Sobre la “autonomía”, la “horizontalidad” y “territorialidad”

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Junto a la lucha de las masas, el partido es el elemento más importante en una revolución. No obstante, en la actualidad, muchos activistas ven la idea de los partidos políticos y la dirección con profunda desconfianza. Ven en esto una amenaza a la autonomía de sus organizaciones.

¿Por qué necesitamos un partido?

La "autonomía", la "horizontalidad" y la "territorialidad" fueron el estandarte de diversos movimientos piqueteros, asambleístas y agrupaciones que crecieron al calor del Argentinazo.
La "autonomía" es reclamada como una prescindencia de partidos y sindicatos sin una perspectiva determinada sobre el desarrollo y los conflictos de la sociedad clasista. Los compañeros que defienden la autonomía dicen preocuparse más por problemas inmediatos y cotidianos que existen en los barrios. De ahí la "territorialidad", buscan las soluciones a nuestros problemas dentro del estrecho marco de un territorio: barrio o localidad, con pequeños emprendimientos económicos cooperativistas alternativos a la explotación capitalista o que puedan paliar la grave situación social. Estos puntos se complementan con la "horizontalidad", donde cada decisión se tomaría en una asamblea sin "dirigentes" ni dirección, donde las responsabilidades son iguales para todo militante independientemente de su experiencia y capacidad de actuar.

Consecuencias inevitables

Un movimiento que reivindique mantenerse al margen del conflicto fundamental de la sociedad moderna, la lucha entre el trabajo y el capital y sus diferentes formas de manifestarse, centrándose mayoritariamente en dar una solución temporal a la acuciante miseria y hambre de los barrios sin entender por qué surgen nuestros problemas, no nos ayuda avanzar un ápice en conciencia y unidad, sino todo lo contrario.
Es posible que en un momento de auge de lucha y movilización la "horizontalidad" parezca inofensiva. Sin embargo, hay momentos en que se produce un descenso en la actividad y un reflujo de las luchas. Entonces, muchos compañeros que participaron activamente en el movimiento, se apartan momentáneamente y se relaja la vida interna de la organización. Al no existir estructuras previas que nos permita controlar desde las finanzas a la orientación política, la "dirección" real inevitablemente tiende a recaer en un reducido grupo compañeros que no le rinden cuentas a nadie, y que incluso inconscientemente pueden separarse de los deseos de la base. La horizontalidad y la autonomía pensada para no generar burocratización y dirigentes por encima de la base, se convierte en su contrario como lo demuestran las luchas intestinas en los MTD y la actual situación del movimiento encabezado por Zamora.
El rechazo al régimen burgués, sin proponer una alternativa a la decadencia del sistema, no alcanza para transformar la realidad. Perder de vista los intereses de clase que subyacen en los procesos generales de la sociedad provoca giros bruscos en la orientación de estos movimientos. Sin una perspectiva y programa políticos nacional e internacional, la dinámica de la situación lleva a centrarse casi exclusivamente en el trabajo territorial local, lo que profundiza el aislamiento y la inmovilidad.
Toda lucha de clases es una lucha política. La lucha política es la lucha que entablan las clases por la hegemonía sobre la sociedad, renunciar a esta batalla elemental es desarmar a los pobres y oprimidos.
Trabajo, dignidad y cambio social se muestran impracticables bajo este sistema. No basta con la honestidad y el sacrificio militante. Hay que construir una alternativa a la política oficial y al régimen capitalista.
El sostenimiento del capital no se basa solamente en la represión y en el control directo de la economía y la apropiación privada de la riqueza que los trabajadores creamos socialmente. En manos de la clase dominante los medios de comunicación, la tecnología, la educación, la tradición y la cultura sirven para mantener y extender su dominación, dividir y fomentar prejuicios en las masas trabajadoras. Por eso es inevitable que, en un primer momento, los trabajadores capaces de desarrollar una conciencia socialista y anticapitalista sean una minoría de la clase, que tienen la obligación de ayudar al resto de los trabajadores a comprender su fuerza real y el poder colosal de que disponen cuando actúan independientemente de otros sectores sociales, no sólo contra un patrón aislado sino contra la clase capitalista en general, defendiendo sus propios intereses que son los de la aplastante mayoría de la sociedad. Esto es el partido.

La cuestión del partido

Junto a la lucha de las masas, el partido es el elemento más importante en una revolución. No obstante, en la actualidad, muchos activistas ven la idea de los partidos políticos y la dirección con profunda desconfianza. Ven en esto una amenaza a la autonomía de sus organizaciones.
Desgraciadamente, este ambiente anti-partido y anarquista son, al menos en parte, el resultado de la mala política y la conducta sectaria de algunos que se hacen llamar marxistas. También refleja la presión de las ideas de la clase dominante, que ya quisiera sembrar el escepticismo y el apoliticismo para mantener su dominación.
La lógica de estos elementos anti-partido es muy pobre. Toda su sabiduría se reduce a la idea: "Los partidos políticos son malos. Los dirigentes son malos. No los necesitamos". Pero si nos aprietan los zapatos no sacamos la conclusión de que hay que ir descalzos. Si la comida es mala, no abogamos por pasar hambre. Buscamos un nuevo par de zapatos y una buena comida para saciar el hambre.
Es obvio que la alternativa a una mala dirección no es la no-dirección, sino una buena dirección, es decir, una dirección que defienda consistentemente los intereses de la clase obrera.
Es un hecho constatable que siempre existe una dirección. Incluso en una huelga de media hora, alguien tiene que entrar en el despacho del gerente para defender las peticiones de los trabajadores ¿Quién es esta persona? ¿cualquiera? No, es alguien que reúne la confianza de los trabajadores para plantear el conflicto de la mejor forma posible. Alguien que tiene la valentía y el conocimiento para discutir con los jefes. Esto ya es dirección, y no podemos prescindir de ella. Los dirigentes naturales de la clase trabajadora están presentes en todo comité de huelga y en cada grupo de piqueteros. Sin esta gente no sería posible organizar una huelga, una manifestación o una olla popular.
Las tareas de organizar huelgas, manifestaciones y ollas populares son suficientemente complicadas, pero las tareas de preparar la transformación socialista de la sociedad lo son mucho más. Es necesario prepararse seriamente, acumular experiencias y educar sistemáticamente a los cuadros durante un periodo de tiempo. Este es el significado del partido revolucionario, el cual no puede improvisarse. Las masas aprenden a través de su experiencia en la lucha de clases, pero la idea de que este proceso de aprendizaje colectivo a través de aproximaciones sucesivas puede sustituir al partido revolucionario es extremadamente insensata.
El movimiento revolucionario no puede prescindir de cuadros bien entrenados. No puede prescindir de la teoría. Esto debería de ser evidente para cualquier trabajador. Un carpintero que instala el marco de una ventana en una casa no realiza esta tarea de esa forma. No intenta trabajar mediante un proceso de aproximaciones sucesivas, sino que aplica las lecciones que ha recibido en un largo proceso de aprendizaje.
Cierto, la clase trabajadora aprende de su experiencia colectiva, y ésta es tremendamente importante. Pero el problema radica en que una situación revolucionaria es necesariamente limitada en el tiempo y los errores que se cometen en una revolución se pagan con un precio muy alto. Aquí están en juego las vidas de mucha gente ¡No podemos abordar esta cuestión de una forma frívola! Y está muy claro que la diferencia entre tener una dirección seria y no tenerla es muy a menudo la diferencia entre la victoria y la derrota, entre la vida y la muerte. No entender esto es no entender nada acerca de la revolución.

¿QUÉ “DIRECCIÓN”?

Por "dirección" no tenemos en mente un pequeño grupo de intelectuales que dictan a la clase obrera "desde lo alto" y que manipulan el movimiento de masas de una forma burocrática. La tarea de la vanguardia es trabajar paciente y lealmente hombro con hombro con las masas, sin soberbia ni "bajando línea", impulsando la lucha hacia delante, mientras que al mismo tiempo emprende un diálogo amistoso con las masas, escucha sus ideas y responde a sus inquietudes. Donde estemos en minoría, debemos aceptarlo tranquilamente y trabajar pacientemente para ganar la mayoría con métodos democráticos. Sólo de esta forma podremos construir un partido revolucionario marxista de masas genuino en Argentina, e internacionalmente.
Las denuncias sectarias estridentes, fomentar divisiones en el movimiento de masas con objetivos sectarios y burocráticos, maniobras por arriba para mantener el control, estos métodos son incompatibles con el socialismo. Proceden del estalinismo, como también la infalibilidad a priori de las direcciones y el ahogo a las discusiones democráticas; estas prácticas nada tienen que ver con el centralismo democrático.
Explicar pacientemente nuestro programa para hacerlo extensivo al conjunto de las masas, es una tarea ineludible. Construir el partido revolucionario que recoja las aspiraciones y deseos de los trabajadores, es la tarea más dura y difícil que tenemos por delante, pero no hay atajos.