¿Qué implica el Ordenamiento monetario en Cuba?

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El 12 de octubre, el vice primer ministro cubano y ministro de Economía y Planificación, Alejandro Gil Fernández compareció en el programa de televisión Mesa Redonda para informar de la estrategia económica “para el impulso de la economía y el enfrentamiento a la crisis mundial provocada por la COVID-19”. Parte central de la misma es el “ordenamiento monetario” que tantos rumores e incertidumbre ha creado en Cuba en los últimos meses. 

Por un azar de la historia, la comparecencia en la Mesa Redonda coincidía, casi exactamente, con el 60 aniversario de la ley 890 de “nacionalización mediante la expropiación forzosa de todas las empresas industriales y comerciales” y ley 891 de nacionalización de la banca, ambas aprobadas el 13 de octubre de 1960, y de la ley de reforma urbana del 14 de octubre del mismo año 1960 que expropiaba las casas de los grandes propietarios y las entregaba en propiedad a sus inquilinos. Con estas leyes, prácticamente, se abolía el capitalismo en Cuba y sobre esa base, la de la propiedad estatal de los medios de producción, se asientan todas las conquistas de la revolución cubana en el terreno de la salud, la educación, la vivienda, la liberación nacional, etc., que sobreviven hasta el día de hoy, aunque debilitadas. 

¿Cuáles son las medidas que ahora se proponen, por qué se proponen ahora, y qué impacto tienen sobre esa base material en la que se asienta la revolución cubana?

Las medidas de lo que se ha venido en llamar el «ordenamiento monetario» en Cuba van mucho más allá de una unificación monetaria. En la medida en que en Cuba no solamente existen diferentes monedas circulantes (el peso cubano CUP, el peso convertible CUC y las monedas de libre convertibilidad MLC) sino que además existen varios tipos de cambio, las implicaciones son más profundas. Se trata en primer lugar de eliminar el CUC y restablecer el peso cubano como moneda central en la economía. Si existiera un solo tipo de cambio, esto sería una operación relativamente sencilla de retirar de circulación una moneda y reemplazarla por otro. El problema es la disparidad de tipos de cambio. Para el sector estatal 1 CUC equivale a 1 CUP y a su vez a 1 dólar. Para el sector no estatal el tipo de cambio es de 24 o 25 CUP por cada CUC. Este tipo de cambio diferenciado provoca entre otras cosas que para el sector estatal la moneda nacional está sobrevalorada y por lo tanto encarece las exportaciones, al tiempo que abarata las importaciones. Unificar la moneda al mismo tiempo que se unifica el tipo de cambio implicará una devaluación fuerte del peso cubano en relación a las divisas. Lo que se pretende con esto es desincentivar las importaciones e incentivar las exportaciones, para tratar de esta manera de captar divisas para la economía nacional. Inevitablemente esto a su vez provocará un aumento de los precios finales para los consumidores. Para paliar este aumento, se prevé un aumento general de los salarios que según fuentes oficiales será de 4,9 veces. 

Como parte de las medidas para potenciar las exportaciones se han firmado ya más de 100 contratos de exportación e importación con empresas privadas cubanas. Aunque estos contratos se canalizan a través de empresas públicas, lo cierto es que estas medidas debilitan el monopolio estatal del comercio exterior, que es una de las líneas de defensa de la planificación estatal de la economía. 

Además, algo muy peligroso, las medidas que se proponen, plantean la eliminación de lo que se denomina “subsidios excesivos y gratuidades indebidas». En realidad esto significa avanzar hacia la abolición del principio de la universalidad de los subsidios sociales y que los mismos estén dirigidos solamente a los que “realmente los necesitan”. Es un reconocimiento implícito del aumento de la diferenciación social en la isla en los últimos años, particularmente desde las medidas tomadas en 2011 en el marco de los Lineamientos del VI Congreso del PCC, de eliminación de empleos en el sector público y de promoción del cuentapropismo. 

Las medidas del “ordenamiento” además fomentan los incentivos salariales, que irán vinculados a la capacidad de las diferentes empresas estatales de obtener divisas. Esta estrategia, que se argumenta como necesaria para incentivar el trabajo sobre la base de revalorizar el salario, en realidad tendrá el efecto de agudizar la diferenciación social. Habrá empresas que por su actividad estarán mejor posicionadas para exportar sus productos, cuyos trabajadores se beneficiarán, mientras que habrá otras que no pueden exportar, cuyos trabajadores recibirán el salario base, pero no los incentivos. Es más, las empresas que no logren beneficios, después de un período de adaptación, serán cerradas.

Esto va en la misma dirección general del intento de aumentar la productividad mediante el látigo del mercado capitalista: si una empresa no es rentable, cierra; si una empresa es rentable, se reparten utilidades. Se aumenta la autonomía empresarial, se liberaliza todavía más el trabajo por cuenta propia, se fomenta la creación de pequeñas y medianas empresas, tanto el sector estatal como en el privado, etc. Otro aspecto de lo mismo es la resolución 115 del ministerio de planificación (de aplicación a partir de 2021), que plantea que los actores económicos tendrán una mayor autonomía en cuanto a la gestión de las divisas que generen por exportaciones, venta en divisas, venta de mercancías a empresas de la Zona Especial de Mariel, etc. Aunque el gobierno retendrá un porcentaje de estas divisas generadas, la mayor parte (entre un 80 y un 100% según los casos) se los quedará la empresa, ya sea estatal o del sector “no-estatal” (es decir, privado). El estado abandona su papel central en la asignación de divisas. Esto es grave porque significa una dolarización parcial de la economía, aumenta la diferenciación interna entre diferentes empresas según su sector de actividad y sobretodo porque disminuye el porcentaje de divisas a disposición del estado para ejercer la planificación central de las mismas en función de los intereses de la mayoría. 

En general todas estas medidas económicas tienen una dirección clara: menos planificación, más mercado. El lenguaje que se utiliza oficialmente a veces trata de encubrir este hecho. Por ejemplo, en julio de este año, cuando el ministro de planificación presentó la Estrategia Económico-Social de Cuba dijo que una de sus líneas generales era “mantener la planificación” que “es una fortaleza de nuestro sistema”, pero a continuación añadió: “lo cual no significa asignación centralizada de recursos. Estamos dando pasos en función de descentralizar la asignación administrativa de recursos.” (ver: Estrategia Económico-Social de Cuba en la etapa de recuperación pos-Covid-19). Es decir una cosa y su contrario. En realidad, para verlo más claro hay que leer también otra línea general, un poco más abajo; “la regulación del mercado, principalmente por métodos indirectos.” Es decir, lo que se está planteando, claramente, es el retroceso de la planificación y el avance del mercado en diferentes aspectos de la economía, entre ellos, la asignación de recursos, la circulación de divisas, etc. Por lo tanto, estas medidas, son un paso atrás y minan la base material sobre la que se asientan los logros de la revolución cubana. 

No se trata solamente de un retroceso en la base material de la revolución sino que además se avanza en un proceso que ya lleva años desarrollándose de retroceso en la conciencia, en el que cada vez se priman más las salidas individuales, la “eficiencia” a través de la competencia, por encima de las soluciones colectivas, la cooperación, el control social y la participación activa y consciente de la clase trabajadora de manera organizada en la solución de los problemas. 

Es obvio y todo el mundo lo puede entender, que la economía (y la revolución) cubana se enfrenta a una serie de obstáculos muy importantes y que estos limitan las respuestas que es posible dar. Estos obstáculos son en parte estructurales y además se han agravado por motivos coyunturales. 

Elementos coyunturales de la crisis económica en Cuba

Empecemos por los problemas coyunturales. La economía cubana ya había entrado en una situación muy complicada antes del inicio de la pandemia del Covid-19 por tres motivos. Por una parte la llegada de Trump al poder en EEUU en 2016 significó revertir una serie de medidas tomadas por la administración Obama que aunque no levantaban el embargo, sí favorecían a la economía cubana (flexibilización de la política de remesas, del turismo, etc.). No solamente eso, sino que además Trump, en un intento de fidelizar el voto latino de Florida, endureció las agresión contra Cuba activando el capítulo III de la Ley Helms-Burton.

Como apunta un compañero cubano que revisó el primer borrador de este artículo, “los ataques de la administración Trump no se han limitado a revertir las medidas de Obama y la activación del capítulo III. Posiblemente ha sido la administración que más medidas ha tomado para endurecer el bloqueo y que con más saña ha tratado de estrangular las fuentes de ingreso de la economía cubana. La persecución sobre todas las operaciones y transacciones financieras internacionales de Cuba ha sido brutal. Casi todos los meses, y en los últimos tiempos, casi todas las semanas, hay nuevas sanciones y medidas que endurecen el bloqueo contra Cuba.” Según el informe que Cuba presentó a la ONU en julio de 2020, “desde abril de 2019 hasta marzo de 2020, el bloqueo ha causado pérdidas a Cuba en el orden de los 5 mil 570.3 millones de dólares. Esto representa un incremento de alrededor de mil 226 millones de dólares con respecto al período anterior. Por primera vez, el monto total de las afectaciones ocasionadas por esta política en un año rebasa la barrera de los cinco mil millones de dólares, que ilustra hasta qué punto se ha intensificado el bloqueo en esta etapa.”

El segundo golpe a la economía cubana en los últimos años fue el fin de los contratos de envío de médicos cubanos a Brasil, con la llegada de Bolsonaro al poder a finales de 2018. A esto se añade la misma medida tomada en Bolivia después del golpe de hace un año. Además, EEUU ha desplegado una campaña sostenida y sistemática contra la colaboración médica cubana, que es una de las principales fuentes de ingreso del país, multiplicando las presiones contra gobiernos en todo el mundo para que no contraten médicos cubanos.

El tercero es resultado de la brutal recesión económica en Venezuela que empezó el 2014 y no parece tener fin. Esta ha limitado de manera severa las relaciones económicas tan favorables para Cuba que se habían establecido, en términos de exportaciones de servicios y de importación de petróleo a precios preferenciales. 

La llegada del Covid-19 y la crisis mundial del capitalismo que desencadenó, han empeorado aún más la situación de la economía cubana. En primer lugar está el propio impacto de la pandemia en Cuba, con la paralización de la actividad productiva de cientos de miles de trabajadores del sector estatal que sin embargo siguen recibiendo sus salarios. A esto hay que añadir el coste de las medidas sanitarias, de los tests PCR, etc. En segundo lugar, el Covid-19 ha paralizado por completo la importante industria turística durante más de seis meses, con la consiguiente caída de los ingresos. A todo esto hay que añadir la caída de las remesas enviadas por cubanos en el extranjero en la medida que ellos también se ven afectados por la crisis económica en EEUU y en Europa. Además, las remesas se ven afectadas también por las medidas punitivas aplicadas por los EEUU que por ejemplo llevan al cese de las operaciones de envío de dinero a la isla a través de Western Union a partir del 23 de noviembre. 

El colapso de la actividad económica mundial por la crisis capitalista, a su vez, ha provocado una caída del precio del níquel, que Cuba exporta, de 17.000 dólares la tonelada hace un año a 15.000 ahora. No olvidemos que el precio del níquel era de 28.000 dólares en 2011 y había alcanzado un pico de 50.000 dólares en 2007 antes de la gran recesión. 

No todos los impactos internacionales sobre Cuba son negativos, el precio del petróleo que Cuba importa ha caído significativamente, de los 100 dólares el barril que sostuvo entre 2010 y 2014, y los 60 dólares el barril que tenía hace un año, a 37 ahora. Por otra parte, la pandemia ha permitido a Cuba, temporalmente, encontrar otras salidas para su exportación de servicios médicos. Pero estos dos factores positivos están muy lejos de poder equilibrar el impacto negativo de los demás golpes recibidos. Además, la caída del precio del petróleo se ve contrarrestada por el aumento de la presión estadounidense a gobiernos y empresas de terceros países para que no vendan petróleo a Cuba bajo amenaza de sanciones y represalias.

Es prácticamente una tormenta perfecta para la economía cubana, que sin embargo, con muchas dificultades, ha sobrevivido. En realidad, es necesario señalar que la revolución cubana no solamente ha sobrevivido sino que en los últimos meses se han enfrentado a la pandemia de manera ejemplar, a pesar de la situación económica tan difícil. Esto solo ha sido posible debido a la existencia de un régimen socio-económico que no está dictado por el interés del beneficio capitalista privado. 

Elementos estructurales de la economía cubana

Pero hay que decir que aún si se encontrara salida a todas estas dificultades más coyunturales, hay elementos de debilidad de la economía cubana que todavía se mantendrían. En primer lugar la dependencia del mercado mundial en el que Cuba se inserta como economía débil y subordinada, y en segundo lugar el peso muerto de la burocracia en la gestión de la economía planificada. 

La primera cuestión tiene que ver con el hecho de que la revolución cubana se dió en un país capitalista atrasado y dominado por el imperialismo. La construcción del socialismo empieza sobre la base de las fuerzas productivas más avanzadas del capitalismo. Cuba en 1959 era un país cuya economía se basaba en la exportación de materias primas (azúcar sobretodo) y por lo tanto estaba totalmente a merced del mercado mundial, en el que se insertaba en condiciones totalmente desiguales de dominación. Las principales empresas y sectores económicos del país estaban en manos de intereses estadounidenses con una débil burguesía nacional atada de pies y manos y servil al vecino del norte. 

La revolución cubana, que empezó con un programa avanzado democrático-nacional que en un principio no se cuestionaba explícitamente el capitalismo, culminó en la expropiación de la propiedades de la burguesía, imperialista y “nacional”. Este es el significado de las leyes de julio-agosto y de octubre de 1960, de las que ahora se cumplen 60 años, a las que nos hemos referido al principio de este artículo. 

Se puede decir que a menos de dos años de su llegada al poder la revolución cubana había cumplido el programa del Moncada, un programa democrático nacional y anti imperialista, y en el proceso de hacerlo había acabado con la propiedad privada de los medios de producción expropiando la burguesía, cubana e imperialista. La revolución cubana no podría haber cumplido su programa de ninguna otra manera. 

De esta manera se demostraba en la práctica uno de los postulados de la estrategia de la revolución permanente: en la época del imperialismo, en los países de desarrollo capitalista tardío, la burguesía es incapaz de llevar adelante ninguna de las tareas pendientes de la revolución democrático nacional, las mismas solo se pueden completar superando el estrecho marco del capitalismo.

La teoría de la revolución permanente, sin embargo, tiene otra parte. Las tareas de la revolución socialista no se pueden completar en un solo país, y menos en un país atrasado y dominado por el imperialismo. La expropiación del capital en un país tiene que ser el preludio para la extensión de la revolución a otros países, y finalmente la revolución mundial.

En cierta manera, la propia historia económica de la revolución cubana confirma esta tesis. Los dos períodos en que la economía cubana ha tenido un desarrollo más importante fueron durante su vinculación con la URSS (particularmente de 1971 a 1986) y en el auge de la revolución bolivariana (de 2002 a 2013). La vinculación de la revolución cubana a la URSS tuvo un impacto negativo desde el punto de vista de cerrar un período heróico (los años 60) en que Cuba luchó contra la reaccionaria “co-existencia pacífica” y por extender la revolución, se enfrentó a la visión mecánica y burocrática del “marxismo”, etc. Para la burocracia soviética eso era una amenaza, y el estrechamiento de relaciones económicas vino acompañado por implantar de manera rígida el modelo burocrático-estalinista en todos los aspectos de la economía, la educación, la ideología, la cultura, el arte, la vida política y también de la política exterior. 

También desde un punto de vista económico hubo consecuencias negativas. Las ideas del Ché Guevara acerca de la necesidad de industrializar Cuba y desarrollar su clase obrera fueron abandonadas, y la isla siguió dependiendo de la exportación del azúcar. Sin embargo, en términos puramente monetarios, la relación fue favorable a Cuba, que vendía a la URSS y a los países del este, su zafra a precios mayores que los del mercado mundial y les compraba productos manufacturados a precios por debajo de los del mercado mundial.

La relación de Cuba con la revolución bolivariana (a pesar de que esta nunca llegó a romper con el capitalismo) también fue muy favorable para la isla. Ciertamente lo fue desde un punto de vista económico, pero también lo fue desde un punto de vista político, con la llegada del viento fresco del entusiasmo revolucionario que venía de Venezuela. 

El otro aspecto estructural que limita y coarta el desarrollo económico de Cuba es la propia existencia de la burocracia. En los últimos meses se ha hablado mucho en Cuba de la necesidad de “liberar las fuerzas productivas”, para que desarrollen plenamente todo su potencial. Pero en general lo que se quiere decir con ello es acabar con la planificación estatal de la economía, y dar rienda suelta al mercado como mecanismo director de la misma. 

En realidad no es la planificación estatal en sí lo que constriñe el desarrollo de las fuerzas productivas, sino la planificación burocrática de la economía. En teoría, los trabajadores son propietarios de los medios de producción. Pero en la práctica no se sienten como tal. En la medida en que no tienen mecanismos reales de control y gestión obrera para dirigir la economía, los trabajadores se sienten alienados de la misma. Además, en una economía capitalista (“de mercado”) existen, hasta cierto punto, unos mecanismos automáticos de control. Si una empresa no es eficiente (es decir, sino adopta los mecanismos más avanzados para desarrollar la productividad del trabajo) es eliminada por sus competidores. En una economía planificada, el único mecanismo posible que ejerce ese papel de control de calidad, de eficiencia económica, es la dirección de la economía por parte de los propios trabajadores. Si esta no existe, campa a sus anchas el despilfarro, la indolencia y el anquilosamiento burocrático. En realidad, las medidas propuestas ahora y que se vienen discutiendo desde hace años en Cuba, en cierta manera, admiten esta premisa, al concentrarse en el problema de los incentivos a los trabajadores. 

En resúmen, los dos factores interrelacionados, que afectan negativamente la economía cubana son su aislamiento y la burocracia. En realidad, la burocracia es justamente el reflejo del aislamiento de la revolución en un país atrasado. 

¿Cómo enfrentar la crisis de la economía cubana?

Si partimos de estas premisas, la conclusión es clara. Los problemas estructurales de la economía cubana se pueden superar mediante la revolución mundial y la democracia obrera. La primera cuestión se comenta sola. Si triunfara la revolución socialista en uno o varios países en el continente americano (Ecuador, Bolivia, Venezuela, Chile, etc) eso inmediatamente pondría a la revolución cubana en una situación mejor, tanto desde el punto de vista puramente del intercambio económico, como desde el punto de vista político de la moral revolucionaria. Una revolución en los EEUU sería todavía más decisiva de cara a cambiar la situación de la revolución cubana. 

Claro, la revolución en otros países no depende de la revolución cubana, o por lo menos, no depende exclusivamente de ella. Sin embargo, la revolución cubana, que tiene un prestigio muy grande y ejerce como poderoso punto de atracción en todo el continente y más allá. Podría jugar un papel importante. Para eso sería necesario en primer lugar que en Cuba se discutiera a fondo la política internacional desde un punto de vista revolucionario y socialista, no desde el punto de vista limitado y reaccionario de la geopolítica. Aunque existen espacios en Cuba en los que se discute desde un punto de vista auténticamente comunista acerca de la situación mundial, esta no es la tónica dominante del discurso oficial ni el de los medios de comunicación. En general el discurso público tiene el nivel de los políticos reformistas en otros países; se critican los excesos del capitalismo (en muchos casos se usa el eufemismo “neoliberalismo”), pero desde una perspectiva en la que se asume que son posibles soluciones dentro del marco del capitalismo. Incluso en el período álgido de la revolución bolivariana en Venezuela, nunca se discutieron a fondo en Cuba cuestiones que eran candentes en Venezuela, como el movimiento de control obrero. 

Por otra parte, la democracia obrera es el incentivo más eficaz para aumentar la productividad del trabajo. Si los trabajadores sienten de manera práctica que los medios de producción les pertenecen, que la dirección del país está en sus manos, entonces tendrán un interés en que funcionen de manera eficaz. Esa es la lección de las experiencias de control obrero en Venezuela y en cualquier parte del mundo. Lo que vale para una fábrica, vale para la dirección de la economía en su conjunto. 

En cuanto a los problemas coyunturales, es posible que sea necesario hacer concesiones parciales al mercado, tratar de atraer inversión extranjera y exportar productos para conseguir divisas necesarias. Al fin y al cabo, la NEP de Lenin en los años 1920 era justamente eso: una serie de concesiones y retrocesos. La diferencia es que Lenin presentó esa política de manera honesta como lo que era: concesiones y retrocesos. Las palancas centrales de la economía permanecían en manos del estado, y se consideraba el monopolio del comercio exterior como una pieza clave de la defensa de la propiedad estatal de los medios de producción. Y al mismo tiempo los bolcheviques en los años 20 seguían una política decidida de revolución internacional, construyendo la Internacional Comunista, interviniendo en la política revolucionaria de Alemania, Italia, Francia, etc. 

En Cuba, sin embargo, se hacen concesiones cada vez mayores al mercado, se debilita el monopolio estatal del comercio exterior y la planificación. Estas concesiones aumentan la diferenciación social y fortalecen elementos burgueses y pequeño-burgueses que adquieren mayor confianza y empiezan a expresar de manera político sus propios intereses frente a los intereses de la propiedad estatal. Pero estas concesiones se presentan no como tal, sino como la solución, la vía a seguir para resolver los problemas. En lugar de advertir del peligro que entrañan, se presentan como la panacea y la manera de “liberar las fuerzas productivas” y “construir un socialismo próspero y sostenible”

En su intervención en Mesa Redonda, el ministro Alejandro Gil, recalcó que “no se aplicarán terapias de choque y siempre habrá atención y prioridad a las personas más vulnerables”. Esa preocupación es loable. Sin embargo, el problema es que las fuerzas del mercado que se han desatado tienen una lógica propia. Las conquistas de la revolución cubana se asientan sobre la propiedad nacionalizada de los medios de producción, si se debilita y eventualmente se finiquita la misma, las conquistas no se podrán garantizar. Y eso es independiente de la voluntad subjetiva de los que se lanzan por este camino. 

La economía cubana está en una situación muy difícil. Nadie lo niega. El status quo es insostenible. Correcto. Pero hay dos vías posibles para salir del atolladero. Una es la que lleva hacia la dominación del mercado capitalista (la vía china o vietnamita). La otra va por el camino de la revolución mundial y la democracia obrera.

Es claro que en Cuba hay resistencia entre muchos militantes y cuadros comunistas, a la aplicación de medidas de mercado. Una señal clara de ello fue el debate acerca de la reforma constitucional (ver: Cuba: las amenazas y agresiones de Trump, la reforma constitucional y la situación económica). El borrador inicial que se propuso eliminaba muchas referencias al socialismo y al objetivo final comunista de la revolución cubana. El texto que finalmente se puso a votación recuperaba muchas de esas expresiones originalmente eliminadas. ¿El motivo? La enorme resistencia que despertaron esas propuestas en la militancia del Partido Comunista y sectores de la población. 

Otro indicio de esta resistencia a las medidas “de mercado”, es la aparición en Granma de un artículo titulado “La bondad neoliberal de los entusiastas consejeros” en mayo de este año. El artículo correctamente advertía contra la promoción de la pequeña y mediana empresa privada y de la vía china o vietnamita como solución a los problemas económicos a los que se enfrenta la revolución. Sin embargo, tampoco ofrecía ninguna alternativa clara. Es interesante que en su respuesta al citado artículo de Granma, el economista cubano Pedro Monreal, de manera irónica, recomienda a los que se oponen a las PYMES privadas que “mejor pasen directamente a las “grandes ligas” leyendo a Trotsky y a la “oposición de izquierda” de 1926.” (Éramos pocos y parió Catana: ¿una oposición de izquierda en Cuba?). Monreal es un economista pro-capitalista que ha dejado claro en más de una ocasión que “la estrategia económica en Cuba debería concentrarse en el reemplazo de la planificación centralizada”.

No se equivoca Monreal en identificar a la Oposición de Izquierda con una política favorable a fortalecer el desarrollo industrial, la planificación y contraria a las concesiones a los elementos burgueses, en el campo y la ciudad, que se empezaban a desarrollar como una amenaza para la propia existencia del poder soviético. El programa de la Oposición de Izquierda combinaba una crítica a la política económica con una defensa del régimen democrático dentro del partido y del estado y un ataque a los métodos burocráticos de censura de opiniones. Sabemos cómo terminó esa historia, la burocracia estalinista suprimió, expulsandolos del partido y posteriormente eliminandolos físicamente, a toda oposición. Claro, esa misma burocracia estalinista, cuando el sistema de planificación burocrática entró en una fase de estancamiento en los años 70 y 80 del siglo pasado, pasaron a convertirse, de manera entusiasta, en propietarios privados de los medios de producción que se robaron. La restauración del capitalismo en la URSS y los países del Este, dirigida por esa misma burocracia estalinista, significó un desplome estremecedor de los niveles de vida y el colapso de la economía.

La revolución cubana se encuentra en una encrucijada crucial. Muchas de las medidas que se proponen ya se discutieron hace 10 años (ver: El congreso del PC Cubano ratifica las directrices económicas – el control obrero y el socialismo internacional ausentes de la discusión). Algunas ya se empezaron a aplicar, aunque de manera parcial. Los resultados están a la vista. El aumento de la diferenciación social, el crecimiento de una capa pequeño burguesa con sus propios intereses. Lo que ahora se propone es avanzar de manera todavía más decidida por ese camino.

Es importante abrir un debate serio al respecto y que los comunistas intervengan en el mismo de manera decidida. La solución no es retroceder hacia el mercado, debilitar y diluir la propiedad estatal de los medios de producción, de la que se cumplen ahora 60 años, sino avanzar hacia el internacionalismo revolucionario y la democracia obrera.