El resultado de la primera vuelta en las elecciones presidenciales en el Perú ha revelado un enorme descontento social hacia las políticas procapitalistas que han sumido a las masas populares en la miseria y la pobreza. La candidata de la burguesía peruana y del imperialismo, Lourdes Flores, obtuvo apenas el 23% de los votos.
Ausencia de una alternativa de clase y socialista
El resultado de la primera vuelta en las elecciones presidenciales en el Perú ha revelado un enorme descontento social hacia las políticas procapitalistas que han sumido a las masas populares en la miseria y la pobreza. La candidata de la burguesía peruana y del imperialismo, Lourdes Flores, obtuvo apenas el 23% de los votos.
El candidato más votado, Humala, consiguió el 31% luego de sufrir en los medios de comunicación burgueses una campaña de criminalización feroz, lo que reflejó el miedo de la clase dominante a un eventual gobierno de Humala que estaría sometido a presiones fortísimas de los trabajadores, campesinos y las capas más pobres de la población para que concretara en hechos reales sus promesas de justicia social, medidas contra los ricos, rechazo al TLC, revisión de las privatizaciones, etc.
Precisamente por esto, el camaleónico candidato del APRA (socialdemócrata), Alan García, se tuvo que emplear a fondo desplegando una enorme demagogia izquierdista contra los ricos y contra Lourdes Flores, quedando en segundo lugar con el 24% de los votos, explotando políticamente las vacilaciones de los sectores indecisos que, aunque podían simpatizar con Humala, dada la enorme campaña de descalificaciones orquestada contra él, prefirieron mostrar su rechazo a la derecha votando a un candidato que aparecía más “confiable”.
Así pues, de manera distorsionada y ante la ausencia de una genuina alternativa de clase y socialista, aquellos candidatos que aparecieron claramente cuestionando a los ricos y rechazando el “neoliberalismo” y a la derecha, superaron ampliamente el 50% de los votos del electorado. Además, hubo 2 millones de personas que votaron en blanco (un 12% del padrón electoral), lo que también expresa un malestar profundo contra el sistema y que muchos trabajadores y jóvenes peruanos no se sentían representados por ninguno de los candidatos.
La polarización política entre Humala y sus más directos adversarios hizo difícil que la coalición de izquierda, el Frente Amplio, jugara un papel relevante en estas elecciones, como efectivamente sucedió. Pero, sobre todo, porque su política y su programa electoral difícilmente podían entusiasmar a los trabajadores, campesinos y el resto de capas pobres de la sociedad peruana, con sus discursos de conciliación de clases y escandalosamente moderados que ni siquiera se atrevían a plantear el desconocimiento de la deuda externa o la nacionalización de las empresas privatizadas durante el fujimorato. En la medida que quedó muy lejos del 4% de los votos necesarios para obtener una banca parlamentaria, el Frente Amplio tampoco esta vez pudo conseguir ninguna representación en la próxima legislatura. Esto anticipa un enorme descontento en sus bases y movimientos de oposición por izquierda contra su dirección reformista.
Preocupación en la burguesía
Desde cualquier punto de vista que se los mire, estos resultados difícilmente llevarán la tranquilidad y el sosiego a la oligarquía peruana y al imperialismo. Reflejan que el Perú está sentado sobre un volcán social que mañana puede estallar de manera abrupta. Como un último servicio a la causa de sus amos, el Presidente Toledo no esperó al resultado de la segunda vuelta para la firma del acuerdo del Tratado de Libre Comercio (TLC) entre el Perú y los Estados Unidos, viajando a Washington el día siguiente de las elecciones del 16 de abril para firmarlo, pese a lo escandalosamente antidemocrático de esta medida, dadas las circunstancias, y al abrumador rechazo de las masas trabajadoras peruanas hacia el TLC.
No está claro si será Humala o Alan García quien obtenga la banda presidencial en la segunda vuelta, a fines de mayo. La burguesía y sus partidos apoyarán con resignación a Alan García para impedir una victoria de Humala, no por miedo a este último sino a las masas que lo apoyan y que lo pueden obligar a ir más allá de sus intenciones. Sin embargo, el propio Humala no hace más que moderar su discurso cada día para hacerlo más agradable a los oídos de la burguesía. No propone expropiar a las multinacionales sino que el Estado participe como accionista en negocios comunes con ellas. Tampoco desafía el pago de la deuda externa, y carece de una alternativa real para terminar con la pobreza y sacar al Perú de su atraso secular.
No cabe ninguna duda de que si Humala adoptara un tono firme contra la oligarquía y el imperialismo, anunciando medidas socialistas de expropiación de la tierra, de los monopolios y los bancos; el no pagar la deuda externa y anular la firma del TLC, eso entusiasmaría a los trabajadores y campesinos pobres peruanos haciendo irresistible su triunfo en esta segunda vuelta. Sin embargo, Humala huye de este tipo de discursos y medidas como el diablo huye del agua bendita, esforzándose por demostrar a la burguesía y el imperialismo que no representa un peligro para sus intereses.
Un eventual gobierno de Alan García se asemejaría a un hombre sentado a lomos de un tigre. Debido a su pasado y a su trayectoria política en los últimos 20 años, en general hay un gran escepticismo y desconfianza en las masas hacia el APRA y su principal dirigente. Y no se puede desconocer que gran parte del voto al APRA fue por su discurso izquierdista y de rechazo a lo que representaba Lourdes Flores. Por eso, en la medida que Alan García no es más que un burgués “liberal”, si accede a la presidencia se limitará a hacer el trabajo sucio para el capitalismo peruano, lo cual lo llevará a un rápido desprestigio ante la población. En la medida en que está en minoría en el Congreso sólo tendría la opción de pactar su política con los demás partidos burgueses, descartado un acuerdo de gobierno con Humala.
Aunque sobre la base de los números, el APRA y los demás partidos burgueses tienen asegurada una mayoría absoluta en el Congreso, las masas en la calle no aceptarán así nomás el argumento de esta aritmética parlamentaria. Exigirán hechos para solucionar sus acuciantes problemas sociales. Hechos que no tendrán acogida en la política de Alan García. La inestabilidad social resultante de esto planteará tarde o temprano una crisis política e institucional enorme, más profunda cuanto más se alargue en el tiempo. Es bastante probable que, en esta situación, los capitalistas peruanos y el imperialismo no tengan otra opción que entenderse con Humala, como un último recurso para conjurar un estallido social.
En cualquier caso, un gobierno de Humala (ahora, o más adelante) estaría en la misma tesitura. Se enfrentaría a presiones colosales por parte de las masas trabajadoras, pero también de la clase dominante. Los partidos burgueses utilizarían su mayoría en el Congreso para obstaculizar cualquier iniciativa de un gobierno de Humala que suponga un cuestionamiento de los intereses capitalistas e imperialistas en el Perú. Si, como es lo más probable, Humala se negara a emprender un enfrentamiento frontal con la oligarquía y el imperialismo tendrá que actuar en la práctica como un agente de ellos, lo que preparará una enorme crisis en su movimiento, con escisiones a izquierda y derecha.
Construir una herramienta revolucionaria
Tarde o temprano, el juego parlamentario no podrá impedir lo que es inevitable y está implícito en toda la situación política y social peruana: un estallido revolucionario de las masas de trabajadores, de los campesinos pobres y del resto de capas oprimidas de la sociedad.
Gane quien gane, las elecciones no resolverán nada. Las masas trabajadoras peruanas aprenderán en la escuela de la lucha. El activismo de izquierda del Perú debe acompañar y marchar hombro con hombro con ellas, estableciendo vínculos con los sectores más activos y conscientes, tanto con aquellos mantienen ilusiones en el movimiento humalista, como también con las bases descontentas del Frente Amplio y los sindicatos.
La única alternativa para los trabajadores peruanos y los campesinos pobres está en la construcción de una herramienta política de clase. Armada con un programa socialista y revolucionario que se plantee expropiar a los grandes monopolios, los banqueros, terratenientes y multinacionales, sin indemnización y bajo el control de los trabajadores y el pueblo pobre puede dar satisfacción a los reclamos populares.