¡Manos fuera de Colombia y Venezuela!

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En los últimos 10 meses, Donald Trump ha utilizado el enorme peso de la relación entre Estados Unidos y Colombia para aumentar la presión contra el gobierno de Gustavo Petro. El ejemplo más reciente ha sido la acusación escandalosa en contra del presidente colombiano, denunciandolo como un “líder del narcotráfico” e imponiendo aranceles del 25%. 

Sin embargo, la motivación de estas medidas no es simplemente económica. Petro ha denunciado correctamente estos bombardeos como una medida del imperialismo estadounidense que amenaza a la soberanía de los países en América Latina. No solo esto, pero a través del último año, Petro ha criticado las deportaciones y la criminalización de inmigrantes en Estados Unidos y denunciado la complicidad de los Estados Unidos con el genocidio en Gaza.

Por su lado, la secretaría de seguridad nacional de los Estados Unidos, Kristi Noem, ha acusado a Petro de proteger al Tren De Aragua. El secretario de estado, Marco Rubio, ha revocado la visa de Gustavo Petro y varios de su funcionarios después de la intervención de Petro en la Asamblea General de la ONU al igual que una manifestación en contra del genocidio. 

En este contexto, es evidente que los aranceles son una herramienta de presión de parte del imperialismo estadounidense. La razón detrás de esto es clara: La Casa Blanca considera peligroso tener a un presidente reformista de izquierda en la Casa de Nariño que no sigue las directrices exactas de Washington. 

Esto es parte de la política general de la clase dominante del norte, que demanda completa sumisión de parte de los países del sur. De allí los bombardeos a Venezuela y los aranceles a Brasil, países que se han acercado a Rusia y, especialmente, a China, un rival directo del imperialismo estadounidense en la contienda por esferas de influencia. 

El objetivo de estas medidas en Colombia es movilizar a la oligarquía tradicional a aumentar el hostigamiento político contra el gobierno Petro y poner a la clase obrera y campesinado en contra de los reformistas. La amenaza es implícita: “Si votan por el partido de Petro en 2026, haremos que la economía colombiana sufra”

Como comunistas colombianos, declaramos nuestra completa oposición al imperialismo yanqui. Si bien tenemos diferencias políticas con Gustavo Petro, el asunto de quién gobierna este país solo puede ser decidido por la propia clase obrera y el campesinado colombiano. 

También tenemos que denunciar el carácter cipayo de la clase dominante nacional, que se ha postrado ante la Casa Blanca, rogando la intervención de Trump y sus secuaces en la política colombiana. El hecho de que tengan que recurrir a sus verdaderos patrones en el exterior es un reflejo de su completa debilidad e impopularidad en el interior. Esta debilidad ha llegado al punto en el cuál figuras como Álvaro Leyva han ido a Estados Unidos a rogarle a los senadores republicanos que ayuden a “gestionar la salida de Petro”. 

En última instancia, es claro que la oligarquía nacional está atada por miles de hilos a la repugnante clase dominante del norte. Es por esto que, en cada una de las confrontaciones entre Petro y Trump, han tomado invariablemente el lado del enemigo. Vale la pena recordar que en Enero fueron a Washington a rogarle a sus amos que orientaran su lucha hacia Petro y no hacia Colombia. 

Esta es la esencia del asunto: Las clases dominantes de Estados Unidos y Colombia están amangualadas para restringir el margen de maniobra del primer gobierno de izquierda del país, a pesar de ser el gobierno con mayor cantidad de votos en la historia nacional. 

Esto pone a la clase obrera de nuestro país en un curso de colisión directa con el imperialismo. La lucha por las reformas es la lucha contra la clase dominante colombiana, que tiene detrás de ella las reservas y el apoyo del ejército más grande del planeta. 

Sin embargo, la realidad es que la oligarquía nacional no tiene condiciones favorables para poder retomar las riendas del asunto como quisiera. La lucha por la reforma laboral, en donde las masas de la clase obrera y el campesinado solo movieron su dedo meñique y asustaron a la oligarquía hasta el punto que pasaron la reforma, lo demuestra.

Por ese lado, la respuesta de la clase obrera y el Pacto Histórico debe ser contundente: Es necesario remover las siete bases del ejército Estadounidense al igual que todo personal militar en territorio colombiano. También es necesario expropiar las 500 empresas estadounidenses operando en nuestro territorio y ponerlas bajo control obrero. Si los estadounidenses quieren abandonar las fábricas para exportar el desempleo, como obreros, es nuestro deber ocuparlas. 

La única clase que puede defender la soberanía nacional es la clase obrera colombiana. Pero no se hace en nombre de un nacionalismo estrecho, sino en nombre de defender a la clase obrera y al campesinado de América Latina que se encuentran bajo asedio de parte del coloso del norte. Esta lucha, sin embargo, no solo se lucha en el frente “colombiano”. 

El impacto de una movilización victoriosa de nuestra clase resonaría a través de todo el mundo, pero especialmente en la clase obrera estadounidense que vería de manera clara que su clase dominante ya no es el enorme titán que puede dominar el mundo con tanta facilidad como antes e iniciar el proceso de la caída de la fuerza más reaccionaria en el planeta.

¡Manos fuera de Colombia y Venezuela!

¡Fuera el imperialismo gringo y la oligarquía cómplice! 

¡No volverán!

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