central debe ser la transferencia del poder al proletariado, te guste o no, estás dando la impresión de que hay algún tipo de tercera vía, una etapa democrática que se encuentra entre la dictadura de la burguesía y un gobierno de los trabajadores. Y esto es extremadamente peligroso para la revolución y la clase obrera. Es particularmente peligroso en Argentina donde la izquierda tradicionalmente ha estado presionada por tendencias nacionalistas. El peligro es que en una determinada etapa la revolución puede ser desviada de su curso y ser llevada por el camino equivocado del frente populismo y la colaboración con los llamados sectores democráticos y patrióticos de la burguesía y la pequeña burguesía. Esto ya se vislumbra con relación al ARI, que no por casualidad ha hecho suya la consigna de la asamblea constituyente con el fin de cubrirse las espaldas y engañar a la gente mediante la adopción de una consigna que suena muy radical pero que no les compromete a nada.
Vemos el lío a que lleva una teoría falsa en la confusión de los partidos de izquierda con relación a la táctica electoral. Se han planteado toda clase de razones hábiles para justificar la táctica del boicot, pero no soportan un examen serio. El argumento principal es que nuestra consigna central es: ¡Qué se vayan todos! ¡Claro que sí! ¡Qué se vayan todos! Pero la pregunta es ¿cómo? Se nos dice, por medios revolucionarios y no parlamentarios. Pero la cuestión es cómo reunir las fuerzas que puedan conseguir este objetivo. Todo eso nos devuelve directamente al principio. Necesitamos una campaña seria y sostenida para ganar a las masas y no podemos abstenernos de ningún campo de actividad que nos permita agitar con nuestras ideas entre las masas, incluidas las elecciones.
Luis Zamora, antiguo diputado del MAS en el parlamento, gozaba de una gran popularidad como consecuencia de sus denuncias constantes de corrupción de la clase política argentina. Siendo el candidato de izquierda con más posibilidades de ganar -o, por lo menos, de ganar el mayor número de votos-, Zamora podía haber utilizado la oportunidad para denunciar todo el sistema corrupto, organizando mítines multitudinarios, y apareciendo en la prensa y la televisión. Desde el momento en que salió a favor del boicot, en la práctica se le silenció. La oportunidad de unir la izquierda en una gran campaña de denuncias se ha perdido. Y puesto que el partido de Zamora tiene un carácter fundamentalmente electoralista, se ha visto sumergido en crisis internas y escisiones.
Los beneficiarios de la miopía de Zamora serán sin duda el ARI, una formación política dirigida por Elisa Carrió. El ARI surgió de una escisión de los Radicales hace tres años. A pesar de su demagogia pseudo-izquierdista, es un partido burgués que defiende el capitalismo con un rostro humano (¡a saber lo que esto quiere decir!). Esta formación ganó una cierta popularidad como resultado de sus denuncias de casos de corrupción en la última etapa del gobierno De la Rúa. Pero no tiene ninguna base social significativa y apenas si tiene apoyo entre la clase trabajadora. Su militancia tiene una composición aplastantemente pequeño burguesa: abogados, periodistas, estudiantes y unos cuantos dirigentes de la CTA.
El ARI se opone a la reestatización de las empresas privatizadas. Ya dejó bien claro que, si gana las elecciones, llegará a un acuerdo con el FMI. Ni siquiera apoya el repudio de la deuda externa. Su consigna más radical es que quiere cambiar la Constitución mediante ¡una asamblea constituyente! De esta manera, espera meter a todos los elementos corruptos en la cárcel. ¡Ojalá fuera tan fácil! El ARI vive en un mundo de sueños pequeño burgués. Quiere capitalismo, pero no quiere éste capitalismo, con su explotación y corrupción, sino otro capitalismo, un capitalismo perfecto con un rostro humano, un mundo en que el león yacerá con el cordero y pasteles de miel crecerán en los árboles. Lamentablemente, no existe nada más que un tipo de capitalismo, y es en el que vivimos. Y aquellos que tratan de enseñar al tigre a comer ensaladas en vez de carne, suelen terminar en la barriga del tigre.
Carente de una base social real, el ARI se aprovechó astutamente de Zamora, con quien formó un bloque en agosto para exigir la dimisión de todos los diputados, senadores e intendentes. Su intención era la de ganar una parte de la base de Zamora lo que claramente han logrado. Habiendo conseguido este objetivo, se deshicieron de Zamora tan pronto como éste anunció su intención de boicotear las elecciones una postura que obviamente les pareció excesivamente a la izquierda. Ahora Carrió, la archioportunista, ha anunciado sus intenciones de presentarse a las elecciones con el propósito de cosechar los votos que hubieran correspondido a Zamora. También esta maniobra le está saliendo bien, puesto que las últimas encuestas la colocan en tercer lugar, al mismo nivel que Menem y detrás de Saá y Kirchner.
La decisión de Zamora de boicotear las elecciones no ha ayudado a la causa de la clase obrera, sino que la ha retrasado. Es verdad que muchos argentinos no votarán. Pero muchos otros que les repugna el gobierno actual y quieren manifestar su protesta en las urnas, se encontrarán con tener que elegir entre uno u otro candidato burgués. Los votos que tenían que haber ido a un candidato de la izquierda irán a la formación burguesa ARI y su candidata oportunista Carrió. Eso no puede ser bueno.
El grupo de Zamora, Autodeterminación y Libertad, está prácticamente escindido. ¡Naturalmente! Si se hubiera presentado a las elecciones, habría sido un punto de referencia para aglutinar a las fuerzas de la izquierda en una campaña nacional contra la derecha. Un candidato común de la izquierda habría creado las condiciones para una amplia campaña de agitación y propaganda a lo largo y ancho del país. Pero al no presentarse, Zamora favoreció a la burguesía y a la derecha, privando a los trabajadores, desocupados y pobres de una alternativa, y ha entregado el campo electoral a los enemigos de la clase obrera. ¡La burguesía no puede creerse su suerte!
Izquierda Unida (MST y el PC) sí anunciaron su intención de presentarse a las elecciones, aunque su atractivo, obviamente, es mucho menor que el de Zamora. El PO, denunció a casi todos los demás como electoralistas (¡se presenten o no a las elecciones!), pero en la práctica, tiene abierta la posibilidad a presentarse, y podrían hacerlo. En ese caso, tendremos el peor de todos los mundos, con el voto de la izquierda dividido entre candidatos que compiten entre sí, lo que dividirá y desorientará más al movimiento.
La confusión sobre las tácticas electorales en los partidos de izquierda es el resultado inevitable de la confusión ante las tácticas revolucionarias, en general, y confusión ante la etapa en la cual se encuentra la revolución. La consigna de la asamblea constituyente ¾ una consigna que no guarda relación con la situación real de Argentina y que fue introducida por los pelos ¾ ha provocado enorme confusión entre los activistas, como ya pronosticamos hace algunos meses.
¡Por una política de clase revolucionaria!
La revolución en Argentina es una revolución socialista o no es nada. La tarea central no es llevar adelante la revolución democrático burguesa, porque Argentina no es la Rusia zarista, sino un país capitalista relativamente desarrollado en el cual la clase obrera forma la mayoría decisiva de la población. El hecho de que la degenerada burguesía argentina haya destruido una parte importante de la infraestructura industrial del país en los últimos años, es otra cuestión. La tarea central es crear y generalizar comités y organismos que puedan dar coherencia y forma a la lucha por las demandas que puedan llevar el movimiento hacia delante. Estas demandas deben tener un carácter de clase, y deben tener el objetivo de vincular las luchas cotidianas de los trabajadores y los desocupados, a la tarea central del poder obrero.
Los embriones de estos comités ya existen en las organizaciones piqueteras y asambleas populares. El movimiento de los piqueteros ha jugado un papel muy importante y todavía está en la vanguardia. Sin embargo, incluso este maravilloso movimiento tiene puntos débiles que resultan dolorosamente evidentes para los activistas. Lo más importante de esta debilidad es la ausencia de unidad. Ya no hay excusa para la actual fragmentación del movimiento piquetero. No se puede justificar por ninguna razón objetiva. Los intereses de todos los piqueteros son muy similares. Sus demandas son prácticamente las mismas, como lo son sus tácticas. Pero están divididos en varias organizaciones separadas que marchan en momentos diferentes y en lugares diferentes. Esta división es francamente inexcusable, especialmente cuando su única fortaleza reside en la unidad.
Desgraciadamente, la única razón real para esta división reside en los grupos y partidos políticos que están a la cabeza del movimiento piquetero y que son reticentes a apoyar una fusión porque significaría la pérdida de control de un área importante de influencia. Esto es exactamente lo contrario de lo que se espera de una dirección revolucionaria. ¡Los intereses de la clase siempre deben ser lo primero! Lo que se necesita es un movimiento piquetero unido, democrático y de masas, donde cada tendencia política tenga el derecho a plantear sus ideas, consignas y programa, mientras que luchan por cada paso adelante y reforma que pueda aliviar las condiciones de los desocupados.
A pesar de las luchas colosales de los últimos doce meses, es evidente que el movimiento piquetero ¾ por sí mismo ¾ carece de la fuerza necesaria para llevar adelante la revolución hasta el final. Es absolutamente necesario vincularlo con el movimiento de los trabajadores en las fábricas y empresas. Esta unidad de los trabajadores y piqueteros es la condición previa para el éxito de la revolución. La idea de que es posible para los desocupados y los piqueteros tomar el poder sin los trabajadores en activo es una idea equivocada.
La debilidad principal del movimiento revolucionario en Argentina es precisamente que los grandes batallones de la clase obrera todavía no se han movido de una forma decisiva. Y cuanto antes la izquierda reconozca esto, mejor. La razón para esta inercia no es difícil de comprender. En unas condiciones de desocupación masiva, los trabajadores temen por sus empleos. Se aferran desesperadamente a su empleo, a pesar de la profunda caída del poder adquisitivo de sus salarios.
Por otro lado, la mayoría de los trabajadores están organizados en el sindicato peronista, la CGT, donde la burocracia parece tener firmemente el control y domina la situación con mano de hierro. Los trabajadores tienen la cabeza baja y los burócratas controlan la situación. Esta, al menos, parece ser la situación. Pero esto no puede durar. La profunda caída de los niveles de vida también afecta a los trabajadores de la CGT. El descontento está presente, aunque todavía no haya encontrado su voz. El punto de inflexión probablemente llegará después de las elecciones, especialmente si, como parece probable, gana un candidato peronista.
Los trabajadores exigirán mejoras salariales y de sus condiciones de vida. Esto se dará de una forma aún más contundente y rápida, sobre todo si la economía consigue algún tipo de recuperación, aunque ocurrirá de cualquier forma. Los burócratas sindicales se encontrarán bajo las presiones de la base y, a su vez, intentarán presionar al gobierno para que dé concesiones. Pero el gobierno estará todavía más presionado por la oligarquía y el imperialismo para que mantenga bajos los salarios y aplique una política de austeridad. El resultado será una creciente tensión entre los sindicatos y el gobierno, y una creciente crisis dentro de los sindicatos.
Una de las tareas más apremiantes del momento es la necesidad de desarrollar una oposición de izquierdas organizada dentro de los sindicatos, no sólo en la CTA, sino también en la CGT. Se harán todo tipo de objeciones, por supuesto: es imposible trabajar en la CGT, son peronistas, la burocracia es demasiado fuerte, nos expulsarán, y otras cosas por el estilo. Sí, conocemos la melodía, ¡y la letra también! Pero estos argumentos no son en absoluto argumentos. Lenin señaló hace tiempo que los bolcheviques trabajaban en todo tipo de sindicatos, ¡incluso en los sindicatos más reaccionarios organizados por la policía zarista entre los trabajadores!
No hay excusa, no puede haber excusa para no trabajar en las organizaciones de masas de la clase obrera para dirigir una lucha despiadada contra la burocracia. Al fin y al cabo, el destino de la revolución argentina dependerá de los resultados de este trabajo.
Paralelismos con la Revolución Rusa
La Revolución Rusa de 1917 duró nueve meses, durante los cuales hubo alzas y bajas. El auge revolucionario inicial en febrero ¾ que tiene muchas similitudes con la insurrección argentina del pasado mes de diciembre ¾ llevó a la formación de los soviets, en los cuales estaba representada no sólo la clase obrera, también el campesinado en la forma de soldados. El peculiar régimen conocido como doble poder duró hasta que el poder pasó a las manos de los soviets bajo la dirección del Partido Bolchevique.
Sin embargo, este proceso no fue automático ni suave. Las tormentosas manifestaciones de masas de mayo y junio, culminaron con los Días de Julio. En cada revolución de la historia se han visto acontecimientos similares. Su significado interno es el siguiente: un sector de las masas avanza más rápidamente que el resto. Está impaciente. Desea una solución rápida para la toma del poder, cuando la mayoría de la clase obrera todavía no ha sacado esta conclusión. Las capas más radicales creen que el movimiento no está avanzando al ritmo que ellas desean. Se ven afectadas por un ambiente de frustración y furia ante el hecho de que el poder parece alejarse de sus manos.
La furia de la vanguardia va a menudo dirigida tanto contra los sectores más inertes de su propia clase como contra el odiado enemigo de clase. En el caso de la Revolución Rusa esta dirección existía con el Partido Bolchevique de Lenin y Trotsky. Los bolcheviques eran conscientes en julio de que los trabajadores avanzados y los marineros de Petrogrado iban demasiado rápido y deprisa. La vanguardia se esfuerza en apretar la correa. La llamada a una insurrección armada en Petrogrado era realmente un intento de tomar el poder en la capital cuando las provincias más atrasadas todavía no estaban dispuestas a moverse.
Los bolcheviques se enfrentaban con un serio dilema. Los elementos ultraizquierdistas y anarquistas estaban urgiendo a los trabajadores y marineros a que tomaran el poder. Lenin y Trotsky intentaban contenerles. Finalmente, los bolcheviques se pusieron a la cabeza de la manifestación armada para controlar los enfrentamientos y que no tuvieran un efecto perjudicial. Lenin y Trotsky siempre comprendieron perfectamente la necesidad de evitar que los elementos más avanzados se separaran del resto de la clase, de ahí la consigna de Lenin: ¡explicar pacientemente!
Como era de prever, los acontecimientos de julio fueron utilizados por los provocadores del gobierno para provocar enfrentamientos sangrientos y el caos. Gracias a la política previsora y las tácticas flexibles de los bolcheviques, las pérdidas durante las Jornadas de Julio fueron mínimas. Pero las autoridades las utilizaron para pasar a la ofensiva, prohibiendo la prensa del partido y arrestando a sus dirigentes. Lenin tuvo que irse al exilio en Finlandia.
Durante la mayor parte de julio y agosto la reacción reinó en Rusia. Pero los bolcheviques continuaron con el trabajo paciente de ganar la mayoría en los soviets y los sindicatos, la mayoría de los cuales estuvieron dominados por los mencheviques hasta la víspera de Octubre, mientras que los soviets estaban controlados por los mencheviques y social-revolucionarios, al menos hasta Septiembre-Octubre. En realidad, varios sindicatos clave, como el ferroviario, permanecieron hostiles al poder soviético incluso después del triunfo de la insurrección.
La consigna: Todo el poder a los soviets fue planteada por Lenin en un momento en que los soviets estaban bajo la dirección de los mencheviques y social-revolucionarios. A Lenin nunca se le ocurrió proponer la creación de soviets separados o sindicatos revolucionarios. La táctica de los bolcheviques era realizar un trabajo paciente dentro de los soviets y sindicatos para ganar a la mayoría para la revolución. El hecho de que estas organizaciones estuvieran bajo el control de elementos pro-burgueses que estaban aplicando una política contrarrevolucionaria (en un momento en que Lenin los caracterizó como soviets contrarrevolucionarios) no tenía la más mínima importancia.
Es verdad que en julio y agosto, cuando los dirigentes de los soviets estaban poniendo en práctica una política abiertamente contrarrevolucionaria, Lenin, durante un tiempo, defendió el abandono de la consigna todo el poder a los soviets, a favor de una consigna diferente: ¡todo el poder a los comités de fábrica!. Pero esto fue un error. Al seguir con el trabajo paciente en los soviets, y aplicando una política inteligente de frente único, los bolcheviques consiguieron ganar la mayoría en los soviets (y también en muchos sindicatos) en Septiembre-Octubre. Sólo entonces se planteó la cuestión de la insurrección.
La razón para que la revolución de Octubre fuera casi incruenta (al menos en Petrogrado) fue que nueve décimas partes del trabajo se había hecho durante los nueve meses anteriores de agitación, propaganda y organización.
Y la revolución española
La comparación con la revolución española de 1931-37 es incluso más contundente. La revolución española comenzó con el derrocamiento de la monarquía en 1931. En muchos sentidos fue similar al derrocamiento de De la Rúa el pasado mes de Diciembre. Las masas entraron en escena con una fuerza elemental. Pero, como en febrero de 1917, la debilidad del factor subjetivo permitió al régimen burgués conseguir un equilibrio temporal e inestable.
En los años que siguieron, hubo muchas alzas y bajas. Las huelgas tormentosas y las manifestaciones de 1930-31 terminaron con la llegada de la reacción. Las masas estaban desencantadas y hundidas en la apatía, interrumpidas por las insurrecciones aventureras de los anarquistas. Después, en 1934, los trabajadores asturianos se levantaron para derrotar la amenaza del fascismo. El aplastamiento de la Comuna Asturiana llevó a un período de reacción negra ¾ el bienio negro ¾ con miles de trabajadores asesinados y encarcelados. Sin embargo, incluso estos dos años de reacción negra ¾ el equivalente al período de julio-agosto de 1917 ¾ , acabaron con un nuevo período de insurrección revolucionaria en 1936-7, con la elección del gobierno del Frente Popular y la guerra civil.
¿Esto significa que la revolución argentina seguirá el mismo camino que las revoluciones española y rusa? En absoluto. La historia no se repite de una forma tan mecánica. Hay muchas diferencias, cruces de camino, etc., Pero lo principal es ver que la revolución argentina todavía no recorrió su curso, como piensan algunas personas, ni agotó su potencial. Más bien lo contrario.
Por utilizar una analogía militar, la revolución argentina hasta ahora solamente utilizó su brigada ligera para el propósito de reconocer el campo de batalla y probar las defensas del enemigo. Ha habido escaramuzas importantes, pero todavía no se libraron las batallas decisivas. Mientras tanto, las fuerzas de la clase obrera están intactas, y esperan la llamada a la batalla. Esta llamada inevitablemente vendrá.
En cualquier guerra es inevitable que las tropas que estuvieron en primera línea en algún momento se retiren, agotadas por el combate que parece no tener final. Los síntomas de cansancio, desencanto e incluso desilusión se pueden sentir. El deber de la dirección, que se supone tiene una comprensión más profunda y amplias del conflicto que el soldado medio, es animar a las tropas y darle el coraje necesario para regresar a la batalla.
Sin embargo, un buen dirigente nunca intentará engañar a sus tropas con información falsa. Si la situación es difícil, deben decirlo. Debe, sobre todo, no pedir a sus tropas que avancen en una situación en la cual un movimiento puede provocar que el ejército se haga añicos. Un general que sólo conoce la orden: ¡Adelante!, pronto reducirá sus tropas a polvo. En política ocurre lo mismo.
El marxismo y el sectarismo
Trotsky dijo en una ocasión que, mientras que las perspectivas son una ciencia, la táctica es un arte. No basta con tener una comprensión general de la necesidad de la revolución. También es necesario ser capaz de seguir la revolución a través de todas sus etapas diferentes y ajustar a ellas la táctica de la vanguardia.
El pasado mes de diciembre las masas demostraron que eran lo suficientemente fuertes para derribar al gobierno y llevar al sistema burgués a una crisis de la que todavía realmente no se ha recuperado. Pero no fueron lo suficientemente fuertes para acabar con el régimen burgués y tomar en sus manos el poder.
Exactamente un año después, se ha convocado una manifestación de masas para el 20 de diciembre. Sin duda la respuesta será impresionante. Pero aquellos que esperan una repetición de los acontecimientos del pasado diciembre quedarán desencantados. El movimiento de masas no puede estar permanentemente en un estado de ebullición, no se puede abrir y cerrar como el agua que sale de la canilla. Después de los esfuerzos colosales del año pasado, el movimiento necesita un tiempo para absorber las lecciones, extender su influencia, fortalecer sus organizaciones y prepararse para la siguiente fase de lucha.
Las masas de la clase obrera aprenden de la experiencia, particularmente de la experiencia de los grandes acontecimientos. Argentina está en víspera de grandes acontecimientos, que sacudirán los cimientos de la sociedad. Una y otra vez las masas se moverán para tomar el poder. Habría muchas derrotas y retrocesos. Pero en el curso de la lucha, cada vez ingresarán más capas a la lucha de clases. Las ideas y consignas que hoy son escuchados por una minoría, en el futuro llegarán a cientos de miles y millones.
El elemento decisivo en esta ecuación es el partido y dirección revolucionarios. No obstante, en la actualidad, muchos activistas ven la idea de los partidos políticos y la dirección con profunda desconfianza. Ven en esto una amenaza a la autonomía de sus organizaciones de masas. Esta desconfianza es sistemáticamente animada por todo tipo de elementos anarquistas y semianarquistas que denuncian en voz alta a todos los dirigentes y defienden supuestamente nuevas ideas (que realmente pertenecen a la prehistoria del movimiento obrero).
Desgraciadamente, este ambiente anti-partido y anarquista son, al menos en parte, el resultado de la mala política y la conducta sectaria de algunos que se hacen llamar marxistas.
La lógica de estos elementos anti-partidistas es muy pobre. Toda su sabiduría se reduce a la idea, que repiten hasta la saciedad: Los partidos políticos son malos. Los dirigentes son malos. No los necesitamos. Pero, ¡esperá un momento! Si nos aprietan los zapatos no sacamos la conclusión de que hay que ir descalzos. Si la comida es mala, no abogamos por pasar hambre. Buscamos un nuevo par de zapatos y una buena y nutritiva comida para llenar la tripa. Si un obrero tiene que trabajar con herramientas malas, que dan malos resultados, no saca la conclusión de que hay que prescindir de herramientas en general, lo que significaría unos resultados peores aún, sino que hacen falta unas herramientas nuevas y mejores. Si tenemos médicos y maestros malos en los hospitales y colegios, la solución es la de exigir médicos y maestros mejor preparados, y no la de abogar por una sociedad analfabeta donde las viejas pronuncien hechizos mágicos sobre gente enferma.
Las ideas de los anarquistas, como Trotsky dijo en una ocasión, son como un paraguas lleno de agujeros ¾ inútil precisamente cuando llueve ¾ Es obvio que la alternativa a una mala dirección no es la no-dirección, sino una buena dirección, es decir, una dirección que defienda consistentemente los intereses de la clase obrera. También está claro que estos elementos, que denuncian a todos los dirigentes, aspiran a la dirección una dirección que sin lugar a dudas será tan mala como la que ellos critican, si no peor.
Es un hecho constatable que siempre existe una dirección. Incluso en una huelga de media hora, alguien tiene que entrar en el despacho del gerente para defender las peticiones de los trabajadores. ¿Quién es esta persona? ¿Un elemento accidental? No, es alguien de quien los trabajadores se fían para plantear su caso de la mejor forma posible. Es un compañero del que saben que es el mejor equipado para defender sus intereses. Alguien que tiene la valentía y el conocimiento para discutir con los jefes. Esto ya es dirección, y no podemos prescindir de ella. Los dirigentes naturales de la clase trabajadora están presentes en todo comité de huelga y en cada grupo de piqueteros. Sin esta gente no sería posible organizar una huelga, una manifestación o una olla comunitaria. Todo el mundo sabe esto.
Las tareas de organizar huelgas, manifestaciones y ollas comunitarias son suficientemente complicadas, pero las tareas de preparar la transformación socialista de la sociedad son mucho más complicadas. Requieren una preparación seria y la educación sistemática de cuadros durante un periodo de tiempo. Este es el significado del partido revolucionario, el cual no puede improvisarse. Las masas aprenden a través de su experiencia de la lucha de clases, pero la idea de que este proceso de aprendizaje colectivo a través de aproximaciones sucesivas puede sustituir al partido revolucionario es extremadamente insensata.
El movimiento revolucionario no puede prescindir de cuadros bien entrenados. No puede prescindir de la teoría. Esto debería de ser evidente para cualquier trabajador. Un carpintero que instala el marco de una ventana en una casa no realiza esta tarea de esa forma. No intenta trabajar mediante un proceso de aproximaciones sucesivas, sino que aplica las lecciones que ha recibido en un largo proceso de aprendizaje. Lo mismo es verdad de cualquier otra ocupación, sea la de cocinero o de cirujano. Un cocinero que no tenga idea de cómo preparar los alimentos y simplemente se dedicase a hacer experimentos provocaría indigestión a mucha gente. ¿Y cuántos de nosotros estaría contento de ponerse en manos de un cirujano que no tuviera la más mínima idea de cómo manejar un bisturí, y se dedicase a experimentar con nuestro cuerpo?
Efectivamente, la clase trabajadora aprende de su experiencia colectiva, y ésta es tremendamente importante. Sin duda, la clase trabajadora en Argentina aprendió más en los últimos 12 meses turbulentos que en los anteriores 20 años. Pero hay un problema. Una situación revolucionaria es necesariamente limitada en el tiempo y los errores que se cometan en una revolución se pagan con un precio muy alto. Aquí está en juego no la vida de una persona, como es el caso con un cirujano, sino las vidas de mucha gente. ¡No podemos abordar esta cuestión de una forma frívola! Y está muy claro que la diferencia entre tener una dirección seria y no tenerla es muy a menudo la diferencia entre la victoria y la derrota, entre la vida y la muerte. No entender esto es no entender nada acerca de la revolución.
Por dirección no tenemos en mente un pequeño grupo de intelectuales que dictan a la clase obrera desde lo alto y que manipulan el movimiento de masas de una forma burocrática. ¡Ese nunca fue el método del Partido Bolchevique de Lenin y Trotsky! La tarea de la vanguardia es trabajar paciente y lealmente hombro con hombro con las masas, impulsar la lucha hacia delante, mientras que al mismo tiempo emprende un diálogo amistoso con las masas, escucha sus ideas y responde a sus inquietudes. Donde estemos en minoría, debemos aceptarlo tranquilamente y trabajar pacientemente para ganar la mayoría con métodos democráticos. Sólo de esta forma podremos construir un partido revolucionario marxista genuino en Argentina, o en cualquier otro sitio.
Las denuncias sectarias estridentes, fomentar divisiones en el movimiento de masas con objetivos sectarios y burocráticos, maniobras por arriba para mantener el control, estos métodos son un anatema para el genuino marxismo. Proceden de la ciénaga del estalinismo, y es allí donde deben permanecer.
Hace mucho tiempo, en las páginas de "El manifiesto comunista", Marx y Engels señalaron que los comunistas no forman un partido separado y opuesto a los otros partidos obreros. No conforman y moldean el movimiento con principios sectarios. Los comunistas se distinguían de los demás trabajadores sólo por dos cosas: que en cada lucha de la clase obrera siempre eran los elementos más militantes y revolucionarios, y que sólo ellos tienen la ventaja de tener un programa y perspectivas claros, y finalmente, por encima de todo, que son INTERNACIONALISTAS y no nacionalistas.
Ante este glorioso aniversario es necesario que la vanguardia haga un balance de los acontecimientos del último año, prestando una atención seria a los aspectos débiles y fuertes del movimiento, sacando todas las lecciones y planteando las tareas del próximo período de una forma que pueda llevar al fortalecimiento de la vanguardia, para situarse al nivel que exigirá la próxima etapa decisiva de la revolución argentina.