Pakistán: un Estado en guerra consigo mismo

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La situación en Pakistán está marcada por el curso de la guerra en Afganistán y las zonas tribuales de Pakistán, la insurgencia en Baluchistán, el movimiento nacionalista en Sindh, el ascenso del terror fundamentalista, los atentados suicidas, las bombas, las vigilantes islámicas fanáticas de mujeres desafiando el mandato judicial del estado, el terrorismo a través de la frontera en Cachemira, los atentados suicidas serios contra la propia vida de Musharraf, la crisis en la judicatura y ahora el comi comi comienzo de la guerra civil en Karachi y en otras partes. Esto es sólo por nombrar algunos de los pocos acontecimientos del torbellino que se está produciendo en Pakistán. La situación en Pakistán está marcada por el curso de la guerra en Afganistán y las zonas tribuales de Pakistán, la insurgencia en Baluchistán, el movimiento nacionalista en Sindh, el ascenso del terror fundamentalista, los atentados suicidas, las bombas, las vigilantes islámicas fanáticas de mujeres desafiando el mandato judicial del estado, el terrorismo a través de la frontera en Cachemira, los atentados suicidas serios contra la propia vida de Musharraf, la crisis en la judicatura y ahora el comienzo de la guerra civil en Karachi y en otras partes. Esto es sólo por nombrar algunos de los pocos acontecimientos del torbellino que se está produciendo en Pakistán. Pero estas fuerzas brutales de reacción negra que están intentado destruir la sociedad son en su mayoría una creación de elementos profundamente vinculados con el Estado pakistaní.
Tras el descarrilamiento de la revolución de 1968-69 en Pakistán, las clases dominantes pusieron en el poder la violenta dictadura de Zia en 1977 como un acto de venganza contra el desafío de la clase trabajadora al dominio explotador del capitalismo. Fueron 11 años de la pesadilla más brutal en los sesenta años de la traumática historia de Pakistán. En su reciente libro: Frontline Pakistan, Zahid Hussain escribía sobre ese período diciendo: “Temeroso de enfrentarse con el electorado libre sin un mandato para gobernar el general se volvió a Alá”.
Al enfrentarse con una rebelión creciente de las masas, Zia utilizó el fundamentalismo religioso para prolongar su reinado de terror. En esto contó con el apoyo de los norteamericanos. En este período la CIA participba en la “yihad” contrarrevolucionaria contra el gobierno de izquierdas del PDPA en Afganistán. La dictadura de Zia fue el principal ejecutor de esta operación, no sólo con el consentimiento estadounidense, sino con todo su apoyo. El general Zia infiltró el fundamentalismo islámico dentro del Estado y en toda la sociedad. Zia-Ul-Haq islamizó el ejército pakistaní eliminando sus tradiciones seculares británicas. La filosofía islámica se convirtió en parte del currículo de los oficiales del ejército.
Con miles de millones de dólares procedentes de EEUU y Arabia Saudí en sus arcas, el Servicio de Inter Inteligencia (ISI) se convirtió en una estructura paralela amasando un enorme poder en todos los aspectos del gobierno. Incluso después de la desaparición de Zia, en el denominado interludio democrático de los gobiernos de Benazir y Nawaz Sharif, el dominio del ISI nunca se debilitó.
Cuando Musharaf tomó el poder a través de un golpe de estado sangriento en octubre de 1999, no se produjeron cambios significativos en el control del ISI sobre la política exterior, el programa nuclear o en algunos de los aspectos vitales del estado. Incluso después del 11-S, el ISI continuó su lógica y con su apoyo a los mercenarios fundamentalistas islámicos en Afganistán, Kachemira, Asia Central y el propio Pakistán. Musharraf intentó controlar estas organizaciones de inteligencia aunque con escaso éxito. Algunos de los operativos más fanáticos fueron apartados, pero muchos más siguieron en puestos importantes desde donde han continuado ayudando a sus protegidos reaccionarios.
En las elecciones de 2002 el ISI garantizó a Musharraf de un parlamento afín y junto con la recién creada Liga Musulmana de Pakistán (Q) organizaron la Alianza Islámica MMA, a la que facilitaron su entrada en el parlamento. Estos mulás más tarde jugaron un papel decisivo en conseguir que se aprobara la enmienda número 17 que legitimaba la presidencia de Musharraf con uniforme militar.
El ejército continuó apoyando a la derecha religiosa. Esto explica porqué mujeres tapadas y armadas de la Jamia Hafsa pueden entrar en una biblioteca de niños en Islamabad. Esto también podría ocurrir porque el régimen dio marcha atrás y observó con indiferencia como estas vigilantes asumían el papel de patronos morales, vigilando y secuestrando ilegalmente a mujeres y niños en el corazón de la capital de Pakistán.
Aparte de los prejuicios religiosos, la dictadura de Zia y el ISI crearon otras organizaciones en líneas lingüísticas, étnicas y chovinistas para introducir una cuña en la unidad de clase del proletariado. Lo más significativo fue la creación del Movimiento Muhajir Qaumi (MQM) basado en los inmigrantes de habla urdú que se han trasladado a Karachi y otras ciudades de UP, CP y de India. Esta transmigración fue el resultado de la partición reaccionaria del subcontinente en 1947 sobre bases religiosas.
Los imperialistas británicos en connivencia con la élite dirigente local hindú y musulmana, cometieron un terrible crimen en el que murieron más de 2,7 millones de personas masacradas en una locura étnica. La clase dominante británica y local estaban aterrorizadas ante la posibilidad de que la lucha por la liberación nacional pasara de ser una liberación social y económica a una revolución socialista.
El ascenso del MQM también fue consecuencia del reflujo de la marea revolucionaria que alcanzó su punto álgido a finales de los sesenta y principios de los setenta. Pero todo el proceso estuvo dirigido por las agencias del Estado. Karachi, conocido también como el Petrogrado de Pakistán, lleva casi tres décadas en medio de conflictos étnicos y sectarios. Los líderes de otras comunidades nacionales, étnicas y lingüísticas jugaron también un papel apuntalaron sus propios intereses económicas fomentando la violencia chovinista entre las distintas comunidades de Karachi.
El MQM y el Jamat-i-Islami están en primera línea fomentando esta locura reaccionaria. El MQM es un socio de coalición de la actual dictadura de Musharraf, el gobernador de Sindh y otros funcionarios importantes del gobierno también pertenecen al MQM. El fin de semana del 12-13 de mayo, más de 40 personas fueron asesinadas y cientos heridas, una emisora de televisión asaltada y la ciudad estuvo bajo el control de una muchedumbre armada que pertenecía al MQM. No es la primera vez que el MQM ha participado en asesinatos brutales y en genocidios.
Esta organización chonista étnica tiene tendencias neofascistas como los fundamentalistas islámicos, tiene una historia de implicación en extorsiones, robos, crímenes, saqueo y asesinatos en sus feudos de poder. A propósito, Musharraf también es Muhajir (inmigrante procedente de India). El 12 de mayo, el presidente cesado del Tribunal Supremo visitó Karachi y se dirigió a Sindh Bar. Varios partidos políticos intentaron utilizar esta campaña de los abogados para imponer su propia agenda política al movimiento. Se organizaron muchos mítines para dar la bienvenida al presidente del Tribunal de Justicia. Pero el MQM planificó con su propio gobierno aplastar este movimiento. Por esa razón las fuerzas del estado y policiales se mantuvieron apartadas cuando los vigilantes del MQM comenzaron a disparar en distintas zonas de la ciudad. Lo irónico es que el MQM también organizó un gran mitin ¡para honrar a los asesinados en estos actos violentos!
Pero el problema del estado es que ha creado un monstruo de Frankestein se les ha descontrolado. No sólo la orgía de violencia perpetrada por el MQM está creando serios problemas de ley y orden, sino que los títeres del Estado, los fundamentalistas islámicos, el MQM y otras organizaciones reaccionarias ahora están inmersas en enfrentamientos sangrientos entre sí. El presidente del Tribunal Supremo y la Judicatura que respaldaron el dominio de Musharraf y que han actuado como válvula de seguridad del régimen, ahora se han apartado y los pilares importantes del Estado están colisionando entre sí.
La campaña por el cesado presidente del Tribunal Supremo, ha adquirido esta magnitud porque existe un enorme resentimiento contra el régimen en toda la sociedad. Los partidos políticos dominantes no ofrecen ningún programa económico alternativo. De ahí el vacío. Pero históricamente, debido al carácter corrupto de la clase dominante pakistaní, han tenido que basarse en el estado cada vez más para encubrir sus crímenes y corrupción. En este proceso el Estado, y especialmente el ejército, interferían cada vez más en la economía. Ahora los mayores empresarios del país son los generales del ejército.
El dinero negro procedente del tráfico de drogas y contrabando de armas, las operaciones durante la yihad afgana en los años ochenta y después, todo proporcionó enormes sumas de capital financiero a diferentes instituciones del Estado, especialmente al ejército y el ISI. Estos diferentes sectores del capital financiero representados dentro de la burocracia y el ejército son los que ahora están enfrentados. Estas contradicciones han explotado ahora con tal intensidad que han trasladado estos conflictos abiertamente al propio Estado.
La tragedia es que el PPP no ofrece a las masas una salida clara a esta situación atroz. Resulta irónico que siendo el partido tradicional de las masas, su dirección tema el movimiento de masas y esté evitando el programa socialista radical incluido en sus documentos fundacionales. Por eso esta inestabilidad y el punto muerto.
Lenin dijo en cierta ocasión que la “política es economía concentrada”. El torbellino y las convulsiones que afectan al Estado, la sociedad y la política pakistaní, en realidad, son el reflejo de las terribles contracciones que existen en la misma economía. Este régimen ha acumulado el mayor déficit comercial y por cuenta corriente de la historia del país.
Según el último informe del Banco Mundial, el 74 por ciento de la población vive por debajo del umbral de pobreza. La tasa de inflación de los productos alimenticios ha superado la barrera del 15 por ciento, el 82 por ciento de la población está obligada a recurrir a la medicina no científica, el 52 por ciento de los niños nunca asisten a la escuela primaria, y la mitad de los escolarizados la abandonan antes determinar la educación primaria y la situación es mucho peor para las niñas. Tres cuartas partes de la población viven con el salario mínimo de 4.000 rupias (48 euros) al mes. La tasa de mortalidad infantil es la más elevada del subcontinente (88 por mil nacimientos). El desempleo es elevado y según The News, el principal periódico en lengua inglesa, cada día 10.000 personas más caen en la pobreza.
Entre las 34 economías más pobres, Pakistán está en el puesto 17 en cuanto a educación y el último, es decir, en el puesto 34, en términos de distribución del gasto total. Entre 1990 y 2005 la parte del gasto sanitario con relación al PIB fue del 0,68 por ciento y la de educación un 1,99 por ciento.
En los últimos sesenta años de existencia de Pakistán, el gasto social ha estado olvidado. Entre 1947 y 2005, el reparto presupuestario total ha sido el siguiente: deuda externa y pago de intereses un 34,5 por ciento; defensa (gasto militar) un 23 por ciento; desarrollo total un 20,5 por ciento. Y estas son cifras oficiales. La mayor parte del gasto en desarrollo va a parar a los burócratas corruptos, al gobierno, contratistas privados e intermediarios.
El régimen ha estado aplicando con un enorme celo la política dictada por las instituciones financieras imperialistas. Cuanto más altas son las tasas de crecimiento mayor el declive social. Los cortes de electricidad crean problemas adicionales. Hay una escasez de energía de 2.500 megavatios. Esto no sólo es un infierno para la población con este calor abrasador sino que también sufren la industria y la agricultura. La política de privatización ha llevado a que la huida de beneficios sea mayor que la Inversión Directa Extranjera. Por cada dólar que entra a Pakistán salen 14. Ahora no queda mucho por privatizar y las reservas de divisas sólo pueden mantener durante 8 o 10 semanas las importaciones.
Con los micro y macro indicadores mostrando una economía en fase terminal, las perspectivas para cualquier tipo de estabilidad política y social son muy negras. Este declive económico agravará aún más la crisis resultante de una mayor conflagración y convulsiones sociales. El régimen de Musharraf pende de un hilo, un empujón y caerá. Los fundamentalistas islámicos se han desenmascarado, especialmente después de sus experiencias de gobierno en Baluchistán y Pakhtoonkhwaa (Frontera Noroccidental). Los actos violentos del MQM también sol el resultado de su desesperación por su rápida caída de apoyo especialmente en Karachi. Después de estar en el poder tanto a nivel como federal, han fracasado totalmente en mejorar la suerte de las masas empobrecidas.
Los nacionalistas en Sindh, Baluchistán, Pahktoonkhwaa y otras zonas están divididos y reducidos a pequeñas sectas debido a su total adhesión y complacencia con la política y económica capitalista. Benazir Bhutto y el régimen de Musharraf han estado participando en negociaciones secretas para llegar a un acuerdo y formar un gobierno “liberal” pro-estadounidense. Este acuerdo ha quedado sepultado con los acontecimientos explosivos en Karachi y otras partes. Si Benazir obliga al PPP a un acuerdo, éste durará poco. El ala de extrema derecha en el Estado y en establishment no lo aceptarán. El derrocamiento de este gobierno de coalición sería el principio del fin de Benazir. Ya hay resentimiento y enfado en las filas del PPP. Esto explotará si Benazir llega al poder sobre la base de un acuerdo conciliador y la crisis económica se intensifica.
Las perspectivas para Pakistán son complejas. El Estado y la sociedad están plagados de todo tipo de contradicciones peculiares. Las fuerzas reaccionarias, aunque superficialmente, parecen dominar ciertas esferas de la sociedad. No se puede descartar un régimen dictatorial más violento y reaccionario, pero incluso si éste llega al poder tendría corta vida y en crisis permanente. No duraría demasiado. El malestar social subyacente puede explotar en una insurrección proletaria como en 1968-1969. Pero en esta ocasión sería en un plano superior y con mayor intensidad. La reacción de las masas en Karachi y en todo Pakistán en términos de huelgas espontáneas, demuestra el potencial del movimiento y la furia de las masas que se ha ido acumulando contra este régimen y el despotismo en general. La imagen de la sociedad pakistaní presentado por los medios de comunicación occidentales no sólo es errónea sino engañosa. El proletariado pakistaní puede sorprender al mundo.
Cuando la clase obrera se mueva será el momento decisivo para los marxistas que ya se han convertido en una fuerza considerable, incluso hoy. Si la dirección del PPP se ve obligada a llegar al poder mediante un movimiento que haya derrocado al régimen de Musharraf, este movimiento giraría radicalmente a la izquierda desde sus comienzos y los marxistas pueden convertirse en le fuerza motriz en el rumbo de este movimiento. Un régimen del PPP con esta base de izquierdas entraría en conflicto desde el principio con el Estado de derechas. Este enfrentamiento sólo podría resolverse a través de la revolución o de la contrarrevolución.
Pakistán es una economía fracasada, una sociedad y un Estado fracasados. El capitalismo está arrastrando al país a la barbarie. Ahora la supervivencia misma de la sociedad e incluso la civilización dependen del éxito de la revolución socialista. Si los marxistas pakistaníes trataban con dedicación, con una estrategia y táctica correctas, una victoria socialista es totalmente posible como resultado de un movimiento de masas de los trabajadores y los campesinos pobres. Una revolución socialista victoriosa en Pakistán abriría las compuertas de acontecimientos revolucionarios en todo el sudeste asiático.

Lahore, 14 de mayo 2007