Rosa Luxemburgo fue una excepcional marxista revolucionaria que desempeñó un papel clave en la lucha contra la degeneración oportunista de la socialdemocracia alemana y en la fundación del Partido Comunista Alemán. Sin embargo, lamentablemente, algunos de sus escritos y discursos se utilizan a menudo para crear una imagen completamente falsa de lo que representaba, presentándola como una opositora a Lenin y a los bolcheviques.
Los llamados «luxemburguistas» la presentan como defensora de la creatividad y la «espontaneidad» de la clase obrera en oposición al «ultracentralista» Lenin que, supuestamente, pretendía aplastar la iniciativa de los trabajadores y someterlos. Al construir esta imagen de Luxemburgo, los reformistas de izquierda, los anarquistas, los «comunistas libertarios» e incluso los liberales burgueses pretenden utilizar la autoridad de esta gran revolucionaria como ariete contra el leninismo. Sobre esta base se ha inventado el concepto de «luxemburguismo», como si se tratara de una tendencia distinta dentro de la tradición del marxismo.
Este llamado «luxemburguismo» atrae a una capa de jóvenes comunistas honestos que buscan una versión del marxismo alternativa a lo que consideran el «leninismo». La razón por la que buscan tal alternativa es porque la caricatura estalinista y burocrática del socialismo –encarnada en la URSS bajo Stalin y posteriormente reproducida en Europa del Este, China, Vietnam y otros regímenes– ha sido presentada como «leninista» (o «marxista-leninista» como a los estalinistas de hoy en día les gusta describirse).
Sin embargo, basta con leer el Testamento de Lenin («Cartas al Congreso», diciembre de 1922 – enero de 1923) para ver que él mismo ya estaba preocupado por las tendencias burocráticas que estaban surgiendo en la Unión Soviética incluso antes de morir y sugirió medidas para combatirlas. El estalinismo, en lugar de ser el hijo natural del leninismo, es una negación completa de lo que Lenin representaba. Nuestros luxemburguistas de última hora ignoran convenientemente este hecho.
Tenemos que preguntarnos, por tanto, en qué consiste realmente este «luxemburguismo» ¿Es tan diferente del marxismo revolucionario de Lenin y los bolcheviques? Un estudio serio de los escritos de Rosa Luxemburgo, de toda su vida y de todo aquello por lo que luchó, revela que la verdadera Rosa era una revolucionaria. En una época en la que el movimiento obrero mundial se dividió en dos campos, revolucionario y reformista, Luxemburgo estaba en el mismo lado de las barricadas que los bolcheviques. Del mismo modo que los bolcheviques lucharon contra la corriente oportunista del menchevismo, Luxemburgo libró una batalla contra la degeneración oportunista de los dirigentes socialdemócratas en Alemania. A pesar de tal o cual crítica que sostuvo en diferentes momentos, apoyó plenamente la Revolución Rusa dirigida por Lenin y los bolcheviques.
Sin embargo, persisten una serie de mitos que intentan presentar a Rosa Luxemburgo como una opositora al bolchevismo. El primero de ellos es la idea de que Luxemburgo defendía la espontaneidad de las masas en contraposición al modelo leninista de partido revolucionario. Un ejemplo de este tipo de distorsiones lo encontramos en lo que escribe sobre ella la Rosa-Luxemburg Stiftung, una fundación alemana afiliada al partido reformista de izquierdas Die Linke:
Luxemburgo criticó a Lenin por su concepción de una vanguardia partidaria altamente centralizada; según Luxemburgo, era un intento de poner a la clase obrera bajo tutela. Sus argumentos –característicos de toda su obra– incluían factores como la iniciativa independiente, la actividad de los trabajadores, su capacidad de aprender a través de su propia experiencia y errores y la necesidad de una organización democrática de base.
Del mismo modo, Noam Chomsky –que se define como anarcosindicalista y socialista libertario– pinta a Lenin como un conspirador que secuestró la Revolución Rusa destruyendo su potencial para desarrollar el comunismo, mientras que presenta a Luxemburgo como alguien que había advertido de ello:
Aunque algunos de los críticos, como Rosa Luxemburgo, señalaron que el programa de Lenin, que ellos consideraban bastante derechista, y yo también, era, la imagen era, que habría una revolución proletaria, el partido tomaría el relevo del proletariado, el comité central tomaría el relevo del partido y el máximo dirigente tomaría el relevo del comité central.
Este tipo de pensamiento ignora por completo las condiciones en las que tuvo lugar la Revolución Rusa y sobre todo, las consecuencias de su aislamiento en un país atrasado. Así, según estos críticos superficiales, las raíces del monstruoso régimen estalinista que surgió posteriormente no se encuentran en las condiciones objetivas sino en las ideas y métodos de Lenin y los bolcheviques. Tal análisis simplifica hasta el punto de que es imposible comprender las verdaderas causas objetivas de la degeneración burocrática, es decir, el aislamiento de la revolución rusa en un país muy atrasado. Se basa, en cambio, en una explicación subjetiva de las supuestas tendencias dictatoriales de Lenin.
Espontaneidad y dirección
¿Cuál era la verdadera opinión de Rosa Luxemburgo sobre la cuestión de la «espontaneidad» de las masas? ¿Cómo veía ella la relación del partido con la acción espontánea de las masas? ¿Y difieren sus puntos de vista fundamentalmente de los de Lenin? Su folleto, Huelga de masas, partido y sindicatos, es una de sus obras utilizadas por quienes afirman que se oponía fundamentalmente al bolchevismo. Se argumenta que en este folleto, que analiza la fuerza del movimiento espontáneo de huelga de masas de la Revolución Rusa de 1905, Rosa Luxemburgo desestima el concepto de dirección revolucionaria. Esto no podría estar más lejos de la realidad y muestra una incomprensión de por qué lo escribió y contra quién estaba polemizando.
El panfleto fue escrito justo cuando una ola de huelgas recorría Alemania, inspirada por la revolución de 1905 que era muy popular entre la clase obrera alemana. A diferencia de Rusia, donde los sindicatos eran muy débiles y las fuerzas del marxismo eran pequeñas, Alemania tenía sindicatos de masas y el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) era una fuerza de masas. El problema era que los dirigentes del SPD y de los sindicatos en Alemania mostraban una actitud pasiva y a veces incluso burlona ante estas huelgas espontáneas.
Mientras que Rosa Luxemburgo y el ala revolucionaria del partido aplaudían las huelgas y planteaban la necesidad de que el partido interviniera, los dirigentes de la derecha del SPD las desechaban por prematuras y condenadas al fracaso. Muchos dirigentes del SPD afirmaban que sólo las luchas planificadas y organizadas de antemano por el partido podían tener éxito. Por lo tanto, todas las demás manifestaciones desde abajo carecían fundamentalmente de sentido. Esto era, en realidad, una indicación de que estos dirigentes estaban abandonando la idea de una lucha revolucionaria contra el capitalismo.
Esto es precisamente contra lo que argumentaba el folleto de Luxemburgo sobre la Huelga de masas. No argumentaba contra los bolcheviques sino contra los dirigentes oportunistas del SPD. Su objetivo no era desestimar la necesidad de dirección sino empujar a los dirigentes del SPD a intervenir activamente en estas luchas espontáneas precisamente porque necesitaban una dirección política. Como escribió Rosa:
Fijar de antemano la causa por la que estallarán las huelgas de masas y el momento en que lo harán no está en manos de la socialdemocracia, puesto que ésta no puede provocar situaciones históricas mediante resoluciones de los congresos del partido. Pero lo que sí puede y debe hacer es tener claridad acerca de las situaciones históricas cuando aparecen, y formular tácticas resueltas y consecuentes. El hombre no puede detener los acontecimientos históricos mientras elabora recetas, pero puede ver de antemano sus consecuencias previsibles y ajustar según éstas su modo de actuar.
Cualquier análisis serio mostrará que tanto Luxemburgo como Lenin estaban de acuerdo en que la tarea del partido revolucionario no era imponer un esquema preexistente a las masas y dictar un calendario para la revolución según su propio capricho. Ambos entendían que las masas se mueven a su propio ritmo y cuando los acontecimientos estallan la tarea de los revolucionarios es entenderlos e intervenir en ellos para proporcionarles dirección.
Tomemos, por ejemplo, los consejos obreros (soviets) que surgieron durante la Revolución Rusa de 1905. Estos nuevos órganos de poder obrero fueron una creación de los trabajadores rusos, una expresión de la espontaneidad y creatividad de la clase obrera. Las filas de los bolcheviques dentro de Rusia no reconocieron su importancia e incluso intentaron imponer un ultimátum a los soviets para que se sometieran al control del partido. Pero Lenin estaba claramente en desacuerdo. En Nuestras tareas y el soviet de diputados obreros (noviembre de 1905), escribió
Me parece que no es el planteamiento, que la solución ha de ser, incondicionalmente, lo uno y lo otro: tanto el Soviet de diputados obreros como el Partido. El problema –y de capital importancia– consiste sólo en cómo dividir y cómo unir las tareas del Soviet y las tareas del Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia. Me parece que será inconveniente que el Soviet se adhiriera en forma exclusiva a un determinado partido.
Lenin reconoció que los revolucionarios debían unirse a los soviets para ganarse a las masas obreras que los habían creado como órganos de poder obrero. Esta fue la misma estrategia que Lenin mantuvo hasta el éxito de la Revolución de Octubre en 1917. En sus Tesis de Abril, publicadas en abril de 1917, Lenin resumió la tarea de los bolcheviques en relación con las masas:
Explicar a las masas que los Soviets de diputados obreros son la única forma posible de gobierno revolucionario y que, por ello, mientras este gobierno se someta a la influencia de la burguesía, nuestra misión sólo puede consistir en explicar los errores de su táctica de un modo paciente, sistemático, tenaz y adaptado especialmente a las necesidades prácticas de las masas.
Aquí no podemos encontrar ninguna diferencia fundamental entre Lenin y Luxemburgo en su comprensión del carácter necesariamente espontáneo del estallido de las luchas, pero también de la necesidad de que los revolucionarios intervengan políticamente.
¿Había diferencias entre Lenin y Luxemburgo? Por supuesto que las había pero como muestra Marie Frederiksen en su obra de próxima publicación, éstas no tenían que ver con si una revolución necesitaba organización y dirección o no:
En el congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso de 1907, Luxemburgo criticó a los bolcheviques por poner demasiado énfasis en el aspecto técnico del levantamiento en la revolución de 1905, mientras que creía que deberían haberse centrado en dar al movimiento una dirección política. En este sentido, el enfoque de Luxemburgo sobre la revolución era abstracto: las masas se moverán y cuando lo hagan, corresponde al partido proporcionar el programa político correcto. Sobre la base de su experiencia en el SPD, consideraba que centrarse en el aspecto práctico de la organización era el sello de una dirección conservadora que frenaba el movimiento de las masas. En lugar de rechazar el carácter burocrático del SPD, rechazó el aspecto técnico y práctico de la organización como un mal en sí mismo. Luxemburgo parecía creer que el propio movimiento de las masas resolvería el problema de la organización y la dirección.
Está muy claro que, incluso cuando Rosa Luxemburgo hacía críticas a los bolcheviques, no rechazaba la necesidad de una dirección política en general al igual que Lenin no rechazaba la espontaneidad de las luchas de masas. En lo que ambos diferían era en el grado de énfasis que los revolucionarios debían poner en las tareas prácticas de intervenir en las luchas de masas. En esta cuestión, sin embargo, se demostró que Luxemburgo estaba equivocada en sus primeros escritos ya que el acto de intervenir en las masas y ganarlas implica tareas muy prácticas para tener éxito. La experiencia de la Revolución de Octubre demostraría que fue precisamente la existencia del Partido Bolchevique, una organización muy disciplinada y educada con cuadros en los puestos de trabajo y en los barrios clave, lo que permitió a los trabajadores rusos tomar el poder. Además, hacia el final de su vida, Luxemburgo se esforzó por construir un partido similar en Alemania.
La conclusión ineludible de lo que hemos estado destacando es que el supuesto abismo entre estos dos destacados marxistas sobre esta cuestión es muy exagerado. El objetivo de esta exageración es distorsionar la verdad para alejar a los trabajadores y a la juventud de una genuina perspectiva revolucionaria y en particular de la necesidad de construir un partido revolucionario de masas como prerrequisito esencial para una revolución socialista victoriosa.
El bolchevismo, el menchevismo y Rosa Luxemburgo
Siempre que las corrientes de la izquierda han comenzado a desviarse de un punto de vista revolucionario, nunca han admitido abiertamente que lo que están haciendo es traicionar los intereses básicos de la clase obrera. En cambio, a menudo buscan a tal o cual figura autorizada del movimiento cuyas palabras pueden distorsionar y exagerar para justificar su propia bancarrota. Por desgracia, Rosa Luxemburgo ha sido víctima de estos métodos una y otra vez. Se la cita fuera de contexto o se utilizan deshonestamente críticas que luego abandonó para presentarla como fundamentalmente opuesta a Lenin y a los bolcheviques.
En particular, se ha tejido el mito de que Luxemburgo defendía una auténtica democracia obrera en oposición a los métodos dictatoriales del «leninismo». Este mito se basa en sus escritos en un panfleto de 1904 llamado «Cuestiones organizativas de la socialdemocracia rusa» donde denunciaba a Lenin y a los bolcheviques por su «ultracentralismo» e incluso «blanquismo» –es decir, la idea de organizar una revolución socialista totalmente controlada por un pequeño grupo conspirador de líderes revolucionarios. En realidad, Luxemburgo no entendía lo que Lenin pretendía– en ese preciso momento histórico.
Quienes utilizan esto para tratar de separar a Rosa Luxemburgo de Lenin ignoran el verdadero desarrollo de su pensamiento posterior. Sólo unos años más tarde, Luxemburgo abandonó estos puntos de vista. Más tarde, se fijó como objetivo, junto con Karl Liebknecht, transformar la Liga Espartaquista en el Partido Comunista Alemán, una sección de la Internacional Comunista dirigida, en ese momento, por Lenin y Trotsky. Intentar, sobre esta base, pintar a Luxemburgo como diametralmente opuesta al leninismo, es pura deshonestidad.
Estas mismas corrientes falsifican lo que realmente representaban Lenin y los bolcheviques, para facilitar esta construcción de mitos. El Partido Bolchevique se presenta como un régimen monolítico y altamente centralizado bajo Lenin, donde no era posible el debate y donde no había democracia interna. La verdad es que la historia del Partido Bolchevique revela que había la más completa libertad de debate interno y que se discutían libremente las diferentes opiniones.
Lo que los críticos reformistas del Partido Bolchevique realmente objetan es el hecho de que el partido no era un club de debate sino una organización combativa y revolucionaria de las capas avanzadas de la clase obrera. Su tarea era aclarar cuestiones de programa, métodos y tácticas y construir un partido disciplinado cuyo objetivo era el derrocamiento del sistema capitalista. Su vida interna se regía por los principios del centralismo democrático: una vez celebrado un debate interno sobre cualquier cuestión, se realizaba una votación y la opinión mayoritaria se convertía en la política del partido. Sobre esta base, el conjunto de la militancia debía llevar las posiciones democráticamente acordadas al movimiento obrero en general.
Esto no tiene nada que ver con la caricatura del bolchevismo dibujada por los reformistas. Sus mentiras sobre el bolchevismo como nada más que una conspiración y una dictadura en forma de partido se complementa con la mentira sobre Luxemburgo como alguien que se enfrentó a Lenin en nombre de la democracia. Al hacerlo, ignoran convenientemente lo que ella escribió apenas dos años después en 1906, en Blanquismo y socialdemocracia, en el que defendía a Lenin contra las acusaciones de blanquismo y atacaba a los mencheviques por su oportunismo:
Si hoy los camaradas bolcheviques hablan de la dictadura del proletariado, nunca le han dado el viejo significado blanquista; tampoco han cometido el error de Narodnaya Volya, que soñaba con ‘tomar el poder para sí’ (zachvat vlasti). Por el contrario, han afirmado que la revolución actual triunfará cuando el proletariado –toda la clase revolucionaria– tome posesión de la máquina del Estado.
Ya es hora de acabar con tanto escolasticismo y con todo este barullo para identificar quién es un ‘blanquista’ y quién es un ‘marxista ortodoxo’. Más bien tenemos que saber si la táctica recomendada por el camarada Plejánov y sus camaradas mencheviques, cuyo objetivo es trabajar a través de la duma en la medida de lo posible, es correcta ahora; o, por el contrario, si es correcta la táctica que estamos aplicando al igual que los camaradas bolcheviques, la táctica basada en el principio de que el centro de gravedad se sitúa fuera de la duma en la aparición activa de las masas populares revolucionarias.
Y un año más tarde, en un discurso que pronunció en 1907 en el V Congreso del Partido Obrero Socialdemócrata Ruso –en el que estaban presentes tanto mencheviques como bolcheviques en un partido reunificado– volvió a defender a los bolcheviques de las acusaciones de «rigidez» y «estrechez» en términos de organización:
Es posible que los camaradas polacos, que están acostumbrados a pensar más o menos en formas adoptadas por el movimiento de Europa Occidental, encuentren esta particular firmeza [de los bolcheviques] aún más sorprendente que ustedes. Pero ¿sabéis, camaradas, de dónde vienen todos estos rasgos desagradables? Estos rasgos son muy familiares para alguien que conozca las relaciones internas del partido en otros países: representan el típico carácter espiritual de esa tendencia dentro del socialismo que tiene que defender el principio mismo de la política de clase independiente del proletariado contra una tendencia opuesta que también es muy fuerte (aplausos).”
La rigidez es la forma que adopta la táctica socialdemócrata de un lado, cuando el otro lado representa la falta de forma de la gelatina que se arrastra en todas direcciones bajo la presión de los acontecimientos. (Aplausos de los bolcheviques y partes del Centro).
La conclusión aquí es clara. Lo que Rosa Luxemburgo, Lenin y los bolcheviques defendían, por encima de todo, era precisamente «la política de clase independiente del proletariado». En la lucha entre el bolchevismo y el menchevismo, entre el marxismo revolucionario y el reformismo, Luxemburgo se puso firmemente del lado de Lenin y de los bolcheviques contra el reformismo que es precisamente la política que los llamados «luxemburguistas» tratan hoy de atribuirle. Como comentó Lenin más tarde: «En 1907 participó, como delegada del Partido Socialdemócrata de Polonia y Lituania, en el congreso que realizó en Londres el Partido Obrero Socialdemócrata Ruso; allí apoyó la fracción bolchevique en todas las cuestiones fundamentales concernientes a la revolución rusa».
Rosa Luxemburgo y la revolución rusa
Otro texto de Rosa Luxemburgo que se utiliza para enfrentarla a los bolcheviques es uno que escribió en privado pero que nunca decidió publicar en vida, titulado La revolución rusa (1918). En este artículo hace varias críticas a la actuación de los bolcheviques durante la Revolución Rusa. Sin embargo, lo que los «luxemburguistas» ignoran convenientemente es que Luxemburgo estaba en prisión cuando escribió este artículo. Llevaba en prisión desde 1916 y seguía encarcelada cuando tuvo lugar la Revolución Rusa. Sólo pudo obtener información muy parcial sobre la Revolución de Octubre y escribió sus observaciones en privado. Tras salir de la cárcel en 1918, consciente de que sus análisis escritos en prisión serían inevitablemente imperfectos, se negó a publicar nada de lo que había escrito mientras estaba en prisión sobre la Revolución Rusa. Sabía perfectamente que sería distorsionado por los enemigos de la revolución.
Clara Zetkin, que mantenía una estrecha relación con Rosa Luxemburgo, declaró más tarde que después de ser liberada de la cárcel en noviembre de 1918, Rosa declaró que sus opiniones habían sido erróneas y se basaban en información insuficiente. Rosa Luxemburgo era capaz de reconocer cuando se había equivocado y no puede haber confusión aquí sobre cuál era la posición de Rosa Luxemburgo en relación con la Revolución de Octubre: ¡apoyó plenamente a la misma y al partido que la dirigió!
De hecho, el texto de 1918 sólo fue publicado más tarde, en 1922, por Paul Levi, tres años después de la muerte de Rosa. Lo publicó después de su expulsión del Partido Comunista Alemán y de la Tercera Internacional por violar gravemente la disciplina del partido. Nunca recibió el permiso de Rosa para publicar el texto, un detalle muy importante que hay que tener en cuenta.
Sin embargo, incluso si leemos este texto, veremos que ella apoyó plenamente la Revolución Rusa y a los bolcheviques de principio a fin. La suya fue una crítica compañera más que una denuncia de Octubre. Si hubiera creído realmente que Lenin estaba estableciendo un régimen dictatorial monstruoso, es difícil imaginar por qué se tomó el tiempo de ofrecer sugerencias críticas. Más bien habría llamado a los trabajadores rusos a oponerse a los bolcheviques. Está claro que no fue así. El artículo se abre con las palabras: «La Revolución Rusa constituye el acontecimiento más poderoso de la Guerra Mundial». Y así es como termina la primera sección del artículo:
Más aún; los bolcheviques inmediatamente plantearon como objetivo de la toma del poder un programa revolucionario completo, de largo alcance; no la salvaguarda de la democracia burguesa sino la dictadura del proletariado para realizar el socialismo. De esta manera, se ganaron el imperecedero galardón histórico de haber proclamado por primera vez el objetivo final del socialismo como programa directo para la práctica política.
Todo lo que podía ofrecer un partido, en un momento histórico dado, en coraje, visión y coherencia revolucionarios, Lenin, Trotsky y los demás camaradas lo proporcionaron en gran medida. Los bolcheviques representaron todo el honor y la capacidad revolucionaria de que carecía la socialdemocracia occidental. Su Insurrección de Octubre no sólo salvó realmente la Revolución Rusa; también salvó el honor del socialismo internacional.
Y concluyó su artículo así:
Pero hay que distinguir en la política de los bolcheviques lo esencial de lo no esencial, el meollo de las excrecencias accidentales. En el momento actual, cuando nos esperan luchas decisivas en todo el mundo, la cuestión del socialismo fue y sigue siendo el problema más candente de la época. No se trata de tal o cual cuestión táctica secundaria, sino de la capacidad de acción del proletariado, de su fuerza para actuar, de la voluntad de tomar el poder del socialismo como tal. En esto, Lenin, Trotsky y sus amigos fueron los primeros, los que fueron a la cabeza como ejemplo para el proletariado mundial; son todavía los únicos, hasta ahora, que pueden clamar con Hutten: ‘¡Yo osé!’.
Esto es lo esencial y duradero en la política bolchevique. En este sentido, suyo es el inmortal galardón histórico de haber encabezado al proletariado internacional en la conquista del poder político y la ubicación práctica del problema de la realización del socialismo, de haber dado un gran paso adelante en la pugna mundial entre el capital y el trabajo. En Rusia solamente podía plantearse el problema. No podía resolverse. Y en este sentido, el futuro en todas partes pertenece al ‘bolchevismo’.
Sólo la revolución alemana podría haber salvado la revolución rusa
Sin embargo, Luxemburgo no se limitó a apoyar la Revolución Rusa. También era consciente de que los defectos del régimen soviético no eran producto de las intenciones o ideas de Lenin y Trotsky, sino del aislamiento de la Revolución Rusa y de las condiciones de atraso del país. La solución era romper el aislamiento de la revolución llevando a cabo la Revolución Alemana:
Todo lo que sucede en Rusia es comprensible y refleja una sucesión inevitable de causas y efectos, que comienza y termina en la derrota del proletariado en Alemania y la invasión de Rusia por el imperialismo alemán. Sería exigirles algo sobrehumano a Lenin y sus camaradas pretender que en tales circunstancias apliquen la democracia más decantada, la dictadura del proletariado más ejemplar y una floreciente economía socialista. Por su definida posición revolucionaria, su fuerza ejemplar en la acción, su inquebrantable lealtad al socialismo internacional, hicieron todo lo posible en condiciones tan endiabladamente difíciles.
También denunció a los dirigentes socialdemócratas de Alemania que se negaban a apoyar a la Rusia soviética porque era una «dictadura»:
Que los socialistas gubernamentales alemanes clamen que el gobierno bolchevique de Rusia es una expresión distorsionada de la dictadura del proletariado. Si lo fue o lo es todavía, se debe solamente a la forma de actuar del proletariado alemán, a su vez una expresión distorsionada de la lucha de clases socialista. Todos estamos sujetos a las leyes de la historia, y el ordenamiento socialista de la sociedad sólo podrá instaurarse internacionalmente. [Énfasis nuestro].
Si leemos este artículo en su totalidad, en lugar de escoger citas fuera de contexto para tergiversar sus puntos de vista, es imposible que un comentarista honesto interprete que Rosa Luxemburgo se oponía a Lenin y Trotsky. Ella estaba de acuerdo con Lenin en todas las cuestiones importantes. Estaba de acuerdo con la forma en que se llevó a cabo la Revolución de Octubre. Estaba de acuerdo con lo que Lenin y Trotsky tenían que hacer para defender la joven República Soviética. Y, como auténtica internacionalista, entendía que la Revolución Alemana tenía que triunfar para salvar (no derrotar) la Revolución Rusa.
El mito en torno a la Asamblea Constituyente
Los conservadores, los liberales burgueses, los reformistas e incluso algunos de la izquierda, han criticado al gobierno bolchevique por disolver la Asamblea Constituyente después de la revolución, un acto que se toma como prueba de que Lenin y Trotsky eran «antidemocráticos» y «autoritarios». Los llamados partidarios de Rosa Luxemburgo también se unen a este carro, citando de nuevo su texto de 1918:
Pero el tema no se agota con la Asamblea Constituyente y la ley del sufragio. No hemos considerado hasta ahora la destrucción de las garantías democráticas más importantes para una vida pública sana y para la actividad política de las masas trabajadoras: libertad de prensa, derechos de asociación y reunión, que les son negados a los adversarios del régimen soviético.
Al presentar la situación a la que se enfrentaron los bolcheviques después de la revolución de octubre y utilizar la cita de Rosa Luxemburgo de esta manera, los «luxemburguistas» ignoran un factor crucial de la situación: la existencia de los soviets como órganos democráticos del poder obrero.
A lo largo de su historia, los bolcheviques apoyaron la convocatoria de una Asamblea Constituyente –que es esencialmente un parlamento burgués– cuya convocatoria hubiera sido un enorme paso adelante respecto al despotismo zarista. Sin embargo, en el momento de su disolución en 1918, la Asamblea Constituyente en Rusia ya no era representativa de las masas rusas que gravitaban hacia una forma de gobierno superior: los soviets basados en el poder de la clase obrera. Ningún parlamento burgués es capaz de expresar las opiniones rápidamente cambiantes de la masa del pueblo trabajador en el curso de un levantamiento revolucionario. Por lo tanto, la Asamblea Constituyente que iba a la zaga de los acontecimientos revolucionarios, se había convertido en un foco de fuerzas contrarrevolucionarias que trabajaban para defender la esencia del régimen zarista reaccionario.
La Asamblea Constituyente había surgido cuando su existencia había sido superada por los verdaderos acontecimientos revolucionarios vivos, lo que justificaba su disolución por el gobierno bolchevique. Al clausurar la Asamblea Constituyente, los bolcheviques no estaban disolviendo la democracia. Al contrario, ¡defendían la auténtica democracia obrera representada por los soviets!
Los «luxemburguistas» intentan presentar a Rosa Luxemburgo como una defensora del parlamentarismo burgués frente al poder soviético. Una vez más, esto es absolutamente falso. Sólo unos meses después de que terminara de escribir La revolución rusa (que, de nuevo, no olvidemos, nunca publicó en vida), escribió un artículo titulado «La Asamblea Nacional» en noviembre de 1918 (que sí publicó en Die Rote Fahne). La revolución acababa de estallar en Alemania y los liberales y reformistas pedían una «Asamblea Nacional» (el equivalente alemán de la Asamblea Constituyente). Al mismo tiempo, surgen consejos obreros en toda Alemania. Esto es lo que decía Luxemburgo sobre la Asamblea Nacional:
La Asamblea Nacional es una herencia obsoleta de las revoluciones burguesas, una cáscara vacía, un residuo de tiempos de las ilusiones pequeño burguesas sobre el «pueblo unido» sobre la «libertad, igualdad, fraternidad» del Estado burgués.
Aquellos que hoy recurren a la Asamblea Nacional, quieren consciente o inconscientemente, hacer recular la revolución a la etapa histórica de las revoluciones burguesas, y se comporta como un agente encubierto de la burguesía, o un ideólogo inconsciente de la pequeña burguesía.
Estas palabras de Rosa son totalmente ignoradas por nuestros «luxemburguistas» actuales. Y la razón es evidente: ella llama claramente a la abolición de la «Asamblea Nacional» democrático-burguesa. ¿Significa esto que Rosa Luxemburgo quería «destruir la democracia»? Todo lo contrario. Luxemburgo, exactamente de la misma manera que Lenin y Trotsky, defendía las verdaderas instituciones de la democracia obrera –los consejos obreros, es decir, los soviets– de la distracción y la confusión que la Asamblea Nacional habría creado para la revolución.
Lejos de ser la «defensora del espontaneísmo» y una adversaria del bolchevismo, como nos la presentan todos los que niegan la necesidad de construir un auténtico partido revolucionario, vemos que Luxemburgo se puso del lado de la Revolución Rusa, del lado de los bolcheviques e hizo todo lo posible para reproducir la revolución socialista en Alemania como un paso hacia la revolución socialista mundial. Esta es la verdadera Rosa Luxemburgo, cuyo legado reivindicamos. En palabras de León Trotsky, decimos a sus falsos amigos: «¡Fuera las manos de Rosa Luxemburgo!»