Tambores de guerra en Washington o la última posibilidad de Bush

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El sonido de los tambores de guerra está una vez más reverberando en los corredores de poder en Washington. A pesar de todas las negativas oficiales, hay claros signos de que la camarilla que está en la Casa Blanca está contemplando con seriedad llevar a cabo ataques aéreos contra Irán. El sonido de los tambores de guerra está una vez más reverberando en los corredores de poder en Washington. A pesar de todas las negativas oficiales, hay claros signos de que la camarilla que está en la Casa Blanca está contemplando con seriedad llevar a cabo ataques aéreos contra Irán.
Desde esta página web nunca creímos que EEUU invadiría Irán. Si lo hacía eso sería encontrarse con un pueblo en pie que lucharía hasta la muerte para echarlos. Además, Irán tiene un ejército poderoso que sería bastante capaz de enfrentarse a las fuerzas norteamericanas y romperles la nariz. Teherán recientemente compró misiles capaces de atacar barcos de guerra norteamericanos en el Mediterráneo. Un ataque a Irán tendría consecuencias imprevistas.
Una guerra terrestre en Irán está por tanto descartada. Pero los ataques aéreos son otra cuestión. Tanto Washington como Tel Aviv están alarmados ante la perspectiva de un Irán con armas nucleares y Arabia Saudí lo está aún más. George Bush y la camarilla gobernante de derecha que lo asesora está defendiendo en público un “primer ataque” contra las instalaciones iraníes que según ellos están fabricando armas nucleares. Es bastante probable que en algún momento puede poner en práctica estas amenazas, ya sea directamente o, si pudieran zafarse de esto, utilizando la fuerza aérea israelí.
La verdadera razón de esta nueva beligerancia es que están perdiendo la guerra en Iraq. Bush está intentando culpar de todos sus problemas al apoyo iraní a la insurgencia. Pero esto está muy lejos de la realidad. Con o sin la participación iraní, la insurgencia en Iraq continuaría infligiendo bajas a las fuerzas estadounidenses.
Por su parte, Ahmadineyad está jugando a un juego peligroso. Está utilizando el sentimiento antiimperialista natural de las masas iraníes para apuntalar el régimen de los mulás, que después de casi treinta años en el poder es tremendamente impopular. Para conseguir apoyo, está intentando basarse en el anti-americanismo y la hostilidad hacia Israel. La celebración de una conferencia que pretendía demostrar que el Holocausto fue un fraude, era una clara provocación a Israel, donde la clase dominante está buscando una excusa para castigar a Irán y recuperar algo del prestigio perdido cuando recibió un golpe en las narices por parte de Hezbolá en Líbano.
Sin embargo, la postura de Ahmadineyad no es tan fuerte como podría parecer. Las recientes elecciones demostraron una caída de apoyo a su gobierno de línea dura y un aumento del apoyo de los “reformadores”. Está bajo la presión del clero islámico que teme llevar la situación demasiado lejos. Están intentando empujarlo hacia una posición más “moderada” y contenerlo. Su comportamiento y declaraciones recientes parecerían confirmar que él está doblegándose a esta presión.
Si se intensificara la situación e Israel bombardeara Irán, esto llevaría a una explosión de furia a través de todo Oriente Medio y más allá. Sin embargo, no está claro que los propios israelíes estuvieran dispuestos a hacer el trabajo sucio para Washington (aunque a los halcones sionistas les gustaría hacerlo). Están en una situación difícil después de la debacle del año pasado en Líbano. Por lo tanto, Bush puede no tener otra alternativa que la de dar la orden él mismo.
Bush ha estado haciendo declaraciones contradictorias, en un momento diciendo que no tenía intención de atacar Irán, en otro pronunciando discursos rimbombantes sobre cómo iba a detener tanto a Siria como a Irán. Esto refleja las distintas presiones bajo las que está en EEUU. El hecho es que él está trasladando el material militar necesario a la región del Golfo que le permitiría bombardear Irán. Este hecho va acompañado con más de cien negativas verbales por parte de Bush. Pero si bombardea Irán las consecuencias serán enormes.

La derrota en Iraq

Debemos recordar que el ejército norteamericano sólo invadió Iraq cuando ya estaba de rodillas, desangrado por años de sanciones y con sus fuerzas armadas seriamente debilitadas. Desde un punto de vista estrictamente militar, el resultado de la invasión encabezada por EEUU a Iraq nunca estuvo en duda. Las fuerzas de la coalición tomaron Bagdad con una relativa facilidad. Incluso así, lo que parecía una victoria relativamente fácil se ha convertido en una pesadilla para EEUU. Con 150.000 soldados armados con el armamento más moderno y sofisticado, apoyados por satélites, las fuerzas estadounidenses han fracasado totalmente en su objetivo. Iraq ahora está en una situación de absoluto caos.
El costo para EEUU es extremadamente elevado y continúa aumentando en todo momento. Los estadounidenses ya han perdido más de 3.000 soldados y han sufrido miles de heridos. En cuanto al número de bajas iraquíes, nadie sabe cuál es la situación real, pero algunos cálculos sitúan esa cifra en medio millón de personas. Esto es conocido, en la fría jerga sangrienta del Pentágono, como “daño colateral”.
El objetivo de esta guerra, como de cualquier guerra imperialista, es simple: saqueo. La camarilla derechista que rodea a George Bush hablaba mucho sobre la “introducción de la democracia en Oriente Medio”, hablar ahora sobre eso sólo se encuentra con sonrisas irónicas en los corredores del Congreso. En realidad, detrás de la cara sonriente de la “democracia norteamericana”, estaba (y siempre está) la avaricia voraz de los grandes monopolios, los barones del petróleo (con estrechos vínculos con George Bush y su familia, además de Condoleezza Rice) y grandes empresas contratistas como Halliburton (con vínculos estrechos con Dick Cheney).
George W. Bush, este reaccionario texano, inmediatamente se rodeó de personas similares a él: reaccionarios tenaces como Donald Rumsfeld y Dick Cheney. Ellos tenían una camarilla de asesores, intolerantes religiosos de derecha y fanáticos del libre mercado, como John Bolton y Paul Wolfowitz. Este último ahora ha sido recompensado por sus servicios prestados al ser nombrado presidente del Banco Mundial, en cuyo papel ha adquirido recientemente fama mundial al presentarse en una mezquita turca con agujeros en los calcetines.
El problema con la derecha republicana, sin embargo, no son tanto los agujeros en los calcetines como los que tienen en sus cerebros. Desde el mismo principio esta camarilla de fanáticos religiosos de derecha tuvo un firme control sobre el pensamiento del presidente (si se puede utilizar adecuadamente este término que describe las actividades que suceden dentro del cráneo de George W. Bush).
Un hombre sin una educación apreciable, cuyos horizontes intelectuales no parecen ir más allá de los límites de su rancho tejano y cuyo conocimiento de la literatura mundial no va más allá del Primer Libro del Génesis, escuchó gustosamente las fantasías macabras de esta banda de charlatanes y maleantes, especialmente cuando mencionaban la palabra mágica: petróleo.
Mucho antes del 11 de septiembre, es bien conocido que esta banda había elaborado un plan para atacar Iraq. Esto no tenía nada que ver con Al Qaeda (que entonces estaba totalmente ausente de Iraq) ni con armas de destrucción masiva (que no existían), y ciertamente no eran el producto de ningún deseo ardiente de ayudar al pueblo iraquí y restaurar la democracia. Detrás de todas las maravillosas frases encontraremos los desnudos intereses de los grandes monopolios, codiciosos por poner las manos en el petróleo de Iraq.
Sin embargo, como en política la codicia por el beneficio no suele inspirar demasiado entusiasmo entre la opinión pública, ni despierta el espíritu de lucha necesario para conseguir apoyo, o al menos el consentimiento pasivo, en una guerra se deben encontrar otros factores motivadores. Para la camarilla dominante en Washington, los acontecimientos del 11 de septiembre llegaron como un maná caído del cielo. De la noche a la mañana encontraron la excusa necesaria para poner en práctica los planes que ellos habían estado encubando por detrás de las espaldas del pueblo estadounidense.

La ambición personal de Bush

La principal motivación para la carnicería brutal de Iraq era tanto económica como política: el deseo de ocupar y saquear las enormes reservas petroleras iraquíes y la determinación de aplastar un régimen que no estaba dispuesto a “cooperar” con los objetivos del imperialismo norteamericano en el estratégicamente vital Oriente Medio. Sin embargo, para George W. Bush había sin duda otra motivación adicional, de una naturaleza más personal.
George Bush padre había presidido la Primera Guerra del Golfo, que consiguió su objetivo inmediato (echar a Iraq de Kuwait) pero no el objetivo real: derrocar a Sadam Hussein. En aquel momento los estrategas del Capital en Washington consideraron la posibilidad de invadir Iraq pero la descartaron. Pensaron que los riesgos eran demasiado grandes. Así que el ejército estadounidense se quedó en la periferia de Iraq. Miraron hacia el abismo y se retiraron. Esto fue considerado por los apóstoles de la derecha republicana como un acto de debilidad imperdonable, rayando la alta traición.
Ahora tenían un pupilo dispuesto en la Casa Blanca y no iban a desperdiciar la oportunidad. “No seas tan debilucho como tu padre” susurraban a la atenta oreja de George W. Bush. “Puedes triunfar donde él fracasó. Puedes hacerlo. ¡EEUU es grande! Dios está de nuestra parte. ¡Hagámoslo!” Y George W. Bush escuchaba. En su pecho ardía una sed inagotable de Gloria, hacer algo grande por EEUU. ¡Maldición! “¡Aparecer en los libros de historia!” Este ultimo punto sin duda lo conseguirá, pero no exactamente de la forma en que él quería.
Personalmente, George W. Bush es un cobarde y un pelele. Eludió el servicio militar durante la Guerra de Vientam. Pero como todos los cobardes y debiluchos, le gusta proyectar la imagen de un hombre fuerte. De ahí la absurda charada cuando apareció vestido con traje militar (aunque fuera un desertor del ejército) y con chaleco antibalas (aunque no hubiera ninguna bala a la vista) a bordo de un barco de guerra norteamericano (¿no podía encontrar un lugar de aterrizaje más adecuado?) para anunciar ante las ovaciones de los marineros: “Misión cumplida”
Sólo cuatro años más tarde la misión está muy lejos de estar cumplida. Todo lo contrario, la misión ha terminado en un fracaso ignominioso y Bush está luchando por rescatar algo de los restos del naufragio, mientras que públicamente grita que la victoria es aún posible (es dudoso de que incluso él se crea esto).

La clase dominante estadounidense está alarmada

Ni la potencia más rica sobre la Tierra puede tolerar durante tanto tiempo una hemorragia de sangre, sudor y oro. Cuatro años después de la invasión, más de 3.000 soldados norteamericanos han muerto y se han gastado más de 300.000 millones de dólares. Las últimas elecciones al Congreso demostraron claramente que la mayoría de los estadounidenses han perdido la esperanza y quieren salir de Iraq. Pero George W. Bush piensa de otra manera. Sigue firmemente convencido de que la “victoria” está a la vuelta de la esquina, y que Oriente Medio está ansiosamente esperando las bendiciones de la democracia estadounidense.
La clase dominante de EEUU está alarmada. En un intento de inyectar algún elemento de pensamiento racional en el procedimiento, preparó la creación de una comisión especial sobre Iraq (el Grupo de Estudios Iraquíes) copresidida por James Baker, un antiguo secretario de estado. Esta era una comisión bipartidista encabezada por un veterano estadista que es un representante de más confianza para el establishment norteamericano que el titular de la Casa Blanca.
Lo que recomendaba el Grupo de Estudios Iraquíes tenía al menos algo de sentido desde el punto de vista del imperialismo norteamericano. En realidad decía: “Debemos aceptar los hechos: hemos perdido la guerra en Iraq. Es inútil continuar un conflicto sin posibilidades de ganar. Debemos reducir nuestras pérdidas y salir lo antes posible. Por supuesto, no podemos hacer esto inmediatamente porque eso significaría el caos. Debemos construir un gobierno, un estado y un ejército iraquíes estables. Eso significa que debemos tener un gobierno de coalición. Esto sólo es posible si conseguimos también la ayuda de Siria e Irán. Por lo tanto debemos comenzar construyendo puentes con estos estados”.
Sí, desde el punto de vista del imperialismo norteamericano este era muy buen consejo. ¿Cuál fue la reacción de George Bush? Ignoró la estrategia de “retirada controlada” defendida por el Grupo de Estudios Iraquíes y en su lugar defendió la teoría del “oleaje”, una idea propuesta por el Instituto de Empresa Americana (IEA), un comité de expertos de derecha, apoyado por Jack Keane, un general retirado de cuatro estrellas y antiguo vicejefe del estado mayor del ejército.
El general Keane está detrás de un informe del IEA llamado “Eligiendo la victoria: un plan para el éxito en Iraq”, escrito por Frederick Kagan, un académico militar y publicado el 5 de enero. Este defendía un envío de tropas de aproximadamente 35.000 soldados. La seguridad, según escribía Kagan, era la precondición para una solución política, no había otra opción. Sólo ofreciendo una protección creíble los estadounidenses podrían socavar el apoyo a las milicias. Pero en realidad, no se puede garantizar ninguna seguridad ni siquiera con tres veces ese número de soldados. Todos estos lunáticos de derecha pasan por alto el pequeño detalle de que el ejército estadounidense ya está excesivamente forzado.
En un discurso televisado para todo el país, el 10 de enero, el presidente anunció que enviaría más de 20.000 soldados extra a Iraq, en su mayor parte para ayudar a las fuerzas iraquíes en su nueva campaña para asegurar Bagdad. Unos 4.000 soldados serían enviados a la violenta provincia occidental de Anbar. Unidades norteamericanas se “incrustarán” dentro de las formaciones iraquíes para ayudarlas a arrebatar los barrios a los grupos armados. El nuevo esfuerzo militar será complementado con medidas económicas, políticas y diplomáticas. Los comandantes y funcionarios estadounidenses tendrán más autoridad para gastar dinero, se nombra un “coordinador para la reconstrucción” en Bagdad y el primer ministro iraquí, Nuri al-Miliki, tendrá una “cota” política firme.
En otras palabras, Bush ha hecho un corte de mangas a Baker y al Grupo de Estudios Iraquíes. Ha rechazado llegar a un acuerdo con Irán y Siria. En su lugar, acusó a estos países de ser la causa de la violencia en Iraq. Confirmó el despliegue de un grupo extra de portaaviones de ataque y baterías antimisiles Patriot en Oriente Medio. Esto fue un aviso de que no sólo está dispuesto a intensificar la implicación militar de EEUU en Iraq, sino que también se guarda la opción de un ataque militar contra Irán.

El programa nuclear de Teherán

La excusa de esto es la sospecha de desarrollo de armas nucleares por parte de Teherán. Es bastante obvio que los iraníes están realmente intentando desarrollar tecnología nuclear. Teherán alega que es para usos pacíficos. Puede que sí, pero es difícil entender por qué un país que está asentado sobre unas inmensas reservas de petróleo y gas necesitaría desarrollar energía nuclear. Si se trata de desarrollar fuentes alternativas de energía, hay mucho sol para la energía solar. Por lo tanto, la adquisición de energía nuclear debe estar relacionada con propósitos militares.
Esta es la causa del enojo justificado de Washington, París, Londres y Tel Aviv. Todas las naciones antes mencionadas poseen armas nucleares. Así que su objeción no puede estar basada en razones morales o pacifistas. No tienen objeciones de principios a las armas nucleares. Sólo ponen objeciones a que otros pueblos posean este tipo de cosas. Tan intenso es su disgusto a que otros países tengan armas nucleares que George Bush y su perrito faldero en el número diez de Downing Street (Blair, hombre devotamente religioso con un cariño apasionado hacia las armas nucleares de Gran Bretaña) invadieron Iraq, un estado supuestamente soberano, porque ellos “sospechaban” (o decían sospechar) que tenía “armas de destrucción masiva”.
Todos sabemos ahora que esto era mentira. Iraq no tenía este tipo de armas. Si las hubiera tenido quizá los agresores que han destrozado el país y lo han convertido en ruinas, lo habrían pensado dos veces antes de invadirlo. Lo cierto es que EEUU no ha intentado invadir Corea del Norte, que se burla abiertamente ante Washington y públicamente alardea de su arsenal nuclear. Washington se queja y murmura amenazas pero no hace nada. Como todos los bravucones, el imperialismo estadounidense sólo ataca al débil, pero evita atacar un país que tenga capacidad y esté dispuesto a defenderse.
Las lecciones de todo esto no pasan desapercibidas para Teherán. Si Sadám Hussein fue derrotado, al menos en parte, porque no tenían miedo de que él tuviera armas de destrucción masiva, entonces lo más juicioso sería conseguir algunas y más pronto que tarde. Desde el punto de vista de la moralidad, esto puede que sea muy lamentable, pero desde el punto de vista militar la lógica es impecable. Desgraciadamente, la experiencia reciente de Iraq demuestra que el mundo no se rige estrictamente según las leyes de la moralidad y que las armas juegan un papel determinante en el mundo.

La mayoría de los iraquíes quieren a las tropas de EEUU fuera

El hecho claro es que los estadounidenses han sido derrotados en Iraq, no debido a la interferencia extranjera, ya sea de Siria, Irán o cualquier otro país, sino porque la aplastante mayoría de los iraquíes no los quieren allí. Este hecho se puede ver en todas las encuestas publicadas y en todas las entrevistas con gente en las calles de Bagdad y Basora. La respuesta siempre es la misma ya sea chií o suní el entrevistado: “Queremos que los invasores se vayan”.
George W. Bush, con su infinita sabiduría, ha decidido que el culpable real de la insurgencia está en Damasco o Teherán. Promete “detener la interferencia de Irán y Siria, destruir sus redes”, pero no dice nada sobre la burda interferencia de los estadounidenses en los asuntos internos iraquíes. No menciona el hecho de que, cuatro años después de la brutal violación de su soberanía nacional por parte de EEUU y sus aliados, Iraq todavía es un país ocupado sin voluntad propia, incapaz de decidir su propio destino. La culpa de esta tragedia no está en la puerta de Siria e Irán, sino en la de EEUU, Gran Bretaña y en la llamada “coalición de aliados”, es decir, sus socios de crimen.
Increíblemente, parece que Bush, en lugar de aprender su lección, se está preparando para repetir su metedura de pata original pero a una escala aún mayor. Constantemente provoca a Irán, buscando un pretexto para llevar a cabo algún tipo de acción militar. De este modo, el 11 de enero, tropas estadounidenses asaltaron la oficina consular iraní en el norte de Iraq. Más recientemente, dicen que más de cien hombres de servicios norteamericanos han sido asesinados en Iraq con armas fabricadas en Irán y que tienen “prueba” de esto. Estas declaraciones nos recuerdan forzosamente el tipo de pretensiones violentas sobre las armas de destrucción de masas que fueron utilizadas para preparar a la opinión pública para la destrucción de Iraq.
En su discurso de enero, Bush admitió que había cometido “errores” (sin especificar), pero después pasó a aceptar que era probable que más estadounidenses murieran, y dijo a su audiencia que no esperase “una ceremonia de rendición sobre la cubierta de un barco de guerra”. La guerra, dijo Bush, era parte de la “lucha ideológica decisiva de nuestra época”. El fracaso sería una catástrofe: la caída del gobierno iraquí, “asesinatos de masas a una escala inimaginable”, el fortalecimiento del Islam radical a través de Oriente Medio, peligro para los gobiernos moderados, la creación de un paraíso seguro terrorista e Irán envalentonado para la construcción de bombas atómicas.
Después de haber tranquilizado los nervios de la nación norteamericana, el presidente pasó triunfalmente a presentar su solución: decidió redoblar el esfuerzo bélico enviando más de 20.000 soldados nuevos a Iraq.

La memoria de Richad Nixon

Este tipo de comportamiento recuerda mucho al del presidente Richard Nixon en los últimos años de su presidencia. Cuando ya estaba claro para los estrategas del Capital que la guerra en Vietnam era una causa perdida, que era necesario encontrar una estrategia de salida, Nixon tercamente decidió luchar e incluyó extender la guerra a Camboya, donde las fuerzas estadounidenses estaban realizando una guerra secreta contra las guerrillas “comunistas”.
Esto llevó a un aumento de la protesta dentro de EEUU y a una radicalización general, especialmente de los jóvenes y con tintes revolucionarios. El ambiente de los soldados norteamericanos en Vietnam era abiertamente de rebeldía, con casos frecuentes de insubordinación e incluso asesinato de oficiales. Un general estadounidense incluso comparó el ambiente de los soldados norteamericanos con el de la guarnición de Petrogrado en 1917.
Frente a esta situación, la clase dominante norteamericana decidió librarse de Nixon, a quien veían como un desequilibrado fuera de control. El establishment tiene maneras y medios de hacer este tipo de cosas sin recurrir a las elecciones. Crearon un escándalo, el célebre caso Watergate, para acabar con él, en realidad fue un golpe palaciego.
Esto no tuvo nada que ver con los asuntos en cierta forma triviales que aparecieron en el Juicio Watergate que sólo era el tipo de embuste menor que ocurre continuamente tras bambalinas en la política norteamericana. Nixon fue destituido pero por razones más importantes: porque era un aventurero que se había sobrepasado y escapado al control del establishment, es decir, de los consejos de administración de los grandes bancos y monopolios que realmente gobiernan EEUU.
Como Nixon, Bush ahora se encuentra casi solo. Su única base de apoyo consiste en la camarilla de fanáticos derechistas de la Casa Blanca. Obviamente ellos están convencidos para ignorar el consejo del Grupo de Estudios Iraquíes (es decir, ir en contra del establishment). La camarilla derechista le aconsejó contra cualquier acuerdo con Siria e Irán. John Bolton, el mayor bocazas de esta banda derechista, ahora exige de manera beligerante medidas contra Irán. En otras palabras, están empujando a EEUU hacia el abismo.
Este comportamiento insano ahora está provocando alarma en los círculos militares. El general John Abizaid, jefe del Mando Central que supervisa la estrategia norteamericana en Iraq y Afganistán, ha rechazado la idea de una “oleada” de fuerzas. Sólo hace tres meses dijo ante una comparecencia en el Senado que aumentar el nivel de tropas a 20.000 más sólo tendría un “efecto temporal” en la seguridad. Pero que eso retrasaría el día en que las fuerzas iraquíes tomarían el control y, si se prolongaba, pondría una carga insoportable sobre las fuerzas terrestres estadounidenses que ya están más allá de los límites de resistencia.
En el pasado, George W. Bush siempre dijo que él defería de sus jefes militares pero en esta ocasión es que no ha seguido su consejo. En su lugar, destituyó al general Abizaid y remodeló las figuras claves de su equipo iraquí. El general John Casey, comandante en Iraq, ha sido “ascendido” para convertirse en el jefe del estado mayor. El embajador en Bagdad, Zalmay Khalilzad, ha sido enviado a las Naciones Unidas.

Ganar las mentes y los corazones… ¡a punta de pistola!

Bagdad, la ciudad más poblada de Iraq, con 6 millones de habitantes de todas los grupos religiosos y étnicos, ahora está al borde de una guerra sectaria sangrienta que diariamente cuesta la vida a docenas o cientos de personas inocentes. El imperialismo estadounidense es el que ha creado las condiciones para esta carnicería, cuando se basó en la población chií en contra de la base suní del régimen de Sadám Hussein. Creó un monstruo de Frankestein que ahora se le ha escapado de control, como ocurrió anteriormente con Bin Laden y los talibán.
Los norteamericanos han intentado perseguir la estrategia conocida como “mancha de petróleo”, establecer zonas de estabilidad que, con el tiempo, se extenderían. En algunas zonas rurales donde las fuerzas norteamericanas pueden controlar las rutas de acceso y donde pueden conseguir el apoyo de los jefes tribales a través del soborno, puede que hayan tenido algo de éxito. Pero en las atestadas callejuelas y mercados de Bagdad esta estrategia está condenada al fracaso. La operación conjunta norteamericana-iraquí del pasado verano, con el nombre en clave de “Avanzar juntos”, fue seguida por la ronda de asesinatos más violentos jamás visto en la ciudad.
Los estrategas de la oleada como el general Keane, nos aseguran confiados que “en esta ocasión será totalmente diferente”. ¿Cuántas veces hemos escuchado estas expresiones antes? Es la psicología de un jugador que ha perdido cada centavo pero que todavía cree que puede recuperar todas sus pérdidas y hacer fortuna con la última tirada desesperada.
Las propuestas del general Keane supone sustancialmente más tropas, cinco brigadas más, estadounidenses en Bagdad, que se sumarían a las cuatro que ya están allí, y 18 (más pequeñas) brigadas de policías y soldados iraquíes. Esto, según dice él, permitirá a las fuerzas norteamericanas no sólo limpiar los barrios de insurgentes, sino también poder quedarse y garantizar inmediatamente el desarrollo económico. Los iraquíes se tranquilizarán con la presencia de más soldados extranjeros dispuestos a derribar sus puertas a las tres de la mañana, además de las bendiciones de un número infinito de asesores y constructores con contratos lucrativos de Halliburton y compañía.
La verdadera novedad de esta nueva doctrina es que los soldados norteamericanos ya no estarán dedicados a la anti-insurgencia como hasta el día de hoy. Ahora podrán realizar “trabajo social armado”. Así que después de derribarte la puerta de tu casa a avanzadas horas de la madrugada, arrestar a cada hombre lo suficiente mayor para manejar un rifle e intimidar la vida de todas las mujeres y niños, después producirán carnés de identificación que demostrarán de manera concluyente que lo ocurrido no es represión violenta sino “trabajo social armado”. Esto proporcionaría un material maravilloso para una película de los Hermanos Marx, sólo que el tema es demasiado serio.
La prioridad de las tropas sería ganar el apoyo y la confianza de los civiles, esto es lo que dice el general Keane, y por tanto conseguir la información esencial para identificar al enemigo. ¡Un minuto! ¿No hemos escuchado esto antes? ¡Sí! Aquellos que tenemos la suficiente memoria recordaremos que en Vietnam el objetivo declarado de las fuerzas ocupantes norteamericanas era “ganar las mentes y los corazones” de los vietnamitas y así socavar el apoyo de los insurgentes. Este objetivo se cumpliría con métodos amables de persuasión como forzar a comunidades enteras a punta de pistola para entrar en campos de concentración conocidos como “aldeas armadas”, que crearían una oleada de buena voluntad hacia los estadounidenses, esto es lo que aumentó el número de voluntarios en las filas de las guerrillas. No tenemos duda de que el “trabajo social armado” del general Keane tendrá un efecto similar.
En cualquier caso, la idea es ridícula. La verdad es que los norteamericanos carecen del número y los iraquíes carecen de capacidad, para controlar las zonas y menos aún para reconstruirlas. The Economist (13/1/07) comenta lo siguiente:
“La contrainsurgencia requiere ‘enormes recursos’ de mano de obra y mucho aguante en EEUU, dice el manual. Décadas después de suprimir la idea de las ‘guerras pequeñas’ de sus libros de texto tras el trauma de Vietnam, los oficiales estadounidenses están volviendo a aprender las lecciones de la vida dura.
“En el corazón de la doctrina de la contrainsurgencia está la idea de ganar a la mayoría ‘pasiva’ no comprometida. Pero después de tanto asesinato y de destrozar las esperanzas, puede que no queden demasiadas alambradas hermanas en Bagdad. Las encuestas iraquíes no son muy fiables, pero demuestran una tendencia creciente a apoyar los asesinatos de estadounidenses. Una encuesta publicada en septiembre decía que el 61 por ciento de los iraquíes, incluida la mayoría de chiíes y casi todos los suníes, aprobaban los ataques contra las fuerzas de la coalición.
“Más tropas norteamericanas puede que si o puede que no traigan más seguridad. Pero sí ofrecerán más objetivos para los disparos de los insurgentes, reforzarán más el resentimiento de los iraquíes contra la ocupación. Podrían morir más civiles, ya sea por error, descuido o cosas peores. Un general británico con experiencia en Iraq cree que más tropas norteamericanas no resolverán el problema. ‘Puede que observen tranquilos durante el día como pasan los Humvees, pero las milicias regresarán por la noche, asesinando e intimidando’”.
El propio manual de contrainsurgencia del ejército norteamericano recomienda una estrategia de saturación de 20-25 miembros de las fuerzas de seguridad por cada 1.000 civiles: el tipo de relación utilizada cuando los soldados de la OTAN entraron en Kosovo en 1999. Para un país del tamaño de Iraq eso significa 535.000-670.000 soldados y policías. La coalición dirigida por EEUU invadió Iraq con menos de 200.000 hombres y mujeres. Hoy sólo hay 150.000 soldados norteamericanos, británicos y de otros países.
The Economist continúa: “Incluso contando las fuerzas de seguridad iraquíes, el total está por debajo de los 473.000 y eso ignora su debilidad. Muchos miembros de las fuerzas de seguridad iraquíes se ausentan cotidianamente, el ejército sólo en parte es capaz de llevar a cabo sus tareas y la fuerza de policía a menudo es corrupta y está infiltrada por las milicias”.
Para marcar alguna diferencia, Bush necesitaría una fuerza ocupante de medio millón de tropas norteamericanas, dispuestas a cometer cualquier atrocidad contra la población. Pero no tiene ese instrumento. Todo lo contrario, el ejército norteamericano está seriamente al límite. EEUU ha heredado el papel que jugó Gran Bretaña en el siglo XIX, el de policía mundial. Pero ese era el período de ascenso del capitalismo y Gran Bretaña conseguía beneficios de la explotación de sus colonias en África y Asia. Ahora las cosas son diferentes.

La época de decadencia imperialista

Estamos en la época de decadencia imperialista. Esto se expresa en turbulencia universal e inestabilidad a escala global. Una guerra sigue a otra, el terrorismo se extiende como una epidemia incontrolable. Estos son síntomas de una enfermedad subyacente del sistema capitalista a escala mundial. Lejos de beneficiarse de su superioridad militar y económica, que dejan al poder del Imperio Romano como un juego de niños, para EEUU su papel mundial es una carga aún más intolerable.
Aparte del drenaje colosal de sus recursos, está la cuestión de los efectos políticos en casa y los efectos en la moral de sus fuerzas armadas. The Economist pone una nota de advertencia:
“El ritmo de rotación de tropas en Iraq y Afganistán ya supera las directrices marcadas por el Pentágono: dos años en casa por cada año de operaciones en el extranjero para un soldado a tiempo completo, seis años de descanso para cada reservista, que son los que forman casi la mitad de la actual fuerza en Iraq. El equipamiento que se destruye en la batalla o se gasta debe ser sustituido mucho más rápido. Un ejército más grande ayudaría, pero se tardaría años en reclutar y entrenar nuevas unidades de combate.
“Nadie sabe cuál es el límite que podrán soportar las fuerzas terrestres. Los comandantes están preocupados por cualquier signo de daño en la moral, como la evidencia anecdótica del aumento de los divorcios entre los hombres en servicio. Una encuesta publicada en Military Times el mes pasado encontraba una caída del apoyo a la guerra. Sólo el 41 por ciento aprobaba la decisión de ir a la guerra, comparado con el 56 por ciento de un año antes. El pasado mes de junio Ehren Watada, un teniente del ejército, se convirtió en el primer oficial que se negó a servir en Iraq. Dijo que la guerra ‘no sólo moralmente estaba equivocada sino que era una violación terrible de la ley estadounidense’”.
A pesar de las tensiones sobre las fuerzas norteamericanas descritas arriba, Bush ha decidido tensar aún más el ejército. La “oleada” conseguirá aumentar el servicio de las tropas en Iraq, acelerando el despliegue de tropas que estaba previsto llegaran a finales de este año, aumentando además el período de deber de los reservistas hasta 2008. El general Keane insiste en que su “oleada” puede prolongarse más de dos años. Esta es una estrategia muy arriesgada y puede tener consecuencias imprevistas. La situación todavía no ha alcanzado los niveles de la guerra de Vietnam pero se encamina en esa dirección.
The Economist concluye: “El riesgo es que, como en el pasado, los insurgentes no esperarán a que los estadounidenses se marchen y llevarán los asesinatos a zonas donde hay menos soldados”. El problema principal es que los insurgentes tienen el apoyo de la población y pueden aparecer y reaparecer antes de que los estadounidenses tengan oportunidad de actuar. Los insurgentes normalmente no se distinguen de los iraquíes normales y no hay líneas de frente definidas. Esto significa que inevitablemente habrá más atrocidades contra la población civil y esto creará un odio aún mayor contra los invasores extranjeros y más reclutas para los insurgentes. Por cada combatiente que maten los norteamericanos, habrá cinco, diez o veinte que ocuparán su lugar.
La situación es aún más complicada por la violencia sectaria entre suníes y chiíes. Las llamas de esta pesadilla en primer lugar fueron iniciadas por los estadounidenses. Al apoyar a los chiíes anteriormente oprimidos para que se volvieran contra sus amos suníes, han creado una atmósfera favorable para el establecimiento de milicias chiíes. Nombrando a un gobierno dominado por sus aliados, los chiíes y los kurdos, han creado un sentimiento entre los suníes de que están excluidos y marginados del poder. Esto creó la base para la actual violencia sectaria.
Bush dice que las fuerzas iraquíes y estadounidenses tendrán “luz verde” para ir a cualquier parte de Bagdad. Pero incluso el ligeramente desquiciado general Keane no piensa que sea juicioso por ahora intentar entrar en Sadr City, el bastión de Muqtada al-Sadr, el clérigo militante chií y líder del Ejército Mahdi anti-norteamericano.
Todo lo que han conseguido las elecciones es englobar las divisiones étnicas del país en su política. Y cada día que pasa, EEUU está perdiendo sus medios de influencia. El desventurado gobierno Maliki no ha conseguido ninguno de los objetivos puestos por Washington: el reparto de los ingresos del petróleo, gastar 10.000 millones de dólares en la reconstrucción, celebrar elecciones provinciales, revisar la constitución federal y el proceso “des-baathificador”. Todo esto es inútil cuando el poder real se disputa cada día en las calles de Bagdad entre las fuerzas norteamericanas y los insurgentes. El gobierno está suspendido en el aire.
Frustrado por el obvio callejón sin salida, Bush ahora intenta culpar a Irán de todos sus problemas en Iraq. Está claro que Irán está interviniendo al lado de los chiíes en Iraq y probablemente les envíe armas para ayudarlos. Es igualmente cierto que Arabia Saudí está ayudando a los suníes y enviando armas y dinero. La reaccionaria monarquía saudí está aterrorizada ante la posibilidad de que el colapso de Iraq lleve a un aumento enorme del poder de Irán en la región. Pero, como George Bush y su familia tienen excelentes relaciones con la camarilla dominante saudí, no consideran conveniente girar el dedo acusador hacia la Casa Saud.

Se está preparando una crisis política seria en EEUU

Tarde o temprano esta situación llevará a una crisis política seria en EEUU. Teóricamente, pueden negarle el dinero para la guerra. Pero esto llevaría a una crisis constitucional en EEUU y a los Demócratas normalmente les entra miedo en el momento decisivo. Sin embargo, está claro que un sector cada vez mayor de la clase dominante está cansada de las tácticas aventureras de Bush y tiene aún más miedo por las consecuencias a largo plazo para EEUU.
El Congreso ha utilizado su poder en el pasado, como en los últimos dos años de la guerra de Vietnam. Esto tiene sus peligros. Podría permitir a los Republicanos acusar a los Demócratas de traición cuando la guerra se pierda. Por ahora, están considerando sólo un “voto no vinculante” de protesta simbólico que, en palabras del senador Joseph Biden, “demostraría al presidente que está solo”. Podrían también bloquear el aumento de soldados en Iraq. Ellos han insistido en que el presidente debe consultar al Congreso antes de hacer algo contra Irán.
Los intereses de las grandes empresas que realmente controlan EEUU no están preocupados por pequeños detalles como la democracia. Normalmente prefieren una democracia parlamentaria burguesa porque es el sistema más económico para ellas. Eso les permite dirigir el país en silencio sin que nadie lo perciba.
La mayoría de los ciudadanos norteamericanos están equivocados sobre quién realmente los gobierna, cuando en la práctica los Demócratas y los Republicanos son sólo dos sectores de la misma clase dominante que controla el Congreso, como también controla la tierra, los bancos y las grandes empresas, los periódicos, la radio y la televisión.
Por regla general, los grandes capitalistas prefieren a los Republicanos, el partido natural de las grandes empresas y por tanto, el partido natural de gobierno. Los Republicanos defienden (o solían hacerlo) un gobierno barato, bajos impuestos, menos interferencia del gobierno en las empresas, un dólar fuerte, presupuestos equilibrados. Este es el tipo de programa de las grandes empresas, especialmente del capital financiero. Pero ocasionalmente, un gobierno republicano puede entrar en problemas. Entonces las grandes empresas recurren a los servicios de su partido de reserva, los Demócratas. Cambian con ligereza del pie derecho al izquierdo, sin que pierdan ningún átomo de poder sobre los asuntos de la nación.
Por lo tanto, cuando George W. Bush llegó al poder (con métodos bastante cuestionables), las botellas de champagne sin duda corrieron por Wall Street. Aquí llegaba un presidente a imagen de la clase dominante norteamericana: rudo, ignorante, de mente estrecha, provinciano. Todo bien, apenas puede pronunciar dos frases juntas pero después de todo es uno de los nuestros. Hizo todo lo correcto: reducción de impuestos, reducir el gasto social, etc. Todo eso era una melodía deliciosa para sus oídos. Cuando ordenó la invasión de Iraq, también parecía algo bueno para las empresas en aquel momento, y como todo el mundo sabe, lo que es bueno para las empresas es bueno para EEUU.
Pero las cosas ahora han cambiado. La guerra no va como estaba planeado y ya es tremendamente impopular en EEUU. Muchos republicanos están expresando sus dudas sobre la guerra. El único candidato republicano que ha dado apoyo oral a la “oleada” es el derechista John McCain. Otros candidatos, unos más otros menos, están defendiendo la retirada. Pero Bush sigue obstinado. Se ha negado a aceptar el veredicto del Grupo de Estudios Iraquíes y está actuando contra los intereses colectivos de la clase dominante. Esto sellará su destino.
Es posible que Bush no dure siquiera los dos años que le quedan. La clase dominante lo echará sin ningún tipo de ceremonia si continúa arrastrando a EEUU a nuevas aventuras militares. Podría ponerse de repente “enfermo” después de alguna derrota espectacular o la prensa descubrir algún escándalo (debe haber muchas pruebas de ello en los archivos del FBI y la CIA) que implican a la cúpula republicana y obligar a una serie de dimisiones que harían imposible la continuidad de Bush. En última instancia, podrían decidir el impechment. En cualquier caso, George W. Bush está acabado.
La caída de Bush abrirá las compuertas en EEUU. Ya hay una poderosa corriente submarina de descontento en la sociedad norteamericana, los salarios reales han caído o se han estancado en medio de un boom, sectores importantes de los jóvenes han sido radicalizados por la guerra, existe un creciente escepticismo con el gobierno y un cuestionamiento cada vez mayor de todo el sistema social.
En este contexto, el establishment está preparándose para cambiar del pie derecho al izquierdo. El ascenso repentino del candidato “radical” afroamericano Barack Obama está diseñado para atraer los votos de los norteamericanos descontentos y recuperar la imagen deslustrada del sistema de dos partidos (realmente un partido). Pero probablemente esta sea la última vez que puedan recurrir a este truco. Cualquiera de las fracciones de la clase dominante que gane las próximas elecciones no resolverá nada. El escenario está preparado para un período tormentoso en EEUU y en el mundo.

Londres, 15 de febrero de 2007